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Tema 18. El régimen de Franco entre 1939 y 1959.

La España de 1939 era una nación arrasada material, demográfica y emocionalmente.


En efecto, las pérdidas humanas fueron cuantiosas tanto por motivos bélicos como por
la posterior represión y el hambre generalizada, a lo que hay que añadir los exiliados y
los nacidos como consecuencia de las tasas de nupcialidad y natalidad. Materialmente,
las pérdidas en los distintos sectores económicos fueron sustanciales, de tal forma que,
tanto por necesidad como por convicción ideológica, se hizo necesario recurrir a una
política económica autárquica que se mantuvo hasta 1959. Emocionalmente, las heridas
morales a causa de las represiones que tuvieron lugar en ambos bandos y las que,
terminada la guerra, llevó a cabo el sistema franquista, fueron creando un trauma social
que aún hoy sigue sin cicatrizar. Conozcamos mejor estos casi cuarenta años de
dictadura.

1.- Fundamentos ideológicos del franquismo


El nuevo régimen se caracterizó desde sus orígenes por la concentración del poder en la
figura de Franco, por lo cual no se puede considerar al franquismo como un régimen
totalitario sino como una dictadura personal y autoritaria donde todas las instituciones
creadas le estaban totalmente subordinadas, y todos los miembros que las componían lo
eran por voluntad del Caudillo.

El régimen franquista se basó en una serie de componentes ideológicos:

• Anticomunismo: el régimen se presenta contrario a cualquier elemento político


en un amplio arco que iba desde la extrema izquierda revolucionaria hasta la
burguesía democrática, por moderada que fuera. Cuando, a partir de 1950, el
régimen fue admitido en las organizaciones internacionales, la propaganda se
concentró en el mensaje anticomunista y moderó sus ataques hacia el modelo
democrático parlamentario.

• Antiliberalismo: basado en las ideas tradicionalistas y católicas, que acusaban


al liberalismo de ser el culpable de la política anticatólica y de la pérdida de las
tradiciones históricas de España. Se imponía frente al progresismo liberal la
organización de un Estado tradicional basado en la exaltación de valores como
la familia, el trabajo, la patria y la religión católica.

• Antiparlamentarismo: la democracia parlamentaria era considerada como un


sistema antiespañol y de inspiración marxista que tenía que ser sustituido por un
Estado fuerte y centralizado. Tras la II Guerra Mundial las críticas se diluyeron
un poco, aunque siempre se le consideró como un sistema débil superado en
mucho por la democracia orgánica creada por el franquismo.

• Nacionalcatolicismo: rasgo peculiar del franquismo fue el apoyo ideológico que


recibió de la Iglesia católica, que se convirtió en uno de los pilares del régimen
al controlar totalmente la vida social de los españoles (educación, censura,
moralidad).

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• Antinacionalismo: todo sentimiento nacionalista que no fuera español fue
descalificado y perseguido. Se prohibió el uso de cualquier lengua que no fuera
el castellano, se abolieron los Estatutos autonómicos y los órganos de
autogobierno, y se proscribieron los símbolos nacionalistas.

• Militarismo: el franquismo fue desde el principio un régimen militarista, donde


en cualquier acto público se exaltaba a la bandera o al himno nacional, se
recordaba constantemente la guerra y el papel del Ejército como garante de la
defensa de la unidad de la Patria.

• Pluralismo limitado: a pesar de la prohibición del pluralismo político (sólo


estaba permitida la existencia de la Falange Española Tradicionalista y de las
JONS, que era considerado como un Movimiento y no tanto como un partido
político), existían en realidad varias orientaciones políticas diferenciadas entre sí
aunque coincidentes en su adhesión al régimen (las “familias” del régimen).
Franco nunca estuvo limitado por la ideología de partido alguno, aunque
mantuvo en su régimen algunos rasgos fascistas muy marcados como la
simbología, los uniformes, la exaltación del Caudillo,…

2.- Bases sociales del franquismo


La dictadura edificó su régimen con la idea de crear un Estado nuevo superador de las
causas que habían producido el atraso económico y social del país, así como los
conflictos civiles de los dos últimos siglos. Para ello, el franquismo contó con unas
amplias bases sociales que ahora vamos a comentar.

