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Empoderamiento y prevención

Mario Zetino Duarte


Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas"
El Salvador

Resumen
Los niveles de violencia y delincuencia que se han alcanzado en el país, han
dado lugar a la formulación e implementación de políticas estatales de “cero
tolerancia”, sustentadas en una interpretación errónea de “seguridad pública
y ciudadana”, como respuesta principal al problema, y bajo el discurso de
ser medidas preventivas del delito y la delincuencia. Al mismo tiempo se
ensayan respuestas o intentos de tratamiento del problema, que se plantean
así mismas, como alternativas a las estatales. En el presente articulo se
destaca que las prácticas preventivas en el área de la delincuencia
fundamentalmente tienen un carácter patogénico, que se corresponde a
visiones políticas de control y funcionalidad de la sociedad, y a una visión
del delito, de carácter meramente jurídico que desconoce o ignora los
procesos sociales que le dan origen. La discusión de los pares de conceptos
delito/delincuencia y comportamientos delictivos/carrera delictiva revela
cuales son esos procesos sociales subyacentes al delito y posibilita la
discusión de una perspectiva diferente de la prevención, la prevención
salutogénica. Esta perspectiva no prioriza el control de factores de riesgo,
sino la potenciación de factores de desarrollo del individuo, la familia, la
comunidad y la sociedad.

Conceptos claves
Delito, delincuencia, comportamientos delictivos, carrera delictiva,
prevención, prevención patogénica, prevención salutogénica, reproducción
social, reproducción cultural, capital social, interrelaciones sociales, lógica
del empoderamiento, comprensibilidad, construcción de significados y
manejo de la realidad, sentido de coherencia y contexto de la realidad.

Introducción
Aunque la tasa de homicidios, calculada por cada cien mil habitantes deja por fuera la
mayoría hechos de violencia no concretados en homicidios, es hoy por hoy, el indicador
comparativo reconocido internacionalmente para medir los niveles de violencia de un
país. La tasa de homicidios en El Salvador para la década de 1984-1994, estaba


El presente artículo es una versión revisada de uno de los capítulos del estudio con el mismo nombre
realizado por el autor para la Fundación salvadoreña de desarrollo y vivienda mínima FUNDASAL.
Agradezco a la Fundación por la autorización para utilizar y adecuar el contenido a los propósitos del
artículo.
** Doctor en Sociología. Universidad de Lund, Suecia. Docente e investigador de la Maestría en
Psicología Comunitaria, Departamento de Psicología, UCA.
2

calculada en 150 homicidios por cada 1000,000 habitantes1.. Dicha tasa descendió en el
2000 a 43 homicidios por cada 100, 000 habitantes y a 41.2 en el 2004 2. Pese a tales
variaciones, continúa ésta siendo una de las más altas del mundo3. En el 2004 fue la
tercera más alta en América Latina, después de Honduras (45.9)4 y Colombia (44.9)5 y
la segunda más alta en Centro América, siendo las más bajas, las de Costa Rica (6.2) y
Nicaragua (10.5), seguidas de Guatemala con 34.7 homicidios por cada 100 mil
habitantes6.

A pesar de que a principios de 2005 el Instituto de Medicina legal (IML), La Policía


Nacional Civil (PNC) y la Fiscalía General de la República (FGR), que manejan las
cifras de los homicidios en el país, firmaron un acuerdo para unificar criterios sobre el
número de homicidios, al final del año las cifras continúan siendo diferentes: el IML
reportó 3,825 homicidios en 2005, la PNC informó de 3,761, mientras que la FGR
reportó un total de 3.781. Pese a la diferencia de datos, los tres reportes evidencian un
aumento de la tasa de homicidios para el 2005, correspondiente a entre 56.05 y 57.0
homicidios por 100 mil habitantes. Las mismas instituciones coinciden en señalar que
la mayoría de las personas asesinadas fueron hombres jóvenes en las edades entre los 18
y 30 años. Este incremento significa un aumento de 16 homicidios por cada 100 mil
habitantes (28 puntos porcentuales más respecto a 2004), lo que nos coloca como el país
más violento de América Latina, superando a Colombia y en mucho a Honduras.

El 6 de junio de 2006 fue presentado en Tegucigalpa el primer informe, brindado por el


recién creado “Observatorio de la Violencia” del Programa de las Naciones Unidas para
el Desarrollo (PNUD) y la Universidad Nacional Autónoma de Honduras7, que revela
datos sobre violencia, delincuencia y criminalidad en el país durante los años 2005 y
2006. El Observatorio de la Violencia se encarga de monitorear las muertes por causas
externas, es decir, todo aquello que no es natural, asimismo las lesiones, las
evaluaciones médico-legales (delitos sexuales, mujer agredida, menor maltratado,
lesiones en general) y el trato que reciben los detenidos por asociación ilícita. Dicha
información se presenta en dos tipos de informes8, uno sobre lesiones y otro sobre
mortalidad. Cada uno con periodicidad trimestral y anual. Ambos informes
proporcionan en una sola fuente de cuadros y gráficas una visión más completa sobre el
nivel de violencia en el país, más allá de la limitada tasa de homicidios por cada 100 mil
habitantes, que solamente expresa la concreción en muerte de uno de los componentes
de la violencia. Las fuentes que proporcionan los datos y con quienes el Observatorio
coordina el monitoreo de los mismos, son la Dirección General de Investigación
Criminal (DGIC), Medicina Forense y el Hospital Escuela de Tegucigalpa. Esta

1
Buvinic, Mayra, Andrew Morrison y Michael Shifter (1999).
2
Cálculos de la Policía Nacional Civil de El Salvador.
3
La organización Mundial de la Salud en su primer Reporte Mundial sobre Violencia y Salud de octubre
de 2002 (p.11), señala una tasa promedio para el mundo de 8.8 defunciones por cada 100,000 habitantes,
causada por homicidios, lo que estaría representando el 31.3 % del total de defunciones en el mundo.
4
Ministerio Público de Honduras.
5
Según cálculos de la Vicepresidencia de la República de Colombia. Citado en “Los círculos de la
violencia. Sociedad excluyente y pandillas” del Dr. Mauricio Gaborit, revista ECA 685-686, Noviembre y
diciembre de 2005 el mismo artículo arriba mencionado del Dr. Gaborit.
6
En la página 1146 del artículo puede encontrarse una comparación de los índices de homicidios de los
países centroamericanos.
7
Funciona bajo la responsabilidad del Diplomado en Violencia y Convivencia Social, del Departamento
de Sociología de dicha universidad.
8
Los primeros informes pueden obtenerse en la siguiente dirección electrónica
http://www.undp.un.hn/observatorio_violencia.htm
3

coordinación y trabajo conjunto ha permitido que mucha de la clasificación y registros


se ha reconceptualizado y depurado. Así, los registros sobre homicidios, que hasta el
2004 incluían los homicidios no culposos, entre ellos los causados por accidente de
tránsito, ahora han sido desagregados. Con tal procedimiento, la tasa de homicidios
oficial de Honduras para el 2005 queda calculada en 37.0 homicidios por cada 100 mil
habitantes9, muy por debajo de los 57.0 homicidios por 100 mil habitantes en El
Salvador para el mismo año.

Una de las formas de medir los impactos de la violencia en el país es, considerar el
impacto en perdida de vidas entre la población joven del país. El informe Juventud en
Ibero América: Tendencias y urgencias del año 2004, de la Comisión Económica para
Latinoamérica (CEPAL), da cuenta que para 1999 el 46.1 % de jóvenes varones
salvadoreños y el 10.6 % de las jóvenes entre las edades de 15 a 24 años que morían por
causas externas, morían a causa de homicidios10; constituyéndose así El Salvador en el
tercer país en América Latina, después de Brasil y Colombia con un elevado nivel de
mortalidad entre los jóvenes, por dicha causa. De acuerdo al aumento de homicidios
registrados en 2005, es casi seguro que tal nivel de muertes por homicidio entre los
jóvenes también ha aumentado. Lamentablemente, el cuadro en mención, no presenta
datos para Honduras.

Por su parte, el informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD) sobre los impactos económicos de la violencia en El Salvador evidencia que la
criminalidad y la inseguridad ciudadana ocasionan costos considerables para la
población, tanto en términos de costos sociales como económicos. Según el informe,
tales costos alcanzaron en 2003 los mil setecientos dieciséis millones de dólares,
cantidad que duplica los presupuestos de educación y salud del país, para el 2005. Para
el caso de Honduras, no se ha efectuado un estudio similar.

Los niveles de violencia que presenta el país durante la posguerra se han caracterizado
por lo que se ha dado en llamar violencia social11, concepto que hace referencia a los
actos de violencia individual o con algún grado de organización, ejercidos en las
relaciones interpersonales o intergrupales que normalmente desembocan en diversas
formas de actos delictivos. Sus consecuencias a mediano y largo plazo son la
conformación y reproducción de comportamientos violentos, como mecanismos
subyacentes de las relaciones interpersonales.

En muchos estudios y discursos sobre cuyas bases se definen políticas para enfrentar la
violencia y la delincuencia, rápidamente se vincula a ellos el tema de la juventud y se

9
Observatorio de Violencia, Mortalidad y otros. Edición No. 1, mayo de 2006. Diplomado en Violencia y
Convivencia Social. Honduras: carrera de Sociología, UNAH.
10
Cuadro IV.2, página 137 del informe.
11
El termino “violencia social” es utilizado en el lenguaje y discurso diarios con imprecisión. De ello no
quedan excluidos los discursos políticos y académicos. Un intento serio de definición de violencia social
es el que formula el sociólogo y economista Ángel Saldomando y que presenta el Centro de Estudios
Internacionales de Nicaragua, en los términos siguientes: “los actos de violencia, individuales o con un
nivel muy incipiente de organización, que transgreden valores y normas del orden social”. En el presente
artículo se amplía tal definición de la siguiente forma: “los actos de violencia, individuales o con algún
nivel de organización, ejercidos en las relaciones interpersonales o intergrupales, que transgreden
valores y normas del orden social y cuya consecuencia a mediano y largo plazo, es la conformación y
reproducción, en los individuos y grupos sociales, de mecanismos psicosociales y culturales de
comportamientos violentos como mecanismos inherentes en las relaciones sociales”.
4

tiende desafortunadamente a identificar la violencia social como sinónimo de violencia


y delincuencia juveniles, y a reducir aquella a éstas. Algunas de las posibles razones
para esto, es el surgimiento, en las últimas décadas, de nuevas formas de socialización y
expresión cultural violenta de la juventud, así como de nuevas formas organizativas de
ésta y de la comisión de delitos, hasta entonces extraños para el contexto salvadoreño:
las pandillas o maras juveniles, estudiantiles y delictivas.

