Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
Investigar es teorizar (Díez & Moulines, 1997). Los científicos intentan construir
explicaciones capaces de trascender los límites de lo particular y concreto que caracteriza la
experiencia. En este sentido, ensayan un acceso justificable a un conocimiento general que
pueda aplicarse a situaciones particulares. No obstante, este movimiento del pensamiento
humano por diferentes niveles de generalidad que caracteriza a la investigación científica
establece una problemática, que es la que impone la distancia entre lo general y lo
particular, entre lo teórico y lo empírico. La epistemología se ha constituido como el campo
específico para la discusión de tal problemática. La tarea propia de la epistemología es el
estudio del conocimiento científico, del descubrimiento y de la justificación de sus teorías
(Bunge, 1980). La epistemología se compone de un conjunto de disciplinas que estudian el
problema del conocimiento científico desde múltiples perspectivas. El propósito de este
trabajo es revisar los aportes epistemológicos en lo referente a la evolución de la ciencia, en
general, y de la psicología (Hunt, 2005; Lovett, 2006), en particular.
Conclusiones
Con Kuhn y Lakatos la epistemología se desplazó desde un énfasis popperiano en la lógica
de la ciencia hacia la historia y la sociología de la ciencia. Con tal movimiento se
reconfiguraron las nociones fundamentales de la epistemología general y de las
epistemologías regionales (Bunge, 1980) como ocurre, por ejemplo, con la epistemología de
la psicología. Es decir, la noción misma de ciencia adquiere aspectos diversos según se la
considere desde un marco epistemológico popperiano, kuhniano o lakatosiano. Esta
situación ha sido fuertemente criticada por algunos filósofos, sobre todo por neo-positivistas
como Stove (1982, 1993), desde fuera de la epistemología, o por anarquistas como
Feyerabend (1975, 1982) desde dentro de la epistemología. Más allá de las objeciones y
contra-objeciones que constituyen el campo de investigación específico de esta disciplina
filosófica, es razonable sostener que el conocimiento científico puede ser siempre
efectivamente diferenciado de otros tipos de conocimientos (Bunge, 1969, 2003). Sin
embargo, resulta evidente que la psicología, en general, posee plena conciencia de su
fragmentación epistemológica (Ardila, 1972, 2002; Bunge & Ardila, 2002; Macbeth, 2004;
Serroni-Copello, 1989). Las cuestiones metodológicas, por ejemplo, la polémica entre lo
cuantitativo y lo cualitativo (Ardila, 2002), la histórica división acusada por Lee Cronbach
(1957) hace varias décadas entre investigadores correlacionales y experimentales (Eysenck,
1997; Stelmack, 1997) o la cada vez más consolidada perspectiva meta-analítica (Schmidt,
1992), han generado un estado creciente de fragmentación interna en la psicología (Slife &
Williams, 1997). No se trata aquí, en sentido estricto, del problema de la especialización
que habitualmente genera irremediables fragmentaciones en las ciencias empíricas más
desarrolladas. El problema en psicología es aún previo a la típica diáspora de especialistas,
y de mayor alcance. Es por ello que la crisis epistemológica de la psicología puede
entenderse mejor no sólo como una cuestión institucional, histórica o sociológica, sino
también como un problema lógico o metodológico, en el sentido de Popper (1934, 1959).
Si bien resulta deseable la superación de la fragmentación en psicología (Yanchar & Slife,
1997), su constatación no es de ninguna manera indicativa de minoría epistemológica
(Krantz, 2001). Nótese a modo de ejemplo que la física actual, modelo clásico de ciencia
avanzada, también presenta problemas de unificación. En efecto, la física está actualmente
fragmentada y en busca de una teoría unificada. La física de las grandes magnitudes es
diferente de la física de las pequeñas magnitudes y diferente, a su vez, de la física de las
magnitudes intermedias. Si bien se obtienen resultados aproximados por el empleo de
fórmulas deducidas de sistemas como el de Einstein (para las grandes magnitudes) y el de
Newton (para las magnitudes intermedias), sus postulados básicos son diferentes e
irreconciliables. Es un presupuesto newtoniano que las rectas paralelas nunca se cruzan, aún
cuando se extiendan infinitamente. Este presupuesto no se cumple en los espacios
einstenianos, donde las paralelas efectivamente se cruzan en algún punto del infinito (Nagel
& Newman, 1958). En este contexto amplio, resulta razonable señalar que la investigación
psicológica, en general, y la investigación cognitiva, en particular, poseen una identidad
claramente científica (Smedslund, 2002). Sus estudios emplean, básicamente, métodos
hipotético-deductivos que generan teorías falsables. Sus procedimientos no difieren
fundamentalmente (aunque sí en sofisticación y tecnicismo) de los empleados en las
ciencias naturales que, por lo general, se toman como modelo de ciencia, tales como la
física, la química o la biología. Sus aportes presentan todas las características que
usualmente se emplean en epistemología para categorizar a una disciplina como científica.
Señala Ardila (2002), en este contexto, que la psicología futura presentará un énfasis aún
mayor en la ciencia y una búsqueda de integración en torno a un paradigma unificador
(Yanchar & Slife, 1997), como características epistemológicas preponderantes para las
próximas décadas.