La dictadura devolvió a la oligarquía terrateniente y financiera su hegemonía


social y económica perdida durante la República. Fueron además los principales
beneficiarios de la economía intervencionista de las primeras décadas del franquismo. A
ella se incorporaron posteriormente militares, falangistas y personajes enriquecidos por
la guerra.

El régimen contó también con el apoyo de las clases medias rurales, sobre todo en
el Norte y ambas Castillas, así como de quienes en las ciudades se beneficiaron de las
depuraciones masivas realizadas al término de la guerra entre funcionarios, maestros,
profesores universitarios y militares republicanos. Por el contrario, entre los jornaleros,
el proletariado industrial y buena parte de las clases medias urbanas, no encontró al
principio muchos apoyos, aunque tampoco demasiada oposición. No será hasta el
desarrollismo de los años sesenta cuando parte de estos sectores adoptaron una postura
de aceptación del régimen.

Mención aparte merece lo que muchos historiadores han venido a llamar como las
“familias” del régimen. En el nuevo régimen todos los partidos políticos, incluso los de
derechas, fueron prohibidos. Sólo se permitió la existencia de la Falange y de sus
diferentes organizaciones (Milicias, Frente de Juventudes, Sección Femenina,
organización Sindical), a la que no se le denominaba como un partido sino como un
Movimiento Nacional. Pero Franco no sólo buscó a sus colaboradores entre los
miembros de la Falange sino también entre grupos ideológicos o corporativos distintos
a los que se les conoce con este nombre:

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• Falangistas: la Falange ya no tenía nada que ver con el partido creado por José
Antonio a finales de 1933. Muerto el líder y marginados los viejos dirigentes
(los “camisas viejas”, como Manuel Hedilla), tras el Decreto de Unificación el
nuevo líder del Movimiento era el propio Franco, convirtiéndose en mera
cantera de dirigentes y cuadros organizativos para la dictadura, siempre que
prestaran total fidelidad al Caudillo. Sus organizaciones, como el Frente de
Juventudes, la Sección Femenina o la Organización Sindical, dominaban la
vida económica y social del país. En los primeros años de la dictadura (el
conocido como “periodo azul”, hasta el final de la II Guerra Mundial) los
falangistas ocuparon los cargos más significativos, pero tras la derrota de las
potencias fascistas en la guerra mundial su presencia fue disminuyendo poco a
poco en los distintos gobiernos.

• Militares: el principal baluarte del régimen, defensores a ultranza de la unidad


nacional y del orden público. Muchos de los jefes sublevados fueron
colaboradores directos de Franco tras la guerra, mientras que otros, de ideología
monárquica, se distanciaron y acabaron apartados del poder por criticar a
Franco. En todo caso, los militares no formaron nunca un grupo de presión pues
Franco cuidó siempre de mantener al Ejército en un papel estrictamente
subordinado a su persona.

• Católicos: muchos de los colaboradores de Franco procedían de asociaciones


religiosas, las únicas permitidas al margen de la Falange. La Asociación
Católica Nacional de Propagandistas, al principio, o ya en los años sesenta el
Opus Dei, suministraron cuadros y dirigentes jóvenes, en general con un alto
nivel de formación técnica (los llamados “tecnócratas” que dirigirían la política
económica en esa década). Además, altos cargos de la Iglesia española
participaron en las Cortes franquistas y en el Consejo del Reino. Sólo a raíz del
Concilio Vaticano II, en 1962, se produjo un distanciamiento progresivo entre la
jerarquía eclesiástica española y la dictadura, que terminó incluso en abierto
conflicto en los años setenta, lo que no impidió que miembros del Opus Dei se
mantuvieran en el gobierno hasta la muerte de Franco.

