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¿Nuevas Guerras?

¿Nuevos Espacios para la guerra?


o ¿Nuevas Espacialidades ?

En condiciones de intensa globalización, los conflictos tienden a adquirir un


perfil globalizante, sin que por su naturaleza sean eventos que induzcan a
que se acelere o intensifique la globalización, es decir, son guerras cuyas
motivaciones originales se encuentran localizadas, pero que se robustecen
en los intersticios de la globalización amplificando sus retroalimentaciones
y repercusiones tanto a nivel espacial, como temporal

Hugo Fazio.
¿Nuevas Guerras? ¿ Nuevos Espacios para la guerra? o ¿Nuevas Espacialidades ? 2

¿Nuevas Guerras? ¿ Nuevos Espacios para la guerra?


o ¿Nuevas Espacialidades ?
Elsa Blair
Ponencia presentada al Seminario Internacional
(Des)territorialidades y (No) lugares: procesos de configuración
y transformación social del espacio.
Medellín. INER. Noviembre
4-6 de 2004.

Estas preguntas con las cuales titulo la ponencia no son un mero juego de palabras. Son también un
marco de interrogación de la relación que se establece entre el espacio y la guerra en el marco de
tres discusiones actuales: la primera es la reflexión que se viene dando acerca de la conflictividad
contemporánea y que hizo del concepto de Nuevas Guerras un eje de la discusión1. Por acuerdo o
por oposición, éste concepto ha sido un hito del debate desde 1999 y ha posibilitado cuestionar los
paradigmas explicativos del análisis clásico sobre las guerras, al tiempo que ha obligado a
estudiarlas como un fenómeno histórico y cambiante que, en las últimas décadas, ha sufrido
profundas modificaciones. La segunda discusión remite necesariamente a los efectos de la
globalización sobre las dimensiones “escalares” en las cuales se desarrolla hoy esa conflictividad.
Si bien esta fuera de mi competencia la discusión más reciente sobre el “reescalamiento” o el “salto
escalar” (Piazzini, 2004: 13)2 que se viene proponiendo en las discusiones espaciales, es cierto, sin
duda, que el fenómeno de la globalización ha modificado el carácter de las fronteras y con ellas el
de las naciones y los territorios y esta transformación debe tomarse en consideración a la hora de la
discusión sobre diversas problemáticas a las que están abocadas las sociedades contemporáneas; en
este caso, la guerra. La tercera es la discusión, mucho más reciente y sin duda más precaria pero
que intuimos más fecunda, sobre lo espacial mismo. De ahí la propuesta que vienen haciendo
algunos analistas de interrogar de nuevo su carácter y avanzar hacia lo que se ha llamado una
ontología del espacio (Delgado, 2003; Piazzini, 2004) para no seguir pensando que el territorio es
sólo la tierra y/o esa porción de espacio físico que se apropia, se habita y se significa En términos de
José Luis Pardo (1992) no se trataría ya del espacio como una exterioridad de lo social. Esta es
quizá la discusión menos desarrollada y la que exige mayores esfuerzos analíticos para plantear la
existencia de nuevas espacialidades.

1
Otros dos debates muy importantes fueron el de Kaplan o Enzensberger sobre el ataque múltiple a la
civilización por parte del fundamentalismo y la violencia y el jalonado por la tesis de Collier apoyada en el
carácter depredador de los rebeldes en los conflictos civiles actuales. Ver: Roland Marchal y Christine
Messiant “Las guerras civiles en la era de la globalización: nuevos conflictos y nuevos paradigmas”. En
Análisis Político No. 50 Ene-abr 2004. Bogotá: IEPRI Universidad Nacional de Colombia. p. 20-34
2
Para un desarrollo más amplio de estos conceptos véase: Emilio Piazzini. Maestría en estudios socio-
espaciales, Iner, 2004.
¿Nuevas Guerras? ¿ Nuevos Espacios para la guerra? o ¿Nuevas Espacialidades ? 3

Voy a incursionar en estas tres discusiones3 tratando de perfilar la hipótesis central de estas
reflexiones: la de la existencia de una nueva espacialidad que amerita ser pensada y desarrollada
ampliamente si queremos comprender la dimensiones socio-espaciales de las guerras hoy.

I. ¿”Nuevas guerras”?

El término fue acuñado por Mary Kaldor4 en el año 1999 y utilizado para nombrar lo que según esta
autora diferenciaría las guerras clásicas de las guerras contemporáneas, llamadas las guerras de la
“era de la mundialización”. Dice Kaldor: “Mi argumento fundamental es que durante los años
ochenta y noventa se ha desarrollado un nuevo tipo de violencia organizada –principalmente en
Africa y Europa del Este- propio de la actual era de globalización. Dicho tipo de violencia lo
califico de nueva guerra” (Kaldor, 2001: 15). Las nuevas guerras implican un desdibujamiento de
las distinciones entre guerra, crimen organizado y violaciones a gran escala de los derechos
humanos. El término, continúa Kaldor, ofrece una forma de distinguir esos conflictos [recientes] de
las guerras que podríamos considerar características de la modernidad clásica y ellas deben ser
interpretadas en el contexto de la globalización (Kaldor, 2004:17. Las nuevas guerras surgen en el
contexto de la erosión de la autonomía del Estado y, en ciertos casos, de su desintegración; esto es,
aparecen en el contexto de erosión del monopolio de la violencia legítima (Kaldor, 2001:19) Las
nuevas guerras forman parte de un proceso que es más o menos el inverso a los procesos por los que
evolucionaron los Estados Modernos. Se puede establecer un contraste entre las nuevas guerras y
las de otros tiempos en lo que respecta a sus objetivos, sus métodos de lucha y sus modos de
financiación. De ahí su conclusión final en la cual propende por la restauración de la legitimidad:
devolver el control sobre la violencia organizada a las autoridades públicas, sean locales, nacionales
o internacionales (Kaldor, 2001: 26)5.

El concepto ha sido retomado después por muchos autores y la discusión continúa abierta. Algunos
se lo apropian para insistir en las diferencias entre unas y otras formas de la guerra y rescatar
algunos aspectos “inéditos” de las guerras contemporáneas, fundamentalmente de las guerras
civiles. Es el caso, por ejemplo, de Hugo Fazio6, –internacionalista experto en el tema de la
globalización–, para quien esas nuevas características darían cuenta de la realidad de la guerra hoy:
desdibujamiento de las fronteras convencionales de la guerra, erosión del Estado, violencia contra la
población civil, privatización de las mismas en lo que atañe a la iniciativa, la organización y la
ejecución de las guerras, etc7. Incluso si –como lo deja ver en su análisis– la globalización, en su
fase más reciente, gestada a partir del 11 de septiembre, esta modificando nuevamente sus
manifestaciones al agudizar unas dinámicas y debilitar otras.

