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70 - BIBLIOTECA URUGUAYA DE PSICOANÁLISIS - Vol.

VII - Literatura y Psicoanálisis

TALLER SOBRE LA NOVELA


«EL CORREDOR NOCTURNO» DE HUGO BUREL

La inquietante actualización de trazas infantiles en una novela que


pone en escena la subjetividad contemporánea

Psic. Laura Veríssimo de Posadas*

“Los poetas, los novelistas, inventaron el inconsciente antes que yo”.


S. Freud.

La idea de trabajar en un taller con este escritor uruguayo apuntó a promover algunas
líneas de diálogo con el autor e invitar a los participantes a que propusieran las propias en
torno a ésta, su décima novela, publicada en el año 2005.
Conjugo, en el presente texto, mis reflexiones sobre la novela con las diferentes
perspectivas e intervenciones, tanto de los participantes como del escritor.
Sin la pretensión de ofrecer explicaciones, por parte del autor, ni interpretaciones reductoras
–sociológicas, psicoanalíticas, literarias- por parte de los lectores, lo que se buscó fue la apertura
a significancias, provocando resonancias intertextuales ampliadas. La riqueza de un encuentro
como las “Jornadas de Literatura y Psicoanálisis” radica, justamente, en que la escucha de un
texto dinamice las posibilidades asociativas, los distintos énfasis, realizados desde distintos
puntos de vista, a fin de seguir explorando, en el cruce de los discursos, la subjetividad humana.
El taller logró ese objetivo ya que constituyó una ocasión de aproximaciones, desde
distintas perspectivas, en torno a un relato de suspenso que, ya desde el título, presenta
ambigüedades que promueven resonancias múltiples, abiertas a otros registros. La trama,
ubicada en un contexto familiar y actual, arrastra, tanto al lector como al protagonista, a lo
incierto, a lo no familiar e inquietante.
El título de la novela, “El corredor nocturno”, alude a un perfil característico de
nuestra actualidad: el corredor que se afana en la rambla de la ciudad corriendo hacia ninguna
parte, el “corredor” tras el éxito a cualquier precio. Los aerobistas que corren para mantenerse
en forma se embarcan en una actividad aparentemente saludable, liberadora, pero el escritor
plantea la sospecha de un lado oscuro: ¿Qué los impulsa a correr? ¿Por qué corren? ¿De qué
escapan? Hay algo más allá de las apariencias, un símbolo de otra cosa. Como el cine lo

* Miembro Titular de APU. Martí 3235. E-amil: lauraver@adinet.com.uy


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muestra en “Cuerpos ardientes” con aquella imagen de W. Hurt corriendo al atardecer y


fumándose un cigarrillo al final de su entrenamiento. Esa iluminación de lo que es el corredor
opera como disparador del relato -como resto diurno- de la misma forma que la novela misma
opera en el lector, a través de su propio “corredor nocturno”, el de la “vía regia” -como Freud
define al sueño- como desencadenante de asociaciones, activando huellas, produciendo
enlaces...
Sobre esos dos ejes, la imagen de la película y la visión de los corredores, el escritor
desarrolla el personaje central, Eduardo, contador de una empresa internacional. Se trata de
alguien que tiene un pasado que le ha permitido trepar en un esquema que no perdona a los
débiles ni a los irresolutos. Eduardo ha hecho carrera “a cualquier precio” pero es un precio
que el personaje ha olvidado.
Hay otro personaje en la novela, Raimundo Conti, quien tiene la función de recordarle
lo que él olvidó. Es gracias a Raimundo que conoceremos a Eduardo. Así empieza otro viaje,
viaje a lo olvidado, lo borrado…
Esta novela instala al lector, desde el principio, en un espacio de ambigüedad vigilia/
sueño/ pesadilla; amigo (enemigo) invisible y la partida/regreso de un viaje/sueño que será
hacia los orígenes, al enfrentamiento al sexo y a la muerte y las raíces de la culpa.
La acción comienza en un aeropuerto, ese “no lugar” de nuestros días, como lo define
Marc Augé, centro geográfico de lo casual, de eventos insignificantes que, por “efecto mariposa”,
tienen el potencial de desencadenar sucesos impredecibles. Eduardo, el protagonista, viene de
un viaje “sin los resultados previstos” “pérdida de socios italianos”, de una Milán “ciudad gris
agobiante donde llovía siempre” y donde sentía un “raro desasosiego”. Era “alguien en tránsito,
deprimido”.
Allí aparece, por primera vez, Raimundo Conti y empieza un asedio que también provoca
asociaciones múltiples: Fausto y el demonio. También “el abogado del diablo” con aquel
memorable Al Pacino, haciendo el diablo y diciendo “¡vanidad! mi pecado preferido”. (La
primera imagen de R. Conti que Eduardo recordaba era la de “un ilusionista con una moneda”).
De ahí en adelante en ese asedio que el protagonista padece, a cada propuesta de Conti,
Eduardo quiere decir “ no” pero dice “sí”. Es muy sugerente y con valor de prolepsis, el
diálogo sobre el Duomo. Eduardo lo describe como “tétrico, en especial sus gárgolas”. Conti
no responde, el significante “gárgolas” queda como en suspenso, abierto. Va produciendo, a
través de la peripecia del personaje, evocaciones de recuerdos infantiles, resignificaciones y
distintos sentidos que cobra aquella primera escena infantil de sometimiento. Ella irá reapare-
ciendo de distintas maneras, revelando el trabajo psíquico de resignificación après coup. Esto
es de gran interés para los psicoanalistas ya que el escritor muestra el modo de trabajo del
psiquismo, sin saberlo, porque no sabe por qué escribe lo que escribe: escribe de lo que no
sabe. El escritor maneja algo sin tener demasiada conciencia de lo que está haciendo, no trabaja
con un “modelo” de resignificación. Más allá del pretendido dominio que pueda querer ejercer
desde la conciencia algo más actúa en él, se nutre de lo profundo, de lo inconsciente. Por esto
los psicoanalistas decimos que “es escrito” y concebimos al talento del escritor como ese don
de poder articular algo de sus fantasmas, en una creación poética, altamente condensada, capaz
de producir efectos que cada uno recibe, recrea y procesa a su modo.
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Lo que Eduardo no puede controlar ni evitar es que el asedio se va haciendo dentro de


