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¡AL TIGRE! ¡AL TIGRE!

Mowgli había abandonado la caverna de los lobos, después de haberse separado de la manada en el consejo
de la Roca y fue a las tierras de trabajo donde vivían los campesinos. Pero no quiso acercarse demasiado a
ellos. Los desconocía, pero al mismo tiempo sabía que en la selva solo le esperaba su gran enemigo. Tomó un
camino por el valle y corriendo por largo rato llegó a un país que le era desconocido. El valle se abría
convirtiéndose en una gran llanura, llena de rocas y cortada por partes por barrancos. En un extremo se
encontraba una aldea, y por el otro la densa selva descendía hasta las tierras de pastos abruptamente.

Por toda la llanura se encontraban búfalos y ganado y cuando los muchachos que los cuidaban vieron a
Mowgli, comenzaron a gritar huyendo. Los perros de la aldea comenzaron a ladrar. Mowgli continuó su
camino y al llegar a la entrada del lugar vio que la entrada estaba abierta. Lo primero que pensó Mowgli es
que allí también temían al pueblo de la selva. Se sentó en la entrada. Poco tiempo después vio a un hombre y
se levantó, abrió su boca y la señaló, diciendo que tenía hambre. El hombre se dio media vuelta y corrió a
gritos, llamando al sacerdote de la aldea, que era alto y gordo, vestido de blanco y tenía en la frente una señal
roja y amarilla. Todo el pueblo se reunió en rededor de Mowgli, ablando a gritos y señalándole. Mowgli pensó
que el pueblo de los hombres era muy maleducado…¡¡solo los monos grises harían algo así!!. Corrió su pelo de
la cara y los miró malhumorado.

¡¿Cómo es que le temen?!- dijo el sacerdote: miren sus marcas en los brazos y piernas, son mordiscos de los
lobos. ¡Es sólo un niño-lobo que se ha escapado de la selva!

No pocas veces al jugar con los lobatos, Mowgli había sido lastimado. Pero Mowgli nunca consideraría esos
mordiscos como algo serio, después de todo, él había vivido con los lobos y sabía lo que era verdaderamente
morder. -¡¡Pobrecito!! – exclamaban las mujeres-¡ un muchacho tan hermoso y tan herido! Tiene unos ojos
como brasas…¡¡Lo juro, Messua, se parece al niño que te robó el tigre!!

-Déjame mirarlo bien…- dijo la mujer. Llevaba pesadas pulseras de cobre en la muñeca y en los tobillos. Lo
miró con curiosidad: Si, en verdad se parecen… es más flaco pero tiene el aspecto de mi niño.

El astuto sacerdote sabía que Messua era la esposa del aldeano más rico del lugar y luego de mirar el cielo
nocturno por un momento dijo: Lo que la selva te quitó, la selva te lo devolvió. Llévate al muchacho a tu casa,
y no te olvides de honrar al sacerdote ya que su mirada puede comprender la vida de los hombres. Mowgli
solo podía pensar que toda esta charla se parecía mucho a una que pasó años atrás cuando solo era un
cachorro, y fue presentado por mamá Raksha en el consejo de la Peña. Entonces se decidió… ¡Si soy un
hombre, en un hombre me tengo que volver! Se volvió al grupo y vió como la mujer le hacía señas para que
fuera con ella a su choza. Allí había un cama roja barnizada, una caja de tierra cocida para granos, adornada
con dibujos en relieve y muchos calderos de cobre. También estaba la imagen de un dios indio en un pequeño
dormitorio.

La mujer le dio un buen trago de leche y un poco de pan y le colocó la mano sobre la cabeza. Lo miró a los
ojos, pensando si realmente era su hijo que volvía de la selva, a donde el tigre se lo había llevado. -¡Nathoo!
Nathoo! – le llamó, pero Mowgli no dio señal de conocer este nombre. -¿te acuerdas de cuando te regalé un
par de zapatos nuevos?

Tocó su pie y notó que estaba tan duro como si estuviese revestido por una piel de elefante. – No…-dijo
tristemente- esos pies nunca llevaron zapatos… pero te pareces mucho a mi Nathoo y de todos modos serás
mi hijo.