3
Las dos primeras son muy amplias y no pretendo desarrollarlas completamente aquí. Solo algunos de los
elementos que sirvan a la reflexión que quiero proponer en estas notas.
4
Mary Kaldor. Nuevas guerras. Violencia organizada en la era global. Barcelona: Tusquets, 2001. La versión
original en inglés es de 1999. New and old wars. Organizad violence in a Global era, cambridge, Polity Press,
1999.
5
Aquí, por supuesto, solo resumo lo que está desarrollado ampliamente en el libro.
6
Hugo Fazio Vengoa. “Globalización y guerra: una compleja relación”. En: Revista de Estudios Sociales,
RES No. 16. Bogotá: Facultad de Ciencias Sociales, Uniandes, Fundación Social, Octubre 2003. Pp. 42-56.
7
La discusión ha sido retomada también en el marco del debate sobre el conflicto armado colombiano y las
implicaciones que sobre el tendría este contexto de globalización. Véase: Alvaro Camacho “Credo, necesidad
y codicia: los alimentos de la guerra” Pp. 137-150 William Ramírez, ¿Guerra civil en Colombia? Pp.151-163
y Eduardo Pizarro León-Gómez, “Colombia: ¿guerra civil, guerra contra la sociedad, guerra antiterrorista o
guerra ambigua? Pp. 164-180 En: Análisis político No. 46. Bogotá: IEPRI. Universidad Nacional de
Colombia. 2003.
¿Nuevas Guerras? ¿ Nuevos Espacios para la guerra? o ¿Nuevas Espacialidades ? 4

Otros autores, por el contrario, insisten en no aceptar la diferenciación propuesta entre ambos tipos
de guerra, al menos no desde donde ella se establece en el análisis de Kaldor. Pécaut8, por ejemplo,
sostiene que “la idea misma de ‘nuevas guerras’ en ruptura con los conflictos anteriores a la guerra
fría es discutible” y basa su argumentación en torno de las diferencias tan protuberantes entre unos
y otros conflictos como para tolerar una análisis comparativo de los mismos (Yugoslavia, Ruanda,
Argelia, Angola, Sierra Leona, etc), heterogeneidad que, dice Pécaut, con el fin de la guerra fría ha
pasado a primer plano (Pécaut, 2003: 2). La oposición entre antiguas y nuevas guerras, es poco
convincente si se basa solamente en la brutalidad o en las atrocidades de las guerras recientes: las
crueldades nada tienen de inédito9. No es, pues, continúa Pécaut, el nivel de barbarie lo que puede
caracterizar las guerras civiles actuales. No es tampoco el hecho de que se encuentren siempre
desprovistas de finalidades políticas (Pécaut, 2003: 5). Lo que sí hay que retener de estos análisis,
es el hecho de que los combates propiamente dichos, los que oponen a unidades militares o
paramilitares, sólo constituyen una pequeña parte de las estrategias de guerra, ya que el despliegue
del terror contra los civiles juega un papel mucho más considerable. (Pécaut, 2003: 5). Otro aporte,
dice Pécaut, es resaltar que estas guerras se desarrollan en espacios fluidos que corresponden ante
todo a la evolución territorial de los dominios que ejercen los grupos organizados. El principal
aporte es quizá sugerir que muchas de estas guerras combinan registros diferentes que por
momentos ganan autonomía y se convierten en un fin en si mismo10.

Otros más retoman el concepto de “nuevas guerras” para distanciarse del mismo y cuestionarlo
aludiendo a la dificultad de diferenciar entre unas y otras guerras en razón de las características
establecidas. Marshal y Messiant11, reconociendo el trabajo de Kaldor y la agudeza de su análisis
con relación a muchas de las dinámicas sociales y políticas de estas guerras, lo objetan
argumentando que no es posible hacer un corte radical entre unas y otras dado que las
características de ambas no se hallan claramente establecidas y [que] hacer una oposición entre ellas
es caer en una simplificación que no permite describirlas ni explicarlas bien.
(Marshal y Messiant, 2003: 22). Estos autores apoyan su crítica en relación con los tres aspectos
señalados por Kaldor: el de la ideología o la falta de ella, el del lugar de la población y su apoyo o
no a los actores y, finalmente, el de la economía de las guerras actuales. Al respecto dicen: “No
parece posible establecer una diferencia en cuanto a la naturaleza de las ideas universalistas de las
antiguas guerras y los “marcadores” de identidad de las nuevas, ni en su base, al nivel de los
guerrilleros y de las poblaciones, ni aún totalmente al nivel de las directivas (...) Resulta además
peligroso y discutible mirar a éstas nuevas guerras como desprovistas de ideología, menguándoles
la legitimidad y equiparando los actores a bandas de depredadores puros” (Marshal y Messiant,
2004: 23). Con respecto a la falta de apoyo popular y la barbarie que se le atribuye a estas “nuevas

8
Daniel Pécaut. Conflictos armados, guerras civiles y política: relación entre el conflicto colombiano y otras
guerras internas contemporáneas. Ponencia presentada al VIII Coloquio Nacional de Sociología, Cali:
Universidad del Valle, Octubre 2003.
9
Probablemente Pécaut tenga razón y sea difícil encontrar una guerra “limpia” o menos violenta. Quizá lo
novedoso esté en que esas atrocidades y el carácter que asumen en la conflictividad actual, revistan por
primera vez un interés que no habían conocido en las anteriores guerras.
10
Menciona por ejemplo la socialización de jóvenes con la inserción en un grupo armado, las prácticas
depredatorias en otros casos o el uso del terror que podría perder su carácter instrumental y generalizarse en lo
que George Mosse ha calificado como la “brutalización de las sociedades” Ver Pécaut. Conflictos armados,
guerras civiles….Op. Cit. P. 5
11
Roland Marshal y Christine Messiant. “Las guerras civiles en la era de la globalización: nuevos conflictos y
nuevos paradigmas”. En: Análisis Político No. 50 Ene-abr 2004. Bogotá: IEPRI Universidad Nacional de
Colombia. p. 20-34.
¿Nuevas Guerras? ¿ Nuevos Espacios para la guerra? o ¿Nuevas Espacialidades ? 5

guerras”, estos autores plantean que este discurso sobre la barbarie es uno de los medios más
sencillos de criminalizar a los actores armados, al tiempo que resaltan los niveles de violencia y
barbarie que asumieron contiendas anteriores como las dos guerras mundiales o los genocidios del
siglo XX. La barbarie en ellos fue, pues, una práctica bien establecida. (Marshal y Messiant, 2004:
24). También es discutible, sostienen, la idea del apoyo popular a las antiguas guerras (muchos
gobiernos obligaron el reclutamiento forzado y fueron represivos con la disidencia). No nos parece,
pues, dicen estos autores, que la violencia extrema pueda definirse como característica de las nuevas
guerras en oposición a las antiguas, a menos que se ignore el empleo del terror como política
deliberada antes de la globalización y al término de la guerra fría” (Marshal y Messiant, 2004: 25).
Tampoco están seguros de que lo que se denomina depredación y pillaje en las guerras actuales sea
un dato inédito. Muestran ejemplos de estas prácticas en muchas guerras anteriores a la
mundialización. Al respecto dicen: “invocar simplemente la trans-nacionalidad, la informalidad y
la ilegalidad para calificar como “nueva” a la economía de los conflictos actuales resulta entonces
inapropiado” (Marshal y Messiant, 2004:26). Por último y en una argumentación con todo más
concluyente que no sólo se dirige a Kaldor sino a todos los teóricos de las nuevas guerras, estos
autores muestran como los casos estudiados para diferenciar las antiguas de las nuevas guerras, no
son coincidentes entre los autores. Ellos cubren realidades demasiado heterogéneas como para
poder hacer una comparación rigurosa. (Marshal y Messiant, 2004:27).

Pese a estas criticas los autores admiten que con posterioridad a la guerra fría y en la era de la
globalización, aprehender una modificación de los conflictos en especial de los conflictos civiles,
está claramente a la orden del día tanto para los analistas como para la comunidad internacional. De
hecho, admiten que las guerras civiles han sufrido importantes transformaciones y señalan entonces
efectos mucho mayores de la globalización como el debilitamiento de los Estados, su privatización
e informalización e incluso su implicación en la criminalidad política12. (Marshal y Messiant, 2004:
33)

Con todo, lo que sí parece consensual con respecto a estas guerras es el “lugar” de las poblaciones
en ellas. Sin duda frente al proceso de privatización de las guerras, las fronteras entre combatientes
y no combatientes se diluyen, al tiempo que los cambios en las formas de combatir tienen como
centro la agresión sobre la población civil13. En efecto, ellas se han pues convertido en lo que algún
analista llamo el “centro de gravedad” de las confrontaciones (Lair, 2003: 93).

