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CAPÍTULO I

Sucedió un día, más precisamente una tarde, cuando mirlos y jilgueros vuelan en bandadas
mucho más que durante todo el día, como queriendo aprovechar la luz que les queda; el sol como
cansado se oculta parcialmente entre nubes y las sombras las dibuja largas, desde nuestro ventanal las
copas de los arrayanes se mecen al compás del viento y nos brindan un espectáculo de danza
ornamental muy placentero. Estábamos por terminar el pase de guardia cuando ingresa la enfermera.
-La Dra. Barrientos espera por Ud. –dice sonriendo-, sabe que debe esperar unos minutos hasta
que terminen. Sin más, volteó y se fue.
Pensé… ¿Quién será? probablemente sea una médica que desea ingresar en la residencia –si es
así pagará caro por interrumpir un pase de guardia, sentencié dentro mío-, o la abogada que nos
designaron, o… vaya a saber quién; pero, indudablemente era alguien que me importaba y no lo sabía.
Fingí interesarme por los últimos resultados de la interconsulta con no sé qué especialista, de no
recuerdo qué paciente.
-Último tema -dije-, quiero mostrarles los ECG de la señora Carbonelli que ingresó el pasado
viernes. Como saben, ella vive sola y tiene un representante legal, será él a quien debamos informarle
sobre la evolución. Vamos a revisar algo del tema y nos vamos. Observen las imágenes y hagan sus
comentarios.
Esta es la tira de ritmo del ingreso.

Y esta, con la cual está en el momento.

Se hicieron comentarios y diagnósticos. Terminamos. Salí rápido, más por la intriga de saber
quién sería, que por el interés en atender el llamado.
Cuando la vi, mejor dicho, cuando volví a verla, retrocedí en el tiempo como unos 27 años, su
figura permaneció enhiesta, inmóvil mientras mis ojos recortaron todo el entorno de la sala de espera
(el afiche de prohibido fumar, otro que anunciaba el XXX Congreso de Cardiología y una ilustración del
primer marcapasos cardiaco). ¡Era ella! ingresamos a la Facultad de Medicina el mismo año, fuimos
compañeros los primeros meses, luego novios, hasta que unos señores con marcha acompasada y que
vestían ropajes verde oliva queriendo cambiar la historia, hicieron que nuestros padres migrasen con
urgencia y con lo puesto a otros países, cada uno se fue con su familia. Nunca más supe de ella ni de su
entorno, poco se podía saber ese tiempo, por más que la busqué muchos años. No obstante, el tiempo
hizo poca huella en su rostro; sus ojos iguales de profundos y oscuros, la misma sonrisa tímida, el pelo
era más corto pero ondulado, su perfume de jazmines como el de los tiempos de la universidad –
provocador de embeleso-; una elegante cartera de cuero negro en vez de mochila, una pollera a media
rodilla substituía al indestructible jean y zapatos con taco a cuenta de zapatillas, fueron los cambios que
atiné a notar entre la Andrea de los ’80 y la que ahora tenía frente a mí.
-¡Andrea!– exclamé.
-¿Manuel?– dijo ella.
Nos sorprendimos de oír nuestros nombres, ya que ahora teníamos otros, esa es otra historia.
Nos confundimos en un abrazo fuerte, largo, apacible, sentí su cuello junto al mío y calculé que la suma
del pulso de nuestras carótidas era como 300 latidos por minuto, de las cuales algunas eran
extrasístoles, y como otras veces un pellizco en mi alguna vez, cintura, interrumpió el éxtasis de yacer en
sus brazos. Eso no había cambiado. Ese momento o eternidad de embriaguez, mientras recorría el
camino desde tus hombros hasta tus manos, pensé:

Jamás olvidé tu sonrisa de bienvenida


Te soñé muchas veces, a veces dormías
Te imaginé a mi lado, mientras cantaba
Estabas en la luna, en mis paseos nocturnos
Creí que eras mi sangre, cuando corría
No pasaba un día, sin pensarte estudiando
Guardo hasta ahora, nuestro apunte del esfenoides

¿Sigues bailando tan mal como antes?


¿Olvidas como siempre las llaves?
¿Juegas aún al teléfono equivocado?
¿Comes como antes: aceitunas con queso?
¿Te curaste de la rinitis alérgica?
¿Te has…?
… Conservas, ya veo, el anillo que un día te diera.

Quizás hubiese continuado, o tal vez me habría desmayado con el solo pretexto de que me
abrazaras.
-Soy la abogada de la señora Concepción Carbonelli- dijiste-.

Ignacio Zerimar

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