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UN CENTRO DE GRAVEDAD DESDE

DONDE DIRIGIR LA VIDA


No se engañen, cada persona ve las cosas y el mundo como reflejo de ella
misma, no como realmente son. El mundo no es como es, sino como cada uno lo ve.
La conocida frase si no lo veo, no lo creo tiene una buena parte de error y la
psicología lo ha puesto de relieve. El proceso funciona en cierto sentido al revés, si
no lo creo, no lo veo.
Vamos a describirlo así: cada uno de nosotros es un sistema de creencias y
de recuerdos, y estos factores construyen el filtro a través del cual vemos y vivimos
el mundo. Usted se relaciona con el mundo a través de esta visión, de su filtro y, lo
que es más tremendo, lo considera la verdad del mundo. Incluso eso que
denominamos con la archifamosa palabra “yo” no es más que una imagen vacía, un
sistema de valores con los cuales nos identificamos, es una sensación. “Yo” no es
más que un sistema de creencias, condicionamientos, recuerdos y habilidades
adquiridas.
Usted, como todo el mundo, ha ido construyendo ese “yo” con el que se
identifica a base de lo que le han dicho que es, de lo que le han hecho, de lo que
usted mismo ha asumido como algo esencial en usted, y de los muchos “no me
pasará más” que ha ido repitiendo por miedo hasta construir un muro a su
alrededor. Pero nada de ello es sólido ni firme, son solo automatismos adquiridos
con los cuales se identifica.
Una de las máximas de la psicología podría resumirse así: dime qué te han
hecho y te diré quién eres. Y, por así decir, es lo que hace todo empresario al que
pide trabajo o todo banquero al que pide un préstamo: averiguar quién ha sido su
familia y qué le ha pasado en esta vida para saber cómo actuará. En realidad, no les
interesa demasiado quién dice usted que es ni lo que afirma que quiere hacer.
¿Sabe por qué? Porque no hay solvencia en ello. Casi no hay solidez en sus
palabras. En realidad, nadie sabe quién hay detrás del “yo” que dice prometer algo,
o si al cabo de unos días habrá otro “yo” que se desentenderá de lo prometido por el
primero. Revise su vida y se dará cuenta de ello.
Eso a lo que tanto culto se dedica hoy, la personalidad, es solo un mito vacío.
¿No ha observado que, según con quién y dónde está, actúan personas realmente
distintas desde su interior? No se comporta ni piensa lo mismo en el autobús
matutino atestado de viajeros, que dentro de una basílica o, si es usted un hombre,
ante las piernas de una mujer escultural. No es el mismo si tiene la cartera llena de
dinero que si está pasando una crisis económica. No se haga ilusiones, sus
automatismos deciden por usted en el noventa y nueve por ciento de los casos, lo
crea o no. Para empezar a pensar en cambiar algo de sí mismo, el primer paso es
aceptar sin discusión que sus actos, reacciones y pensamientos son resultado de los
automatismos adquiridos o innatos, y que tiene solo una oportunidad de escapar si
es capaz de observarlo.
La adulada personalidad no es una estructura interna permanente que guíe
sus pasos, ¡para nada! La personalidad es algo que se manifiesta en sus acciones, y
nuestras acciones varían según un número incontable de factores que las afectan.
Casi nadie tiene un centro de gravedad permanente desde donde pueda decir “yo
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soy”, sino que hay patrones de conducta relacional que se activan según dónde, con
quién, cómo y cuándo.
Fíjese como nuestra manera de ser no se da en el interior de las personas,
sino que solo se da entre las personas. Por tanto, podemos concluir que su
identidad es una especie de “sensación” surgida de su manera de relacionarse con
el mundo. Es algo que le sirve para vivir, pero que es solo eso: un invento que se ha
creído y que construye y mantiene con cada pensamiento que tiene y acto que
realiza.
Pasamos la mitad de la vida alimentando ese personaje que creemos ser, sin
darnos cuenta buscamos las situaciones adecuadas para hacernos creer que es así.
El que vive el mundo como una agresión es aquel que se pelea a la mínima y,
naturalmente, su mundo es una agresión constante. Bueno. Luego le llega a usted
la crisis de la mediana edad, la crisis de los cuarenta años. Es un momento muy
importante. Es el cruce de caminos que le obliga a seguir evolucionando con
esfuerzo o a abandonar ya para siempre la dirección adecuada y acomodarse ante la
televisión.
Llegado este momento, algunos empezamos a hacer balance de nuestra vida,
a preguntarnos desde el fondo de la soledad que hay dentro de nosotros: “¿Qué he
construido? ¿Quién soy yo en realidad? ¿Por qué sigo sintiendo que me falta algo?”.
Es muy interesante llegar a este punto de la vida.
La madre naturaleza, si hay suerte, nos permite disponer de otra media vida
para desmontar lo que hemos construido en base a creencias vacías y hábitos
adquiridos. Este proceso de nacimiento a la vida real se denomina con la palabra
deconstruir. La vida nos da un segundo tiempo de juego para deconstruir lo tejido y
tratar de conectar con el núcleo estable, con su esencia. A ese proceso, en muchas
culturas, se lo denomina vida espiritual.
