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a) Diagnóstico:
El sistema educativo no brinda los elementos necesarios para que los peruanos nos podamos
desempeñar con autonomía en la construcción del bienestar social. Se impone una forma de
entrar al proceso de globalización que nos somete a intereses extranjeros, que no consideran
nuestros valores culturales y saberes propios, pero nos toman en cuenta como mano de obra
barata, o simples excluidos de un circuito de producción y consumo ajeno a nuestro control.
Esta exclusión alcanza niveles muy agudos con el dominio del proyecto neoliberal que diseña
una integración al mundo de una pequeña minoría que solo requiere de una porción igualmente
pequeña de la población educada. Este hecho, sin embargo, choca con la demanda de
millones de peruanos por educarse adecuadamente y, de esta manera, contar con las
herramientas necesarias para labrarse un porvenir. La ineficacia de nuestro sistema educativo
y la realidad de la globalización, nos lleva por lo tanto a la necesidad de redefinir la lucha por el
derecho a la educación.
Hay, además, una crónica desconexión del sistema educativo en su conjunto (en especial el
nivel superior-universitario) con el mercado laboral. En los últimos 50 años se viene
experimentando la multiplicación de carreras con mercado saturado donde casi todas las
universidades quieren tener varias de las carreras más ofertadas, lo que responde a una
distorsión de expectativas más que a una demanda real. Se ha multiplicado por 10 la cantidad
de universidades y por 20 la cantidad de estudiantes. La universidad en el país no atiende a las
demandas del mercado y/o las necesidades del país. Hoy en día, la universidad no cumple con
sus funciones básicas de producción de conocimiento, formación profesional, formación técnica
y proyección social.
Un ejemplo de ese desinterés se expresa en el hecho que el Perú sea uno de los países de
América Latina que menos invierte en educación superior. Así, en 2006, el Perú dedicaba el
0,89% del PBI a educación superior mientras que Chile el 1.79%, y México el 1.31%. De otro
lado, los gastos en investigación básica y aplicada como porcentaje del PBI, caen en un 70%
en los últimos treinta años. Es decir se multiplican la oferta y se reduce la calidad hasta caer en
la situación actual. Tenemos, paradójicamente, en un país de escasos recursos un problema de
oferta de baja calidad y no de demanda como solía suceder, en la educación universitaria.
Asimismo, a partir de 1996 con la aprobación del Decreto Legislativo 882 de Promoción a la
Inversión Privada en la Educación, han proliferado las universidades-empresa o universidades
con fines de lucro, que supuestamente responden a la demanda del mercado por educación
universitaria. Hay alrededor de cincuenta de estas universidades y un número indeterminado de
filiales, que parecen contarse por cientos, de universidades tanto privadas como estatales, pero
que tienen como punto de partida la «liberalización» del mercado universitario. Es más, de
acuerdo con cifras de la Asamblea Nacional de Rectores (ANR) para el año 2007, las
universidades privadas cuentan con más estudiantes que las estatales, 57% versus 43%,
situación contraria a la tendencia histórica. Empero, a contrapelo de lo que señalan sus
promotores, este tipo de universidades no responden a las demandas del mercado sino, en la
mayor parte de los casos, al afán de negocio rápido de sus dueños. A estos no les interesa el
carácter de institución pública de la universidad ni, como lo demuestran los resultados, la
creación de conocimientos como su actividad primordial. Se trata de universidades que
promueven carreras baratas, con profesores por horas y alumnos reclutados sin selección
académica rigurosa.
Desde el año 2006, el gobierno aprista ha abordado tres problemas pero con desacierto: la
política docente, los cambios en la gestión (centrados en el tema de municipalización) y la
alfabetización. Se ha reconocido la importancia de una Carrera Pública Magisterial que
revalorice la profesión docente y mejore sus capacidades y desempeño. Pero el tema se ha
reducido a cuestionadas evaluaciones de docentes que finalmente debían servir para nombrar
profesores e impulsar la nueva carrera magisterial. En la práctica esta política suscitó
desconfianza y poco interés de los docentes, no se garantizaron los recursos para mejorar los
sueldos de quienes entrarían al sistema, y las pruebas cayeron en la improvisación e incluso en
manejos turbios de los resultados.
b) Propuestas de Política:
La educación es fundamental para la viabilidad de nuestro país, necesitamos llevar a cabo una
Revolución Educativa. Necesitamos completar la cobertura pendiente y elevar de manera
drástica la calidad del servicio educativo que se brinda.
El eje de un movimiento ciudadano debe ser un acuerdo social y político por la educación, que
afirme la política del sector como una política de Estado y le dé una perspectiva de largo plazo
para ir logrando los cambios necesarios. Este acuerdo social y político debe tener a la base una
conjunción de esfuerzos desde la sociedad civil y los partidos políticos para que la participación
sea efectiva y las políticas tengan sostenibilidad en el tiempo.
Revalorar el Proyecto Educativo Nacional (PEN) como política de Estado (que el gobierno
aprista no ha implementado) como la propuesta de mayor consenso social y político de los
últimos años. El PEN constituye un buen punto de partida para iniciar una reforma educativa
como parte de un programa de transformación democrática integral de la sociedad peruana,
haciendo nuestros sus seis grandes objetivos estratégicos al 2021: