Sie sind auf Seite 1von 18

¿ES POSIBLE LA DEMOCRACIA?

*
Bruce Gilley

Bruce Gilley es Profesor Asistente de Ciencia Política en Portland


State University, Oregon, y miembro del Comité Editorial del Journal
of Democracy. Su último libro es The Right to Rule: How States Win
and Lose Legitimacy (2009).

La expansión mundial de la democracia durante la última generación


ha estado acompañada por la expansión mundial de las críticas a este
sistema de gobierno. De alguna manera esto era esperable en tanto las
ideas ampliamente aceptadas tienden a generar su propia oposición.
La actual popularidad de la democracia —valorada de manera casi
universal, institucionalizada en más de tres quintos de los Estados del
mundo y demandada por movimientos masivos en gran parte de los
restantes dos quintos— la transforma en un blanco ideal para la crítica.
En consecuencia, en años recientes ha surgido una ola de pensamiento
escéptico e incluso hostil, que crece lentamente y desafía la afirmación
de que la democracia es la mejor forma de gobierno. Esta ola se distin-
gue de las ideologías iliberales incipientes que los autócratas de China,
Rusia, Irán y Cuba son aficionados a promover. A diferencia de esas
ideologías, me refiero a una crítica a la democracia cuidadosamente
argumentada, social-científica y respetable, que ha sido desarrollada
principalmente por investigadores de Occidente. Casi sin el conocimiento
de las legiones de constructores de democracia o de los cerca de 4.000
millones de ciudadanos democráticos alrededor del mundo, la creencia
en la democracia ha comenzado a desmoronarse dentro de algunas de
las mentes e instituciones más notables del mundo.
Una parte de este disenso es saludable. Si se asume un ideal de-
mocrático viable, la crítica a la democracia tal como se practica en las

* Publicado originalmente como “Is Democracy Possible?”, Journal of Democracy, Vol. 20,


No. 1, January 2009, pp. 113-127. © 2009 National Endowment for Democracy and The Johns
Hopkins University Press.
106 Journal of Democracy en Español

121 democracias electorales del mundo —la gran mayoría de las cuales
no pertenece al “Occidente” tradicional— dirige la atención a las defi-
ciencias y puede motivar la acción correctiva. Ahora que la democracia
es la forma más común de gobierno, la consideración acerca de las
“variedades de democracia” y cómo pueden ser mejoradas constituye
una tarea progresiva. Un flujo continuo de nuevos libros describe las
numerosas mejoras posibles, desde incluir a los ciudadanos en iniciativas
“deliberativas” para formular la política pública hasta hacer pequeños
ajustes en las normas electorales.1
Sin embargo, en otros casos este disenso es destructivo porque no
apunta a mejorar la democracia, sino a eliminarla por completo. A
falta de cualquier contexto comparativo o histórico, el pensamiento
antidemocrático fácilmente se desborda hacia un desprecio por todas
las democracias existentes. Este desdén alimenta las dudas dentro de
las democracias establecidas además de fortalecer a los antidemócratas
de los países autocráticos.
Debido a que aparece en un momento en que la democracia por pri-
mera vez en la historia se ha transformado en la forma de organización
política que predomina en la humanidad, esta nueva ola de pensamiento
antidemocrático puede describirse mejor como disenso que como reac-
ción.2 Como tal, ha despertado una corriente de simpatía entre aquellos
predispuestos a intentar conseguir el cambio progresivo de cualquier
práctica consolidada. La democracia y sus defensores son descritos como
“hegemónicos” en el mercado de las ideas. Catalogándose a sí mismos
como disidentes, estos críticos afirman estar formulando “preguntas
subversivas” acerca de la democracia que de no abordarse amenazarán
“nuestra existencia misma”.3 Ellos se ven a sí mismos como los menos
favorecidos, o “realistas” que ponen a prueba el insostenible “romanti-
cismo” de los defensores de la democracia. Animan a los ciudadanos a
desvincularse de la democracia y a poner su fe en alternativas no demo-
cráticas, a emprender la “salida” del reino político en lugar de ejercer
la “voz” de manera más efectiva, apropiándose de las famosas palabras
de Albert O. Hirschman.4 Los desastrosos resultados de ese desencanto
se pueden leer en el registro histórico del período entre las dos guerras
mundiales del siglo pasado, y se insinúan en la “recesión democrática”
que acechó durante los primeros años del presente siglo.
Como escribió David Spitz en su clásico de 1949 Patterns of Anti-
Democratic Thought, las críticas a la democracia han sido por mucho
tiempo de dos tipos.5 El primero cuestiona su viabilidad, mientras que
el segundo cuestiona su conveniencia (véase el siguiente cuadro). Las
afirmaciones disidentes acerca de la conveniencia de la democracia gene-
ralmente se basan en una insatisfacción personal con sus consecuencias:
por ejemplo, los derechistas desaprueban la degradación de la moral o
el hurto de la propiedad, mientras que los izquierdistas denuncian la
represión de las mujeres o de los pobres, o el grado en que se protege
Bruce Gilley 107

la propiedad privada. Todo esto es relativamente fácil de descartar como


quejas de rutina siempre que tales consecuencias permanezcan dentro
de ciertos límites, lo que usualmente ocurre. Las democracias tienden a
producir gobiernos más estables, más ricos, más justos, más innovadores
y superiores en términos del respeto a los derechos que cualquiera de
las alternativas disponibles.6
No obstante, las afirmaciones disidentes en el sentido de que la
democracia es impracticable son más corrosivas. Amenazan con debi-
litar el ideal mismo de democracia, la noción de que los ciudadanos,
situados como iguales en términos políticos, pueden ejercer un control
común sobre el poder político. La democracia, según los profetas de
la impracticabilidad, se basa en una gran mentira,7 o en varias grandes
mentiras. Mientras antes nos demos cuenta de esto, agregan, más pronto
seremos capaces de avanzar hacia tiempos mejores, sin las trabas de las
ilusiones democráticas. Si se compara con los beneficios que prometen
estas alternativas —economías más prósperas, políticas públicas cien-
tíficas— la democracia que existe en la realidad efectivamente puede
parecer gastada.
Muchas veces quienes critican la viabilidad de la democracia son
impulsados por la insatisfacción con las consecuencias de ésta. Un
gobierno que no gobierna para la gente no debe ser un gobierno de la
gente. Tanto los críticos de derecha como los de izquierda son procli-
ves a racionalizar su descontento con los resultados de la democracia
elaborando sofisticadas críticas del proceso mismo (al menos hasta que
dichos resultados se alinean con sus propios puntos de vista, momento en
que las restricciones de procedimiento acerca de la “mayoría silenciosa”
supuestamente se desvanecen mágicamente). Pero este cambio táctico
respecto de la cuestión de la factibilidad democrática es más difícil de
desenmascarar como simple ira frente a los resultados democráticos.
Como regla general los críticos de derecha en relación con la viabi-
lidad se centran en la renuencia o incapacidad de los ciudadanos para
aceptar la pesada carga del autogobierno, o en los problemas lógicos de
traducir las preferencias individuales en opciones públicas. Los críticos
de izquierda se enfocan en las diferencias de poder y recursos, o en
los esfuerzos de las elites por engañar o confundir a la gente. En otras
palabras, los críticos de derecha sospechan de todos los ciudadanos
mientras que los de izquierda sólo desconfían de algunos. La tendencia
histórica ha sido que dicha crítica migre de la derecha (desde Platón
hasta Burke) a la izquierda (desde Marx hasta Chomsky). Pero en la
década pasada, las críticas emanadas tradicionalmente de la derecha han
experimentado un resurgimiento, y de hecho algo parecido a un auge.
Más interesante aún es que actualmente estas críticas del ala derecha
son a menudo expresadas por figuras que se alinean con la izquierda. Esto
es sorprendente debido a que quienes son de derecha nunca sostienen
ser otra cosa que elitistas, mientras que aquellos de izquierda pretenden
108 Journal of Democracy en Español

ser los verdaderos representantes de “la gente”. En su libro Reflections


on the Revolution in France, Burke comenta irónicamente acerca de
“la coherencia de aquellos demócratas que, cuando no están atentos,
tratan al sector más humilde de la comunidad con el mayor desprecio,
mientras al mismo tiempo pretenden hacerlos depositarios de todo el
poder”. Sin embargo, desde muchos puntos de vista es la capacidad de
estas críticas del ala derecha de apelar a las tendencias misantrópicas
de los intelectuales de izquierda lo que las hace tan poderosas.
Por esta razón, deseo centrarme en las críticas de la derecha acerca
de la viabilidad. No se trata de desconocer la influencia, y mucho
menos la constante producción, de las tradicionales críticas izquierdistas
respecto de la factibilidad; es más, la academia continúa publicando y
prodigando mucha más atención a lo referente a ellas.8 Mi enfoque, en
cambio, se centra en el inesperado resurgimiento de lo que alguna vez
se consideró una corriente intelectual antidemocrática y reaccionaria,
que ahora renace como una corriente de disidencia.

Elección no pública
Las críticas de derecha relativas a la viabilidad por mucho tiempo
dirigieron gran cantidad de carga analítica a la formulación de políticas
en democracia a nivel agregado, a menudo bajo la rúbrica de la “teoría
de la elección pública”. Si se acepta el supuesto de ciudadanos racionales
e informados, la teoría de la elección pública cuestiona si es posible
tomar un conjunto de preferencias o juicios individuales y traducirlos
en una política pública que refleje dichos puntos de vista.

Figura — Variedades de pensamiento antidemocrático


La democracia no La democracia no Por lo tanto
es posible debido es conveniente se debiera
a… porque se traduce reemplazar por…
en…
Según los críticos La propaganda Represión El gobierno de los
de la izquierda Las diferencias de Desigualdad partidos de masas
poder Occidentalización El gobierno de los
La exclusión trabajadores
social El gobierno
El control de la directo de los
agenda ciudadanos
Según los críticos La estupidez de Inestabilidad El mercado
de la derecha los ciudadanos El gobierno de las Expertos o
La ignorancia de masas guardianes
los ciudadanos Ineficiencia La libre
Los problemas de asociación
agregación La votación
ponderada
Bruce Gilley 109

En 1785, el Marqués de Condorcet advirtió que cuando las prefe-


rencias de la gente se distribuyen en forma relativamente pareja entre
tres opciones, la opción que obtiene la mayor cantidad de votos podría
ser inferior a otra en la mente de la mayoría de los votantes; la victoria
conservadora de Margaret Thatcher sobre una oposición dividida, en
1983, constituye un ejemplo comúnmente citado. En tiempos modernos,
cientistas políticos como William H. Riker han disfrutado buscando
ejemplos en que el “gobierno de la mayoría”, como sea que esté con-
cebido, no conduce a un resultado “popular” (o lo que en la jerga del
área sería un “ganador de Condorcet”). La democracia, continúa el
razonamiento, queda de ese modo al descubierto como sin sentido, y la
lucha por ella como un malentendido. Riker quería que la democracia,
que ridiculizaba como “populismo”, se reemplazara por un gobierno
de filósofos-guardianes virtuosos, que debían encabezar un sistema que
él engañosamente llamó “liberalismo”.9 Los críticos de la democracia
que provienen de Asia Oriental y pertenecen al ala derecha, desde Lee
Kuan Yew de Singapur hasta el neoconfucionista Kang Xiaoguang de
China, son herederos del elitismo de Riker. También lo son algunos
críticos occidentales de la “democracia iliberal”, como el periodista
Fareed Zakaria y el cientista político Jack Snyder.
Por supuesto, no todos los que estudian los problemas de la elección
pública concluyen que la democracia es una farsa. De hecho, la mayor
parte de la investigación relevante en este campo ha sido hecha por
especialistas que buscan la forma de minimizar en lugar de eliminar
las dificultades que pueden surgir cuando muchos individuos intentan
alcanzar una decisión única. Sin embargo, los retos de la elección
pública han conducido a muchos a la desesperanza, dando origen a la
conclusión de que la democracia es imposible y por lo tanto se debiera
renunciar a ella.
En su destacada publicación de 2003 Defending Democracy, Gerry
Mackie analiza los “problemas de la elección pública” clásicos y con-
cluye que si se examinan más de cerca se pueden describir mejor no
como problemas inherentes al proceso mismo de toma de decisiones,
sino más bien como dilemas de valores o preferencias en competen-
cia que reflejan la complejidad del mundo real en que las personas y
los grupos deben definir sus opciones y tomar sus riesgos.10 Además,
según Mackie son pocos los problemas promocionados por la teoría de
la elección pública que estallan realmente en la práctica. Las posibili-
dades lógicas que evoca la mente académica no son lo mismo que las
probabilidades empíricas en las democracias del mundo real. Si bien
los resultados nunca se alinean perfectamente con el deseo común, rara
vez se oponen mucho a éste, al menos en las democracias que funcio-
nan adecuadamente. Por ejemplo, el establecimiento de la agenda y su
manipulación son poco comunes en la política del mundo real ya que
todos los actores suelen estar muy conscientes y en guardia frente a
110 Journal of Democracy en Español

