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Devenir de una práctica: Poder e institución

“El papel de la teoría hoy me


parece ser justamente este: no
formular la sistematicidad global
que hace encajar todo; sino
analizar la especificidad de los
mecanismos de poder, percibir las
relaciones, las extensiones,
edificar avanzando gradualmente
un saber estratégico1.”

Las autoras del siguiente trabajo somos residentes de psicología del


Servicio de Salud Mental de un Hospital General de Agudos. Día a día,
transitamos nuestra practica atravesando situaciones muy variadas frente
a las cuales compartimos ciertos interrogantes. Producto de estos
encuentros es el interés que motivo escribir estás páginas.
La intención de esta ponencia es reflexionar sobre nuestro trabajo,
sobre el modo en que la mismo se configura a partir de los discurso de
saber-poder que circulan en el hospital. Sin embargo, consideramos que
estas reflexiones no son exclusivas de una práctica, ni de un individuo ni de
una institución sino que podrían pensarse en las múltiples prácticas, en los
diversos individuos y, seguramente, en gran parte de las instituciones que
se dedican a la salud mental.
Si bien pensar sobre las relaciones de poder al interior del Hospital fue
el disparador que nos aunó en la idea de escribir, cada una de las autoras
desarrollo la temática desde su singular atravesamiento por la institución.
Es por ello que el trabajo se divide en apartados, y elegimos este modo de
presentación, ya que consideramos que las diferencias que se suscitan al
interior del mismo, enriquecen la misma.

¿Qué entendemos por poder?

Consideramos pertinente tomar los aportes de M. Foucault sobre la


noción de poder. Según él, la misma no hace exclusiva referencia al poder
gubernamental, sino que contiene la multiplicidad de poderes que se
ejercen en la esfera social, los cuales se pueden definir como poder social.

1
Foucault, M: “Microfísica del poder”, pag184
Es por ello que pensamos el ámbito hospitalario como un entramado de
poder.
Retomando los decires de este mismo autor, en la sociedad no existe
“un poder”; se dan múltiples relaciones de autoridad situadas en distintos
niveles, apoyándose mutuamente y manifestándose de manera sutil. Según
él, en toda relación social, hay relaciones de fuerzas, y el poder es
particularmente una relación de fuerza. “Me parece que por poder hay que
comprender primero la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes
y propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su
organización...2”.
Lo hasta aquí comentado nos lleva a reflexionar sobre el modo en que
hoy circulan los discursos de saber-poder en el ámbito hospitalario.
Entendemos que coexisten aspectos revolucionarios, reformistas y
reaccionarios. Ya no creemos que exista una única verdad que construya
una practica, creemos que hay múltiples verdades y las mismas generan
efectos de poder, construyen subjetividad y modos de encontrarse con el
otro (paciente, familia del paciente, profesional psi, etc.) “Nos negamos al
“lo toma o lo deja”, bajo el pretexto de que la teoría justifica la práctica, al
nacer de esta, o que no se puede discutir el proceso de la “cura” más que a
partir de elementos sacados de la misma cura” iConsideramos necesario
incluir diversos elementos para pensar la práctica, elementos del campo
social, histórico y político.
Recapitulando lo dicho por Foucault otra característica del poder, es
que el mismo supone siempre la existencia de alguna forma de resistencia.
El poder no sería un fenómeno de dominación masiva y ubicable en cierta
clase o sector, sino que tiene que ser analizado como algo que circula, que
transita transversalmente, que no esta quieto en los individuos. “El
individuo es un efecto del poder (...) y al mismo tiempo elemento de
conexión. El poder circula a través del individuo que ha constituido”3 El
mismo atraviesa todos los cuerpos, el poder no es algo que se posee sino
que se ejerce y en este sentido todos lo ejercen.
Podemos apreciar como en el campo psi, en lo que respecta a la
internación de pacientes psiquiatricos, los profesionales ejercemos el poder
de dictar “sentencia”, ya sea con la internación o prescribiendo algún tipo
de tratamiento ambulatorio, sin visibilizar que existen otros modos de
2
M. Foucault “Historia de la sexualidad” Tomo 1, México, Siglo XXI, 1987, Pág. 113.
3
Foucault, M: “Microfísica del poder”, pag. 144
intervenir habilitando un modo diferente de circulación del poder. Es decir,
el poder circula en las instituciones a las cuales pertenecemos, usualmente
ocurre que el profesional psi mantiene la ilusión de que él lo representa, lo
ejecuta y a la vez lo reparte entre los diferentes actores de la institución
psiquiátrica. El profesional se impone, e impone sus diagnósticos, negando
la existencias de resistencia al poder que el detenta.
De este modo, Galende afirma que el poder psiquiátrico emana de la
red institucional en la cual se encuentra inmerso, a la cual representa y
desde la cual actúa. Sin embargo, en la institución emergen resistencias y
modos de circulación del poder diferentes al poder coercitivo que reproduce
la lógica manicomial que ya describiremos.
Cualquiera es portador de poder en sus intereses, deseos y actitudes.
El poder tiene así un carácter constructivo, crea sujetos a partir de sus
dispositivos (familia, educación, sexualidad, etc.). El poder produce y
trasmite discursos que, a su vez, lo reproducen. Estos circulan como efectos
de verdad. Verdad aquí es entendida en tanto construcción social que
conlleva efectos del poder.
La internación psiquiátrica es siempre una decisión dentro de una
lógica de poder, fundamentada en un diagnostico y un saber que asocia la
locura a la peligrosidad, en muchos casos, dejando de lado la condición
subjetiva del loco. Todo lo que este fundamente en relación a sí mismo, la
violencia que ejerza para oponerse a la decisión médica, serán
interpretados como síntoma de su enfermedad o radicada en su anatomía o
funcionamiento cerebral. Su subjetividad queda reemplazada por la nueva
figura del “alienado”.
El hecho del encierro ha sido y es una cuestión política, cuyo objetivo
es mantener controlado aquello que puede perturbar el orden social. Es
sobre la base de esta decisión política y de este ejercicio de poder que el
profesional psi elabora un saber sobre la enfermedad mental. Este, aún
desconociendo las causas que llevan a una persona a la locura, ejerce un
poder de decisión respecto a la posibilidad o incapacidad de una persona de
vivir en libertad.

