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Bruce Gilley
121 democracias electorales del mundo —la gran mayoría de las cuales
no pertenece al “Occidente” tradicional— dirige la atención a las defi-
ciencias y puede motivar la acción correctiva. Ahora que la democracia
es la forma más común de gobierno, la consideración acerca de las
“variedades de democracia” y cómo pueden ser mejoradas constituye
una tarea progresiva. Un flujo continuo de nuevos libros describe las
numerosas mejoras posibles, desde incluir a los ciudadanos en iniciativas
“deliberativas” para formular la política pública hasta hacer pequeños
ajustes en las normas electorales.1
Sin embargo, en otros casos este disenso es destructivo porque no
apunta a mejorar la democracia, sino a eliminarla por completo. A
falta de cualquier contexto comparativo o histórico, el pensamiento
antidemocrático fácilmente se desborda hacia un desprecio por todas
las democracias existentes. Este desdén alimenta las dudas dentro de
las democracias establecidas además de fortalecer a los antidemócratas
de los países autocráticos.
Debido a que aparece en un momento en que la democracia por pri-
mera vez en la historia se ha transformado en la forma de organización
política que predomina en la humanidad, esta nueva ola de pensamiento
antidemocrático puede describirse mejor como disenso que como reac-
ción.2 Como tal, ha despertado una corriente de simpatía entre aquellos
predispuestos a intentar conseguir el cambio progresivo de cualquier
práctica consolidada. La democracia y sus defensores son descritos como
“hegemónicos” en el mercado de las ideas. Catalogándose a sí mismos
como disidentes, estos críticos afirman estar formulando “preguntas
subversivas” acerca de la democracia que de no abordarse amenazarán
“nuestra existencia misma”.3 Ellos se ven a sí mismos como los menos
favorecidos, o “realistas” que ponen a prueba el insostenible “romanti-
cismo” de los defensores de la democracia. Animan a los ciudadanos a
desvincularse de la democracia y a poner su fe en alternativas no demo-
cráticas, a emprender la “salida” del reino político en lugar de ejercer
la “voz” de manera más efectiva, apropiándose de las famosas palabras
de Albert O. Hirschman.4 Los desastrosos resultados de ese desencanto
se pueden leer en el registro histórico del período entre las dos guerras
mundiales del siglo pasado, y se insinúan en la “recesión democrática”
que acechó durante los primeros años del presente siglo.
Como escribió David Spitz en su clásico de 1949 Patterns of Anti-
Democratic Thought, las críticas a la democracia han sido por mucho
tiempo de dos tipos.5 El primero cuestiona su viabilidad, mientras que
el segundo cuestiona su conveniencia (véase el siguiente cuadro). Las
afirmaciones disidentes acerca de la conveniencia de la democracia gene-
ralmente se basan en una insatisfacción personal con sus consecuencias:
por ejemplo, los derechistas desaprueban la degradación de la moral o
el hurto de la propiedad, mientras que los izquierdistas denuncian la
represión de las mujeres o de los pobres, o el grado en que se protege
Bruce Gilley 107
Elección no pública
Las críticas de derecha relativas a la viabilidad por mucho tiempo
dirigieron gran cantidad de carga analítica a la formulación de políticas
en democracia a nivel agregado, a menudo bajo la rúbrica de la “teoría
de la elección pública”. Si se acepta el supuesto de ciudadanos racionales
e informados, la teoría de la elección pública cuestiona si es posible
tomar un conjunto de preferencias o juicios individuales y traducirlos
en una política pública que refleje dichos puntos de vista.
porque los ciudadanos son incapaces de elegir las políticas o los líderes
que mejor se ajusten a sus intereses.14
Como muchas críticas antide-
mocráticas, la crítica relativa a la
Las personas bien educadas ignorancia popular tiene un extenso
y que disponen de gran linaje que se remonta hasta Platón. Su
cantidad de información formulación moderna más perdurable
igualmente difieren comenzó con Phillip Converse, quien
en muchos aspectos en un artículo de 1964 titulado “The
fundamentales. De este Nature of Belief Systems in Mass
modo, las quejas acerca Publics” afirmaba que la mayoría
de “la ignorancia de la de las personas sólo tienen actitudes
gente” podrían esconder la precipitadas, fácilmente manipula-
incapacidad de los críticos bles mediante el ataque informativo.
para aceptar el hecho de Frustrado con que los ciudadanos
la compleja discrepancia no entregaban respuestas coherentes
moral y empírica. al ser encuestados, un exasperado
Converse concluiría finalmente que
“lo que necesita ser reparado no es
el ítem de la encuesta sino la población”.15
Tal como el descenso de Converse a una parodia involuntaria de sí
mismo insinúa, la crítica relativa a la ignorancia de la gente posee una
cualidad paradójica. Bien podrían las personas considerar como una de
las bendiciones de la vida en una sociedad libre y estable el hecho de
no verse enfrentados a una necesidad urgente de aprender sobre política.