dichas tácticas. Cuando las manipulaciones en efecto ocurren, los ajus-


tes institucionales relativamente simples que mejoran la democracia en
lugar de descartarla son capaces de resolver el problema.
En términos prácticos, las críticas a la elección pública tienen el
serio inconveniente de carecer de un ribete revolucionario. Nunca nadie
se precipitará a las barricadas antidemocráticas gritando “¡Abajo con el
voto estratégico, las mayorías cíclicas y los espacios de asuntos multidi-
mensionales!” Ya sea porque son falsas o porque no son provocadoras,
o muy probablemente por ambas razones, estas críticas representan más
una curiosidad académica que una verdadera amenaza a la democracia
que existe en la realidad.

Las personas ignorantes


Más recientemente, los críticos de la viabilidad democrática que
pertenecen a la derecha han retomado una antigua preocupación, la
capacidad de los propios ciudadanos. Específicamente, la afirmación
de más actualidad hoy en día es que los ciudadanos son demasiado
ignorantes, irracionales, o ambos, para gobernarse a sí mismos. La de-
mocracia es imposible porque el demos es defectuoso, e “idiocracia” y
“tontocracia” son los términos de los que más se abusa. En Tailandia,
los manifestantes de clase media que respaldaron el golpe militar de
2006, y que ahora hacen campaña en favor de normas relativas al voto
ponderado que eliminarían el derecho a voto de la mayoría de los
habitantes rurales del país y otorgaría amplios poderes a expertos no
elegidos, están dispuestos a decir abiertamente que “es demasiado fácil
manipular a los pobres”.11
La crítica a la ignorancia de la gente, que en los Estados Unidos ha
sido encabezada por la revista con sede en Texas, Critical Review, se
refiere a que los ciudadanos carecen incluso de la información mínima
necesaria para hacer elecciones inteligentes. 12 Los comentaristas que
siguen esta línea son aficionados a bromear acerca de la ignorancia
de los ciudadanos en relación con hechos políticos básicos como la
identidad de sus representantes legislativos locales o dónde se ubica en
el mapa un determinado país. El argumento no es que los ciudadanos
deberían estar mejor informados de modo que la democracia funcione
mejor, sino que cualquier nivel imaginable de información ciudadana
es aún demasiado bajo para que la democracia sea posible en nuestros
días. Por ejemplo, el juez y estudioso del derecho Richard Posner en su
libro de 2003 Law, Pragmatism, and Democracy sostiene que dado que
las personas son y siempre serán “básicamente ignorantes” acerca de la
política, la democracia estadounidense no debiera aspirar nunca a ser
otra cosa que un medio para la rotación de las elites.13 Del mismo modo,
Ilya Somin, profesor de derecho de la Universidad George Mason, afirma
que la ignorancia hace insostenible las reivindicaciones de democracia
Bruce Gilley 111

porque los ciudadanos son incapaces de elegir las políticas o los líderes
que mejor se ajusten a sus intereses.14
Como muchas críticas antide-
mocráticas, la crítica relativa a la
Las personas bien educadas ignorancia popular tiene un extenso
y que disponen de gran linaje que se remonta hasta Platón. Su
cantidad de información formulación moderna más perdurable
igualmente difieren comenzó con Phillip Converse, quien
en muchos aspectos en un artículo de 1964 titulado “The
fundamentales. De este Nature of Belief Systems in Mass
modo, las quejas acerca Publics” afirmaba que la mayoría
de “la ignorancia de la de las personas sólo tienen actitudes
gente” podrían esconder la precipitadas, fácilmente manipula-
incapacidad de los críticos bles mediante el ataque informativo.
para aceptar el hecho de Frustrado con que los ciudadanos
la compleja discrepancia no entregaban respuestas coherentes
moral y empírica. al ser encuestados, un exasperado
Converse concluiría finalmente que
“lo que necesita ser reparado no es
el ítem de la encuesta sino la población”.15
Tal como el descenso de Converse a una parodia involuntaria de sí
mismo insinúa, la crítica relativa a la ignorancia de la gente posee una
cualidad paradójica. Bien podrían las personas considerar como una de
las bendiciones de la vida en una sociedad libre y estable el hecho de
no verse enfrentados a una necesidad urgente de aprender sobre política.
Además, en una sociedad verdaderamente democrática donde las voces
de todas las personas cuentan por igual, el impacto de una única voz
es suficientemente pequeño como para que dedicar tiempo a aprender
de política parezca irracional. La respuesta democrática a esto es que
la equidad exige que los beneficiarios de una sociedad libre dediquen
la suficiente atención a la política como para garantizar que los líderes
y las políticas sigan teniendo como objetivo el bien común, como sea
que se conciba.
La palabra “suficiente” es clave: ¿qué cantidad y qué tipo de infor-
mación necesitan los ciudadanos para llevar a cabo su deber cívico?
Y ¿qué significa exactamente para los ciudadanos “ejercer” el poder
político en una época en que el gobierno ha aumentado en tamaño y
complejidad de tal modo que incluso los jefes de Estado pueden, en el
mejor de los casos, estar conscientes sólo en forma general de lo que
ocurre dentro de los estados que encabezan?
En primer lugar, las preguntas del tipo “te pillé” de las encuestas
se refieren a irrelevancias. Los ciudadanos necesitan saber, y a menudo
saben, si los caminos locales se reparan, si sus vecinos son acosados
por la policía o si los impuestos están subiendo. En otras palabras, los
ciudadanos pueden llevar a cabo sus mandatos democráticos y de hecho
112 Journal of Democracy en Español