TOMAS S. KUHN
La teoría kuhniana del cambio científico ocupa un sitio estratégico en la transformación que
sufrió la filosofía de la ciencia a partir de los años sesenta. Este físico y filósofo norteamericano
introdujo en el análisis epistemológico el aporte de otras disciplinas como la historia, la
sociología y la psicología. La ciencia es presentada por Kuhn como una estructura cognoscitiva
dinámica que surge y se desarrolla dentro de un contexto histórico-social, un paradigma,
constituido por un conjunto de valores cognitivos que dependen de la comunidad científica. Esta
propuesta, casi desde su origen, se tomó como una clara confrontación a las convicciones
filosóficas del positivismo lógico y el racionalismo crítico, abriendo el debate epistemológico
que dominó la filosofía de la ciencia durante la segunda mitad del siglo XX.
La ciencia normal
Ninguna disciplina científica surge ya como ciencia normal, sino que debe pasar por una
etapa pre-científica. Esta fase se caracteriza por la falta de un marco teórico general, un cuerpo
doctrinal sólido y consolidado —llamado “paradigma” por Kuhn— que guíe las
investigaciones. En este período no se puede hablar de trabajo científico en sentido propio. Un
ejemplo de esta etapa se puede ver el desarrollo histórico de la óptica. Las investigaciones sobre
esta disciplina se remontan a la antigüedad y sin embargo, su estudio solo llegó a configurarse
como ciencia en el siglo XVIII.
No hubo ningún período, desde la antigüedad más remota hasta fines del siglo
XVII, en que existiera una opinión única generalmente aceptada sobre la
naturaleza de la luz. En lugar de ello había numerosas escuelas y sub-escuelas
competidoras, la mayoría de las cuales aceptaban una u otra variante de la teoría
epicúrea, aristotélica o platónica. Uno de los grupos consideraba que la luz estaba
compuesta de partículas que emanan de cuerpos materiales; para otro, era una
modificación del medio existente entre el objeto y el ojo; todavía otro explicaba la
luz en términos de una interacción entre el medio y una emanación del ojo;
además había otras combinaciones y modificaciones. Cada una de las escuelas
correspondientes tomaba fuerza de su relación con alguna metafísica particular y
todas realzaban, como observaciones paradigmáticas, el conjunto particular de
fenómenos ópticos que mejor podía explicar su propia teoría [Kuhn 1996: 12-13].
Durante el período pre-paradigmático, las teorías no son capaces, por sí solas, de dar lugar a
la formación de un paradigma; requieren la ayuda de algunos factores externos a la ciencia en
cuestión, como son: la inspiración de una corriente filosófica dominante, los descubrimientos de
otra ciencia, o alguna circunstancia personal o histórica que impulse al científico a comenzar
una investigación bien delimitada que, después de un período más o menos largo de estudio, dé
lugar a un paradigma. A estos factores se unen un conjunto de creencias metodológicas y
teóricas integradas que permitan elegir, valorar, y criticar la información que se ha ido
recogiendo a lo largo del tiempo. «Para ser aceptada como paradigma, una teoría debe parecer
mejor que sus competidoras; pero no necesita explicar, y en efecto nunca lo hace, todos los
hechos que se puedan confrontar con ella» [Kuhn 1996: 17-18].
Una vez constituido el paradigma se inicia la etapa de ciencia normal, en la que la actividad
de los científicos está dirigida a ofrecer criterios para formular y seleccionar los problemas que
deben resolverse de acuerdo con las herramientas conceptuales e instrumentales de las que se
dispone. Su finalidad, por tanto, no es resolver problemas sociales apremiantes, sino permitir el
rápido progreso de la ciencia normal. Durante este período se trabaja en aquellos terrenos en los
que se supone que ya existe una solución. De modo que el reto de los científicos es encontrar el
camino para alcanzar ese resultado.
Kuhn compara la actividad de la ciencia normal con la “resolución de puzzles”. De modo
análogo a como en un puzzle se debe utilizar todas las piezas y colocarlas en el lugar correcto
siguiendo las reglas del juego, en la ciencia normal los problemas se resuelven siguiendo las
normas definidas por el paradigma, e interpretando los datos de acuerdo a este marco teórico
[Kuhn 1996: 23-42].
La ciencia normal está orientada a ampliar el ámbito de aplicación de las teorías que se
desarrollan dentro de un paradigma, a mejorar la precisión de los resultados de los
experimentos, a conseguir un mejor ajuste entre la teoría y el experimento, a eliminar conflictos
entre las distintas teorías, y a eliminar los conflictos entre las aplicaciones dentro de una misma
teoría [Kuhn 1970, 246]. Todo esto puede llevar a pensar que la ciencia normal es una actividad
rutinaria y poco creativa, sin embargo, si bien durante la ciencia normal no hay descubrimientos
inesperados, ya que todo funciona dentro de los márgenes del paradigma, los retos que enfrenta
el científico requieren tanto de un trabajo serio y esforzado del científico, como de ingenio y
creatividad.