Mowgli, mientras tanto, no aguantaba más estar bajo techo, no era algo a lo que estuviera acostumbrado.
Pero al estudiar la cubierta de la choza pensó que podría romperla cuando quisiera escaparse…además la
ventana no tenía pestillo. -¿De qué sirve ser hombre-se preguntó- cuando no entiende el lenguaje que los
hombres usan? Estoy hecho un bobo y un sordo, como le ocurriría a cualquier hombre que estuviera en la
selva entre nosotros. No tengo más opción que aprender ese lenguaje.

No había sido en vano aprender cuando vivió con los lobos en imitar el grito de alerta que da el gamo en la
selva. Mowgli empezó a imitar las palabras que Messua pronunciaba al hablar, casi perfectamente y antes de
anochecer ya había aprendido los nombres de muchas de las cosas que veía en la chiza. Pero a la hora de
acostarse surgieron problemas, porque Mowgli se resistía a dormir bajo un techo que tanto se parecía a una
trampa de las que se usan para cazar panteras y, cuando cerraron la puerta, salió por la ventana. –Déjalo- dijo
el marido a Messua- entiende, no es posible que sepa lo que es dormir en una cama. Si de verdad fue enviado
para que sustituyera a nuestro hijo no temas que se escape.

Así, Mowgli se recostó sobre la alta y limpia hierba que crecía al extremo del campo, pero antes de cerrar los
ojos un hocico suave y gris le tocó bajo la barbilla. -¡Uf! ¡Hermano Gris!- el mayor de los cachorros que tenía
mamá loba dijo: ¡Qué premio me diste por seguirte durante veinte leguas! Apestas a humo de leña y ganado…
ni más ni menos que un hombre. ¡Hermanito, tengo noticias!

Mowgli le abrazó y preguntó por todos en la selva y hermano gris le contó que todos los lobos se habían
quemado con la flor roja y que Shere khan se había ido a cazar a otra parte, hasta que su pelo vuelva a crecer,
se le había chamuscado todo y jura que cuando regrese enterrará tus huesos en el Waingunga. Pero Mowgli
también le había hecho una promesa a Shere Khan. Entonces Hermano gris miró a Mowgli y le preguntó con
anciedad: ¿no te olvidarás de que eres un lobo? ¿No te harán los hombres olvidarte de ello?

-Nunca- respondió Mowgli- Siempre me acordaré de que te quiero a ti y de que quiero a todos los de nuestra
cueva, pero también siempre me acordaré de que se me ha echado de la manada. – Ten cuidado- respondió
hermano gris- que no te echen de esta manada también, su charla es como la de las ranas en la charca.
Cuando vuelva Shere khan, te esperaré por aquí entre los bambúes, al extremo de la pradera.

Tres meses luego de esa noche, Mowgli apenas salió de la aldea. Se mantuvo ocupado, aprendiendo los usos y
costumbres de los hombres. Primero tuvo que acostumbrarse a llevar el cuerpo envuelto en una tela que le
molestaba mucho, luego debió aprender el valor de la moneda que nada entendía y por último tuvo que arar,
algo que no entendía para que servía. Además, los niños de la aldea le molestaban muchísimo. Pero la ley de
la selva le había enseñado a dominar su genio, porque allí la vida y la alimentación dependían de esa cualidad;
y cuando se burlaban de él por no saber jugar con un cometa o pronunciar una palabra correctamente,
recordaba que era indigno de un cazador matar a cachorros desnudos. Eso le impedía realizar su salto y
partirlos en dos.
El mismo no era consciente de su fuerza. En la selva sabía que él era débil comparado con las fieras, pero en la
aldea la gente decía que era fuerte como un toro. Tampoco entendía las diferencias entre castas entre los
hombres. Cuando el alfarero necesitaba ayuda en el barrizal el iba y lo ayudaba a trasladas sus cosas al
mercado pero era una gran ofensa para las costumbres por la casta inferior del alfarero. El sacerdote
reprendió a Mowgli por eso y habló con el marido de Messua para que lo antes posible comenzara a trabajar.
Al otro día, el jefe de la aldea mandó a Mowgli a trabajar apacentando los búfalos. Nada podía ser tan
agradable como esto para Mowgli y esa noche, considerándose ya como encargado de uno de los servicios de
la aldea, se dirigió a una de las reuniones de la aldea. Le recordaba a como los monos se sentaban y charlaban
en las ramas superiores de las higueras y donde recordó que una vez, en una cueva, conoció a una serpiente
blanca.