lo hacen, aunque no puedan enumerar todos los poderes constituciona-


les de los que gozan los gobiernos subnacionales de su país.16 Desde
esta perspectiva, estar “bien informados” puede ser más fácil de lo que
admiten los críticos antidemocráticos.
Por otra parte, estar “bien informados” no es lo mismo que estar de
acuerdo con los puntos de vista de algunos académicos. En una época
de industrias mediáticas multimillonarias en que todas compiten por
ser vistas como “justas” y “objetivas”, sin mencionar las universida-
des dedicadas a investigar y los centros de estudio enfocados en las
políticas que producen abundante investigación, la información válida
no es escasa. Incluso la propaganda electoral en que se ataca al rival,
tan frecuentemente despreciada como una característica de la política
estadounidense, a menudo contiene información valiosa, como John
Gueer lo ha señalado.17 Las personas bien educadas y que disponen de
gran cantidad de información igualmente difieren en muchos aspectos
fundamentales. De este modo, las quejas acerca de “la ignorancia de
la gente” podrían esconder la incapacidad de los críticos para aceptar
el hecho de la compleja discrepancia moral y empírica.
Somin, por ejemplo, afirma que los “políticos coludidos” de Estados
Unidos se ponen de acuerdo secretamente para mantener la ignorancia
de las personas sobre el hecho que dado que los estadounidenses negros
tienden a morir más jóvenes que sus compatriotas blancos, asiáticos
e hispánicos, el programa de seguridad social del país supone “una
considerable redistribución oculta desde los trabajadores negros a los
jubilados blancos”.18 No obstante, ningún líder político negro argumen-
ta que los negros deberían pagar menores impuestos por concepto de
seguridad social y, respecto de lo mismo, ningún político destacado de
sexo masculino sostiene que los hombres debieran pagar tasas menores
debido a que las mujeres generalmente viven más que ellos. Una vez
más, las personas bien informadas podrían simplemente diferir en las
políticas apropiadas que debieran aplicarse en respuesta a un deter-
minado conjunto de hechos. Somin también señala que las ideologías
no sustituyen al conocimiento práctico porque podría haber “un error
objetivo o analítico en la ideología en cuestión”; como si las grandes
y perdurables ideologías del mundo pudieran extinguirse contratando
a unos pocos estudiantes de posgrado para realizar una comprobación
de los hechos.19
Hace algunos años Larry Bartels, de Princeton, sostenía que el apoyo
popular a los recortes de impuestos que el presidente de los Estados
Unidos George W. Bush había persuadido al Congreso de promulgar
en 2001 se basaba en mera ignorancia.20 Examinando esta afirmación,
Arthur Lupia y algunos colegas descubrieron que Bartels había intro-
ducido un truco: incorporó a su análisis el supuesto de que la mayoría
de los votantes informados debía oponerse a la reducción de impuestos.
Bartels comenzó con su propia idea de lo que las personas “deberían”
Bruce Gilley 113

pensar y luego los declaró “ignorantes” cuando no cumplieron con sus


expectativas. El indicar qué “deberían” pensar los votantes informados
es uno de los más escandalosos abusos del púlpito académico. “Los
ciudadanos tienen razones para sus opiniones e intereses”, escribieron
Lupia y sus colegas en su respuesta a Bartels. “Podemos o no estar de
acuerdo con ellos. Sin embargo, como cientistas sociales haremos una
mayor contribución si proponemos explicaciones confiables de estas
razones que si las juzgamos prematuramente”. 21 Lupia señaló que en
términos más generales la crítica relativa a la ignorancia de la gente
tiene menos que ver con reunir evidencia de lo que las personas no
saben que con ocultar una aversión elitista hacia la esencia de lo que
la mayoría de las personas creen.22
Incluso cuando los ciudadanos claramente carecen de la información
necesaria para hacer elecciones racionales ligadas a sus propios intereses,
podrían contar con las opiniones de personas cuya tarea es estar bien
informadas. Los expertos, los grupos enfocados en temas particulares
y los líderes políticos pueden actuar como “atajos” que permitan a
los ciudadanos informarse rápidamente por la vía de intermediarios,
esencialmente delegando el trabajo a otros en quienes confíen. Robert
Erickson, coautor de un libro que pone de manifiesto cómo la democra-
cia estadounidense es exitosa en seguir la pista de la opinión pública,
afirma que aunque la gente llegara a estar mejor informada, las políticas
públicas estadounidenses no cambiarían mucho.23 En otras palabras, las
señales son sustitutos eficaces del aprendizaje personal.24
Si persiste la ignorancia no necesariamente significa que la demo-
cracia es un fracaso. Un conocido descubrimiento indica que si el 95%
de la población es ignorante y vota al azar, el 5% de votantes mejor
informados seguirá siendo el que decida la elección, y la mayoría de
las veces conducirá a la mejor opción gracias a la “sabiduría de las
masas”, descrita en el libro de 2004 del mismo nombre escrito por
James Surowiecki. En un sistema bipartidista como el de los Estados
Unidos, ese voto mejor informado, y por lo tanto “no cautivo”, puede
ser decisivo para el éxito electoral.
Así, la tesis de la ignorancia popular puede ser falsa o verdadera
pero no constituye una amenaza para la democracia. Como tal, esta
crítica no logra poner en tela de juicio el principio democrático de que
los ciudadanos ejercen un poder político colectivo en el sentido de
llevar a cabo acciones que reflejan hechos creíbles acerca del mundo
político. Las afirmaciones que se refieren a la ignorancia de las personas
indudablemente son más provocativas que aquellas relacionadas con la
elección no pública. Pero rápidamente revelan problemas de desacuerdos
más que ignorancia.
114 Journal of Democracy en Español

