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Wellhausen, Julius

Biblista protestante, muy influido por el pensamiento de Hegel y por las corrientes del protestantismo liberal más extremoso. Sus estudios histórico-religiosos
están realizados con una mentalidad racionalista y con unas actitudes que no reconocen la divina inspiración de la Biblia. Su numerosa producción en crítica
literaria del Antiguo Testamento dejó, sin embargo, fuerte influjo en la exégesis bíblica. Todavía gravitan aspectos de sus hipótesis, sobre todo en
reconstrucciones de la formación literaria del Pentateuco. 
      Nace en Hameln (Westfalia) el 17 mayo 1844; estudia teología en la Univ. de Gotinga, bajo la dirección de Heinrich Ewald. En 1870 se establece allí como
Privatdozent de Historia del Antiguo Testamento. Su carrera docente se inicia propiamente en 1872 cuando consigue ser catedrático de Teología en
Greifswald. De esta actividad nace Prolegomena zur Geschichte Israels, donde lanza sus fundamentos de la crítica literaria, histórica y religiosa de la tradición
de Israel. Por dificultades con la comunidad protestante a la que pertenecía, abandona en 1882 su cátedra de Teología y se hace profesor extraordinario de
lenguas orientales en la Facultad de Filología de Halle. Es elegido catedrático en Marburgo en 1885 y transferido a Gotinga en 1892, donde muere el 7 en.
1918. 
      Sus obras más conocidas son: De gentibus et familiis Judáeis (Gotinga 1870), Der Text Bücher Samuelis untersucht (Gotinga 1871), Die Pharis'der und
Saddc'der (Greifswald 1874), Prolegomena zur Geschichte Israels (Berlín 1882), Muhammed in Medina (Berlín 1882), Die Komposition der Hexateuch und der
historischen Bücher des Alten Testaments (1889), Israelitische und Judische Geschichte (1894), Reste Arabischen Heidentums (1897) Das arabische Reich
und sein Srurz (1902), Skizzen und Verarbeiten (1899). Edita nuevamente a F. Bleek Einleitung in das Alte Testament (1878) y en colabdración con A. Julicher,
A. Harnack y otros publica Die christliche Religion, mit Einschluss der israelitisch-jüdiechen Religion (1906). Se interesa también por el N. T. y publica: Das
Evangelium Marci, ubersetzt un erkliirt (1903), Das Evangelium Mathiii y Das evangelium Luk (1904), Einleitung in die drei ersten Evangelien (1905). 
      En diversos estudios bíblicos se habían lanzado hipótesis de trabajo acerca de que el Pentateuco se habría formado por la colección o unificación de
fragmentos o documentos (llamados J, E, D, P). W. recoge esas hipótesis e intenta sintetizarlas y establecer la cronología de los documentos, pero aplicando
sus criterios y prejuicios evolucionistas a la historia de las principales instituciones del Antiguo Testamento: el lugar del culto, el calendario religioso y el
sacerdocio levítico. Concluye que el llamado Priestercodex (P) es el más reciente; la cronología de los documentos sería J, E, D, P. A partir de aquí intenta
también rehacer la evolución religiosa de Israel inspirándose de la dialéctica hegeliana de la tesis, antítesis y síntesis. Los profetas aparecen así, según él,
como genios creadores al predicar un monoteísmo ético. El judaísmo es un nomismo cultual; y la Leyes el punto de llegada de esta evolución, que se
transforma en un absoluto. que se refleja en el documento Sacerdotal (P). Esta es la situación que, según él, se explica por las reformas dc Esdrás y de
Nehemías (Esdr 7.7) y la continuación de una teocracia, cuyo jefe es el Sumo Sacerdote, cabeza de una jerarquía bien estructurada de sacerdotes y levitas.
De este modo, P representa la mentalidad de los sacerdotes de Jerusalén, después del exilio de Babilonia e influenciados por Ezequiel 40-48. Sus teorías en el
campo del N. T. encontraron menor eco. 
      Las teorías de W ., según las cuales nada de sobrenatural hay en la revelación del A. T ., aunque en su momento tuvieron un fulgurante éxito entre ciertos
sectores del protestantismo y entre los racionalistas en general, en su conjunto no han sido seguidas por nadie, aunque en algunas cuestiones de detalle o en
aspectos concretos tengan elementos aprovechables para una exégesis e interpretación de la :S. E. más sana y completa. Así, en la redacción inspirada del
Pentateuco, como en la de otros libros de la S. E., han podido confluir diversos textos escritos en diferentes ocasiones. Pero es evidente, como se ha podido
comprobar, que el monoteísmo no es creación de los profetas, sino que está en el origen mismo de la religión de Israel; así como la Ley mosaica no es el punto
de llegada de la supuesta evolución de esa religión, sino el comienzo. 
     

El descubrimiento de la Biblia (3 de 4)
La hipótesis documental llega al siglo XXI

 Manel Gozalbo
Lunes, 16 de Marzo de 2009, 13:29 horas | Manel Gozalbo, Tribuna

               

l hombre que detiene momentáneamente el desfile de teorías críticas sobre la composición redaccional de las escrituras

veterotestamentarias es el erudito alemán Julius Wellhausen (1878), quien, lejos de limitarse a  Génesis o al Pentateuco como la mayoría

de sus predecesores, investiga el Antiguo Testamento al completo, y mediante su envidiable capacidad para sintetizar y armonizar lo

rehace de punta a cabo, prácticamente reinventándolo y anonadando a todos sus contemporáneos. (El libro principal de

Wellhausen, Prolegomena to the History of Israel, es fácilmente localizable en la red, ya que ha sido incluido en el Proyecto Gutenberg).

En la cronología bíblica de Wellhausen encontramos un documento yahvista (J) del s. IX a.C. A éste sigue uno elohista (E) del s. VIII a.C.,

fundido con aquel por un Redactor jehovista (R 1, o RJE) hacia 622 a.C (Hilqqiyahu ataca de nuevo). Viene luego el documento

deuteronomista (D), de la misma época que R 1, que es añadido a JE en la segunda mitad del s. VI a.C. por un segundo Redactor (R 2, o

RD). Por último, un documento sacerdotal (P) de la primera mitad del s. V a.C. es agregado por un tercer R del s. IV a.C., quien

posiblemente también fue el Redactor final (o R por excelencia). Orillando matices, i.e. las R alegadas por Wellhausen como pegamento,

se acepta el esquema de la tercera hipótesis documental y sobre todo se repite su cronología.

La hipótesis documental ha venido para quedarse

En poco tiempo, siguiendo las normas un tanto simplistas de Wellhausen, sus acólitos dividieron J en J 1, J2 y J3, todas datadas entre

mediados del s. IX y mediados del s. VIII a.C., y usando argumentos, por lo demás, que no dejaban muy claro por qué esas tres jotas no

podían ser una única J del s. VIII a.C. Así mismo, E fue objeto de subdivisiones, E 1 y E2, fechadas ambos entre mitad del s. VIII y mitad

del s. VII a.C., y lo propio pasó con D, descompuesto en D 1, D2, D3 y D4, todos de entre Hilqqiyahu y el final del destierro. La integridad de

P corrió idéntica suerte, encontrándosele un P h autor de Lev 17-26, ley de santidad (Heilige en alemán, de ahí la h volada), un P g (con g

de Grundschrift, o escrito fundamental) responsable de la práctica totalidad de P, y un P s (con s de suplementos) al que debemos

secciones escogidas de Lev. Cabría preguntarse, al margen de las distintas filosofías que las animaron, qué distingue hoy a la  hipótesis de
los fragmentos con sus relatos acumulados de esta sopa alfanumérica poswellhausiana con J 1, J2, J3, E1, E2, RJE, D1, D2, D3, D4, RD, Ph, Pg,

Ps, RP y R.

El alboroto causado por los wellhausianos —con algún autor a menos de medio metro del culto a la personalidad— no tuvo precedentes.

