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II PREMIO INTERNACIONAL DE NOVELA NEGRA

RBA

Novela: “Crímenes Históricos”

Autor: Jeremías Pérez-Pérez (seudónimo)

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Buenos Aires, sábado 11 de agosto de 1955

Escena I: “¿Cómo puede uno ponerse a salvo de

aquello que jamás desaparece?”

La joven rubia sufrió el impacto del primer clavo

en el nacimiento de su cabello, que llevaba a lo

“garcon”.

La pistola neumática lo impulsó con tal fuerza que

penetró el hueso parietal izquierdo. La dejó sin habla al

fulminar el área de Broca, aunque el terror ya la tenía

muda.

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Al principio creyó que era alguien de maquillaje o

vestuario. Hacía tiempo, junto a un brasero, desnuda en

su bata bordó, esperando su turno para filmar.

Acariciaba un cuzquito vagabundo, cuando llegó la

parca por ella.

El segundo clavo atravesó limpio el agujero

magno del hueso occipital y llegó a la médula a través

del cerebelo.

El estruendo que metían los tramoyistas y

escenógrafos tapó todo el ruido de la escena que ocurría

en “Basafilms Argentinos”.

Tal el improbable nombre de la primera empresa

cinematográfica que tenía como objetivo declarado

defender la cultura nacional de la invasión

cinematográfica de Hollywood, aunque en realidad

encubría a la primera productora de pornografía

nacional.

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Sus estudios y talleres de producción se alojaban

en unos espaciosos galpones del barrio de La Boca, con

vistas al soleado Riachuelo que desembocaba en el Plata.

Basabilvaso Jebedhía, su mentor, propietario y

director de sus primeras producciones, era un malagueño

simpático y entrador con las mujeres que se había

dedicado al cine pornográfico bajo las narices de Franco,

hasta que fue expulsado por la Guardia Civil.

Dirigía con grandes aspavientos los acrobáticos

desempeños de sus actores y las agudísimas voces de sus

actrices, cuando un tumulto escandaloso obligó a

suspender la acción.

Corrieron todos en tropel semidesnudo y

variopinto hasta los fondos donde se almacenaban

decorados y tramoyas, para detenerse súbitamente

silenciosos en el cordón que formaban los brazos de los

operarios paralizados en torno a una pila de maderas

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recubiertas por un cobertor de seda negro que se cubría

de infinitos riachos carmesí.

Sobre ella, en contrahecho diseño macabro, el

delgado cuerpo de una joven rubia claveteado sin piedad

a su lecho de Procusto, trasmitía una belleza de flor

marchita que no terminaba de morir.

A su lado una novísima pistola de clavos “Black

and Decker” parecía humear en vapores azulinos.

Luego de un segundo de estupor el cineasta

reaccionó, dando órdenes a diestra y siniestra,

asumiendo también la dirección de la trágica realidad.

¡Pero a ver hombre, no os quedéis ahí parados

como momias!

¡Tú Salvador, llamad al médico y a la Asistencia

Pública!

¡Vosotros, fijáos si aún respira, cubridla con una

manta, traed sales, gasas, cubrid las heridas…!

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Pero aunque sus hombres salieron disparados a

cumplir los encargos y éstos fueron atendidos con

premura, era tarde.

La joven tenía bien interesados sus órganos

vitales y la vida se le fue en un suspiro, como un hálito

del último rayo de sol.

La Policía Federal, que tenía autoridad sobre todo

el territorio de Buenos Aires, la Capital de la República

Argentina, se hizo presente con todos sus recursos, que

fueron inútiles.

Las actrices lloraban conmocionadas o formaban

corrillos apretándose sus batas de seda, fumando como

con fruición y elegancia afrancesada.

La jovencita muerta era apenas una extra que

había sido llamada para entretener y preparar a los

galanes antes de entrar en acción y ninguno la conocía

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demasiado, según iban respondiendo al Comisario

Méndez:

-Creo que era una fulana del barrio de San Telmo,

o de Montserrat…

-Había empezado recién ayer, y no hablaba mucho

español, creo que era judía o polaca…

-Pobrecita, apenas llegaba a los veinte…

-Hoy no, no hablé con ella…

-Estaba muy flaquita la pobre…

Sacando huellas y tomando fotos estaban los

“canas” cuando una rajante llamada del Ministerio del

Interior sacó todo de la órbita de Homicidios y lo pasó a

Coordinación Federal, que tenía a su cargo los Delitos

Políticos y la Seguridad Pública.

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Los jefes de ambos departamentos cavilaban al

respecto, deponiendo sus tradicionales rivalidades ante

la curiosa situación.

El Comisario Méndez hacía los honores:

-Le dejo la posta mi amigo, hemos interrogado a

todos los presentes, actores, técnicos, tramoyistas y

operarios, ninguno parece ser sospechoso, el que no

estaba actuando o filmando estaba almorzando, o

trabajando en otro sector. Donde fue hallada era el

depósito de trastos y decorados viejos; el que lo hizo

vino de afuera, la dopó con cloroformo o éter y no

perdió tiempo en componer el cuadro, usó todo material

que tenía a mano, salvo la herramienta que nadie había

visto nunca, es importada y una novedad aquí…

-Gracias, colega, si no fuera porque está bien

muerto y enterrado en Tierra del Fuego, pensaría que

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esto es obra del petiso orejudo, me acuerdo de la

Academia, que él era el afecto a clavetear a sus

víctimas…

-Si, pero a mano y uno o dos clavos a lo sumo…y

sólo a un varón Jesualdo recuerdo se llamaba, aquí el

asesino se ha empleado a fondo, hemos contado

exactamente setenta y siete perforaciones, y dice el

forense, que parece haber seguido el patrón de un arte

medicinal japonés milenario, la acupuntura…

-Pues me parece que aquí no le ha hecho mucho

bien a la salud de la muchacha-se permitió irónico el

Comisario Mayor Montoya.

-Jé, Jé –musitó condescendiente Méndez, su

colega era hombre del Partido Peronista y no convenía

quedar mal con él -le dejo al dueño de la empresa, me

dijeron de la Jefatura que lo iba a manejar usted en

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persona -deslizo curioso- ya que eso significaba que el

hombre estaba vinculado de alguna manera al Poder.

Montoya, cabeceó vigorosamente y con un

apretón de manos despidió a su colega y se dirigió al

cubículo que hacía de oficina del dueño de casa, aunque

tenía instrucciones de no interrogarlo en absoluto.

BasaFilms era también la improbable fachada de

una sección muy especial del primer servicio de

contrainteligencia argentino, que respondía directo al

Presidente Perón, la CIDE, y sólo los militares a cargo

de ella iban a investigar el asunto, reportando sus

averiguaciones directamente al Líder.

-Ah, Montoya, una sola cosa más, -le gritó

Méndez desde su auto-¡el perro!

-¿Qué pasa con el perro?

-¡Que no ladró!

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Escena II: “El camino hacia lo alto y el camino

hacia lo bajo es uno y el mismo”

La procesión de la fiesta religiosa de “Corpus

Christi” ocupaba varias cuadras de la Avenida de Mayo.

Los fieles avanzaban de a miles entonando cantos

religiosos con frenesí político.

La multitud se acercaba a la Catedral

Metropolitana, un imponente Partenón que se enfrentaba

a la Casa Rosada, separado por la plaza de Mayo, donde

veinte años después las madres del pañuelo blanco

desafiarían a los mismos que hoy gritaban consignas

contra Perón.

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Como un escenario vivo de una obra griega

repetida desde el mil ochocientos, los actores

encarnaban el espíritu de la tragedia.

Los humos de la mirra y el incienso se elevaban

por sobre las almas enfebrecidas.

En las escalinatas espera el Cardenal Tato rodeado

de su séquito de leales señores católicos.

Entre ellos la plana mayor de la Marina de Guerra,

los purpurados, los comandos civiles de la Acción

Católica, el embajador de los Estados Unidos Albert

Nuffer.

A pocas cuadras del fin de la interminable

procesión, bajo la severa mirada del todopoderoso

Secretario de Prensa, Raúl Apod, refugiado en un auto

sin placas, dos policías de civil, rodeados de una claque

con carteles antigubernamentales prendían fuego a una

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bandera argentina, mientras un fotógrafo se aprestaba a

tomar placas de la escena.

Horas después el Ministro del Interior Borlengui

informaba al General que todos los diarios del país

tenían copias para la primera plana.

Tiempo después Churchill ironizaría diciendo que

Perón era el primer soldado en quemar su bandera y el

primer católico en quemar sus iglesias.

La última gran protesta contra el General había

sido un éxito y la loca conjura para darle muerte en la

Casa Rosada comenzó esa misma noche.

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Domingo, 12 de agosto de 1955

Escena III: “Si no se espera, no se encontrará lo

inesperado; puesto que lo inesperado es difícil y

arduo”.

Marcialmente recostado contra el estaño del bar

“Eibar” de Paseo Colón, donde según lo mentaba el

tango, iban los que tenían perdida la fe1, el Capitán

Damasco saboreaba su grapa y meditaba sobre lo

confuso del destino humano.

Con un fino bigote sobre el labio superior su

rostro, aunque marcial remitía a los galanes de cine

como Errol Flyn o Tyrone Power.

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“Whisky” de Héctor Marcó, 1951

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Su bien cortado traje de solapas enormes y

pantalones amplios se sostenía en su recia musculatura,

forjada en los deportes de contacto y no en los saltos

hípicos que preferían los “cajetillas” del Ejército.

No era un hombre particularmente religioso,

aunque su educación había sido católica y en cuarteles

asistía a misa regularmente los domingos. Como hombre

de acción, no le temblaba la voz al confesar sus pecados,

que no pasaban de los normales retozos con mujeres de

vida ligera y algún que otro machucado en nombre de la

patria, o del partido.

Siendo militar de carrera la muerte del enemigo,

en guerra, declarada o latente, no era un pecado, así que

solamente aquellos veniales, minuta pecatta, era

rápidamente despachados para pasar al rito de la

comunión y saldar su obligación hebdomadaria con

Dios.

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Sin embargo, los crímenes civiles, en su salvaje o

irracional composición, le eran incomprensibles. Su

educación desde joven había ido podando los excesos de

toda pasión forzando los impulsos a un preciso esquema

cartesiano.

Ahora en la mezcla milagrosa de policía y espía,

que el destino le había deparado, se veía compelido a

lidiar con un asesino de mujeres, la especie más

detestable en el rígido esquema de valores del militar.

Ya en el frente ruso, donde como joven

subteniente había sido observador dentro de la

Wehrmacht, había contemplado con repulsión los

excesos de la tropa sobre las mujeres tomadas como

prisioneras o usadas en la política del vientre arrasado.

De esos recuerdos sórdidos, lo rescató sin saber, el

cojo andar de Herodías Chitarroni, un informante de

poca monta, que se las daba de ciego en la esquina de

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Cangallo y Cerrito y que le traía algún soplo de tanto en

tanto a cambio de algunos billetes.

El falso ciego se le acercó respetuoso y encogido,

su negra trucha fruncida en un gesto zalamero, que el

militar espantó con un brusco ademán, como a una

mosca verde y zumbona.

-¿Qué le pasa hombre, se le ofrece algo para el

garguero?

-¡Sí mi capitán! Una grapita estaría bien…

-Sin grados, que estoy de civil. ¿Qué se sabe de la

polaquita muerta?

-Poco y nada mi capitán, recién había

desembarcado y no estaba conchabada por ninguna

organización, ni la Varsovia ni la zuimidal…

-¡Pero que dice hombre, eso es historia de hace

veinte años, ya lo contó el gorila Alsogaray, y se han

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desarmado para estas fechas. Esas mujeres vienen solas

y perdidas.

-Necesito que me diga algo del cafishio o del

patrón de la chiquita. Y rápido, antes que la noticia salte

a Crítica…

-Yo tenía otra cosa mi capitán…algo “grosso” que

se está montando para este mes…

Un sudor frió le corrió al capitán por la espalda y

no tenía nada que ver con el clima.

Las advertencias de golpes y contragolpes de

Estado florecían por estos días luego de la sentida

muerte de Evita, y todos los informantes vendían

pescado podrido…aunque alguno podía tener la

precisa….

-Mejor que se trate de algo serio hombre…ya no

pagamos por humo, sabe…

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-No mi capitán, le aseguro que esta vez tengo la precisa,

esta noche hay una tenida de aquellas…apenas tenga

algo le hago llegar el dato, pero ya sabe si tiene algo

para aceitar las máquinas….

-¡Aquí no, pase esta noche por lo de Cosme y será mejor

que tenga algo, ahora vía…que necesito pensar….!

Detrás de la barra espejada, el gallego Visitación

Gonzáles frotaba su trapo rejilla deshilachado con

frenesí sobre el desvaído metal abollado y plomizo y lo

miraba con inquietud.

Damasco no era un hombre locuaz, pero su ceño

fruncido y su expresión severa amedrentaba al español,

que ante el recrudecimiento del enfrentamiento entre

peronistas y antiperonistas, condición que reunía

secretamente, temía ser deportado en cualquier momento

como extranjero indeseable, a quien el gobierno aplicara

la ley de residencia.

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Pero las preocupaciones del Capitán, no tenían de

momento que ver con estos asuntos mundanos, sino más

sagrados en su aparente profanía.

Se preguntaba él sobre la razón por la cual Dios

permitía ciertos crímenes terribles y si ellos sólo eran

consecuencia de los pecados graves de las víctimas

cometidos en este mundo. Este catecismo infantil lo

había abandonado hacía décadas, luego de advertir en la

milicia, la política y los negocios, que los tipos más

canallas e indignos, o directamente hideputas, medraban

y gozaban de las aparentes bendiciones de los cielos.

Pero ahora, dudaba, cuando a su memoria curtida

en escenarios de muerte y sangre, volvían las fotos de la

jovencita polaca que había sido claveteada hasta morir

sobre la tapa de un humilde cajón de pino. Su rostro

angelical deformado por los clavos que le atravesaban

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los otrora bellos ojos azules, los pómulos eslavos

blancos de suave bello dorado, la frente estrecha e

infantil donde sus otrora bucles trigueños nacían como

un maizal en flor, toda esa piel lozana de querubín

horadada por recios clavos de siete pulgadas de hierro,

cuidadosamente dispuestos en cada punto erótico del

apetecible cuerpo de la mujercita de placer.

Dudaba y se preguntaba que terribles pecados de

la carne podría haber cometido ella, presa de una lujuria

bíblica, para merecer los sufrimientos del Gólgota,

apenas contados los diecinueve años, porque no había en

su historia ningún otro antecedente de muerte, gula o

envidia que lo ameritara.

Quizás fuese judía y el castigo por la muerte de

Jesús perseguía a esa pobre raza, como lo explicaban los

campos de prisión y exterminio del nacionalsocialismo

alemán, que le había tocado ver en persona.

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Años antes Perón mismo lo había enviado a la

vencida Alemania, secreta aliada del régimen, para

corroborar los horrores que los aliados ventilaban por

doquier y fue un testigo privilegiado de los campos

primero y de Nüremberg después.

