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Resumen
Los niveles de violencia y delincuencia que se han alcanzado en el país, han
dado lugar a la formulación e implementación de políticas estatales de “cero
tolerancia”, sustentadas en una interpretación errónea de “seguridad pública
y ciudadana”, como respuesta principal al problema, y bajo el discurso de
ser medidas preventivas del delito y la delincuencia. Al mismo tiempo se
ensayan respuestas o intentos de tratamiento del problema, que se plantean
así mismas, como alternativas a las estatales. En el presente articulo se
destaca que las prácticas preventivas en el área de la delincuencia
fundamentalmente tienen un carácter patogénico, que se corresponde a
visiones políticas de control y funcionalidad de la sociedad, y a una visión
del delito, de carácter meramente jurídico que desconoce o ignora los
procesos sociales que le dan origen. La discusión de los pares de conceptos
delito/delincuencia y comportamientos delictivos/carrera delictiva revela
cuales son esos procesos sociales subyacentes al delito y posibilita la
discusión de una perspectiva diferente de la prevención, la prevención
salutogénica. Esta perspectiva no prioriza el control de factores de riesgo,
sino la potenciación de factores de desarrollo del individuo, la familia, la
comunidad y la sociedad.
Conceptos claves
Delito, delincuencia, comportamientos delictivos, carrera delictiva,
prevención, prevención patogénica, prevención salutogénica, reproducción
social, reproducción cultural, capital social, interrelaciones sociales, lógica
del empoderamiento, comprensibilidad, construcción de significados y
manejo de la realidad, sentido de coherencia y contexto de la realidad.
Introducción
Aunque la tasa de homicidios, calculada por cada cien mil habitantes deja por fuera la
mayoría hechos de violencia no concretados en homicidios, es hoy por hoy, el indicador
comparativo reconocido internacionalmente para medir los niveles de violencia de un
país. La tasa de homicidios en El Salvador para la década de 1984-1994, estaba
El presente artículo es una versión revisada de uno de los capítulos del estudio con el mismo nombre
realizado por el autor para la Fundación salvadoreña de desarrollo y vivienda mínima FUNDASAL.
Agradezco a la Fundación por la autorización para utilizar y adecuar el contenido a los propósitos del
artículo.
** Doctor en Sociología. Universidad de Lund, Suecia. Docente e investigador de la Maestría en
Psicología Comunitaria, Departamento de Psicología, UCA.
2
calculada en 150 homicidios por cada 1000,000 habitantes1.. Dicha tasa descendió en el
2000 a 43 homicidios por cada 100, 000 habitantes y a 41.2 en el 2004 2. Pese a tales
variaciones, continúa ésta siendo una de las más altas del mundo3. En el 2004 fue la
tercera más alta en América Latina, después de Honduras (45.9)4 y Colombia (44.9)5 y
la segunda más alta en Centro América, siendo las más bajas, las de Costa Rica (6.2) y
Nicaragua (10.5), seguidas de Guatemala con 34.7 homicidios por cada 100 mil
habitantes6.
1
Buvinic, Mayra, Andrew Morrison y Michael Shifter (1999).
2
Cálculos de la Policía Nacional Civil de El Salvador.
3
La organización Mundial de la Salud en su primer Reporte Mundial sobre Violencia y Salud de octubre
de 2002 (p.11), señala una tasa promedio para el mundo de 8.8 defunciones por cada 100,000 habitantes,
causada por homicidios, lo que estaría representando el 31.3 % del total de defunciones en el mundo.
4
Ministerio Público de Honduras.
5
Según cálculos de la Vicepresidencia de la República de Colombia. Citado en “Los círculos de la
violencia. Sociedad excluyente y pandillas” del Dr. Mauricio Gaborit, revista ECA 685-686, Noviembre y
diciembre de 2005 el mismo artículo arriba mencionado del Dr. Gaborit.
6
En la página 1146 del artículo puede encontrarse una comparación de los índices de homicidios de los
países centroamericanos.
7
Funciona bajo la responsabilidad del Diplomado en Violencia y Convivencia Social, del Departamento
de Sociología de dicha universidad.
