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El César pasa

Emilio Rivano

Obama llega a Chile hacia el medio día del lunes 21 de marzo


luego de su visita al Brasil. Zarpa temprano el martes 22
rumbo al Salvador, terminando así su gira por Latinoamérica.
El despliegue de seguridad que se impone de las fuerzas que
acompañan al propio presidente estadounidense habría
cumplido holgadamente su función en Irak o en Afganistán.
Por el lado local, se le organiza una fiesta farandulera en la
que participan actores, comediantes, políticos, ex presidentes
de la república, familiares del presidente chileno, músicos. Se
pierden en esto las escasas horas que el presidente Obama
puede darle a Chile. El presidente chileno, Sebastián Piñera,
invita a los Obama a compartir un desayuno en su casa para
el día siguiente, junto a su familia, lo que el presidente
estadounidense rechaza. Otro personaje, el alcalde de
Santiago Pablo Zalaquett, ha intentado patéticamente y sin
éxito hacerle entrega a Obama de las llaves de la ciudad. En
un intento desesperado por lograr al menos una reunión
adicional, Piñera logra concertar una reunión-desayuno en el
hotel Sheraton, donde se aloja Obama, a primera hora del
martes 22. Pero, Piñera es atrapado en los embotellamientos
que su propia organización ha generado en Santiago. Sus
vehículos quedan estancados en los atochamientos. Se
atrasa y atrasa la salida de Obama de Chile. Al acecho ha
estado Zalaquett en el hotel, quien por esa falla logra colarse
tres minutitos y hacerle entrega de la llave a Obama y
sacarse la foto de rigor. Se aparece por fin Piñera semi
corriendo al hotel, cual colegial en problemas, sólo para
estrechar la mano de Obama, quien lo ha esperado para eso y
luego irse. La impresionante caravana de seguridad de
Obama sale de inmediato al aeropuerto.

***

--¿Quién es este huevón? –Es el presidente de este país, señor


–Revísalo

El espectáculo es grotesco. Por parte de Chile, enormes,


costosos, dolorosos (mediocres, fallidos, torpes, feúchos)
preparativos del patético comité de bienvenida y de los
aparatos de seguridad y de orden.

Entran los gringos sin pasaporte ni registro alguno a un


territorio que para todos los efectos reales es un territorio
hostil. Su perímetro de seguridad es toda la ciudad. Se
paraliza el centro, se evacuan sectores, hay agentes suyos
por doquier, algunos con su arma a punto, otros disfrazados
de turistas, de estudiantes, de oficinistas, de vagos. Los
aparatos locales quedan todos bajo las órdenes de los Estados
Unidos. Se rumorea sarcásticamente que hay operativos
disfrazados de postes de luz y de discos pare por las calles, y
de árboles en el cerro San Cristóbal. Nunca estuvieron aquí,
de acuerdo a la ley (no hay registros de ingreso al país ni
declaraciones de aduana, –¿Trae frutas o productos
orgánicos? –Sólo estas granadas de mano, esta Uzi y…) Pero,
obviamente, aquí estuvieron. La operación es militar. En
término tácticos, debería ser esencialmente por aire: Llevar al
Presidente a sus reuniones locales y bases de comando
central en helicóptero, protegido por la sofisticación de punta
del caso. Pero la “estrategia” es “civil”, de modo que se
impone el desplazamiento por los suelos (junto a muecas
“políticas”, de urbanidad.) Colapsa Santiago en los puntos
afectados, como todos saben, afligiendo a decenas de miles
de personas, y no ha habido ni la más mínima previsión de
todo esto por los responsables.

--¿Quién es este otro huevón? –Es el alcalde de esta ciudad,


señor --¿Qué chuchas quiere? –Quiere entregarle las llaves de
la ciudad al Presidente – ¿Las llaves? –Sí señor, las llaves de
Santiago – ¿Es una broma? Arresta a ese payaso irónico. Las
llaves las tenemos hace rato.

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