Su discreto pero minucioso informe, guardado

bajo siete llaves por el propio Presidente, lo puso en

camino al cargo que ahora ocupaba.

La incipiente CIDE, o Central de Información y

Defensa del Estado, copiada de la estructura de la

americana CIA, que Damasco había conocido en su

antecedente militar.

La OSS, organizadora de la Resistencia en los

países ocupados y del Juicio a los jerarcas del régimen

nazi.

Esa “copia” había sido una de las ideas que a

Perón su informe le dio y era lógico que el joven

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capitán, que la había visto funcionar, casi desde adentro,

fuese llamado a dirigirla.

La derrota nazi imponía reemplazar la estructura

de la vieja CIDE creada por Freude, un filonazi amigo y

financista del General que había creado la Secretaría de

Coordinación de Informaciones del Estado a imagen y

semejanza de la GESTAPO.

Sin embargo, Damasco desconfiaba de la

interesada gentileza de los yanquis, que ya habían puesto

bajo su ala al Ejército Argentino, huérfano de la

paternidad germana.

-La CIDE Argentina y a mi cargo…¡Quién lo iba

a soñar en el Colegio Militar, yo, que no tenía padrinos

ni plata!

Damasco era hijo natural (como el General, decían

las malas lenguas) y su madre era modista, sólo que su

abuela, una vasca viuda de un banquero, había reparado

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las lujurias de su hijo y financiado sus estudios y la

carrera militar del nieto.

Esa era una de las cosas que lo hacían ser un

peronista convencido, llegar así, a la oficialidad primero,

por méritos propios, y al poder sin ser del Estado Mayor,

ni de las viejas familias patricias, era impensable años

antes.

La CIDE nada menos, y siendo capitán, aunque su

grado de coronel ya estaba firmado, le gustaba como

sonaba el viejo “cap”.

Recién mudados a un enjuto edificio en calle 25

de mayo, frente al Banco de la Nación Argentina, su

personal apenas llegaba a la centena, mayoritariamente

militares y policías transferidos de la Federal al nuevo

organismo.

Habían heredado algunos criptógrafos alemanes y

analistas de inteligencia de la Abwehr del Almirante

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Canalis, llegados meses antes de la derrota, con Ludwig

F. que enseñaban sus artes a los jóvenes espías en el

recién bautizado CENTRAL.

Pero la CIDE no terminaba o empezaba allí.

Abocados a la embrionaria guerra civil que dividía al

país desde de la segunda presidencia del Líder de los

Descamisados, la Inteligencia del Estado tenía que

informar al presidente de cualquier complot o resistencia

que se pudiera gestar en cualquier rincón de la sociedad.

Pero como el viejo zorro sabía mejor que nadie,

los complots en la Argentina, los armaban los militares,

que luego daban los golpes, a menudo a sus propios

camaradas de armas en el poder. La consabida debilidad

de la milicia eran las putas, y los secretos se ventilaban

mejor en las alcobas, así que la CIDE comenzó una

discreta recluta de mujeres cuya figura y clase pudiera

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llevarlos a las sábanas de los coroneles y la oficialidad

intermedia que pululaba por la Capital Federal del país.

La idea no era nueva y los rusos era maestros del

arte, a través de la Sección Quince del Tercer directorio

de la NKVD de Beria.

Para eso se había creado Basa Films.

Para ello se contrataron cientos de mujeres bellas

y de vida ligera, que pasaron a ser rentadas con los

fondos secretos que sólo el General y su Ministro de

Interior manejaban…los “fondos reservados” de la

CIDE.

Una de esas jovencitas había sido la polaquita

asesinada y el caso fue celosamente tabicado por la

Central, ya que, después de todo, la joven era parte de la

novel organización.

Dudaba Damasco que la cosa fuera política,

porque la agente todavía no había pasado de su etapa de

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entrenamiento sobre como sonsacar información a los

ardientes guerreros, y ni siquiera ella sabía que clase de

empresa era BasaFilms y mucho menos su dependencia

con el poder.

-Dudo demasiado para ser un militar, tal vez

porque nunca tuve mando de tropas. Dudo que esta niña

hubiera hecho algo para merecer esta muerte, y que

alguien nos haya querido mandar un mensaje con ella.

La llegada de su auxiliar, el Sargento Guindas, con el

auto oficial, sin insignias ni rótulo alguno que utilizaba

el Capitán lo sacó de su ensimismamiento político y

religioso. Ya no importaba la voluntad de Dios, la

voluntad de Perón era averiguar quién era el asesino, y

en el orden jerárquico del militar, no cabían dudas quien

tenía el mando. Así que sin saludar, salió raudo y se

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trepó al negro Ambassador que tronando se alejó rumbo

a la Casa Rosada.

Escena IV: “Es difícil luchar con el propio ánimo. Lo

que anhela, lo compra a cuenta del alma”

Donde se presenta la amante de Damasco, la pequeña

Alaska Membrives, el angel de plata, cantora de tangos

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y bailarina que se roe las uñas ante la certeza de su

reciente embarazo, fruto de las atenciones ardientes del

militar jefe del contraespionaje.

Alaska es menuda, casi pequeña en su escaso

metro cincuenta y tanto, pero minuciosamente perfecta,

como una cortesana china, con las habilidades de Bilitis

la grecofenicia que cantaban los poetas.

La encontramos sentada en su boudoir peinando

con lentitud exasperante su largo pelo rubio, mientras se

contempla con sus ojos color caramelo crítico. Estudia

su dentadura perfecta, su perfil delicado en el espejo de

tres lunas, sus hombres desnudos enfundados en una

bata de seda, que cae con mórbido desgano apenas

sostenida por sus rotundos senos de agudos pezones.

Solo el ocasional y nervioso mordisqueo de su

cutícula nos indica que algo tortura su espíritu sencillo y

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práctico. La falta de la regla, ya ha transcurrido un día

más del fatídico que indica la preñez y su cuerpo da

señales indubitables. No ha sido madre, pero ha tenido

que abortar ya en dos oportunidades y reconoce los

dolores y sensaciones que acompañan la reciente

gravidez.

Sabe también como le advirtiera la comadrona y el

cirujano del bigotito untuoso que su cuerpito gentil no

resistirá otra intervención abortiva.

Si quiere tener hijos, éste que lleva en su vientre

debe nacer.

-Pero como le explico a él…es gentil y bueno conmigo y

sé que me quiere bien, pero es un hombre duro. Esta

comenzando a ganarse la confianza de Perón y una

cosa así en este momento puede arruinar su carrera.

Casarse conmigo es impensable, no soy precisamente

Evita, aunque si el Coronel lo hizo…

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Su pobrecito razonar, a veces infantil a veces

sabio como el de una veterana de las tablas, se confundía

entre la esperanza y la desazón y la sumía en una

inquietud que no podía resistir inmóvil.

-Saldría a pasear por las tiendas Gath & Chavez,

por la calle Florida, se detendría a tomar un grog en la

Confitería Imperial, saldría, saldría a respirar el aire

fresco y eso despejaría su mente.

Y uniendo el pensamiento a la acción, con un fru-

fru de sedas y una imperceptible nube de perfume a su

alrededor salió del cuarto y se dirigió con la voz que los

críticos definían como grácil y meliflua a su asistente: -

¡María, avisále a los muchachos que vamos a salir, que

preparen el auto, nos vamos de compras!

Escena V: “Las almas huelen al Hades”

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Debajo de un farol que ilumina con amarillento

tizne la penumbra de la tarde de un frio invierno austral

–ha hecho solo cuatro grados Celsius por la mañana, y

solo unos pocos más, seguro, ahora –una figura

encapotada vigila, espectral, la ventana de Alaska.

-Me gusta esa mujer, me gusta sobre todo imaginar,

presentir cómo se va ir desgarrando la piel cuando la

abra con mi bisturí, me gusta imaginar la expresión de

su rostro cuando la hiera, como abrirá su boca para

gritar y los sonidos mueran en las cuerdas vocales

cortadas, e incrédula la abrirá más y más y por esa

gran fosa se le irá la vida, vida que ya no estará en sus

vientres que he de desgarrar en una gran y griega

invertida y vaciar …, así la hago mía, y de nadie más,

para que no puedan engañarme ni engendrar hijos de

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otros y desprendo delicadamente sus globos oculares de

sus nervios ópticos, para que nadie vea en ellos la

última escena fijada en sus retinas, mis ojos infernales

con la pupila de mi señor Lucifer latiendo en ellos,

pobre ojitos tristes, como los de la rubita que despené

ayer, mientras recorría el barrio de la cruz, iba con

andares algo torpes sobre sus zapatos nuevos, comencé

a seguirla cuando pasó frente a la Casa Colonial de

Defensa al ciento y ochenta, donde me entretenía como

un curioso más, haciéndome el interesado en el mirador

de la terraza la vieja casona de los Elorriaga…, iba

algo encorvada, avergonzada seguro por algún pecado

de lujuria o de sórdida bajeza, con hombre burdos y

necios que no sabían valorar su belleza ni su pureza y

con quien ella se revolcaba, mancillando lo más

sagrado de su pobre vida….A la altura de la Casa de

Rivadavia a dos cuadras de allí le di alcance y la

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superé, comenzando a darme vuelta para mirarla por

sobre las hombreras del grueso sobretodo y bajando el

ala del sombrero para que solo viera la diana de mis

ojos en sangre…algo asustada (no necesitaba el dinero

o percibió mi odio) dobló por Venezuela, antes de

Bolívar mientras el viento gélido de agosto nos

apretaba contra las paredes de la residencia del

fusilado Liniers, me retrase y la deje volver por

Defensa, y cuando entraba al pasaje San Lorenzo, para

salir a Paseo Colón, a ahogar sus penas en algún bar

de mala muerte, la ataqué y la maté frente a la casa del

Liberto… las sombras estrechas me dieron cobijo y

cumplí mi faena rápidamente, mientras apretaba su

boca con mi bufanda para que no gritara, corté

rápidamente glotis y abdomen bajo la sencilla pana de

su abrigo y la deje morir desangrada, mientras me

llevaba su hígado envuelto en el último número de La

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Prensa….quedó como una estatua derrengada y

desmoronada contra el umbral de mármol que se iba

tiñendo de rojo …huí por el Solar de French sin dejar

pistas y saboreando el manjar que cenaría esta noche

en el Averno…

Pero la siniestra escena ha tenido un testigo. Es el

hermano Zacarías que ha contemplado horrorizado toda

lo ocurrido, por entre la bruma que cubría toda la ciudad

al levantarse densa y maligna desde el riachuelo. Como

mero supernumerario de la “Orden de los Custodios del

Sepulcro de la Cabeza de San Juan el Bautista” no tenía

autoridad ni arrestos para intervenir ni tampoco el coraje

físico o moral. Arremangándose los largos faldones de

su hábito de percal, se dirigió con paso presuroso a la

iglesia ortodoxa del Parque Lezama que con sus cúpulas

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azules y sus cadenas rusas, desafiaba la levitación que la

espesa niebla imponía a todos los inmuebles del casco

histórico.

Escena VI: “Los ojos son testigos más precisos que los

oídos”

El venerable superior Maximum de la Orden

Magíster Reverendísimo Danubio Castelli, escucho

consternado el informe de su subordinado y lo despidió

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con un gesto cansino de su sarmientosa diestra. La

terrible nueva era en sí misma abominable pero por

añadidura y consecuentemente era catastrófica para la

Orden ahora cuando estaba tan cerca la probabilidad de

que el Enviado había casi convencido al guardián del

Tratado patagónico de vendérselo a la Orden por cien

mil pesos fuertes de oro máxime cuando el negociante

era nada menos que el Dr. Isidro Luz Montero. Era un

secreto a voces que la militancia política contra el

Régimen ponía al buen doctor en la mira de los esbirros

de Perón. Con un audible suspiro el superior se asomo al

ventanal que miraba hacia el monumento donde siglos

antes Pedro de Mendoza había fundado la impía ciudad

de Buenos Aires. La bruma se habia convertido en un

solido manto que sólo permitía adivinar en la mortecina

resolana de las farolas de la plaza la silueta de los

edificios y monumentos. Sin embargo con la mirada fija

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en donde sabía estaban los bajorrelieves que narraban las

peripecias y los afanes de los primeros expedicionarios

que conquistaron la Argentina, su mente viajo en el

tiempo cientocuarenta años a un hombre que no dudaria

en calificar de demoníaco: el siniestro masón y

revolucionario Jacobino de la América Hispana

Bernardo de Monteagudo.

Escena VII: “Los buscadores de oro cavan muy hondo

en la tierra y hallan muy poco”

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--Soy Bernardo Monteagudo, mason y jefe secreto de los

espías del ejército libertador de la América del Sul, bajo

el mando del General San Martín…

después de varios minutos de contemplar el encabezado

de lo que pretendía fuera su testamento, en caso que algo

le ocurriera, el hombre moreno y apuesto que mesaba

sus cabellos con gesto obsesivo, entregó la hoja de papel

al fuego de la candela que iluminaba su cabina.

--No puedo correr el riesgo que esto caiga en manos

enemigas y delate nuestros planes, presentes o futuros, la

historia o la gloria, tendrán que esperar, y después de

todo, no teniendo yo hijos, a quien le importa—pensó

con resignación.

Se hallaba a bordo del George Canning, el buque que en

secreto, como todo lo que a ella le competía, utilizaba la

Logia Lautaro como insignia y medio seguro de

desplazamiento de sus hombres en la conquista de la

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América hispana. En ese instante, la portezuela del

diminuto cuarto que ocupaba, a la sazón el del

contramaestre de la nave, se abrió con serena premura y

una figura alta, embozada en su capa de viaje entró con

ruido de botas y metales. La luz bailoteó en el rostro

curtido y pétreo de José de San Martín, sin poder

arrancarle una chispa de alegría a su gravedad habitual.

--Doctor, no tenemos un minuto que perder, O Higgins

nos espera. El carruaje está presto y la ruta despejada por

sólo un par de horas antes que los godos se enteren de

nuestra presencia. Debemos zarpar antes de ello. Así que

en marcha, hablaremos en el camino.

--Si mi general—masculló el aludido, sabedor que el

título utilizado por el militar no modificaba la autoridad

que emanaban de sus palabras, tomó las inapropiadas

pistolas de duelo inglesas cargadas que llevaba siempre

a mano, se cubrió con su capa de viaje y emprendió el

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camino detrás del líder y jefe de la liberación de todo el

sur americano.

En la penumbra del amanecer Santiaguino abordaron el

carruaje oscuro que los aguardaba con dos caballos

mustios y emprendieron una marcha cautelosa pero

veloz por la ciudad dormida.

--El General nos espera en una casa segura que ni

siquiera el cochero conoce. Llegaremos a él por una

serie de postas, que sus hombres van armando sobre la

marcha, una vez que verifican que las gentes del General

Ceballos Ontiveros no estan al tanto de nuestros planes

—le musitó a San Martín una vez seguros a bordo de la

calesa que se puso en marcha seguida por una discreta

custodia de dos hombres a caballo, uno al frente y otro

por detrás, que tendrían la valerosa misión de dejar sus

caballos a los pasajeros y enfrentar hasta morir cualquier

intento de capturarlos, mientras estos huían al galope.