Los viejos se sentaban alrededor del árbol y comenzaban a charlar, fumando su pipa hasta entrada la noche.
Contaban allí historias de dioses, hombres y duendes, pero las que refería Buldeo sobre costumbres de las
fieras en la selva, que al oírlas asustaba a los niños de la selva. Contaban cuentos de animales, lo que es lógico
ya que vivían al borde de la selva. Ciervos y jabalíes destrozaban a menudo la cosecha y cada tanto un tigre
aparecía atacando a alguno de los hombres al atardecer. Pero Mowgli había vivido en la selva, y conocía mejor
que nadie de lo que hablaban, por lo que apenas podía contenerse para no reírse u ocultar su rostro. Buldeo,
con el mosquete en sus rodillas, iba contando cuento tras cuento, cada uno más maravilloso que el anterior.
Buldeo explicaba como el tigre había robado el hijo a Messua: ¡era un tigre duende! Y en su cuerpo vivía el
alma de un malvado usurero, muerto hace algunos años. – Y no tengo duda de eso!! - dijo Buldeo- porque
Purun Dasss cojeaba siempre, de un golpe que recibió cuando le pegaron fuego a sus libros de caja, y ese tigre
siempre cojea, ¡lo sé porque sus huellas son desiguales!

-Eso es cierto, ¡es la pura verdad!- exclamaron los viejos con ademanes de aprobación.

-¿Y todos sus cuentos son así: un tejido de mentiras y sueños? – exclamó Mowgli- Ese tigre cojea porque cojo
nació, como todo el mundo sabe. Hablar de que el alma de este avaro se refugió en el cuerpo de una fiera
tiene menos valor que cualquier chacal, ¡es completamente infantil!. Budeo se quedó helado de la sorpresa y
el jefe miró fijamente al muchacho. -¡Ah!, tú eres el rapaz que ha venido de la selva ¿verdad? Bueno, si tanto
sabes de ese tigre, llévanos su piel a Khanhiwara, porque el gobierno ofreció cien rupias a quien lo mate. Pero
más vale que te calles y respetes a las personas mayores.

Mowgli se puso en pie para marcharse. En todo el tiempo que estuve escuchando-dijo con desdén mirando
por encima del hombro- Buldeo no dijo o hizo a excepción de una o dos veces una sola palabra cierta de la
selva, que tan cerca tiene. ¿Cómo voy a creer estos cuentos de duendes y dioses y toda clase de espíritus que
dice haber visto?

Es hora de que el muchacho vaya a guardar el ganado- indicó el jefe mientras Buldeo rabiaba por la
impertinencia de Mowgli. Era costumbre en las aldeas indias que algunos muchachos lleven al ganado y
búfalos a pastar en las primeras horas de la mañana o entrarlos en las últimas horas del día. Esos mismos
animales que podrían pisotear a un hombre blanco hasta matarlo, dejan que los golpeen, gobiernen y griten,
chiquillos que apenas llegan a la altura de su hocico. Mientras los muchachos no se aparten del ganado están a
salvo, pues los tigres no se atreven a atacar aquella gran masa. Pero si se desvían a tomar flores o cazar
lagartos corren el peligro de desaparecer.

Mowgli pasó por la calle de la aldea al alba, sentado sobre el lomo de Rama, el gran toro del rebaño y los
búfalos de largos cuernos y ojos feroces, se levantaron de sus establos uno a uno y le siguieron demostrando
a los chiquillos que Mowgli era quien mandaba. Golpeó a los búfalos con una larga caña de bambú y dijo a
Kamya que cuidara del ganado mientras él se iba con los búfalos pero que por nada se alejara del rebaño. Las
praderas en la India son terrenos llenos de rocas, matojos y quebraduras donde se esparcen y desaparecen los
rebaños. Los búfalos se quedan en general, en las lagunas y tierras pantanosas donde se echan, revolcándose
o tomando sol en el lodo por horas. Mowgli los llevó al extremo de la llanura, donde el río Waingunga
desembocaba y alentando a Rama, corrió hacia un grupo de bambúes donde se encontraba hermano gris.

-¡Te llevo esperando días!- dijo hermano gris- ¿y que significa que vengas con el ganado?- Me dieron la orden
– respondió Mowgli-soy pastor por ahora. ¿Qué noticias me traes de Shere khan?- Ha vuelto al país, respondió
hermano gris, y estuvo mucho tiempo buscándote. Hoy se marchó porque hay poca caza pero tiene la
intención de matarte.