Estas visiones que identifican violencia social con violencia, delincuencia juvenil y
maras juveniles han justificado la formulación e implementación de políticas estatales
de “cero tolerancia”, sustentadas en una interpretación errónea de “seguridad pública y
ciudadana”, como respuesta principal al problema. Los ejes centrales de estas políticas
son la criminalización y represión de jóvenes de grupos sociales ya marginalizados. Los
planes de Mano Dura y Súper Mano Dura, en El Salvador y sus similares: Plan Libertad
Azul en Honduras, el Plan Escoba en Guatemala, así como las respectivas Leyes
Antimara en los tres países, se han estructurado y ejecutado como una estrategia policial
y militar de focalización, y captura masiva de jóvenes, y miembros de pandillas o maras
en sectores poblacionales y habitacionales afectados por la actividad de tales grupos12.

Al mismo tiempo se ensayan respuestas o intentos de tratamiento del problema, que se


plantean así mismas, como alternativas a las estatales. Estas respuestas son impulsadas,
tanto por organizaciones no gubernamentales como por instancias gubernamentales que
en la búsqueda de una filosofía más humanista en la legislación penal juvenil, procuran
incorporar el ideal resocializador de la prevención, basado en la idea de Talcott Parsons,
de que el fracaso de la socialización da lugar a conductas desviadas, que el sistema debe
de corregir mediante el control resocializador.

En la actualidad se desarrolla tanta variedad de programas y proyectos sociales de


“prevención” (con sus conceptos cercanos de rehabilitación y tratamiento) de la
violencia y de la delincuencia, como buenas intenciones hay por parte de la sociedad
civil por aportar a ese trabajo. La prevención parece un juego de tiro al blanco con
escopeta, en el que muchos de tales programas o proyectos parten de lógicas
elementales que de alguna u otra manera, unos más, otros menos, aciertan en incidir en
factores de riesgo vinculados al problema, pero sin la claridad y consciencia necesaria
de hacia cuales mecanismos generadores del desarrollo individual y colectivo se
orientan los esfuerzos preventivos. La intención del presente artículo es la de, desde una
perspectiva sociológica de la acción humana, discutir e intentar develar y focalizar esos
factores y mecanismos para que sobre su comprensión se diseñen modelos, proyectos y
programas de intervención preventiva cuyo eje central sea el fortalecimiento de factores
generadores de desarrollo individual y colectivo.
A dicha discusión, se incorporan reflexiones sobre los conceptos de reproducción social,
cultural, capital social, comprensibilidad, construcción de significados, manejo de la
realidad y lógica de empoderamiento.

1. Sobre el concepto de prevención


Independientemente de las diferentes definiciones del concepto de prevención, y de las
clasificaciones que de él se hagan, una de sus características centrales es, que la
prevención consiste en una intervención consciente sobre factores que contribuyen al

12
Zetino Duarte; Mario. 2005.
5

surgimiento de fenómenos sociales definidos como no deseables. Tal intervención tiene


como propósito, disminuir las probabilidades del surgimiento, o reincidencia de tal
fenómeno, o de modificar sus efectos negativos sobre el individuo o la colectividad. Al
ser una intervención consciente, presupone que está fundamentada en una visión y una
interpretación sobre las características del fenómeno y sobre los aspectos contextuales
asociados que estarían estructurando su dinámica. Solamente sobre la base de tal visión
sería posible determinar los aspectos que serían objeto de la intervención, los efectos
esperados de ésta sobre aquellos, el sentido y orientación de la intervención y por
supuesto diseñar y ejecutar la intervención “preventiva”.

1.1. Las bases históricas de las visiones de la “prevención” como intervención


humana
Históricamente el concepto de prevención se originó en, y ha estado tradicional y
estrechamente unido, a la lucha contra la enfermedad13. Consecuentemente, vinculado
también a la temática de la salud14, y por tanto a la medicina (y a sus formas previas:
religiosas, espirituales, mágicas, etc.). Posteriormente hizo su entrada en el terreno de
las ciencias sociales. Primero en la psicología luego en la sociología y las otras ciencias
sociales.

En la psicología, todavía vinculado al tema de la salud, la salud mental, ha transitado


por la psicología clínica, la psicología social, y ahora forma parte importante de la
psicología comunitaria. Y con ello, ha transitado de una visión de intervención
preventiva sobre el individuo, a una visión de intervención preventiva en el ámbito
colectivo o comunitario. Dicho en otras palabras, de una interpretación de la
problemática, focalizada en el individuo ha avanzado a una interpretación más amplia,
en la que el individuo es contextualizado en un colectivo y en la comunidad.

Ese desarrollo histórico de la prevención y de su relación estrecha con “la enfermedad”,


la “salud” y la “salud mental”, tiene sus fundamentos en el desarrollo del conocimiento
científico del hombre sobre su propia realidad y en el desarrollo de la modernidad y del
pensamiento racional. La humanidad se enfrentó primero con la necesidad pragmática
de resolver los problemas que su relación con la naturaleza le imponían. La naturaleza
del cuerpo humano mismo, fue parte de los problemas a resolver. Ésta, le impuso la
obligación cognitiva de comprender la naturaleza y darle tratamiento a las exigencias de
transformarla y someterla productivamente bajo su dominio, para subsistir. Pero
también le impuso la necesidad de darle tratamiento a los efectos de su relación con el
resto de la naturaleza: las enfermedades. Fue imperioso no solamente curar sino
posteriormente prevenir las enfermedades.

Los efectos de la relación del hombre con la naturaleza, en su proceso de someterla y


transformarla, no se redujeron a la salud física. Con el avance de la sociedad moderna,
la industrialización y el avance del pensamiento racional y científico, los efectos de esta
relación en la salud mental y en las condiciones de vida materiales de la población, se
volvieron evidentes, y se convirtieron en problemas de estudio y tratamiento. No
solamente la pobreza, sino también las condiciones de trabajo, de salubridad, de
vivienda, etc., se manifestaron como consecuencias de dicha relación. Con ello, la
prevención hizo su entrada en la sociología. Tanto la psicología como la sociología

13
Fernández Ríos, Luis. 1994.
14
Es importante señalar que a pesar de una visión preventiva en el terreno de la salud, esa visión continua
correspondiendo a una visión patogénica y no salutogénica de la misma.
6

encontraron sus respectivos objetos de estudio: por un lado, el individuo con la


problemática de sus intimidades en su mundo interior y por el otro, con la problemática
de su mundo social “exterior”. Así mismo, encontraron sus áreas de preocupación, de
tratamiento y prevención: la salud mental y “la salud social” respectivamente.

De la misma manera que en otras disciplinas de las ciencias sociales (la economía por
ejemplo), se desarrollaron dentro de la psicología y la sociología distintas modelos y
escuelas interpretativas, primero orientadas a intentar comprender los problemas que el
hombre enfrentaba en cada área de su vida, luego, a intentar darle tratamiento a dichos
problemas, para posteriormente postular modelos para prevenirlos.

Esos avances15 en la orientación de las acciones de intervención sobre los problemas del
hombre en sociedad, se desarrollaron y continúan planteándose sobre la base de una
perspectiva “de enfrentamiento de los problemas”. Es decir, sobre la base de
comprenderlos, tratarlos y prevenirlos. Con otras palabras, la acción preventiva ha
girado siempre entorno a la perspectiva del “problema” (la enfermedad, la insalubridad,
la pobreza, la vivienda, los accidentes de trabajo, la desnutrición, la marginación, la
depresión, etc.)

El concepto clásico de la prevención está basado en y referido a la perspectiva de evitar


el surgimiento, o de reducir los riesgos de que “surjan los problemas”. Quizás el caso
del desarrollo de las teorías sociales condujo a un avance mayor. Se llegaron a plantear
teorías “propositivas”, de transformación social (teorías de reformas o revoluciones),
como propuestas que iban más allá del tratamiento y prevención de los problemas
sociales.

En resumen, los avances en la orientación de las acciones de intervención sobre los


problemas del hombre, incluyendo el planteamiento de la prevención, que tiene ya una
antigüedad de por los menos siglo y medio, se plantearon y continúan planteándose
desde una perspectiva patogénica y no desde una perspectiva salutogénica.

La primera perspectiva se refiere a una intervención orientada a comprender, atender,


curar y prevenir el surgimiento de las “enfermedades”, (biológicas, mentales o
“sociales”). Es decir, actúa sobre los “factores de riesgo”, generadores de los problemas.
Mientras que la segunda, se refiere a la generación de salud. Es una perspectiva de
intervención, no sobre los factores de riesgo, sino, sobre los factores tanto, personales
como sociales, capaces de generar, de producir salud, capaces de potenciar y producir
desarrollo, personal o colectivo, desarrollo social y humano.

Aaron Antonovsky, sociólogo norteamericano de origen israelita, desarrolló en 198716


el modelo teórico del sentido de coherencia de la realidad, que explica cuales son las
condiciones sociales y personales capaces de producir salud (salutogénesis) y
desarrollo. Este modelo es diametralmente opuesto al modelo de la patogénesis.

15
No puede hablarse aquí de cambios en la orientación, ya que ninguno de los aspectos como
comprensión de los problemas, tratamiento y prevención, necesariamente sustituye al otro. Los problemas
que el individuo enfrenta en la sociedad en sus distintas esferas de vida, deben entenderse, tratarse y
prevenirse. Los cambios pueden producirse en el peso relativo que a cada uno de ellos, se les otorgue en
una perspectiva de acción social orientada al desarrollo de la sociedad.
16
Antonovsky, 2001.
7

De acuerdo a Antonovsky, la perspectiva patogénica formula hipótesis de comprensión,


tratamiento y prevención sobre la base de plantear qué factores contribuyen (factores de
riesgo) a un problema o enfermedad, por ejemplo: “un comportamiento de tipo A,
contribuye a enfermedades del corazón, la impotencia aprendida contribuye a la
depresión, etc.”17. Por el contrario, señala Antonovsky, la perspectiva salutogénica nos
lleva a pensar en términos de factores que estimulan la salud. En muchos casos puede
tratarse de factores similares. Es decir, el estímulo positivo sobre factores de riesgo
puede conducir al desarrollo y salud en sentido positivo. Sin embargo, lo importante es
que a menudo se trata de factores distintos.

El desplazamiento hacia la salud o el desarrollo, no necesariamente (o solamente), se


produce a través de mantener un factor de riesgo en un nivel bajo, sino a través de
estimular aquellos factores que potencian la “salud” o el desarrollo. La reducción, y en
el mejor de los casos, la eliminación de los efectos de los factores de riesgo será una
consecuencia del estimulo sobre los factores que potencian la salud. La prevención por
tanto cambiaría de carácter. Sus objetivos no serían básicamente, los de impedir o
disminuir el surgimiento del problema o de nuevos casos, sino sobre todo los de
intervenir - no sólo identificando los factores de riesgo, sino los estimulantes – y
potenciar el desarrollo y “salud” del individuo, la familia, grupos sociales, la comunidad
y la sociedad.

1.2. La conceptualización tradicional de la prevención


Las reflexiones anteriores conducen ineludiblemente a revisar la definición tradicional
de la prevención, así como las orientaciones que se le acostumbra dar a dicho concepto,
en el tema de la violencia y delincuencia.

De acuerdo a la división clásica de Gerald Caplan18, se distingue tradicionalmente entre


prevención primaria, secundaria y terciaria. Esta división y su conceptualización hacen
referencia a la prevención en salud mental desde una perspectiva comunitaria. Según
Caplan, la prevención primaria, consiste en la disminución de la proporción de casos
nuevos de trastornos (mentales) en una población, contrarrestando las circunstancias
dañinas, los factores de riesgo, antes de que produzcan la enfermedad 19. Se trata de
actuar antes de que “la enfermedad” surja para evitar que lo haga y reducir el número
de casos, a través de reducir el riesgo para toda una población.

La prevención secundaria, la define Caplan como aquella que tiene el propósito de


reducir la enfermedad, a través de modificar los factores que conducen al trastorno,
mediante un diagnóstico precoz y un tratamiento efectivo. Se refiere por tanto al
tratamiento del problema ya presentado o en proceso de surgimiento.

La prevención terciaria, se refiere, a la rehabilitación del individuo. Luis Fernández


Ríos20, considera que esta definición es polémica porque no se trata en realidad de
prevención sino de rehabilitación. Sin embargo, Caplan pretende darle un alcance
comunitario21, tanto por su acción como por sus efectos en la disminución de la
presencia de la enfermedad en la comunidad.

17
Ibíd. Página 26. traducción libre del texto en sueco.
18
Caplan, Gerald, 1980.
19
Ibíd. Página 43.
20
Luis Fernández Ríos (1994), página 142.
21
Caplan, Gerald, 1980, página 129.
8

Según Fernández Ríos, autores como Catalan, R. A. y Dooley, D. distinguen en la


prevención primaria, entre prevención proactiva y reactiva. La prevención primaria
proactiva se dirige, según dichos autores, a estrategias de acción que intentan prevenir la
ocurrencia de factores de riesgo. Ejemplos de tales acciones serían la educación y
capacitación en torno a temas específicos (la droga, salud mental, embarazo prematuro,
el delito, etc.). La prevención primaria reactiva tendría como objetivo preparar a la
persona para reaccionar efectivamente ante una situación de riesgo. Ejemplo de ello es
el desarrollo de habilidades, como los de liderazgo de jóvenes, etc.

No obstante que las clasificaciones de Caplan y los otros autores hacen referencia a la
prevención en salud mental, también se refieren a los momentos y niveles de la
intervención, ello ha permitido la extensión del uso del concepto de prevención al
terreno de otros aspectos sociales, como los de la violencia y la delincuencia. La
intervención preventiva, aplicada a esos problemas, puede entenderse como el conjunto
organizado de recursos, procedimientos y técnicas que el “agente” interventor utiliza en
su relación con la comunidad, con la finalidad de enfrentar procesos de violencia y
delincuencia juvenil en tres momentos posibles: a) antes de su manifestación, b) cuando
se muestran a niveles incipientes y esporádicos, y c) cuando existen expresiones abiertas
y sostenidas de violencia y delincuencia juvenil22.

Los tres momentos se entienden como manifestaciones probables de un mismo proceso.


Atendiendo a la tipificación ya clásica, la prevención primaria se realiza a nivel
comunitario, la atención o tratamiento - prevención secundaria - se realiza a nivel
individual y/o comunitario. Mientras tanto, la prevención terciaria, que corresponde a la
rehabilitación está orientada al individuo.

2. La aplicación práctica del concepto de prevención en el ámbito del


delito
Laura Chinchilla y José María Rico23, presentan en su libro La prevención Comunitaria
del Delito: Perspectivas para América Latina (1997), algunas reflexiones sobre la
definición, tipología y enfoques de la prevención comunitaria del delito. Es importante
retomar y comentar tales reflexiones y enfoques, porque, por un lado ellas reflejan
perspectivas en las que se apoyan políticas oficiales de países como el nuestro; por otro
lado, porque permiten someter a discusión la crítica que, desde esa perspectiva
pragmática y del enfoque reducido que ellos presentan, se hace a enfoques más amplios
sobre la prevención.

Lacónicamente señalan los autores, que “en sentido amplio”, se considera prevención al
conjunto de medidas destinadas a impedir o limitar la comisión de un delito24.

Frente a las definiciones de otros autores, que ellos citan, Chinchilla y Rico presentan
tres reflexiones interesantes. La primera reflexión se refiere a la consideración que

22
Zetino Duarte, M. 2005. En base a reformulación propuesta por Lic. Carlos Iván Orellana.
23
Laura Chinchilla es Ex – Ministra de Seguridad Pública de Costa Rica, José María Rico, es profesor
titular del Departamento de Criminología de la Universidad de Montreal, Canadá.
24
Chinchilla & Rico, 1997, página 13.
9

según autores como Raymond Gassin, Philip Robert y Dalloz25 hacen en el sentido de
que no pueden considerarse como prevención las medidas de intervención penal o
parapenal de tipo policial, conducentes a la intimidación y/o las sanciones penales que
persiguen la neutralización o rehabilitación del infractor, la indemnización de la victima
o la desjudicalización. Por tanto, dicen Gassin y Dalloz, deben excluirse del campo de la
prevención. En opinión de Chinchilla y Rico, la acción y colaboración policiales son
indispensables en la prevención comunitaria del delito y no deben descartarse los
efectos intimidatorios de tales acciones y de las sanciones de los tribunales. Medidas de
ese tipo forman parte del enfoque “preventivo” que ellos privilegian y presentan.

Una segunda reflexión se refiere a las medidas de carácter social. Según Chinchilla y
Rico, la mayoría de estas medidas no tienen el objetivo primordial de reducir la
delincuencia sino, la mejora de las condiciones de vida de ciertos grupos sociales,
mediante programas de ayuda material y moral. En opinión de Chinchilla y Rico, los
efectos que estas medidas puedan tener sobre índices y formas de la delincuencia, es de
carácter inducido o como efecto secundario resultante de acciones que no tiene el
propósito de impedir la comisión de un delito.

En este punto, los autores retoman la discusión de las causas de la delincuencia. Ellos
señalan que deben distinguirse entre causas próximas y lejanas de la delincuencia. En
opinión de ellos, las causas lejanas hacen referencia a los factores que solamente ejercen
una influencia indirecta y a largo plazo en la aparición de un delito. Señalan entres estas
causas los factores estructurales como familia, empleo, vivienda, salud. Entre las causas
próximas, puntean aquellos factores directamente relacionados con un hecho delictivo y
cercano, tanto en el tiempo y en el espacio, por ejemplo el delincuente mismo como
individuo con características específicas (impulsividad, etc.), o las situaciones
precriminales o circunstanciales que favorecen la comisión del delito.

A partir de la definición pragmática de prevención que ellos hacen, en el sentido de que


consiste en el conjunto de medidas destinadas a impedir o limitar la comisión de un
delito, Chinchilla y Ríos presentan dos tipologías de la prevención. De acuerdo a lo que
ellos llaman la interpretación más clásica, el Estado puede intervenir en tres formas: por
la vía legislativa (a través de la amenaza de sanciones y leyes penales o especiales
destinadas a impedir que surjan situaciones delictivas); por la vía judicial, a través de la
aplicación de las leyes para evitar la reincidencia; y por la vía (que ellos llaman)
administrativa, mediante las acciones de registro, patrullajes y controles que realiza la
policía.

La segunda tipología se acerca a las ideas centrales de la tipología de prevención


propuesta por Caplan, utilizando la misma terminología de prevención primaria,
secundaria y terciaria, del delito. Esta tipología de la prevención del delito, se basa en la
presentada por Raymond Gassin, y se refiere a: 1) el conjunto de medidas en materia de
salud, educación, empleo, vivienda etc., tendientes a modificar las condicionantes
criminógenas (factores de riesgo estructurales) del entorno social y mejorar la calidad de
vida de los ciudadanos (prevención primaria); 2) las acciones destinadas a grupos o
poblaciones que presentan un riesgo particular de delincuencia, tales como los
estudiantes, jóvenes de barrios empobrecidos (prevención secundaria); 3) las medidas
dirigidas a la prevención de la reincidencia a través de acciones individualizadas de
25
Raymond Gassin, Criminologie, Paris: Dalloz, 1990; Philip Robert, Les Politiques de prevention de la
délinquance à l’aune de la recherché. Paris: L´Hartmattan, 1991.
10

readaptación social o de neutralización (prevención terciaria), que se corresponde con la


rehabilitación.

Mientras las organizaciones de la sociedad civil tienden a moverse en una gama variada
de proyectos y programas entre los distintos tipos de prevención de la segunda
tipología, no resulta difícil identificar los elementos de la primera tipología como los
centrales, en las políticas aplicadas por el Estado salvadoreño. Más difícil es identificar
elementos de la segunda, aunque algunos de ellos están presentes en proyectos
desarrollados por instancias secundarias, como el Consejo Nacional de Seguridad
Pública, entre otras.

Debe llamarse la atención sobre el hecho que Chinchilla y Rico hacen un uso
indiscriminado de los conceptos de delito y delincuencia cuando se refieren al objeto de
la intervención preventiva. Tales términos requieren de un análisis y de una precisión
conceptual, porque justamente en ello está la clave de las diferencias de visión, de
orientación y propósitos de la prevención.

La precisión conceptual de dichos términos implica extraer de su ocultamiento y uso


difuso, dos términos que fácilmente pasan desapercibidos en el debate: las acciones o
comportamientos delictivos y la carrera delictiva. Así mismo, implica establecer la
diferencia y la relación existentes entre estos términos y los de delito y de delincuencia.
Hacerlo, nos permitirá comentar las posiciones expuestas por Chinchilla y Rico, y
presentar una visión e interpretación distinta de la prevención.

2.1. Las visiones de la prevención a partir de las interpretaciones de delito y


delincuencia
En este punto se discuten teóricamente las visiones y orientaciones de la prevención a
partir de los pares de conceptos: delito y delincuencia, por un lado, y de
comportamientos delictivos y carrera delictiva por el otro.

Cada par de conceptos constituyen diferentes tipos de conceptos, pero ambos


constituyen dos perspectivas de un mismo fenómeno: la objetivación de procesos
sociales en dos niveles y desde dos perspectivas distintas26. El primer tipo de conceptos
(delito y delincuencia), concierne a las denominaciones sociales y jurídicas que se
corresponden a la visión de la sociedad sobre la transgresión de la ley. Vistas desde los
intereses de la sociedad y el Estado, esas denominaciones sirven para conocer, medir y
controlar la infracción de la ley.

El otro tipo de conceptos (comportamientos delictivos y carrera delictiva) se refiere a, y


señala, los procesos sociales y de vida concretos, de los individuos, de los cuales, los
comportamientos delictivos resultan y a los que al mismo tiempo ellos dan lugar.

Hecha esa distinción inicial, es necesario también distinguir entre delito y delincuencia.
En nuestra representación diaria de la realidad, el concepto delito, al igual que el de
violencia, se nos presenta como algo que sabemos que es. Pero realmente no hay una
clara y unificada definición de tal concepto. La definición más recurrente es la que se
formula desde el enfoque de la ley, en el sentido de que el delito es lo que por ley es
objeto de castigo. Es decir, se castiga lo que quebranta la ley. Esta no es más que una

26
Zetino Duarte, Mario, 1996.
11

definición circular. Se define un acto a partir de otro acto que es su reacción, y no a


partir de lo que se puede considerar es la naturaleza propia del acto. Esto es así, porque
la sociedad necesita tipificar y clasificar los actos que serán objeto de su reacción
racional: la penalización (el castigo).

Para el propósito inmediato de revisar su relación con el concepto de delincuencia,


valga inicialmente decir, que el concepto de delito, denota el acto social concreto del
quebrantamiento de la ley, y sus procesos circunstanciales y situacionales inmediatos;
por ejemplo, el homicidio, el hurto, el asalto y sus factores facilitadores así como los
procesos involucrados en su ejecución (motivos, emociones, lugares adecuados,
portación de armas, etc.).

Más allá de la definición del delito, desde la perspectiva jurídica, una enunciación
sociológica del concepto sería, la de considerarlo como “un concepto socialmente
determinado, que designa las acciones o comportamientos que son considerados como
divergentes y dañinos para el mantenimiento del sistema de normas y las estructuras de
poder vigentes27.

La formulación anterior hace referencia solamente al concepto delito y no a las acciones


y comportamientos que se consideran delictivas, aunque ellas parcialmente estén
comprendidas en el contenido de la formulación. En otras palabras, las propias acciones
y comportamientos (los actos) en sí, no pueden definirse por su propia naturaleza, como
delitos, si no es a partir de interpretarlos desde una visión y perspectiva social,
normativa y jurídica.

El concepto de delincuencia apunta mientras tanto, al fenómeno social. Es decir, a la


generalización del quebrantamiento sistemático de la ley en la sociedad, que afecta la
seguridad de sus miembros y el funcionamiento de la misma. Por tanto, apunta a los
procesos sociales que convierten ese quebrantamiento de la ley en fenómeno social.

Pero existen varias formas de percibir la delincuencia como fenómeno social. Dentro de
la criminología clásica pueden mencionarse tres tipos de definiciones tradicionales: a) la
llamada “definición del rol de la delincuencia,” b) “la definición configuracional de la
delincuencia” y c) la “definición tipológica de la delincuencia”28.

Para los tres tipos de definición, la delincuencia como fenómeno social es remitida a
una conducta individual y por tanto sus causas también se ubican a ese nivel.

Para el primer tipo de definición, la del rol, la delincuencia se conceptualiza en términos


de un estilo de vida. La delincuencia se define primariamente a partir del delincuente
que durante un largo periodo de su vida hace del delito su forma de vivir, y organiza su
identidad en torno a un estilo de vida delictivo. No es interesante para esta visión, la
persona que ocasionalmente comete delito, sino la persona que durante una buena parte
de su vida desarrolla un patrón delictivo. Este tipo de definición de delincuencia,
considera que muchos de los delitos que se cometen son el producto de motivos
socialmente aprendidos, es decir que la persona aprende a cometer delitos bajo la
influencia de delincuentes experimentados y en contextos culturales delictivos. De
acuerdo a esta perspectiva el significado de la delincuencia está en el delincuente y no
27
Zetino Duarte, Mario, 1996.
28
Hirschi, 1969.
12

en los comportamientos delictivos, ya que estos no son más que el resultado de la


asimilación del rol de delincuente.

Sobre esta base de razonamiento, se limita el estudio de la delincuencia a una pequeña


parte de la población que se considera ha retomado un rol como delincuente, a pesar de
que pueda llegar a reconocerse que la delincuencia se extiende a través de toda la
estructura social29.

Basados en este tipo de definición, el foco de la intervención preventiva sería el (los)


delincuente(s) que ha(n) asumida ese rol, y los contextos donde éste (estos) puede
aprender a cometer delitos.

Para la llamada definición configuracional, conocida también como síndrome de la


delincuencia, la delincuencia se define también a partir del individuo. Se entiende como
algo que paulatinamente se configura, toma forma, como resultado de una combinación
de diferentes tipos de actos delictivos. La delincuencia se explica, por tanto, en términos
de acciones realizadas por un delincuente. De ahí que, para esta perspectiva también se
traslada el interés hacia el delincuente, obviando el surgimiento de los comportamientos
delictivos como procesos sociales.

Esta perspectiva se complementa con el razonamiento de que la delincuencia es parte de


las características de personalidad que toman forma en el delincuente. El foco de interés
de la acción preventiva va dirigido también hacia el delincuente y la conformación de su
carrera delictiva. Pero entendida esta última como el conjunto de actos delictivos,
quebrantamientos sucesivos de la ley que pueden clasificarse en diversos tipos, de
acuerdo a la complejidad, los niveles de gravedad y amenaza a la funcionalidad de la
sociedad.

La tercera definición de la delincuencia, la tipológica, tiene su punto de partida en la


consideración de que es insostenible considerar la delincuencia como un problema
homogéneo y unidimensional y por tanto no debe considerarse toda acción o acto
delictivo, como delincuencia. Lo único que todos los delitos tienen en común, según
esta perspectiva, es que son una transgresión de la ley por parte del individuo. El delito
es una categoría legal, dice Robert MacIver30. Con esta posición, esta definición de la
delincuencia vuelca también el foco de interés preventivo de la delincuencia, hacia la
prevención del delito como quebrantamiento de la ley, y hacia su ejecutor, el
delincuente.

Puede resumirse que para esas tres visiones, el delito y sus causas se consideran sociales
y situacionales en torno a los individuos que los cometen, a los individuos que
potencialmente los cometerían, las circunstancias que lo facilitarían y los contextos
sociales donde estos viven y se desenvuelven. El carácter social de la delincuencia
(como generalización social del delito), estaría dado, por el hecho de amenazar la
seguridad “ciudadana”, la estabilidad y funcionalidad de la sociedad, y porque surge de
esos contextos sociales propicios para la acción del delincuente. Correspondiendo a esas
definiciones, el interés principal de la prevención, está centrado en el delincuente, en los
grupos de delincuentes, en los individuos y en los grupos de individuos focalizados en
zonas geográficas de alto riesgo.
29
Zetino Duarte, Mario, 1996, página 25.
30
MacIver, 1940.
13

En resumen, el delito es entendido como un simple acto de quién o quienes lo cometen


(el quebrantamiento de la ley), sin interesar que ese acto es un hecho social, expresión
de mecanismos y procesos sociales complejos. La delincuencia es entendida como
transgresión sistemática de la ley, pero entendida como el conjunto de actos delictivos,
quebrantamientos sucesivos de la ley que pueden clasificarse en diversos tipos, de
acuerdo a la complejidad, los niveles de gravedad y amenaza a la seguridad ciudadana y
a la funcionalidad de la sociedad.

Los más interesados en medir el delito, entender la delincuencia en los términos


señalados, y controlarlos a través de medidas de prevención como las sugeridas y
propuestos por Cinchilla & Rico, de acuerdo a la primera tipología, son los organismos
e instancias estatales. De acuerdo a este interés, la prevención primaria no está
focalizada en estimular mecanismos de desarrollo, como parte de políticas económicas y
sociales globales. Más bien, está circunscrita localmente en las comunidades, con el fin
de neutralizar los factores de riesgo, en combinación con otras medidas que actúan
sobre los aspectos circunstanciales y situacionales de la comisión del delito: registros,
cateos, patrullajes, legislaciones represivas. Es muy claro el lenguaje de los
representantes de esas instancias: buscan, “prevenir el delito”, y cuando se habla de
prevenir y “combatir la delincuencia”, la referencia también es clara: combatir al
delincuente.

Aun cuando en algunas acciones estatales se incorpora la participación comunitaria, ésta


es entendida y desarrollada desde la base de atribuirle a la comunidad parte de la
responsabilidad, no solamente en la neutralización del delito, sino también de la
comisión de los mismos. A esta visión corresponden las visiones de prevención de
Chinchilla & Rico. La comunidad, según el modelo de Chinchilla, debe identificar los
problemas que “tiene” (en su interior) y resolverlos. Es decir, son los problemas de la
comunidad y no de la sociedad en general.

De manera similar, la conceptualización de la delincuencia, como transgresión


sistemática de las leyes, vista desde los intereses de la sociedad y el Estado, conllevan
también una visión preventiva en la que el propósito es devolver la seguridad a los
ciudadanos y reestablecer la funcionalidad de la sociedad. En términos prácticos la
prevención de la delincuencia se reduce a la prevención y combate del delito. Es decir,
evitar que se quebrante la ley. Las medidas preventivas de carácter social forman parte
de una política orientada, no al estímulo de los factores de desarrollo humano y social,
sino al control local, comunitario y situacional de los factores de riesgo.

2.2. Consecuencias de las diferentes visiones de prevención a partir de las


interpretaciones de delito y delincuencia

Retomando ahora la distinción entre los pares delito-delincuencia por un lado y


comportamiento delictivo y carrera delictiva, por el otro, en el sentido de que ambos
pares representan dos perspectivas sobre un mismo fenómeno, interesa en este punto,
enfatizar que esto no implica una oposición entre ambos pares. El aspecto a resaltar
aquí, es que el segundo par hace referencia al hecho de que, al delito y a la
delincuencia, les subyacen procesos individuales y sociales, que se expresan justamente
en la conformación y surgimiento de los comportamientos delictivos, en individuos,
14

grupos y contextos sociales, sin que estos tres niveles se correspondan y condicionen
mutua y necesariamente.

No hay oposición entre los pares, sino más bien una vinculación a través de los procesos
subyacentes. Los mecanismos y procesos que conforman los comportamientos
delictivos y el desarrollo de una carrera delictiva están en la base del delito y la
delincuencia. El delito y la delincuencia hacen referencia entonces a la denominación
jurídico-social del quebrantamiento de la ley, mientras que los comportamientos
delictivos y la carrera delictiva, hacen referencia a los procesos sociales subyacentes al
quebrantamiento de la ley.

La tendencia a simplificar la complejidad de los fenómenos sociales, ante la necesidad


de identificar factores sociales operativamente manejables, que permitan incidir en la
problemática, conduce tradicionalmente a la búsqueda de “causas” últimas. La búsqueda
de las “causas” de la delincuencia, ha sido uno de los principales temas de la
criminología tradicional, fuertemente influenciada desde el siglo XIX por la teoría del
delito y del castigo de Émile Durkheim. Actualmente se reconoce la multifactorialidad
de dichos fenómenos, señalándose que resultan de la interacción específica de un
numeroso grupo de variados factores. Entre ellos se señalan factores estructurales como
la pobreza, desempleo, analfabetismos, fracasos y deserciones escolares, maltrato
familiar, disfuncionalidad familiar, marginalidad y exclusión, económica, social,
cultural, habitacional, y otros. Se señalan también factores de carácter moral,
psicosociales y culturales: quebrantamiento de normas y vínculos sociales, ausencia de
valores morales, inconformismos, reacciones de rechazo al poder social, desviaciones
culturales, etc.

No pueden reducirse los riegos hacia la delincuencia entre los jóvenes, a la simple
relación estructural, entre falta de acceso a la educación, trabajo y pobreza, aun cuando
esta relación se presente como una combinación de múltiples factores que se derivan de
estos componentes. Esta perspectiva estructuralista, se corresponde por un lado, con el
hecho de que los elementos más fácilmente observables orientan la interpretación en
dicho sentido. Esta perspectiva, se ve fortalecida con resultados de investigaciones - no
sólo locales, sino también internacionales - que basados en correlaciones estadísticas
entre las variables o los factores enunciados, dan lugar a esos estereotipos
interpretativos, lo que refuerza la idea de “comprobación” de la interpretación. Por otro
lado, este enfoque se corresponde con una visión del ser humano como simple objeto de
fuerzas estructurales avasalladoras, cuya dinámica escapa al control individual.

La reducción de la explicación de los riegos hacia la delincuencia, a la relación arriba


señalada y a las correlaciones estadísticas “comprobatorias” de tales relaciones, dejan
por fuera las explicaciones de cuáles son los mecanismos y procesos subyacentes en la
vida real, que generan las correlaciones entre dichos factores.

Por ello, cuando en este artículo se hace referencia a los procesos sociales subyacentes
al quebrantamiento de la ley, no se señala en particular ninguno de los distintos factores
arriba enunciados, ni mucho menos, “causas últimas”. Se hace referencia, más bien, a
la dinámica de los procesos que puedan surgir de las diferentes combinaciones posibles
de tales factores y a los posibles mecanismos sociales y psicosociales actuantes en esos
procesos.
15

Por lo tanto también, cuando se habla de los conceptos de comportamientos delictivos, y


de carrera delictiva, no se hace referencia al acto de quebrantar la ley. La referencia es,
en el caso del concepto de comportamiento delictivo, a comportamientos de los
individuos, resultantes de ciertos mecanismos y procesos sociales, que de acuerdo a los
normativas, valores y legislaciones vigentes, pueden ser considerados como
quebrantamientos de la ley. Por otro lado, el concepto de carrera delictiva hace
referencia a una identidad y a un estilo de vida resultante de, y organizado en torno a,
comportamientos considerados delictivos. En la tipificación hecha arriba, de la
delincuencia como rol, se ha hablado de la delincuencia, es decir el quebrantamiento
sistemático de la ley, justamente como la expresión de una carrera delictiva. En el
concepto de carrera delictiva que en este punto expongo, se enfatiza no el
quebrantamiento de la ley sino los procesos sociales de conformación de un estilo de
vida y de una identidad, resultante y organizado en torno a comportamientos sociales
considerados como delictivos.

Las visiones de prevención que desconocen la diferencia y vinculación, entre los pares
de conceptos de los que venimos hablando, dejan por fuera la intervención sobre los
procesos y mecanismos subyacentes al delito y a la delincuencia y se concentran en la
prevención del quebrantamiento de la ley. Reconocer la diferencia y la relación entre
ambos pares de conceptos implica también la necesidad de identificar los procesos
sociales detrás de ellos, para poder definir la visión, los propósitos de las intervenciones
preventivas y tener claridad que es lo que pretendemos prevenir.

En este punto podemos hacernos las preguntas siguientes: ¿Debe radicar el interés de la
prevención principalmente, en prevenir y controlar el quebrantamiento de la ley y la
“disfuncionalidad” de la sociedad, o en prevenir y controlar el desarrollo de procesos
sociales que dan lugar a los comportamientos delictivos? ¿Son contradictorios los
intereses o pueden ser complementarios? ¿Cuáles son las implicaciones del diferente
énfasis en cada uno de esos intereses, o de la complementariedad entre ellos, para el rol
del estado y para las políticas sociales, jurídicas y criminológicas?

Aunque las respuestas a dichas preguntas exceden los propósitos del presente artículo,
puede adelantarse una respuesta general inicial. No existe, por principio, una
contradicción entre prevenir y controlar el delito y la delincuencia y prevenir el
surgimiento de comportamientos delictivos y el desarrollo de la carrera delictiva en los
individuos. Ambos pares de fenómenos son, como ha quedado señalado, la objetivación
de procesos sociales en dos niveles distintos. Toda sociedad necesita enfrentar ambos
niveles. Las diferencias surgen cuando se desconoce, intencionalmente o no, que al
delito y a la delincuencia, como quebrantamiento de la ley, le subyacen procesos y
mecanismo sociales que dan lugar al surgimiento de comportamientos delictivos. Y
cuando sobre esa base se privilegian políticas o acciones que enfatizan unos u otros
propósitos. Sobre esa misma base llegan a polarizarse o dicotomizarse como
contradictorias y hasta antagónicas las intervenciones preventivas de la sociedad.

La consideración de que el fenómeno de la delincuencia es una realidad exclusivamente


individual continúa siendo dominante. Por ejemplo, en 1999, la Comisión Europea a
través de un comunicado de prensa emitido por el Consejo Europeo, en Tampere,
Finlandia, y luego en la conferencia de alto nivel celebrada en Falésia, Portugal, en
mayo del 2000, definen la delincuencia como “todo acto punible cometido por
individuos o asociaciones espontáneas de personas”.
16

Sin embargo la visión de que la delincuencia es un fenómeno social de dimensiones más


amplias, en el sentido de que es un fenómeno estrechamente vinculado a cada tipo de
sociedad y un reflejo de las principales características de la misma, comienza a ganar
terreno firme. El criminalista español Herrero Herrero31, define la delincuencia como
un fenómeno social constituido por el conjunto de las infracciones, contra las normas
fundamentales de convivencia, producidas en un tiempo y en un lugar determinado. Por
lo que, si se quiere comprender el fenómeno de la delincuencia resulta imprescindible
conocer los fundamentos básicos de cada clase de sociedad, con sus funciones y
disfunciones.

La reducción de la definición de la delincuencia como un fenómeno exclusivo de


carácter individual, deja de lado la complejidad de la relación individuo-sociedad, y la
dinámica de los procesos que en esa relación se producen al momento de definir la
orientación de las intervenciones preventivas. Una ampliación del concepto
delincuencia, en los términos señalados en el párrafo anterior, amplía por igual la visión
y la orientación de las intervenciones preventivas hacia los procesos en la relación
individuo sociedad. Y abre así mismo la posibilidad de discutir la prevención desde una
perspectiva no patogénica, sino salutogénica.

3. Sobre la prevención salutogénica


Hemos señalado hasta aquí, como las medidas de “prevención” que son el eje central de
las políticas estatales de cero tolerancia y de seguridad ciudadana, además de pertenecer
a visiones políticas de control y funcionalidad de la sociedad, se corresponden a una
visión del delito, de carácter meramente jurídico que desconoce los procesos sociales
que le dan origen. Pero indicar, solamente, que al quebrantamiento de la ley le subyacen
procesos sociales complejos, es insuficiente para superar el carácter patogénico de la
prevención.

De la misma manera que no existe, por principio, una contradicción entre prevenir y
controlar el delito y la delincuencia y prevenir el surgimiento de comportamientos
delictivos y el desarrollo de la carrera delictiva en los individuos, no existe tampoco una
contradicción absoluta entre la prevención patogénica y la salutogénica. Las
diferencias, igualmente surgen en el énfasis que se ponga en cada una de ellas. Toda
sociedad necesita actuar sobre los factores sociales de riesgo presentes, pero debe
actuar también sobre los factores sociales que estimulan positivamente el desarrollo del
individuo, la comunidad y la sociedad. De lo contrario, significa continuar actuando
sobre la enfermedad, sin potenciar la salud.

La visión salutogénica de la prevención se fundamenta en la idea de la prevención como


el efecto positivo de una intervención que estimula los factores sociales que potencian
el desarrollo y las capacidades del individuo, la familia, grupos sociales, la comunidad y
la sociedad. ¿Cuáles son esos factores sociales? ¿Dónde se localizan?

31
Herrero, Herrero, C. en su artículo “Tipologías de delitos y de delincuentes en la delincuencia juvenil
actual Perspectiva criminológica”, en el No. 41 del 2002, de la revista española Actualidad Penal, define
la delincuencia como un fenómeno social constituido por el conjunto de las infracciones, contra las
normas fundamentales de convivencia, producidas en un tiempo y en un lugar determinado.
17

Sin pretensiones de agotar su identificación, ni la discusión sobre ellos, nos abocamos


en lo que sigue a intentar responder a tales preguntas.

El problema teórico y metodológico básico, presente en la visión salutogénica de la


prevención consiste en explicar la relación dinámica entre estructuras sociales,
conformación de la realidad y la acción del individuo, que potencien el desarrollo
individual, la familia, la comunidad y la sociedad. En resumen, se trata del problema
básico de las determinaciones entre estructura e individuo. Abordaremos por tanto
brevemente esta discusión para sentar las bases teóricas de nuestra posición.

3.1. La relación dinámica entre estructura e individuo


Comprender y explicar la relación dinámica entre las estructuras de la sociedad y la
acción del individuo ha sido y continúa siendo el problema medular de las ciencias
sociales. Y lo es también cuando deben proponerse soluciones ante problemas sociales.

No se puede, - parafraseando al sociólogo norteamericano C. Wright Mills - entender la


historia de un individuo o la historia de una sociedad, si no se entienden ambas. Es
importante entender la vida de las personas, sus acciones y formas de entender la
realidad y la vida, en relación con las formas en que diversas estructuras de la sociedad
se manifiestan en la familia, la comunidad, otros individuos o grupos y su propia vida.
Esto evita caer en determinismos, por un lado el estructural, donde el individuo es
objeto de la “acción” de fuerzas estructurales que lo avasallan y dominan, y por el otro
el determinismo individualista, donde las estructuras sociales desaparecen
momentáneamente para dar paso a un estado de hibernación en el que el individuo es
situado en su propio mundo interno y determinaciones individuales. Caer en esos
determinismos implica, entre otras cosas, dejar de lado los procesos y mecanismos
psicosociales que se generan en la dinámica diaria de los procesos sociales.

La superación de estos determinismos en el análisis de los fenómenos sociales es parte


del, arriba señalado, problema de las ciencias sociales. No es el propósito desarrollar
aquí una discusión amplia de este problema. Abundante literatura hay sobre tal temática,
como los enfoques existencialistas de Jean-Paul Sartre, los enfoques interrelacionistas
de Joachim Israel, la teoría de la estructuración de Anthony Giddens y las propuestas
sobre la acción humana del realismo crítico de Roy Bhaskar.

La teoría de la estructuración de Giddens se basa en la idea de un proceso donde las


estructuras de la sociedad no existen separadas de los individuos. Las estructuras
sociales y los agentes sociales (las personas) no constituyen unidades separadas32. Ellas
solamente existen y pueden definirse en relación mutua a través de las acciones de las
personas y de sus prácticas sociales.

Para la teoría de la acción humana del realismo crítico, la forma en que Giddens
entiende la relación entre estructuras sociales y acciones del individuo, implica que a
ninguno de ambos componentes de la relación se les reconoce características
particulares y la posesión de mecanismos propios que actúan en la relación, generando
en ella nuevos y específicos mecanismos. A diferencia de la propuesta de Giddens, la
perspectiva de la acción del realismo crítico, parte de considerar a las estructuras
sociales y a los individuos, no como dos momentos de un mismo proceso, sino como

32
Giddens, 1984.
18

dos unidades con características propias, que dependen mutuamente en un mismo


proceso. Vistos como dos momentos, tal como lo propone Giddens, implicaría que en el
análisis de su relación, primero habría que analizar las estructuras sociales para, en un
segundo momento, comprender el comportamiento de los individuos a partir de las
determinaciones de las estructuras, y de nuevo retornar a las estructuras para entender
como estas han sido modificadas por la acción de las personas. El análisis de la relación
implicaría un ir y venir entre cada momento para comprender los efectos de cada
momento en el otro.

De hecho, las estructuras sociales no son un producto directo de las acciones de las
personas, producidas de la nada. Para cada individuo concreto en un momento histórico,
las estructuras sociales están ya dadas y presentes en el individuo, quién consciente o
inconscientemente las ha interiorizado a través de procesos de socialización. Proceso
que los individuos mismos reproducen y transforman constantemente.

La acción del individuo se produce sobre la base de algo nuevo que resulta de esa
interacción. Las estructuras sociales no actúan, quienes actúan son los individuos. Es a
través de la acción de estos, que las estructuras sociales se manifiestan, pero procesadas
y transformadas, como resultado de las adaptaciones que el individuo hace de sus
recursos y potencialidades, a la realidad. Y al mismo tiempo, de las adaptaciones que el
mismo individuo hace de la realidad, a sus recursos y potencialidades individuales.

La idea básica por tanto, es que de la interacción entre estructura social e individuo se
generan nuevas estructuras, mecanismos y procesos, que son diferentes a los propios de
las estructuras sociales externas y a los propios de las características internas de los
individuos. Ejemplos de esas nuevas estructuras, son los esquemas de pensamiento,
interpretación y valoración, los significados culturales y simbólicos que cada individuo
da a los hechos de su vida y a su vida misma, la conformación de sus habilidades y
capacidades. Estas nuevas estructuras están en constante producción y reproducción y
constituyen las herramientas básicas del contacto del individuo con la realidad. Esas
estructuras forman parte de los procesos de reproducción social y cultural.

La reproducción social se refiere a la recreación y reproducción, de una generación a


otra, de los grupos sociales y sus condiciones generales de vida- mejoradas o
desmejoradas -, así como la pertenencia de un individuo a un grupo social específico. La
reproducción cultural, se refiere a las formas, tipos de vida, visiones, interpretaciones de
la realidad, significados, sentidos y perspectivas de vida que hacen que los individuos
elijan, definan u opten – consciente o inconscientemente – por un curso de vida
especifico como algo dado. Por lo tanto, permite entender no sólo porque se produce esa
reproducción social y la forma en que se produce. Es decir, por qué no necesariamente
los hijos de miembros de distintos grupos sociales ocupan las mismas posiciones
específicas que sus antecesores en el mercado de trabajo (ya sea de inclusión o de
exclusión) y optan por cursos de vida distintos a los de su grupo de origen o desarrollan
por ejemplo comportamientos delictivos, o se potencian otras posibilidades de
desarrollo social.

Los procesos de reproducción social y cultural se desarrollan en el contexto de tejidos


de redes sociales constituido por el grupo o los grupos de personas con quienes las
personas deben relacionarse para poder desenvolverse en la vida cotidiana: la familia,
los barrios, las colonias, en suma la comunidad y la interacción del individuo con las
19

instituciones sociales, escuela, trabajo, iglesias, etc. Esos contextos, constituyen los
referentes sociales y culturales inmediatos de los individuos en su lugar de vivienda,
trabajo, estudio o actividad social.

Los procesos de reproducción social y cultural constituyen los componentes dinámicos


de la interacción estructura-individuo y se convierten por tanto en el foco de atención
para comprender tanto la conformación de diversos factores de riesgo social como de
factores estimulantes para el desarrollo del individuo, la familia, grupos sociales, la
comunidad y la sociedad.

3.2. El concepto de capital social y las interrelaciones sociales


En la última década se ha utilizado el concepto de capital social para designar ese
conjunto de interrelaciones sociales, normas y valores, opiniones compartidas, que se
crean a partir de la interacción social de los miembros de las comunidades. Se ha
utilizado además para asignar un carácter positivo de tales interrelaciones, como factor
de desarrollo del individuo, la familia, la comunidad y la sociedad. Para el propósito de
abordar el carácter salutogénico de la prevención es importante discutir este concepto.
Considero que el concepto de capital social, proporciona aportes, pero es insuficiente
para comprender los mecanismos de las interrelaciones sociales de donde surgen los
factores de desarrollo de los que se viene hablando.

El Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP), de la Universidad


Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA), en su estudio regional sobre Maras y
Pandillas en Centro América, sostiene que el capital social es: “lo que se crea a partir de
la interacción social, la constitución de lazos sociales, organización y participación
social”33. Sobre la base de tal definición, deben agregarse las preconstrucciones,
creencias y significados de la realidad, que generan valores y normativas prácticas de
comportamiento y acción que regulan esa participación.

Siguiendo esa línea de pensamiento, puede decirse que el capital social se constituye y
crea colectivamente en y bajo las formas de redes de acción social, de lazos sociales, de
preconstrucciones de significados de la realidad, que son asimilados colectiva y
simbólicamente, en forma de valores y normas prácticas, que dan forma a esquemas de
pensamiento compartidos, que pueden facilitar la cooperación dentro de la comunidad.
Según el mismo estudio del IUDOP, “la forma en cómo se estructura y desarrolla el
capital social dentro de una comunidad, determinará las posibilidades de alcanzar las
metas comunes y de que sus miembros se beneficien de esos logros”34.

Por tales características, se ha considerado que el capital social puede ser la diferencia
entre comunidades con bajos o altos índices de violencia o delincuencia. La presunción,
de quienes usan el concepto de capital social en ese sentido, es que la consolidación de
capital social permite conformar comunidades donde la violencia tiende a disminuir35.

Pero esta idea no necesariamente presupone que los bajos o altos índices de violencia y
delincuencia, se corresponden sola y necesariamente a la ausencia o presencia de capital
social con carácter positivo, sino también a la presencia de un capital social de carácter
negativo denominado como “perverso”.

33
IUDOP y otros, 2004. página 22.
34
Ibíd.
35
Ibíd.
20

El capital social se concibe en principio como un factor positivo, facilitador del


desarrollo económico en general, y de las comunidades en particular. Así lo conciben
por ejemplo Michael Woolcok y Deepa Narayan36, quienes señalan, “que aquellas
comunidades que cuentan con un abanico diverso de redes sociales y asociaciones
cívicas se encuentran en mucho mejor situación para enfrentar la pobreza y la
vulnerabilidad, para solucionar conflictos y aprovechar nuevas oportunidades”.

Los mismos autores consideran que el capital social genera diversos mecanismos de
control, para regular la acción y la participación de los miembros en la comunidad:
normas y valores de aceptación y rechazo, relaciones de autoridad, obligaciones y
reciprocidad. Confianza, participación organizada en ámbitos de la vida social y normas
de control que favorezcan el trabajo compartido de la comunidad, son considerados
como ejes centrales del concepto37.

Se le asignan a las interrelaciones y a los lazos sociales que se desarrollan al interior de


las comunidades, un carácter positivo capaz de determinar el logro de metas comunes y
potenciar el desarrollo de las comunidades. Esto es posible en la medida que la
dinámica de tales lazos, la generación de valores y normas posibilite la generación de
redes de acción que cohesionen socialmente a la comunidad sobre la base de la
solidaridad, la confianza mutua y la seguridad. Se le asigna incluso un valor importante
para la democracia, a la participación social que se genera de esas interacciones38.

Puede señalarse que, con el concepto de capital social, se designan algunas estructuras
nuevas, que bajo la forma de redes sociales, surgen de las interacciones sociales
dinámicas concretas en los lugares de vivienda, trabajo, estudio u otra práctica social.

En esas estructuras nuevas, los individuos, son colectivamente sujetos activos en la


búsqueda del control y manejo de su realidad, de la participación activa en la creación,
conformación y transformación de las condicionantes que afectan la vida individual o
colectiva. Estos aspectos de búsqueda de control, participación activa y de
transformación, presentes en tales redes sociales son los mismos presentes en los
procesos de la reproducción social y cultural. Sin embargo, la referencia que a esos
componentes se hace en estos últimos procesos, no necesariamente resultan en la
creación de cohesión, solidaridad y control social, y por tanto no tienen una connotación
específica inmediata de carácter positivo o negativo para la cooperación dentro de la
comunidad.