Las personas irracionales


Lo anterior deja a la afirmación de que los ciudadanos son irraciona-
les, o incompetentes en términos cognitivos, como la última acusación
de impracticabilidad por parte de la derecha que podría condenar el
proyecto democrático. Dicha acusación raya en lo misantrópico dado
que tiene que ver con los defectos inherentes del demos en lugar de los
remediables. Se nos dice que en las nuevas democracias los ciudadanos
son demasiado tribales o muy fácilmente influenciables por los demagogos
como para ejercer el autogobierno. Y en las democracias establecidas
los ciudadanos simplemente se rehúsan a actuar en forma lógica. Si
esto es así el “milagro de la agregación”, que sostiene la sabiduría de
las masas, debe fallar porque los ciudadanos no sólo son ignorantes y
dados a creer en cosas fortuitas, sino que son irracionales de manera
activa y permanentemente creen cosas que no tienen sentido. El 5%
racional y bien informado es ahogado por el enloquecido 95%.
El ejemplo más reciente y conocido en esta línea de argumenta-
ción es el libro de Bryan D. Caplan The Myth of the Rational Voter,
publicado en 2007. El columnista de The New York Times Nicholas D.
Kristof lo calificó como “el mejor libro político del año”, mientras
que The Economist lo llamó “un placer”.25 Probablemente sea el libro
antidemocrático más leído de la era post Guerra Fría, y ha encontrado
una amplia audiencia más allá de los Estados Unidos. Sus entusiastas
lectores incluyen a las elites de China que durante mucho tiempo han
sido aficionadas a afirmar que los campesinos de su país son ignorantes
e irracionales.26
Caplan, quien es profesor de economía de la Universidad George
Mason, señala que los ciudadanos votan sistemáticamente por políticas
económicas que empeoran su situación —y que los políticos atienden
debidamente a sus deseos—, no porque estén desinformados sino porque
son irracionales (o “cabeza dura”, como escribió en un ensayo basado
en el libro).27 Caplan cita como evidencia algunos estudios en que los
votantes están sistemáticamente en desacuerdo con los economistas res-
pecto de las políticas económicas correctas en áreas como el comercio,
la regulación, el empleo y los impuestos.
Está lejos de ser evidente que los errores que Caplan pretende iden-
tificar sean realmente errores. Por ejemplo, considera que los votantes
apoyan las leyes de salario mínimo en forma irracional, no obstante el
papel que dichas leyes juegan en empeorar la difícil situación de los
pobres al hacer más escasos los puestos de trabajo. A pesar de que los
economistas generalmente coinciden en que las leyes de sueldo mínimo
disminuyen el empleo, no hay un acuerdo acerca de la magnitud de
dicha disminución, que según numerosos estudios es mínima.28 De ser
así, los ciudadanos, a quienes les preocupa la dignidad de los trabaja-
dores y la distribución del ingreso en general —tomando en cuenta los
Bruce Gilley 115

beneficios de desempleo—, podrían decidir de manera relativamente


racional apoyar las leyes de salario mínimo. En este caso, la asevera-
ción de irracionalidad de Caplan se refiere de manera superficial a un
área en que la verdad racional está lejos de ser evidente. Lo mismo es
válido para sus argumentos sobre la regulación de las empresas y las
barreras comerciales.
Caplan está en lo correcto respecto de que los votantes cometen
algunos errores claramente irracionales. Pero su impacto es limitado,
especialmente en los Estados Unidos. Él lucha por sacar a la luz la
devastación que la democracia, según sus palabras, debería haber
provocado sobre la política económica estadounidense. Sus resultados
no impresionan. Por ejemplo, pone de manifiesto que la mayoría de
los ciudadanos de los Estados Unidos creían que el Tratado de Libre
Comercio de América del Norte (NAFTA) empeoraría sus estándares de
vida, y sin embargo de cualquier manera el presidente Bill Clinton le
dio su aprobación (lo que no es exactamente el ejemplo de un político
que se deja llevar servilmente por ciudadanos irracionales). Cuando la
regulación se vuelve ineficiente generalmente se reforma, cualquiera
sea su popularidad; los beneficios tributarios irracionales para la indus-
tria del etanol están siendo puestos en tela de juicio por los gobiernos
estaduales de los Estados Unidos. La democracia es autocorrectiva de
un modo en que las alternativas no lo son. Caplan destaca el “sesgo
pesimista” de las personas que creen que las cosas son peores de lo
que realmente son. No obstante, la misma lógica se aplica a su propio
pesimismo acerca de los daños de la democracia.
De cualquier modo, quizás la mayor debilidad de la crítica de Caplan
se refiera al significado que él le asigna a la racionalidad. Los econo-
mistas a menudo operan conforme al supuesto de que un interés material
individualista definido según límites estrechos es la única base racional
de las decisiones, una visión que tiene su origen en la economía política
de la Ilustración Escocesa y más tarde en el marxismo. Sin embargo,
la emoción, la comunidad, la justicia, la libertad y la dignidad no son
en general menos importantes, sobre todo en sociedades más ricas
como los Estados Unidos, donde el gran bienestar material a menudo
representa un beneficio marcadamente declinante. Así, Caplan olvida
o le desagrada la variedad de motivaciones humanas, especialmente en
las sociedades ricas, postindustriales. Tal como en el caso de las ase-
veraciones de ignorancia ciudadana, ser racional no es lo mismo que
concordar con los puntos de vista de determinados intelectuales. Los
críticos respecto de la racionalidad no han reflexionado lo suficiente
acerca de lo que significa para una sociedad pluralista el ser verdadera-
mente democrática, o más precisamente para una sociedad democrática
ser verdaderamente pluralista.
Por lo tanto, las tres líneas de la crítica de derecha en relación con
la viabilidad pueden ser refutadas. La democracia, o el gobierno de
116 Journal of Democracy en Español

las personas, puede ser defendido como el mejor sistema: el gobierno


para las personas. No obstante, estas críticas persistirán y en algunas
circunstancias podrían resultar demasiado verdaderas. Después de todo,
la gente puede fácilmente estar desinformada o ser “cabeza dura”, y
a veces el desenlace democrático no satisface a nadie. Los defensores
de la democracia pueden entonces volver a la trinchera de Churchill, y
no oponerse a ésta o aquella crítica del ideal democrático, sino negar
en cambio la superioridad de cualquier alternativa que se proponga.
¿Puede ganarse también esta batalla?
Quienes adoptan las críticas “derechistas” a la democracia común-
mente exigen primero una reducción o eliminación de la participación
democrática. Si los ciudadanos son el problema, deben salir de su asiento
de jueces. El crítico de la elección pública Russell Hardin sostiene que
“mientras más problemas de estos podamos quitar de la agenda colectiva,
mejor será para hacer coherentes las opciones colectivas”.29 El crítico
de la ignorancia popular Jeffrey Friedman advierte que “si la gente no
sabe lo que hace en términos políticos, ¿por qué debería tener el poder
para hacer todo lo que hace?” 30 Y Caplan, el crítico de la irracionalidad
de las personas, quiere “reducir o eliminar las iniciativas para aumentar
el número de votantes” puesto que eso disuadiría de votar a las personas
sin educación y a los pobres.31