Si hasta ese momento la crítica bíblica era tema de una minoría, acostumbrada a que sus trabajos se incluyeran en el Índice mientras

pasaban totalmente inadvertidos en el tráfago editorial, con los wellhausianos se rompieron todas las barreras. Sin duda, junto a sus

mayores o menores aciertos, contribuyó a ello la lógica, la claridad y el ropaje erudito de Wellhausen, pero no tanto porque hicieran que

su exposición fuera verdaderamente convincente cuanto por lo que traían consigo: la total desaparición de Moisés como autor —siquiera

parcial— de la Torah y la total desaparición del sentido sobrenatural de la Historia Sagrada. Wellhausen y los suyos leían y analizaban las

Escrituras como cualquiera leía y analizaba el periódico de la mañana: como un texto profano a rebosar de falsificaciones históricas. Los

milagros, las intervenciones divinas, incluso el valor teológico de los relatos, eran cuestiones olímpicamente despreciadas en la nueva

hipótesis, pues no revelaban nada salvo la capacidad fantaseadora del hagiógrafo de turno. Ya otros antes habían leído la Biblia como una

simple obra de ficción puramente humana, estudiándola con criterios racionalistas y negando cualquier inspiración divina, pero Julius

Wellhausen fue el primero en resultar dolorosamente convincente. Lo de sus predecesores solo provocó una burlona sonrisa de

superioridad y un par de oraciones semanales por sus almas extraviadas; pero lo suyo escocía. El escándalo estaba servido[1].

El 27 de junio de 1906, los miembros de la recién fundada PCB —Pontificia Comisión Bíblica, especie de juez tutelar de las Escrituras—

tuvieron ocasión de dar a conocer la opinión eclesial con ocasión de una pregunta que se les hizo referente a la autenticidad mosaica del

Pentateuco [2]:

I. Si los argumentos empleados por los críticos para oponerse a la autenticidad mosaica de los sagrados libros que se designan con el nombre de

Pentateuco tienen tanta fuerza que, dejando a un lado tan gran número de testimonios de uno y otro Testamento tomados colectivamente, la constante

conformidad de opiniones del pueblo judío y la permanente tradición de la Iglesia, así como también los argumentos internos que se sacan del mismo texto,

den pie para afirmar que estos libros no tienen por autor a Moisés, sino que han ido formándose de fuentes en su mayor parte posteriores a la época de

Moisés.

Respuesta: Negativamente.

En la segunda parte de esta Respuesta, la PCB afirmaba que el concepto de autoría mosaica incluía no solo lo escrito efectivamente por

Moisés sino todo aquello que otros, contando con su aprobación, hubieran escrito en su nombre (concesión que no modificaba en

absoluto la fecha redaccional de la Torah). En la tercera parte se aceptaba que Moisés hubiera hecho uso de fuentes orales y escritas

anteriores y no necesariamente hebreas. Y en la cuarta parte, la que de modo más directo atañía a la labor de la crítica, la PCB respondía

con la misma calculada ambigüedad con que le hacían la pregunta [3]:

IV. Si, salvando sustancialmente la autenticidad mosaica y la integridad del Pentateuco, se puede admitir que en tan largo transcurso de siglos haya

sufrido modificaciones, como añadiduras después de morir Moisés, puestas por un autor inspirado, glosas y explicaciones intercaladas en el texto, ciertas

palabras y formas de una lengua antigua traducidas a una lengua moderna; en fin, lecciones equivocadas que ha de atribuirse a defecto de los

amanuenses, sobre las que es lícito investigar y juzgar las normas de la ciencia crítica.

Respuesta: Afirmativamente, salvo el juicio de la Iglesia.

En resumidas, el gran y principal autor de la Torah —según la PCB, según Roma— es Moisés, que pudo ayudarse de secretarios

contemporáneos y que pudo disponer de documentos previos. Lo posterior, y siempre que el juicio de la Iglesia así lo falle, no son

sino añadiduras, glosas, explicaciones intercaladas yanacronismos verbales. De poca monta para abajo, nada grave ni importante,

aunque suficiente para tapar unos cuantos agujeros (a partir de la Respuesta, ciertos anacronismos, vgr., se

consideraron glosas  oañadiduras). Sencillamente, la PCB descabezaba la hipótesis documental en cualquiera de las versiones hasta

entonces formuladas, y muchos creyentes —los que pasteleaban con lo que entonces se llamó  modernismo— la vitorearon al descubrir en

ella un delicado compromiso entre la Tradición y la Implacable Crítica, un compromiso que por su intrínseca vaguedad parecía diseñado

para durar.
Vana ilusión. El impacto de esta Respuesta  —entiéndase impacto en términos de acatamiento más o menos incondicional— apenas

resistió hasta los años 20 del siglo pasado. Los avances filológicos no se detuvieron, y los descubrimientos de antiguos textos orientales

tampoco. Unos y otros —aquellos por lo interno y estos por lo externo— fueron empujando contra Moisés incluso a los más reticentes.

Resultaba cada vez más evidente que el lenguaje del Pentateuco, incluso el de sabor más añejo, no podía remontarse hasta el s. XIII o XIV

a.C. —donde por costumbre se ubicaba a Moisés—, siendo algunas secciones tan recientes que producía vergüenza asociarlas a alguien del

segundo milenio. Los arqueólogos, a más de cuestionar la imagen tradicional del Israel de los s. XII-X a.C. —desde la problemática

conquista de Josué al más que problemático imperio de Salomón— y de impugnar irrefutablemente la validez histórica de la Torah,

continuaron aireando la rica literatura de los pueblos circundantes, cuyas penetrantes luces sacan las entrañas nada mosaicas de

demasiadas narraciones pentatéuquicas. Puede decirse, en fin, que en la primera mitad del siglo XX la Tradición recibió fuertes reveses

por parte del descreído mundo moderno. Moisés los encajó con la cara de tótem coronando la frágil columna escriturística que la PCB y el

consenso teológico le habían reservado. Cara de tótem, por cierto, de la que aun no se ha repuesto, porque siguen sin aparecer las

«pruebas» que, según sucesivas oleadas de optimismo teológico en los últimos 50 años, «le devolverán a la vida escriturística» (y que me

perdone César Vidal, que todavía cree que Moisés no solo existió sino que escribió casi que de su puño y letra la Torah).

La hipótesis tolerada

El caso es que, hasta la Segunda Guerra Mundial, los expertos, lejos de disminuir el tráfico de siglas posmosaicas, lo acrecentaron. La

PCB volvió a salir a escena en 1948 con ocasión de una consulta que el cardenal Suhard, a la sazón arzobispo de París, realizaba

justamente acerca de la Respuesta  de la PCB arriba extractada. Preguntada sobre los términos precisos en que debía juzgarse la

autenticidad mosaica del Pentateuco, la PCB despejó considerablemente el horizonte que ella misma había emborrascado cuarenta años

atrás [4]:

En cuanto a la composición del Pentateuco, ya reconocía la Pontificia Comisión Bíblica, en el decreto antes mencionado del 27 de junio de 1906, que

se puede afirmar que Moisés «para componer su obra, se sirvió de documentos escritos o de tradiciones orales», y admitir asimismo modificaciones y

adiciones posteriores a Moisés. No hay quien dude hoy de la existencia de estas fuentes y no admita un crecimiento progresivo de las leyes mosaicas

debido a las condiciones sociales y religiosas de tiempos posteriores, progresión que se echa de ver también en los relatos históricos. No obstante, incluso

en el campo de los intérpretes no católicos, se profesan hoy opiniones muy diversas acerca de la naturaleza y número de estos documentos, su

denominación y su fecha. Y no faltan autores en diferentes países que por razones puramente críticas e históricas, sin propósito apologético alguno,

rechazan resueltamente las teorías más en boga hasta ahora y buscan la explicación de ciertas particularidades redaccionales del Pentateuco no tanto en

la diversidad de documentos cuanto en la psicología especial, cuanto en los procedimientos particulares, hoy mejor conocidos, del pensamiento y de la

expresión de los antiguos orientales, y aun en el diferente género literario exigido por la diversidad de materias. Por todo lo cual invitamos a todos los

sabios católicos a estudiar estos problemas sin opinión preconcebida, a la luz de una sana crítica y a base de los resultados de otras ciencias interesadas

en esta materia, y un estudio de esa índole establecerá sin duda la gran parte y la profunda influencia de Moisés como autor y como legislador.