- Perfecto- dijo Mowgli Mientras no vuelva- haz que tu o uno de tus hermanos se quede en esta roca de modo
que pueda verlos al salir de la aldea. En cuanto se encuentre aquí, espérame en el barranco donde está aquél
árbol de dhak, en el centro de la llanura. No hay necesidad de que nosotros mismos nos metamos en la boca
de Shere khan. Entonces Mowgli buscó un sitio en la sombra y se acostó mientras que los búfalos pastaban. El
pastoreo en la india era uno de los oficios más perezosos del mundo. Día tras día Mowgli llegó a los búfalos a
aquellos pantanos y vió a Hermano gris a una legua de distancia en la llanura. Si Shere Khan hubiera vuelto al
Waingunga no había forma de que Mowgli no se hubiera enterado ya.

Pero finalmente llegó el día en que no envió a hermano gris en el sitio convenido y condujo a los búfalos por el
barranco donde estaba el árbol de Dhak, cubierto de flores rojas y doradas. Allí encontró a hermano gris con el
pelo del lomo erizado. - Se escondió durante un mes para despistarte- dijo hermano gris como saludo- Anoche
cruzó los campos seguido por Tabaqui- dijo el lobo. Mowgli frunció la frente. – No le temo a Shere Khan-
contestó – pero conozco la astucia de Tabaqui.

No le temas, dijo hermano gris, yo lo encontré al rayar el alba. Que les cuente ahora a los milanos toda su
sabiduría, pero antes me la contó a mí… antes de que le partiera el cuello. Shere Khan planea esperarte en la
entrada de la aldea esta noche… ahora está echado en la entrada de la aldea echado en el gran barranco del
Waingunga.

-¿Comió hoy o caza con el estómago vacío? – preguntó Mowgli anciosamente, de eso dependía su vida. –
Mató algo al amanecer, un jabalí… y también ha bebido. Acuérdate de que Shere Khan jamás pudo ayunar, ni
siquiera cuando convenía a su venganza.

-¡Ahg! ¡Qué imbécil! ¡Eso es ser dos veces niño! ¡Bien comido, y bien bebido y encima cree que le voy a dejar
dormir! ¡A ver! ¿Dónde dices que se hecha? No somos tantos como para atacarle allí echado. ¿Pordríamos
colocarnos de tras de él, para seguir su pista? – Cruzó a nado el Waingunga para evitar eso- respondió
hermano gris. – Seguro fue consejo de Tabaqui- dijo Mowgli, pensando con un dedo sobre su boca.
El gran barranco seco del Waingunga – dijo – desemboca en la llanura a menos de media legua de aquí. Puedo
conducir el rebaño a través de la selva, hasta la parte superior del barranco y luego lanzarlo hacia abajo… pero
entonces se podría escapar por allí. Hay que cerrarlo, ¿hermano gris, puedes dividir en dos el rebaño?

-Tal vez yo no, pero tengo a alguien que puede ayudar.- Hermano grís corrió y se metió en un agujero.
Entonces salió de allí una enorme cabeza gris que Mowgli conocía perfectamente y llenó el cálido ambiente el
más desolado grito que puede oírse en la selva: el aullido de un lobo resonando en la mitad del día. -¡¡Akela,
Akela!! – exclamó Mowgli palmoteando- No sé cómo no se me ocurrió pensar que no me olvidarías. Tenemos
en manos un trabajo muy importante. Divide en dos el rebaño, Akela. Pon a un lado las vacas y terneros y
déjame solos a los toros y a los búfalos de labor.

Los lobos comenzaron a entrar y salir del rebaño como si fuera un juego. Dando bufidos y levantando las
cabezas, el ganado se separó en dos grupos: en uno las hembras de los búfalos con sus pequeñuelos que
miraban furiosas y pateaban prontas a embestir al primer lobo que se quedara quieto y aplastarlo. En otro
grupo, los toros y novillos resoplaban y golpeaban el suelo con las patas. -¿y ahora qué? – preguntó Akela
jadeando- Intentan reunirse otra vez. Mowgli montó sobre rama y contestó: -Llévate a los toros a la izquierda
Akela, y tú, Hermano Gris, cuando nos hayamos ido cuida que no se separen las vacas y llévalas al pie del
barranco, hasta donde veas que los lados tienen más altura de la que pueda saltar Shere Khan. Mantenlas allí
hasta que bajemos.