41
La misión que emprendían no era en territorio

español, pero casi. Corria 1817 y los realistas habían

sido derrotados en la batalla de Chacabuco, pero no

expulsados de Chile.

Las ciudades capitales de las repúblicas indianas

que habían proclamado su independencia en los

comienzos del mil ochocientos no estaban precisamente

tras las líneas enemigas, pero los formidables ejércitos

desplegados por España en la rebelde América, para

estos años tenían casi a sitio las colonias.

La Metrópoli, además, contaba con una red de

aliados y leales que aún convivían y se movían con total

libertad en el territorio liberado del yugo español, como

se leía en los documentos y proclamas de la época.

Llegaron casi al rayar el alba a un quinta en las

afueras de Providencia. Los jinetes de la escolta habían

caracoleado con sus caballos los alrededores de la finca,

42
y regresaban ahora envueltos en la bruma de los alientos

y pifios de las bestias.

-Todo tranquilo mi general, pueden bajar.

Por las celosías de los postigones atisbaban ojos

amigos y cuidaban armas patrias al noble chileno.

Los espías del General Realista Marcó del Pont, a

las órdenes de Osorio, apostados en la loma cercana

cubiertos por la bruma de la noche y los arbustos

salvajes, retiraron el catalejo y enviaron un mensajero a

dar aviso de la llegada de los rioplatenses.

Menos de una hora después la reunión a puertas

cerradas había terminado. Los caballos se cambiaron en

la posta y la discreta comitiva partió como había

llegado, con sigilo y premura.

En el silencio de la calesa, mientras San Martin

dormitaba acunado por el rítmico cloquear de los cascos

43
contra el rocoso suelo, Monteagudo se sumió en

reflexiones y recuerdos que le motivaban la misión que

estaba acometiendo.

La sentencia de aquel filósofo griego del pante rei

lo acompañaba como un amuleto:

La medida de nuestra fuerza es hasta que punto

podemos acomodarnos a la apariencia, a la necesidad

de la mentira, sin perecer.

Esa había sido su divisa, su lema, ahora cuando lo

único que recordaba de todos estos años era el

cansancio. Batallar parecía ser su único reposo y destino.

Jornadas enteras dedicadas a difundir valor, con el rigor

de la pluma, y de las ideas a hombres que temían perder

las regalías de su esclavitud por un sueño de libertad que

amenazaba disolverse a cada minuto, con el humo de los

fusiles realistas. Y la más terrible lucha, la del hombre

44
consigo mismo. Pudo haber sido un hombre del sistema

que se desmoronaba, haberse forrado las alforjas y luego

cuando la batalla estuviera decidida cambiarse de bando.

Tantos lo habían hecho y habían preservado a sus

familias por generaciones. Pero él no tenía familia, ni

sabia si llegaría vivo a ver algún hijo.

– ¿Porqué entonces…?

—la Revolución es para mi un acto sagrado

—un acto sagrado que explica un misterio –aquí llego

como el último y el más joven de los aprendices

admitidos –y juro por Dios y por San Juan, por la

Escuadra y el Compás –sometiéndome al juicio de

todos, so pena de tener mi lengua cortada bajo la

barbilla y de ser enterrado bajo las olas, allí donde

ninguna persona pueda averiguarlo jamás ¿Cómo ser

45
un revolucionario, sin ser un rebelde? Es que el triunfo

de la rebelión suprema, la rotura de los opresivos

vínculos exigen de mi obediencia ciega.

Hoy se me ha encargado una misión de la mayor

importancia. Tutelar el tratado secreto por el cual, a

cambio de su alianza militar y política, el protectorado

de Chile, recibirá de las Provincias Unidas del Río de la

Plata, las tierras situadas al sur del Río Colorado, al

este de la Cordillera de los Andes. El tratado contiene

mil argucias puesto que los políticos de Buenos Aires no

juegan limpio y Rivadavia desconfía del General y en

realidad no piensan cumplirlo a pie juntillas

precisamente. Sin embargo, la causa de la libertad del

hombre que la francmasonería persigue en Europa y en

América toda desde antes del mil setecientos, no puede

46
detenerse en las minucias de unos políticos

provincianos.

Escena VIII: “No sabrían el nombre de justicia, si no

existiesen estas cosas”.

En Buenos Aires, los conjurados contra Perón, por

la sacra hostia y el relicario sagrado se reunían en una

apartada quinta en San Vicente, no lejos de donde

décadas después el viejo león herbívoro regresaría a

morir.

Allí estaban todos, el cadavérico marino cuyos

ojos rojos brillaban de odio fanático, el flemático

soldado de terno oscuro, los jactanciosos pilotos

hambrientos de acción y de fama como sus admirados

héroes de la Luftwaffe, los civiles católicos militantes.

47
La cena fue frugal y las espesas cortinas protegían

a los hombres y a sus secretos.

La fría noche invernal ponía carámbanos en las

ventanas de la vieja casona.

Tenía la palabra el General de Infantería que

mantenía mando de tropas a pesar de su discreta

oposición al Lider, su voz era mesurada, como su tono:

-No es posible adelantar los tiempos, no tenemos

la certeza que toda la oficialidad responda a nuestra

convocatoria esta vez, la Junta de Calificaciones se está

reuniendo y algunos camaradas de armas, condicionan

su apoyo a los ascensos o a los fracasos. Mi consejo es

esperar hasta la primavera…

Los aviadores replicaron con voces airadas;

-La tiranía no resiste más, el pueblo está con nosotros,

hace falta un acto definitivo que acabe con el dictador,

de una vez por todas y para siempre. El escarmiento ha

48
de ser terrible y sangriento para que nadie dude de

nuestra resolución y fuerza…

El marino terció con ambigüedad manifiesta:

-No puedo dejar de compartir la pasión de nuestros

camaradas del aire, cada día que pasa se denigra más la

república con estos cabecitas negros. La Armada

argentina estará lista para responder cuando la hora

llegue, ni antes ni después…

La sesión se levantó sin que se despejaran del aire

denso del humo de los cigarrillos y de las posturas

antagónicas y odios ventilados, el matiz trágico de la

noche.

Un hombrecito insignificante, bajito y con un

delgado bigote negro se desprendió del grueso y salio

por una puerta disimulada bajo el hueco de una escalera

de servicio. Aunque nadie lo sabía, era el dueño de casa.

49
El médico Isidro Luz Montero descendia de un

notable patriota de la independencia, que había muerto

en la absoluta pobreza, asesinado por facciones

opositoras. Este sino violento había acompañado a su

familia materna a lo largo de la historia.

La fortuna venía de la línea paterna, vacas y

contrabando, la primera industria rioplatense.

El doctor había tratado de compensar esa cruz,

sirviendo siempre, en hospitales rurales y urbanos sin

recursos, pagando siempre de su bolsillo las vendas y

remedios. Siempre había sido un creyente ferviente,

como su nana le había enseñado desde niño, cuando su

madre partió para no volver nunca.

Atravesó un caracol sombrío de escaleras

interiores que recorría la casona como un esqueleto de

serpiente y desembocó en su estudio, un amplio y

50
luminoso cuarto con bibliotecas de madera, chimenea de

mármol y lámparas de difusa luz.

El joven dandy que lo esperaba fumaba nervioso

recorriendo los libros alineados primorosamente en

series de perfecta simetría.

-Poe, Conan Doyle, Stevenson, Queen, hasta

Akutagawa, me sorprende Ud. doctor, no le conocía esta

afición literaria…

-Es uno de mis pasatiempos, acabo de estar con

Borges y me ha prometido traerme su último cuento,

creo que algo así como el compás y la muerte…

-Ah, el inspector de gallinas y pollos, parece que

sigue escribiendo, ha demostrado tener coraje al no huir

a Montevideo como tantos otros…

-Sí en efecto es un antiperonista convencido,

aunque ateo por desgracia…o agnóstico según se menta.

51
-Sigue Ud. embarcado en luchar contra el Poder,

no es muy saludable, pero supongo que me conviene.

Estoy seguro que nuestro pequeño secreto servirá en sus

propósitos políticos…

-Eso no le concierne, mi interés es puramente

histórico. Ahora bien, ha reconsiderado mi oferta. ¿Qué

me responde?

El joven se mesó los cabellos con nerviosismo,

sabía que ésta era la última joya de la abuela y si no

tenía suerte en el Casino de Montecarlo, le quedaba solo

el último tiro mirando al Mediterráneo.

-¡Mi última contraoferta, cien mil pesos fuertes de

oro y cerramos!

El doctor lo contempló con sus ojitos de mangosta

entrecerrados. Lo que pedía el ludópata chozno de

Monteagudo era una pequeña fortuna, aunque solo una

porción insignificante de la suya, y una arma poderosa

52
en la lucha política. Su posesión y uso diplomático

adecuado podría inclinar a los chilenos a colaborar en

derrocar a Perón. No lo dudó más.

Con la frialdad y laconismo que le admiraban en

los quirófanos musitó: -Hecho, el 16 de junio cuando

abran los bancos, tendrá aquí su dinero. Traiga el

documento. Buenas noches, mi asistente lo acompañará

a la salida en unos minutos, cuando mis invitados se

retiren.

Sin más lo dejó solo en la vasta estancia.

El joven vicioso quedó un segundo atónito por el

rápido descenlace. Vaciló un instantes, caminó atisbando

por las ventanas la noche cerrada y el balet asordinado

de las luces que se alejaban. Relajado se dispuso a

hojear un libro que su anfitrión había dejado abierto al

azar…

53
“…, quiero decir que el Diablo puede estar

sentado en el torreón de este Castillo en este mismo

instante, el gran Diablo del Universo…”2

Ocultos sus autos en la arboleda damasquina, los

agentes de la CIDE anotaban las chapas de los coches

que partían. A Damasco le interesaría saber que el dato

del ciego era bueno. Todo el grupo golpista de Toranzo

Montero había venido a cenar. El mal olor no venía solo

de las flores purpúreas y amarillas que brotaban

desafiantes al frío. Algo estaba podrido allí en la vieja

casona.

2
El honor de Israel Gow, Gilbert K. Chesterton

54
Mucho más al sur en la ciudad que bailaba sobre

Corrientes, el capitán Damasco, luciendo un smoking

blanco como el de Ricky en Casablanca bailaba un tango

muy contenido y concentrado con Alaska, temblorosa y

lujuriosa como un champán burbujeante en su vestido de

lamé dorado.

Al cuello ella luce un dogal de madreperla y

terciopelo que resalta la blancura de su piel y el sutil

latido de las azules venas de su cuello.

Mientras seguía los compases de Caló la mente

del militar metido a policía aficionado no podía librarse

de las imágenes en blanco y negro que mitigaban el

carnaval sangriento que era el cuerpo de la joven hallada

55
en el umbral de una casa histórica del barrio de

Montserrat.

La Federal se las había dejado sobre el escritorio

con una prisa poco común a los celos entre las fuerzas,

con cierta ansiedad para librarse del fardo o la esperanza

de que la seguridad del Estado hallara una respuesta al

segundo de unos crímenes desconcertantes para Buenos

Aires del cincuenta.

La vida murió, los asesinos bailan Tango…la cita

del poema de Kraus le vino a la mente, en alemán, como

cuando lo estudiaba en el Colegio Militar de la Nación. 3

Curiosos juegos los de la mente.

3
Karl Kraus “Tod und Tango”, Die Fackel, 1913, citado por Cozarinsky,E. en
Milongas, edhasa, 2008, p. 83

56
Lunes, 13 de junio 1955

Escena IX: “Muerte es todo lo que vemos, cuando

estamos despiertos; mas lo que vemos estando

dormidos, es sueño”

57
-Que sencillo resulta para algunos, lo que a otros no es

por completo imposible.

-Se refiere Ud. a asesinar a sangre fría, supongo, la

guerra ha de ser otra cosa.

-Nunca ha tenido que matar en cumplimiento del deber,

o sí claro, pero en caliente.

-En caliente.

Montoya y Damasco tomaban café en el soleado

despacho de este último en la Central de los espías del

Presidente. Esperaban a Méndez, que traía novedades.

El Comisario entró algo contrito, con el sombrero en la

mano y un portafolios en la otra. Saludó con un

movimiento de cabeza a los dos hombres y comenzó a

sacar fotos en blanco y negro.

-Si acaso se llamara solamente María…, pero no, les

presento lo que queda de María Ana Nicolás, hallada en

58
el campo santo de la parroquia blanca de Montserrat,

hoy a las tres de la madrugada. Horario de muerte

probable, de una a dos, alguien que ceno mal, porque

además de degollarla de oreja a oreja y abrirla en canal,

se llevó las vísceras.

-También hacía la calle –afirmó –Montoya

-No precisamente, pero sí era una naifa fina, bailaba,

para el Barón Mekata, nada menos, era un primor.

Hiroshi Mekata, Barón de Kantó, el nombre le

trajo a Damasco, a la memoria el contenido del dossier

del mítico personaje.

Agente del Imperio del Sol Naciente en Buenos

Aires durante la guerra, fanático del tango, introductor

de su enseñanza en el Japón y un gran bailarín, él

mismo.

Un perfecto sádico.

-La mataron con cuchillo.

59
-Si uno muy fino, un bisturí tal vez. O una espada corta

nipona dice nuestro erudito forense.

-Y antes la estrangularon.

-No, la doparon con eter.

-Alguien ha leído muy bien la historia.

-Sí el corte fue desde la derecha a la izquierda, para que

pensemos que es zurdo.

-Zurdo, ni siquiera sabemos si es hombre.

-Demonio no creo.

-Tenía marcas de ataduras por todo el cuerpo.

-¡Pero no estaba atada cuando la hallaron!

-Son de antigua data.

-Busquen a Mekata.

-Hecho, esta bajo vigilancia, en su residencia en

Palermo.

-Resumamos, qué sabemos hasta ahora.

-De acuerdo, Méndez, Ud. es el experto.

60
-Bien. Gracias. Hasta ahora tres mujeres. La polaquita,

Emma, claveteada a morir. Sin amistades conocidas.

Recién llegada. Ni siquiera hablaba el idioma. No hay

móviles, ni sospechosos. La segunda, también

eviscerada, se robaron un órgano, lo cual no ha sido

informado a la prensa, degollada, mujer pública, su

nombre real Anita, conocida como Marta, su historia,

similar a la de las otras. Sin sospechosos a la vista en su

entorno, pero seguimos investigando.La tercera, podría

ser la clave, pupila de Mekata, mestiza peruana

japonesa, su alias “Susuki”, seguro supo algo de su

organización, o quiso chantajear a su amo y éste la

despachó en persona o no, habría que ver su coartada.

—En ese caso –terció Montoya- las otras dos muertes

fueron para ocultar ésta…

61
El silencio que oreaba la última hipótesis lanzada al aire,

fue interrumpido por el estruendo del teléfono negro del

escritorio de Damasco…

-Sí, comprendido, que suba. Su segundo, Méndez, le

trae algo muy urgente.

El oficial entró y se cuadró, traía una caja que parecía de

habanos en su mano.

-¿Qué nos trae Inspector…?