En esencia, la PCB, en esta Carta del Secretario al Cardenal Suhard de 16 de enero de 1948, pese a presumir de su acertada visión en

la Respuesta de 1906, plegaba velas. En lo sucesivo, la autenticidad mosaica del Pentateuco queda abierta a franco debate. No más

tapujos de campanario ni contra las siglas ni contra la hipótesis documental. La crítica nacida con Spinoza y Simón torcía por fin el brazo

de la tozuda Tradición, la misma cuyos representantes atentaron contra la vida del primero, holandés de origen español y judío expulsado

de la sinagoga, por su Tractatus theologico-politicus (1670, publicado anónimamente en Hamburgo), y contra el honor y el empleo del

segundo, francés, sacerdote expulsado del Oratorio, por suHistoire critique du Vieux Testament (1678).

No transcurrió mucho tiempo antes de la siguiente gran exposición acerca de la composición del Pentateuco. Fue obra de Otto Eissfeldt

(otro alemán, y van…), que la dio a conocer en la edición de 1956 de su clásico Einleitung das Alte Testament (1934). A su juicio, al

documento más antiguo del Pentateuco convendría llamarlo L (de laico), sigla que de hecho no es sino otra ropa para las viejas J 1 y J2,

fechable entre mediados del s. X y mediados del s. IX a.C. La siguiente fuente en antigüedad sería precisamente J, la gran rival de L en

opinión de Eissfeldt, quien la data entre finales del s. X y mediados del s. VIII a.C., con acentuada preferencia por esta última fecha. Por

seguir con las equivalencias, la J de Eissfeldt se corresponde con las viejas J 3 y J4.
Viene a continuación el documento elohista, E, casi contemporáneo de J, fechado por Eissfeldt entre mediados del s. IX (como muy

pronto) y finales del s. VIII a.C. (como muy tarde, pero preferible). Al documento siguiente le toca la sigla B (inicial

de Bundesbuch = Libro de la Alianza: Ex 20:22-23:33), datable entre mediados del s. IX y mediados del s. VIII a.C., pero sin descartar

del todo la posibilidad de que se remonte al s. XIII-XII a.C. Luego de B, el omnipresente Hilqqiyahu, i.e. el documento  deuteronomista o

D, compuesto en tiempos de Josías, la segunda mitad del s. VII a.C., o tal vez un poquito antes, coronando un largo proceso de

recopilación de materiales antiguos. Se figura Eissfeldt a continuación un documento H (deHeiligkeitgesetz  = Ley de Santidad: Lev 17-

26) originado en la época del destierro babilónico, del cual subraya, como tantos otros autores antes y después que él, su visible conexión

con Ez y DtEz, a cuyos responsables considera probables partícipes en la redacción de H. Otto Eissfeldt cierra su catálogo de fuentes con

el código sacerdotal o P, compuesto entre el destierro y 398 a.C. Añadiéndole las oportunas R, indicativas de los sucesivos redactores que

fueron acoplando los documentos a la creciente masa literaria hoy conocida como Pentateuco, el esquema redaccional del teólogo alemán,

sin duda uno de los más influyentes en los años centrales de nuestro siglo, es el siguiente: L-J-RJ-E-RE-B-RB-D-RD-H-RH-P-RP y R.

Podría prolongar el desfile alfanumérico resumiendo el trabajo de una decena larga de autores significativos (desde Albright a Pfeiffer y

desde von Rad a Cross, desde Alt a Noth y desde de Vaux a Friedman o Whybray), cada uno con sus siglas, pues no han sido siglas

precisamente lo que le ha faltado a la crítica en los últimos cincuenta años (S [S 1, S2, Rs], K, etc.), cada uno con su cronología, cada uno

con sus prejuicios, cada uno con sus argumentos distintivos. No obstante las diferencias apreciables entre ellos, todos han tratado de

resolver la difícil cuestión de la composición de la Torah dentro de unos mismos márgenes y ajustándose a un mismo patrón, apenas

cambiando los taconeos en este estribillo o en aquel otro mientras suena una y otra vez, obsesiva y no poco inútilmente, la misma

cancioncilla de fondo.

Hace décadas que las autoridades católicas —las académicas y las otras— han aceptado el quid de la crítica escriturística, que someten,

por supuesto, como tiene que ser, a cuanta contradicción proceda. Pero basta asomarse a la letra pequeña de las introducciones de las

biblias, si es que uno no quiere invertir en obras especializadas, para darse cuenta de que la Biblia ha sido descubierta. Mientras, ajenos al

mundanal ruido y con ignorancia de premio gordo, los nunca desaparecidos integristas bíblicos siguen predicando que [5]

la Biblia es el libro más antiguo que se ha escrito; algunas partes se escribieron hace unos tres mil quinientos años. Es varios siglos más antiguo que

cualquier otro libro considerado sagrado. El primero de sus 66 libros se escribió unos mil años antes de Buda y Confucio, y unos dos mil años antes de

Mahoma.

El descubrimiento de la Biblia (1 de 4)

El descubrimiento de la Biblia (2 de 4)

NOTAS

1.  EB 85-86; 108; 129; 250-275; 276-284; 350; etc. ↑

2.  EB 174. ↑

3.  EB 174. ↑

4.  EB 583. Interesante notar que, en relación con los avances científicos producidos en las últimas décadas y con el propósito de saber si era posible definir de otro modo el

género literario de los once primeros capítulos de la Biblia, la propia PCB se reafirmaba en lo escrito a principios de siglo y comunicaba que « las … formas literarias de los

once primeros capítulos del Génesis … no responden a ninguna de nuestras categorías clásicas y no pueden ser juzgadas a la luz de los géneros literarios grecolatinos o

modernos. No puede, por consiguiente, negarse ni afirmarse la historicidad en bloque, sin aplicarles indebidamente las normas de un género literario en cuya clasificación

no caben. Si convenimos en no ver en estos capítulos historia en el sentido clásico y moderno, se debe confesar asimismo que los datos científicos actuales no permiten

presentar una solución positiva a todos los problemas que plantean. El primer deber de la exégesis científica es aquí estudiar atentamente por de pronto los problemas

literarios, científicos, históricos, culturales y religiosos relacionados con estos capítulos; luego examinar de cerca los procedimientos literarios de los antiguos pueblos

orientales, su psicología, su manera de expresarse y su noción misma de la verdad histórica; será necesario, en una palabra, reunir sin prejuicios todo el material de las

ciencias paleontológica e histórica, epigráfica y literaria. Solo de esta manera podemos esperar ver más claro la verdadera naturaleza de ciertos relatos de los primeros

capítulos del Génesis. Declarar a priori que sus relatos no contienen historia en el sentido moderno de la palabra, dejaría fácilmente entender que no la contienen en ningún

sentido.» 

Dos años y medio después, el 12 de agosto de 1950, Pío XII insistiría en la encíclica  Humani Generis: «Hay algunos que … en las [ciencias] históricas traspasan audazmente
los límites y las cautelas establecidas por la Iglesia. Y de un modo particular es deplorable el modo extraordinariamente libre de interpretar los libros históricos del Antiguo

Testamento. Los fautores de esa tendencia, para defender su causa, invocan indebidamente la Carta que no hace mucho tiempo la Comisión Pontificia para los Estudios

Bíblicos envió al arzobispo de París. Esta Carta advierte claramente que los once primeros capítulos del Génesis, aunque propiamente no concuerden con el método

histórico usado por los eximios historiadores grecolatinos y modernos, no obstante, pertenecen al género histórico en un sentido verdadero.» ↑

5.  Testigos de Jehová, ¿Qué propósito tiene la vida?, p. 10, sin indicación de autor, Ajalvir. ↑

2 comentarios

1. DON
El Pentateuco

       Los primeros cinco libros del AT ((Génesis; Éxodo; Levitico; Numeros; Deuteronomio - Gn., Ex., Lv., Nm.,
Dt.) constituyen la primera sección, y la más importante, de las tres partes que comprenden el canon judaico.
Conocida generalmente por los judíos como seµfer hattoÆraÆ, ‘libro de la ley’, o hattoÆraÆ, ‘la ley’, el
Pentateuco (griego pentateujos, ‘[libro] en cinco tomos’) se conoce también como los "cinco quintos de la ley".
Desde hace un siglo aproximadamente, muchos altos críticos, siguiendo a Alejandro Geddes (ca. 1800), han
tendido a ignorar la división tradicional, inclinándose por un "hexateuco" que comprende el Pentateuco más
Josué. Por otra parte, I. Engnell ha propuesto la palabra "tetrateuco" para separar al libro de Deuteronomio de
los primeros cuatro libros. Los presupuestos críticos que están en la base de estas sugestiones se examinan
abajo.