Tal vez alguien se pueda preguntar: “Todo esto es muy teórico, pero ¿en qué
consiste este proceso de ‘deconstruirse’ en mi vida?”. Bien, la respuesta es que
consiste en ir desmontando el globo vacío construido alrededor de esta idea que es
“su personalidad”. Le estoy hablando de dejar de creer que usted es lo que cree que
es. Consiste en ir desidentificándose de ese personaje construido durante años, de
ese sistema de máscaras y creencias, en ir desprendiéndose de lo superfluo que
envuelve su esencia, que es casi todo. Las religiones hablan de este proceso como
del alejamiento del mundanal ruido e invitan a realizar ciertas prácticas y ejercicios
para conectar y alimentar el núcleo vital real que lleva dentro. Este centro de
gravedad es esa parte profunda de usted de la que muy probablemente está
desconectado y que debe alimentar si quiere que su vida tenga algún sentido.
Deconstruirse es recorrer la vía en sentido contrario al que uno llevaba hasta
el momento en que se da cuenta de lo ficticio de este sistema de creencias.
Plantéeselo desde este punto de vista: ¿ha experimentado realmente todo lo que
cree de usted? Deconstruirse consiste en ponerse a trabajar para desapegarse de
todas las cosas y emociones que identifica como “yo” o como “mío”. En especial de
aquellas emociones con las que se ha ido identificando tanto: “soy alguien de
naturaleza optimista y por eso actúo así”, “yo soy alguien triste y me visto de
colores vivos”, “¡soy un vencedor nato!”, “soy una neurótica y no puedo parar de
hablar de mi”, etcétera. Hay algunos, muy pocos, que logran desprenderse de todo
y marcharse tranquilos de esta vida. Pero esto es muy difícil de hacer, muy difícil.
En especial en el mundo consumista que hemos creado donde, como suele decirse,
uno vale lo que tiene.
Hay una norma de vida muy difundida, atribuida a los griegos, que
seguramente ya ha escuchado antes: “conócete a ti mismo”. ¿La ha intentado
aplicar alguna vez en su vida? Un gran filósofo actual, Foucault, en su obra
Tecnologías del yo, ha puesto de relieve que ese precepto salió de la simplificación
de otra indicación superior que decía: “Ocúpate (o cuídate) de ti mismo”. Esta
maravillosa frase –cuídate–, para los griegos no significaba que cuidara su carro y
caballos, o que cada uno se lavara a sí mismo por las mañanas, sino que tenía el
sentido profundo de escúlpete, invéntate, créate, constrúyete a ti mismo y por ti
mismo.
Entiéndalo bien que ya va siendo hora: uno, usted, tan sólo puede saber
quién es realmente si se construye a sí mismo paso a paso, si es capaz de esforzarse
por hacerse responsable de cada pensamiento, de cada acto y de cada palabra que
genera, si es capaz de observarse. Como no puede hacerse totalmente responsable
de sus actos, empiece ahora a observarse y a construirse.
Todo lo que cada uno y cada una es depende de sus pensamientos, de sus
creencias y, en especial, de hacia dónde dirige su atención. Los actos sin atención,
la mayoría de los que hace a diario, son cosa de sus automatismos, usted no está ahí
pero lo hace. Si pone su atención en la angustia, vivirá angustiado, será un
individuo de personalidad angustiada. Si dirige su atención hacia la serenidad y
trabaja para no desviarse, será una persona serena. Si dirige su atención y se
esfuerza en ser feliz, lo será. Aquello sobre lo que pone su atención es lo que se
manifiesta de usted y en usted.
A pesar de la canción popular, es falso que tener salud, dinero y amor
garantice la felicidad. Una persona puede estar enferma, pobre y solitaria, y ser
feliz. Tal vez me pregunte con cierto sarcasmo: “Pues ya me dirá usted cuál es el
secreto”. Bien, se lo digo porque es muy interesante, aunque el secreto es simple: es
la vida, la acción de vivir. Lo único realmente importante es estar conectado con la
vida, con vivir, con hacer. Los persas llaman Baraka a esta fuerza espiritual que es
la vida. Vivir es relacionarse con el entorno y con los demás, es cuidar la
comunicación con los demás, es estar atento a usted y a sus actos, vivir es hacer con
compromiso, no solo pensar o charlatanear.
¿Les explico una historia antigua? Una vez, un hombre estaba atormentado
por los problemas que tenía. No podía más y juró a Dios que si se solucionaban sus
problemas, vendería su casa y daría a los pobres todo el dinero de la venta. Pasó el
tiempo, sus problemas se fueron resolviendo y llegó el momento en que se dio
cuenta de que ya debía cumplir su juramento. Pero, como suele pasar entre los
humanos, se resistía a regalar tanto dinero a pesar de la promesa hecha y de que
sus problemas se habían resuelto. Pensó cómo eludirla e ideó una forma para
escapar de esta situación. El hombre puso la casa en venta al precio de una sola
moneda de plata. Un extraño regalo. No obstante, quien comprara la casa debía
quedarse también con el gato que vivía allí, y el precio pedido por este animal era
de diez mil piezas de plata. Pasadas unas semanas, otro hombre compró la casa y el
gato. El primero dio a los pobres la moneda de plata cobrada como precio de la
casa, cumpliendo así su juramento, y guardó en sus arcas las diez mil monedas del
gato.