Además, en una sociedad verdaderamente democrática donde las voces
de todas las personas cuentan por igual, el impacto de una única voz
es suficientemente pequeño como para que dedicar tiempo a aprender
de política parezca irracional. La respuesta democrática a esto es que
la equidad exige que los beneficiarios de una sociedad libre dediquen
la suficiente atención a la política como para garantizar que los líderes
y las políticas sigan teniendo como objetivo el bien común, como sea
que se conciba.
La palabra “suficiente” es clave: ¿qué cantidad y qué tipo de infor-
mación necesitan los ciudadanos para llevar a cabo su deber cívico?
Y ¿qué significa exactamente para los ciudadanos “ejercer” el poder
político en una época en que el gobierno ha aumentado en tamaño y
complejidad de tal modo que incluso los jefes de Estado pueden, en el
mejor de los casos, estar conscientes sólo en forma general de lo que
ocurre dentro de los estados que encabezan?
En primer lugar, las preguntas del tipo “te pillé” de las encuestas
se refieren a irrelevancias. Los ciudadanos necesitan saber, y a menudo
saben, si los caminos locales se reparan, si sus vecinos son acosados
por la policía o si los impuestos están subiendo. En otras palabras, los
ciudadanos pueden llevar a cabo sus mandatos democráticos y de hecho
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pocas veces apuntan a cualquier otro país como ejemplo de cómo las
cosas podrían funcionar mejor. El frívolo rechazo de Caplan del análisis
comparativo (“supera a la vida de la Edad Media”) ignora los muchos
gobiernos no democráticos que podrían servir como ejemplo de sus
recomendaciones. ¿Supera a la vida en Singapur hoy en día, o a los
Estados Unidos del siglo XIX? Los antidemócratas de la derecha ge-
neralmente quieren evitar el tener que atacar la trinchera de Churchill,
y a menudo argumentan que la pregunta de qué podría ser mejor que
la democracia es “demasiado compleja como para solucionarse en este
momento”.35 No obstante, el permitir que el debate se lleve a cabo en
estos términos es ya una concesión a los críticos de la democracia como
el mejor de los sistemas disponibles. Lo menos que pueden hacer es
aceptar un enérgico debate sobre las alternativas.
Es difícil no concluir que, dados los hechos inmutables de pluralismo
y complejidad social, la democracia tal como se practica en la realidad
en la mayoría de los países democráticos del mundo es la mejor y por
lo tanto una forma insuperable de organización política. No necesita ser
defendida únicamente como menos mala que las alternativas existentes
que podrían igualmente resultar superiores. Entonces, el desafío per-
manente que plantea la democracia no es sólo el luchar por satisfacer
las consecuencias radicales de igualdad política y control popular de
la política, sino hacerlo con el pleno conocimiento de que no existen
alternativas serias. Esta última condición podría ser la más desafiante
de todas debido a que da espacio a las democracias para caer en la
autocomplacencia.
Así, de una forma indirecta incluso las observaciones injustas y sin
valor de los críticos de la democracia, como las que aquí se analiza-
ron, pueden desempeñar un papel constructivo. Existe un sentido casi
funcionalista según el cual las democracias que son obstaculizadas
por su inherente superioridad producen críticas como éstas sólo para
mantenerse alerta, peleando con un rival imaginario a falta de cualquier
contendor real. El verse forzado a tener en cuenta las alternativas una
vez más es recordar por qué tantos pueblos diferentes en contextos tan
diferentes han elegido la democracia. Si esta lógica funcionalista es
válida, se debiera suponer que la mordacidad y la inteligencia de las
críticas respecto de la factibilidad aumentarán en forma proporcional
a la fuerza del compromiso democrático de un país. El motivo por
el que esta crítica se ha multiplicado de manera tan fecunda en los
Estados Unidos podría ser que allí el ideal democrático es más fuerte
y por lo tanto los peligros de autocomplacencia son mayores. También
es el lugar donde, ante cualquier comparación y teniendo en cuenta su
enorme y diversa población de 300 millones, la democracia funciona
“relativamente bien”.36 Al cuestionar duramente a la democracia esta-
dounidense por sus pequeñas faltas, estos críticos terminan evitando
que se descarríe. De este modo, irónicamente son benefactores de la
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NOTAS
1. Steven J. Brams, Mathematics and Democracy: Designing Better Voting and Fair-
Division Procedures (Princeton: Princeton University Press, 2008); Robert E. Goodin, Innovating
Democracy: Democratic Theory and Practice After the Deliberative Turn (Nueva York: Oxford
University Press, 2008).