La crisis paradigmática
La ciencia normal es una actividad altamente acumulativa que cumple sus objetivos con
éxito, extendiendo con precisión el alcance del conocimiento científico. Sin embargo, la
actividad científica no se reduce a la ciencia normal. A lo largo de la historia, la ciencia ha
enfrentado situaciones novedosas, provocadas por el descubrimiento de fenómenos inesperados,
que llevan a los investigadores a formular nuevas teorías.
De acuerdo con la teoría kuhniana, el origen de estos descubrimientos está en la percepción
de una anomalía; es decir, de un hecho que pone en tela de juicio aspectos fundamentales de la
tradición, inaugurando una etapa de crisis que puede conducir a una revolución científica. Sin
embargo, no todas las anomalías provocan graves conflictos. La mayoría de las dificultades que
enfrentan los científicos dentro de un periodo de ciencia normal son resueltas con las
herramientas y los procesos propios del paradigma.
En el caso en que, ciertamente, se detecte una anomalía que genere una crisis, ningún
paradigma será capaz de guiar las investigaciones. En este período, los científicos dedicarán sus
esfuerzos a probar distintos métodos y elaborar nuevas teorías para dar solución a la crisis,
estableciendo un nuevo paradigma.
La teoría de Newton sobre la luz y el color tuvo su origen en el descubrimiento de
que ninguna de las teorías existentes antes del paradigma explicaban la longitud
del espectro, y la teoría de las ondas que reemplazó a la de Newton surgió del
interés cada vez mayor por los problemas en relación a los efectos de difracción y
polarización [Kuhn 1996: 67].
El cambio paradigmático está, normalmente, liderado por un grupo de científicos más
geniales, o más jóvenes y por ello menos acostumbrados a la tradición, que son los primeros en
reconocer las anomalías como tales y abrirse a la transición. Pero siempre hay un grupo de
científicos que pertenecen al paradigma en crisis que se resisten al cambio, convencidos de la
que crisis se podrá resolver sin tener que abandonar su paradigma. Esta resistencia tiene una
función importante: hace posible el progreso de la ciencia en su período normal; pero aún
siendo inevitable y legítima, llega un momento en que quien se opone a la transición queda
fuera de la ciencia.
Esta comprensión previa de las dificultades debe ser una parte importante de lo
que permitió a Lavoisier ver en experimentos tales como los de Priestley, el gas
que éste había sido incapaz de ver por sí mismo. Recíprocamente, el hecho de que
fuera necesaria la revisión de un paradigma importante para ver lo que vio
Lavoisier debe ser la razón principal por la cual Priestley, hasta el final de su larga
vida, no fue capaz de verlo [Kuhn 1996: 56].
El progreso de la ciencia
Como acabamos de explicar, Kuhn distingue dos modos mediante los que la ciencia puede
progresar. El primero corresponde al período de ciencia normal y el segundo al de la ciencia
extraordinaria.
Durante la ciencia normal la comunidad está libre de la necesidad de reexaminar
constantemente sus principios fundamentales. En estas circunstancias, sus miembros pueden
dedicar sus esfuerzos a estudiar algunos aspectos problemáticos de su disciplina, dando vigor y
eficacia a la investigación y produciendo un notable aumento de conocimientos. El progreso que
la ciencia experimenta en este período se debe, en parte, al aislamiento en que trabajan las
comunidades científicas maduras, que sin ser absoluto, es peculiar, ya que en ninguna otra
comunidad profesional el trabajo creativo de cada individuo está tan exclusivamente dirigido y
evaluado por los miembros de la propia profesión [Kuhn 1996: 163-164].
El segundo modo en que la ciencia progresa es por medio de los cambios paradigmáticos.
Después de una revolución el antiguo paradigma ha sido «reemplazado, completamente o en
parte, por otro nuevo e incompatible» [Kuhn 1996: 92]. Esta incompatibilidad incapacita la
“demostración” de la superioridad del nuevo respecto a los antiguos. Cada paradigma es fuente
de nuevos métodos, problemas y normas de resolución que la comunidad científica debe
aprobar en un momento dado.
En esta etapa el progreso no es acumulativo y se opone a un tipo de desarrollo científico que
se resuelve en la continua incorporación de unas teorías en otras, donde las teorías más
desarrolladas cubrirían más información empírica que sus antecesoras, por lo que podrían ser
deducibles a partir de otras teorías, o incorporables a las teorías posteriores. En el modelo
kuhniano, la concepción acumulativa del progreso científico sólo se puede aplicar al desarrollo
de la ciencia en su período normal, pero no se ajusta a la ciencia revolucionaria, en la que los
paradigmas son inconmensurables. Esta tesis requiere una nueva definición de progreso que se
ajuste a las características de la ciencia revolucionaria.
Tomando como modelo la teoría de la evolución de Darwin, Kuhn sostiene que el progreso
de la ciencia en su período revolucionario es «un proceso cuyas etapas sucesivas se caracterizan
por una comprensión cada vez más detallada y refinada de la naturaleza» [Kuhn 1996: 172-
173]. En él se da un aumento en la articulación de los conocimientos y la especialización, que es
fruto de un proceso de selección a través de la pugna entre paradigmas que buscan mejorar la
práctica de la ciencia futura, pero no tiene como meta alcanzar la verdad científica. Por tanto, de
acuerdo con la tesis de Kuhn, la verdad científica no es la meta que orienta el proceso de
desarrollo de la ciencia [Kuhn 1996: 170-173].