       La antigüedad de la división en cinco libros la confirman el Pentateuco samaritano y la LXX, que le dieron a
los libros sus nombres tradicionales; los judíos los identifican con la primera palabra o frase. Las divisiones
entre los libros las motivaron tanto los temas como consideraciones de orden práctico: los rollos de papiro sólo
podían contener alrededor de una quinta parte de la toÆraÆ. La tradición judía establece que debe leerse una
sección de la ley por semana en la sinagoga. Llevaba tres años completar el Pentateuco en Palestina. El
leccionario moderno, en el que el Pentateuco se lee completo en un año, proviene del que se usaba en
Babilonia. Es muy posible que se leyese un salmo junto con la lectura tradicional de los escritos proféticos
(haft\aµraÆ). Los cinco libros del salterio probablemente han sido acomodados al esquema del Pentateuco.

       Las referencias al Pentateuco en el AT están restringidas mayormente a los escritos del Cronista, que se
vale de varias designaciones: la ley (Esd. 10.3; Neh. 8.2, 7, 14; 10.34, 36; 12.44; 13.3; 2 Cr. 14.4; 31.21;
33.8); el libro de la ley (Neh. 8.3); el libro de la ley de Moisés (Neh. 8.1); el libro de Moisés (Neh. 13.1; 2 Cr.
25.4; 35.12); la ley de Jehová (Esd. 7.10; 1 Cr. 16.40; 2 Cr. 31.3; 35.26); la ley de Dios (Neh. 10.28–29); el
libro de la ley de Dios (Neh. 8.18); el libro de la ley de Jehová (2 Cr. 17.9; 34.14); el libro de la ley de Jehová
su Dios (Neh. 9.3); el libro de Moisés, siervo de Dios (Dn. 9.11; cf. Mal. 4.4). No se puede saber con seguridad
si las referencias a la ley en los escritos históricos se refieren al Pentateuco como tal o a partes de la legislación
mosaica, por ejemplo la ley (Jos. 8.34); el libro de la ley (Jos. 1.8; 8.34; 2 R. 22.8); el libro de la ley de Moisés
(Jos. 8.31; 23.6; 2 R. 14.6); el libro de la ley de Dios (Jos. 24.26).

       El NT usa designaciones similares: el libro de la ley (Gá. 3.10); el libro de Moisés (Mr. 12.26); la ley (Mt.
12.5; Lc. 16.16; Jn. 7.19); la ley de Moisés (Lc. 2.22; Jn. 7.23); la ley del Señor (Lc. 2.23–24). Las
descripciones del Pentateuco en ambos testamentos sirven para recalcar su paternidad divina y humana, su
autoridad como la ley obligatoria, y su forma escriturada en el libro.

       I. Contenido

       El Pentateuco narra las relaciones de Dios con el mundo, y especialmente con la familia de Abraham,
desde la creación hasta la muerte de Moisés. Consta de seis divisiones principales. Primero, el origen del mundo
y las naciones (Gn. 1–11). Esta sección describe la creación, la caída del hombre, los comienzos de la
civilización, el diluvio, la tabla de las naciones, y la torre de Babel. Segundo, el período patriarcal (Gn. 12–50)
narra el llamado de Abraham, la iniciación del pacto abrahámico, la vida de Isaac, de Jacob, y de José, y el
traslado del clan objeto del pacto a Egipto. Tercero, Moisés y el éxodo de Egipto (Ex. 1–18). Cuarto, la
legislación en Sinaí (Ex. 19.1-Nm. 10.10), que incluye la entrega de la ley, la construcción del tabernáculo, el
establecimiento del sistema levítico, y los preparativos finales para el viaje de Sinaí a Canaán. Quinto, las
peregrinaciones en el desierto (Nm. 10.11–36.13). Esta sección describe la partida de Sinaí, la aceptación del
informe mayoritario de los espias, el juicio consiguiente de Dios, el encuentro con Balaam, la desición de Josué
como sucesor de Moisés, y la distribucióm de la tierra entre las doce tribus. Sexto, los últimos discursos de
Moisés (Dt. 1–34) recapitulan los acontecimientos del éxodo, repiten y amplían los mandamientos sinaíticos,
clarifican lo relacionado con la obediencia y la desobediencia, e incluyen las bendiciones para las tribus, que
están preparadas para entrar en Canaán. Esta sección termina con la críptica descripción de la muerte y
sepultura de Moisés.

       II. Paternidad y unidad

       Durante siglos tanto el judaísmo como el cristianismo aceptaron sin cuestionamiento la tradición bíblica de
que Moisés escribió el Pentateuco. El único punto discutido era en relación con el relato de la muerte de Moisés
en Dt. 34.5ss. Filón y Josefo afirman que Moisés relató su propia muerte, mientras que el Talmud acredita a
Josué ocho versículos de la toÆraÆ, presumiblemente los últimos ocho.

       a. La crítica del Pentateuco hasta 1700 d.C.

       La tradición expresada en 2 Esdras 14.21–22, de que los rollos del Pentateuco, quemados en el sitio de
Jerusalén por Nabucodonosor, fueron escritos nuevamente por Esdras, aparentemeate fue aceptada por los
Padres de la iglesia primitiva, por ejemplo Ireneo, Tertuliano, Clemente de Alejandría, Jerónimo. Sin embargo,
no rechazaban la paternidad mosaica de la ley original. El primer indicio escrito del rechazo de dicha paternidad
es la afirmación de Juan de Damasco relativa a los nasarenos, secta de cristianos judíos. Las Homilías
clementinas enseñan que hubo interpolaciones diabólicas en el Pentateuco para tratar de hacer aparecer a
Adán, Noé, y los patriarcas en posición desfavorable. Cualquier pasaje que no guardase armonía con las
suposiciones ebionitas del autor resultaba sospechoso en este primer intento de realizar alta crítica. Entre las
piedras de tropiezo a la fe que Anastasio el sinaítico, patriarca de Antioquía (s. VII d.C.), intentó eliminar
estaban las cuestiones relacionadas con la paternidad mosaica del Génesis, y las supuestas discrepancias que
contenía dicho libro.

       Durante la época medieval, estudiosos judíos y musulmanes comenzaron a señalar supuestas
contradicciones y anacronismos en el Pentateuco. Por ejemplo, Ibn Ezra, siguiendo una sugestión del rabí Isaac
ben Jasos de que Gn. 36 fue escrito en fecha no anterior al reinado de Josafat por cuanto menciona a Hadad
(Gn. 36.35; 1 R. 11.14), sostuvo que pasajes tales como Gn. 12.6; 22.14; Dt. 1.1; 3.11 eran interpolaciones.

       El reformador A. B. Carlstadt (1480–1541), al observar que no había cambio alguno en el estilo literario de
Deuteronomio antes y después de la muerte de Moisés, negó que Moisés hubiese escrito el Pentateuco. Un
católico romano belga, Andreas Masius, escribió un comentario sobre Josué en el que atribuía a Esdras ciertas
interpolaciones en el Pentateuco. Posiciones similares mantuvieron dos eruditos jesuitas, Jacques Bonfrère y
Benedict Pereira. Dos filósofos famosos contribuyeron a preparar el camino para los modernos propulsores de la
alta crítica al hacerse eco, en algunos de sus escritos contemporáneos de mucha circulación, de las críticas a la
unidad de la ley: Thomas Hobbes atribuyó a Moisés todo aquello que se le atribuía en el Pentateuco, pero
sugirió que otras partes fueron escritas más bien acerca de Moisés que por él mismo; Benedicto Espinosa llevó
más lejos las observaciones de Ibn Ezra al notar la presencia de repeticiones y supuestas contradicciones, y
llegar a la conclusión de que Esdras, que escribió el mismo Deuteronomio, compiló el Pentateuco sobre la base
de una cantidad de documentos (algunos mosaicos). La crítica del Pentateuco en el siglo XVII alcanzó su punto
máximo en las obras del católico romano Richard Simon y el arminiano Jean LeClerc en 1685. LeClerc respondió
al punto de vista de Simon de que el Pentateuco era una compilación basada en muchos documentos, tanto de
origen divino como humano, afirmando que el autor debía de haber vivido en Babilonia entre el 722 a.C. y la
época de Esdras.

       b. La crítica del Pentateuco entre 1700 y 1900 d.C.