7. Benjamin Ginsberg, The American Lie: Government by the People and Other Political
Fables (Boulder: Paradigm, 2007).
8. Sheldon S. Wolin, Democracy Incorporated: Managed Democracy and the Specter
of Inverted Totalitarianism (Princeton: Princeton University Press, 2008); Alan Wolfe, Does
American Democracy Still Work? (New Haven: Yale University Press, 2006); y Dorothy C.
Holland et al., Local Democracy Under Siege: Activism, Public Interests, and Private Politics
(Nueva York: New York University Press, 2007).
11. Thomas Fuller, “Thai Government Backers Take to Streets”, The New York Times, 1
de septiembre de 2008.
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12. En 1998, Critical Review realizó un simposio acerca de la ignorancia de las personas
y la democracia, y en 2006 llevó a cabo otro relativo a la aptitud democrática. En la reunión
anual de 2008 de la American Political Science Association (APSA), en Boston, la revista con-
vocó a una conferencia especial sobre ignorancia política titulada “Homo Politicus: Ignorant,
Closed-Minded, Irrational?”
14. Ilya Somin, Democracy and the Problem of Political Ignorance (Ann Arbor: University
of Michigan Press, 2009).
16. Doris A. Graber, “Government by the People, for the People-Twenty-First Century
Style”, Critical Review 18 (Winter 2006):167-78; Arthur Lupia, “How Elitism Undermines the
Study of Voter Competence”, Critical Review 18 (Winter 2006): 217-32.
18. Ilya Somin, “When Ignorance Isn’t Bliss: How Political Ignorance Threatens Democracy”,
Cato Institute Policy Analysis No. 525, 22 de septiembre de 2004, 14.
19. Ilya Somin, “Knowledge About Ignorance: New Directions in the Study of Political
Information”, Critical Review 18 (Winter 2006): 265.
20. Larry M. Bartels, “Homer Gets a Tax Cut: Inequality and Public Policy in the American
Mind”, Perspectives on Politics 3 (marzo de 2005): 15-31.
21. Arthur Lupia et al., “Were Bush Tax Cut Supporters ‘Simply Ignorant’? A Second
Look at Conservatives and Liberals in ‘Homer Gets a Tax Cut’”, Perspectives on Politics 5
(diciembre de 2007): 773-84.
23. Robert S. Erikson, Michael B. MacKuen y James A. Stimson, The Macro Polity (Nueva
York: Cambridge University Press, 2002).
24. Robert S. Erikson, “Does Public Ignorance Matter?” Critical Review 19 (Winter 2007):
23-34. Escrito en respuesta a Scott L. Althaus, Collective Preferences in Democratic Politics:
Opinion Surveys and the Will of the People (Cambridge: Cambridge University Press, 2003).
25. Bryan D. Caplan, The Myth of the Rational Voter: Why Democracies Choose Bad
Policies (Princeton: Princeton University Press, 2007); Nicholas D. Kristof, “The Voters Speak:
Baaa!” The New York Times, 30 de julio de 2007; “Vote for me, dimwit”, The Economist, 16
de junio de 2007.
26. Véase por ejemplo la reseña del libro de Caplan realizada por el investigador de la
Academia China de Ciencias Sociales Liu Yanhong, “Voter Rationality and the Efficiency of
Democratic Politics”, aparecida en el número de febrero de 2008 de la revista académica china
de gran divulgación Guowai Shehui Kexue (Ciencias sociales en el extranjero).
27. Bryan D. Caplan, “The Four Boneheaded Biases of Stupid Voters”, Reason, octubre
de 2007, 24-32.
30. Jeffrey Friedman, “Public Ignorance and Democracy”, Cato Policy Report, julio-
agosto de 1999, 4.
33. Philip Tetlock, Expert Political Judgment: How Good Is It? How Can We Know?
(Princeton: Princeton University Press, 2005).
35. Ilya Somin, “Democracy and Voter Ignorance Revisited: Rejoinder to Ciepley”, Critical
Review 14, No. 1 (2000): 107.
36. John E. Mueller, Capitalism, Democracy, and Ralph’s Pretty Good Grocery (Princeton:
Princeton University Press, 1999).