Los toros comenzaron a moverse al oír a Akela ladrar, y Hermano gris quedó al frente de las vacas. Hermano
gris corrió delante de ellas hasta llegar al pie del barranco, mientras que Akela se llevó a los toros a la
izquierda. -¡Muy bien! Con cuidado Akela, que se pueden desbocar los toros. ¡Uhg! Es más pesado este
trabajo que acorralar a los gamos negros. ¿Te imaginaste alguna vez que estos animales pudieran correr
tanto?- gritó Mowgli.

-Los he cazado… también los he cazado en mis buenos tiempos- susurró débilmente Akela, cubiertos en una
nube de polvo. -¿Los lanzo hacia la selva?

-¡Sí, lánzalos! Pronto, que Rama está furioso. Ah, si yo pudiera darle a entender para que lo necesito hoy…

Los toros se dirigieron entonces a la derecha y penetraron en la espesura, aplastándolo todo. Los demás
muchachos encargados del pastoreo observaban a la distancia y entraron corriendo a la aldea, gritando que
los búfalos se habían vuelto locos y se habían escapado. Pero el plan de Mowgli era muy sencillo. Quería hacer
un gran círculo al subir, llegar a la parte alta del barranco y entonces descender a los toros, atrapando a Shere
Khan entre estos y las vacas. Sabía que luego que el lungri haya comido y bebido no podría luchar ni treparse
por los lados del barranco.

Mowgli trazó un círculo amplio, para que Shere Khan no se diera cuenta de lo que estaba sucediendo. Desde la
altura y mirando por encima de la copa de los árboles, podía verse la extensión del llano; pero lo que Mowgli
miró fueron las ramas que se elevaban por los barrancos y sonrió entendiendo que no Shere Khan no iba a
poder escaparse trepando por allí. – Déjalos resollar Akela- gritó Mowgli – que aún no han encontrado en
rastro. Déjalos resollar, quiero que Shere Khan sepa que es lo que se le viene encima. Que ya le tenemos en la
trampa.
Puso sus manos en su boca, para formar una bocina y gritó hacia el barranco, lo que fue como gritar en un
túnel. Luego de un rato se escuchó el somnoliento gruñido de un tigre, que recién despertaba del sueño. -
¿Quién llama?- dijo Shere Khan espantando a un pavo real del fondo del barranco. –Yo, Mowgli. ¡Ladrón de
reses, ya es hora de que te vengas con migo al consejo de la Peña! ¡Ahí va! ¡Lánzalos Akela! ¡Abajo Rama!
¡Abajo!.

Akela lanzó su grito de guerra y el rebaño se precipitó sobre el barranco. Una vez comenzada la carrera no
había manera de detenerlo y antes de llegar al cruce del torrente, Rama sintió el rastro de Shere Khan y
mugió. Shere Khan oyó el ruido atronador de las pezuñas y se levantó, caminando lentamente, buscando un
espacio para huir pero los lados del cause parecían cortados a pico y tuvo que quedarse allí, sintiendo el
aturdimiento producido por la comida y bebida. El rebaño pasó la laguna que acababa de abandonar Shere
Khan. Rama se lanzó primero y los demás búfalos le siguieron. La embestida arrastró a ambos rebaños a la
llanura, mientras que Mowgli comenzó a golpear a los animales con el palo que llevaba. -¡Pronto Akela!
¡Divídelos! ¡Sepáralos o si no se van a pelear ente sí! Llévatelos Akela. ¡Hai Rama! ¡Hai! ¡Hai! ¡Hai!!

Akela y hermano gris corrieron de un lado a otro mordiéndole la pata a los búfalos y aunque el rebaño se
volvió en redondo para volver a embestir de nuevo barranco arriba, Mowgli logró hacerle dar la vuelta a Rama
y los demás lo siguieron hacia los pantanos. No hacía falta que pisotearan más a Shere Khan. Estaba muerto y
los milanos comenzaban a salir para devorarlo. -¡Hermanos! ¡Como un perro ha muerto! – dijo Mowgli
buscando el cuchillo que llevaba desde que vivía entre los hombres. – Buen efecto va a hacer su piel puesta
sobre la Peña del Consejo.