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¿Interesante historia, verdad? La mente de muchas personas funciona de
esta manera. Deciden seguir una enseñanza o una disciplina, pero interpretan su
relación con ella según su propia conveniencia.
Volviendo a lo anterior, vivir es hacer y ahora viene usted y puede replicarme
que, en la actualidad, la mayoría de gente no para de hacer cosas para tratar de
lograr lo que quiere: hacemos, hacemos..., pero no por ello la vida tiene mayor
sentido ni son más felices que antes. En efecto, así es. Sólo que nos forzamos tanto
por hacer que un día llega el ataque de corazón, o alguien revienta de tanta presión,
o aparece la ansiedad o la depresión, dos expresiones de un mismo comunicado.
Cuando aparece la ansiedad o usted se deprime es que su cuerpo le está diciendo:
“bien, ya basta de tanto hacer”.
Podríamos expresarlo así: cuando se dispara la ansiedad es porque su
cuerpo se acelera hacia un futuro que nunca acaba de cristalizar; cuando se
deprime se debe a que su cuerpo deja de responder. En ambos casos, su naturaleza
le exige un respiro, una consideración. Su naturaleza más primaria le está
exigiendo que cambie algún hábito. Somos lo que más hacemos y en caso de
depresión o de ataque de ansiedad uno debe plantearse si realmente es lo que está
haciendo.
Ahí está el fondo de la cuestión, “hacer” no es hacer el idiota con todas mis
fuerzas y durante todo el tiempo, sino que aquí nos referimos a hacer como a
aquello necesario para construirme, hacer con la fuerza de voluntad, no por
automatismos ciegos. Si usted quiere hacer el idiota a fondo, puede dedicarse a ello,
aunque no se lo recomiendo porque cuanto más se dedique a ello más lejos estará
de la vida. Más vacío e infeliz se sentirá.
Es extraño, pero la mayoría ni tan solo se imagina que la vida pueda tener
algún sentido y alguna dirección más allá del moverse por moverse.
Hay una antigua metáfora para referirse a esta estructura humana, es la
metáfora del carruaje. Los caballos enérgicos y vitales son nuestras emociones y
nuestros instintos; el cochero que los ata al carro y los guía es nuestro intelecto,
nuestra mente; y el carruaje en el que viajamos es nuestro cuerpo. Todos sabemos
que para viajar bien, los tres factores son necesarios por igual y deben ir
armónicamente conjuntados. Si los tres encajan bien, vamos bien. La mente, las
emociones y el cuerpo. Pero algunos se dan cuenta de que aquí falta alguien.
¿Quién falta en el carruaje? Usted, falta el viajero. Sólo el viajero sabe adónde
vamos, sólo él sabe cuál es el objetivo del viaje. Sólo el viajero puede responder a la
pregunta que a veces uno se formula desde la angustia o la soledad: “¿Para qué
viajamos?”.
El pasajero es quien da sentido y sólo él conoce el objetivo del viaje. Las
personas que saben de la existencia del pasajero saben que la vida tiene un sentido.
Tal vez uno no haya llegado a escuchar nunca con claridad lo que le dice el viajero,
pero si intuye algo de esto que le estoy hablando, si siente ciertas inclinaciones que
tal vez no sepa definir pero le resuena la existencia del pasajero, es que usted tiene
una posibilidad. Tiene la posibilidad de experimentar intensamente esa conexión
vital. Cuando esto sucede, de pronto uno siente la obligación de trabajar en ello, ya
no es más un pasatiempo de desarrollo humano sino un deber urgente que nace de
las profundidades y al cual cada uno debe responder. Si ha sentido esto, es
probable que en el momento menos esperado también sienta dentro de usted una
misión, su misión en la vida. Debe cumplirla, y entonces vivirá de verdad.
Otra pregunta frecuente que se suele plantear es: “¿Cómo hacer para que el
pasajero me hable con más claridad? No estoy seguro de escucharlo ni de
entenderlo. Dudo sobre mi misión”. La respuesta es siempre la misma: deténgase a
escuchar, observe a su alrededor y obsérvese. Es muy útil practicar algún tipo de
meditación. En todo caso, es imprescindible parar un rato cada día. Puede
concentrarse en la respiración, sin más, sin pensamientos, o en los pasos que da, o
en el humo de una barrita de incienso. Da igual, pero hágalo. Si le vienen
pensamientos, déjelos pasar. Si las personas fuéramos capaces de hacer algo tan
simple como coger una silla y sentarnos un rato cada día, quietos y callados, en
medio de una habitación, el mundo cambiaría para bien.
Cuando alguien escucha de verdad y se observa a sí mismo sin prejuicios no
suele haber muchas dudas sobre lo que está diciendo el pasajero. Habitualmente se
puede entender su mensaje aunque hable a media voz y aunque hable en medio del
ruido de los caballos galopando –que son las emociones exaltadas–, en medio de
los gritos del cochero dando órdenes –el intelecto– y del carruaje traqueteando –
los deseos, hábitos o dolores del cuerpo. La prueba de que está escuchando
realmente al viajero es que, de pronto, usted se sentirá mucho más lleno de vida. Si
hace algo y se siente más vivo, más presente y con la atención más dirigida, es que
va por buen camino, no dude más.