El poder y la relación terapéutica


En la relación terapeuta paciente se juegan cuestiones referidas a la
circulación del poder, dado que siempre se trata de una relación asimétrica.
Galende plantea que el modelo manicomial de atención, en el cual el poder
lo detenta el profesional psi, no se circunscribe a la institución manicomio
sino que puede extenderse a otros ámbitos, sobre todo en relación al
diagnostico y la prescripción de tratamiento.
La atención en salud mental se basa en la intervención sobre otro, y en
ese sentido el mencionado autor recalca la importancia de una posición
ética en los actos que se realizan desde el rol profesional.
Pensamos que la primer cuestión parte de considerar al otro, como un
semejante. La dimensión ética que se desprende de esta valoración se
opone, por un lado, a la pretensión de objetividad, y por otro al poder de
dominación que de ella se deriva. El comportamiento del paciente, la
construcción de significados en su delirio, sus alucinaciones, son
experiencias singulares en las que están presentes la dimensión histórico
social de su ser. Excluir esta dimensión, intentando conocer su patología
desde una actitud de observación y descripción, desconoce la propia
condición subjetiva de quien describe, interpreta y valora, desconociendo a
su vez que en la interpretación y valoración se pone en juego su condición
de sujeto moral, es decir, el deber ser que lo constituye como sujeto social.
Reconocer como semejante al otro, hace que en relación a nuestras
valoraciones y nuestros modos de pensar, podamos construir con él una
relación en la cual su palabra pueda revelarnos algo de su sufrimiento.
El problema del sujeto que padece un trastorno mental no puede
reducirse a la prescripción de un psicofármaco ni a la implementación de
técnicas psicoterapéuticas de avanzada, lo que su estado psíquico expresa
exige tomar en cuenta la dimensión social e histórica de su padecimiento.
La medicación es una ayuda para el sufrimiento y para aumentar la
capacidad de reflexión en el individuo enfermo. Pero puede servir también a
la imposición de un poder coercitivo para dominar a un sujeto cuyo
comportamiento no se adecua al orden y la disciplina que la vida
institucional y social exige.
La conciencia de enfermedad no es otra cosa que conciencia de
sujeción y aceptación por el entorno de ese poder.

Sobre las producciones de verdad


Como lo enunciamos al comienzo en el ámbito público hospitalario,
donde desempeñamos nuestra práctica, nos encontramos con una
multiplicidad de discursos circulando; y es curioso observar como éstos se
plasman en las prácticas produciendo “una verdad” y atribuyendo “un
poder” a quién se agencia de ese discurso. Ambos conceptos están
íntimamente relacionados con “el saber”.
El intercambio de palabras entre un paciente y un profesional psi, no
es cualquier intercambio; está enmarcado en la transferencia institucional,
impregnado de la suposición de saber del profesional interviniente, y
evidenciado en la posición disimétrica de ambos. Cuando un profesional
“psi” se ubica frente a un paciente para acercarle la apreciación de su
“enfermedad”; integrar sus síntomas dentro de un cuadro psicopatológico,
explicarle las consecuencias de tal estado y motivarlo a trabajar sobre lo
que él considera “el problema”; ¿es consciente de estar elaborando un
constructo, una perspectiva, una verdad? ¿Se tiene en cuenta la dimensión
de imposición de una “mirada” supuestamente científica, objetiva, correcta?
Ese saber que se le supone al profesional, le da la posibilidad de erigir
una construcción de verdad legitimada por su posición y respaldada por la
institución. La apropiación de “una verdad”, que es siempre construida; y
la puesta en juego de la misma, desmintiendo su carácter artificial; otorga
“un poder” a quién se agencia de dicho discurso, llevándolo a incurrir en
fallas éticas. Y aquí es preciso distinguir el efecto de verdad que puede
tener una co-construcción fantasmática para un paciente, de aquella que se
funda, casi únicamente, en la apreciación que el profesional elabora del
paciente; y que luego proyecta con cierto “rigor científico”.
Ahora bien, creemos que ese poder, no siempre conscientemente
ejercido, debe tener una función importante en el desempeño cotidiano de
la práctica de un profesional. ¿Cuál es esa función? En esta imposición de
verdad y gozando de la pequeña cuota de poder que proporciona sería
posible ver un mecanismo de defensa ¿Tenderá éste a evitar el
cuestionamiento de nuestros propios constructos de “verdad”? ¿Eludiría al
profesional de enfrentarse a la angustia e impotencia que la practica
genera?
El no cuestionamiento de nuestros constructos, posee particular
relevancia para la homeostasis del aparato psíquico; contribuye a mantener
al Sujeto alejado del displacer que le produciría la angustiosa confrontación
con la falta en ser.
Esto es posible de observar en algunas manifestaciones clínicas, como
por ejemplo en los intentos de suicidio, cuestionando el sentido de la vida y
de la existencia. Por otro lado, la locura atormenta al sentido racional y
coherente del ser. ¿Cómo no habríamos de conmovernos, cuándo
trabajamos todo el tiempo, con lo que muchos intentan desmentir o evadir?
Aún cuando no resolvimos nuestras propias diferencias con la muerte y la
locura; debemos encontrarnos con quienes por distintas circunstancias de la
vida se han enfrentado a tales disyuntivas.
¿No es este un modo de asegurarse la existencia de un Otro que no
engaña, que pueda garantizar, con su mera existencia, las bases de la
verdad? Los que adoptamos al psicoanálisis como marco teórico, creemos
que las garantías no existen.

A modo de conclusión

“La noción de enfermedad está


constituida por el discurso médico, y
ese discurso es ordenador de
cualquier consideración que pueda
hacerse sobre la enfermedad. En
cambio hay un solo discurso sobre el
sufrimiento, y es el de la persona que
lo experimenta, es decir, el del
<enfermo>, aun cuando no podemos
designarlo con ese nombre sin entrar
ya en el discurso médico”

El recorrido realizado hasta aquí nos permite visibilizar algunos de los


modos en que circula el poder y el saber en el hospital donde desarrollamos
nuestra práctica. Nos centramos principalmente en el análisis de la relación
medico paciente y los discursos de verdad que giran en torno a ella. De lo
dicho emerge en nosotras una pregunta ¿De qué modo producimos y
reproducimos discursos que enunciados como verdad invisibilizan la
existencia de otros discursos y otras verdades? Pensar nuestro lugar en la
institución, implica pensarnos con otros, colegas y pacientes, pensar los
atravesamientos que nos afectan y producen como sujetos. Incluir la
importancia de quien asiste al hospital, de quien justifica nuestra presencia
y nuestro hacer ahí. El nos habilita finalmente en nuestra posición. Con su
presencia o ausencia nos otorga o nos quita un lugar. Creemos que incluir al
otro en su diferencia define una posición ética que a su vez permite pensar
condiciones que habiliten la emergencia de nuevos discursos, nuevas
verdades.
i

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