La posición de Kuhn encierra una importante crítica al cientificismo, que considera la ciencia
como el único medio para alcanzar la verdad definitiva acerca del mundo. Sin embargo, para
poder afirmar la incapacidad de la ciencia de alcanzar la verdad absoluta sobre el mundo real,
Kuhn elimina la natural aspiración de la ciencia a alcanzar un conocimiento objetivo del mundo,
sacrificando de esta manera el carácter teleológico y finalista del conocimiento científico. Bajo
esta perspectiva se niega a la investigación científica su carácter gnoseológico fuerte, y se la
deja en un nivel puramente instrumental o pragmático.
La inconmensurabilidad
La tesis sobre la inconmensurabilidad que Kuhn presentó en La estructura fue interpretada en
el ambiente epistemológico de los años setenta como un atentado a la racionalidad de la ciencia,
y Kuhn fue acusado de subjetivismo y de propugnar la irracionalidad, lo que le impulsó a
revisar esta noción con el afán de explicar mejor su significado, y dejar claro cómo esta noción
no excluye la posibilidad de comparación entre teorías en competencia.
Para explicar esto se remitió al origen mismo del término:
“Inconmensurabilidad” es un término tomado de la matemática y ahí no tienen tal
implicación. La hipotenusa de un triángulo rectángulo isósceles es
inconmensurable con su lado, pero ambos pueden ser comparados con el grado de
precisión que se desee. Lo que hace falta no es la comparabilidad sino una unidad
de longitud en términos de la cual ambos puedan ser medidos directa y
exactamente [Kuhn 1976: 191].
A continuación restringió la aplicación de la inconmensurabilidad a las teorías propuestas por
paradigmas sucesivos, y más en concreto a sus léxicos o vocabularios, limitando el ámbito de
esta noción al terreno semántico. Bajo esta nueva perspectiva, dos teorías son inconmensurables
cuando están articuladas en lenguajes que no son completamente traducibles entre sí, ya que los
términos, al pasar de una teoría a otra, cambian de significado, impidiendo la traducción de
todos los enunciados. La inconmensurabilidad quedó, entonces, ligada al fracaso en la
traducción completa entre dos teorías, ya que «las lenguas cortan el mundo de formas distintas»
[Kuhn 2000: 92]. Con estos criterios, la inconmensurabilidad ya no significa incomparabilidad,
sino imposibilidad de traducción total.
En los años ochenta, Kuhn redefinió nuevamente su posición y comenzó a hablar de
“inconmensurabilidad local”. Esta reformulación supuso la elaboración de la llamada “teoría de
los tipos”, según la cual la aplicación de la inconmensurabilidad se limita a una clase concreta
de términos, los términos taxonómicos o términos tipo que incluyen tipos naturales, tipos de
artefactos, tipos sociales, entre otros.
En inglés esta clase [los términos tipo] comprende, en general, los términos que
usados singularmente o dentro de determinadas expresiones admiten artículo
indeterminado. Se trata particularmente de sustantivos que pueden contarse y de
aquellos que no pudiendo contarse se pueden combinar con sustantivos numerales
en frases que piden el artículo indeterminado (…) [Kuhn 2000: 92].
De acuerdo con esta nueva formulación, Kuhn sostiene que cada teoría científica tiene su
propia estructura léxica compuesta por conceptos o términos tipo, que están en función de ella.
El producto de cada revolución es una nueva estructura léxica, dentro de la que algunos
términos tipo tienen nuevos referentes que se superponen a los antiguos. Cada revolución
comporta una revisión de toda la taxonomía léxica, y puede provocar la inconmensurabilidad
entre dos comunidades científicas diferentes, pero como el cambio de significado se refiere sólo
a una clase muy restringida de términos: los términos tipo, y muchos otros conservan su propio
significado, hay un terreno común para la confrontación y para la elección racional de las
teorías [Gattei 2000: 336-337].
Esta tesis convierte la inconmensurabilidad en imposibilidad de traducción localizada,
provocada por las diferencias entre las taxonomías léxicas que impiden la comprensión entre
comunidades diversas. La causa de la inconmensurabilidad deja de ser la imposibilidad de
traducir conceptos simples, y pasa a ser la introducción de teorías con taxonomías léxicas
diferentes que llevan a los científicos a clasificar el mundo de modo diverso. Así que «dos
teorías son inconmensurables cuando sus estructuras taxonómicas no son homologables» [Pérez
Ransanz 1999: 108].
Sin embargo, la imposibilidad de ofrecer una traducción completa no provoca la total
interrupción de la comunicación entre dos comunidades lingüísticas diferentes. En los casos en
que no se puede traducir un término extranjero se puede acudir a la interpretación, que nos
permite aprender el significado de los términos en su propio contexto lingüístico sin necesidad
de recurrir a nuestro lenguaje. De este modo, la posibilidad de comunicación entre quienes
sostienen dos paradigmas diversos está garantizada, ya no por la traducción, sino por el
bilingüismo [Kuhn 2000, 93]. Por este camino, la variación del significado y la relativa
imposibilidad de traducción, ya no imposibilitan la confrontación entre teorías en competencia y
así se garantiza la elección racional entre teorías inconmensurables [Gattei 2000: 338-339].