Nunca se le hubiera ocurrido a un muchacho criado entre los hombres desollar un tigre que medía tres metros
de largo, pero mejor que nadie Mowgli sabía cómo está pegada al cuerpo la piel de un animal y por tanto, el
modo de arrancarla. Estuvo más de una hora trabajando así. De pronto Mowgli sintió una mano sobre su
hombro, y vió a Buldeo con su mosquete; había oído a los niños de la aldea hablar del pánico de los búfalos.
Salió malhumorado deseando castigar a Mowgli por el descontrol con el rebaño y los lobos buscaron disimular
su presencia. -¿Pero qué es esto?- dijo Buldeo incómodo.-¿Crees que tú vas a poder desollar un tigre? ¿Dónde
lo mataron los búfalos? Encima es el tigre cojo, por el que ofrecieron cien rupias. ¡Bien!

Está bien- añadió- dejaré pasar que dejaste a los búfalos escapar y tal vez te dé una de las rupias como premio
cuando lleve su piel a Khanhiwara. - ¡Ha! Respondió Mowgli, - ¿con que quieres la piel para las cien rupias? La
verdad es que esa piel la voy a necesitar yo para mi propio uso. ¡Ea, viejo! ¡aparta ese fuego!- exclamó Mowgli
al ver que lo quería marcar. La mayoría de los cazadores tenían esta práctica para evitar que el espíritu que
habita en el tigre los persiga luego.

Enojado Buldeo exclamó: ¡¿y es así como hablas al jefe de los cazadores de la aldea? Tienes suerte de que los
búfalos hayan matado a ese tigre. Es claro que solo lograron aplastarlo porque estaba harto de comida si no ya
se encontraría a cien leguas de aquí. Y ni siquiera puedes desollarlo bien. ¡No eres más que un niño y vienes a
decirme a mí, Buldeo, que no le queme los bigotes! No voy a darte ni una moneda como premio, si no una
paliza. ¡Suelta el tigre!.

-¡Por el toro que me rescató!- dijo Mowgli- no pienso seguir charlando contigo, mono viejo, ¡Ven acá Akela!
Líbrame de este hombre que me está molestando. Buldeo que se encontraba sobre Shere Khan se vio de
repente tendido sobre la hierba, con un lobo gris encima, mientras Mowgli seguía desollando el tigre como si
estuviera solo en toda la India. Aquello era magia de la peor clase pensó Buldeo, y tuvo sus dudas respecto a si
el amuleto que llevaba pendiente del cuello podría protegerle. Quedó allí paralizado esperando a ver a Mowgli
convertirse en Tigre. –Soy un anciano. Ignoraba que fueras algo más que un zagal. ¿Me permites levantarme e
irme o me vas a matar con tu servidor?- dijo refiriéndose a Akela.

-Vete, vete en paz.- respondió Mowgli- pero no te metas con mi caza. ¡Suéltalo Akela!

Buldeo huyó a la seguridad de la aldea cojeando y al llegar contó un cuento de magia y encantamientos y
brujerías, que hizo que el sacerdote se pusiera muy serio. Mowgli siguió trabajando y al anochecer escondió la
piel y llevó los búfalos a la aldea con la ayuda de Akela. Cuando se adentró a la aldea, Mowgli vio algunas luces
y oyó como en el templo estaban tocando las campanas y soplando en caracoles marinos. La mitad de la
población parecía esperarle a las puertas del lugar. – Eso será porque maté a Shere Khan- dijo Mowgli, pero
una lluvia de piedras silbó en sus oídos mientras que los aldeanos gritaban: ¡Hechicero! ¡Hijo de una loba!
¡Diablo de la selva! ¡Márchate! ¡Márchate de aquí ahora, si no quieres que el sacerdote te cambie aquí en
lobo! ¡Dispara Buldeo, dispara!

-¿Pero qué significa esto? – preguntó Mowgli al ver la lluvia de piedras. –No dejan de parecerse a los de la
manada esos hermanos tuyos- dijo Akela sentándose gravemente- Me parece que quieren echarte del lugar.

-¡Lobo! ¡Lobato! ¡Márchate!- gritó el sacerdote agitando una rama de Tulsi, una planta sagrada.

-Ahg, otra vez- dijo Mowgli-La anterior porque era un hombre y ahora porque soy un lobo. Vamonos, Akela.