• Monárquicos: divididos a su vez en tradicionalistas (que quedaron en un papel


secundario y prácticamente desaparecieron tras su anexión a Falange) y
juanistas (partidarios del hijo de Alfonso XIII, don Juan de Borbón, exiliado en
Portugal). Ambos grupos se mostraron muy decepcionados cuando tras la guerra
Franco se negó a abandonar el poder y restablecer la monarquía en España. Pese
a los desaires con don Juan, muchos monárquicos colaboraron con el régimen
con la esperanza de que el infante don Juan Carlos, que se estaba criando con
Franco, ocupara la jefatura del Estado tras la muerte de éste, como así ocurrió.

En realidad, todas estas familias no dejan de ser ficticias. Franco, que carecía de una
ideología política clara, elegía a sus colaboradores según su lealtad personal, eficacia,
prudencia y carencia de ambiciones, intentando evitar siempre que alguien acaparara
demasiado poder o que alguno de estos grupos se impusiera sobre los otros.

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3.- La represión y la resistencia interna
Finalizada la guerra, la dictadura franquista mantuvo la represión ya ejercida contra los
republicanos durante el conflicto. Los campos de concentración se extendieron por todo
el país, y los tribunales siguieron juzgando, sentenciando y ordenando ejecuciones al
amparo de la Ley de Responsabilidades Políticas de 1939 contra todos aquellos grupos
minoritarios que, a juicio de las autoridades franquistas, suponían un grave peligro para
el régimen y para España (masones, comunistas, socialistas,…). A la represión se unió
también la depuración en ciertos sectores profesionales (maestros, funcionarios,
militares,…) de aquellos desafectos al régimen o que hubieran colaborado con la
República.

Frente a la represión, algunos grupos opositores, formados por miembros de la CNT


del PCE y del PSOE, consiguieron crear algunas células de resistencia interior que
realizaron algunos actos de agitación social, como las huelgas de Barcelona en 1946 o
las de Bilbao en 1947.

La República en el exilio se caracterizó por las divisiones entre los partidos, incluso
en el seno de los mismos, divisiones que reproducían amplificadas las aparecidas
durante la guerra. Inicialmente, los exiliados mantuvieron las instituciones políticas
republicanas y los gobiernos vasco y catalán, así como una serie de organismos para
ayudar a los exiliados (como la Junta Española de Liberación en México o la Junta
Suprema Nacional en Francia), poniendo sus esperanzas en una victoria aliada en la
guerra, pensando que los vencedores acabarían con la dictadura. En 1944 todas las
fuerzas republicanas, con exclusión de los comunistas, se unieron en la Alianza
Nacional de Fuerzas Democráticas. El PCE, por su parte, además de intentar reconstruir
su militancia clandestina en el interior, inició la táctica guerrillera. El aislamiento
aumentó las esperanzas de los exiliados, pero a partir de 1949 el régimen franquista
empezó a remontar el aislamiento, y la entrada en la ONU en 1955 acabó por hundir las
expectativas en el exterior. Los sucesivos gobiernos en el exilio, instalados en México,
fueron debilitándose conforme la vieja generación de dirigentes republicanos iba
despareciendo.

A partir d 1956 se hizo evidente que la oposición se tenía que basar en la lucha
interna, y que sólo el PCE tenía la suficiente fuerza y autoridad para influir en la lucha
clandestina. El republicanismo se fue extinguiendo, y en el PSOE la tensión entre la
dirección en el exilio y los nuevos dirigentes en la clandestinidad fue en aumento. Los
distintos partidos políticos en el exilio decidieron unirse y formar organismos para
ayudar a los exiliados y mantener la legalidad republicana vulnerada por el alzamiento.

La forma más violenta de resistencia fue llevada a cabo por los miembros del
maquis, guerrilleros comunistas y anarquistas en su mayoría, quienes a partir de 1944
ejecutaron muchas acciones armadas en zonas montañosas y de difícil acceso como las
montañas de Asturias y León, los Pirineos o las sierras de Valencia y Cuenca. Apoyados
desde Francia, el maquis atacaba constantemente a los miembros de la Guardia Civil y
el Ejército, realizando también labores de sabotaje. Para 1948, la mayoría de los grupos
de guerrilleros habían sido eliminados, pero algunos lograron mantenerse hasta bien
avanzada la década de los ’50. La dirección del PCE acabó por renunciar a la táctica
guerrillera.