Esta tesis kuhniana requiere comprender la teoría del significando en la que descansa. De
acuerdo con ésta, los conceptos son algo que las comunidades comparten ampliamente, y su
transmisión de una generación a otra cumple un papel clave en el proceso de acreditación de los
nuevos miembros. Este carácter social de todo concepto, como producto y herramienta de una
colectividad se manifiesta sobre todo en el primer aspecto del significado: «saber lo que
significa una palabra es saber cómo usarla para comunicarse con los demás miembros de la
comunidad lingüística, donde dicha palabra es común» [Kuhn 1990: 301]. Por otra parte, salvo
contadas excepciones, «las palabras no tienen significado individualmente, sino sólo a través de
sus asociaciones con otras palabras dentro de un campo semántico. Si cambia el uso de un
término, normalmente cambia el uso de los términos asociados a él» [Kuhn 1990: 301].
Una década después, Kuhn distingue un nuevo tipo de transición taxonómica: lo que en The
Structure of Scientific Revolutionsera una distinción entre desarrollo normal y desarrollo
revolucionario, se convierte en una distinción entre un desarrollo que requiere mutación
taxonómica local, y aquel que, por lo contrario, no lo requiere [Kuhn 2000: 97]. El resultado de
la transición revolucionaria produce una fragmentación en la comunidad, y no tan solo una
reagrupación. Esto implica que el grupo más conservador se queda trabajando en un dominio
cuya estructura es básicamente congruente con la de la taxonomía anterior; mientras el grupo
disidente adopta una nueva estructura taxonómica no homologable con la anterior, cuyo
dominio es más estrecho que el considerado hasta entonces, lo que da lugar a nuevas divisiones
en los campos de investigación existentes, es decir nuevas especialidades.
Cada especialidad genera un léxico propio y «no hay una lengua franca capaz de expresar por
completo el contenido de todas ellas, o siquiera de un par de ellas» [Kuhn 2000: 98]. A la luz de
esta perspectiva, el viejo ideal de la ciencia unificada que requería la construcción de un léxico
homogéneo, resulta ser no sólo un ideal inalcanzable, sino más bien amenazante para el
progreso del conocimiento.
Los últimos trabajos de Kuhn se centraron en los problemas ontológicos provenientes de la
noción de inconmensurabilidad. Según Kuhn, los conceptos no sólo permiten describir el
mundo sino que son constitutivos del mundo en el que viven los miembros de una comunidad
lingüística. Por tanto, cuando las estructuras taxonómicas de dos comunidades no son
homologables, cuando sus concepciones del mundo son inconmensurables, «algunas de las
clases que pueblan sus mundos son irreconciliablemente diferentes, y la diferencia ya no es más
entre descripciones sino entre las poblaciones que se describen» [Kuhn 1993: 319]. Esta
afirmación coincide con el planteamiento presentado por Kuhn en The Structure of Scientific
Revolutions, donde afirmaba que después de una revolución los investigadores que pertenecen a
diversas comunidades científicas «trabajan en mundos diferentes» [Kuhn 1996: 135].
Observaciones finales
La teoría del conocimiento en la que se apoya la propuesta epistemológica de Kuhn, como él
mismo ha admitido [Kuhn 2000: 104], encierra un paralelismo con la tesis kantiana. Así como
para Kant la experiencia verdaderamente objetiva es el producto de la incorporación de la
experiencia sensorial en la síntesis categorial, para Kuhn la experiencia es el producto de la
aplicación del paradigma, o de las categorías lexicales, que reemplazan, en cierto sentido, a los
paradigmas a partir de los años 80, sobre los estímulos que provienen del mundo, que se
identifica con el Ding an sich kantiano. Sin embargo, a diferencia de Kant, el paradigma cambia
con el tiempo y con el paso de una comunidad a otra. Pero, vale la pena aclarar que en otro
texto, Kuhn sostiene que sus categorías son mas afines al sentido de las categorías a
priori kantianas definido por Reichenbach, que a su sentido original.
Ambos significados —del a priori— hacen que el mundo en cierto sentido
dependa de la mente, pero el primero amenaza la objetividad insistiendo en la
absoluta fijeza de las categorías, mientras el segundo relativiza las categorías (y
con ellas el mundo de la experiencia) al tiempo, el lugar y la cultura [Kuhn 1993:
331].
Es innegable, por tanto, que para Kuhn, como para Kant, el conocimiento permanece en la
esfera de la subjetividad. Sin embargo, para Kuhn, esta subjetividad más que hacer referencia a
un sujeto hace referencia a una comunidad de especialistas, que está inmersa en un contexto
histórico-social.
Kuhn presenta la ciencia como una estructura cognoscitiva elaborada por una comunidad de
especialistas en la que interactúan teoría y experiencia dentro de un marco histórico-sociológico
amplio, en el que se forja la experiencia, a la vez que construye la ciencia. Pero este análisis se
queda en el plano socio-psicológico sin llegar a establecer un status ontológico, lo que da lugar
a que se la interprete como una especie de subjetivismo comunitario, que impide hablar de la
ciencia como de un modo de conocimiento objetivo.