Sea cual sea la realidad de esta discusión, que las guerras actuales revistan características inéditas o
no, –viejas o nuevas guerras–, lo cierto es que ésta diferenciación ha sido un eje de debate y ha
obligado a repensar algunas discusiones clásicas sobre la guerra, al tiempo que obliga a un análisis
más juicioso de las conflictividades contemporáneas que recorren el mundo. Todos parecen sin
embargo coincidir en un punto fundamental a nuestro propósito: el debilitamiento de los Estados-
Nacionales como efecto de la globalización. Si las guerras anteriores (al menos desde el siglo XVII
12
Sostienen además y esto no parece ser un dato irrelevante la importancia de considerar “los aspectos
culturales de la violencia” donde, reseñando el caso de RENAMO en Mozambique, dicen que “la violencia se
ejerce a menudo y sobre todo para controlar el mundo de lo invisible, y sirve en ocasiones para demostrar el
dominio de los espíritus y por tanto la invencibilidad de los que la utilizan” Ver: Marshal y Messiant, 2004:
25
13
Se podría decir que el papel de la población civil (su incursión en medio de la guerra) es a todas luces y las
estadísticas lo comprueban, una característica nueva. La relación se ha invertido completamente (1:9 a 9:1).
(Waldmann, 1999). Más allá de la discusión acerca de si se trata o no de características realmente “nuevas”,
pensamos que lo que se esta produciendo es, en todo caso, una mirada sobre esos rasgos que aún si estaban
presentes antes no habían sido estudiados.
¿Nuevas Guerras? ¿ Nuevos Espacios para la guerra? o ¿Nuevas Espacialidades ? 6

hasta el XIX) fueron de creación de los Estados Nacionales y el Estado actuaba en ellas como
“organizador” de la guerra (Fazio, 2003: 42), las de hoy parecen responder a su debilitamiento o a
su franca disolución14. ¿Cómo no se habría de modificar el carácter de dichas guerras cuando el
“lugar” del Estado y por esa vía el de la Nación –central para entender y describir las guerras
clásicas– ha sido profundamente transformado en las guerras actuales? En correspondencia con esta
pregunta y en el intento por contribuir a la reflexión en este terreno, examinemos la segunda
discusión, la de las dimensiones o los nuevos espacios de la guerra hoy: guerras nacionales,
globales, locales?

II. ¿Nuevos espacios para la guerra?

¿Cómo entender la nación en el marco de las relaciones entre lo local y lo


global ¿ qué tipo de relaciones sostienen el vinculo entre nación y cultura cuando
esta última abandona cada vez más sus límites territoriales?
Ingrid Bolívar

“Colombia nos exige así pensar su relación con el mundo en medio de


una doble tormenta, la que desde hace años arrasa su territorio y la que
desarticula hoy sus viejas cartografías con las que nos movíamos por el mundo”
J. Martín Barbero

La segunda discusión, de alguna manera ligada a la primera, es la relativa a las dimensiones en las
cuales, en este contexto de globalización, se suceden los fenómenos contemporáneos, en este caso
para interrogar la guerra15. Podríamos preguntarnos ¿Cómo el trastrocamiento de las dimensiones
espaciales de los fenómenos sociales y políticos que trae consigo la globalización, afecta la guerra
misma? Este cambio de dimensiones y relaciones en qué medida o de qué forma afecta el territorio?
¿Podemos hablar aún hoy de guerras “nacionales” o interestatales? ¿No estamos obligados a
repensar el asunto y a acordarle un lugar distinto a esa espacialidad que asumen las guerras
actuales? Responder satisfactoriamente estos interrogantes demandará seguramente mucho más
desarrollo teórico y analítico, pero es necesario empezar a pensarlo y re-dimensionar el espacio de
la guerra. Para hacerlo, miremos inicialmente algunas discusiones sobre lo nacional y sus
transformaciones en la era global, en lo que hace a la conflictividad contemporánea.

Es obvio que lo “nacional” ligado a la dimensión política (asociada a la soberanía de un Estado, su


“geografía política”) y que caracterizó de alguna manera las guerras clásicas ha sido modificado por
los fenómenos de globalización. En palabras de Van Creveld16 esta era “una noción históricamente

14
Incluso si en esta última fase de la globalización, señalada por Fazio, se asistiría a una recuperación o
revalorización del Estado que en todo caso no es el Estado en su acepción tradicional y menos aún el
legendario Estado-Nación. Serían estados desnacionalizados y trasnnacionalizados. (Veáse: Fazio. Op. Cit. p.
51)
15
Como lo señala Fazio y ya en el marco de una discusión que no podemos abordar aquí, el terrorismo,
instaurado después del 11 de septiembre, sería un fenómeno de nuevo cuño que actuaría de forma
descentralizada y sin territorio. Las redes terroristas hoy le proporcionan a la guerra una escala no vista hasta
ahora. (Ver Hugo Fazio, Op. Cit. p. 44)
16
Martin Van Creveld The transformation of war, Londres, The free press, 1991 Citado por Pécaut. Op. Cit.
p. 2.
¿Nuevas Guerras? ¿ Nuevos Espacios para la guerra? o ¿Nuevas Espacialidades ? 7

situada de la soberanía”, es decir, una soberanía a la que hacía alusión la teoría de Clausewitz sobre
la guerra. La obsolescencia de esta teoría [de Clausewitz] es clara, dice Pécaut, cuando aceptamos
que ella es fruto de un momento histórico de consolidación de los estados nacionales y de
profesionalización de los ejércitos. Un momento histórico donde la “gestión de la guerra frente a
otros Estados y [el] monopolio de la violencia en el plano nacional, van a la par en una fase en que
la economía, la cultura y la política parecen indisociables”. (Pécaut, 2003:5) Esa teoría se ha vuelto
aún más caduca después de lo que Pécaut denomina del hundimiento reciente del Estado-Nación
(Pécaut, 2003: 3 apoyado en Van Creveld). La puesta en cuestión de la teoría de Clausewitz se
deriva sobre todo de la crisis del modelo de Estado moderno conformado en Europa a partir del
siglo XVII. Modelo que ya había comenzado a vacilar desde antes de la globalización actual,
aunque esta última la ha, por supuesto, acentuado. (Pécaut, 2003: 5). La globalización actual se
caracteriza por una disociación, aún más marcada, entre los Estados y las sociedades. Esto es
valido para los países del “primer mundo” pero también y sobre todo para otros estados que no
habían tenido éxito en fundar su soberanía y su autoridad. (Pécaut, 2003: 5) En diversos niveles se
produce por todas partes una fragilización o una puesta en cuestión del rol instituyente de lo
político, que va a la par con la construcción de un espacio publico cosmopolita. La globalización
igualmente ha propiciado por todas partes un cambio de las relaciones entre Estado y sociedad y
sobre esta base es que se deben descifrar los conflictos actuales (Pécaut, 2003: 6).