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4.- La política interior (1939-59)

4.1- La “etapa azul” (1939-45)


Llamada así por el aparente predominio de los falangistas, aunque poco a poco se
fueron incorporando personalidades del mundo católico. En realidad esta etapa se
caracteriza por la represión sobre los derrotados [llevada a cabo a través de la Ley
de Responsabilidades Políticas (1939) y de la Ley de Represión de la Masonería y
el Comunismo (1940), así como por un endurecimiento del Código Penal y de Justicia
Militar] y el inicio de la consolidación institucional del régimen a través de una
serie de Decretos que ampliaban aún más el poder de Franco (reorganización de la
Administración Central, libertad del Caudillo para aprobar decretos-leyes sin necesidad
de recurrir al Gobierno,…) y sobre todo a través de sucesivas leyes orgánicas que
venían a sustituir a la existencia de una Constitución democrática.

Durante esta “etapa azul” se van a aprobar las primeras cinco leyes orgánicas del
franquismo. Ya durante la guerra, en 1938, se estableció el Fuero del Trabajo,
inspirado en la doctrina social de la Iglesia, por el cual se prohibía el sindicalismo de
clase y se entregaba el control de las relaciones laborales a la Organización Sindical, el
sindicato vertical y corporativo de la Falange. A partir de entonces las condiciones de
trabajo pasaban a ser reguladas por el Estado.

En julio de 1942, cuando el desarrollo de la II Guerra Mundial hacia presagiar un


triunfo aliado, se pretendió atenuar el carácter totalitario del régimen a través de la Ley
Constitutiva de las Cortes, en la que se establecía unas Cortes, formadas por más de
quinientos procuradores, elegidas por sufragio indirecto por las llamadas corporaciones
(familia, municipio y sindicato) y por el propio Franco, y cuya función principal era la
de deliberar sobre los borradores de las leyes, siguiendo las instrucciones del dictador y
sus asesores, y aprobarlas, casi siempre por amplia mayoría o unanimidad. Las Cortes
no representarían en ningún caso la soberanía nacional, pues el Caudillo conservaba
plena potestad legislativa.

En 1945, ya finalizada la guerra mundial, se van a aprobar dos nuevas leyes


orgánicas. En julio se aprueba el Fuero de los Españoles era una especie de declaración
de derechos y deberes que reafirmaba el carácter tradicionalista y católico del sistema.
Su objetivo real era enmascarar la imagen autoritaria del régimen en el momento en el
que comenzaba el aislamiento internacional de España, intentando ser homologado
entre las democracias occidentales a través del establecimiento de un conjunto de
libertades individuales y colectivas basadas, en parte, en la Constitución de 1876
(aunque estas libertades podían ser suspendidas por el Gobierno en caso de
emergencia). En octubre se promulgó la Ley de Referéndum Nacional, por la cual se
pretendía dar una imagen de aperturismo al permitir al Caudillo convocar un plebiscito
mediante sufragio universal y directo para aprobar directamente una ley u otras
cuestiones de Estado.

4.2- El aislamiento (1946-53)


Tras la victoria de los Aliados en la II Guerra Mundial, éstos denunciaron el apoyo de
Franco a Alemania e Italia durante la guerra. La postura de bloqueo frente a España
fue creciendo, y a principios de 1946 la Asamblea de la recién creada ONU votó en
contra de la entrada de España en sus organismos. Poco después, Estados Unidos,
Francia y Reino Unido sugirieron la retirada de embajadores, y a mediados de año el

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Consejo de Seguridad de la ONU declaraba al régimen español una amenaza potencial a
la paz internacional.