Uno debe estar siempre en el camino y saber el para qué y el hacia dónde
camina. Está en el camino si está conectado con la vida, y la prueba es que entonces
encuentra valor, mensaje y sentido a todo lo que hace.
Recuerdo una reflexión que nos llegó el gigante de la filosofía epicúrea
Epicteto, dijo así: “el mal no está en lo que te sucede, sino en la idea que te haces de
lo que te sucede”. Por tanto, el mal está en cómo vivimos lo que nos pasa, no en lo
que nos pasa, incluyendo en ello la muerte. Antes se lo he dicho, y ahora sólo lo
recuerdo, usted ha edificado la cárcel en la que vive y cree que es el mundo de
verdad. Es una cárcel construida de creencias y de ideas preconcebidas. Sólo usted
puede cambiarla, aunque para ello sea necesaria ayuda externa y mucho esfuerzo.
Para vivir feliz debe saber que la vida funciona como los ecos: si no le gusta
lo que está oyendo, ocúpese de lo que usted emite, no de lo que le repite la montaña
que tiene enfrente. Le insisto, lo que funciona de verdad es vivir organizadamente,
con una meta, un método, una razón que nos empuje, un foco permanente y mucha
fuerza de voluntad, y ello depende del pasajero, no de los caballos ni el cochero. El
viajero es quien tiene la capacidad para forjar el destino de todo el carruaje.
Regresando a nuestro tema, el “yo”, debe aceptar que el ser humano es un
ser incompleto, y ésta es una afirmación fácilmente verificable. Desde un punto de
vista biológico, nuestro desarrollo no alcanza un nivel aceptable que permita cierta
autonomía hasta pasados unos años de vida. Y aun así, nuestro cuerpo nunca llega
a desplegar todos sus potenciales físicos.
Desde un punto de vista psicológico, dentro de nosotros conviven diversos
“yoes” inmaduros y en la habitual pelea entre ellos. Es la guerra civil interior que
cada persona sufre a diario. Para completarse, lo primero que falta a todo ser
humano es crear un centro constante de gravedad, un espacio estable desde el cual
poder tomar decisiones permanentes y firmes en su vida. Así, para intentar
evolucionar, el primer paso es ser capaz de observar y aceptar esta carencia de un
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núcleo permanente en uno mismo. Los humanos sólo avanzamos realmente si
sabemos hacia dónde queremos ir y mantenemos este objetivo en el tiempo, y para
ello es imprescindible que se haya creado y desarrollado un “yo permanente”.
En un primer nivel, por tanto, debe aceptar que, en realidad, al decir “yo” no
sabe de quién está hablando. Aceptar este hecho es fácil en la adolescencia, pero se
hace muy difícil a partir de cierta edad. Digamos que a partir de la mediana edad
todos tendemos a responder: “¡Claro que sé quién soy! ¿Cómo no voy a saberlo?”,
pero es solo un automatismo creado por la sociedad. Pocos, muy pocos, saben
quiénes son. Nuestra sociedad tiene pánico al vacío, al no control. Y para controlar
debe haber algo, se debe ser alguien. Nuestra sociedad puede aceptar muchas
cosas, pero no puede aceptar que alguien no sepa quién es. Por tanto, uno debe
creer que sabe quién es para decirlo en voz alta, así se le pueden atribuir funciones
y órdenes, obligarle a pagar impuestos y todo lo demás.
El segundo paso para desarrollarnos es aceptar otro vacío: que simplemente
no nos entendemos, que la comunicación es muy superficial. Es imprescindible
llegar a un acuerdo, por lo menos durante un cierto tiempo, sobre el uso de ciertas
palabras y el sentido de ciertas experiencias. Si no hay un acuerdo serio y
meticuloso, no es posible crear nada estable, ni un “yo” ni -¡mucho menos aún!-
estar en un conjunto de personas armoniosamente organizadas. Un batallón de
soldados que reciben y obedecen órdenes al pie de la letra no es un conjunto de
personas que se entienden, sino un manojo de imbéciles robotizados que
reaccionan sin pensar a un conjunto de estímulos tipificados.
Parte de la función de todas las tradiciones verdaderas y escuelas de
desarrollo humano consiste en generar, explicar y distribuir términos de referencia
dotados de un sentido exacto. Términos de referencia que nos ayuden a desarrollar
esta parte que nos falta, a entendernos, que ayuden a llenar este vacío que nos
genera un estado de permanente infelicidad, de obsesiva búsqueda de la
completud.
La tercera cosa a entender y aceptar es que la vida no es gratis. Hay que
pagar por la vida. Y muchos tal vez se pregunten: ”Bien, acepto pagar. ¿Qué se paga
con la vida?”. Para la mayoría de gente no se paga nada, creen que todo es gratis,
que la vida no es nada. Pero esta es la gente del accidente cuya vida no es nada, no
nacen, no crecen, solo pasan y mueren. Son personas que transcurren por la vida
dentro de su burbuja de subjetividad, que viven dormidas y desde el egoísmo, sin
enterarse de nada. Su mundo no es más que el reflejo de sus propios deseos,
temores, automatismos y soledad subjetiva.