Lo que, siguiendo estas reflexiones, aparece más claro es que la relación actual entre espacio y
guerra se plantea más en términos globales o locales que nacionales. La globalización produce –y
en esto parece haber consenso entre los investigadores– un debilitamiento de los Estados
Nacionales, al tiempo que favorece el repliegue sobre pertenencias y afirmaciones identitarias
locales (Pécaut, 2003:2). La mayoría de los conflictos hoy son de orden local y, por efecto de la
globalización, ellos se sitúan en el marco de redes internacionales de armas, en los circuitos de la
economía ilegal: mercados “negros” de productos para financiarse (drogas, petróleo, diamantes,
etc), lo que es lo mismo que decir que “los flujos globales producen problemas que se manifiestan
en formas locales” (Martín Barbero, 2001:26). En términos de Kaldor: aunque la mayoría de estas
guerras recientes (llamadas también internas o civiles) son locales, incluyen muchas repercusiones
transnacionales de forma que la distinción entre interno y externo, agresión y represión o incluso
local y global es difícil de defender (Kaldor, 2001: 16). En este punto es importante su afirmación
sobre la globalización la que describe como “un proceso de intensificación de las interconexiones,
un fenómeno contradictorio que implica a la vez integración y fragmentación, homogeneización y
diversificación globalización y localización”. (Kaldor, 2001:18) De hecho, señala como una
preocupación central en la literatura sobre la globalización la de las repercusiones de la
interconexión mundial en el futuro de la soberanía basada en el territorio, es decir, del futuro del
Estado moderno. Estas guerras aparecen en concreto en el contexto de la erosión del monopolio de
la violencia17. (Kaldor, 2001:19) Como lo plantea Fazio, si hasta los primeros años de la década del
noventa, algunos conflictos podían contenerse dentro de las fronteras nacionales y regionales en las
que tenían lugar, el 11 de septiembre demostró que algunos conflictos ya no pueden seguirse
confinando dentro de las fronteras regionales porque su naturaleza es global (Fazio, 2003: 51). La
globalización no puede interpretarse en términos de causa-efecto dados los entrecruzamientos que
existen y mas bien, –dice Fazio siguiendo a Laidi Zaki–18, debe ser interpretada como resonancia,
pues tiene en ésta su fundamento explicativo. Esta resonancia integra tanto las relaciones directas
como las fantasmagóricas, las presentes como las ausentes: en este sentido alude al conjunto de

17
Ibíd. p. 19
18
Laidi Zaki. “la mondialisation comme phénoménologie du monde” En Projet No. 262, verao, 2000. Citado
por Fazio. Op. Cit. 52.
¿Nuevas Guerras? ¿ Nuevos Espacios para la guerra? o ¿Nuevas Espacialidades ? 8

redes, flujos, intersticios y espacialidades de los cuales se nutren y en los que también se realizan
los conflictos. La resonancia es la condición primigenia de la naciente sociedad global. Así, se
vuelve más urgente la necesidad de comprender que la región (hablando de Latinoamérica) ha
empezado a ser una parte constitutiva de la sociedad global y que debe mirar hacia el futuro,
renunciando a muchas de las viejas y estrechas herencias (Fazio, 2004: 55). La resonancia significa
también y, finalmente, que no podemos establecer a ciencia cierta las causas de los conflictos, y de
éstas no podemos inferir las consecuencias de los mismos, así como de los resultados tampoco
podemos extraer las motivaciones que dieron lugar a esa guerras. En condiciones de intensa
globalización no pueden existir explicaciones definitivas o en última instancia. (Fazio, 2004: 55).

Sin embargo, siguiendo los teóricos del “salto escalar” las cosas no parecen tan simples. Según ellos
(Agnew, 1994; Howitt, 2003; Swyngedouw, 2004) las ciencias sociales han manejado
confusamente el problema de las escalas. Y más que un territorio dividido de acuerdo con una serie
de unidades de adscripción espacial que configura jerarquías concéntricas o verticales (lo global, lo
internacional, lo nacional, lo regional y lo local) y que son asumidas como portadoras de una
existencia social y una integración territorial por naturaleza, estas escalas son mas bien “el resultado
de procesos socio-espaciales que regulan y ordenan relaciones sociales de poder (…) escenarios en
torno de los cuales las coreografías de poder socio-espacial son ejercidas y representadas”
(Swyngedouw, 2004). Siendo así más que una interpretación del tema “escalar” en función de
principios de medida y de nivel, lo que exige es una interpretación en lo que tienen de más
importante, el principio relacional. (Swyngedouw, 2004 Citado por Piazzini, 2004: 13-14)

Acordándole cierta pertinencia a estas nuevas teorías sobre lo espacial –y con todo y lo precario
que aún nos resulta su tratamiento– es probable entonces que más que un debilitamiento de los
territorios y los lugares, de lo que se trata en la época contemporánea es de una recomposición de
las estructuras jerárquicas conforme a las cuales son definidas las relaciones y las tensiones entre
los diferentes espacios de poder. Véase: Swyngedouw, 2004; Agnew, 1994 citado por Piazzini,
2004: 13)

Si bien hay acuerdos sobre el debilitamiento del Estado-Nación a la par con el fortalecimiento de
espacios locales y globales, estos últimos no resultan tan aprehensibles en tanto sus determinaciones
no son estrictamente territoriales, es decir, la transformación que se opera no es una cuestión de
escalas, sino mas bien de formas nuevas, inéditas de la espacialidad determinadas por flujos, redes,
tránsitos, movilizaciones, desplazamientos; lo que en términos generales algunos autores han
llamado procesos de desterritorialización o emergencia de nuevos espacios políticos que no se
inscriben dentro de los límites territoriales del estado-Nación y que suponen más que territorios en
el sentido político clásico, nuevas dimensiones espaciales del poder19. También la guerra hoy se
inscribe en el marco de esos flujos y redes tanto a nivel de las manifestaciones concretas en su
desarrollo, como en las instancias de intervención sobre los conflictos: lo político, lo militar y lo
humanitario trascienden una vez más las “soberanías territoriales”. Intervención política y militar y
ayuda humanitaria transnacionales están a la orden del día. Organismos internacionales y

19
En este sentido se inscribe el planteamiento de Michel Wieviorka sobre la utilidad del concepto de
desterritorialización y de pensar globalmente –no de manera local– las violencias islamistas (como Argelia,
Pakistan y otros países) para notar la existencia de redes y de modos de comunicación. Pero al mismo tiempo,
el hecho de que esas violencias no estén unificadas dentro de un proyecto mundial sino que la mayor parte
del tiempo ponen en juego significaciones de orden local o regional donde ellas se desarrollan. Ver Michel
Wieviorka. Le nouveau paradigme de la violence. En Cultures & conflits. Sociologie politique de
l’internationale. Nro. 29-30. Paris. 1998.
¿Nuevas Guerras? ¿ Nuevos Espacios para la guerra? o ¿Nuevas Espacialidades ? 9

transnacionales actuan sobre diferentes territorios y ejercen lo que alguna autora llamo “soberanías
mòviles” que se desplazan por el mundo legitimando la imposición de sus reglas y su temporalidad;
las mismas que detentan un control estratégico sobre sociedades civiles y autoridades locales. Ellas
constituyen una red caracterizada por estrategias de de o de re-territorialización innovadoras.
(Pandolfi, 2002: 35) De ahí la urgencia de reelaborar lo que Anderson llamo la “comunidad
imaginada” que no se corresponde ya con los criterios tradicionales de la territorialidad de los
sistemas políticos pensados en el marco del Estado-Nación y hablan mas bien de un
desplazamiento (descentramiento) del lugar de lo político. (Pandolfi y Abélès, 2002).

Concluyamos este apartado con otra pregunta: ¿en el marco de estas discusiones sobre el Estado-
Nación, [y por supuesto el territorio que le está ligado) y sobre las fronteras entre unos u otros
espacios, podemos seguir hablando de guerras nacionales, globales o locales o estamos mas bien
obligados a identificar y/o, más precisamente, a redefinir cuáles son –según esas relaciones de
poder– los nuevos espacios de las guerras y las nuevas herramientas analíticas para aprehenderlas?

Más allá de lo novedoso o no del carácter de las guerras contemporáneas, más allá incluso de las
dimensiones y/o relaciones inter y transescalares de los fenómenos actuales, lo que parece más
visible en estas discusiones, y que nos resulta muy importante aquí, es la necesidad de construir
nuevas categorías analíticas para pensar los problemas del espacio y el territorio al que se enfrentan
las sociedades contemporáneas y poder aprehender procesos como el de las guerras actuales. En
términos de Wieviorka se trataría de agregarle a los paradigmas clásicos del análisis de las guerras,
la marca del sujeto (Wieviorka, 1998: avant-propos) construyendo un nuevo paradigma para pensar
la violencia.