una lógica de circunstancias normales. Desde ese escenario familiar, de lugares y personas
conocidas, situaciones cotidianas y banales, todo va adquiriendo un carácter diferente, se
torna amenazante, peligroso, persecutorio. Lo que consideramos ominoso es ese pasaje de lo
“heimlich”, familiar, que se transforma en umheimlich. El recurso del escritor es tomar lo
cotidiano por asalto y verlo desde otro lado: desde un ángulo las cosas son normales…si
cambiamos el punto de mira eso mismo que es casual se transforma en inquietante. La
ambigüedad es la materia narrativa elegida para indagar el mal en sus expresiones cotidianas,
hacerlo visible y que pase por representaciones comunes y corrientes y no monstruos, ni
miembros cortados de un hachazo.
Eduardo es producto de un mundo/ sistema cuya lógica Burel despliega en esta novela.
Sistema de una lógica perversa según la cual el otro es alguien a usar y descartar, fugaz y
precariamente incluido y luego definitivamente excluido del sistema o reducido a un ojo
fascinado y horrorizado. Lógica del poder-sometimiento, del goce del otro. ¿Por qué ese
sometimiento de Eduardo en la entrega a Conti? Se trata de algo sexual, en sentido
psicoanalítico, en tanto prima el masoquismo y no puede rescatarse de su dominio y una y otra
vez sucumbe a su acoso. ¿Por qué la peripecia del personaje logra “tocarnos”? A pesar de lo
que hizo y olvidó, logra que nos sintamos de su lado, es humano, lleno de defectos. Su antagonista
es “lo otro”, lo demoníaco.
Lo destacable de esta novela es que trata enfermedades sociales. Eduardo tiene ‘pinta’
de normal, son esos eduardos que todos conocemos, compañero de trabajo, vecino, tipo común,
que no hizo daño a nadie pero que son emergentes de rasgos enfermizos de nuestra sociedad.
La novela es una radiografía de nuestra sociedad sin que el autor haya tenido intención de
hacerla. Desde la posición de los escritores participantes en el taller una de sus dificultades es
poder dotar a sus historias de referentes de lo inmediato sin que se transformen en un tratado
de historia, por ejemplo. Lo que les importa es que sus relatos “funcionen” así como que los
personajes sean verosímiles. Sólo como ficción la literatura puede dar cuenta de algo del
orden de la verdad.
Entre el que escribe y el lector hay distintos niveles del régimen del placer de unos y
otros. Ambos tienen en común que se apartan de la realidad más tangible para recrearla y
regresar a ella desde otros movimientos internos que realizan. Si nos acercamos al texto
atravesados de teorías podemos perder el placer y extraviarnos de ese mundo ficcional que se
nos abre y se nos cierra, como nos pasa en la experiencia analítica donde siempre van a quedar
cosas que no vamos a poder entender, ombligos...
Podemos comparar el primer capítulo de la novela con la primera entrevista con un
paciente. Después se desplegará, de una forma u otra, una narrativa y se establecerá la posibilidad
de nuevos enlaces a lo largo del trabajo analítico. La referencia a la imagen de W. Hurt y los
corredores evoca la importancia y la capacidad de la mirada, de la permeabilidad, la
disponibilidad a captar más finamente algunas cosas, capacidad fundamental para el analista
y para el escritor.
El escritor escribe para escribirse, para dar solución a algo que de otro modo no podría,
no escribe para los lectores. Cada escritor tiene sus propios problemas, escribir es resolver un
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problema que no puede resolver de otro modo que escribiendo; un problema interior, de
desasosiego que no se puede resolver por otras vías. Cada escritor resuelve ese problema desde
donde puede. El lector, en tanto sujeto externo, no existe, en absoluto, en el momento de la
escritura. Es muy difícil imaginar un lector. Lo que tiene sí de maravilloso el hecho de escribir
es que una vez que el escritor da su trabajo por terminado, establece un final y si tiene suerte
y un editor lo publica y si tiene más suerte y se venderá y habrá lectores y si, en un caso
privilegiado, puede sentarse en un lugar como este y recoger una serie de impresiones... todo
ese proceso necesariamente determina que la obra sea siempre inexplicable, por siempre
mantendrá algo inaccesible aún para el autor. Cada uno tiene derecho a ver allí lo que el
escritor no pensó ni planificó: eso es la riqueza y la posibilidad de significar tantas cosas como
personas se sometan al texto.
-“La escritura, por suerte, es un misterio, no sé cómo es la cosa, todavía no lo sé, un
misterio que espero no llegar a develar nunca”
-“Nosotros tampoco”.
- Como lo dijo Borges:
“Dios mueve al jugador y este, la pieza,
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?”

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