La oposición dividida de la democracia


Es notable que este primer peldaño de reducción de la participa-
ción popular en política sea diametralmente opuesto a la prescripción
que demandan los críticos de la democracia electoral pertenecientes
a la izquierda. Ellos quieren ciudadanos más empoderados, que estos
“recuperen el poder” de actores nefarios como los grupos de presión,
las grandes empresas, los operadores políticos y los medios de comu-
nicación.32 Este es un recordatorio de que incluso cuando está contra
las cuerdas, a menudo la democracia permanece en pie porque sus
opositores están muy divididos.
¿Es la menor participación en política incluso factible en una época
democrática? Dada la popularidad de la democracia, ¿no es más eficaz en
términos de costo educar e informar en lugar de tratar de desempoderar
a los ciudadanos? La legitimidad y por ende la estabilidad incluso de
las políticas “correctas” emanadas de otras formas de gobierno podrían
ser gravemente socavadas si se quitaran abruptamente de manos de los
votantes. Dado que la mayoría de estos críticos consideran a la demo-
cracia como un medio para un fin, el peligro de que estos fines sean
erosionados por el descontento popular constituye un problema serio.
Muchos críticos lo reconocen, y sostienen que la menor participación
sólo debiera hacerse efectiva mediante el consentimiento democráti-
co. Pero ¿por qué ciudadanos considerados ignorantes e irracionales
Bruce Gilley 117

habrían de actuar de manera supuestamente bien informada y racional


al desempoderarse a sí mismos?
Supongamos en beneficio de la argumentación que sería relativamen-
te fácil convencer a los ciudadanos democráticos de que es una buena
idea que abandonen voluntariamente el ejercicio del poder político.
Los serios argumentos de estos críticos corresponden exactamente a
intentos de dicha persuasión, y sin duda han encontrado una audiencia
simpatizante que podría ampliarse. ¿Acaso las alternativas serán menos
malas que la democracia?
En lugar de la democracia, estos críticos generalmente proponen
alguna combinación de tres cosas: mercados, expertos y asociaciones
formadas libremente. Una cuarta proposición, el otorgar un mayor peso
a la votación de los mejor educados o los más ricos, se escucha con
menos frecuencia en estos días, aunque se podría decir que el recurrir a
los expertos es su pariente cercano. Y sí ha aparecido, como lo indican
los actuales acontecimientos de Tailandia.
En muchos territorios de elección pública hay pocas dudas de que
los expertos, los mercados y las asociaciones libres funcionan mejor
que la democracia. De hecho, es por eso que la mayoría de los países
democráticos hoy en día dejan tantos asuntos precisamente en manos de
estas tres fuerzas. No es una ironía menor que el país en el cual la gran
mayoría de los críticos de la factibilidad democrática pertenecientes a
la derecha han fundamentado sus puntos de vista, Estados Unidos, es
donde esos preceptos se han tomado más en serio. La economía esta-
dounidense es una de las más liberalizadas del mundo y delega muchas
decisiones complejas —demasiadas según algunos críticos prodemo-
cráticos— a instituciones como el Consejo de la Reserva Federal y la
Corte Suprema. Los partidos y los gobiernos con una reputación que
proteger se aseguran de que las políticas clave sean adecuadas incluso
ignorando la opinión pública (en asuntos como el NAFTA). No se ha oído
hablar de controles de precios desde Richard Nixon, y los tratados de
libre comercio son casi sagrados. Así, en muchos sentidos estos críticos
están predicando a los conversos. Su mensaje sería más controvertido
y quizás más pertinente en democracias “sobremovilizadas” como las
de Francia o Filipinas.
Pero los mercados, los expertos y la libre asociación no son infa-
libles. En efecto, el debate en curso en la mayoría de las democracias
es cuándo adoptarlos y cuándo invalidarlos. Los mercados en parti-
cular son los más fáciles de juzgar porque están sujetos a muchos de
los mismos problemas que los críticos le atribuyen a la democracia.
Por ejemplo, el traspaso de la salud al mercado en los Estados Unidos
conduce a elecciones “públicas” que nadie apoya, y está plagado de
problemas de desinformación de los ciudadanos, sobre todo acerca de
la disponibilidad y los costos de las opciones de salud, e irracionalidad
(sobreaseguramiento o subaseguramiento). En Hong Kong, donde los
118 Journal of Democracy en Español