Nos llamó el Director de La Prensa, el Sr. Juan Triste,

acaba de recibir esto en el Jockey Club, donde se

preparaba a almorzar, cosa que creo ya no hará…

Los hombres rodearon a Méndez, que deshacía el

nudo de seda amarilla que rodeaba la madera. En su

interior, rodeada de aserrín, un pálido capullo de carne,

parecía latir bajo el tibio sol del mediodía que entraba

por los ventanales.

62
El policía extrajo con cuidado el pliego lacrado en

sangre que se sujetaba en la tapa de la caja. Al abrirlo,

lo golpeó el encabezado en tinta roja:

Desde el Averno…

Después de leer la carta, quedaron en silencio,

hasta que la letra de Tinta roja tarareada por Montoya,

tanguero y cínico, acostumbrado a la picana y a las

traiciones del poder, los hizo reaccionar.

-¿Con que nos encontramos? Esto ya no es político,

aunque puede causar pánico en la población y sumarse a

la situación actual, que Uds. Conocen muy bien, de

cualquier manera, hay que pararlo sí o sí –ordenó

Damasco.

-Alguien muy enfermo está jugando a reproducir

crímenes famosos.

63
-Explíquese.

-Primero, como me hizo notar Montoya, el último

crimen del Petiso Orejudo, los clavos…

-Pero también los puntos de la acupuntura japonesa…

-Y ahora, la copia de Jack el destripador, el asesino

inglés…

-Pero también, la geisha de Mekata…

-Si puede ser que quieran despitarnos…

-Y les va bastante bien…

-Las próximas medidas, señores, ponemos el toque de

queda en Montserrat para las furcias, las detenemos a

todas, arrestamos a Mekata y lo picaneamos, que les

parece…

-Si queremos evitar el pánico –mi estimado Montoya –

nada de eso es conveniente, ni tampoco queremos un

escándalo con Tokio ni Washington, el Baron es un

diplomático y un destacado hombre de la cultura…

64
El teléfono negro volvío a sonar. Damasco escuchó con

el ceño fruncido y la mano crispada sobre el escritorio.

Cuando colgó puso fin a la reunión con la agenda de

reunirse cuando hubiera novedades a cualquier hora, o al

mediodía del siguiente miércoles. Esta noche tenía

milonga en el Chantecler con la funcion numero cien de

Alaska, y seguro amanecería tarde, y el horno no estaba

para bollos. Acababan de aparecer dos nuevos

cadáveres, que caían sobre su escritorio.

Escena X: “Dioses y hombres honran a los caídos en

la guerra”

Buenos Aires ya me hace acordar a Berlín,

pensaba pesaroso el militar. Habían llegado a la quema

65
de Jose Leon Suarez, un basural a las afueras de la

ciudad que parecía expandirse con los trabajadores

llegados de todo el país, formando barriadas populares

que crecían día a día sin agua, ni luz, ni cloacas, aunque

el gobierno declamara todo lo contrario.

En el frenético viaje hasta allí leyó los informes

de vigilancia de la noche anterior. La tenida que el

cieguito de los versos de Carriego le había informado

había tenido lugar. Todavía se procesaban las fotos y las

matrículas de los autos, pero estaba allí lo más granado

de la derecha golpista y conspiradora. Hasta el delegado

de la CIA en Buenos Aires había finalmente asistido, lo

que significaba que los Estados Unidos conspiraban

desembozadamente contra Perón. Otra que Braden –

pensó Damasco –amargo. El auto se detuvo. Al regreso a

CENTRAL pediría reunión urgente con el General.

Mientras tanto duplicaría la vigilancia sobre el

66
impecable doctorcito de los pobres y eminente

historiador. Algo le decía que su rol era más importante

que el de mero anfitrión culinario. Al bajar el hedor de

basura quemada le trajo a la memoria el de los campos

de concentración que había visitado en Europa. El grupo

de gente se amontonaba alrededor de un bulto tirado en

el piso. El forense de la Federal, el “erudito” Dr.

Montedifeltro se incorporaba con el ceño fruncido. El

“fiambre” estaba listo para ser introducido en una

ambulancia azul, el furgón de la morgue, tapado por una

sábana roñosa. Luego de los saludos de rigor, el médico

lo llevó a un aparte.

-Lo hice llamar porque se trata de uno de los suyos.

Tiene puesto el uniforme de gala, recién planchado, pero

se lo han puesto luego de muerto. Lo han vestido como

para un funeral.

67
-¿Para después tirarlo a un basural? No me cierra.

¿Cómo murió?

-Torturado.

¿Qué? ¿Picana, submarino, submarino seco, pinzas,

calor y frío?

-No, nada tan vulgar. Fue atravesado por múltiples

flechas y por lo que veo murió desangrado. Le tiraron

estando de pie, desnudo y atado.

-¿Flechas, que me va a decir que lo mataron los indios

ranqueles?

-No, le diría que lo mataron los romanos.

-No me joda doctor.

-Nada más lejano de mi ánimo. Fue atravesado como si

fuera una reproducción de San Esteban, el santo y

mártir…

68
Escena XI: “A las grandes penas corresponden

mayores recompensas”

Sogas. Sogas blancas y negras. La mujer esta

cubierta de sogas como si fueran langostas que la

devoran. Su cuerpo desnudo y sin color parece brillar de

sudor sobre la cama de seda azul. Esta viva y muy

excitada. Jadea. El hombre a su lado, vestido solo con

una pollera ceremonial, la hakama, en cambio parece

indiferente. Realiza el arte de la atadura con minuciosa

paciencia, recorre cada extremidad con varias vueltas de

soga de fibras de bambú y practica un complicado nudo

de manera de presionar puntos determinados del cuerpo

yaciente. Con nada nudo extrae un gemido de placer y

dolor de la mujer. La presión de las ataduras aumenta

69
con el placer y los temblores y el placer del cuerpo

siguen creciendo a medida que el hombre se acerca al

cuello de su víctima. O acaso no se trata de una víctima.

Cuando el clímax llega en oleadas a la garganta de la

oriental, que trata de gritar a través del prieto cinturón de

gasa que la amordaza, el hombre amarillo y atlético se

quita la negra pollera y se trepa al lecho.

Una hora después el hombre esta siendo bañado

por dos ceremoniosas mujeres que frotan con vigor dos

esponjas naturales en su espalda y muslos. Se encuentra

sentado en un taburete bajo con la cabeza gacha entre los

hombros. A su lado humea una tina enorme empotrada

en el piso de mármol. En minutos se sumergirá en el

ofuro, el baño a sesenta grados que muy pocos hombres

pueden resistir sin aullar de dolor. La puerta corrediza de

papel y madera se desliza sin ruido y un hombre

pequeño repta dentro de cuarto, su frente toca casi el

70
piso alfombrado con tatami tres veces en reverencias

sucesivas.

-Hable Okira, ¿Han encontrado a Susuki?

-Sí mi señor, nuestros contactos en la policía dicen

que anoche, pero que la investigación pasó a la CIDE.

La conversación tuvo lugar en castellano. El

Barón lo hablaba a la perfección y tenía prohibido a su

personal hablarle en japonés mientras estuvieran en la

Argentina.

Si la noticia lo conmovió no se le notó en un

músculo. Toda su concentración estaba puesta en

sumergirse y contener el dolor en la gran tina.

La escena pareció detenerse. Las mujeres y el

secretario contemplaban inmóviles y casi sin respirar el

ballet del cuerpo entrando miembro a miembro en el

agua caldeada. Momentos después la noble cabeza

emergió del agua y el rostro humeaba. Los negros ojos

71
parecían de amatista pulida. La boca se abrió para

ordenar. Que preparen mi mejor frac para mañana. El

miércoles por la noche iré a bailar al Chantecler. Con

reverencias y susurros la escena se descompuso y el

cuerpo humeante quedó solo en su tina. Los

pensamientos se agolparon en su cabeza. Esta noche

cantaba Alaska y su novio el jefe de la CIDE estaría allí.

Lo vería y mediría fuerzas con él. Un digno rival. El

Baron valoraba el coraje y la inteligencia y sabía que

Damasco tenía ambos. A diferencia de los militares

argentinos que nunca habían visto un campo de batalla,

sabía que el joven capitan había recorrido los frentes de

la segunda guerra mundial más sangrientos, a casi un

año del inevitable final. Y hoy era el único que quizás

comprendía la batalla que se libraba en su país. Un

batalla que ya llevaba mucho más tiempo que el que se

imaginaba él mismo. La muerte de la mujer era un hecho

72
insignifcante para el Baron. El había ocupado una

posición similar a la de Damasco en la Corte del

Emperador, hasta que fue desplazado por los fascistas

que llevaron a la derrota al Imperio. Habia enviado

hombres propios a la muerte y había ordenado la muerte

de muchos otros. Eso le había permitido sobrevivir y

mantener contactos fluídos con los americanos que hoy

lo consideraban una pieza clave en la reconstrucción de

su patria. Y el junto con su partido, los usaría y les haría

pagar Hiroshima y Nagashaki. Oh si, aunque tardase

siglos, pagarían.

En privado –otoko ga naku no wa mittomo nai-4,

el baron lloró-demo

naki5-lloró por su patria y sus muertos, lloró por Susuki

y por su alma.

4
“Un hombre que llora es algo feo de ver”
5
“Llorar para honrar”

73
Escena XII: “El hombre prende una luz para sí mismo

durante la noche, cuando ha muerto, pero todavía

vive”

Ella lucía primorosa. Damasco ya estaba

acostumbrado a las horas que pasaba frente al espejo,

maquillándose, peinándose, ensayando, hasta que todo

quedaba perfecto. Le gustaba mirarla como ahora

tendido vestido en la gran cama con dosel. Hacía una

hora que estaba listo. Fumaba y la miraba sin hablar. Le

74
molestaba que le hablara cuando se arreglaba. A él no le

importaba. Hablar no era algo que le diera placer.

Contemplarla era como ver el mar ondular.

Reconcentrado. Aislado de toda otra cosa que no fuera

su tarea. Ondular, maquillarse, peinarse. Una

concentración perfecta. Un tango sonando en el viejo

gramófono del dormitorio. Los nuevos tocadiscos no

sonaban igual. Les faltaba el rasguido del tiempo

desgranándose en cada acorde. El tango terminó y un

angel pasó. Ella habló.

-¿Damasco?

-¿Sí? Extrañado.

-¿Vos me querés?

-Sabes que sí.

-¿Me querés en serio?

-Claro que sí, mi amor, ¿porqué me preguntás eso?

-Tengo miedo.

75
-No te preocupes, lo vamos a agarrar, antes que mate de

nuevo. La radio, la maldita radio ya lo está propalando

-se dijo.

-¿Qué decís? ¡Quien mató a quién!

-Nada, es algo del laburo. ¿Porque tenés miedo?

-Por nosotros. Por el futuro.

-No te preocupes. El futuro es siempre incierto. Lo que

cuenta es el hoy.

-No digas eso. No me gusta oírlo. No ahora. Y comenzó

a sollozar muy quedo. Damasco se levantó con cierto

desconcierto y angustia. No le gustaba ver llorar a una

mujer. No le gustaba la gente que lloraba. Lo hacía

sentirse muy vulnerable. Le puso las manos en los

hombros. Ella le tomó las manos muy fuerte.

-Estoy embarazada…

-Lo que nos faltaba –pensó él.

76
Martes, 14 de junio 1955

Escena XIII: “Es fatigoso trabajar para los mismos y

obedecerlos”

La Quinta de Olivos, la residencia de verano del

Presidente de la Nación Argentina, parecía extenderse en

una infinita serie de muros anaranjados, bordeados de

frescos árboles de jaracarandés que dejaban caer su

77
lluvia celeste sobre los viandantes menos asombrados

que Roosevelt.

Para vivir permanentemente en ella, situada fuera

de los límites de la Capital Federal, Perón obtuvo del

Congreso la eximición de pedir permiso cada vez que

cruzaba los límites de la ciudad e hizo de ella su lugar

preferido, luego de la muerte de Evita donde andaba en

moto –según las malas lenguas con las adolescentes de

la Unión de Estudiantes Secundarias bien aferradas a la

ancha espalda del “macho”—disfrutaba de sus cine y

zoológico privado y filosofaba en largas peripatéticas

con ministros y políticos.

Cuando Damasco llegó a la Casona luego de

atravesar los amplios bosques y jardines que la

rodeaban, el sol de la mañana escorzaba cada detalle de

la fachada sobre la enorme pileta fuente que la espejaba,

reflejando sus dos pisos y el mirador, en un blanco

78
intenso. La guardia policial y militar era discreta pero

importante. En el jardín lo esperaba el Jefe de la Casa

Militar, vestido de fajina y con la cuarenta y cinco al

cinto, lo que le recordó los tiempos que corrían.

Lo condujo a la Biblioteca donde Perón terminaba

de departir con su biógrafo europeo Virgil Gheortghiu,

“el hombre que viajaba solo” un rumano que había sido

miembro de las Wehrmacht , con fama de literato y

antisemita que por ese entonces vivía en Olivos,

empapándose de la vida y milagros del Líder para su

obra.

Perón vestía de civil con saco pie de poule blanco

y negro impecable, corbata y pantalón de raya que se

marcaba como una armadura, pero cerca de su mano en

el escritorio brillaba una colt bruñida y al desaire

apoyado en el ángulo de la pared un fusil automático

belga –el nuevo FAL argentino –desentonaba con los

79
muebles de estilo. Se levantó con su sonrisa Odol para

despedir al ilustre huésped, a quien el Capitán saludó

con fría cortesía, pero al cerrar la puerta, su rostro

adquirió la dureza entre pétrea e indígena que dimanaba

el don de mando que subyugaba a las masas.

--Mi General, Capitán Damasco reportándose.

-Descanse, Coronel, su nombramiento ya está

firmado.

-Sí, Señor, Gracias.

-Dicen que dijo Platón que filosofar es un

aprendizaje para la muerte, pero cuando uno siente la

Parca cada día en la cabecera de la cama al despertarse,

como yo hace años, vive filosofando. ¿Qué opina

Coronel?

--Yo sólo soy un soldado Mi General… La

pregunta era retórica y Damasco sabía que al Líder le

gustaban los prolegómenos como al Viejo Vizcacha.

80
--Escribir la biografía de su vida uno mismo, es

una manera de decidir el futuro, pero no se trata aquí de

mi vanidad, sino de la construcción política de un

proyecto de país. San Martín, Rosas, Yo, una línea

común en defensa de la soberanía política, la

independencia económica….Ud. comprende. ¿Qué me

trae hoy Damasco, los conspiradores no duermen, la

ambición trabaja, verdad?

--En efecto, Mi General, se está preparando algo

para el jueves 16 de junio, algo que implica a la

Aviación Naval y algunas guarniciones de Ejército, me

temo que se trataría de un nuevo atentado contra Ud. En

el informe de hoy están todos los elementos de reunión

de inteligencia, y el análisis que hace la Secretaría…pero

hay algo más…

-¿Algo peor?