La teoría kuhniana y en concreto su noción de inconmensurabilidad ha dado lugar a una serie
de preguntas, que han orientado el debate epistemológico contemporáneo, dando un nuevo
impulso a las discusiones sobre el realismo científico. Esta tesis no sólo ha obligado a repensar
los problemas metodológicos de contrastación y elección de teorías, sino que ha contribuido a
renovar la reflexión sobre la racionalidad científica, alimentando también otra gran línea de
cuestiones filosóficas sobre la ciencia: los problemas ontológicos y semánticos. De allí que la
inconmensurabilidad se haya convertido en la noción más controvertida y desafiante de la
filosofía de la ciencia actual.
Bibliografía
KUHN, Th., The Cohesive Energy of Monovalent Metals as a Function of Their Atomic
Quantum Defects, Tesis Doctoral, Harvard, Cambridge 1949.
––, The Copernican Revolution. Planetary Astronomy in the Development of Western
Thought, Harvard University Press, Cambridge 1957.
––, The Structure of Scientific Revolutions, The University of Chicago Press, Chicago 1962¹,
1996³.
––, The Essential Tension. Selected Studies in Scientific Tradition and Change, The
University of Chicago Press, Chicago 1977.
––, The Road since Structure, The University of Chicago Press, Chicago 2000.
PARDO, C. G. (2001), La formación intelectual de Thomas S. Kuhn. Una aproximación
biográfica a la teoría del desarrollo científico, Eunsa, Pamplona.
QUINE, W.V.O. (1984), From a logical point of view, Harvard University Press, Cambridge
1953. Trad. cast. Desde un punto de vista lógico, Orbis, Barcelona.
SÁNCHEZ, M. (2003), La relación teoría-experiencia en la epistemología de Thomas S. Kuhn,
Thesis ad doctoratum in philosophia totaliter edita, Pontificia Università della
Sancta Croce, Roma.
Popper, Karl Raimund (1902-1994)
Sus apéndices a La lógica de la investigación científica, que empezó a redactar desde 1975, se
convirtieron en sus últimos escritos importantes, títulados Postscriptum: Después de veinte
años, (1983), y editados (en castellano) en tres volúmenes como Realismo y el objetivo de la
ciencia, El universo abierto y Teoría cuántica y cisma en la física; en ellos reelabora teorías
fundamentales anteriormente expuestas: indeterminismo, realismo, objetivismo y teoría de la
probabilidad, entre otros.Popper ha dado a su filosofía el nombre de racionalismo crítico. que es
tanto una actitud racional general, como una filosofía de la ciencia. Esta actitud crítica, que
adopta como método, surge de lo que él llama «el problema de Kant» -en qué condiciones
podemos decir que un enunciado es científico-, o problema del criterio de demarcación entre lo
que es ciencia y lo que no lo es, que comienza a plantearse desde los años de su juventud y que
desarrolla como una teoría sobre la naturaleza de la ciencia, denominada falsacionismo.La
incomodidad que experimenta, hacia el año 1919, con relación a las teorías de Marx, Adler y
Freud, que se presentaban como científicas, le lleva a compararlas con la actitud que -según
observa- mantiene Einstein sobre sus propias teorías físicas; Einstein, lejos de desear confirmar
a toda costa sus teorías, sostiene que bastaría un sólo fracaso en una predicción para rechazarlas,
por lo que anhela someterlas a experimentación, cosa que ocurre con ocasión del experimento
de Eddington de 1919, mientras que aquellas teorías marxistas y psicológicas se consideran
inmunes a toda prueba y se consideran verificadas en todos los casos posibles. De aquí,
contraponiendo al intento de confirmar las propias teorías el intento de refutarlas, deduce su
teoría de que lo que define el carácter científico de una teoría es su contrastabilidad, y lo que
define a ésta es la refutabilidad, y que una teoría es científica y significativa sólo si es en
principio incompatible con algunos fenómenos observables (ver cita). Para establecer la
refutabilidad como criterio de demarcación, Popper tiene que criticar el criterio de demarcación
admitido por los neopositivistas del Círculo de Viena. Sostienen éstos que el criterio para
aceptar un enunciado como científico y significativo es su verificabilidad, y que todo enunciado
no verificable no es científico y que, por lo mismo, carece de significado. Popper sostiene,
frente a este criterio empirista del significado, que el problema está en decidir qué es científico y
qué no lo es, y que no debe identificarse científico con significativo, de modo que muchos
enunciados no científicos, como por ejemplo, los metafísicos o filosóficos, son enunciados
significativos, pese a no ser científicos: el criterio del carácter científico de un enunciado reside
en su refutabilidad (ver texto ), pero no el del significado. La fundamentación de la refutabilidad
como criterio lleva al desarrollo de una nueva concepción de ciencia y de teoría científica.Las
ciencias son sistemas de teorías científicas, y éstas deben concebirse como aproximaciones a la
realidad, como «redes», dice metafóricamente, que lanzamos para comprender el mundo, «para
racionalizarlo, explicarlo y dominarlo» (ver cita), y la manera de lograr que la malla de estas
redes sea cada vez más fina es procurando eliminar todas aquellas teorías e hipótesis que no