El aislamiento había comenzado, y la autarquía, que hasta entonces había sido una
opción económica voluntaria, se convirtió ahora en una necesidad, agravándose la
situación económica y la miseria, sólo aliviada por el envío de petróleo estadounidense
(la Guerra Fría estaba en sus comienzos y España podía ser un importante aliado) y
trigo argentino (la Argentina de Perón fue el único país que mantuvo su alianza con
España junto a la Portugal de Salazar). En España, el aislamiento provocó una reacción
nacionalista que fortaleció la figura de Franco, y a la vez el Gobierno intentó lavar su
imagen totalitaria despojándose de todo el aparato fascistoide propio de la Falange al
tiempo que aumentó la influencia de la Iglesia y el número de ministros católicos (al
ministro de exteriores Alberto Martín Artajo se le sumaron otros como Alberto Ruíz
Jiménez o Ibáñez Martín) y falangistas aperturistas. Las relaciones con los monárquicos,
sin embargo, se habían ido enfriando conforme se afirmaba la voluntad de continuidad
del Caudillo. Casi se llegó a la ruptura tras la publicación del Manifiesto de Lausana
(1945), donde el heredero don Juan declaraba, ante el fracaso del totalitarismo, su apoyo
a una transición democrática, con Cortes Constituyentes, Constitución y una amplia
amnistía para los presos políticos que permitiera la reconciliación entre los españoles.
La respuesta de Franco fue la promulgación en julio de 1946 de la Ley de Sucesión,
donde se contemplaba a España como un reino, Franco se reservaba la regencia vitalicia
y la potestad de proponer a su sucesor en la jefatura del Estado. Se creaba también un
Consejo del Reino. Con esta ley quedaba abierta la puerta a la restauración monárquica
tras la muerte de Franco, aunque éste se cuidaría mucho de que no fuera don Juan quien
recibiera la corona sino su hijo don Juan Carlos.

A partir de 1948, la situación internacional comenzó a girar a favor del régimen


cuando las potencias occidentales empezaron a tener en cuenta a España como un aliado
anticomunista en la Guerra Fría. La presión diplomática se fue difuminando y
comenzaron a levantarse las restricciones comerciales, al tiempo que se producían
declaraciones favorables al fin del aislamiento. Finalmente, en 1950 la ONU permitió
que volvieran los embajadores y autorizó la entrada de España en organismos
internacionales. El fin del aislamiento se produjo con la firma del acuerdo con los
Estados Unidos (que permitió la instalación en nuestro país de cuatro bases de
utilización conjunta a cambio de importantes beneficios económicos) y del Concordato
con el Vaticano (que reafirmaba la alianza de la Iglesia con el franquismo), ambos en
1953.

4.3- El final del aislamiento. Los primeros síntomas de recuperación (1953-59)


La década de los ’50 es considerada como la etapa de consolidación de la dictadura, al
romperse el aislamiento internacional e iniciarse la fase de crecimiento económico,
factores ambos que permitieron al régimen asentarse definitivamente.

Los primeros años de la década, desde el punto de vista político, se caracterizan por
la estabilidad. Los diferentes movimientos monárquicos, visto que el régimen franquista
tenía visos de perdurar, decidieron plegarse y aceptar la situación. La oposición política
continuaba descabezada, y el alejamiento entre la clandestinidad y los partidos en el
exterior se acentuó. Como contrapartida, comenzó a surgir una tímida apertura en el
ámbito cultural e ideológico auspiciada por el ministro de Educación, Joaquín Ruíz-
Giménez, lo que le supuso la oposición de los falangistas. En 1956, los graves

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incidentes en la Universidad entre estudiantes antifranquistas y miembros del SEU
(sindicato estudiantil falangista) agudizaron las tensiones existentes, poniendo por
primera vez al descubierto la existencia de una contestación interna hacia el régimen y
de un claro enfrentamiento entre sus familias. El propio Franco se alarmó por el cariz
que estaban tomando las cosas, por lo que procedió a remodelar el Gobierno al año
siguiente, del que salieron los representantes más radicales del falangismo (Arrese y
Girón) y algún ministro católico (como Martín Artajo y Ruíz-Giménez). La crisis pasó,
pero tuvo sus consecuencias: la mayor parte de los intelectuales moderados pasaron a la
oposición al régimen y a organizar distintos grupos alternativos, aunque sin demasiada
fuerza.