principios de mercado tienen gran relevancia, las decisiones públicas


son tomadas por un pequeño grupo de gestores inmobiliarios, lo que
provoca una continua lucha por el control democrático.
Entretanto, los expertos y sus juicios políticos han estado sometidos
últimamente a una crítica sostenida respecto de que ellos mismos son
poco inteligentes.33 Los expertos no parecen ser mejores que quienes no
lo son para proponer políticas “correctas” y están sujetos a sus propias
“espirales de creencias” acerca de qué se debe hacer. Aún peor, los
errores que cometen los expertos que cuentan con un poder ilimitado
suelen tener mayores costos sociales, ambientales y económicos. Los
ciudadanos desafortunados de muchos países en desarrollo han sufrido
una ola tras otra de gobiernos de economistas, en que a menudo final-
mente sólo quedan las ruinas. Tal como Maquiavelo escribió en sus
Discursos: “los defecto[s] que los escritores adjudican a la masa también
pueden adjudicarse a los hombres individuales, y especialmente a los
príncipes... [En efecto] las personas son más prudentes, más estables
y más sensatas que los príncipes”. Y como Friedman, el crítico de la
ignorancia popular, reconoce con pesar: “si la alternativa actual al go-
bierno de los ignorantes es el gobierno de los dogmáticos, entonces la
democracia moderna plantea una verdadera opción de Hobson”.34
Finalmente, el gobierno de la libre asociación puede producir algu-
nos resultados verdaderamente democráticos, como se observa en los
espacios culturales autónomos que las minorías han creado en muchos
países democráticos. Sin embargo, el problema de desigualdad política
inherente a esa toma de decisiones desestructurada puede fácilmente
provocar un problema en común con los mercados y los expertos, la
preponderancia de los intereses de los poderosos. La zonificación del
uso del suelo sobre la base de la libre asociación en Houston, Texas,
provocó daños ambientales, económicos y sociales ampliamente reco-
nocidos. La libre asociación de comunidades cristianas fundamentalistas
en Arizona, Utah y Texas se tradujo en la difusión de la poligamia bajo
coerción.
Por supuesto, ninguna de estas
comparaciones es sencilla y podría
La democracia es posible ser que de hecho hubiera más espacio
por la sencilla razón de para los mercados, los expertos y la
que es la única forma de libre asociación en la mayoría de
gobierno que evoluciona las democracias. Pero una vez que
constantemente para se emprende esta comparación, es
garantizar que sea poco probable que la democracia
posible. Es un sistema se descarte completamente, y de
autocorrectivo de una hecho podría expandir su alcance
manera en que los otros no en un país como Estados Unidos. Es
lo son. sorprendente que los críticos de la
viabilidad pertenecientes a la derecha
Bruce Gilley 119

pocas veces apuntan a cualquier otro país como ejemplo de cómo las
cosas podrían funcionar mejor. El frívolo rechazo de Caplan del análisis
comparativo (“supera a la vida de la Edad Media”) ignora los muchos
gobiernos no democráticos que podrían servir como ejemplo de sus
recomendaciones. ¿Supera a la vida en Singapur hoy en día, o a los
Estados Unidos del siglo XIX? Los antidemócratas de la derecha ge-
neralmente quieren evitar el tener que atacar la trinchera de Churchill,
y a menudo argumentan que la pregunta de qué podría ser mejor que
la democracia es “demasiado compleja como para solucionarse en este
momento”.35 No obstante, el permitir que el debate se lleve a cabo en
estos términos es ya una concesión a los críticos de la democracia como
el mejor de los sistemas disponibles. Lo menos que pueden hacer es
aceptar un enérgico debate sobre las alternativas.
Es difícil no concluir que, dados los hechos inmutables de pluralismo
y complejidad social, la democracia tal como se practica en la realidad
en la mayoría de los países democráticos del mundo es la mejor y por
lo tanto una forma insuperable de organización política. No necesita ser
defendida únicamente como menos mala que las alternativas existentes
que podrían igualmente resultar superiores. Entonces, el desafío per-
manente que plantea la democracia no es sólo el luchar por satisfacer
las consecuencias radicales de igualdad política y control popular de
la política, sino hacerlo con el pleno conocimiento de que no existen
alternativas serias. Esta última condición podría ser la más desafiante
de todas debido a que da espacio a las democracias para caer en la
autocomplacencia.
Así, de una forma indirecta incluso las observaciones injustas y sin
valor de los críticos de la democracia, como las que aquí se analiza-
ron, pueden desempeñar un papel constructivo. Existe un sentido casi
funcionalista según el cual las democracias que son obstaculizadas
por su inherente superioridad producen críticas como éstas sólo para
mantenerse alerta, peleando con un rival imaginario a falta de cualquier
contendor real. El verse forzado a tener en cuenta las alternativas una
vez más es recordar por qué tantos pueblos diferentes en contextos tan
diferentes han elegido la democracia. Si esta lógica funcionalista es
válida, se debiera suponer que la mordacidad y la inteligencia de las
críticas respecto de la factibilidad aumentarán en forma proporcional
a la fuerza del compromiso democrático de un país. El motivo por
el que esta crítica se ha multiplicado de manera tan fecunda en los
Estados Unidos podría ser que allí el ideal democrático es más fuerte
y por lo tanto los peligros de autocomplacencia son mayores. También
es el lugar donde, ante cualquier comparación y teniendo en cuenta su
enorme y diversa población de 300 millones, la democracia funciona
“relativamente bien”.36 Al cuestionar duramente a la democracia esta-
dounidense por sus pequeñas faltas, estos críticos terminan evitando
que se descarríe. De este modo, irónicamente son benefactores de la
120 Journal of Democracy en Español

democracia. Desgraciadamente los posibles beneficios para las demo-


cracias establecidas podrían ser superados por el daño que se hace a las
nuevas y que se están abriendo paso, donde los gobiernos autoritarios
aún constituyen una muy seria alternativa.
Se requiere tolerancia, una apreciación del contexto y más que nada
una comprensión cabal de la variedad de motivaciones humanas para
comprender por qué los críticos de la factibilidad que provienen de la
derecha están equivocados de manera tan alarmante en su análisis de la
democracia. La democracia es posible no sólo porque nadie ha resuelto
los detalles de las alternativas prometidas. Más bien, es posible por la
sencilla razón de que es la única forma de gobierno que evoluciona
constantemente para garantizar que sea posible. Es un sistema autoco-
rrectivo de una manera en que los otros no lo son. Y la razón, en último
término, es que el demos ha elegido que sea así: las personas deciden
ser democráticas. En definitiva, esa es la evidencia más contundente
de la posibilidad duradera de democracia.

NOTAS
1.   Steven J. Brams, Mathematics and Democracy: Designing Better Voting and Fair-
Division Procedures (Princeton: Princeton University Press, 2008); Robert E. Goodin, Innovating
Democracy: Democratic Theory and Practice After the Deliberative Turn (Nueva York: Oxford
University Press, 2008).

2.  Bruce Gilley, “The New Antidemocrats”, Orbis 50 (Spring 2006): 259-71.

3.  Jeffrey Friedman, “Ignorance as a Starting Point: From Modest Epistemology to Realistic


Political Theory”, Critical Review 19 (enero de 2007): 4, 15.

4.  Albert O. Hirschman, Exit, Voice, and Loyalty: Responses to Decline in Firms,


Organizations, and States (Cambridge: Harvard University Press, 1970).

