Sie sind auf Seite 1von 3

La Pasión de Cristo y la Religión Civil.

Abraham Enrique Andara.

Los Jueves y Viernes Santos son días entregados a la reflexión religiosa. Deben ser
tiempos dedicados a meditar sobre la vida de Jesús en todas sus manifestaciones y en sus
diversas interpretaciones. Y esto sucede en un momento en que parte de la biografía de
este excepcional hombre, el más grande de todos los héroes, se expone dramáticamente
en una nueva versión del “cine rojo”, ahora no holiwoodense (ampliamente judío) sino
en una nueva exégesis de la “religión espagueti”, (ampliamente cristiana, apostólica y
romana, y sobre todo eso, muy romana). En su rol de director, Mel Gibson se nos
presenta ahora no como el mítico y apocalíptico Max Max, ni como el perturbado e
inquieto policía que busca paz en su vida, ni como el pro-liberador escocés
anticolonialista, ni como el padre patriota, sino como el “nuevo apóstol massmediático”
de la religión cristiana.

Gibson explota magistralmente la parte más dramática y violenta de la vida de


Jesús; aquella donde el “hombre deja de ser hombre” para darle paso al mártir que se
sacrifica en nombre de la humanidad y sus pecados. Esas últimas y dolorosas doce horas
que transitan por la pasión, el juicio, el castigo, el calvario y la crucifixión. A
diferencias de las clásicas y largas películas con el mismo tema, pero menos violentas –
al estilo Zefirelli- el director australiano nos la presenta en sólo dos apasionantes horas.
Dos horas de film donde los espectadores de todas las edades lloran o se afligen y sobre
todo los invade una profunda pena, no tanto por lo que singularmente le sucede a Jesús
(por todos conocido pero por muchos ignorado) sino por lo que le sucede a un ser
humano inocente en manos de la irracionalidad y el morbo de una ciudad corrompida.
A pesar de lo realista y dramático que se pueda exponer la vida de Jesús, en la
Biblia y en el Cine, se tiene que reconocer que Gibson se deja arrastrar por el influjo de
la religión romana, aquella que definitivamente secuestró a Jesús de Nazaret (como
hombre vivo) y lo convirtió en el mártir, en Jesús Cristo. Definitivamente, Jesús de
Nazaret, el hombre de carne y hueso, fue confiscado por la Iglesia cristiana en
cualquiera de sus manifestaciones o sectas, católicas o protestantes. En el film, que sigue
esta línea, en los pocos momentos donde se expone la vida del Nazareno (más que todo
para producir un contrate efectivista con la profunda violencia de la pasión) queda la
impresión de un Jesús como un hombre fuerte pero con un profundo amor y respeto
materno, inteligente y capaz, hábil con sus manos (como carpintero) y con su verbo
(como profeta); no sumiso, ni cobarde, ni como el santo que se entrega al castigo sin
ningún tipo de autodefensa “poniendo la otra mejilla” para que el castigador se sienta
morbosamente poderoso. Lo que no hace es responder a la violencia con violencia,
como él mismo le dice al cobarde Pedro, “el que ha hierro mata a hierro muere”.
De esta forma Jesús se enfrenta vigorosamente contra los tres poderes terrenales
que se encuentran en Judea en ese momento; el imperial, el teológico y el temporal. Los
tres profundamente corrompidos por la cobardía, el fanatismo y la lujuria. Y no era de
extrañar, ya que de acuerdo con la calificada opinión del celebre historiador judío de
afiliación romana, Flavio Josefo en su clásica obra “La guerra de Los Judíos”, la
Jerusalén de ese tiempo era un fiel reflejo de esta corrupción. Por ser una Ciudad abierta
a los extranjeros se dejo arrastrar por la perversión, la codicia y el ocio improductivo,
que no pocas veces se ocultó en los templos sagrados donde se conjugaba una mezcla
explosiva de mercado, política y religión. Es contra este tipo de ecclesia contra la que
arremete Jesús de Nazaret, y de la cual “no quedará piedra sobre piedra”. Por paradójico
que parezca aquí Jesús actúa más como un Celote (“patriota y republicano”) que como
un Esenio (sumido a su interior). Por cierto, no hay que olvidar el hecho –ignorado
profundamente en el film- que Judas, el traidor por antonomasia, era un Celota,
especialmente antirromano. De esta secta judía, Flavio Josefo llego a identificar tres
características importantes: 1)Su gran número y condición de muchedumbre con gran
juventud y animo; 2)No confiaban alcanzar jamás el perdón de sus pecados hasta
entonces cometidos, ya que, y lo más importante, 3)querían antes sufrir cualquier cosa,
que dejar a su república en tanta necesidad y aprieto. Muchedumbre, perdón y
sufrimiento son tres de las ideas que rodean el liderazgo carismático del esenio Jesús, y
de lo cual debió haber conversado apasionadamente con el celota Judas. Es que en
política, la traición –o lo que aquí se puede interpretar como la discrepancia de
pareceres por causas diversas y sagradas- esta a la orden del día.
Con esas mismas ideas y experiencias en mente, Jesús pasionario se enfrenta contra
los tres poderes constituidos y corrompidos, tratando de imponer su concepción de la
verdad y justicia, como sí se aprecia en el polémico largometraje. Ante la violencia de
Caifás y sus facciosos fanáticos seguidores, les responde: “porque me pegan si no tienen
las pruebas de que he cometido delito alguno”. Ante este jurado inquisidor entrega su
única verdad ”ser el Mesías, el que estará sentado a la derecha del creador”. Ante el
“débil” Pilatos, expiándolo de toda culpa al muy estilo romano, lo intriga ante la
afirmación no saber realmente lo que era verdadero o no (la veritas), un juicio ético ante
el no saber si se actuó bien o mal, ni para qué. Ante la lujuria de Herodes Jr. Jesús no
responde palabra alguna ya que ante la depravación no hay verdad, juicio o ética que
valga. Herodes no estaba para castigar, sino para ser castigado. De esta forma Jesús es
presentado como el hombre que busca la verdad, la justicia y la razón en un mundo de
desordenes, facciones, fanatismos y depravaciones. Como un verdadero “ciudadano del
mundo” que se preocupa hasta lo último por el bienestar de su pueblo y de toda la
humanidad más con razones que con pasiones, de allí que “su reino no sea de este
mundo”.