El cuarto factor a tener presente para desarrollarse es buscar la salud de la
mente, y eso comprende múltiples facetas. Por ejemplo, el factor emocional. Una
dimensión emocional serena es esencial para mantener una buena salud: cuando
uno no es emocionalmente bueno se envenena. Cuando usted se enoja u odia a
alguien, ¿quién sufre primero? Usted. Usted mismo se envenena porque la rabia
produce ciertas moléculas, llamadas péptidos, que literalmente le intoxican. Y
luego tarda varias horas en desintoxicarse. El estado depresivo, iracundo y otros
estados negativos producen toxinas para el propio cuerpo. Por esto, para mantener
una buena salud mental es imprescindible ser capaz de observarse y dejar de estar
enfadado. Hay que buscar los mecanismos para que no suceda de nuevo y uno de
los factores más interesantes de esta forma de ver el mundo, de esta práctica
médica, es que lo obliga a uno a ser bueno. Digamos que podemos intoxicarnos una
vez, hasta dos o cuatro veces, pero supongo que no queremos que nos pase
siempre. Y ser bueno en este sentido tal vez parezca algo de poca importancia, pero
la tiene y mucha. Ser bueno implica, entre otras cosas, ser íntegro.
Trabajar para desarrollar un nivel razonable de integridad mental es
aprender a tomar la distancia adecuada de los acontecimientos, de forma que nos
permitamos una evaluación y una reflexión previas a la acción. ¡Ahí empieza usted
de verdad a construirse a sí mismo: tras la observación y la reflexión! Pero tampoco
toda observación y reflexión valen, hay que aprender los métodos adecuados. Por
ejemplo, debe aprender a estar a la distancia justa de usted mismo. La distancia
permite que haya evaluación en lugar de reacción automática y ciega. La mayor
parte de los actos de su vida actual no son evaluativos ni reflexionados, sino que
son meros actos reactivos o económicamente calculados. Si usted está demasiado
cerca de usted mismo, está atrapado por sus emociones e instintos; si está
demasiado lejos, está en la fantasía de sus propias ideas. Para desarrollar un nivel
razonable de integridad, el primer paso es aprender a estar a la distancia justa de
usted. Parece una broma pero es algo tremendamente serio.
La mayoría de personas viven como una pelota de billar a la que un jugador
con ojos tapados fuera golpeando contra los lados. Cuando digo que este hombre
que juega al billar tiene los ojos vendados quiero decir que todo lo que pasa en la
mesa de billar es accidental. La vida de la mayoría de la gente es accidental, y una
vida accidental no tiene ningún sentido. La vida de miles de millones de seres
humanos carece de sentido. Y en el caso de que se le ocurra preguntarse ahora
mismo: “¿Cuál puede ser el sentido de mi vida ahora, aquí?”, probablemente le
costará encontrar una respuesta sólida, no se angustie. Es más, como le decía, la
mayoría incluso ignora que la vida humana pueda tener algún sentido.
Pero no corramos, la pregunta de antes era muy interesante. El sentido de su
vida hoy puede ser la necesidad de nacer de nuevo, de renacer para situarse en una
vida de calidad más alta. Todos desean o incluso necesitan una calidad de vida más
alta, ¿verdad? Pues de esto estamos hablando. Tal necesidad de renacer es natural
en los seres humanos. Es la búsqueda de una cualidad más elevada que se ha
mitificado en todas las culturas por medio de las religiones, o se busca siguiendo a
algunos humanos que han servido de modelo a los demás: Ulises, Mahoma,
Gandhi, da Vinci, Einstein y otros.
Una pregunta importante que debe plantearse es: “¿Y para qué deseo
mejorar? ¿Por qué no puedo vivir tranquilo como estoy?”. ¿Se han planteado esta
pregunta seriamente? Sobre todo, se nos plantea con intensidad cuando somos
jóvenes. Durante la adolescencia suele ser muy fuerte la necesidad de responder
este interrogante. Es el periodo de la vida en que las hormonas sexuales se nos
despiertan y, junto con la energía sexual, se desarrolla la gran esperanza de la vida.
Todos hemos pasado por aquí pensando que podíamos comernos el mundo. Esto se
debe a que los adolescentes tienen la energía sexual en su punto máximo y les
empuja a querer comerse el mundo. La energía sexual produce una magnífica
calidad en el trabajo y desarrollo intelectual, de ahí que cuando uno empieza a
consumirla en las relaciones sexuales, la calidad del intelecto cambia. Es un pasaje
de la vida interesante y poco estudiado en nuestras sociedades desde este punto de
vista.
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En el fondo, de lo que estoy hablando es de la posibilidad y capacidad que
tiene cada uno para usarse a sí mismo de cara a alcanzar un fin. ¿Qué fin? El único
válido como objetivo final de la vida: el despertar de uno mismo a un nivel de vida
de mayor calidad. Deben despertar. Despertar significa renacer a una calidad de
vida que no sea accidental sino voluntaria, deben empezar a crear un destino
escogido, reflexionado y construido, no el que uno va recorriendo accidentalmente
como sucede con la bola de billar golpeada por alguien con los ojos tapados.