En el caso del concepto de capital social esa connotación positiva es considerada como
inherente. Las relaciones sociales, los lazos sociales, las preconstrucciones de
significados de la realidad, los valores y las normas que de ellos resultan, posibilitan
según el concepto, la cohesión social de la comunidad. Por ello, es importante discutir
cual es la relación entre el capital social como “riqueza” positiva en manos de las
comunidades, con el problema de la violencia y delincuencia juvenil y los riesgos hacia
ella.

36
Woolcock, M y D. Narayan, 2000.
37
Para una revisión rápida de las diferentes conceptualizaciones sobre capital social, ver el estudio sobre
Maras y pandillas en Centroamérica: pandillas y capital social. Volumen II. IUDOP, ERIC; IDESO;
IDIES. 2004. pp. 37 – 50.
38
PNUD, El Salvador. 2005.
21

Los componentes de integración social que promueve la acción colectiva, organizada y


solidaria, y el desarrollo de valores y normativas prácticas de acción y control, también
pueden dar lugar al surgimiento de redes y lazos sociales cuyos efectos beneficiosos
para sus miembros, vayan en perjuicio para la comunidad. Esto ha sido llamado por
Mauricio Rubio39 como capital social perverso, señalando que es el caso, entre otros, de
las redes del crimen organizado y de las pandillas juveniles.

La siguiente interrogante se vuelve entonces necesaria: ¿Cuál es la vinculación entre las


potencialidades positivas del capital social y su expresión “perversa” concretizada bajo
la forma de delincuencia entre los jóvenes, de pandillas o maras en la comunidad?

Para profundizar más sobre esta interrogante, retomamos una reflexión que el estudio
del IUDOP cita de un documento de trabajo de la Universidad de Harvard40. Tal
reflexión señala que justamente son los jóvenes quienes más buscan la afiliación, la
comunidad, la solidaridad, el respeto, el éxito y las oportunidades. Es decir, son los
jóvenes quienes más buscan asociarse, participar, y quienes más crean fuertes lazos de
interacción, reciprocidad y confianza, se adhieren a particulares sistemas normativos y
de valores, con los cuales fortalecen su sentido de pertenencia y de identidad personal41.

Es indudable que puede establecerse una relación entre lo que se ha llamado “el capital
social como producción colectiva”, y lo que puede llamarse la dinámica juvenil. Esta
dinámica contempla elementos de lo que puede llamarse “componentes individuales”
del capital social. Estos componentes, se expresan en el caso de los jóvenes, entre otros,
en esa potencialidad y tendencia a la asociación y acción colectivas. A esos aspectos
pueden agregarse, lo que Ernesto Rodríguez 42 denomina la capacidad emprendedora de
los jóvenes para enfrentar múltiples desafíos de su desarrollo personal, manejos de
riesgo, percepción de autosuficiencia, manejo de vínculos.

El supuesto del estudio del IUDOP es que la presencia o ausencia de pandillas en una
comunidad se debe a la menor o mayor existencia de capital social positivo en la
comunidad en cuestión, o en su defecto, a la presencia de capital social perverso. Más
específicamente, según el estudio, la presencia de pandillas, se debería a la ausencia de
confianza interpersonal, de relaciones de ayuda reciproca, de normas de participación
comunitarias y de un sentido de pertenencia. Por tanto, las comunidades con alta
presencia de jóvenes pandilleros o mareros contarían con bajos niveles de capital social
positivo. El propósito del estudio fue por consiguiente, medir el impacto de los factores
del capital social en la presencia o no de pandillas en algunas ciudades o barrios de
cuatro países centroamericanos. Para el caso de El Salvador, el estudio demostró la
existencia de correlación significativa entre los factores propuestos.

Pero recuérdese que la correlación estadísticamente significativa conlleva variaciones a


la correlación, lo que significa por tanto, que no en todas las comunidades o sectores de
bajo nivel de solidaridad o cohesión social se produce presencia o alta presencia de
jóvenes pandilleros. Queda sin explicar por tanto otros mecanismos subyacentes. Así
mismo, queda sin respuesta la interrogante formulada arriba. Es decir, la mayor o menor
presencia de pandillas o maras ante la mayor o menor presencia de capital social

39
Rubio, M. 1997.
40
Feldstein y Putnam. 2003, p.77.
41
IUDOP, ERIC; IDESO; IDIES. 2004. p. 50.
42
Rodríguez, Ernesto. 2004. Ponencia en Seminario Permanente sobre Violencia-PNUD.
22

positivo, no da respuesta a la interrogante de ¿cuál es el vínculo existente entre las


potencialidades positivas del capital social colectivo y el capital social de los jóvenes
que explique su expresión “perversa”? En otras palabras, ¿cuáles son los procesos y
mecanismos sociales subyacentes tanto a la potencialidad positiva y a la negativa del
capital social? O formulada desde la perspectiva de los conceptos de reproducción
social y cultural, ¿cuáles son los mecanismos subyacentes a estos procesos que por un
lado pueden conformar factores potenciadores de desarrollo para el individuo, la
familia, la comunidad y la sociedad y por el otro, conformar factores de riesgo?

Tanto el capital social colectivo como el social individual, se construyen en las


relaciones e interacciones sociales. Sus dinámicas se entrecruzan e influyen mutuamente
a distintos niveles, dando como resultado formas de expresión concreta de capital social
entre los jóvenes. En unos casos, como capital social positivo, y en otros, como capital
social “perverso”. ¿En que puntos esas dinámicas del capital social colectivo y del
capital social individual se entrecruzan, que resultan, por un lado, en un fortalecimiento
mutuo, positivo y por tanto se unifican, o por otro, en un contacto negativo, que hace
que se desvinculen entre sí, o que su relación mutua sea negativa? O, de otra manera,
¿Cuáles son los mecanismos en los procesos de reproducción social y cultural de los
jóvenes, que por un lado pueden potenciar su desarrollo o por el otro, en circunstancias
específicas, pueden convertirse en factores de riesgo para comportamientos delictivos?

Esta pregunta puede también descomponerse y formularse en los siguientes términos:


o ¿Existe una lógica similar en los procesos de constitución de ambos tipos de capital
social (colectivo e individual) y por lo tanto en sus dinámicas, que las entrecruce?
o ¿Cuáles serían en todo caso, los mecanismos subyacentes en esa lógica similar, que
por un lado los haga entrecruzarse y por otro, den como resultado un capital social
“perverso” expresado por ejemplo en delincuencia?
o ¿Cuáles son los mecanismos subyacentes de la lógica de la constitución del capital
social colectivo, y de los procesos de reproducción social y cultural, que deben ser
aprovechados para incidir positivamente en la potenciación del desarrollo de los
jóvenes y en la constitución de un capital social positivo en los jóvenes, en la
comunidad y en la sociedad?

3.3. La lógica del empoderamiento


Como ha quedado señalado arriba, lo que resulta de la interacción entre estructuras y los
individuos es que la acción de estos últimos, se produce sobre la base de algo nuevo que
es el producto de esa interacción. Uno de esos procesos y mecanismos nuevos, es esa
potencialidad de transformación colectiva que está presente en la conformación del
capital social, tanto el colectivo como el individual, que se refieren respectivamente, a la
capacidad comunitaria, como a las potencialidades de los jóvenes para enfrentar
múltiples desafíos de su desarrollo personal, manejos de riesgo, percepción de
autosuficiencia y manejo de vínculos.

Esas potencialidades, responden a las necesidades individuales y colectivas de volver


manejable la realidad, de participar activamente en crear, darle forma y transformar las
condicionantes que afectan la vida individual o colectiva.

Puede, por tanto, afirmarse que los mecanismos que constituyen tanto el capital social
colectivo, como el capital social individual, siguen una lógica similar, una lógica
común, de carácter pragmático. Se trata de la lógica de la práctica social del ser humano,
23

que consiste en obtener o recuperar un mínimo de control individual y colectivo sobre


sus propias vidas.

Dentro de la sociología y de la psicología se acostumbra explicar este proceso como un


proceso de desalienación. Y se define como un intento de superar tanto el estado social
como psicológico de perdida de control de la propia vida ante una realidad que al
individuo se le presenta como dominante y avasalladora.

Para ciertas teorías sociales43, ese estado de alienación es el resultado histórico de la


separación del individuo, de los productos de su propia acción, generando alienación
económica, social, cultural y psicológica. Las propuestas de solución, tanto prácticas
como teóricas, a ese estado de perdida de poder y control sobre los productos de su
propia vida, sobre las condicionantes que dan forma y afectan la vida, han sido varias.
Desde la desideologización, toma de conciencia social, etc., hasta las propuestas de
transformación social, de diverso tipo, que devuelvan el control de sus productos a sus
productores y del control de sus propias vidas a los ciudadanos. También dentro de la
psicología, se ha hablado de estrategias de desalienación tanto en el ámbito individual
como en el comunitario44. Entre estas últimas, se mencionan, las de evaluar y tratar de
solucionar las necesidades de la comunidad, realzar el valor y sentimiento psicológico
de la comunidad, a través de promover la participación y solidaridad comunitarias45.

La lógica común presente en los mecanismos que constituyen tanto el capital social
colectivo, como el capital social individual es la que yo denomino “la lógica del
empoderamiento”, por un lado colectivo y por otro individual. Distingo en esto, dos
conceptos: el empoderamiento como proceso y su lógica como mecanismo.

El empoderamiento se refiere al proceso de apropiación del conocimiento, en e sentido


de comprensión) y control de la realidad, así como el proceso de acción en la misma,
que el individuo constantemente realiza para participar activamente en la creación,
conformación y transformación de las condicionantes que afectan su propia vida.

La lógica del empoderamiento se refiere a la búsqueda constante (consciente o


inconsciente), que la persona y los grupos hacen, por apropiarse del control sobre su(s)
propia(s) vida(s) y de las condicionantes que las afectan.

Utilizo conscientemente el concepto de empoderamiento por las siguientes razones.


Independientemente de que la acción humana haya conducido históricamente a los
procesos de separación de los actores sociales, de los productos de su creación,
generando lo que se conoce como alienación, el proceso básico de la acción humana, y
su mecanismo subyacente consistentes en la búsqueda de apropiarse del control de su
realidad para actuar en ella, está presente en cada instante de la vida diaria de cada
individuo. El individuo no podría existir sin esa búsqueda, sin ese mecanismo. El
individuo se "empodera" ante la realidad y le da continuidad a su vida,
independientemente de si el resultado es una mayor separación de los productos de
acción, una mayor perdida de control o conocimiento de su propia vida (alineación). No

43
Por ejemplo la teoría de la alineación de Marx, la teoría de la institucionalización de los procesos de
racionalización de Max Weber, o la de la psicologización de los procesos de racionalización, de Norberto
Elías.
44
Fernández Ríos, Luis. 1994. p. 347.
45
Gordon, A., citado por Fernández Ríos. P. 347.
24

importa si las formas de conocer la realidad, de manejarla y participar en ella, no sean


las apropiadas, las “correctas”, las “normales”. No importa si le conduzcan a
conocimientos “erróneos” de la misma, o si los significados simbólicos y culturales que
en esa búsqueda se produzcan, sean “anormales”. Ese proceso de búsqueda ha estado,
está y estará presente siempre, en la vida del individuo. Es su lucha constante por existir
y “arreglárselas” en la vida, para enfrentar y manejar sus relaciones diarias en la vida
familiar, en la calle, en la escuela, en la comunidad. Se trata del mecanismo de
“empoderarse” a sí mismo, de adquirir poder ante la realidad, para encontrar, construir,
darle sentido y significado a su vida, para darle continuidad y seguir existiendo en ella.
El empoderamiento no tiene, por tanto, un signo positivo o negativo inherente.