Sin duda esta búsqueda exige reconocer el protagonismo de las poblaciones civiles en las guerras
actuales y el hecho de que estén siendo victimizadas de diferentes maneras por múltiples poderes.
Son estas poblaciones las que padecen a nivel local (en su entorno más inmediato), las expresiones
globales de las guerras. Los métodos de violencia utilizados contra ellas son, si no inéditos, bastante
más visibles en la actualidad. Así mismo las redes que las sostienen y la intervención política que
conocen y/o padecen. Cómo explicar la conflictividad contemporánea sin una alusión directa a la
problemática de estas poblaciones si aceptamos que, de alguna manera, ellas son el “centro de
gravedad” de las confrontaciones? El tercer y último punto quiere entonces adentrarse en esta
problemática.

III. ¿Nuevas espacialidades?

La violencia y el terror conocen hoy procesos de desterritorialización.


Varias de las experiencias de violencia [de las guerras actuales] no registran un
fuerte anclaje territorial. No obstante la escasa territorialización o su ausencia no
debe llevar a pensar que la violencia esta exenta de aspectos socio-espaciales
Eric Lair.

La tercera discusión es más reciente y bastante más compleja en tanto involucra posibilidades
teóricas y metodológicas que son todo un desafío a nuestros modelos de pensamiento sobre el
espacio. De hecho, el contexto teórico de emergencia de investigaciones y elaboraciones dirigidas
¿Nuevas Guerras? ¿ Nuevos Espacios para la guerra? o ¿Nuevas Espacialidades ? 10

expresamente a explorar la naturaleza de las relaciones entre lo social y lo espacial es el de una


transformación en el esquema de procedencia epistemológica entre tiempo, espacio y ser como
categorías fundamentales de la existencia humana. (Piazzini, 2004: 7).

Al debilitamiento de los Estados nacionales, a ese cambio en las “geografías del mundo”, con el
consecuente cuestionamiento sobre las dimensiones ”escalares” de los fenómenos sociales (vg. la
guerra hoy), y queriendo nombrar realidades que parecen no tener cabida en las concepciones
tradicionales de la territorialización, ha venido a sumarse a la discusión sobre las guerras el término
de desterritorialización20. Término, que no concepto en tanto resulta difícil [conceptualmente]
decir de que estamos hablando. Por momentos parecería ser solamente la negación de la
territorialización. Si asumimos la territorialidad o la territorialización como “las formas y grados de
apropiación, dominio y control del espacio, sea este vivido, percibido o concebido” (Piazzini,
2004:12], qué significa entonces la desterritorialización ?. Quizá haya que ser más osados y no
agotar la fuerza del lenguaje en lo que se produce por des-semejanza. Si es la naturaleza misma de
lo espacial la que se transforma, (cfr. Por “una ontología del espacio según la cual éste afecta
nuestra manera de pensar y es producto y productor de lo social” (Piazzini, 2004), deberíamos ser
capaces de proponer un nuevo lenguaje y no agotar el análisis en categorías que si bien pretenden
diferenciarse de otras, terminan “entrampadas” en el lenguaje que las nombra: el binomio
territorialización/desterritorialización sólo niega la primera pero no la problematiza y, en esa
medida, no se construye a sí misma como categoría. Quizá el esfuerzo teórico frente a esas nuevas
realidades “desterritorializadas” [de la guerra en este caso] sea el de construir nuevas categorías y
nuevos lenguajes. Si la categoría de territorialización resulta precaria y/o, en todo caso, insuficiente
para nombrar la relación que se establece con el espacio hoy, deberíamos hacer el esfuerzo por
nombrar de una nueva manera –no necesariamente por des-semejanza– lo que se revela diferente no
sólo en sus evidencias físicas, sino también inmateriales.

En esta perspectiva hasta donde conozco, solo algunos autores –que retomaré más adelante–,
empiezan a interrogar en el análisis de las guerras, el manejo tradicional que se ha hecho de sus
dimensiones espaciales. Y al decir manejo tradicional me refiero al tratamiento de la mayoría de los
autores que como hemos visto sólo remiten a este espacio para hacer alusión a la dimensión
geofísica en donde los fenómenos se producen....”un espacio material de naturaleza geométrica,
entendido como extensión [...] como una superficie objetiva en la que se sitúan y ubican tanto los
fenómenos físicos como los sociales o políticos; un espacio vacío, un espacio continente o
contenedor” (Ortega citado por Piazzini. Op. Cit. p.9 , o incluso a concepciones que si bien
teóricamente han avanzado en el tema del territorio y lo asumen dentro de una concepción más
antropológica como espacio vivido y significado, lo que se ha nombrado como territorialidad, pero
que a la hora del análisis no logra trascender ese carácter de espacio físico; lo que se expresa en el
análisis de la guerra al asumir el territorio como “portador de enormes recursos económicos, o un
territorio topográficamente apto para la guerra y/o en su condición de ser una zona propicia al
establecimiento de “corredores estratégicos” para la guerra”21. Si aceptamos además que “lo que se
territorializa no es sólo el espacio físico o geográfico, sino también los objetos, los cuerpos, las
técnicas, las mercancías, las redes de intercambio económico e información” (Piazzini, 2004:13);

20
Sin duda el concepto ha sido puesto en el terreno de la discusión en otros ámbitos distintos de la guerra. Ha
sido y será, sin duda, objeto de debate durante los tres días de este seminario y seguramente conoceremos
distintas aproximaciones a él.
21
Ello fue particularmente claro en una investigación recién terminada sobre el tratamiento dado por la
academia colombiana a la dimensión socio-espacial de la guerra. Ver: Conflicto armado, Actores y
Territorios: los visos de un caleidoscopio. Informe Final de Investigación. INER. CODI Medellín, abril 2004.
¿Nuevas Guerras? ¿ Nuevos Espacios para la guerra? o ¿Nuevas Espacialidades ? 11

o, en otras palabras, si la territorialidad es una forma de la espacialidad pero no la agota, cómo es


posible aprehender esas “otras espacialidades”?

En la discusión de los politólogos sobre las guerras, y pese a algunas excepciones, estas miradas
parecen no tener cabida22. Su concepción del espacio parece responder a esas concepciones
tradicionales que lo asumen como una “exterioridad al ser” y lo remiten entonces al espacio “físico
y objetivo” sobre el cual se desarrollan las acciones humanas, en este caso un espacio, al que se le
atribuye una “escala”23 (local, nacional, global, etc.), sobre el cual se desarrollan las guerras. De
ahí el desafío para pensar un fenómeno como la guerra desde la perspectiva de una nueva
espacialidad que –pasando por sus dimensiones territoriales– no se agote en ellas e incluya esas
otras formas de la espacialidad.