“Primero descubre lo que quieres ser, luego haz lo que tengas que hacer”, dijo
Epicteto, y en esto se resume la vida y de eso estamos hablando ahora.
Pero ahora y aquí, tal y como está la mayoría de gente y probablemente
también usted, no podemos hacer nada con ello. Lo único que podemos hacer en
este escrito que está leyendo, es plantearnos juntos la pregunta y reflexionar sobre
ella. ¿Qué significa llevar una vida con sentido? De entrada, es una calidad de vida
completamente diferente a la que la mayoría experimenta ahora. Y, en muchos
casos, probablemente les resulte incluso inimaginable.
Cuando una persona se ha encontrado consigo misma en medio de la
soledad, me refiero a estar sola de verdad, dentro de sí y sola consigo misma,
hablando consigo misma, y se ha dicho: “De verdad, no sé lo que estoy haciendo”,
es un paso muy importante. Si se lo ha dicho a sí mismo por lo menos una vez en la
vida, significa que ha llegado al núcleo de usted mismo; significa que hay una parte
de usted a la que no se le escapa el hecho de que está solo o sola, que no sabe hacia
dónde narices va. Significa que existe una parte de usted a la que le gustaría chillar:
“¡Párate, encuentra una dirección! No te muevas más sin saber hacia dónde”.
Si usted ha pasado por esto, significa que puede cambiar, que tiene una
oportunidad. Lo que nadie sabe es hasta dónde puede uno cambiar a partir de esta
actitud, ya que esto es diferente en cada persona. ¿Y de qué depende? Depende del
compromiso. Es lo que sucede con los deportistas: personas de la misma edad y con
un cuerpo muy parecido no llegan al mismo lugar. ¿Dónde radica la diferencia? En
que uno se esfuerza más, hasta un punto de compromiso tal que se entrega
completamente a la práctica del deporte. En cambio, otro se contenta con ser sólo
un buen practicante. No es lo mismo y, naturalmente, el resultado es distinto. Hay
otros que aún tienen menos que ver con estos dos que, por lo menos, se han
levantado y practican, aunque sea con diferente compromiso. Me refiero a los que
se quedan en el sofá de su casa chillando ante la pantalla del televisor. Es la
diferencia que hay entre vivir y dormir.
Vivir es hacer. Y no hablo de la vida que lleva la mayoría, sino del “hacer” de
un hombre real, del hacer de un hombre que actúa según su voluntad, no llevado
por sus automatismos hasta reventar. Hablo del hacer de una persona que no se
conforma con mejorar un poco, sino que quiere cambiar mucho, totalmente. De un
ser humano que quiere renacer, que quiere llegar a los 80 años afirmando “yo soy”,
y puede decirlo desde un centro de gravedad permanente que ha desarrollado
dentro de sí. Se trata de un tema tan importante que casi no se puede ni pensar en
ello. “Yo soy”, debe decirlo todos los días del año hasta saber de quién está
realmente hablando.
Sin ese yo permanente tampoco puede haber un núcleo estable, y creo que
todos hemos experimentado alguna vez su carencia. El núcleo es esta parte
insatisfecha de la realidad profunda de tu vida. ¿La conoce, verdad? Espero que
sepa de qué estamos hablando, porque si es alguien completamente satisfecho no
tengo nada para enseñarle ni para decirle. El seminario Constrúyete y este escrito
son solo para personas insatisfechas y que saben de qué estoy hablando.
Este es un factor fundamental: los insatisfechos tienen una oportunidad
para cambiar de calidad de vida, pueden preguntarse cómo llegar a la plena
satisfacción. Las personas satisfechas no tienen ninguna oportunidad porque ni tan
solo captan su condición de incompletud. La satisfacción es solo una forma muy
extendida de no arriesgarse en la búsqueda.
Le cuento: llega un momento de la vida en que todos debemos tomar una
decisión. Salir y arriesgarnos buscando el éxito o quedarnos en casa. Algunos se
lanzan a la calle y se arriesgan, otros deciden quedarse en casa viendo pasar a los
triunfadores desde detrás de la ventana ¿Cuándo quiere empezar a decirse a usted
mismo cuál es su decisión? La mayor parte de los seres humanos no llegan a
tiempo ni para decírselo a sí mismos. Nacen, pasan algunos años dormidos y
mueren. Mueren incluso antes de haber nacido en su condición de ser humano.
En nuestra tradición religiosa, y más allá de la experiencia personal con el
cristianismo que usted pueda haber tenido, hay un momento central: la Navidad.
Navidad significa natividad, nacimiento, y es el punto crucial en el desarrollo anual
que, a la vez, está relacionado con otra idea fundamental, la resurrección. Jesús no
sólo nació, sino que resurgió de entre los muertos. Para miles de millones de seres
humanos no existe más que la vida que va transcurriendo entre muertos. En
realidad, no hay muchas salidas hacia el despertar ni para cristianos, ni para
musulmanes, ni para budistas. Todos se creen iluminados, pero no es mucho mejor
en un caso que en el otro.