81
-No sabría decirle mi General. Ha surgido una

línea tangencial a la investigación sobre el loco de las

prostitutas y este atentado, según parece hay una versión

de un tratado firmado por San Martín y Ohiggins

relativo a la patagonia, que se está por vender a los

ultramontanos, una orden religiosa mística pero

peligrosa por alguna logia masónica. Aquí está la carpeta

con todo el material para su análisis y decisión. Ha

habido un par de muertes que pueden estar

relacionadas…

-No le parece que los argentinos somos algo

ingenuos, Coronel, esto me huele al protocolo de los

Sabios de Sión y esas paparruchadas. De cualquiera

manera si existe ese documento, debe ser hallado y

destruido ¡Lo último que nos falta es que acusen a San

Martín de promasón, judío y traidor a la patria!

-¡Como UD. Ordene mi General!

82
-Mientras aquí andábamos conspirando todos

contra todos o contrabandeando en pelotas, como decía

San Martín, los yanquis ya tenían un gobierno

funcionando, con Congreso y Corte Suprema, en plena

industrialización…A veces me pregunto, si el dos mil no

nos encontrará dominados por los brasileños, sino por

los yanquis…pero algo es seguro yo no lo veré Coronel,

Uds. los jóvenes tendrán que estar preparados para dar

batalla.

-Sí mi General, pero Ud. estará al frente.

-No lo sé Amancio, como decía Julio César, la

muerte es un fin necesario y cuando haya de venir,

vendrá…puede retirarse, a la noche hablamos….tengo

que recibir a los Generales en una hora y debo ponerme

el uniforme…los idus de marzo, todavía no han

llegado….vaya, vaya, Coronel, es usted un hombre leal,

83
pero los más se cansan de servir siempre a los mismos

amos.

Mientras el militar salía, Perón se quedó solo

contemplando el sol alzarse sobre los jaracandás de la

Residencia. Tenía la certeza que mientras la gente lo

sintiera como parte de ellos mismos, pero más que lo

que ellos eran, cuando el Poder del Líder fuera el Poder

del Pueblo, su carisma subsistiría, pero cuando el espejo

se rompiera, la Revolución Justicialista, habría llegado a

su fin, y tal vez, su propia vida también.

Tres aves levantaron vuelo en ese momento,

recortándose contra el frío cielo celeste y blanco.

-Me pregunto que dirían los augures de esa señal –

murmuró el General, sólo en su laberinto.

Escena XIV: “El rayo gobierna todas las cosas”

84
El General se estaba poniendo muy

metafísico para los tiempos que corrían, reflexionaba

Damasco, mientras el auto salía a todo escape de la

Residencia rumbo a la Capital. La noche anterior no

había dormido y ya estaba sintiendo los efectos. A la

doce lo había llamado el Comisario M desde

Coordinación Federal para invitarlo a una sesión de

interrogatorio en los sótanos del Departamento Central

de Policía. El militar no era amigo de los métodos de

indagación del policía, y en el fondo lo asqueaba la

tortura, pues sabía que los hombres destrozados

cantaban cualquier cosa para zafar. Llegó tarde adrede y

ya todo había pasado. Sobre una alambre de cama

oxidado de orines y sangre un guiñapo humano brillante

en agua y sudor se estremecía después de haber recibido

descargas eléctricas durante la última hora, de una

85
batería de auto conectada al elástico. Enfrente en un

escritorio iluminado por un halo amarillento, un

taquígrafo y un grabador a cinta descansaban. M se

lavaba el torso sin camisa en un piletón mugroso

adosado a la pared. En el aire se mezclaban los hedores

del miedo con la carne quemada y el sudor almizcle y

aliento agrio de los torturadores.

-¿Quién es?

-Lo chupamos anoche a la salida de una reunión

golpista. Es un civil que trabaja con la gente de la

marina, pero también parece que pertenece a una

hermandad de católicos militantes, la de los custodios de

la cabeza de San Juan el Bautista, o algo así… --el

comisario no era un hombre muy religioso –nos

confirmó que el brulote será esta semana, muy

probablemente el jueves y van a participar hombres de la

aviación naval, pero no sabe para qué…

86
-Será nomás, ya son varios los informes que

confirman la acción para el mismo día y es probable que

pretendan copar algún cuartel con infantes de marina…

-Pero hay algo más, raro –dijo el policía

extendiéndole la trascripción mecanografiada de la

sesión —algo de un tratado secreto con Chile, algo

histórico, de la época de San Martín, que un traidor a

una logia masónica quiere venderle al doctorcito Luz

Montero, nada menos…

-¿Al médico de los pobres? Así que el anfitrión de

los golpistas sigue jugando al historiador. ¡Que más

querrá ser este hombre, por qué no se casa y se deja de

joder!

Pero al leer más detalladamente el informe que el

otro le extendía, su ceño se frunció. No era momento

para que semejante tema saliera a la luz. M lo contemplo

87
con curiosidad y le sumó intriga a la cosa con un

comentario.

-Nos dijo también que le están desapareciendo

compañeros. El militar saetado era uno de ellos, también

parece que hirvieron a otro en aceite como a un tal San

Juan…

-¿Y este podrá reclamar haber sido un nuevo San

Lorenzo, no?

-¿Cómo dice Coronel, no le entiendo?

-No importa, Comisario, buen trabajo, mañana le

informaré a primera hora al General.

-Sí déle mis saludos y mi lealtad a la Causa.

-Serán dados.

Y Damasco hizo mutis por las sombrías escaleras

que lo llevaban a la fría noche y al cálido lecho de su

muñequita de satén y percal.

88
El comisario ladró un par de órdenes y la siniestra

función se deshizo. El pobre infeliz al calabozo, y los

policías a sus cubiles. Miro con afecto a la picana .El

simple pero temible artificio eléctrico inventado, dicen

por el hijo de un poeta, quedaría latente, como el rayo en

el cielo, listo para ser convocado para iluminar la

verdad. Mientras se liaba un faso, le vino a la memoria

un poema aprendido en sus años escolares:

Llueve en el mar con un murmullo lento.

La brisa gime tanto, que da pena.

El día es largo y triste. El elemento

duerme el sueño pesado de la arena

Llueve. La lluvia lánguida trasciende

su olor de flor helada y desabrida.

El día es largo y triste. Uno comprende

que la muerte es así..., que así es la vida.

89
Sigue lloviendo. El día es triste y largo.

En el remoto gris se abisma el ser.

Llueve... y uno quisiera, sin embargo,

que no acabara nunca de llover. 6

Pero al salir, vio que no llovía, aunque hacía frío,

un frío de mierda.

Escena XV: “El camino de las hélices del batán, recto

y curvo, es uno y el mismo”

El pobre infeliz que fue arrojado al calabozo más

perdido de la leonera de la Jefatura de Policía en la

Avenida Belgrano, no sabía si estaba vivo o muerto.

Pero sabía que no había revelado el secreto más vital de

6
Olas Grises. Leopoldo Lugones. “El libro de los paisajes” 1917

90
la reunión, porque no lo sabía. Su mente adolorida lo

llevó de nuevo al brillo de los salones donde…las

hélices, las hélices se acercaban demasiado…

Para Damasco, la noche no había terminado, la

radio del auto crepitó cuando estaban llegando a su casa,

informando que se había encontrado un cuerpo

acribillado en una banquina del camino negro que iba de

la Capital a los suburbios más humildes. El auto giró en

redondo y lo condujo hacia los puentes que atravesaban

el Riachuelo.

La conversación con Alaska había disparado los

fantasmas de su pasado. El nunca había conocido a su

padre, no al menos hasta muy tarde, a través de su

abuela que se hizo cargo de su pasar económico cuando

su madre murió, joven todavía y lo salvo del orfanato.

En cambio fue al Liceo y luego al Colegio Militar

91
donde destacó en deportes, idiomas, don de mando, y

eso le permitió escalar. Su abuela tenía algunas

relaciones fruto de la pretenciosa casa de citas que

regenteba en la Manzana de las luces, donde concurrían

generales, diplomáticos y ministros, pero sin la llegada

de la Revolución, jamás hubiera podido aspirar a ser

oficial de Estado Mayor. La Revolución primero y Perón

después lo había cambiado todo para bien en su vida.

Pero nunca había pensado en tener una familia. No haber

tenido padre lo hacía sentirse inepto para la tarea. Si

alguna vez se casaba, había pensado, hubiera sido por

relaciones sociales con alguna linda piba hija de una

buena familia, con plata, para darse algunos gustos y no

ser un cornudo consciente, como la mayoría de sus

camaradas que se unián a mujeres fatales como Alaska.

En realidad, su nombre verdadero era María y tampoco

había conocido a su padre. Eso los había unido al

92
principio. Dos existencialistas sin mas deseo que pasarla

bien, bailar tango, hacer el amor. O al menos así había

sido hasta que el reloj biológico de ella prendió su

despertador. Había estado rara en las últimas semanas.

Pensando en su madre y contándole una y otra vez como

ella era enfermera rural y su desconocido padre el

médico que atendía en el dispensario donde trataban de

paliar las epidemias que la pobreza repartía por el norte

del país. Ella quedó embarazada con su consentimiento y

se iban a casar cuando volvieran a la capital, pero el

diablo metió la cola y la enfermerita romántica se

enamoró de un viajante cantor de tangos que había

quedado internado con un brote del mal de Chagas. Y

cuando pudo partir se fue con él, sin decirle adiós al

doctorcito. El cantor de tangos la abandonó cuando la

niña tenía apenas un año y su madre tuvo que aprender a

ganarse la vida bailando como él le había enseñado. Así

93
creció Maria Margarita, y si primero fue Margot, el

tango, le hizo cambiar su seudónimo por el de Alaska,

un lugar mítico, una arcadia donde hubiera oro y nunca

hiciere calor. Apropiado para un angel de hielo dorado,

que era la imagen que quería dar. Aunque había tenido

muchos amantes, no era una cualquiera y sabía poner en

su lugar al que se propasare. Ahora quería convertirse en

madre, y eso al valiente guerrero, le daba pánico.

Cuando llegó a la vera del Riachuelo, el nuevo finado se

escurría sobre los grasientos adoquines de la calle

Caminito, pero por suerte no era ni mujer ni mártir, un

buen tiroteo y algunos palos, dieron cuenta de un leal

militante peronista, un delegado sindical que había sido

capturado por los gorilas, o por la patronal…ya se

sabría, todo terminaba por saberse, tarde o temprano. El

94
mundo era una burbuja transparente, recordaba haber

leído en un poema alemán…

Escena XVI: “El tiempo es un niño que juega con los

dados; el reino es de un niño”

Los hombres del sombrero y la solapa levantada

siguieron a su objetivo hasta el Parque Lezama por una

calle Defensa oscura como un barrial funesto.

Las cloacas hedían y había orines de perro

humeando en cada zaguán.

San Telmo no era un lugar pituco entonces.

95
La figura se encorvaba contra el viento y su hábito

de estambre grueso ondulaba como un paño de vela

cangreja enfrentando un tifón.

Las sandalias resonaban contra los adoquines

como pistoletazos, lo que hacía fácil seguirlo, para los

culatas de la CIDE.

No eran tipos de reflejos rápidos, mejores en

poner boleta que en seguimientos, pero los tiempos de

brulotes, bombazos y asonadas cuartelarias, hacían

imperioso contar con todo el material humano

disponible.

El hombre del sayal marrón había salido más

temprano de la Catedral Ortodoxa de la avenida Brasil,

había deambulado por las callecitas mientras la noche

iba cayendo, como esperando algo. Paso y entró unos

minutos a la Iglesia de Independencia y Tacuarí y

96
regresó ya cercana la hora nona al parque que miraban

las cúpulas azules.

Uno de los pesados se fue hacia el Bar Británico a

llamar por teléfono reportando su posición y pidiendo un

auto de apoyo, en previsión de una guardia nocturna.

-Llegará enseguida. Estamos en zona de la

Central. ¿Qué hizo el fulano?

-Nada, se sentó a leer su breviario, creo.

La luna acariciaba el lomo de la estatuta de la loba de

Romulo y Reno que coronaba uno de los picos de la

meseta sobre la que reposaba el Parque. Los hombres

vigilaban desde abajo, en el anfiteatro donde la gente

veía a la orquesta sinfónica ensayar. Pocos se animaban

con el frío, pero había cierto movimiento que disimulaba

a los vigilantes. El monje con su cabeza cubierta por el

manto desafiaba el viento en un banco bajo las farolas de

la punta Este lo que hizo que los espiones se arrebujaran

97
en sus abrigos a encender cigarrillos en las gradas altas

del estadio que daban a los frentes de la Catedral.

-Parece que espera a alguien.

-Parece, como que la primera en la iglesia, le

falló…

-Atenti, parece que uno se le acerca…

-Afirmativo, les veo las cabezas desde aquí abajo,

están chamuyando, vamos subiendo para identificar al

fulano.

-¡Lo surtió! El monje cabecea para atrás…

-¡Ma qué…lo puso, no ves como cae para atrás…

corré, busca el auto, que se raja por Martín García…!

-¡Corré vos que el otro se nos espianta!

Y mientras el pesado cargaba contra la silueta

embozada que se perdía en las sombras de la pendiente

hacia la Avenida que salía en tangente de San Telmo

hacia el barrio de Constitución, la silueta yaciente se le

98
iba muriendo en nutrir un amplio lago de sangre, como

una res degollada, pataleando.

El milico de consigna terminó parando al inútil

guardaespalda, con mucho espamento y tocando pito a

todo pulmón, lo que atrajo a músicos y curiosos, y

cuando se convenció que era “servicio” ya el asesino se

había montado a un coche estacionado en el límite del

parque y le daba todo el escape.

-Se pudrío todo… Damasco nos cuelga de las

pelotas…

El auto del cuchillero había partido rumbo a la

Boca en un alarido de cubiertas y echando humo como

una locomotora.

Sólo un golpe de suerte hizo que el auto oficial

con los tres servicios diera la vuelta por Paseo Colón a

tiempo para ver a su compañero corriendo hacia el coche

que arrancaba. Fueron tras él.

99
Cuando lo hallaron detenido con el motor

humeando, pudieron descubrir dos cosas relevantes: que

el auto habría sido robado, porque tenía desfondada la

cerradura del lado del acompañante y que el fulano se

había metido en un cabaret de mala muerte que

frecuentaban los marineros del puerto. La hiriente luz

roja del interior se proyectaba con fuerza hacia fuera

impelida por los desafinados acordes de acordeones y

guitarras que arremetian contra cualquier tango. La idea

era meter barullo, acompañar las borracheras de los

clientes y tapara los gritos y jadeos que venían de los

privados de la planta alta. El lugar estaba floreciente, no

menos de cien personas metian barullo como un

regimiento de ocas en celo, así que era imposible entrar

a buscar al cuchillero, sin un allanamiento judicial con

toda la guardia de infantería dando apoyo. No quedaba

mucho para hacer más que vigilar y preguntar. Otro auto

100
llegó de apoyo y los agentes entraron a husmear sin

mucha ilusión. Dieron vueltas entre suecos borrachos

aferrados a cervezas frias y francesas calientes aferradas

a cafishios sobrios. Había clientes de alcurnia buscando

emociones fuertes, como el Baron Mekata, que bajaba

arreglando su impecable esmoquin de las habitaciones

de la planta alta, pero lo que hizo que los servicios

tomaran nota sorprendidos fue ver al circunspecto Dr.