Sin embargo, los cambios fundamentales se produjeron en los ministerios


económicos con la llegada de varios ministros procedentes del Opus Dei (Mariano
Navarro Rubio, Alberto Ullastres, Laureano López Rodó), apoyados por el almirante
Carrero Blanco, ya por entonces convertido en la mano derecha de Franco. Serían estos
“tecnócratas” los que darían la base jurídica definitiva al régimen y los que pondrían en
marcha la decisiva reforma económica de 1959.

En 1958 se aprobó la sexta de las leyes orgánicas del franquismo, la Ley de


Principios del Movimiento Nacional, donde el Estado se definía definitivamente como
monárquico, católico y tradicional.

La década terminaba de forma positiva para el régimen. Las entradas en el Fondo


Monetario Internacional y en el Banco Mundial, unidas a la visita del presidente
norteamericano Eisenhower a España a finales de 1959, sirvieron para generar euforia
en el país y reforzar la imagen de Franco.

5.- La política exterior (1939-59)

5.1- La neutralidad durante la II Guerra Mundial (1939-45)


En 1939, como consecuencia de la ayuda prestada por alemanes e italianos durante la
guerra civil, se firmó el acuerdo de asociación al Eje Berlín-Roma-Tokio, y debido a
ello, al estallar la guerra España se convirtió en aliada de las potencias fascistas,
mientras que en el interior los falangistas, con Ramón Serrano Suñer al frente, se
hacían con los puestos clave en el Gobierno. Su línea fascista y totalitaria marcó la
acción política y la información de de la prensa sobre los triunfos alemanes en los
inicios de la guerra, que alimentaron la creencia en el triunfo final de las potencias del
Eje.

Tras la ocupación alemana de Francia en 1940 parecía inminente la derrota británica


en la guerra, pero a pesar de ello España se declaró como país no beligerante. En ese
contexto, en octubre se celebró la entrevista de Hendaya entre Franco y Hitler. El
encuentro fue un rotundo fracaso pues ni Franco aceptó la propuesta alemana de
abandonar su no beligerancia y entrar en la guerra del lado del Eje, ni Hitler aceptó las
pretensiones de Franco de obtener territorios en África (pertenecientes a la Francia de
Vichy), la soberanía sobre Gibraltar o las ayudas económicas como compensación por
su entrada en la guerra. Eso no impidió el envío en 1941 de la División Azul, unidad de
voluntarios falangistas enviada a Rusia para luchar contra el comunismo.

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A partir de 1942, las primeras derrotas alemanas hicieron necesario un cambio de
orientación en la política exterior española. Serrano Suñer abandonó el gobierno, que se
desmarcó de su alianza con el Eje para realizar una política verdaderamente neutral.
En 1943 se ordenó la retirada de la División Azul, y en 1945 se rompieron las relaciones
diplomáticas con el Japón. Los alardes fascistas de la propaganda se abandonaron
definitivamente.

5.2- Las relaciones internacionales tras la II Guerra Mundial (1946-59)


A pesar de los intentos de Franco para aproximarse a los aliados durante la última fase
de la guerra, el triunfo de aquellos resultó funesto para España. Nuestro país fue vetado
para ingresar en la naciente ONU, decisión a la que siguió la retirada de los embajadores
excepto los de la Santa Sede, Irlanda, Portugal y Suiza. España quedó sometida a un
férreo cerco internacional que incluía el cierre de la frontera francesa.

