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Los Jueves y Viernes Santos son días entregados a la reflexión religiosa. Deben ser
tiempos dedicados a meditar sobre la vida de Jesús en todas sus manifestaciones y en sus
diversas interpretaciones. Y esto sucede en un momento en que parte de la biografía de
este excepcional hombre, el más grande de todos los héroes, se expone dramáticamente
en una nueva versión del “cine rojo”, ahora no holiwoodense (ampliamente judío) sino
en una nueva exégesis de la “religión espagueti”, (ampliamente cristiana, apostólica y
romana, y sobre todo eso, muy romana). En su rol de director, Mel Gibson se nos
presenta ahora no como el mítico y apocalíptico Max Max, ni como el perturbado e
inquieto policía que busca paz en su vida, ni como el pro-liberador escocés
anticolonialista, ni como el padre patriota, sino como el “nuevo apóstol massmediático”
de la religión cristiana.
De verdad que la religión es una forma de entender y darle sentido al mundo desde
el punto de vista de la fe y la revelación. Esa misma religión nos ha entregado una
imagen mágica, mística y dolorosa de una Jesús sufrido y entregado (el de los clavos y
la cruz que rechazaba el poeta Joan Manuel Serrat) y que muchas veces se aparta de
nuestras vidas cotidianas. Lo que hizo Jesús, con toda la distancia que pueda haber, lo
puede hacer cualquier hombre que luche con razón, fe y pasión, contra cualquier tipo de
corrupción. El Jesús de Nazaret es el arquetipo del hombre que se enfrenta estoicamente
contra los poderes corrompidos bien sean institucionales o humanos, terrenales o
esotéricos, no con violencia sino con razón y decisión. Es el modelo de hombre sobre el
que todavía se puede edificar una religión civil, al servicio del hombre y su comunidad,
respetuosa del orden, la ley y la justicia como llegó a soñar en algún momento el
republicano Rousseau. Es que con Jesús de carne y hueso nos basta, y en verdad, no
necesitamos otro héroe más.
Lo más impresionante de la película de Gibson no es la violencia que vende
entradas en la taquilla del cine y que nos hace sentir pena humana, sino la breve
exposición de un hombre que “vivió para siempre apasionadamente” más que el que
“murió para siempre con pasión” y que de vez en cuando nos lo guindamos en el cuello
para no sentir miedo ante un destino que irónicamente él mismo redimió con su vida.
«Así hablaba el Nazareno».
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