En esta dirección resultan muy fecundas reflexiones que proponen constituir un pensamiento de las
“formas de la exterioridad” (Piazzini, 2004:10) que parta de considerar que nuestra existencia es
forzosamente espacial, que somos cuerpo, que ocupamos un espacio. Dice Pardo:

“Nuestro existir es siempre un “estar en” y ese “estar en” es estar en el espacio, en algún espacio. Y
las diferentes maneras de existir son para empezar diferentes maneras de estar en el espacio. El hecho
de que nuestra existencia sea forzosamente espacial tiene, sin duda, que ver con el hecho de que
somos cuerpo(s), de que ocupamos lugar. Pero ocupar lugar es solo posible porque hay un lugar que
ocupar, nuestro cuerpo mismo es espacio, espacialidad de la que no podemos liberarnos (la pregunta
por el cuerpo no encierra menos misterio, ni menor urgencia que la pregunta por el espacio)”24

Latour, por su parte, plantea que:

“Tener un cuerpo es aprender a ser afectado, esto es, efectuado, movido, puesto en movimiento por
otras entidades humanas o no humanas (...) el cuerpo no es entonces una residencia provisional de
algo superior –un alma inmortal, lo universal o el pensamiento– sino lo que permite una trayectoria
dinámica en la cual aprendemos a registrar y a volvernos sensitivos acerca de lo que el mundo esta
hecho”25

Igualmente, Milton Santos retoma el asunto de la corporeidad señalando que esta categoría está
ganado terreno en las ciencias del hombre en esta fase de la globalización y como ella es retomada
incluso por la geografía26 al aludir al problema de las escalas que irían “desde el cuerpo hasta el
propio mundo como un todo”. Así mismo, dice Santos “es siempre por su corporeidad por la cual el
hombre participa en el proceso de la acción”27

22
No solamente los politólogos. Ello parece ser la consecuencia del tratamiento dado a lo espacial en el
pensamiento occidental. Si el espacio y las espacialidades han ocupado un lugar periférico frente a la
hegemonía del tiempo, las materialidades (los objetos, los cuerpos) han sido periféricas incluso al interior de
los discursos sobre el espacio. (Piazzini, 2004: 14)
23
Reducida a una cuestión heurística de su manejo dentro de un sistema taxonómico de diferenciación
territorial. (Agnew, 1994 Citado por Piazzini, 2004: 9)
24
Pardo, José Luis. Las formas de la exterioridad. Valencia: Pre-textos, 1992. P. 16. (subrayados agregados)
25
Latour, 2000. Citado por Piazzini, 2004: 15)
26
Cita a Neil Smith, 1948
27
Milton Santos. La naturaleza del espacio. Técnica y tiempo. Razón y emoción. Barcelona: Ariel geografía,
2000. p. 69.
¿Nuevas Guerras? ¿ Nuevos Espacios para la guerra? o ¿Nuevas Espacialidades ? 12

Si bien para el discurso antropológico la territorialidad corporal (José Luis García, 1976: 127) ha
sido parte de su haber y de su hacer analítico, no sucede lo mismo con la discusión sociológica y/o
sobre todo política.

Pensando el caso colombiano, dos autores especialistas en el conflicto armado28 parecen responder
al desafío al hablar de dinámicas de la guerra desmaterializadas y/o desterritorializadas y al incluir
en el análisis otras espacialidades. De un lado al introducir el cuerpo –y no precisamente como
metáfora–, como “territorio enemigo”, esto es, el cuerpo que también es espacio. Y, de otro lado,
al introducir la subjetividad como parte constitutiva del espacio y por ende de nuestra relación con
él29.

Ante la necesidad de construir nuevas categorías analíticas para aprehender fenómenos sociales que
parecen desbordar las herramientas existentes, los analistas no estamos obligados a “escuchar esas
voces” que desde otros lugares se pronuncian sobre el espacio? ¿por qué no romper los paradigmas
explicativos asociados a la territorialidad [de la guerra], para hacer una búsqueda que se insinúa más
fecunda, incluso si ella supone desafiar nuestros esquemas de pensamiento?

• El cuerpo y la subjetividad: ¿nuevas espacialidades?

Es obvio que lo que esta generando la discusión sobre los procesos de desterritorialización de la
guerra, lo que en términos generales podríamos llamar con Pécaut, su inmaterialidad (Pécaut,
2001: 238), son las características que han venido asumiendo las guerras contemporáneas y para las
cuales, como lo hemos visto, las categorías analíticas desplegadas tradicionalmente están resultando
insuficientes.

En esa dirección quiero señalar, en este último punto, algunos aspectos de esta desterritorialización
de la guerra en el análisis de algunos investigadores y tratar de perfilar lo que, con base en esas
reflexiones, he preferido nombrar como una nueva espacialidad.

Los autores en los que me apoyo para esa reflexión son básicamente Daniel Pécaut y Eric Lair. Los
dos tienen como punto de reflexión el asunto del terror como táctica de guerra y, por esta vía,
introducen el problema de la subjetividad –que atendiendo a la reflexión de Santos, es lo propio del
advenimiento de la modernidad– 30 y de la corporeidad –también muy propia de la modernidad–31.
El primero, a través también de los procesos de desterritorialización de la guerra, pero desarrollando
su reflexión a la par con la dimensión de la corporalidad y su relación con el espacio, lo que lo
lleva a hablar de un “reparto espacial de los cuerpos” (Lair, 2002:100). El segundo, a través de lo

28
Véase: Eric Lair. «Reflexiones acerca del terror en los escenarios de guerra interna» En: Revista de
Estudios Sociales, RES No. 15 Bogotá: Universidad de los andes. Fundación social, junio de 2003. Pp.88-108
y Daniel Pécaut. “Configuraciones del espacio, el tiempo y la subjetividad en un contexto de terror: el caso
colombiano”, En: Guerra contra la sociedad. Bogotá: Espasa, 2001. Pp. 227-256.
29
Sin duda las sociedades contemporáneas están produciendo otras espacialidades no solo los cuerpos y las
subjetividades aunque por lo pronto éstas sean las únicas que abordaremos aquí. Una de ellas es la
espacialidad “virtual” que se ha construido en torno a los sistemas de información y comunicación en red que
ha alterado profundamente la relación con el territorio y generado discusiones en torno a la
desterritorialización que esta dinámica produce. Sin duda ella tiene también incidencia en un asunto como la
guerra y en general en la conflictividad contemporánea.
30
Milton Santos, Op. Cit.
31
David Le Breton. Antropología del cuerpo y Modernidad. Buenos Aires: Nueva visión, 2002.
¿Nuevas Guerras? ¿ Nuevos Espacios para la guerra? o ¿Nuevas Espacialidades ? 13

que llama los procesos de desterritorialización, destemporalización y desubjetivación que esta


produciendo la guerra (Pécaut, 2001: 238).

Asumiendo que por su configuración, sus atributos y sus funciones, los espacios geográficos pueden
servir de estrategias de conquista socio-espacial más territorializados que se inscriben dentro de
lógicas económicas, militares y políticas o aún de referentes históricos y comunitarios glorificados
y mitificados, (espacios con una profunda carga emotiva) y, admitiendo también, que igualmente la
guerra se territorializa gracias a unos dispositivos armados de circunvalación (retenes móviles o
estáticos, cordones de seguridad, etc), Lair plantea también el proceso de desterritorialización y el
“débil anclaje territorial” de diversas formas de la guerra actualmente. (Lair, 2003:96 ) Al respecto,
este autor señala cómo ciertas practicas violentas buscan la desestructuración total o parcial del
espacio sin que se denoten necesariamente una voluntad y una capacidad para ocuparlo,
controlarlo y defenderlo con estabilidad (Lair, 2003:103) Por ejemplo, los bombardeos y los
atentados a menudo perpetrados con explosivos, tienden a tener un asentamiento territorial
particularmente débil aunque sus autores puedan sentirse los depositarios de una causa ideológica
y/o representar los ideales políticos y comunitarios con un evidente sustrato socioespacial32.
Incluso si su utilización –que efectivamente no supone un control territorial– se de por parte de
aquellos grupos armados que no tiene recursos suficientes para enfrentar de forma directa al
enemigo o por economía de fuerzas para evitar perdidas en combate (Lair, 2003:104).

Sin duda, los actores armados ordenan y controlan un territorio no sólo cuando impiden la libre
movilidad geográfica de poblaciones o cuando la provocan, como en el caso del desplazamiento
forzado, sino también cuando en una estrategia de lucha como el terror producen un "reparto
espacial de los cuerpos" (Lair, 2003: 100) y con este ordenamiento están muchas veces redefiniendo
los rumbos de la guerra.