(i) La cuestión de la paternidad mosaica. A pesar de las cuestiones planteadas por católicos, protestantes, y
judíos en el período considerado arriba, la gran mayoría de los estudiosos y legos se aferraron a la creencia en
la paternidad mosaica. Se llegó a un hito en la crítica del Pentateuco en 1753, cuando el médico francés Jean
Astruc publicó su teoría de que Moisés había compuesto el Génesis basándose en dos meŒmoires antiguas
principales y una cantidad de documentos más cortos. La clave para la identificación de las dos meŒmoires
surgía del uso de los nombres divinos: una empleaba Elohim; la otra, Yahweh. Astruc sostuvo la paternidad
mosaica de Génesis, pero propuso su teoría de las fuentes múltiples para dar cabida a algunas de las
repeticiones y supuestas discrepancias que habían notado los críticos. J. G. Eichhorn amplió los conceptos de
Astruc para dar lugar a lo que se denomina "la teoría documentaria primitiva". Abandonando la paternidad
mosaica, atribuyó la edición definitiva de los documentos elohísta y yahvista de Génesis y Ex. 1–2 a un redactor
desconocido. K. D. Ilgen llevó esta teoría documental más lejos todavía cuando descubrió en Gn. 17 fuentes
independientes atribuibles a tres autores, dos de los cuales usan Elohim y el otro Yahweh.

       Un sacerdote católico romano escocés, Alexander Geddes, ahondó en la identificación de varias de las
meŒmoires de Astruc y propuso (entre 1792 y 1800) la teoría fragmentaria, que sostiene que el Pentateuco
fue compuesto por un redactor desconocido, basándose en una cantidad de fragmentos que se originaron en
dos círculos diferentes: uno elohístico, el otro yahvístico. Dos eruditos alemanes abrazaron esta teoría y la
ampliaron: J. S. Vater procuró trazar la formación del Pentateuco a partir de más de treinta fragmentos; W. M.
L. De Wette recalcó el carácter comparativamente tardío de buena parte del material legal y, significativamente
para las investigaciones posteriores, identificó el libro de la ley de Josías como el de Deuteronomio (en esta
identificación se le anticipó Jerónimo 1.400 años antes).

       La propuesta de De Wette de un solo documento básico ampliado por numerosos fragmentos fue
perfeccionada por H. Ewald, quien en 1831 sugirió que el documento principal debía ser la fuente elohística que
contenía el relato desde la creación hasta el libro de Josué, la que recibió los aportes del yahvista, quien fue
asimismo el redactor final. Si bien Ewald posteriormente se retractó de esta "teoría complementaria", la misma
persistió en los escritos de F. Bleek.

       La "nueva teoría documental" fue apadrinada por H. Hupfeld, quien, como Ilgen, encontró tres fuentes
independientes en Génesis: el elohísta original (E¹), el elohísta tardío (E²), y el yahvista (J). Un año más tarde,
cuando E. Riehm publicó su Die Gesetzgebung Mosis im Lande Moab en 1854, que pretendía demostrar el
carácter independiente de Deuteronomio, ya se habían aislado y fechado los cuatro documentos principales en
el orden siguiente: E¹, E², J, D.

       K. H. Graf (en 1866) dio impulso a la sugestión de E. G. Reuss, J. F. L. George, y W. Vatke, y afirmó que
E¹ (llamado P, por el código sacerdotal [del al. Priester], por los estudiosos modernos), en lugar de ser el
documento más primitivo, era el más tardío. Luego el debate se centró en la cuestión de si E²(E)JDP(E¹) o JEDP
constituiría el orden cronológico correcto. La obra de A. Kuenen, aseguró el triunfo del segundo orden y preparó
la escena para la aparición del actor principal en el drama de la crítica del Pentateuco, Julius Wellhausen.

(ii) El criterio de Wellhausen. Las importantes publicaciones de Wellhausen entre 1876 y 1884 dieron a la teoría
documental su marco más convincente y popular. Expresado en forma simple, esta teoría sostiene que J (ca.
850 a.C.) y E (ca. 750 a.C.) fueron combinados por un redactor (RJE) alrededor del 650 a.C. Cuando D (leyes
deuteronómicas, ca. 621) fue agregado por R (ca. 550) y P (ca. 500–450) por R ca. del 400 a.C., el Pentateuco
quedó básicamente completo. La presentación de Wellhausen comprendía más que un mero análisis
documental. Relacionó sus estudios críticos con un acercamiento evolucionista a la historia de Israel, que
limitaba la historicidad del período patriarcal y tendía a desmerecer la prominencia de Moisés. La religión de
Israel avanzó de los simples sacrificios en altares familiares en los días del asentamiento hasta la compleja
estructura legalista de Levítico (P), perteneciente a la época de Esdras (Sacerdotes y levitas). En forma
semejante, el concepto de Dios que tenía Israel evolucionó a partir del animismo y el politeísmo de la época
patriarcal, siguiendo con el henoteísmo de los tiempos de Moisés y el monoteísmo ético de los profetas del siglo
VIII hasta llegar al Yahvéh soberano de Is. 40ss.

       Tan fundamentales resultaron para la erudición posterior las ideas de Wellhausen que su influencia en los
estudios biblicistas ha sido comparada frecuentemente con la de Darwin en las ciencias naturales.
Principalmente a través de los escritos de W. Robertson Smith y S. R. Driver, el análisis documental de
Wellhausen obtuvo gran aceptación. La siguiente síntesis (algo simplificada) ofrece un bosquejo de las
características básicas de los documentos pentateucos según la escuela de Wellhausen.

       El relato yahvista (J) procede, según se afirma, de los primeros años de la monarquía (ca. 950–850 a.C.).
Alusiones a la expansión territorial (Gn. 15.18; 27.40) y el ascendiente de Judá (Gn. 49.8–12) supuestamente
señalan una fecha salomónica. El documento J cuenta la historia de las relaciones de Dios con el hombre desde
la creación del universo hasta la entrada de Israel en Canaán. La combinación de majestad y simplicidad que se
encuentra en J lo señala como un notable ejemplo de literatura épica, digno de comparación con la Ilíada de
Homero. Con origen en Judá, el documento yahvista tiene algunos rasgos literarios distintivos, además de la
preferencia por el nombre Yahvéh: sûifh\aÆ, ‘criada’, se prefiere a <aµmaÆ (E); se usa Sinaí en lugar de
Horeb (E); hay frecuentes etimologías populares, por ejemplo Gn. 3.20; 11.9; 25.30; 32.27.

       Intensamente nacionalista, el relato J registra en detalle las hazañas de las familias patriarcales, incluso
aquellas que no son particularmente dignas de alabanza. Teológicamente J se destaca por sus antropopatismos
y antropomorfismos. Dios, en forma cuasi humana, habla y se mueve entre los hombres, aun cuando nunca se
pone en duda su trascendencia. Las transparentes biografías de los patriarcas, narradas en forma hábil y
sencilla, constituyen un rasgo destacado de J.