ILM sentado muy encorvado en un reservado

cuchilleando con una linda naifa de pelo colorado.

Ya afuera, comparando notas, la radio motorola del auto

empezó a crepitar con furor. Otra mina habia sido

encontrada destripada, precisamente en el lado oeste del

Parque de donde venían. Al parecer degollada, y

eviscerada, otra más, pobrecita –comentaron.

101
Lima, 28 de enero 1825

Escena XVII: “Los hombres ignoran que lo divergente

está de acuerdo consigo mismo”

San Martín ha firmado ya hace de esto casi diez años,

con O”Higgins, tambien un grado alto de nuestra

Logia, el Ttratado Patagónico. Fue poco tiempo

después de nuestro encuentro en Santiago de Chile y su

102
único ejemplar y copia auténtica yace en mi caja fuerte

de Lima, hasta mañana, en que al abrigo de la noche

deberé entregarlo a los agentes de Lautaro para que lo

trasladen sano y salvo a Londres en el George Canning,

nuestro buque correo, que se encuentra amarrado en El

Callao.

En la quietud de su estudio en Lima, fumando un

puro habanero, Monteagudo piensa en sus asesinos.

Su muerte es un hecho cierto, anunciado por todas

las voces de Lima, muchos la desean, algunos ya la

ordenado, varios se aprestan a asestar el golpe.

A él le toca, ironía del destino, elegir la mano que

lo despenará, y el momento y el culpable, en bien de la

causa de la Revolución.

El responsable no será perdonado por el

todopoderoso Simón Bolívar, su jefe ahora que San

Martín organiza en Europa los levantamientos contra la

103
Quintuple Alianza Restauradora, ni por O Higgins el

segundo general más poderoso de la America Hispana y

ambos tendrán una excusa para librarse de alguno de los

enemigos más soterrados e intocables de la causa.

La iniciación en los tempranos años de la

Universidad, le recordó sus diálogos con Moreno, su

mentor.

–Ahora le inicio a UD. en el culto de los autores

secretos de una nueva filosofía del hombre, que debería

acabar con las corporaciones medievales y el

oscurantismo eclesial, ¿sabe para qué?

–Para que surja el nuevo ejemplar de un renovado

hombre, que no haga del culto a la muerte su credo. La

vida esta aquí y en la humanidad, la que se edificará por

obra de la Revolución. No en las pirámides ni en las

104
iglesias y el único pecado es la traición al progreso y a la

justicia.

Sin embargo las fuerzas de la reacción son

poderosas y sus agentes en el nuevo mundo numerosos.

Solo la alquimia de la libertad podía movilizar a

las poblaciones andrajosas y hambrientas, sometidas a

la tiranía centenaria de la metrópoli a la lucha armada,

terrible, a veces suicida.

Como Belgrano lo hubo demostrado con su

Constitución para los pueblos de Mandisobí, al dotar de

ciudadanía y derechos a todos los hermanos indígenas

que los jesuitas explotaron durante siglos, hoy son ellos

el germen de una provincia leal y hacendosa que

defiende como un jaguar a Tucumán y al frente norte de

las Provincias Unidas rioplatenses.

105
La cultura de la muerte y de la vida después de la

muerte, que era lo mismo, celebrada en ídolos o cruces,

sumía a los hombres en la obediencia a la injusticia.

Y la prosa y capacidad organizativa de un

Monteagudo era esencial para el éxito de la campaña,

por la guerra de zapa o de guerrillas, por la

desinformación de los dobles agentes, por la potencia de

sus publicaciones que se multiplicaban en prensas

clandestinas, por doquier…

Había llegado a Perú aborrecido por los hombres

del General Rodil, por el lado realista y por los del lado

criollo odiado entrañablemente por los esbirros del

Ministro Gobernante Sánchez Carrió. Hoy, por hoy, éste

y su liga republicana, secesionista del gran proyecto de

106
la Confederación de Estados Hispanoamericanos, es más

peligroso que el alicaído león español.

Pero también tenía enemigos en esposos de

mujeres que fueron sus amantes, deudas de juego y los

deudos de los fusilados o encarcelados por su mando

altivo, odiosos del abogado argentino pagado de sí

mismo, cuando San Martín lo había puesto al mando de

Lima.

Esa noche, de fragante verano limeño, Monteagudo salió

sin su custodia a la cerrada nocturnidad y a su destino.

Visitó durante algunas horas a su querida más dilecta,

Doña Juana Salguero y regresaba paseando por la

Alameda de los Descalzos, cuando la bruma nocturna

comenzaba a subir. Los asesinos emboscados detrás de

la muralla del Convento de San Juan de Dios, decidieron

107
dar el golpe antes que cruzara el puente hacia el centro

de la ciudad colonial y su segura residencia, la Casa del

Oidor, que le había sido asignada como honor por

Bolívar.

El “negro trompudo” –como le motaban –tiene

tinte la piel como negra su alma. Se hace llamar

Candelario Espinoza y lleva su cuchillo de larga hoja

bien afilado bajo el poncho. Su cómplice Ramón

Moreyra, sólo pensaba en las joyas y el oro de su

desconocida víctima.

La noche cerrada caía sobre Lima y sobre la

historia del Congreso de Panamá y de la gran Nación

Hispanoamericana.

Buenos Aires, miércoles 15 junio 1955

108
Escena XVIII: “A los que contemplan la noche: en las

cosas que según los hombres son misterios, se inicia

sin consagración”

El Doctor escucha Schubert con unción religiosa.

La tristeza de la melodía refleja su estado interior. Para

su desgracia, el doctor no ha muerto joven como su

admirado compositor. Mejor hubiera sido. Nunca fue un

ser excepcional, un médico deslumbrante o un científico

innovador. Tampoco le importó tanto el otro como para

dedicarse a servir al prójimo.

El “Fierabrás” se escurre desgarrador por las

grietas de su alma y por las celosías cerradas de las

ventanas de su estudio, como si las notas buscaran algo

de claridad, un alivio de aire y luz a la asfixiante

atmósfera interior.

109
La noticia de la muerte de un joven militar,

colaborador de la causa, lo ha afectado. Conocía a su

familia. Sabe que ha muerto con gran sufrimiento. Los

masones no juegan.

Se toman muy en serio hacer saber que han sido

ellos y que todos sepan lo que cuesta oponerse a la

Logia.

La lucha por el secreto es sin cuartel. Se acerca a

la centuria y no ha perdido virulencia. Pocas causas

humanas han durado tanto en su locura de muerte y

crueldad. En este siglo al menos. Pero ellos no son de

este siglo. Y nosotros tampoco.

Dios no ha muerto. Pero la última guerra ha

arrancado al Salvador del alma de los hombres. El

Anticristo reina sobre la Tierra y el Diablo ha acorralado

a los hombres piadosos en el rincón de las iglesias y los

ritos.

110
Pero eso no contaba para los legionarios de San

Juan.

Esta noche haría el pago al traidor de los masones.

No le agradaba el trato, era inmoral. Pero el premio era

demasiado importante, aunque pusiera en peligro su

alma inmortal.

No, eso no, lo hacía por la causa de Dios en la

Tierra. La batalla debía ser ganada, aunque se le fuera la

vida en eso. No tenía miedo. La muerte o el tormento

serían un alivio.

Comenzó los preparativos para la reunión. En un

talego negro de cuero, muy firme fue acomodando uno a

uno los patacones de oro, en hileras doradas de bruñida

pátina.

Cada moneda acuñada por el Banco Central

equivalía a mil pesos fuertes. No era su peso que apenas

llegaba a algunos gramos la fuente de su valor, sino lo

111
miles de lingotes que eran la reserva del país y que

atiborraban después de la guerra los sótanos del gran

palacete blindado en la calle Reconquista.

Cien monedas que podían comprar casi todo lo

que un hombre codicioso podría desear.

El brillo mortecino del oro hipnotiza a Luz

Montero y lo transporta la historia del Tratado que acaba

de adquirir y los sucesos que estaban ocurriendo en la

ciudad.

En el otro extremo de la ciudad otro hombre

recorre las mismas imágenes.

Amanece. El Magíster de la Orden del Sepulcro

de la Cabeza de San Juan el Bautista, ha convocado a

todos sus priores y mientras las farolas del Parque

Lezama dispersaban surtidores de luz sobre las gotas de

agua que flotaban en el aire, los generales de una guerra

112
secreta que estaba a punto de reiniciarse en el Río de la

Plata, comenzaron a llegar.

Cuando Monteagudo es asesinado en Lima, todas

sus iniciativas políticas caen en una parálisis que poco a

poco las conduce al olvido. Las mezquindades localistas

predominan y los mediocres se hacen con el poder.

Bolívar queda encerrado en sus luchas por la gran

Colombia y olvida el sur a las guerras fraticidas y

caudillajes más diversos, dando por perdida la idea de

una gran confederación de naciones hispanas.

En esos planes, el Tratado Patagónico jugaba un

rol maestro, pues forzaría a Buenos Aires a declinar sus

pretensiones hegemónicas, son pena de perder todo el

sur de su territorio legalmente a manos de los

trasandinos, jugados con O¨Higgins a la suerte de la gran

alianza movilizada por Bolívar y la Logia.

113
Buenos Aires echo a rodar interesadas versiones

de difusas causas que habrían precipitado el hecho

terrible, ninguna cierta, pero ninguna demasiado alejada

a la vida ajetreada y aventurera del espía.

A lo largo de los años, la Logia Lautaro primero y

la Latinoamericana después, lucharon encarnizadamente,

conspiraron, espiaron, compraron y mataron, pero

lograron recuperar el valioso pliego que no volvió a salir

de Buenos Aires y fue puesto en secreto bajo la custodia

de los descendientes de Monteagudo, argentinos y

masones desde siempre.

En los últimos años, una vida dispendiosa y banal,

había llevado al último de los choznos del patriota a la

desesperación financiera y a ceder a las ofertas de los

ultracatólicos que firmes en Chile, deseaban el tratado

para lograr ventajas y prebendas en el país trasandino.

114
La hermandad a que la él pertenecía, era un brazo

centenario de la guerra sin tiempo entre la masonería y

la iglesia católica, que se remontaba a las cruzadas y a

los templarios.

Desde los arcanos del tiempo veía al arquitecto del

Templo de Salomón, Hamed Abif, el hijo de la viuda y

primer masón, asesinado por los celotes de Pablo, el

apóstol que nunca conoció el mensaje de amor de Jesús

y que fue el verdadero arquitecto de la Iglesia de Pedro,

el simple pero verdadero discípulo.

Los hombres de la hermandad habían recibido

diversos destinos dentro y fuera de la estructura formal

de la Iglesia, ya como órdenes religiosas o dentro de

ellas, como prelaturas personales del Papa, como el

Opus Dei, o como la Sacra Rota o la Inquisición. Desde

el comienzo de los tiempos habían batallado en todos los

frentes y contra todos los enemigos de Roma.

115
Pero de todas las traiciones y renuncias, flaquezas

y debilidades, la que ahora amenazaba a la hermandad

era sin duda la más peligrosa.

Si el amok o locura asesina del Hermano Hidé era

investigada y descubierta por las autoridades peronistas,

en guerra abierta y declarada con la Iglesia Católica, el

aparato propagandístico del régimen, la CIDE, el

Secretario Apod, utilizarían cada centímetro de los

diarios, cada minuto de los noticieros y radios para

denostar y defenestrar a su enemiga mortal, y Hidé sería

no sólo una pérdida monumental de prestigio, sino el

verdugo involuntario de la unión entre el Estado y la

religión en Argentina. El país entero podría perderse.

No había tiempo que perder.

116
Miércoles, 15 de junio 1955

Escena XIX: “Los cerdos se satisfacen en la

inmundicia antes bien que en el agua pura”

Donde se advierte que Damasco y el Baron no son tan

distintos. La visita al burdel. El crimen del hervido. El

ajuste de cuentas a los gorilas. Las torturas de los

comisarios y la justicia medieval de los jueces

nacionales (tango las cuarenta) . Los intereses de las

percantas. El seguimiento al piringundín de los pobres y

Jack.

117
-Los chinos dicen que los japoneses somos bárbaros.

Nosotros decimos que los coreanos son bárbaros.

Durante la guerra los usamos como guardias en los

campos de concentración y en los dos mil años de

hostilidad soterrada que llevamos con los chinos hemos

cometido atrocidades con sus pueblos que me fuerzan a

darle la razón. Pero eso no quita que siempre nos hemos

analizado y cuestionado severamente nuestros actos y

pulsiones, si tengo que usar las voces del querido Dr.

Freud, con quien he departido muchas veces en la Viena

anterior a la guerra, siendo yo un joven estudiante de

lenguas vivas.

-Siempre crei que era un pueblo complejo…

-No, en realidad, somos infantiles…

Sin duda el Barón era la excepcion que confirmaba la

regla, o la regla no era válida y el Baron era una prueba

118
de ello. Lo mas probable es que pretenda engañarme –

dedujo Damasco.

Estaban ambos vestidos como dos pinguinos

engominados fumando puros en un salón privado del

Chantecler, donde los espejos reflejaban el lujo de las

arañas y la voluptuosidad de los nobles humos se

contagiaba a los sillones de estilo donde descansaban de

los agotadores tangos. Las damas habían quedado en el

gran salon de la planta baja del Chantecler de la Avenida

Corrientes y Lavalle, el primero mucho más famoso y

humilde había quedado atrás en Montevideo. Luego de

la función número cien de Alaska que había hecho vibrar

a la asistencia con su interpretación (en el escenario se

transforma y la vocecita de niñita desvalida se

transforma en un ronco ronroneo melódico, y ondula

bajo las luces como una pantera blanca –advirtió el

Capitán para sí) el salón se habia convertido en un

119
muestrario de talentos danzísticos (son una tribu

primitiva y el tango es su rito de apareamiento –

reflexionaba el japonés, que nunca había conseguido que

sus discipulos coterráneos lo bailaran con ese frenesí

contenido y sensual de los argentinos, en realidad los

amarillos lo juegan, como una ronda colectiva) y todos

habían girado como derviches alcoholizados durante una

larga hora, antes de una pausa para que la orquesta

descansara. Allí fue cuando Mekata se le acercó con su

natural habilidad para moverse en las recepciones y

soires y lo invitó a fumar un puro en el primer piso. Se

habían tratado antes en embajadas y actos patrios de los

dos países ya que los americanos lo habían nombrado

attache de la ocupada nación oriental. Era un

representante del nuevo Japon que estaban surgiendo

bajo la gubia de Marshall luego que la aplanadora

nuclear de Truman dejara al país devastado como un

120
bloque de mármol virgen listo para esculpir. La

conversación giró alrededor de las alternativas políticas

en el país y los efectos que la Revolución peronista

estaba trayendo en las relaciones con los Estados

Unidos, embarcada en plena guerra fría y de quien

Mekata hablaba con una mezcla de sorna y resentida

pesadumbre. Estaban promediando los sublimes

maduros Cohiba cuando tras un silencio que se llevó a

un angel intoxicado por los vahos indianos, el rostro del

oriental se tensó como un tambor ceremonial y sus ojos

brillaron con la dureza de la obsidiana:

-Una amiga muy querida ha sido víctima de un crimen

horrendo y me dicen que el caso está bajo su

autoridad…

-No es algo del dominio público, pero sí en efecto,

creemos que puede tener algún tinte político…

121
-Sepa que estoy a sus órdenes para colaborar en lo que

se pueda…

-Lo tendré muy en cuenta –cerró ceremonioso el militar

antes de levantarse y saludar al diplomático que quedó

solo terminando su habano en el saloncito. A pesar de no

ser un lingüista cabal, al jefe de la CIDE no le había

pasado por alto el matiz castizo de la expresión usada

por su interlocutor, que denotaba la intención de resaltar

su ajenidad al crimen.

