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La idea de trabajar en un taller con este escritor uruguayo apuntó a promover algunas
líneas de diálogo con el autor e invitar a los participantes a que propusieran las propias en
torno a ésta, su décima novela, publicada en el año 2005.
Conjugo, en el presente texto, mis reflexiones sobre la novela con las diferentes
perspectivas e intervenciones, tanto de los participantes como del escritor.
Sin la pretensión de ofrecer explicaciones, por parte del autor, ni interpretaciones reductoras
–sociológicas, psicoanalíticas, literarias- por parte de los lectores, lo que se buscó fue la apertura
a significancias, provocando resonancias intertextuales ampliadas. La riqueza de un encuentro
como las “Jornadas de Literatura y Psicoanálisis” radica, justamente, en que la escucha de un
texto dinamice las posibilidades asociativas, los distintos énfasis, realizados desde distintos
puntos de vista, a fin de seguir explorando, en el cruce de los discursos, la subjetividad humana.
El taller logró ese objetivo ya que constituyó una ocasión de aproximaciones, desde
distintas perspectivas, en torno a un relato de suspenso que, ya desde el título, presenta
ambigüedades que promueven resonancias múltiples, abiertas a otros registros. La trama,
ubicada en un contexto familiar y actual, arrastra, tanto al lector como al protagonista, a lo
incierto, a lo no familiar e inquietante.
El título de la novela, “El corredor nocturno”, alude a un perfil característico de
nuestra actualidad: el corredor que se afana en la rambla de la ciudad corriendo hacia ninguna
parte, el “corredor” tras el éxito a cualquier precio. Los aerobistas que corren para mantenerse
en forma se embarcan en una actividad aparentemente saludable, liberadora, pero el escritor
plantea la sospecha de un lado oscuro: ¿Qué los impulsa a correr? ¿Por qué corren? ¿De qué
escapan? Hay algo más allá de las apariencias, un símbolo de otra cosa. Como el cine lo
problema que no puede resolver de otro modo que escribiendo; un problema interior, de
desasosiego que no se puede resolver por otras vías. Cada escritor resuelve ese problema desde
donde puede. El lector, en tanto sujeto externo, no existe, en absoluto, en el momento de la
escritura. Es muy difícil imaginar un lector. Lo que tiene sí de maravilloso el hecho de escribir
es que una vez que el escritor da su trabajo por terminado, establece un final y si tiene suerte
y un editor lo publica y si tiene más suerte y se venderá y habrá lectores y si, en un caso
privilegiado, puede sentarse en un lugar como este y recoger una serie de impresiones... todo
ese proceso necesariamente determina que la obra sea siempre inexplicable, por siempre
mantendrá algo inaccesible aún para el autor. Cada uno tiene derecho a ver allí lo que el
escritor no pensó ni planificó: eso es la riqueza y la posibilidad de significar tantas cosas como
personas se sometan al texto.
-“La escritura, por suerte, es un misterio, no sé cómo es la cosa, todavía no lo sé, un
misterio que espero no llegar a develar nunca”
-“Nosotros tampoco”.
- Como lo dijo Borges:
“Dios mueve al jugador y este, la pieza,
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?”