dicen nada acerca del mundo, porque son falsas. Puesto que las teorías e hipótesis son
enunciados universales, eliminaremos de la ciencia las hipótesis falsas sometiendo sus
enunciados universales a refutación. La asimetría lógica existente entre verificación y
refutación, o confirmación y desconfirmación, cuando se habla de enunciados universales,
justifica que Popper afirme que la confirmación de hipótesis es irrelevante para establecer la
verdad de una teoría, dado que un enunciado universal no es lógicamente verificable, mientras
que la refutación cobra toda la importancia, ya que basta un solo caso de refutación para
rechazar como falso un enunciado universal. Miles de pruebas que confirman que «los cisnes
son blancos» no hacen verdadero a este enunciado; en cambio, basta un solo caso de cisne negro
para rechazarlo como falso. Del mismo modo, en la metodología científica no interesa
esforzarse por la confirmación de las teorías y de las hipótesis científicas: la teoría que afirma
que las órbitas de los planetas de todo el universo son elípticas no se demuestra de una forma
concluyente aduciendo ejemplos de órbitas planetarias elípticas, mientras que un solo caso de
órbita circular refutaría la hipótesis. Vista esta asimetría, o disparidad de características respecto
de la misma cuestión, no hay razón lógica para que, en metodología científica, se esfuerce el
científico en confirmar y salvar las propias teorías; no puede demostrarse que una teoría
científica sea verdadera, pero es posible rechazarla como falsa. Lo que importa, por tanto, es
eliminar todas las teorías falsas sometiéndolas a intentos de refutación. Esto supone un cambio
de perspectiva en la teoría de la ciencia mantenida hasta entonces (ver texto ). La concepción
heredada de la ciencia, impulsada sobre todo por los patrocinadores del Círculo de Viena y el
neopositivismo en general, sostenía una concepción de la ciencia basada en el inductivismo. La
inducción importaba tanto en el contexto de descubrimiento de las hipótesis como en el
contexto de justificación de las mismas. La ciencia -se suponía- es inductiva, y las hipótesis
proceden normalmente por generalización de los casos particulares observados. Además, una
hipótesis se justifica, esto es, se razona que es verdadera, sometiéndola a la contrastación, cuyo
resultado puede ser la confirmación o la refutación. Si la hipótesis resulta confirmada por la
prueba experimental, se la admite como verdadera o, por lo menos, como probable; este
momento de justificación es también inductivo, dado que se apoya sobre un razonamiento
inductivo, como es el esquema lógico de la confirmación de hipótesis.A esta teoría inductiva de
la ciencia, opone Popper su deductivismo. Por un lado, no es posible fundar la ciencia en un
proceso de inducción por generalización porque, tal como demostró Hume, no está lógicamente
justificado pasar de enunciados particulares a enunciados universales, y, además, la ciencia no
parte de la observación de casos concretos, sino de los problemas que suscitan teorías para
resolverlos y cualquier observación supone ya una teoría previa, que es lo que nos incita a
observar. Cómo se originan las hipótesis es sólo una cuestión subjetiva o psicológica. Lo
importante es cómo se justifican y, dada la imposibilidad de la verificación de las hipótesis, su
confirmación es irrelevante y sólo resulta relevante su posible refutación. No es posible verificar
teorías, y el proceso científico debe concebirse como una elaboración de hipótesis, a modo de
conjeturas, de las que se extraen predicciones que se contrastan con hechos que puedan
refutarlas, con el ánimo de eliminar las que resulten falsas. Éste método, llamado de conjeturas
y refutaciones, es el método propio de las ciencias empíricas y Popper considera que es, al
mismo tiempo, la solución al problema de la inducción -que llama «el problema de Hume»-, que
considera innecesaria como fundamento de la ciencia, por el hecho de que simplemente no hay
inducción (ver texto 1 y texto 2 ).Como entendía Kant, el hombre impone sus hipótesis -sus
propios puntos de vista- a la naturaleza, y las hipótesis provienen de la mente humana, no de la
naturaleza; la naturaleza, si acaso, las refuta.Según Popper, todas las ciencias, tanto las naturales
como las sociales, parten siempre de problemas, y las ciencias, igual como hace nuestro
entendimiento en otros casos, salen al paso de los problemas presentando tentativas de solución,
que no son sino un caso concreto del método general de ensayo y error. Proponemos intentos de
solución y los ponemos a prueba y eliminamos aquellas soluciones que no lo son. El esquema
general de este procedimiento es:
Biografía
Filósofo austríaco, nacido en Viena, de familia acomodada de origen judío. Su infancia transcurre en
plena Primera Guerra Mundial y, acabada la guerra, a los 16 años decide, por aburrimiento, abandonar la
escuela y estudiar por cuenta propia. Se inscribe en la universidad como alumno libre -no se matriculará
hasta 1922- y asiste a cursos de historia, psicología, filosofía y literatura, que tampoco frecuenta
demasiado, puesto que sólo se interesa por las matemáticas y la física. En su juventud simpatiza con el
socialismo y, por espacio de dos o tres meses, se adhiere al comunismo.