-Ya veremos si este cachafaz, me toma por un gil, o es

un otario nomás… y volvió a los brazos de Alaska que

se ciñeron como sierpes de seda a su cuello, mientras

sonaba ¿en su honor? Taquito militar….

Un razonamiento tanguero. La orquesta atacaba Las

cuarenta, el tango de Francisco Gorrido y mientras su

122
cuerpo seguía mecánicamente los movimientos de la

danza, su mente se desplazaba por los vericuetos de los

dilemas que se negaban a ser develados.

Con el pucho de la vida apretado entre los labios,


la mirada turbia y fría, un poco lerdo el andar,
dobló la esquina del barrio y, curda ya de recuerdos,
como volcando un veneno esto se le oyó acusar.

El asesino, porque ha de ser un hombre por la fuerza y

pericia demostrada, repite crímenes conocidos, y tiene

los conocimientos y la sangre fría de un cirujano. Ha

comenzado a matar ahora, lo que significa que ha

habido alguna circunstancia de su vida, que lo ha

despertado –mientras esto pensaba, mejilla a mejilla, con

la mujer en sus brazos, la mano derecha firme en la

espalda entre la cintura y el omóplato, iba telegrafiando

123
“la marca” anticipando cada movimiento de su cuerpo

firmemente apretado contra el de ella.

Recorriendo la pista, sus pies iban acariciando el

piso encerado y cubierto de una suave capa de aserrín,

hasta abrirse en un movimiento que mostraba ligera la

suela de los finos zapatos de charol, para volver a

deslizarse detrás de la rodilla que penetraba entre los

muslos satinados de la rubia. Comenzó “el paseo”, y su

mente volvió a las fotos de la primera víctima, mientras

avanzaba su pie derecho, dejando el peso en el otro,

mientras la mujer retrocedía con su pie izquierdo, casi

pegado al del hombre. La rubiecita, con el pelo blanco

muy corto, casi como un mancebo, reproducía las fotos

de la última víctima del petiso orejudo, atravesada por

clavos, pero también en una variante perversa, los aceros

124
también seguían una pauta oriental. Y la segunda,

seguida por las viejas calles del barrio de Monserrat…

Vieja calle de mi barrio donde he dado el primor paso,


vuelvo a vos, gastado el mazo en inútil barajar,
con una llaga en el pecho, con mi sueño hecho pedazos,
que se rompió en un abrazo que me diera la verdad.

…para ser degollada de oreja a oreja, como Emma, a

quien Jack le abrió el vientre, y esparció sus intestinos

por las mismas veredas donde hacía la puta…

Aprendí todo lo malo, aprendí todo lo bueno,


sé del beso que se compra, sé del beso que se da;
del amigo que es amigo siempre y cuando le convenga,
y sé que con mucha plata uno vale mucho más.

Un hombre culto, de buena posición, con bisturís de

acero alemán, con dinero para comprar “uvas” –se había

encontrado cocaína de la buena junto a los cadáveres –y

dejarla como indicio…el japonés consumía de esa, y

125
también opio y morfina…la tercera era su manceba, y

dicen que la ha llorado…

Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran


y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!

Mientras se balanceaba de un pie a otro, pasando el peso

y jugando con el peso de la mujer, que lo seguía en un

cortejo sensual, frotando su cadera suavemente, con un

fru fru de sedas en su pelvis satinada, haciendo “la

cadencia”, Damasco comenzó “la caza”, un pie iba al

acecho del otro, imaginando al asesino cuando se acercó

a su presa… a esta mestiza de rasgos orientales que iba a

pedir perdón por sus pecados en la blanca capilla de la

Concepción y fue hallada muerta en el camposanto de

humildes tumbas sobre la Avenida Independencia…

también degollada, a ella le extrajo el riñón limpiamente,

126
y lo envió con carta sanguinolenta nada menos que al

Jockey Club, este tipo piensa que se estaba burlando de

nosotros…

La vez que quise ser bueno en la cara se me rieron;


cuando grité una injusticia, la fuerza me hizo callar;
la experiencia fue mi amante; el desengaño, mi amigo...
Toda carta tiene contra y toda contra se da!

Mientras atacaba con “la cunita” haciendo dar giros a la


mujer, que Alaska remataba en “ochos” para atrás,
flexionado su pierna en un floreo exagerado que
levantaba los faldones de su vestido, penso en la extraña
coincidencia del crimen del Parque Lezama. Sus
hombres iban detrás de un conspirador de la orden
religiosa y dieron con el asesino de mujeres…mas que
una cunita fue casi una camita, aunque a los boludos casi
se les escapa, no me caben dudas que se trata del mismo,
el mismo corte en la carne del monje que en las mujeres,
igual filo, en la garganta, misma precisión, misma arma,
sería demasiada coincidencia…lo que no me queda claro
es si mato al monje porque lo vio matar a la mujer, o por
otra razón…estaba oscuro y los agentes no alcanzaron a
ver la escena…el tipo tuvo mucha mala suerte, pero no
podía seguir así, ahora en el piringundín de la Boca lo
perdieron y encontraron a este figurín oriental y al
insigne médico de los pobres, que esta últimamente por
todas partes…quien lo iba a decir… el tipo había estado
negociando con él mismo representando a los

127
ultracatólicos para ponerle fin al estado de guerra
larvada entre el gobierno y la Iglesia católica…

Hoy no creo ni en mí mismo. .. Todo es grupo, todo es


falso,
y aquél, el que está más alto, es igual a los demás...
Por eso, no has de extrañarte si, alguna noche,
borracho,
me vieras pasar del brazo con quien no debo pasar.

El tango concluyó con un acorde de tres por cuatro,

cuando un alarido de mujer hizo estremecer el alma de

Damasco y a toda la asistencia. Una mujer salio

desmelenada del baño de señoras de la planta baja del

cabaret, dando gritos y ya corrían hacia allí los policías

de guardia, la seguridad del lugar y los custodios del

militar, además de todos los curiosos. Dejando atrás a

Alaska, a quien mandó le esperase en su camerino, se

abrió paso a codazos entre la multitud, hasta que sus

hombres lo divisaron y le abrieron un sendero hasta el

toilette.

128
El teniente Durazno, lo guió hacia uno de los

cubículos de mármol y madera donde las parejas

acostumbraban esnifar cocaína o hacerse el amor con

perversa dejadez y alegre promiscuidad. Pero no había

nada de alegre en la figura de la mujer sentada en la taza

del sanitario. Su vestido de fiesta había sido desgarrado

entre las dos piernas abiertas y encajadas en los marcos

de la puerta, como si fuese una parturienta. El mismo

corte parecía haber abierto en canal los genitales y el

abdomen, y todas las visceras colgaban sobre la bacinilla

tiñendo de rojo oscuro el agua que fluía sin cesar. La

cabeza había sido casi desprendida del cuello y colgaba

hacia atrás, mientras los ojos abiertos de espanto

buceaban en el negro reflejo de los azulejos italianos. En

la pared de atrás con la sangre de la mujer se podía leer

un mensaje destinado a él: “la próxima Alaska”

129
Girando sobre sus talones, ladro a su subordinados que

llamasen a los Comisarios y cerrasen el lugar, pero sabía

que era inútil, había cientos se personas entrando y

saliendo y repartidas en los tres pisos del edificio,

escenarios, camerinos, depósitos de ropa… corrio

escaleras arriba al primer piso y recorrio con el corazon

encogido en un puño, el camino hacia el camerino de

Alaska, aunque sabía que no la encontraría. La puerta

abierta y las luces encendidas lo recibieron, en el suelo

el diminuto bolso plateado y la docena de rosas que él le

había dado, pisoteadas. Sobre el tocador de la artista, un

sobre con su nombre en loca caligrafía roja, lo esperaba.

130
Jueves, 16 de junio 1955

Escena XX: “Se cree que la vida es aquello que se

proyecta y no es errado, pero también es vivirla según

se nos presenta…”

El día había amanecido frío y lluvioso.

La radio informaba que hacía cuatro grados

Celsius afuera. El capitán se embutió en su abrigo y se

encasquetó el sombrero para resistir el viento de agosto,

131
que venía fiero de la pampa, como la bronca de los

católicos con el Lider.

Algo estaba por ocurrir en ese día desapacible.

Demasiadas eran las señales de los conjurados en busca

de apoyo a su asonada. Por las dudas el General no

asistiría a la Rosada hoy, donde su posición era

vulnerable con sólo algunos granaderos y policías en su

torno. Se había programado un homenaje a San Martín,

con un desfile aéreo sobre la Casa Rosada.

Pero, según le había anticipado en la madrugada el

Jefe de la Casa Militar, a Damasco, El General se haría

fuerte en el Edificio del Ejército, con mando de tropa

propia y con el sistema de onda corta cifrado abierto con

los tanques leales de la Brigada de Magdalena y la

Tablada, a escasa hora y media de la plaza de Mayo.

Todos los espias habían sido convocados para pasar sus

132
informes y dar un panorama de las lealtades y agachadas

que se esperaban en las horas sucesivas. La Fuerza

Aérea estaba perdida y la Marina tenía más sectores en

duda con la tradición legalista y formal que con la

necesidad de librarse del peronismo. El Ejército se

dividía parejito como para que la guerra civil durara cien

años, si se armaba al pueblo. Los informes de escenarios

futuros eran catastróficos en cualquiera de los sentidos

que se les diera. Chile y Brasil se frotaban las manos y

hacían planes sobre los vastos sectores fronterizos que

quedarían desprotegidos o que buscarían seguridad y

calma en ellos. La disolución del país era una alternativa

que barajaban unos y otros.

Damasco había pasado la noche en vela revisando

informes y armando listas que se modificaban a cada

hora, pero que no cambiaban el panorama total. Perón

guardaba hermético silencio y se reunía con su círculo

133
selecto de leales entre los cuales disminuían

ostensiblemente los uniformes. También había tenido un

cónclave con los Comisarios de la Federal y había

batidas buscando a la secuestrada. El escándaloso

homicidio del Chantecler no se podía mantener oculto,

aunque se había logrado ocultar los detalles escabrosos

para no desatar el pánico colectivo por un asesino serial,

como los del FBI yanqui había empezado a llamarle,

según lo ilustraron los canas.

El capitán se había dado un baño caliente y tomado café

recién hecho y estaba listo para lo que se venía. Sacó la

Ballester Molina 45 de su funda bruñida de cuero y se la

metió en la cintura del pantalón bien pegada a la

columna, como le hacían los comandos americanos de

la OSS.

Más allá de el cimbronazo político, cuartelazo o guerra

civil que se venía, él tenía que dar término al asunto

134
policial que tenía entre manos desde hacía una semana y

resolverlo de cuajo, sin papeles ni jueces, como un

militar resuelve una amenaza a la sociedad que tenía que

proteger.

Estaba seguro que el fulano estaba loco, la noche roja

que había vivido y que casi había costado la vida de la

mujer que más cerca había estado de amar alguna vez, lo

había confirmado, y la cordura aparente del sujeto y la

absoluta amenidad que mostró a las pocas horas de sus

crimenes, confirmaba lo dicho por el experto forense

consultado.

—Dígame Dr.Fracassi ¿Es posible, entonces, que un

enfermo mental cometa actos atroces y que luego los

olvide completamente?

—En efecto, Capitán, se conoce como esquizofrenia

amnésica o trastorno bipolar extremo, pero de existir

sería un caso de gabinete

135
El diagnóstico era certero, y el loco se libraría de la

muerte que había causado a tantas, yendo a pastar a un

loquero de categoría, donde pasaría en la tranquilidad

sus últimos años saboreando sus perrerías.

Damasco no lo iba a permitir. La situación de guerra

civil latente y su cargo le daba plenos poderes de vida y

muerte y los iba a usar.

Salió dando un portazo y se trepó a su automóvil sin

dejar que el chofer detuviera el motor.

El estrépito del motor tapo el destino ordenado. Eran las

diez horas de la mañana del jueves.

Estaba seguro que Perón aprobaría la jugada, y si no,

quien sabe cuanto tiempo aguantaría en el poder y a

cuantos fusilarían con él, entre ellos al jefe de su policía

secreta…, así que, ya poco importaban los escrúpulos.

La excusa para la reunión eran las negociaciones por el

conflicto, y de paso averiguar sobre el bendito Tratado

136
Patagónico. En realidad, si era cierto que el maldito era

el único que sabía donde estaba…muerto el perro se

acababa la rabia.

En el lugar de destino, su objetivo celebraba otra

reunión.

Mientras departía calmadamente y su cerebro racional

respondía eficazmente, dentro de sí, en la cripta en

llamas que alojaba a su otro yo, la última muerte lo

había llenado de una sensación parecida a la calma, la de

la fiera recién saciada que digiere su último festín.

Es extraño cómo la obsesión se diluye como

volutas de humo, cuando la fogata del crimen se

ha consumado. No podía quitar a esa mujer de mi

mente hasta ayer nomás, hasta horas antes de

tenerla a mi merced. La veía a cada instante sin

137
que fuera menester siquiera cerrar mis ojos.

Estaba allí en los brazos de otros, o riendo y

mirándome entre sus largas pestañas con

picardía, o bailando, moviendo su cuerpo infernal

al son de esa música del averno, con sensualidad

de hembra en celo…y escuchaba su voz como un

eco acariciante en mi mente, cada inflexión de sus

cuerdas, cada matiz de su lengua al chasquear

contra esos dientes perfectos. Y pronto veré como

las cuerdas cortadas se enroscan sin vida en un

amasijo de carne sin magia alguna, como ningún

sonido puede producir esa pieza de delicado

tissue servida a mi mesa, apenas aderezada con

unas pocas especies y vinagre de vino como el

que empapó la boca del salvador… así como la

vida escapará de su delicado cuerpo con la última

estocada de mi bisturí, así habrá desaparecido el

138
deseo y la compulsión de tocarla, de tenerle, de

mirarla a cada hora y de imaginarla en otros

brazos, viva, gozando, riendo…. Ya no ríes, mi

pobre Margarita “…yo te pido, cariñito, que me

cantes como antes, despacito, despacito, tu

canción, una vez más…”7

—El tratado ha sido recuperado, y el momento

político que se acerca, con la guerra civil en

ciernes, es el mejor momento para que sea

entregado a nuestros hermanos del otro lado de la

cordillera para que las provincias sureñas

reclamen ser anexadas a esa nación católica libre

de las locuras ateas y comunistas de este demonio

de Perón…

7
C. CASTILLO, “Una Canción”, 1953

139
—No estoy tan seguro, mi estimado prior, que

deba ser entregado tan alegremente, sin ningún

reaseguro, ni que la guerra civil sean inevitable.