       El relato elohísta (E) se fecha generalmente alrededor de un siglo después de J, 850–750 a.C. Se ha
sugerido origen septentrional (efraimita) para E, sobre la base de la omisión de los relatos de Abraham y Lot,
que se centran en Hebrón y las ciudades de la llanura, y la importancia que se asigna a Bet-el y Siquen (Gn.
28.17; 31.13; 33.19–20). José, progenitor de las tribus septentrionales de Efraín y Manasés, representa un
papel prominente. Más fragmentario que J, E no obstante tiene sus propias peculiaridades estilísticas: "el río"
es el Éufrates; se usa la repetición en las menciones directas (Gn. 22.11; Ex. 3.4); En las respuestas a la
Deidad se usa la expresión "heme aquí" (hinneµnéÆ).

       Si bien es menos digno de mención que J como composición literaria, el documento E se destaca por su
énfasis moralista y religioso. Sensible a los pecados de los patriarcas, E intenta racionalizarlos, mientras que los
antropomorfismos de J se remplazan por revelaciones divinas mediante sueños y mediación angelical.
Contribución notable de E es la historia de la forma en que Dios probó a Abraham mediante la orden de
sacrificar a Isaac (Gn. 22.1–14). Con poderosa simplicidad el cuadro del conflicto entre el amor a la familia y la
obediencia a Dios va tomando forma, y con fuerza profética se transmite la lección relativa a la interioridad del
verdadero sacrificio.

       El documento deuteronomista (D), en los estudios pentateucos, se corresponde aproximadamente con el
libro de Deuteronomio. Esencial para la hipótesis documental es el parecer de que el libro de la ley de la época
de Josías (2 R. 22.3–23.25) formaba parte, por lo menos, de Dt. Las correspondencias entre D y los términos
de la reforma de Josías son dignas de mención: el culto se centraliza en Jerusalén (2 R. 23.4ss; Dt. 12.1–7); se
prohíben específicamente los actos de adoración falsos (2 R. 23.4–11, 24; Dt. 16.21, 22; 17.3; 18.10, 11). D
destaca marcadamente el amor de Dios para con Israel y la obligación de ella de corresponder, filosofía de la
historia que anuncia las condiciones de las bendiciones y el juicio de Dios, y la necesidad de un vigoroso sentido
de justicia social según los enunciados del pacto. D, colección de sermones más que de relatos, ofrece un
cúmulo de materiales legales y exhortativos compilados durante las exigencias del reinado de Manasés y
combinadas con JE después de la época de Josías.

       El documento sacerdotal (P) reúne leyes y costumbres de diversos períodos de la historia de Israel y los
codifica de tal modo que queda estructurado el aspecto legal del judaísmo posexílico. P contiene algunos
relatos, pero se ocupa más particularmente de las genealogías y los orígenes patriarcales de las prácticas
rituales y legales. Divisiones formales tales como las diez "generaciones" de Génesis y los pactos con Adán,
Noé, Abraham y Moisés se atribuyen generalmente a P. La complejidad de la estructura legal y ritual de P se
interpreta generalmente como indicación de fecha posexílica, especialmente cuando P (por ejemplo Ex. 25–31;
35–40; Lv.; las leyes de Nm.) se compara con el ritualismo sencillo de Jue. y 1 S. Como documento literario P
no puede compararse con las fuentes más antiguas, porque la afición a los detalles complejos (por ejemplo las
genealogías y detalladas descripciones del tabernáculo) tiende a desalentar la creatividad literaria. La
preocupación del movimiento sacerdotal por la santidad y la trascendencia de Dios se pone de relieve en P,
donde toda la legislación se ve como un medio de gracia por el que Dios anula la distancia entre sí mismo e
Israel.

       c. La crítica del Pentateuco después del 1900 d.C.

       El análisis documental no terminó con las investigaciones de Wellhausen. Rudolf Smend, ampliando una
sugerencia hecha en 1883 por Karl Budde, intentó dividir el documento yahvista en J¹ y J² en todo el
hexateuco. Lo que Smend había llamado J¹, Otto Eissfeldt indentificó como fuente laica (L), por cuanto
contrasta directamente con el documento sacerdotal, y destaca el ideal nómada por oposición al modo de vida
cananeo. El documento kenita (K) o ceneo, de Julian Morgenstern, supuestamente vinculado con la biografía de
Moisés y las relaciones entre Israel y los ceneos, el documento S (Sur o Seir) de R. H. Pfeiffer en Génesis, que
corresponde en parte al documento L de Eissfeldt, y la división de Gerhard von Rad del documento sacerdotal
en PA y PB constituyen refinamientos adicionales de una crítica documental que ha alcanzado su punto extremo
en las detalladas disecciones de P en la obra de B. Baentsch sobre Levítico (1900), donde siete fuentes
principales de P se modifican aun más por el descubrimiento de uno o más redactores. Esta tendencia a la
atomización está representada en las obras de C. A. Simpson.

       d. Reacciones ante la teoría de Graf-Wellhausen

       Los conservadores, convencidos de que su punto de vista sobre la inspiración y toda la estructura teológica
edificada sobre ella estaban en juego, se unieron casi inmediatamente en la lucha contra los críticos del
Pentateuco. A la vanguardia de esta reacción marchaban E. W. Hengstenberg y C. F. Keil. Después de la
aparición de la monumental síntesis de Wellhausen la batalla fue continuada por W. H. Green y James Orr,
cuyos cuidadosos estudios de los análisis documentales pusieron de manifiesto el hecho de que resultaban
insuficientes tanto en cuanto a las pruebas literarias como a los presupuestos teológicos. La orientación
impulsada por estos estudiosos fue continuada por las investigaciones de R. D. Wilson, G. Ch. Aalders, O.T.
Allis, y E. J. Young.

       (1) El uso de los nombres divinos. Los ataques conservadores a la teoría wellhausiana generalmente se
han llevado a cabo siguiendo las siguientes líneas. El uso de los nombres divinos como criterio para separar
documentos ha sido cuestionado en cuatro sentidos: (1) Las pruebas de la crítica textual, especialmente
basadas en el Pentateuco de la LXX, sugiere el hecho de que había menos uniformidad y más variedad en
manuscritos primitivos del Pentateuco que en el TM, que se ha usado tradicionalmente como base del análisis
documental (si bien la obra The Divine Names in Genesis, 1914, de J. Skinner ha debilitado la fuerza de este
argumento).

       (2) El estudio de R.D. Wilson sobre los nombres divinos en el Corán evidenció el hecho de que ciertos
suras del Corán prefieren Allah (4; 9; 24; 33; 48; etc.), mientras que otros prefieren Rab (18; 23; 25–26; 34,
etc.), del mismo modo en que ciertas secciones de Génesis usan Elohim por ejemplo Gn. 1.1–2.3; 6.9–22;
17.2ss, 20, etc.) y otras Yahweh (por ejemplo Gn. 4; 7.1–5; 11.1–9; 15; 18.1–19.28, etc.), si bien no hay
apoyo alguno entre los entendidos para un acercamiento documental a los estudios del Corán basados en los
nombres divinos.

       (3) El uso de Yahweh Elohim (Gn. 2.4–3.24; Ex. 9.30) ofrece un problema especial para la teoría de
Wellhausen, ya que comprende la combinación de los nombres divinos que supuestamente constituyen claves
para la separación de documentos; la LXX contiene muchos más casos de esta combinación (por ejemplo Gn.
4.6, 9; 5.29; 6.3, 5), habiendo también considerables pruebas de nombres compuestos para las deidades en la
literatura ugarítica, egipcia y griega.

       (4) Es probable que el intercambio de Yahvéh y Elohim en el Pentateuco refleje un intento por parte del
autor de recalcar las ideas asociadas con cada nombre. Estos y otros problemas relacionados con los nombres
divinos hace ya mucho que han tenido el efecto de hacer que los críticos documentales asignen menos
importancia a lo que en un momento constituía el punto de partida de todo el proceso del análisis documental.