Una mujer, Messua, corrió hacia el rebaño y gritó: Hijo mío, dicen que eres un hechicero que si quieres puedes
transformarte en fiera. Yo no lo creo, pero márchate, porque si te van a matar. Buleo dice que eres un brujo,
pero yo se que tu no hiciste más que vengar la muerte de Nathoo.

-Atrás Messua, o te apedrearemos- gritó la multitud. Mowgli sonrió de forma forzada y breve, una piedra le
pegó en la boca. –Retrocede Messua –añadió- eso es uno de aquellos estúpidos cuentos que cuentan al
anochecer. Al menos te habré pagado la vida de tu hijo. ¡Adiós! Y corre cuanto puedas porque voy a lanzar el
rebaño contra ellos con más velocidad que la que llevan los pedazos de ladrillos que me arrojan. No soy
ningún brujo Messua. Adiós.

-Ahora Akela, júntame otra vez el rebaño- gritó Mowgli. Akela apenas si necesitó asusarlos que se lanzaron
rápidamente sobre la aldea. – Cuéntenlos-gritó Mowgli- a ver si les robé algunos. Esta es la última vez que los
muevo. ¡Quédense con Dios, hijos de los hombres, y agradézcanle a Messua que no vaya con mis lobos a
cazarlos en la mitad de la calle.

Se volvió y comenzó a andar con el lobo solitario, y mirando a las estrellas se sintió en verdad feliz. – No voy a
dormir más en una trampa, Akela, tomemos la piel de Shere Khan y vámonos. Mowgli corrió acompañado de
los dos lobos, con las pieles sobre la cabeza. El ruido de la aldea aumentó y se escuchó el llanto de Messua.
Boldeo continuó adornando la historia diciendo que Akela se había erguido en dos pies y hablado como un
hombre. Empezaba a descender la luna cuando Mowgli y los dos lobos llegaron a la colina en que estaba la
Peña del concejo y se pararon ante la caverna de mamá loba. –Me arrojaron de la manada de los hombres,
Madre- gritó Mowgli – pero cumplí con mi palabra y vengo con la piel de Shere Khan.
Mamá loba salió de la caverna, andando con dificultad y llevando con ella los cachorros tras de sí. Sus ojos
brillaron al ver la piel.- Yo le dije cuando metió la cabeza en la cueva, buscándote para matarte, renacuajo mío,
que el cazador sería cazado. ¡Lo has hecho muy bien!

-Muy bien hermanito- se escuchó una voz espesa – Ya te echábamos de menos en la selva- Bagheera vino
corriendo hasta tocar los pies desnudos de Mowgli. Juntos subieron a la peña del consejo y sobre la roca que
solía ponerse Akela tendió la piel, sujetándola con cuatro pedazos de bambú. Akela se echó sobre ella y lanzó
el antiguo grito del Consejo: ¡¡MIRAD LOBOS, MIRAD BIEN!!- exactamente como había dicho la primera vez
que llevaron allí a Mowgli. Desde el día que Akela había sido destituido, la manada se había quedado sin jefe,
cazando y luchando como pudieran, pero seguían respondiendo a aquél grito como por costumbre, y aunque
estuvieran cojos, sarnosos o heridos, los que quedaban vinieron al Consejo de la peña y vieron la piel de Shere
Khan con sus garras colgando de la roca. -¡Mirad bien, lobos, mirad bien!- dijo Mowgli - ¿Cumplí con mi
palabra, no?- Los lobos, ladrando como perros dijeron: ¡si!- y uno de ellos llenos de cicatrices en la piel aulló: -
Vuelve a guiarnos Akela, vuelve a guiarnos, hombrecito, porque ya estamos aburridos de vivir sin ley.
Queremos al pueblo libre de otros tiempos.

-No – murmuró Bagheera- bien puede ser que se equivoquen, cuando estén hartos por ahí vuelva su locura de
antes. No es en vano que los llamen el pueblo libre. Lucharon por la libertad, y suya es. Devorenla, lobos. De la
manada de los hombres me arrojaron- dijo Mowgli - y de la de los lobos también. En adelante, cazaré solo en
la selva. – Y nosotros contigo, dijeron los cuatro lobatos. Así Mowgli se marchó y cazó en la selva con ellos
desde ese día. Pero no siempre estuvo solo. Algunos años después, cuando se hizo hombre se casó. 1

1
Este párrafo se lee de forma textual.

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