Esta situación fue cambiando poco a poco, a medida que se recrudecía la Guerra
Fría. El cambio en la situación internacional fue aprovechado por Franco para intentar
salir del aislamiento, y para ello aprovechó la magnífica situación geoestratégica de
España y las Canarias para ofrecer en 1947 a los Estados Unidos la posibilidad de
instalar bases militares en nuestro país. El estallido de la guerra de Corea en 1950
precipitó los acontecimientos. Las fronteras se volvieron a abrir, los embajadores fueron
volviendo progresivamente,…, pero el final del aislamiento se produjo como
consecuencia de dos hechos fundamentales ocurridos en 1953:

• Concordato entre España y la Santa Sede: legitimó internacionalmente al


franquismo a cambio de ciertas prerrogativas de la Iglesia respecto a la política
interna y externa del Estado: España se declaraba confesionalmente católico, la
religión católica sería asignatura obligatoria en las escuelas, no se autorizaba la
práctica pública de ninguna otra religión, el presupuesto del clero corría a cargo
del Estado, la Iglesia y sus instituciones no pagarían impuestos,… En general,
las condiciones fueron muy favorables para la Santa Sede.

• Acuerdos con los Estados Unidos: éstos necesitaban bases estratégicas y


España reconocimiento internacional y ayudas económicas. Los
norteamericanos consiguieron cuatro grandes bases militares de utilización
conjunta en nuestro territorio (Rota, Morón, Zaragoza, Torrejón) a cambio de
ayuda económica (aunque inferior a la recibida por otros países europeos a
través del Plan Marshall). La ayuda norteamericana significó el abandono
definitivo de la autarquía y la inserción del régimen en las corrientes capitalistas
occidentales.

En 1956, España acabó por reconocer la independencia de Marruecos, iniciándose


el proceso de descolonización del Protectorado.

6.- Economía

6.1- La autarquía de posguerra


En 1939 España era un país arruinado demográfica y económicamente, con una
población que en su mayoría pasaba hambre. Urgía la reconstrucción material y
económica del país.

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El modelo económico que se impuso, siguiendo la política propia de los regímenes
autoritarios, fue el de la autarquía (modelo económico en virtud del cual cada país,
para ser verdaderamente independiente y libre, debe tender a la autosuficiencia
económica y a abastecerse a sí mismo por sus propios medios) y el intervencionismo
de Estado. En efecto, desde el principio se fijaron los precios y se obligó a entregar al
Estado todo excedente de cosecha (controlado a través del Servicio Nacional del
Trigo). Cualquier inversión industrial quedó sujeta a licencia previa y se reconvirtieron
fábricas para producir bienes de primera necesidad. Se fundó el Instituto Nacional de
Industria (INI) en 1941 para privilegiar a los sectores acordes con la política del
régimen (como la siderurgia o los astilleros), y se canalizó a través del Estado cualquier
permiso de importación o exportación. El bloqueo internacional provocó también el
establecimiento de un fuerte proteccionismo arancelario.

Sin embargo, la falta de objetivos económicos claros en un país arrasado, con una
enorme deuda y con una burocracia muy lenta mantuvo hundido el mercado interior, lo
que se agravó con el estallido de la II Guerra Mundial. Las cosechas eran muy pobres
(inferiores a las de 1936), los índices de producción industrial se mantuvieron muy
bajos, al igual que la renta nacional y la renta per cápita. El mercado negro (el
“estraperlo”) y la corrupción se extendieron a todos los sectores. En suma, el balance
final de la autarquía puede considerarse como negativo, puesto que la economía se
estancó durante mucho tiempo y el hambre y la miseria se instalaron entre la población
de forma prolongada.

6.2- Primeras medidas liberalizadoras en la década de los ‘50


Al iniciarse la década de los ’50 el fracaso de la política autárquica era ya claro incluso
para los jerarcas del franquismo que defendían el modelo. Las bajas cifras de
producción, el nulo crecimiento económico, la falta de alimentos, el alza de precios,…,
estaban empezando a causar un ánimo de desesperación entre la población (plasmadas
en las huelgas de los transportes públicos de Barcelona, País Vasco y Madrid) que
alarmó al régimen.