(ii) Dicción y estilo. Las diferencias de dicción y estilo, eslabón importante en la cadena de pruebas para la
teoría de Wellhausen, han sido puestas en tela de juicio por una cantidad de conservadores. Se ha recalcado el
hecho de que los relatos del Pentateuco son demasiado fragmentarios para ofrecer una muestra adecuada del
vocabulario de un autor, y que a veces se ha prestado atención insuficiente al hecho de que diferentes tipos de
literatura requieren vocabularios diversos. Las palabras supuestamente peculiares a un documento se atribuyen
a veces a un redactor cuando aparecen en otra fuente. Este recurso de valerse de un redactor cuando los
hechos ponen en duda las teorías críticas parecería un método demasiado fácil y conveniente para resolver los
problemas. En lo que hace a cuestiones de estilo, los conservadores y otros han señalado con frecuencia la
subjetividad que se evidencia en tales juicios, y la gran dificultad que representa someter tales opiniones al
análisis científico. Lo que para un crítico pareciera ser una narración gráfica y vibrante puede parecerle a otro
floja o pomposa. W.J. Martin ha destacado algunas de las dificultades que encuentran los críticos literarios, si
bien es necesario tener precaución en el uso de las analogías tomadas de la crítica literaria occidental para el
estudio de la literatura oriental.

(iii) Relatos dobles. La presencia de relatos dobles (a veces denominados dobletes) se ha considerado como
prueba clave de la diversidad de fuentes. Aalders y Allis han examinado una cantidad de dichas repeticiones
(por ejemplo Gn. 1.1–2.4a; 2.4b–25; 6.1–8, 9–13; 12.10–20; 20; 26.6–11) y han procurado mostrar que su
presencia en el texto no debe necesariamente interpretarse como prueba de una multiplicidad de fuentes. Por
el contrario, la repetición dentro de la prosa hebrea puede tener relación con el uso característicamente hebreo
(y más aun, semítico) de la repetición con fines de intensificación. Las ideas se subrayan en la literatura hebrea
no por la conexión lógica con otras ideas, sino por una especie de repetición creadora que procura influir en la
voluntad del lector. El uso litúrgico puede también ser motivo para la repetición tanto en las porciones
narrativas como en las legislativas del Pentateuco.

       Por lo que concierne a Gn., contribución conservadora es la de P. J. Wiseman. Sugiere el autor que los
pasajes toÆleµd_oÆt (los que comienzan o terminan con la frase "estas son las generaciones …") indican las
diversas fuentes disponibles a Moisés en la compilación de sus relatos más primitivos. Este método fue
popularizado por J. Stafford Wright.

       Los conservadores no han sido lerdos para aprovechar las conclusiones de los no conservadores cuando
dichas conclusiones tendían a cuestionar la validez de la hipótesis documental. El sostenido ataque a las teorías
de los wellhausianos por B. D. Eerdmans constituye un ejemplo de esto. Si bien negaba la paternidad literaria
del Pentateuco por Moisés, Eerdmans defendía firmemente la autenticidad básica de los relatos patriarcales, y
sostenía su confianza en la antigüedad de las instituciones rituales de P. Además, T. Oestreicher y A.C. Welch
se esforzaron por derrumbar la teoría documental eliminando la piedra fundamental: la identificación de D con
el libro de la ley de Josías. E. Robertson considera que Deuteronomio fue compilado bajo la influencia de
Samuel como libro legal para "toda Israel", que cayó en desuso cuando la desorganización de la nación hizo
imposible su aplicación, y que fue oportunamente descubierto de nuevo durante el reinado de Josías, en una
época cuando era factible tratar a "toda Israel" como unidad religiosa nuevamente. El Decálogo y el libro del
pacto, con los que los hebreos entraron en Canaán, fueron conservados en los primeros tiempos de la
ocupación en diversos santuarios locales, donde reunieron a su alrededor cuerpos de leyes y tradiciones
divergentes si bien relacionados; los comienzos de la unificación nacional en los días de Samuel hacían
necesaria la compilación, sobre la base de dicho material, de un libro legal para la administración central. R.
Brinker, discípulo de E. Robertson, elaboró ciertos aspectos de esta teoría en The Influence of Sanctuaries in
Early Israel, 1946. Valiéndose de criterios lingüísticos y estilísticos, U. Cassuto argumentó a favor de la unidad
literaria de todo el Pentateuco.

       Desde otro ángulo A. R. Johnson nos advierte contra lo que "pareciera ser un peligro real, en el estudio
veterotestamentario en general, de tergiversar lo que pudieran ser estratos diferentes pero contemporáneos en
función de etapas de pensamiento correspondientes, que pueden disponerse cronológicamente con el fin de
encajar en un esquema evolucionista demasiado simplificado, o en una teoría semejante de revelación
progresiva".

(iv) Crítica de las formas. Sin abandonar la hipótesis documental, los pioneros de los críticos de las formas, H.
Gunkel y H. Gressmann, pusieron el acento tanto en las cualidades literarias como en el lento proceso de la
tradición oral que dio forma a los diversos relatos, convirtiéndolos en obras maestras estéticas. Este oportuno
alivio del método fríamente analítico de los críticos documentales, los que en su detallada disección del
Pentateuco tendieron a descuidar la fuerza y la belleza de los relatos, preparó el terreno para las
investigaciones de un grupo de eruditos escandinavos que ha desechado la hipótesis documental a fin de poner
el acento en la tradición oral. Siguiendo la dirección de J. Pedersen, que en 1931 rechazó formalmente la teoría
documental, I. Engnell afirmó que, lejos de ser el resultado de una compilación de documentos escritos, el
Pentateuco es una combinación de fidedignas tradiciones orales reunidas y conformadas en dos círculos
tradicionalistas principales: un "círculo P" responsable del tetrateuco, y un "círculo D" que conformó los libros
de Dt., Jos., Jue., S., y R. La forma escrita de los libros queda relegada a épocas exílicas o posexílicas. Factores
claves en la formación de esta escuela histórico-tradicional son los adelantos en el conocimiento de la psicología
hebrea y la creciente comprensión de la antigua literatura oriental. Según Engnell, los defensores del método
de Wellhausen tienden a interpretar el AT en función de métodos literarios europeos y de la lógica occidental.

       Como la preocupación de H. Gunkel con las diversas unidades literarias (identificables como forma literaria
dentro del Pentateuco) representaba una especie de retorno al método fragmentario de Geddes, Vater, y De
Wette, así también P. Volz (y hasta cierto punto W. Rudolph) propiciaban un reavivamiento de la hipótesis
complementaria restándole importancia al elohísta, quien es cuando más, en opinión de Volz, editor tardío del
gran autor de Génesis, el yahvista. De modo algo semejante G. von Rad ha recalcado el papel dominante
representado por el yahvista como recolector a la vez que autor de los materiales del Pentateuco que
adquirieron forma a lo largo de un extenso período de tiempo, y que tienen tras sí una rica historia de tradición.
Las fechas generalmente aceptadas para los documentos son altamente tentativas, según von Rad, y
representan las etapas finales en la compilación de los materiales.

       La aplicación teológica de las teorías de von Rad en cuanto al Pentateuco se ha de encontrar en su
Teología del Antiguo Testamento. Su teoría de que el Pentateuco se formó en torno a credos israelitas tales
como Dt. 26.5ss ha sufrido recientemente un proceso de inversión con la sugestión de que la fuente de los
relatos del Pentateuco no son los credos sino su síntesis.

       M. Noth ha aproximado algunos de los resultados de la escuela de Uppsala de Engnell et al. sin abandonar
el enfoque documental. Más bien, ha prestado atención preferente a la historia de las tradiciones orales que
subyacen a los documentos, manteniendo al mismo tiempo un modo de acercamiento a J, E, y P que resulta
enteramente convencional. Tal vez su apartamiento de la tradición wellhausiana pueda verse mejor en su
negativa a reconocer un "hexateuco" y su remoción de la mayor parte de Dt. del ámbito de la crítica del
Pentateuco.

       En general, los estudiosos contemporáneos prestan más atención a las formas del material, narrativo,
litúrgico, contractual, o legislativo, que la que prestan a las supuestas fuentes de la hipótesis documental, como
lo indican recientes introducciones veterotestamentarias. Cf. O. Kaiser, OIT, que incluye los siguientes
capítulos: Tipos literarios de narrativa israelita, tipos literarios de legislación israelita, crecimiento de la
narración pentateuca en su etapa preliteraria; también J. A. Soggin, op. cit. La relación precisa de la crítica de
las formas con la más tradicional crítica de las fuentes sigue siendo motivo de debate. Lo que está claro es el
hecho de que debe prestarse mucho más atención a la crítica de la redacción, al estudio de la significación y el
impacto de los cinco libros individuales y del Pentateuco en su conjunto, cualquiera haya sido la forma en que
hayan sido compuestos.