El hecho de ver cómo jóvenes socialistas y comunistas han de morir en alguna de sus actividades políticas
le desencanta del marxismo y le hace dudar de su carácter científico. Del socialismo dirá más adelante
que su intento de combinar libertad e igualdad le parece sólo «un bello sueño» («Que la libertad es más
importante que la igualdad»). A la convicción del escaso carácter científico del «socialismo científico», a
la que él atribuye haberse convertido en un «falibilista», esto es, en alguien que mantiene que no es
posible conocer la verdad sino sólo detectar el error, une pronto otra convicción: la de que algunas teorías
que se presentan como científicas, como la psicología individual, de Adler, y el psicoanálisis, de Freud,
carecen de las características de la ciencia. Él mismo narra cómo le llamaron la atención, en su juventud,
los intentos de Einstein (ver ejemplo ) de someter a prueba sus propias teorías, frente a los intentos de
aquellas teorías psicológicas de tener siempre una explicación para cualquier hecho. De esta problemática
juvenil surgió su teoría sobre el criterio de demarcación entre lo que es ciencia y lo que no es ciencia.
En 1928 presenta en la universidad de Viena su tesis de doctorado titulada «Sobre el problema del
método en la psicología del pensar», que señala el punto final de su interés por la psicología, a cuyo
estudio había dedicado unos cuantos años, llevado sobre todo por la influencia de Karl Bühler. Al año
siguiente es nombrado profesor de matemáticas y física en escuelas de enseñanza media. Por esta fechas
toma contacto con miembros del Círculo de Viena, sobre todo con Victor Kraft y Herbert Feigl, con
quienes discute sobre filosofía de la ciencia, y quienes le inducen a publicar sus ideas en forma de libro.
Este libro, que debía titularse Los dos problemas fundamentales de teoría del conocimiento, pero que no
se publica hasta 1979, se convierte, tras muchas conversaciones y discusiones con otros filósofos
neopositivistas, en el núcleo de La lógica de la investigación científica (versión alemana, 1934; versión
inglesa, 1959), considerado primero como una obra de crítica al Círculo de Viena, pero que en realidad es
una obra que propone una nueva teoría sobre lo que hay que entender por «conocimiento científico»: un
conocimiento no verdadero ni probablemente verdadero, sino simplemente hipotético. Con la anexión de
Austria por Hitler, se ve obligado a abandonar Viena y tras un intento de establecerse en Inglaterra,
emigra en 1936 a Nueva Zelanda, donde acepta un cargo de profesor en el Canterbury University College,
en Christchurch. Allí aplica las ideas metodológicas de La lógica de la investigación científica a las
ciencias sociales, con el objetivo de hacer una crítica el marxismo, y el resultado es la publicación -no sin
muchas dificultades- de Miseria del historicismo (1945) y La sociedad abierta y sus enemigos (1945). El
título inicial de esta última obra era «Falsos profetas: Platón-Hegel-Marx», y el objetivo de ambos libros
era exponer cómo el historicismo había llevado al marxismo y al fascismo. Escribió estos libros como
«contribución a la guerra», suponiendo que, acabado el conflicto bélico, una de las necesidades más
urgentes sería la de defender la libertad contra toda forma de totalitarismo y autoritarismo. Estas obras
representan su principal aportación al campo de la metodología de las ciencias sociales. La postura
ideológica que manifiesta en ellas le ha valido ser considerado un decidido defensor del liberalismo
moderno. En 1946 es nombrado profesor de lógica y método científico en la School of Economics, de
Londres, cargo que mantendrá hasta su jubilación en 1969. Ésta es la época de mayor actividad intelectual
de Popper, y él la recuerda en su Autobiografía como la época feliz de su vida en que pudo dedicarse por
entero a la solución de problemas filosóficos (mantuvo una famosa discusión con Wittgenstein sobre si
existían o no verdaderos problemas filosóficos) y de la que dice que, en su transcurso, «sospecho que he
sido el filósofo más feliz que jamás haya encontrado». Muy crítico con el neopositivismo y la filosofía del
lenguaje, se opone también a diversas clases de epistemologías no realistas, como el fenomenismo, el
idealismo, el pragmatismo, etc. En 1950 viaja a América y da conferencias en Harvard y en Princeton,
donde discute con Einstein sobre determinismo e indeterminismo. En 1962 publica El desarrollo del
conocimiento científico: Conjeturas y refutaciones, obra cuyo título resume el modo como Popper
entiende el desarrollo científico: la ciencia avanza mediante conjeturas en forma de hipótesis, cuya
posible falsedad se intenta descartar sometiéndolas a una posible refutación por los hechos. Nombrado en
1969 profesor emérito de la London School of Economics, prosigue incansable su intensa actividad con
nuevas obras, artículos y conferencias. En 1972, publica Conocimiento objetivo, donde, en oposición a la
teoría del conocimiento tradicional, que considera subjetiva por fundarse en la certeza, propone su teoría
del conocimiento objetivo, o del conocimiento sin sujeto cognoscente, sosteniendo que el conocimiento
no consiste tanto en el problema de cómo fundamos la certeza o la verdad, sino más bien en cómo se
desarrolla y acrecienta la ciencia: a modo de conjeturas que, en forma de hipótesis, se presentan como
soluciones tentativas a problemas, acompañadas con argumentos críticos e intentos de someterlas a
prueba para descartar su falsedad; en esta obra presenta también su teoría de los tres mundos.