Si es cristiano, musulmán o budista, no tiene espacio, está parado frente a
una pared. El modelo que ha escogido le pone frente a una pregunta fuerte –tal vez
¿cuál es el sentido de la vida?– y le da la respuesta; a partir de ahí ya puede vivir
sin hacerse más preguntas, aunque se sienta insatisfecho. Y luego sucede lo que
sucede, y es que acabamos afirmando: “esto es así” o “esto es asá”, completamente
absorbidos por los hábitos e ideas automatizadas, incluso cuando nos sentimos
insatisfechos.
“Me gusta este plato y también este otro, pero aquello no”, “me gusta esta
mujer, pero también aquella otra” y es así la vida, un vaivén permanente y sin
dirección. Pero es así para algunos, y aunque sea así para muchos, en realidad
significa poco. Como sabe, todos los occidentales pensaron que la Tierra era
cuadrada, y que llegados a los límites de esta plataforma plana se caían. Pero
alguien dejó que la nave se moviera, y que surcara más y más agua, y la nave no
cayó, y observó y dijo: “la Tierra es redonda”. Y otro miró la sombra producida por
un palo en la Tierra y sacó conclusiones sobre qué cuerpo celeste giraba alrededor
de cuál, y afirmó: “la Tierra gira alrededor del Sol”. ¿Se da cuenta de lo que le estoy
hablando? Alguien observó, pero observó sin taparse los ojos. Observó algo durante
un tiempo, observó sin juzgar ni buscar el porqué a todo, ni buscando respuestas
que simplemente le calmaran la angustia de su “yo” al darse cuenta de que no
controla nada. La clave de la vida es observar, observar, observar con atención.
Observar es un verbo que nos llega del latín. Las etimologías siempre me
fascinan por la claridad que, con frecuencia, aportan a nuestros pensamientos. El
verbo latín observare es la suma de dos términos: “ob” más “servare”. Ob era un
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prefijo que indicaba la dirección a tomar, algo así como “hacia” o “sobre”. Y servare
era un verbo que significaba “prestar una atención muy cuidadosa”, “velar por
algo”. Observar algo sin taparse los ojos significa dirigir la atención verdadera hacia
aquello que uno observa, sin prejuicios, ni buscar causas, sin su interpretación del
mundo. Y solo observando hay una posibilidad de cambio.
Créanme, cambiar es extremadamente difícil. Pocos pueden hacerlo, porque
pocos se comprometen con tanta fuerza como para conseguirlo. Pero hay una
posibilidad de cambio, si no, la vida no tendría ningún sentido. Si no hubiera
ninguna posibilidad de salir de los automatismos y subjetividades en que vive, su
vida sería un error completo, todos nosotros seríamos esperpentos cósmicos. Pero
hay una posibilidad. Todo empieza con una posibilidad y el inicio es la observación.
Hay algunos hombres que son modelo para los demás porque ellos son la
posibilidad de cambio realizada. Ghandi fue un hombre que nos mostró una
posibilidad de ir a más; Jesús también fue un hombre que encarnó la posibilidad de
llegar más allá de los condicionamientos en que vivió; Goethe abrió universos
nuevos; el poeta místico persa Rumi fundó la orden de los derviches cuando en su
época estaba prohibido bailar por las calles y aun hoy, muchos siglos después, sigue
vigente; Platón... Podría seguir con una larga lista. Todos ellos son modelos que
han llegado a más. Tal vez sean un poco grandes para usted, pero estas personas
fueron capaces de “hacer”.
Una sola cosa: usted es mucho más capaz de lo que se deja hacer, y ahora, si
puede, siga viviendo como antes.
Espero que no pueda seguir dormido y tome de una vez la decisión de
construirse como ser humano completo, con compromiso. Espero que decida
ponerse a trabajar para llegar a ser persona entre personas, en lugar de ser
autómata entre dormidos de por vida.
Pero no debemos dejarnos engañar: observar es una de las capacidades que
el ser humano tiene, pero solo en potencia. En realidad, muy pocas personas han
desarrollado este potencial a un nivel interesante. Y espero que le surja la pregunta
necesaria: “¿Cuál es el nivel interesante de observación?”. Es el nivel que permite
observar lo suficiente como para plantear hipótesis sobre algún cambio posible.
Muchas personas hacen ciertos ejercicios, la mayoría son muy sencillos, y de
pronto se dan cuenta de que están insatisfechas. Pocos han observado dónde, en
qué punto radica su insatisfacción, qué es exactamente aquello que no funciona.
Todo anda confundido en sus cabezas. Por un lado les gustaría una vida más
cómoda, de más calidad, pero si les preguntamos: “Bien, ¿qué es lo que quieres
cambiar para estar mejor?”, no saben qué responder. “Tal vez tengo que cambiar de
trabajo, o de marido, o de mujer...”. No, así no. Todo es muy genérico.
