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Entrevista a Romano Penna sobre la actualidad de algunas temáticas del Apóstol de los
Gentiles: la justificación, la conversión, la misión
En cuanto a la relación con los judeocristianos: son ellos los que más que
nadie atacan a san Pablo; y, sin embargo, es él quien más reivindica su
origen judío y su amor apasionado por su estirpe.
Penna: Cita usted la Carta a los Efesios que, según muchos, entre los que me
encuentro también yo, no es del Pablo histórico. De todos modos, este tema es típico
y central en las Cartas consideradas auténticas de Pablo. Lo encontramos ya
en Gálatas 2, donde se recuerda el llamado Concilio de Jerusalén. Allí tiene lugar
una distinción clara: como Pedro, Juan y los otros se dirigen a los circuncisos, yo –
dice Pablo– y Bernabé, a los gentiles. Pablo se caracteriza precisamente por esto.
Dio la vida por esto. Sufrió incomprensiones esencialmente por esto. Fue atacado –
en esa misma Carta se habla de adversarios– por la parte judeocristiana, más que por
los judíos, por esta apertura suya. «No somos hijos de la esclava, sino de la libre»,
dice Pablo en esta misma Carta (cf. 4,31) refiriéndose a las dos mujeres de Abraham;
y a los cristianos a los que escribe, los gálatas, son paganos, no son judíos. Lo más
grande que hace Pablo no es separar el evangelio de Israel, sino ofrecer a todos los
hombres fuera de Israel las características que son del propio Israel, es decir, ser el
pueblo de Dios, el pueblo de la Alianza (dice precisamente pueblo). De modo que
en Romanos 9,25 Pablo cita un texto polémico del profeta Oseas («llamaré pueblo
mío al que no es mi pueblo») y lo aplica a los gentiles, a los paganos, a todos
nosotros, a todos los que no son de origen judío. Esta es la operación de Pablo: tanto
a nivel hermenéutico como misionero; porque todo esto significa luego dedicación
factiva, concreta a todas las ciudades fuera de Israel donde llega Pablo. Pablo no
predica en Israel. Y en Atenas, por ejemplo, ¿dónde predica a Jesucristo? En el
ágora, en la plaza, y en el Areópago, donde entra en contacto con la sociedad viva
de la época, fuera de la atmósfera acolchada de los lugares religiosos. Se interesa
por los lejanos, lejanos respecto a Israel, como se lee en Efesios 2,13. Dice el autor:
«Vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca». Los
lejanos, los otros, los que para Israel son los otros, los diversos, el no-pueblo,
las gentes (en Israel era tradicional distinguir “el pueblo” de las “gentes”), Pablo se
dedica a ellos: esta es su gran operación. Se podría llegar a decir que, a los ojos de
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Pablo, Jesucristo no representa nada más que la eliminación de la distancia entre los
gentiles y los judíos. San Pablo tiene mucho que decir acerca de todas las murallas
que se levantan.
Por lo que usted dice parece casi que el mandato misionero no puede
extenderse de manera genérica, como un “orden de servicio”, a toda la
Iglesia, sino que está vinculado casi a una vocación personal y a la
profundización de una conciencia…
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Penna: Así es. Quien más percibe el valor rompedor de la Pascua más lo
siente. Pablo no cuenta nada del Jesús terreno, sino solamente del Crucificado
resucitado. La cristología de Pablo se centra toda en el acontecimiento pascual,
en la doble faz del acontecimiento pascual, la cruz y la resurrección, en que él
ha percibido esta cosa rompedora, decía, que va más allá de los confines de
Israel. Por lo demás, también en los escritos judeocristianos no paulinos se
convirtió luego en tradicional la conciencia de que Jesús vino a abolir los
sacrificios. Si vino a abolir los sacrificios, quiere decir que su identidad va más
allá de las liturgias del templo, es algo que está fuera de la categoría de lo
sagrado, está abierta a lo profano –usemos esta categoría–; y lo profano está en
todas partes, es profano sobre todo lo que está fuera de Israel en cuanto pueblo
santo (lo que “los otros” no son). Pero es precisamente para esos “otros” que
Pablo percibe la destinación del acontecimiento pascual.