(v) Las pruebas arqueológicas. La marcha de la arqueología moderna ha contribuido a la reevaluación de la


hipótesis documental. El carácter fidedigno básico de los relatos históriros ha sido confirmado vez tras vez,
especialmente en lo que concierne al período patriarcal. La reconstrucción evolucionista de la historia y la
religión de Israel ha sido puesta en tela de juicio más de una vez por arqueólogos de jerarquía tales como W. F.
Albright y C. H. Gordon. Una drástica reevaluación de la hipótesis documental desde el punto de vista de la
religión de Israel surge de las investigaciones de Yehezkel Kaufmann, quien afirma la antigüedad de P y su
prioridad con respecto a D. Más todavía, separa el libro de Génesis del resto del Pentateuco, sosteniendo que se
trata de "un estrato en sí mismo, cuyo material es en general más antiguo".

       e. La posición hoy

       La comprensión que se obtiene sobre la base de estas críticas a la hipótesis de Graf-Wellhausen,
juntamente con la prosecución de las investigaciones por parte de sus exponentes, ha dado como resultado una
modificación considerable de la teoría más antigua. Las perspectivas evolucionistas sencillas acerca de la
religión y la historia de Israel han sido abandonadas. La autenticidad básica de los relatos patriarcales se
reconoce por muchos eruditos, por cuanto la arqueolog

e. La posición hoy

       La comprensión que se obtiene sobre la base de estas críticas a la hipótesis de


Graf-Wellhausen, juntamente con la prosecución de las investigaciones por parte de
sus exponentes, ha dado como resultado una modificación considerable de la teoría
más antigua. Las perspectivas evolucionistas sencillas acerca de la religión y la
historia de Israel han sido abandonadas. La autenticidad básica de los relatos
patriarcales se reconoce por muchos eruditos, por cuanto la arqueología ha
arrojado luz sobre el ambiente en que se desenvolvieron los relatos. El ambiente
egipcio del ciclo de José y del relato de Éxodo ha sido confirmado mediante
consideraciones arqueológicas, literarias, y lingüísticas. El papel de Moisés como
gran legislador y figura dominante en la religión de Israel ha sido confirmado.

       Si bien no ha sido descartada, la teoría documental ha sido modificada por


estudiosos modernos. La formación de cada documento es excesivamente
compleja, y se considera que representa generalmente toda una "escuela" más que
un solo autor. El crecimiento de los diversos documentos no es consecutivo sino
paralelo, ya que en todos ellos hay elementos antiguos, como lo indica el uso de los
elementos del Pentateuco por los profetas. Las minuciosas disecciones de versículos
y la asignación decidida de sus partes a fuentes diferentes se han abandonado en
general. Estas modificaciones a la teoría documental deben considerarse por los
conservadores como una especie de historia clínica, y no como un informe
necrológico. La teoría de Wellhausen se mantiene viva y activa y sigue siendo un
constante desafío a la erudición conservadora, la que a veces se ha conformado con
consolarse con las reacciones en contra de la teoría documental, sin ofrecer una
introducción completa y de peso al Pentateuco, que indique positivamente las
pruebas a favor de la unidad básica de la ley, al tiempo que considere plenamente
las indicaciones de diversidad en que se basa la teoría documental. Nuestro mayor
conocimiento de la literatura del Medio Oriente—gracias a descubrimientos en Mari,
Nuzi, Ugarit, Hatti, Sumer, y Egipto—debiera contribuir notablemente a esta tarea.
Siendo que los textos de Ebla (Tell Mardikh) parecen ser contemporáneos de los
primeros capítulos de la historia bíblica, es posible que iluminen tanto la literatura
del Pentateuco como su fondo cultural.

       Los estudios de Aalders han abarcado terreno virgen y señalan el camino para
nuevos adelantos en la investigación. De particular interés son su reconocimiento
de que existen elementos posmosaicos y no-mosaicos en el Pentateuco (por
ejemplo Gn. 14.14; 36.31; Ex. 11.3; 16.35; Nm. 12.3; 21.14–15; 32.34ss; Dt.
2.12; 34.1–12), y su toma de conciencia del hecho de que ninguno de los dos
testamentos atribuye toda la obra a Moisés, aun cuando ambos le atribuyen partes
sustanciales de la misma. Los grandes códigos legales, por ejemplo, se atribuyen
específicamente a Moisés (por ejemplo Ex. 20.2–23.33; 34.11–26; Dt. 5–26; cf. Dt.
31.9, 24), como también el itinerario de los israelitas mencionado en Nm. 33.2. Por
lo que hace a los relatos de Gn., Moisés puede o no haber sido quien los compiló,
basándose en formas escritas y orales. Las pruebas de la edición posmosaica del
Pentateuco se encuentran en las referencias mencionadas arriba, y especialmente
en la mención de documentos antiguos tales como el "libro de las batallas de
Jehová" (Nm. 21.14). Es difícil fechar la redacción final del Pentateuco. La
sugerencia de Aalders de que tuvo lugar en algún momento de los reinados de Saúl
y David es aceptable, si bien probablemente debiera tenerse en cuenta en alguna
medida la modernización del vocabulario y el estilo.

       III. El mensaje religioso del Pentateuco

       "El Pentateuco debe definirse como un documento que proporciona a Israel su
comprensión, su etiología de vida. Aquí, mediante narración, poesía, profecía,
legislación, se revela la voluntad de Dios en relación con la tarea de Israel en el
mundo". El Pentateuco es un registro de revelación y respuesta, que da testimonio
de los actos salvíficos de Dios, soberano Señor de la historia y la naturaleza. El acto
central de Dios en el Pentateuco (y en realidad en el AT) es el éxodo de Egipto. Allí
Dios se hizo presente en la conciencia de los israelitas, y se reveló como Dios
redentor. El discernimiento obtenido sobre la base de dicha revelación les permitió,
bajo el liderazgo de Moisés, reevaluar las tradiciones de sus antepasados, y ver en
ellos el comienzo de las relaciones de Dios que adquirieron plenitud en forma
brillante en la liberación de Egipto.

       Habiendo demostrado mediante el éxodo, en forma abierta y poderosa, que él


era Señor, Dios llevó al pueblo de Israel a comprender que él era tanto Creador y
Sustentador del universo como Señor de la historia. El orden es importante: el
conocimiento del Redentor llevó al conocimiento del Creador el comprender al Dios
de gracia los llevó a comprender al Dios de la naturaleza. La demostración del
control que ejercía sobre la naturaleza y que se evidenció en las plagas, en el cruce
del mar, y en la provisión en el desierto, bien puede haber influido en que los
israelitas viesen a Dios como Señor de la naturaleza tanto como de la historia.

       La gracia de Dios no sólo se revela en su liberación y guía, sino también en la


provisión de la ley y en la iniciación del pacto. El compromiso de obediencia por
parte de Israel, su juramento de lealtad a Dios y su voluntad, constituyen su
respuesta; pero incluso su respuesta es un don de la gracia de Dios, porque es él
quien, si bien libre de obligación, ha fijado las condiciones del pacto y ha provisto el
sistema de sacrificios como medio de cubrir la brecha entre sí mismo y su pueblo.
La gracia de Dios demanda el total reconocimiento de su señorío, la completa
obediencia a su voluntad en todas las esferas de la vida. Es una exigencia de gracia
por cuanto comprende lo que es bueno para Israel, lo que la ayudará a darse
cuenta de su verdadero potencial, y lo que ella no podía descubrir sin la revelación
divina.

       Cualquiera sea el origen del Pentateuco, para nosotros ahora aparece como un
documento que posee una rica unidad interior. Es el registro de la revelación de
Dios en la historia, y de su señorío sobre la historia. Da testimonio tanto de la
respuesta de Israel como de su fracaso. Sirve de testimonio de la santidad de Dios,
aspecto que lo separa de los hombres, y de su amor lleno de gracia, que lo liga a
ellos bajo condiciones establecidas por él mismo.

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