¿Cómo resolver esta falta de concreción? La única salida es el entrenamiento
para que haya una observación minuciosa. A los químicos y biólogos se les entrena
a mirar a través del microscopio, saben que no es suficiente con mirar un tejido a
simple vista para distinguir las células nerviosas. La cantidad de observaciones que
hace la mayoría de las personas no son suficientes para producir el cambio que
afirman desear. ¿Cómo realizar la observación para poder renacer? Porque, insisto,
todo comienza por la observación. ¿Cómo “producir” la observación adecuada? La
primera condición es el esfuerzo. Sólo con esfuerzo, puro esfuerzo. Compromiso,
puro compromiso. Existen métodos de observación de usted mismo, y usted puedes
inventarse otros métodos. Luego, como siempre, el problema es esforzarse en
aplicarlos. Un viejo método, por ejemplo, es ponerse el reloj en la otra muñeca de la
que lo lleva habitualmente, y esforzarse en recordar que está en el otro brazo. No es
un ejercicio difícil y lo usan en diversas escuelas. Para su inteligencia no creo que
sea demasiado exigente pedirle que recuerde que se ha puesto el reloj en la otra
muñeca de la habitual, puede recordarlo pero hay que hacerlo. Le invito a
intentarlo.
Si en algún momento se olvida de que lleva el reloj en el brazo nuevo, se da
cuenta y se dice: “¡Ajá! He mirado el brazo viejo, el acostumbrado, el de siempre”.
Exacto, en el lado acostumbrado. Toda la vida es costumbre, su “yo”, como decía
antes, es solo una costumbre, pero una vida de costumbres no es acorde con la
observación despierta. Lo acostumbrado nos ciega, los hábitos en la vida son
ceguera. Las costumbres son cómodas, todos lo sabemos, nos permiten ahorrar
cierta energía, nos dan respuestas o nos impiden preguntarnos cosas nuevas, pero
nos matan. La vida cambia por la novedad, no por las cosas viejas habituales.
Cuando algo importante sucede en su vida es porque ha habido alguna
novedad. ¿Entiende de lo que estamos hablando? El nacimiento a una vida de
calidad superior, a una vida dirigida desde un centro de gravedad fijo dentro de
usted, el nacimiento de un “yo soy” que susurre con fuerza desde un núcleo
permanente depende de la observación del propio estado. Sin observación del
propio estado no hay novedad, y el nacimiento es una novedad. La claridad y la
calidad de lo que estamos hablando son una calidad y una claridad inmensas, no es
una calidad dispersa. Una observación distraída no conduce a nada, y para
construirse uno a sí mismo necesita esta claridad y esta calidad en la observación y
en los objetivos hacia los que dirigir los pasos.
Si sigue atrapado o atrapada por esta invención que es el “yo” simple, por los
hábitos y creencias que lo forman, sucede que se siente insatisfecho. Tal vez sea
esta insatisfacción la que le da ahora mismo la energía para moverse, para buscar,
pero dentro de unos años la insatisfacción se vuelve crónica. Uno se acaba
acostumbrando a la insatisfacción, a la muerte. Cuanto más tiempo pasa sin que se
mueva, sucede que la fuerza para buscar la satisfacción va disminuyendo, todo se
hace más lento. Cada vez se da menos valor a usted mismo o usted misma... hasta
que se olvida de usted.
Cada uno debería comprometerse seriamente en un trabajo para observar
cosas concretas. Cuanta más edad tenemos, más general y superficial es la
observación; cuanto más jóvenes, podemos hacer una observación más enfocada,
más puntual. Debe elegir un campo de observación sobre usted mismo, campo que
es distinto para cada persona. Debe ser el enfoque y el punto de observación
adecuado a cada persona. Para unos, el campo de observación más adecuado será
su dimensión motora; para otros, su esfera emocional o algunas partes específicas
de ella; para otros, algún deje o tic en el hablar que cristaliza la expresión de partes
de sí mismo. Depende de cada individuo.
Así, por ejemplo, el tipo de movimiento que hacemos con la cabeza también
lo tenemos en el cuerpo. Por tanto, un campo de observación puede ser los
movimientos voluntarios y sobre todo los involuntarios que hace el cuerpo, las
posturas que tomamos y la energía que nos hacen gastar las malas posturas.
¿Cuánta energía gasta en movimientos involuntarios? ¿Lo ha observado?
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Mucha. Hay quien gasta en ello la mayor parte de su energía. Si se observa, en unas
pocas semanas se puede empezar a reducir este gasto y poco después emplear esta
energía, por ejemplo, para aumentar y usar la inteligencia, para mejorar la
comunicación con los demás, para sentirse más atento y vital, para desarrollar la
paciencia necesaria para la propia evolución o para empezar a construirse a sí
mismo.
Mi sugerencia es siempre la misma: empiece a moverse ahora hacia su
integridad y verá como se manifiestan ciertas cosas. Trate de pensar, sentir y actuar
en la misma dirección, con integridad. No debe preocuparse por lo existente, y
cuando alcance aquel punto o aquel momento en que necesite orientación, llegará
alguien para decirle qué debe hacer.
Esta es otra cuestión: solos no podemos hacer nada, es imprescindible que
alguien le haga de espejo. Somos así en nuestra ceguera, pensamos que podemos
hacerlo todo nosotros, y teóricamente es así, pero en la práctica no. Hubo pocos,
muy pocos atletas en el mundo que pudieron ganar solos, la mayoría fueron
entrenados muy bien, por eso llegaron a triunfar. Para construirse uno a sí mismo,
para crear y desarrollar el “yo soy” permanente, el esfuerzo en solitario no es
suficiente, se necesita de los demás, de un entrenador, de espejos en los que verse y
de mucha voluntad y esfuerzo.

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