8
Los primeros informes pueden obtenerse en la siguiente dirección electrónica
http://www.undp.un.hn/observatorio_violencia.htm
3
Una de las formas de medir los impactos de la violencia en el país es, considerar el
impacto en perdida de vidas entre la población joven del país. El informe Juventud en
Ibero América: Tendencias y urgencias del año 2004, de la Comisión Económica para
Latinoamérica (CEPAL), da cuenta que para 1999 el 46.1 % de jóvenes varones
salvadoreños y el 10.6 % de las jóvenes entre las edades de 15 a 24 años que morían por
causas externas, morían a causa de homicidios10; constituyéndose así El Salvador en el
tercer país en América Latina, después de Brasil y Colombia con un elevado nivel de
mortalidad entre los jóvenes, por dicha causa. De acuerdo al aumento de homicidios
registrados en 2005, es casi seguro que tal nivel de muertes por homicidio entre los
jóvenes también ha aumentado. Lamentablemente, el cuadro en mención, no presenta
datos para Honduras.
Por su parte, el informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD) sobre los impactos económicos de la violencia en El Salvador evidencia que la
criminalidad y la inseguridad ciudadana ocasionan costos considerables para la
población, tanto en términos de costos sociales como económicos. Según el informe,
tales costos alcanzaron en 2003 los mil setecientos dieciséis millones de dólares,
cantidad que duplica los presupuestos de educación y salud del país, para el 2005. Para
el caso de Honduras, no se ha efectuado un estudio similar.
Los niveles de violencia que presenta el país durante la posguerra se han caracterizado
por lo que se ha dado en llamar violencia social11, concepto que hace referencia a los
actos de violencia individual o con algún grado de organización, ejercidos en las
relaciones interpersonales o intergrupales que normalmente desembocan en diversas
formas de actos delictivos. Sus consecuencias a mediano y largo plazo son la
conformación y reproducción de comportamientos violentos, como mecanismos
subyacentes de las relaciones interpersonales.
En muchos estudios y discursos sobre cuyas bases se definen políticas para enfrentar la
violencia y la delincuencia, rápidamente se vincula a ellos el tema de la juventud y se
9
Observatorio de Violencia, Mortalidad y otros. Edición No. 1, mayo de 2006. Diplomado en Violencia y
Convivencia Social. Honduras: carrera de Sociología, UNAH.
10
Cuadro IV.2, página 137 del informe.
11
El termino “violencia social” es utilizado en el lenguaje y discurso diarios con imprecisión. De ello no
quedan excluidos los discursos políticos y académicos. Un intento serio de definición de violencia social
es el que formula el sociólogo y economista Ángel Saldomando y que presenta el Centro de Estudios
Internacionales de Nicaragua, en los términos siguientes: “los actos de violencia, individuales o con un
nivel muy incipiente de organización, que transgreden valores y normas del orden social”. En el presente
artículo se amplía tal definición de la siguiente forma: “los actos de violencia, individuales o con algún
nivel de organización, ejercidos en las relaciones interpersonales o intergrupales, que transgreden
valores y normas del orden social y cuya consecuencia a mediano y largo plazo, es la conformación y
reproducción, en los individuos y grupos sociales, de mecanismos psicosociales y culturales de
comportamientos violentos como mecanismos inherentes en las relaciones sociales”.
4
Estas visiones que identifican violencia social con violencia, delincuencia juvenil y
maras juveniles han justificado la formulación e implementación de políticas estatales
de “cero tolerancia”, sustentadas en una interpretación errónea de “seguridad pública y
ciudadana”, como respuesta principal al problema. Los ejes centrales de estas políticas
son la criminalización y represión de jóvenes de grupos sociales ya marginalizados. Los
planes de Mano Dura y Súper Mano Dura, en El Salvador y sus similares: Plan Libertad
Azul en Honduras, el Plan Escoba en Guatemala, así como las respectivas Leyes
Antimara en los tres países, se han estructurado y ejecutado como una estrategia policial
y militar de focalización, y captura masiva de jóvenes, y miembros de pandillas o maras
en sectores poblacionales y habitacionales afectados por la actividad de tales grupos12.
12
Zetino Duarte; Mario. 2005.
5
13
Fernández Ríos, Luis. 1994.
14
Es importante señalar que a pesar de una visión preventiva en el terreno de la salud, esa visión continua
correspondiendo a una visión patogénica y no salutogénica de la misma.
6
De la misma manera que en otras disciplinas de las ciencias sociales (la economía por
ejemplo), se desarrollaron dentro de la psicología y la sociología distintas modelos y
escuelas interpretativas, primero orientadas a intentar comprender los problemas que el
hombre enfrentaba en cada área de su vida, luego, a intentar darle tratamiento a dichos
problemas, para posteriormente postular modelos para prevenirlos.
Esos avances15 en la orientación de las acciones de intervención sobre los problemas del
hombre en sociedad, se desarrollaron y continúan planteándose sobre la base de una
perspectiva “de enfrentamiento de los problemas”. Es decir, sobre la base de
comprenderlos, tratarlos y prevenirlos. Con otras palabras, la acción preventiva ha
girado siempre entorno a la perspectiva del “problema” (la enfermedad, la insalubridad,
la pobreza, la vivienda, los accidentes de trabajo, la desnutrición, la marginación, la
depresión, etc.)
15
No puede hablarse aquí de cambios en la orientación, ya que ninguno de los aspectos como
comprensión de los problemas, tratamiento y prevención, necesariamente sustituye al otro. Los problemas
que el individuo enfrenta en la sociedad en sus distintas esferas de vida, deben entenderse, tratarse y
prevenirse. Los cambios pueden producirse en el peso relativo que a cada uno de ellos, se les otorgue en
una perspectiva de acción social orientada al desarrollo de la sociedad.
16
Antonovsky, 2001.
7
17
Ibíd. Página 26. traducción libre del texto en sueco.
18
Caplan, Gerald, 1980.
19
Ibíd. Página 43.
20
Luis Fernández Ríos (1994), página 142.
21
Caplan, Gerald, 1980, página 129.
8
No obstante que las clasificaciones de Caplan y los otros autores hacen referencia a la
prevención en salud mental, también se refieren a los momentos y niveles de la
intervención, ello ha permitido la extensión del uso del concepto de prevención al
terreno de otros aspectos sociales, como los de la violencia y la delincuencia. La
intervención preventiva, aplicada a esos problemas, puede entenderse como el conjunto
organizado de recursos, procedimientos y técnicas que el “agente” interventor utiliza en
su relación con la comunidad, con la finalidad de enfrentar procesos de violencia y
delincuencia juvenil en tres momentos posibles: a) antes de su manifestación, b) cuando
se muestran a niveles incipientes y esporádicos, y c) cuando existen expresiones abiertas
y sostenidas de violencia y delincuencia juvenil22.
Lacónicamente señalan los autores, que “en sentido amplio”, se considera prevención al
conjunto de medidas destinadas a impedir o limitar la comisión de un delito24.
Frente a las definiciones de otros autores, que ellos citan, Chinchilla y Rico presentan
tres reflexiones interesantes. La primera reflexión se refiere a la consideración que
22
Zetino Duarte, M. 2005. En base a reformulación propuesta por Lic. Carlos Iván Orellana.
23
Laura Chinchilla es Ex – Ministra de Seguridad Pública de Costa Rica, José María Rico, es profesor
titular del Departamento de Criminología de la Universidad de Montreal, Canadá.
24
Chinchilla & Rico, 1997, página 13.
9
según autores como Raymond Gassin, Philip Robert y Dalloz25 hacen en el sentido de
que no pueden considerarse como prevención las medidas de intervención penal o
parapenal de tipo policial, conducentes a la intimidación y/o las sanciones penales que
persiguen la neutralización o rehabilitación del infractor, la indemnización de la victima
o la desjudicalización. Por tanto, dicen Gassin y Dalloz, deben excluirse del campo de la
prevención. En opinión de Chinchilla y Rico, la acción y colaboración policiales son
indispensables en la prevención comunitaria del delito y no deben descartarse los
efectos intimidatorios de tales acciones y de las sanciones de los tribunales. Medidas de
ese tipo forman parte del enfoque “preventivo” que ellos privilegian y presentan.
Una segunda reflexión se refiere a las medidas de carácter social. Según Chinchilla y
Rico, la mayoría de estas medidas no tienen el objetivo primordial de reducir la
delincuencia sino, la mejora de las condiciones de vida de ciertos grupos sociales,
mediante programas de ayuda material y moral. En opinión de Chinchilla y Rico, los
efectos que estas medidas puedan tener sobre índices y formas de la delincuencia, es de
carácter inducido o como efecto secundario resultante de acciones que no tiene el
propósito de impedir la comisión de un delito.
En este punto, los autores retoman la discusión de las causas de la delincuencia. Ellos
señalan que deben distinguirse entre causas próximas y lejanas de la delincuencia. En
opinión de ellos, las causas lejanas hacen referencia a los factores que solamente ejercen
una influencia indirecta y a largo plazo en la aparición de un delito. Señalan entres estas
causas los factores estructurales como familia, empleo, vivienda, salud. Entre las causas
próximas, puntean aquellos factores directamente relacionados con un hecho delictivo y
cercano, tanto en el tiempo y en el espacio, por ejemplo el delincuente mismo como
individuo con características específicas (impulsividad, etc.), o las situaciones
precriminales o circunstanciales que favorecen la comisión del delito.
Mientras las organizaciones de la sociedad civil tienden a moverse en una gama variada
de proyectos y programas entre los distintos tipos de prevención de la segunda
tipología, no resulta difícil identificar los elementos de la primera tipología como los
centrales, en las políticas aplicadas por el Estado salvadoreño. Más difícil es identificar
elementos de la segunda, aunque algunos de ellos están presentes en proyectos
desarrollados por instancias secundarias, como el Consejo Nacional de Seguridad
Pública, entre otras.
Debe llamarse la atención sobre el hecho que Chinchilla y Rico hacen un uso
indiscriminado de los conceptos de delito y delincuencia cuando se refieren al objeto de
la intervención preventiva. Tales términos requieren de un análisis y de una precisión
conceptual, porque justamente en ello está la clave de las diferencias de visión, de
orientación y propósitos de la prevención.
Hecha esa distinción inicial, es necesario también distinguir entre delito y delincuencia.
En nuestra representación diaria de la realidad, el concepto delito, al igual que el de
violencia, se nos presenta como algo que sabemos que es. Pero realmente no hay una
clara y unificada definición de tal concepto. La definición más recurrente es la que se
formula desde el enfoque de la ley, en el sentido de que el delito es lo que por ley es
objeto de castigo. Es decir, se castiga lo que quebranta la ley. Esta no es más que una
26
Zetino Duarte, Mario, 1996.
11
Más allá de la definición del delito, desde la perspectiva jurídica, una enunciación
sociológica del concepto sería, la de considerarlo como “un concepto socialmente
determinado, que designa las acciones o comportamientos que son considerados como
divergentes y dañinos para el mantenimiento del sistema de normas y las estructuras de
poder vigentes27.
Pero existen varias formas de percibir la delincuencia como fenómeno social. Dentro de
la criminología clásica pueden mencionarse tres tipos de definiciones tradicionales: a) la
llamada “definición del rol de la delincuencia,” b) “la definición configuracional de la
delincuencia” y c) la “definición tipológica de la delincuencia”28.
Para los tres tipos de definición, la delincuencia como fenómeno social es remitida a
una conducta individual y por tanto sus causas también se ubican a ese nivel.
Puede resumirse que para esas tres visiones, el delito y sus causas se consideran sociales
y situacionales en torno a los individuos que los cometen, a los individuos que
potencialmente los cometerían, las circunstancias que lo facilitarían y los contextos
sociales donde estos viven y se desenvuelven. El carácter social de la delincuencia
(como generalización social del delito), estaría dado, por el hecho de amenazar la
seguridad “ciudadana”, la estabilidad y funcionalidad de la sociedad, y porque surge de
esos contextos sociales propicios para la acción del delincuente. Correspondiendo a esas
definiciones, el interés principal de la prevención, está centrado en el delincuente, en los
grupos de delincuentes, en los individuos y en los grupos de individuos focalizados en
zonas geográficas de alto riesgo.
29
Zetino Duarte, Mario, 1996, página 25.
30
MacIver, 1940.
13
grupos y contextos sociales, sin que estos tres niveles se correspondan y condicionen
mutua y necesariamente.
No hay oposición entre los pares, sino más bien una vinculación a través de los procesos
subyacentes. Los mecanismos y procesos que conforman los comportamientos
delictivos y el desarrollo de una carrera delictiva están en la base del delito y la
delincuencia. El delito y la delincuencia hacen referencia entonces a la denominación
jurídico-social del quebrantamiento de la ley, mientras que los comportamientos
delictivos y la carrera delictiva, hacen referencia a los procesos sociales subyacentes al
quebrantamiento de la ley.
No pueden reducirse los riegos hacia la delincuencia entre los jóvenes, a la simple
relación estructural, entre falta de acceso a la educación, trabajo y pobreza, aun cuando
esta relación se presente como una combinación de múltiples factores que se derivan de
estos componentes. Esta perspectiva estructuralista, se corresponde por un lado, con el
hecho de que los elementos más fácilmente observables orientan la interpretación en
dicho sentido. Esta perspectiva, se ve fortalecida con resultados de investigaciones - no
sólo locales, sino también internacionales - que basados en correlaciones estadísticas
entre las variables o los factores enunciados, dan lugar a esos estereotipos
interpretativos, lo que refuerza la idea de “comprobación” de la interpretación. Por otro
lado, este enfoque se corresponde con una visión del ser humano como simple objeto de
fuerzas estructurales avasalladoras, cuya dinámica escapa al control individual.
Por ello, cuando en este artículo se hace referencia a los procesos sociales subyacentes
al quebrantamiento de la ley, no se señala en particular ninguno de los distintos factores
arriba enunciados, ni mucho menos, “causas últimas”. Se hace referencia, más bien, a
la dinámica de los procesos que puedan surgir de las diferentes combinaciones posibles
de tales factores y a los posibles mecanismos sociales y psicosociales actuantes en esos
procesos.
15
Las visiones de prevención que desconocen la diferencia y vinculación, entre los pares
de conceptos de los que venimos hablando, dejan por fuera la intervención sobre los
procesos y mecanismos subyacentes al delito y a la delincuencia y se concentran en la
prevención del quebrantamiento de la ley. Reconocer la diferencia y la relación entre
ambos pares de conceptos implica también la necesidad de identificar los procesos
sociales detrás de ellos, para poder definir la visión, los propósitos de las intervenciones
preventivas y tener claridad que es lo que pretendemos prevenir.
En este punto podemos hacernos las preguntas siguientes: ¿Debe radicar el interés de la
prevención principalmente, en prevenir y controlar el quebrantamiento de la ley y la
“disfuncionalidad” de la sociedad, o en prevenir y controlar el desarrollo de procesos
sociales que dan lugar a los comportamientos delictivos? ¿Son contradictorios los
intereses o pueden ser complementarios? ¿Cuáles son las implicaciones del diferente
énfasis en cada uno de esos intereses, o de la complementariedad entre ellos, para el rol
del estado y para las políticas sociales, jurídicas y criminológicas?
Aunque las respuestas a dichas preguntas exceden los propósitos del presente artículo,
puede adelantarse una respuesta general inicial. No existe, por principio, una
contradicción entre prevenir y controlar el delito y la delincuencia y prevenir el
surgimiento de comportamientos delictivos y el desarrollo de la carrera delictiva en los
individuos. Ambos pares de fenómenos son, como ha quedado señalado, la objetivación
de procesos sociales en dos niveles distintos. Toda sociedad necesita enfrentar ambos
niveles. Las diferencias surgen cuando se desconoce, intencionalmente o no, que al
delito y a la delincuencia, como quebrantamiento de la ley, le subyacen procesos y
mecanismo sociales que dan lugar al surgimiento de comportamientos delictivos. Y
cuando sobre esa base se privilegian políticas o acciones que enfatizan unos u otros
propósitos. Sobre esa misma base llegan a polarizarse o dicotomizarse como
contradictorias y hasta antagónicas las intervenciones preventivas de la sociedad.
De la misma manera que no existe, por principio, una contradicción entre prevenir y
controlar el delito y la delincuencia y prevenir el surgimiento de comportamientos
delictivos y el desarrollo de la carrera delictiva en los individuos, no existe tampoco una
contradicción absoluta entre la prevención patogénica y la salutogénica. Las
diferencias, igualmente surgen en el énfasis que se ponga en cada una de ellas. Toda
sociedad necesita actuar sobre los factores sociales de riesgo presentes, pero debe
actuar también sobre los factores sociales que estimulan positivamente el desarrollo del
individuo, la comunidad y la sociedad. De lo contrario, significa continuar actuando
sobre la enfermedad, sin potenciar la salud.
31
Herrero, Herrero, C. en su artículo “Tipologías de delitos y de delincuentes en la delincuencia juvenil
actual Perspectiva criminológica”, en el No. 41 del 2002, de la revista española Actualidad Penal, define
la delincuencia como un fenómeno social constituido por el conjunto de las infracciones, contra las
normas fundamentales de convivencia, producidas en un tiempo y en un lugar determinado.
17
Para la teoría de la acción humana del realismo crítico, la forma en que Giddens
entiende la relación entre estructuras sociales y acciones del individuo, implica que a
ninguno de ambos componentes de la relación se les reconoce características
particulares y la posesión de mecanismos propios que actúan en la relación, generando
en ella nuevos y específicos mecanismos. A diferencia de la propuesta de Giddens, la
perspectiva de la acción del realismo crítico, parte de considerar a las estructuras
sociales y a los individuos, no como dos momentos de un mismo proceso, sino como
32
Giddens, 1984.
18
De hecho, las estructuras sociales no son un producto directo de las acciones de las
personas, producidas de la nada. Para cada individuo concreto en un momento histórico,
las estructuras sociales están ya dadas y presentes en el individuo, quién consciente o
inconscientemente las ha interiorizado a través de procesos de socialización. Proceso
que los individuos mismos reproducen y transforman constantemente.
La acción del individuo se produce sobre la base de algo nuevo que resulta de esa
interacción. Las estructuras sociales no actúan, quienes actúan son los individuos. Es a
través de la acción de estos, que las estructuras sociales se manifiestan, pero procesadas
y transformadas, como resultado de las adaptaciones que el individuo hace de sus
recursos y potencialidades, a la realidad. Y al mismo tiempo, de las adaptaciones que el
mismo individuo hace de la realidad, a sus recursos y potencialidades individuales.
La idea básica por tanto, es que de la interacción entre estructura social e individuo se
generan nuevas estructuras, mecanismos y procesos, que son diferentes a los propios de
las estructuras sociales externas y a los propios de las características internas de los
individuos. Ejemplos de esas nuevas estructuras, son los esquemas de pensamiento,
interpretación y valoración, los significados culturales y simbólicos que cada individuo
da a los hechos de su vida y a su vida misma, la conformación de sus habilidades y
capacidades. Estas nuevas estructuras están en constante producción y reproducción y
constituyen las herramientas básicas del contacto del individuo con la realidad. Esas
estructuras forman parte de los procesos de reproducción social y cultural.
instituciones sociales, escuela, trabajo, iglesias, etc. Esos contextos, constituyen los
referentes sociales y culturales inmediatos de los individuos en su lugar de vivienda,
trabajo, estudio o actividad social.
Siguiendo esa línea de pensamiento, puede decirse que el capital social se constituye y
crea colectivamente en y bajo las formas de redes de acción social, de lazos sociales, de
preconstrucciones de significados de la realidad, que son asimilados colectiva y
simbólicamente, en forma de valores y normas prácticas, que dan forma a esquemas de
pensamiento compartidos, que pueden facilitar la cooperación dentro de la comunidad.
Según el mismo estudio del IUDOP, “la forma en cómo se estructura y desarrolla el
capital social dentro de una comunidad, determinará las posibilidades de alcanzar las
metas comunes y de que sus miembros se beneficien de esos logros”34.
Por tales características, se ha considerado que el capital social puede ser la diferencia
entre comunidades con bajos o altos índices de violencia o delincuencia. La presunción,
de quienes usan el concepto de capital social en ese sentido, es que la consolidación de
capital social permite conformar comunidades donde la violencia tiende a disminuir35.
Pero esta idea no necesariamente presupone que los bajos o altos índices de violencia y
delincuencia, se corresponden sola y necesariamente a la ausencia o presencia de capital
social con carácter positivo, sino también a la presencia de un capital social de carácter
negativo denominado como “perverso”.
33
IUDOP y otros, 2004. página 22.
34
Ibíd.
35
Ibíd.
20
Los mismos autores consideran que el capital social genera diversos mecanismos de
control, para regular la acción y la participación de los miembros en la comunidad:
normas y valores de aceptación y rechazo, relaciones de autoridad, obligaciones y
reciprocidad. Confianza, participación organizada en ámbitos de la vida social y normas
de control que favorezcan el trabajo compartido de la comunidad, son considerados
como ejes centrales del concepto37.
Puede señalarse que, con el concepto de capital social, se designan algunas estructuras
nuevas, que bajo la forma de redes sociales, surgen de las interacciones sociales
dinámicas concretas en los lugares de vivienda, trabajo, estudio u otra práctica social.
En el caso del concepto de capital social esa connotación positiva es considerada como
inherente. Las relaciones sociales, los lazos sociales, las preconstrucciones de
significados de la realidad, los valores y las normas que de ellos resultan, posibilitan
según el concepto, la cohesión social de la comunidad. Por ello, es importante discutir
cual es la relación entre el capital social como “riqueza” positiva en manos de las
comunidades, con el problema de la violencia y delincuencia juvenil y los riesgos hacia
ella.
36
Woolcock, M y D. Narayan, 2000.
37
Para una revisión rápida de las diferentes conceptualizaciones sobre capital social, ver el estudio sobre
Maras y pandillas en Centroamérica: pandillas y capital social. Volumen II. IUDOP, ERIC; IDESO;
IDIES. 2004. pp. 37 – 50.
38
PNUD, El Salvador. 2005.
21
Para profundizar más sobre esta interrogante, retomamos una reflexión que el estudio
del IUDOP cita de un documento de trabajo de la Universidad de Harvard40. Tal
reflexión señala que justamente son los jóvenes quienes más buscan la afiliación, la
comunidad, la solidaridad, el respeto, el éxito y las oportunidades. Es decir, son los
jóvenes quienes más buscan asociarse, participar, y quienes más crean fuertes lazos de
interacción, reciprocidad y confianza, se adhieren a particulares sistemas normativos y
de valores, con los cuales fortalecen su sentido de pertenencia y de identidad personal41.
Es indudable que puede establecerse una relación entre lo que se ha llamado “el capital
social como producción colectiva”, y lo que puede llamarse la dinámica juvenil. Esta
dinámica contempla elementos de lo que puede llamarse “componentes individuales”
del capital social. Estos componentes, se expresan en el caso de los jóvenes, entre otros,
en esa potencialidad y tendencia a la asociación y acción colectivas. A esos aspectos
pueden agregarse, lo que Ernesto Rodríguez 42 denomina la capacidad emprendedora de
los jóvenes para enfrentar múltiples desafíos de su desarrollo personal, manejos de
riesgo, percepción de autosuficiencia, manejo de vínculos.
El supuesto del estudio del IUDOP es que la presencia o ausencia de pandillas en una
comunidad se debe a la menor o mayor existencia de capital social positivo en la
comunidad en cuestión, o en su defecto, a la presencia de capital social perverso. Más
específicamente, según el estudio, la presencia de pandillas, se debería a la ausencia de
confianza interpersonal, de relaciones de ayuda reciproca, de normas de participación
comunitarias y de un sentido de pertenencia. Por tanto, las comunidades con alta
presencia de jóvenes pandilleros o mareros contarían con bajos niveles de capital social
positivo. El propósito del estudio fue por consiguiente, medir el impacto de los factores
del capital social en la presencia o no de pandillas en algunas ciudades o barrios de
cuatro países centroamericanos. Para el caso de El Salvador, el estudio demostró la
existencia de correlación significativa entre los factores propuestos.
39
Rubio, M. 1997.
40
Feldstein y Putnam. 2003, p.77.
41
IUDOP, ERIC; IDESO; IDIES. 2004. p. 50.
42
Rodríguez, Ernesto. 2004. Ponencia en Seminario Permanente sobre Violencia-PNUD.
22
Puede, por tanto, afirmarse que los mecanismos que constituyen tanto el capital social
colectivo, como el capital social individual, siguen una lógica similar, una lógica
común, de carácter pragmático. Se trata de la lógica de la práctica social del ser humano,
23
La lógica común presente en los mecanismos que constituyen tanto el capital social
colectivo, como el capital social individual es la que yo denomino “la lógica del
empoderamiento”, por un lado colectivo y por otro individual. Distingo en esto, dos
conceptos: el empoderamiento como proceso y su lógica como mecanismo.
43
Por ejemplo la teoría de la alineación de Marx, la teoría de la institucionalización de los procesos de
racionalización de Max Weber, o la de la psicologización de los procesos de racionalización, de Norberto
Elías.
44
Fernández Ríos, Luis. 1994. p. 347.
45
Gordon, A., citado por Fernández Ríos. P. 347.
24
La comprensión de la realidad no es una más de las actividades del ser humano, entre
otras. Está detrás de toda actividad humana y por tanto, se encuentra en el centro de la
lógica de toda su práctica social47. Esto puede resumirse en forma breve en el sentido de
que toda acción del ser humano requiere de un mínimo de comprensión e interpretación
de la realidad en la que se desenvuelve, para orientarse en la vida diaria. Esto, no
46
Sartre, Jean Paul. 1971. p. 79.
47
Gadamer, Hans_George. 1975.
25
implica que toda acción necesariamente esté precedida por una comprensión e
interpretación correctas de la realidad.
Aaron Antonovsky, desarrolló como ya quedó dicho anteriormente, la teoría del Sentido
de coherencia48, que comprende los tres componentes psicosociales de la acción. Él los
presenta como recursos psicosociales que posibilitan en la persona la capacidad de
potenciar un buen estado de salud mental, ante situaciones estresantes que amenazan la
salud49.
48
Antonovsky, Aaron, 2001.
49
Buena parte del interés investigativo de Antonovsky, estaba en la necesidad de explicar como una
buena parte de las víctimas de la segunda guerra mundial, después de sus vivencias en los campos de
concentración mostraban altos grados de buena salud mental. Su interés científico estaba en entender
cuales eran los factores facilitadores de una buena salud mental, en lugar de cuales son los factores que
generan enfermedad.
26
50
Basada en la definición básica de Antonovsky, Aaron, 2001.
27
personal y humano, y por tanto, como se ha dicho, implica parte de los mecanismos
sociales de la reproducción social y cultural.
Sobre esa base, unos más, otros menos han desarrollado y desarrollan planes de
incidencia sobre esos factores. En países con mejores condiciones socioeconómicas para
los diversos grupos sociales, el delito y la delincuencia entre jóvenes, es también un
fenómeno social de magnitudes alarmantes. Eso bastaría para pensar que el fenómeno
del delito y la delincuencia no pueden explicarse suficientemente a partir de una
relación estructural socioeconómica. Hacerlo sería extraer una conclusión, y en el peor
de los casos establecer una premisa, completamente errónea: la delincuencia como
característica de la pobreza. Eso haría pensar que el delito y la delincuencia, entre los
jóvenes solo existe en los países pobres. Lo cual sería la interpretación más simplista del
29
fenómeno de la delincuencia, que cae por su propio peso ante la evidencia alarmante de
delincuencia en esos países. Ese sólo hecho, hace pensar que los mecanismos de los
comportamientos delictivos extrapolan los marcos de la pobreza y deben, sin excluir ese
elemento como uno entre otros factores posibles, impulsar a una búsqueda más seria y
compleja. Se tiende a establecer esa relación simplista entre pobreza (y sus elementos
asociados de desintegración, exclusión económica, social, cultural, etc.) con el delito y
la delincuencia, porque justamente la característica estructural dominante de nuestras
sociedades es, como dice Rawls51, la de estructuras socioeconómicas básicas que
distribuyen desigualmente las condiciones de vida influyendo en generar diversas
oportunidades de vida para distintos grupos sociales.
Unos más, otros menos, optamos por quedarnos a ese nivel de análisis. No basta con
que algunos desconocen o ignoran que detrás del delito y la delincuencia como
expresiones jurídicas, subyacen procesos sociales y culturales complejos que hacen
surgir comportamientos delictivos. Sino que trasladan los mecanismos que dan forman
y origen a esos comportamientos, de procesos sociales micros a procesos macros
generales. Con ello no resolvemos nada al momento de las intervenciones preventivas.
Ese determinismo no es suficiente para entender y prevenir, no “el delito y la
delincuencia”, sino para prevenir el surgimiento de los comportamientos delictivos.
Debemos ser capaces, como dice Pierre Bourdieu, de romper con lo que él llama la
forma “substancialista”53 de pensar, a partir de la cuál se establecen relaciones
mecánicas entre forma de pensar y posiciones sociales y dónde, el comportamiento de
los individuos se explican a partir una predeterminada lógica de comportamientos de
ciertos grupos sociales. Superar ese forma substancialista de interpretar la realidad no
necesariamente debe conducirnos al otro determinismo, el individualista.
Una verdad difícil de negar y necesaria de repetir es que las estructuras solamente
adquieren forma y sentido, se reproducen y se recrean a través de la acción humana, de
la cuál, el buscar comprender la realidad, darle significado y sentido para actuar con un
mínimo de control sobre ella, constituyen sus mecanismos básicos y su lógica esencial.
No podemos, ni debemos dejar ese nivel, fuera del análisis.
Ahora bien, ¿qué pueden aportar esas reflexiones sobre la formación del capital social,
de la lógica del empoderamiento, al tema del trabajo preventivo?
51
Rawls, John. 1996.
52
Léase el interesante esfuerzo de Miguel Cruz (Revista ECA 2005) por esquematizar los factores que él
considera están asociados a las pandillas juveniles en Centroamérica.
53
Bourdieu. 1999. pp. 13-14.
30
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