Esta desterritorialización de la guerra parece, pues, encontrar en los cuerpos una nueva
“territorialidad”. Estudiando el caso palestino-israelí, Lair muestra cómo en los atentados suicidas,
los cuerpos de los ejecutantes y de las víctimas son la encarnación de la des(materialización) y de
la conversión de los campos de batalla en una guerra volátil. Dice:

Producir muertes y terror con la diseminación de cuerpos desmembrados no es la continuación de


una guerra interna con una fuerte base territorial33”

Como lo señala Lair “La exposición de cuerpos en los lugares públicos puede ser una estrategia que
consiste en exhibir las víctimas a la sociedad como demostración de fuerza para intimidar” (Lair,
2003:100). Son mensajes donde el reparto espacial de los cuerpos cumple una clara labor de
información de la violencia. Con ello se acentúan las funciones de teatralización y comunicación en
la violencia y su carga simbólica y comunicativa. Cuando el terror se enlaza con planes de parálisis
del tejido social o de dominación, reviste intencionalidad, es decir, dimensiones estratégicas y se
convierte en una estrategia de guerra. Asaltar los pueblos no es únicamente una estrategia de guerra
para debilitar al adversario y acumular fuerzas difundiendo terror, sino también una señal enviada al
entorno34.

32
Ilustrada con el caso de como Irlanda del norte, Sri Lanka, Israel palestina, etc (Lair, 2003: 104)
33
Lair, Op. Cit., p.104.
34
Hablando del caso rwandés señala como las víctimas tutsis vivieron durante semanas en un profundo
estado de terror que fue resultante de la magnitud de la violencia y del “espectáculo” ofrecido por los cuerpos
descuartizados y abandonados sin sepultura. (Nota de píe de página). Lair, Op. Cit. p. 100
¿Nuevas Guerras? ¿ Nuevos Espacios para la guerra? o ¿Nuevas Espacialidades ? 14

Lo que se produce es, pues, una propensión a la desterritorialización de la guerra con procesos de
valoración destructiva de los espacios de vida. Estos últimos son escogidos y “cotizados” para ser
los lugares de concentración de la violencia armada con el mayor impacto posible sobre el tejido
social. Es por esto que los teatros y el tiempo de la violencia no son fortuitos. Sus actores eligen
momentos y espacios de gran afluencia humana35.

Recordemos cómo las poblaciones, en razón de su valor estratégico, se han vuelto –en palabras de
este autor–, los principales “centros de gravedad” de las confrontaciones y los blancos de las
mediaciones violentas entre actores armados. Pero ellos son el objeto no sólo de prácticas de control
territorial, sino de prácticas de control sobre los cuerpos. Las agresiones contra los cuerpos son a
menudo la huella de estrategias de posesión y de demostración de fuerza. Se trata de destruir
dejando huellas y emitiendo mensajes. Las prácticas de tortura, por ejemplo, le quitan y niegan su
identidad a la víctima con la brutalidad y el terror procedentes de la degradación psicológica y física
del cuerpo. Así,

Los métodos de tortura pueden ser asimilados a procesos de sujeción y deconstrucción del otro
obedeciendo a esquemas de control socioespacial que pasan a veces por una política de destrucción
y eliminación masiva36.

Pécaut, por su parte, partiendo de considerar que son efectivamente las prácticas y las interacciones
concretas de los actores las que definen la naturaleza del conflicto, y no los “objetivos” que exhiben
sus protagonistas, quiere interrogar estas prácticas, estas “redes de fuerza”, para pensar el caso
colombiano. Estas guerras modernas (recientes), –y en eso respalda a Kaldor y Von Creveld–, se
desarrollan por intermedio de la población civil con el cortejo de atrocidades que eso implica. Es en
ese contexto, interrogando los efectos de la guerra sobre las poblaciones, donde introduce su
apreciación sobre las subjetividades arrasadas por la guerra: desterritorialización,
destemporalización y desujetización37.

Lo más interesante para nuestra perspectiva en el análisis de Pécaut es la reflexión que hace al
profundizar en las situaciones de terror, producidas por la acción de los actores armados en
diferentes territorios, entre las cuales destaca que las lógicas clásicas de territorialización se van
debilitando o se vuelven porosas.

Destaca también la construcción de nuevas referencias subjetivas en las cuales las redes armadas
engendrarían formas de identificación coactivas o voluntarias38. Dice:

El terror, induce de manera progresiva efectos de fragilización de los territorios, hace estallar los
referentes temporales y pone en peligro la posibilidad de los sujetos para afirmarse en medio de
referentes contradictorios39.

35
Para ilustrar estos procesos de desterritorialización de la guerra, Lair propone mirar los atentados del 11 de
septiembre en N. Y. y Washington en términos de la relación asimétrica entre un Estado poderoso y unos
“nómadas” de la violencia o los atentados suicidas que se presentan con fuerza en el conflicto palestino-
israelí. (Lair, Op. Cit. p. 104)
36
Lair, Op. Cit. p. 100 caso que ilustra con Camboya y Ruanda.
37
Daniel Pécaut. “Configuraciones del espacio, el tiempo y la subjetividad en un contexto de terror: el caso
colombiano”, En: Guerra contra la sociedad. Bogotá: Espasa, 2001. Pp. 227-256.
38
Ibíd. p.232
39
Ibíd. p. 232.
¿Nuevas Guerras? ¿ Nuevos Espacios para la guerra? o ¿Nuevas Espacialidades ? 15

Para concluir que si bien los referentes sociales del espacio no son abolidos por completo, sí están
trastocados por los fenómenos de violencia y por el terror y están produciendo nuevos espacios que
resultan de las coacciones impuestas por los actores de la violencia40. Dice Pécaut:

“Se puede hablar de cierta homogeneización del espacio puesto que todos sus puntos se encuentran
orientados hacia los actores armados. Pero sobre todo, este espacio se desmaterializa; cada uno de
sus puntos es definido por su posición real o virtual en las redes a través de las cuales se ejerce las
presiones. Se vuelven así un No-lugar41 (...) para hacer referencia a esos espacios que privados de
toda característica material, resultan de las interacciones entre redes de fuerza”42

Entre la desconfianza, la incertidumbre, el miedo, la amenaza potencial pero permanente de alguna


incursión o acción violenta y, finalmente, el desalojo en los casos en los que se produce el
desplazamiento, no queda mucho espacio para afirmarse; sobre todo si tenemos en cuenta que “la
referencia a la trayectoria se vuelve la única manera de afirmar la identidad del sujeto” (Pécaut,
2001: 251). Una trayectoria que no es posible construir en medio del recurso a las estrategias
individuales que parece ser lo único que les queda a las poblaciones en este ambiente hostil y
sembrado de desconfianza.

Si a esta inclusión de “nuevas espacialidades” como los cuerpos y las subjetividades le sumamos la
importancia de explorar otros esquemas de ordenamiento espacial (imágenes mentales e incluso
prácticas sociales como rituales, gestos, relatos orales, pinturas corporales) (Woodward y Lewis,
1998 Citados por Piazzini, 2004: 16), podremos avanzar paralelamente a la reflexión teórica en el
diseño de nuevas “cartografías” de la vida social que, al menos en la realidad de la guerra hoy,
están encontrando pertinencia.