En cierta forma, esto responde a las vieja observación de científico, literatos y


filósofos profundamente religiosos sobre la sumisión cristiana. Max Weber siempre
objetó la alegoría cristiana de “poner la otra mejilla”. Ante de esto, objetaba el científico
alemán, al indiciado deben dárseles las razones legales para el castigo (habeas corpus).
La negación de este principio es lo que lleva a la injusticia, que es lo que en realidad
trata el film. Jesús buscó razones en la sin razón, en la falta de juicio y en la indecisión,
no padeció con los brazos cruzados. Y por supuesto que este Jesús hombre-Nazareno, no
es el mismo sumiso que alguna vez inmortalizara magistralmente Fedor Dostoievski en
su magistral capítulo del “Gran Inquisidor” de su obra “Los Hermanos Karamázov”.
Aquel Mesías que en su segunda venida se enfrenta pasivamente con el viejo y fanático
clérigo español (un Caifás crisitiano del siglo XVII de nuestra era) que defiende las
labores de la Iglesia como heredera de las tareas inconclusas de un Jesús que no se dejo
arrastrar por las tentaciones y los vicios. Es que el problema de Jesús no era el pan, la
salud y la riqueza, sino la salvación integral de toda una comunidad que sucumbe ante la
corrupción del cuerpo y la mente. Por eso es que pisa alegóricamente “la culebra de la
tentación”. Es que este Jesús se parece –con toda la distancia que pueda haber- al
modelo de “superhombre nietzcheano” que soporta estoicamente el castigo y la
ignorancia de sus verdugos. Aquel que se levanta cada vez que ve a su madre para
mitigar el sufrimiento materno, pero que evita en todo momento aplicar
indiscriminadamente la “ley del más fuerte” al estilo de un Trasímaco platónico y en su
propio beneficio. Solamente era el hombre que humildemente “podría hacer nuevas toda
las cosas”, incluso al hombre mismo al redimirlo de su “autoculpable minoría de edad”
(Kant), ya que “no saben lo que hacen”.

De verdad que la religión es una forma de entender y darle sentido al mundo desde
el punto de vista de la fe y la revelación. Esa misma religión nos ha entregado una
imagen mágica, mística y dolorosa de una Jesús sufrido y entregado (el de los clavos y
la cruz que rechazaba el poeta Joan Manuel Serrat) y que muchas veces se aparta de
nuestras vidas cotidianas. Lo que hizo Jesús, con toda la distancia que pueda haber, lo
puede hacer cualquier hombre que luche con razón, fe y pasión, contra cualquier tipo de
corrupción. El Jesús de Nazaret es el arquetipo del hombre que se enfrenta estoicamente
contra los poderes corrompidos bien sean institucionales o humanos, terrenales o
esotéricos, no con violencia sino con razón y decisión. Es el modelo de hombre sobre el
que todavía se puede edificar una religión civil, al servicio del hombre y su comunidad,
respetuosa del orden, la ley y la justicia como llegó a soñar en algún momento el
republicano Rousseau. Es que con Jesús de carne y hueso nos basta, y en verdad, no
necesitamos otro héroe más.
Lo más impresionante de la película de Gibson no es la violencia que vende
entradas en la taquilla del cine y que nos hace sentir pena humana, sino la breve
exposición de un hombre que “vivió para siempre apasionadamente” más que el que
“murió para siempre con pasión” y que de vez en cuando nos lo guindamos en el cuello
para no sentir miedo ante un destino que irónicamente él mismo redimió con su vida.
«Así hablaba el Nazareno».

Email: eandara2@hotmail.com

Das könnte Ihnen auch gefallen