5.  David Spitz, Patterns of Anti-Democratic Thought: An Analysis and a Criticism, with


Special Reference to the American Mind in Recent Times (Nueva York: Macmillan, 1949).

6.  Morton H. Halperin, Joseph T. Siegle y Michael M. Weinstein, The Democracy Advantage:


How Democracies Promote Prosperity and Peace (Nueva York: Routledge, 2005).

7.  Benjamin Ginsberg, The American Lie: Government by the People and Other Political
Fables (Boulder: Paradigm, 2007).

8.   Sheldon S. Wolin, Democracy Incorporated: Managed Democracy and the Specter
of Inverted Totalitarianism (Princeton: Princeton University Press, 2008); Alan Wolfe, Does
American Democracy Still Work? (New Haven: Yale University Press, 2006); y Dorothy C.
Holland et al., Local Democracy Under Siege: Activism, Public Interests, and Private Politics
(Nueva York: New York University Press, 2007).

9.  William H. Riker, Liberalism Against Populism: A Confrontation between the Theory


of Democracy and the Theory of Social Choice (San Francisco: W.H. Freeman, 1982).

10.  Gerry Mackie, Democracy Defended (Cambridge: Cambridge University Press, 2003).

11.  Thomas Fuller, “Thai Government Backers Take to Streets”, The New York Times, 1
de septiembre de 2008.
Bruce Gilley 121

12.  En 1998, Critical Review realizó un simposio acerca de la ignorancia de las personas
y la democracia, y en 2006 llevó a cabo otro relativo a la aptitud democrática. En la reunión
anual de 2008 de la American Political Science Association (APSA), en Boston, la revista con-
vocó a una conferencia especial sobre ignorancia política titulada “Homo Politicus: Ignorant,
Closed-Minded, Irrational?”

13.  Richard Posner, Law, Pragmatism, and Democracy (Cambridge: Harvard University


Press, 2003), 16.

14.  Ilya Somin, Democracy and the Problem of Political Ignorance (Ann Arbor: University
of Michigan Press, 2009).

15.   Philip E. Converse, “Attitudes and Non-Attitudes: Continuation of a Dialogue”, en


Edward Tufte, ed., The Quantitative Analysis of Social Problems (Reading: Addison-Wesley,
1970), 176-77.

16.   Doris A. Graber, “Government by the People, for the People-Twenty-First Century
Style”, Critical Review 18 (Winter 2006):167-78; Arthur Lupia, “How Elitism Undermines the
Study of Voter Competence”, Critical Review 18 (Winter 2006): 217-32.

17.  John G. Geer, In Defense of Negativity: Attack Ads in Presidential Campaigns (Chicago:


University of Chicago Press, 2006).

18.  Ilya Somin, “When Ignorance Isn’t Bliss: How Political Ignorance Threatens Democracy”,
Cato Institute Policy Analysis No. 525, 22 de septiembre de 2004, 14.

19.  Ilya Somin, “Knowledge About Ignorance: New Directions in the Study of Political
Information”, Critical Review 18 (Winter 2006): 265.

20. Larry M. Bartels, “Homer Gets a Tax Cut: Inequality and Public Policy in the American
Mind”, Perspectives on Politics 3 (marzo de 2005): 15-31.

21.  Arthur Lupia et al., “Were Bush Tax Cut Supporters ‘Simply Ignorant’? A Second
Look at Conservatives and Liberals in ‘Homer Gets a Tax Cut’”, Perspectives on Politics 5
(diciembre de 2007): 773-84.

22.  Lupia, “How Elitism Undermines the Study of Voter Competence”.

23.  Robert S. Erikson, Michael B. MacKuen y James A. Stimson, The Macro Polity (Nueva
York: Cambridge University Press, 2002).

24.  Robert S. Erikson, “Does Public Ignorance Matter?” Critical Review 19 (Winter 2007):
23-34. Escrito en respuesta a Scott L. Althaus, Collective Preferences in Democratic Politics:
Opinion Surveys and the Will of the People (Cambridge: Cambridge University Press, 2003).

25.   Bryan D. Caplan, The Myth of the Rational Voter: Why Democracies Choose Bad
Policies (Princeton: Princeton University Press, 2007); Nicholas D. Kristof, “The Voters Speak:
Baaa!” The New York Times, 30 de julio de 2007; “Vote for me, dimwit”, The Economist, 16
de junio de 2007.

26.  Véase por ejemplo la reseña del libro de Caplan realizada por el investigador de la
Academia China de Ciencias Sociales Liu Yanhong, “Voter Rationality and the Efficiency of
Democratic Politics”, aparecida en el número de febrero de 2008 de la revista académica china
de gran divulgación Guowai Shehui Kexue (Ciencias sociales en el extranjero).

27.  Bryan D. Caplan, “The Four Boneheaded Biases of Stupid Voters”, Reason, octubre
de 2007, 24-32.

28.  Véase David Neumark y William Wascher, “Minimum Wages and Employment”,


Foundations and Trends in Microeconomics 3 (2007): 1-186.
122 Journal of Democracy en Español

29.  Russell Hardin, “Ignorant Democracy”, Critical Review 18 (Winter 2006): 195.

30.   Jeffrey Friedman, “Public Ignorance and Democracy”, Cato Policy Report, julio-
agosto de 1999, 4.

31.  Caplan, Myth of the Rational Voter, 198.

32.  Wolin, Democracy Incorporated; John Burnheim, Is Democracy Possible? The Alternative


to Electoral Politics (Cambridge: Polity Press, 1985); Frank M. Bryan, Real Democracy: The New
England Town Meeting and How It Works (Chicago: University of Chicago Press, 2004).

33.   Philip Tetlock, Expert Political Judgment: How Good Is It? How Can We Know?
(Princeton: Princeton University Press, 2005).

34.  Friedman, “Ignorance as a Starting Point”, 6.

35.  Ilya Somin, “Democracy and Voter Ignorance Revisited: Rejoinder to Ciepley”, Critical
Review 14, No. 1 (2000): 107.

36.  John E. Mueller, Capitalism, Democracy, and Ralph’s Pretty Good Grocery (Princeton:
Princeton University Press, 1999).

Das könnte Ihnen auch gefallen