El giro en la política económica se inicia con el cambio de gobierno de 1951,


inspirado por la mano derecha del Caudillo, el almirante Luís Carrero Blanco. Al año
siguiente, cuando ya habían empezado a llegar las ayudas norteamericanas, se decretó
una liberalización parcial de precios, del comercio y de la circulación de
mercancías. Sus efectos, sumados a los de una buena cosecha, permitieron terminar con
el racionamiento ese mismo año. Se inició entonces una expansión económica con cifras
de crecimiento anual impensables sólo unos años atrás (superiores a las de antes de la
guerra civil), apoyado indudablemente en el crecimiento del sector industrial, que
volvió a superar al sector agrario en cuanto a aportación al PIB.

Al crecimiento contribuyeron las ayudas estadounidenses, ya a partir de 1951, que


aunque inferiores a las recibidas por otros países europeos en el Plan Marshall, para
España significaron un aporte decisivo al permitir aumentar las importaciones de bienes
de equipo, imprescindibles para el desarrollo industrial.

Pero la prosperidad era tan sólo aparente, pues tanto los presupuestos como la
balanza comercial seguían siendo deficitarios, a lo que se unía una fuerte inflación que
impedía acelerar el crecimiento económico. A partir de 1955 se reprodujeron las

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huelgas y protestas. Hubo que esperar a la crisis de gobierno de 1957 y a la entrada en el
mismo de los “tecnócratas” del Opus Dei para que la política económica cambiara
completamente de rumbo.

6.3- El Plan de Estabilización de 1959 y sus consecuencias


Si se quería integrar la economía en el concierto económico internacional, era necesario
acabar con cualquier vestigio de la autarquía. Para ello, el equipo de “tecnócratas” del
Opus Dei incorporados al gobierno en 1957 (Navarro Rubio, Ullastres y López
Rodó), pusieron en marcha un conjunto de medidas económicas con el fin de conseguir
un fuerte ritmo de crecimiento, una rápida industrialización, frenar la inflación y
corregir los desequilibrios sectoriales existentes.

El Decreto-Ley de Nueva Ordenación Económica (Plan de Estabilización) se


aprobó en 1959 tras superar las reticencias de la mayoría de los miembros del gobierno,
muy especialmente de Carrero Blanco y el propio Franco. Con el apoyo del FMI y del
Banco Mundial, el Plan trataba de liberalizar la economía española mediante la
supresión de trabas burocráticas, la reducción de salarios y del dinero en circulación, el
recorte del gasto público y la apertura de la economía española a las inversiones y al
comercio internacional. El plan se inició con una serie de medidas restrictivas. Para
reducir el gasto del Estado se suprimieron organismos burocráticos, se recortó el
presupuesto y se subió el precio de los servicios públicos. También se liberalizaron los
precios protegidos (los precios de los productos básicos habían estado intervenidos por
razones de utilidad), aumentaron los tipos de interés, se restringieron los créditos
bancarios y se recortó el dinero en circulación. Al mismo tiempo se devaluó la peseta,
fijando un tipo de cambio más realista (1$=60ptas). También quedaron liberalizadas las
inversiones extranjeras (hasta un 50% del capital de las empresas españolas) salvo en
algunos sectores estratégicos, lo que suponía el abandono efectivo de la autarquía.
Consecuencia inmediata de ello fue la entrada masiva de capitales de las
multinacionales en sectores clave, como el energético.

Los resultados de esta política económica agresiva fueron inmediatos y


contradictorios. Entre 1959-60 se produjo, como era previsible, un fuerte parón
económico: caída de salarios, de precios y del consumo. Todo ello derivó en un
alarmante aumento del paro, el incremento de las tensiones sociales y las migraciones
interiores (comienzo del “éxodo rural”) y exteriores (hacia Suiza, Francia y Alemania,
principalmente). Sí se consiguió reducir el déficit, aumentar el ahorro y acumular
capitales, por lo que a partir de 1961 la economía española empezó a crecer a un ritmo
altísimo (8,6% anual) durante toda la década de los ’60.

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