Sin duda, las poblaciones –aunque esto no le sea muy evidente a la ciencia política– son sujetos
sociales, portadores de un cuerpo (y/o de una corporalidad) que además es el centro constitutivo del
sujeto43 que sistemáticamente esta siendo el espacio de una agresión violenta. Y son portadores
también de una dimensión afectiva [no sólo racional] con la que habitan y significan sus espacios
cotidianos, fundamentalmente desde el cuerpo. Es preciso, pues, introducir su corporalidad y su
subjetividad [sentimientos incluidos], en el análisis que de ellas se hacen en el contexto de la guerra.
Sobre todo si tenemos en cuenta que esta nueva espacialidad cobra fuerza en la guerra actual en
Colombia donde la situación es, términos de Pécaut, una conflictividad susceptible de volver
ininteligible los eventos. Tanto los limites del relato personal, como su separación de un relato
colectivo dificulta la consolidación de la identidad personal. (Pécaut, 2001:252) Es en suma algo
así como una imposibilidad generalizada de “armar historias colectivas”, lo que no es más que un
proceso simultáneo de desterritorialización, de destemporalización y de desubjetivación.

Retomando la idea de Pécaut de una ausencia de relato nacional, esto es, “un país atrapado entre el
blablabla de los políticos y el silencio de los guerreros”, Martín Barbero refuerza su idea de que
esas son las dos trampas que moviliza la guerra: el blablabla de unos y el silencio de los otros con
lo cual se corta toda posibilidad de relato. El relato de una realidad, dice Barbero donde “lo único
40
Ibíd. p. 233
41
La categoría por supuesto es tomada de Augé; sin embargo, Pécaut hace la precisión de que él la toma por
su cuenta para definir esos espacios a los que esta aludiendo en su análisis. Ver Pécaut. Guerra contra la
sociedad. Op. cit. p.238. Los subrayados son agregados.
42
Ibíd., p. 239. Los subrayados son agregados.
43
Wolfgang Sofsky. Traité de la violence. Paris: Gallimard, 1996. p. 60.
¿Nuevas Guerras? ¿ Nuevos Espacios para la guerra? o ¿Nuevas Espacialidades ? 16

parecido a una palabra son la marcas de la crueldad sobre los propios cuerpos de las víctimas”
(M. Barbero, 2001:19).

Con estas nuevas aproximaciones creemos que es preciso replantear el problema de la espacialidad
de la guerra; no ya determinada solamente por los territorios mismos y sus recursos (materiales y
humanos), y que tampoco se agota en lo que llamamos territorialidad (formas de apropiación y
significación del territorio), sino que pone en juego “nuevas espacialidades” –incluidas las
corporales– en la dinámica de la guerra.

En este sentido y reforzando de alguna manera las aproximaciones al fenómeno desde el cuerpo y la
subjetividad, vale la pena introducir –aun cuando no es posible desarrollarla ampliamente aqui– la
reflexión que se viene haciendo en torno de la categoría de lo bio-político44. Introducida por
Foucault, ella es retomada de manera más reciente por Giorgio Agamben45 y designará una forma
del poder ejerciendo dominio sobre todos los procesos que afectan la vida desde el nacimiento hasta
la muerte, donde el dominio sobre los cuerpos resultaría una forma de ejercer el poder46. Lo bio
político designaría una inversión del ejercicio del poder: la reducción de las trayectorias
individuales, los individuos hombres, mujeres en cuerpos: cuerpos indistintos, cuerpos desplazados,
cuerpos localizados. (Pandolfi, 2002: 39). La categoría es retomada nuevamente por otros autores a
quienes les resulta útil para pensar los desbordamientos y transformaciones a los que están
sometidos los territorios y aquellos que los pueblan como efecto de la movilidad, los
desplazamientos voluntarios u obligados de las poblaciones en un espacio transnacional (Cuillerai et
Abélès, 2002:20). En el contexto de su trabajo sobre los refugiados, Agamben intenta mostrar la
tendencia hacia una forma de comunidad sin territorio y sin frontera. Sostiene cómo esa condición
de refugiado, que ya no es un asunto menor sino un fenómeno de grandes masas de población,
rompe el tríptico Estado-Nación-territorio heredado de la edad clásica y pone en juego otra
definición de la relación sujeto/soberanía. Una nueva forma de poder que se impondría en el
contexto de la intervención militar-humanitaria como una nueva forma de soberanía: dejar vivir o
hacer morir.(Agamben, 1999 citado por Pandolfi, 2002: 39) Si el derecho clásico pensaba en
términos de individuos y sociedad, la biopolítica razona en términos de población y la conceptualiza
como problema biológico y político. (Pandolfi, 2002:39).

De ahí pues el reto para construir nuevas categorías que sean capaces de aprender la realidad desde
un marco de sentido que ya no es posible construir desde los referentes clásicos de la política y/o de
lo político. Un relato, pues, capaz de delinear un horizonte común, una “comunidad imaginada”
donde el espacio no sea sólo una exterioridad de lo social o el soporte de la acción humana, sino
parte constitutiva de la misma.

44
La reflexión es por ahora fundamentalmente europea dado que la conflictividad reciente está bastante más
próxima cuando no realmente cerca como en el caso de los Balkanes y cuando la comunidad europea ha sido
entonces gestora de estas nuevas redes y flujos que van de lo politico a lo humanitario en ese espacio
transnacional.
45
Giorgio Agamben. Moyens sans fins. Notes sur la politique. Paris: Rivages. 1995. Tambien Ce qui reste d’
Auchwitz, Paris: Rivages, 1999.
46
También para Pécaut ella resulta pertinente en los casos de violencia abierta cuando el individuo se
encuentra despojado de su calidad de ciudadano o incluso de su condición de sujeto capaz de ejercer una
autonomía. (Pecaut, 2003: 13)
¿Nuevas Guerras? ¿ Nuevos Espacios para la guerra? o ¿Nuevas Espacialidades ? 17

Palabras finales

Sin duda modificar nuestra concepción sobre lo socio-espacial no resulta para nada fácil y es un reto
[y, probablemente, un relato] que exigirá mucho trabajo en esa dirección. Acostumbrados a pensarlo
como un “lugar sobre el cual se derraman las acciones humanas” (Piazzini, 2004), resulta difícil
construirlo de otra manera.

Si bien con los desarrollos logrados hasta ahora sobre el territorio hay acuerdos en que ya no es
posible referirlo exclusivamente a condiciones geofísicas y de la mano de la antropología aludimos
a él como espacio vivido y significado (Di Méo, 1998), el desplazamiento teórico del concepto y su
formulación hacia “nuevas espacialidades” –en las cuales se incluyan materialidades como el
cuerpo o aspectos más inmateriales como las subjetividades–, a la hora de pensar lo socio-espacial,
es un camino oscuro que apenas se abre. No obstante, las formas de la guerra hoy, los “nuevos
espacios” donde ellas se desarrollan, y las perspectivas que se abren sobre la naturaleza del espacio,
exigen entender que las formas de uso, control y dominio sobre el espacio están muy lejos de ser lo
que hemos entendido tradicionalmente por dimensión territorial y más lejos aún de lo que hemos
llamado (en una búsqueda de orden) –y sigo a Bauman (2002:26) aquí– lo territorial-nacional. De
ahí el desafío en términos teóricos y analíticos que se impone para dar cuenta de las dimensiones
socio-espaciales de la guerra o mejor aún de lo que en estas reflexiones he llamado sus nuevas
espacialidades.

Es importante –ya para terminar– insistir en la pertinencia de los planteamientos de los autores que
vienen proponiendo “una mirada renovada al espacio” para entrever que otras y nuevas
espacialidades, –con sus correspondientes cartografías–, son posibles y necesarias. Si abrimos
nuestro horizonte a estas nuevas miradas, podremos entonces desafiar nuestros modelos de
conocimiento y empezar a pensar que los cuerpos y las subjetividades constituyen toda una
espacialidad que debe ser tomada en serio cuando se aborda el estudio de las guerras
contemporáneas y sus nuevas espacialidades. Esa es la dimensión del reto al que las ciencias
sociales están abocadas en este terreno: darle palabras a una espacialidad que sólo espera ir al
encuentro de un nuevo lenguaje que pueda nombrarla.

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