Mis fuentes dicen que el Tirano está dispuesto a

renunciar antes que a poner en peligro su

miserable vida…

—Pero UD. sabe que eso no será permitido. Hoy

el tirano morirá bajo la advocación de las alas

plateadas del espíritu santo o la guerra interior

comenzará como en tiempos de Rosas…

—Precisamente, prior, aquí los tiranos

acostumbran tomarse el buque, bien forrados antes

de inmolarse al frente de sus partidarios…

precisamente, yo guardaré el tratado conmigo

hasta que las brevas estén maduras…

140
La reunión había terminado. El doctor

acompañó a su interlocutor hasta el marmolado rellano

de la monumental escalera y regreso a su estudio.

Corriendo las secretas puertas de su biblioteca extrajo de

la caja fuerte el pergamino, doblado en prolija cuartilla y

lo introdujo en su Biblia, que puso junto a su maletín,

donde guardaba el último trofeo, el relicario con el

cabello rubio de Alaska.

La reunión con el jefe de la CIDE era

también un secreto para el místico Prior de la orden,

Isidro, había aceptado esta cita, cara a cara con él a fin

de negociar un salida del Tirano del poder a cambio de

un salvoconducto o amnistía para él y su fortuna que le

permitiera despreocuparse de todo y vivir consagrado a

sus aficiones fuera del país. Sobre eso había versado la

primera reunión, y el Dr. esperaba la respuesta de Perón

141
en esta oportunidad, con minutos apenas para parar el

comienzo de las hostilidades que no tendrían retorno

entre la Revolución Justicialista y la Revolución

Libertadora que se venía.

Pero la reunión tomó un rumbo

inesperado para el médico.

Apenas superadas las formalidades de

rigor, el militar comenzó a hablar de los crímenes del

loco de las prostitutas.

—La venganza…parece que ese es su móvil.

Seguramente su madre ha sido una perdida y él no ha

podido superar la humillación y la traición, y el lado

enfermo de su psiquis se cobra con cada mujerzuela que

asesina. Devorar sus órganos es volver a poseer a la

única mujer que deseó y que le estaba prohibida…

142
–No entiendo porqué me cuenta eso. Mi especialidad,

como ya lo sabe no es la psiquiatría. Me temo no poder

ayudarlo.

–En realidad no se lo pregunto como médico, sino como

paciente. Su perfil coincide con el del asesino. La

historia de su madre, su vida actual, sus obsesiones,

tenemos todo documentado.

– ¡Eso es absurdo y no prueba nada!

–Es inútil que disimule Doctor, lo hemos seguido desde

el piringundín de la Boca hasta esta casa, luego que

matara al fraile de la orden ortodoxa. Su propio

asistente, dentro de la Orden, que se debe haber dado

cuenta de algo… Los bisturís que le robaron de su

maletín del automóvil… fueron mis hombres, para

comprobar los ángulos de los cortes en las víctimas,

además de sus iniciales en ellos… Su auto fue visto a la

salida del teatro donde Alaska fue secuestrada y la

143
policía se está acercando al lugar donde seguramente la

tiene prisionera, un viejo almacen de cueros en

Balvanera, abandonado, propiedad de su familia y cerca

de su clínica para pobres…

– Ningún tribunal del país, aceptaría esas tonterías, ni

siquiera evidencias, totalmente circunstanciales…

-Sé, además, que nadie más que usted sabe del tratado y

de su paradero, aquí en su escritorio, eso sella su

suerte…además de asesino, traidor a la patria…

El pobre doctor estaba aterrado, en el fondo de su

mente, sin embargo, el demonio que lo habitaba reía,

divertido por la situación y furioso en sus recuerdos con

el hombre que había osado quitarle nuevamente a su

mujer. Imperceptiblemente el encorvado cuerpo se fue

enderezando, sus mandíbulas se cuadraron en un rictus

simiesco y sus cejas pobladas se estrecharon hasta

144
formar una sola sombría línea. Su voz, más gruesa y

áspera ahora, sonó fuera de su cabeza, viniendo de muy

lejos

—La venganza, sí, es buena cosa…Si uno tiene

tiempo a esperar que se enfríe….

—No se si hablamos de la misma cosa

—Solo hay una forma de saberlo…

La reunión había llegado a su fin.

Damasco sacó el arma y la amartilló apuntando

directamente a la noble frente de su maldito interlocutor.

Todo terminaría en menos de un segundo.

En ese preciso instante un silbido penetrante,

estremecedor, que reconoció espantando de sus

pesadillas en el frente soviético apenas diez años antes,

lo paralizó.

145
El demonio que habitaba tras los ojos del aterrado

doctor tomó el mando del cuerpo de éste, se apoderó el

abridor de cartas afilado que reposaba sobre el tintero de

plata del escritorio, y arrojándose sobre el militar, lo

apuñaló directo al corazón.

Segundos después, mientras la vida escapaba por la

abierta herida el Capitán vio como el mundo y la

habitación estallaba en mil trozos de vidrio y polvo

blanco.

Las bombas de la aviación naval argentina habían

comenzado a caer sobre Buenos Aires, por primera vez

en la historia de la república.

El Palacete de la calle Hipólito Irigoyen, cercano a

la residencia del Presidente en la ciudad, el Palacio

Unzúe, recibió el impacto casi directo de una bomba de

mil kilos que no alcanzo a estallar pero basto casi para

demolerlo.

146
El Hermano Hidé ahora plenamente al mando, con

la sangre de su última víctima cubierta del yeso blanco

que llovía por doquier, con el maletín en su mano corrió,

alcanzó a salir por entre los escombros de la escalera y

de allí a la Avenida Paseo Colón, donde antes había

estado el delicado recibidor bostezaba un cráter donde se

alcanzaba a ver el Leviatán metálico con la bandera

argentina cubierta de polvo negro y barro.

Ajeno a la poética de la imagen ganó la calle por

entre la multitud que corría presa del pánico y del

estupor.

Algunos militantes peronistas y policías

parapetados disparaban patéticos contra los cazas que

ametrallaban las avenidas sin piedad.

Las bombas estallaban por todas partes con un

estruendo de truenos y terremotos sonando al unísono.

147
Hidé corrío desaforado y trepó al estribo de un

trolebús, el Número 305 que trajinaba entre chispas,

incapaz de acelerar su marcha, por la Avenida Paseo

Colón y buscó refugio en su interior. Se situó junto a la

ultima ventanilla del lado izquierdo y atisbó para

asegurarse que nadie lo seguía. Su ritmo cardíaco no se

había alterado, sentía la energía de un gorila, ebrio de

sangre, ansioso por llegar a su última presa, que lo

esperaba cautiva y adormecida en el almacén de

Balvanera, antes que la policía llegara. La voz de

Isidoro, retenida en su cabeza argumentaba que tendrían

que alejarse de la Capital argentina y embarcar a

Uruguay donde buscaría refugio en la Orden, para partir

a Europa cuanto antes. No sabía a cuantos habría

informado Damasco de sus conclusiones, pero no estaba

seguro en Buenos Aires.

148
A su lado un hombre moreno, que se llamaba

Benito Lemos y que no ignoraba el monstruo que

vigilaba por órdenes directas del Prior, lo observó sin

disimulo. Parecía un simio envuelto en traje de seda, o

en sarga inglesa.

Eso no perturbó a Hidé que consiguió sentarse

junto a la ventana de la izquierda, en el penúltimo

asiento del “colectivo” y miró hacia los cielos,

esperando la absolución o alguna señal divina.

Pero lo que llegó fue el impacto directo de una

pequeña bomba racimo que arrojo uno de los cazas que

ya sin municiones regresaba a su base de El Palomar.

El colectivo se estremeció envuelto en una nube de

polvo que siguió a la onda expansiva. El artificio arrojó

metralla, vidrios, metal y restos humanos sueltos por

toda la calzada antes de desaparecer en una bola ígnea.

El fuego consumió a todos sus ocupantes en pocos

149
minutos, muertos instantáneamente por el

desgarramiento interno que la violenta presión del

estallido produjo, mientras terminaba su loca carrera

contra el Ministerio de Trabajo. A todos menos a uno,

Lemos sus piernas perforadas por la metralla había

alcanzado a arrojarse por la puerta trasera un segundo

antes del fatal, llevando consigo, vaya a saber porque

extraño reflejo, el negro maletín de su vecino.

Las fotos de los diarios mostrarían el cadáver

calcinado de lo que parece un hombre, que asoma

medio cuerpo mutilado por una ventanilla deformada.

Una figura de Fussili que busca escapar de las llamas del

último círculo del infierno cantado por el Dante.

Escena XXI:

150
Lima, enero 1825

Bolívar había tomado el mando del asunto al enterarse

de la muerte de Monteagudo. Se dirigió prestamente con

su escolta de lanceros al Convento de San Juan, donde

habían traslado el cuerpo. El médico militar convocado

de urgencia nada pudo hacer, más que retirar el afilado

cuchillo que le había atravesado el torax y salido por la

espalda del prócer. Bolívar se acercó con pesar y furia a

su joven y brillante colaborador y luego examinó el

brillante filo del arma, ya limpia de sangre –que

interroguen a todos los afiladores de la ciudad, alguno

tiene que reconocer este facón. Y así fue, uno de la base

del Cerro apuntó a un negro mal encarado, que ya tenía

una muerte en su haber, como dueño de la afilada hoja.

Todos los negros de la ciudad fueron convocados con

151
una excusa y el reconocido arrestado y llevado

engrillado a los aposentos del Libertador. La noche era

sofocante y cerrada y sólo una candela iluminaba el

vasto cuarto –ves Celedonio, allá atrás en la oscuridad

está el alma de Monteagudo, que ha venido por ti, y yo

te voy a entregar, despenándote de inmediato –y uniendo

la acción a la palabra tomó su sable del escritorio y lo

desenvainó con fuerza –por piedad, General, lo hice

porque era malo para los negros y para el país –¿quien lo

ordenó? Dilo ya o te mato como un perro, pero si hablas

tendrás perdón de inmediato por mis plenos poderes de

dictador –eso convenció al negrazo, que desembuchó –

Sánchez Carrió mi General, dijo que era lo mejor para

Perú…Un largo silencio siguió a la confesión del

asesino que sollozaba de rodillas en medio de la

penumbra –sáquenlo de mi vista, y del país, ya mismo.

El Libertador quedó solo meditando en la sombra. En las

152
próximas semanas, el ministro enfermó de una extraña

dolencia y murió. Su cocinero le siguió a la tumba a los

pocos días.

Buenos Aires, octubre 2003

Entre las doscientas víctimas fatales, de las mil

bajas de ese jueves 16 de junio, hubo muchos NN, no

name, desconocidos, como luego se los conocería en las

matanzas de la década de los setenta, tan solo veinte

años después, en el segundo acto de la locura homicida

de un pueblo hostigado por la violencia desde su

nacimiento como república independiente.

Después de ese día, los diarios tampoco volvieron a

mencionar al loco de las prostitutas. Méndez se jubiló y

153
Moyano el “inspector picana” murió ajusticiado por los

románticos guerrilleros urbanos de esa década.

Al comando del avión de marina que explotó el

trolebús, iba un joven capitán de cejas tupidas, de

nombre clave Cero, que volvería en veinte años, a traer

sangre y fuego a su pueblo.

Los socorristas y policías que levantaron los

croquis del lugar y limpiaron el desastre encontraron el

maletín rescatado por Lemos apenas chamuscado, con

una Biblia y un relicario en su interior y una placa

dorada grabada con el nombre de su ilustre propietario.

Como nadie los reclamó la Biblia y el relicario

quedaron en poder de quien era su amigo íntimo y

colega de la Academia Nacional de Historia, el abogado

García Velunde, quien leyó su sentido panegírico en el

cementerio de La Recoleta. Paso luego a sus herederos

y en los últimos años, en la década de los noventa, su

154
hija mayor, la socióloga María Marta la tenía en su mesa

del luz, en el dormitorio de su Casa, de un exclusivo

barrio privado. Su marido un financista retirado, miraba

futbol en el Club House, una tarde de un lluvioso

domingo, cuando Maria Marta se preparaba un baño

caliente a la espera de la masajista que le aflojaría sus

contracturas. El hombre vestido de jogging corría

despreocupadamente por entre los senderos recortados

en el césped, ajeno a la persistente llovizna que caía en

ese momento. Había pasado con la complicidad de uno

de los guardias de seguridad, sobornado a ese efecto, y

dejado el pequeño utilitario blanco en que se movía,

estacionado detrás de un montecito cerca de la salida

menos usada, detrás de la cancha de golf, ocupada sólo

por algunos fanáticos. Mientras esperaba que la

bañadera se llenase, la mujer ya en bata tomo la vieja

Biblia y la hojeo como tantas veces, al azar, hasta que la

155
sorprendió el ruido de la puerta trasera, golpeando fuerte

en su marco

–el viento, pensó, la tormenta empeora.

Entró al baño y se inclinó sobre la bañera ya casi

llena, cuando la primera bala calibre 22 la golpeó contra

los azulejos, dejando en su salida un pequeño coliflor

púrpura. La segunda y tercera con menor fuerza por

efecto del silenciador puesto en la boca de la pequeña

pistola redujeron el cerebro de la mujer a un

sanguinolento revoltijo.

Quedó con la mitad de su cuerpo sumergido en el

agua, teñida de rojo desvaído, mientras el hombre ya en

el dormitorio rasgaba con cuidado la unión de la cubierta

de viejo cuero y extraía la delicada pieza de papel,

dejando otra vez la Biblia sobre la mesa de luz.

Nadie lo notaría, la mujer no se despegaba de su

breviario nunca, y el cuero de la cubierta estaba rajado

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en varias partes. Salio sin hacer ruido por detrás, y

continuó su regular trote hacia el campo de golf.

Por el sendero del frente, la masajista demorada, se

apresuraba para tocar el timbre de la casa antes que

dieran las cinco de la tarde, de ese domingo 27 de

octubre de 2003 en un country cerrado del partido de

Pilar, cerca de Buenos Aires.

El hombre regresó sin prisa a su humilde casa del

barrio de La Paternal, donde vivía con su mujer, una

rubia pequeña de agraciados rasgos, que a veces

escuchaba los discos de tangos cantados por la sensual

voz de su madre.

Se habían conocido en las ergástulas de la Escuela

de Mecánica de la Armada (la “ESMA”), en el año

1978, cuando el era un joven oficial de marina

encargado de la custodia y conversión de los prisioneros

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de la Junta Militar y ella una joven militante de los

“Montoneros”.

Iniciado en la Logia “P Due” por los secuaces de

Cero, tuvo el privilegio de comprar a su prisionera, de

quien se enamoró y pudo rescatar, partiendo juntos al

exilio.De regreso, había empezado a pagar su deuda.

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