Por las razones anteriores, empoderamiento no es una cualidad que se otorga al


individuo desde fuera, a través de políticas públicas, o de programas de desarrollo,
como erróneamente se acostumbra utilizar en el lenguaje de la elaboración de proyectos
sociales. Es una cualidad inherente a la actividad humana. Por ello es necesario
reestablecerle al concepto ese sentido, superando el que se le ha asignado bajo el
término inglés de empowerment.

En ese sentido, empoderamiento no es sinónimo de desalienación, por que esto


supondría que la alienación desaparece. Esto último, no es ontológicamente cierto ni
posible. Es decir, por la propia naturaleza de la acción humana, toda producción de la
actividad humana implica e implicará siempre una forma de separación, de perdida de
control por parte del ser humano, de los resultados de su producción. Por un lado,
porque las producciones de la acción humana (ideas, pensamientos, cosas materiales,
símbolos, etc), solo tienen sentido si se concretizan socialmente, se viven socialmente,
se proyectan socialmente. Es decir, su orientación es en esencia, social. Por otro lado, y
basándose en esto último, lo que se produce a través de la acción de un individuo,
depende de la acción de los demás individuos, aún incluso antes de haberse producido.
Por ello, con certeza Jean Paul Sartre afirmó: “si la historia me evade y no me toma en
cuenta, no depende de que no sea yo quién la hace, sino que depende de que otros
también la hacen” 46.

La lógica del empoderamiento responde a una de las formas básicas de la existencia


humana: la de la comprensión de la realidad. Pero se trata de la comprensión de la
realidad como parte de un proceso de acción del individuo que además, incluye
justamente la interpretación y la acción. Comprensión, interpretación y acción son tres
componentes de un proceso continuo de creación de sentido y de significado de la
realidad, y de apropiación de ella, en términos de aprender a manejarla y controlarla.
Como tal, el proceso de comprensión de la realidad es una forma de existencia, básica
para las relaciones y acciones de la persona y para sus relaciones interpersonales y de
grupo.

La comprensión de la realidad no es una más de las actividades del ser humano, entre
otras. Está detrás de toda actividad humana y por tanto, se encuentra en el centro de la
lógica de toda su práctica social47. Esto puede resumirse en forma breve en el sentido de
que toda acción del ser humano requiere de un mínimo de comprensión e interpretación
de la realidad en la que se desenvuelve, para orientarse en la vida diaria. Esto, no

46
Sartre, Jean Paul. 1971. p. 79.
47
Gadamer, Hans_George. 1975.
25

implica que toda acción necesariamente esté precedida por una comprensión e
interpretación correctas de la realidad.

Para la acción en la vida diaria, independientemente de si ésta es correcta, consciente o


racional, todo ser humano parte de la propia visión e interpretación que continuamente
hace de la realidad con la que cotidianamente se enfrenta y en la que vive y debe actuar.
Puede decirse que cada persona crea su propia filosofía de la vida, su visión que le sirve
para orientarse en forma práctica diariamente en ella. Parte de esa visión la componen
los valores, normativas y preconceptos. No importa si la interpretación y visión de la
realidad es correcta o no. Se trata de una filosofía e interpretación pragmáticas de ella.
Lo que determina para el individuo la validez de su interpretación y visión, es la función
de orientación práctica en la vida. La visión e interpretación será valida, si ella le otorga
los elementos mínimos de “empoderamiento”, es decir de control de su propia vida y le
otorga la posibilidad de manejarla de tal manera que le haga experimentar esa
sensación.

Esa interpretación y percepción de la realidad crea también en la persona una visión


acerca de sus propias posibilidades y recursos ante ésta y para su vida. Por tanto, la
comprensión e interpretación de la realidad es proyectiva, es decir está orientada hacia
el futuro. No solamente sirve para la acción inmediata sino que genera los marcos
interpretativos para la acción futura. En la misma medida, que la práctica le otorga
validez, le sirve también de orientación para construir posiciones y actitudes ante la
vida, prácticas sociales en ella y estilos para vivirla. Por ello, este mecanismo también
está presente, aunque no sea el único, en los procesos de reproducción social y cultural
de los individuos.

Comprensión, interpretación y acción como componentes sociales y momentos del


proceso de creación de sentido y de significado de la realidad, de los que Hans-Geroge
Gadamer nos habla, son correspondientes a tres mecanismos psicosociales básicos de la
acción humana: la comprensibilidad, significatividad y el sentido de control
(participación y manejo) de la realidad. Estos tres mecanismos psicosociales
conforman lo que puede denominarse como el sentido o percepción de coherencia de la
realidad.

Aaron Antonovsky, desarrolló como ya quedó dicho anteriormente, la teoría del Sentido
de coherencia48, que comprende los tres componentes psicosociales de la acción. Él los
presenta como recursos psicosociales que posibilitan en la persona la capacidad de
potenciar un buen estado de salud mental, ante situaciones estresantes que amenazan la
salud49.

A la par del término de sentido de coherencia, opto por utilizar también la


denominación Sentido de Contexto de la realidad, y así lo haré a continuación. Las
razones para ello son las siguientes. El término coherencia, fácilmente transmite la idea
de consistencia y cohesión y por tanto también posibilita la interpretación de

48
Antonovsky, Aaron, 2001.
49
Buena parte del interés investigativo de Antonovsky, estaba en la necesidad de explicar como una
buena parte de las víctimas de la segunda guerra mundial, después de sus vivencias en los campos de
concentración mostraban altos grados de buena salud mental. Su interés científico estaba en entender
cuales eran los factores facilitadores de una buena salud mental, en lugar de cuales son los factores que
generan enfermedad.
26

homogeneidad. Las tres ideas (consistencia, cohesión y homogeneidad) corresponderían


erróneamente a la compleja conformación de la realidad, y su percepción por parte de
las personas. La realidad más bien, es percibida por las personas en forma fragmentaria,
a través de distintas representaciones de la misma. Lo que justamente hacemos con esas
representaciones fragmentarias, es reconstruirlas y contextualizarlas en nuestras
relaciones, para darles sentido y poder utilizarlas como orientadoras de nuestra acción.
Indudablemente que ese proceso de darles sentido a las representaciones de la realidad,
implica el de intentar darles coherencia a nuestra visión de la realidad. Pero ello no
necesariamente ocurre. Lo que sin embargo siempre está presente, es la
contextualización que hacemos de nuestras representaciones.

El término de Sentido de Contexto, estaría representando también la idea de una


dinámica social compleja, multifacética cuyo centro está determinado por relaciones,
que no necesariamente son homogéneas y consistentes. El término de Sentido de
contexto de la realidad, resulta también apropiado para vincular sus componentes a la
perspectiva de la lógica del empoderamiento e incorporarlos a su análisis. Hablar de la
búsqueda constante del individuo por comprender su realidad, darle significado y actuar
en ella con un mínimo de control, es al mismo tiempo hablar de potenciar la acción del
individuo en el contexto de sus relaciones sociales.

La aplicabilidad de los conceptos comprensibilidad, significatividad y sentido de


control es amplia. En la presente discusión, se vinculan a la propuesta de una
interpretación sociológica de la acción humana. Esta interpretación, permite entender
como la constitución de esos mecanismos psicosociales está presente en la generación
de una visión de la vida que influye en las disponibilidades para la acción, organizando
los recursos tanto individuales como sociales para construir soluciones, significados y
sentidos que permitan enfrentar y darle continuidad a la vida.

Como puede apreciarse, los componentes psicosociales de la percepción de coherencia


de la realidad, de los que Antonovsky habla, se corresponden, por un lado a los
momentos sociales indisolubles de la acción humana de las que nos habla Gadamer. En
la presente reflexión yo los retomo como los mecanismos sociales y psicosociales de la
lógica del empoderamiento, que yo presento en este artículo. De hecho son los mismos.

La percepción de coherencia o de contexto de la realidad, puede entenderse como una


perspectiva global de la realidad, una posición o actitud de la persona ante la realidad,
que expresa, en que medida ella, tiene una sensación fuerte, duradera y al mismo tiempo
activa de que cuenta con los recursos psicosociales y sociales (fortaleza, estabilidad
cultural, apoyo social, confianza de otras personas, confianza en otras personas, etc.)
necesarias para enfrentar los retos y desafíos que la realidad exige. También expresa que
la persona experimenta que tiene sentido y es valioso invertir esfuerzos personales de
diverso tipo para enfrentar esos desafíos50.

La comprensión de la realidad como una de las formas básicas de la existencia humana,


no se limita entonces, a aspectos de cognición, sino que implica también los
mecanismos psicosociales que activan los recursos de la persona para enfrentar la
realidad, tomar posiciones y actitudes ante la vida para enfrentarla de una manera
particular. Estos son factores potenciadores de la acción humana, de su desarrollo

50
Basada en la definición básica de Antonovsky, Aaron, 2001.
27

personal y humano, y por tanto, como se ha dicho, implica parte de los mecanismos
sociales de la reproducción social y cultural.

3.4. La lógica del empoderamiento y la prevención salutogénica. Reflexiones


finales.
Al igual que el capital social colectivo y el capital social individual, la percepción de
coherencia y de contexto de la realidad, así como sus mecanismos psicosociales se
constituyen socialmente. Es decir, son el resultado de las relaciones interpersonales y de
la interacción social. Sus bases se conforman desde la infancia, pasando por la niñez y
la adolescencia, pero no son estáticas y para siempre, e incluyen la fase adulta de la
vida. Se constituyen y se desarrollan a través de los procesos de reproducción cultural y
social como la socialización, la integración y/o marginación económica, social y
cultural, las estructuraciones de género, la transculturación, etc. Es en procesos como
esos, que el individuo se confronta con las distintas estructuras de la sociedad. Entre
ellas las del poder, que se hacen presentes al nivel de las relaciones interpersonales e
interacciones sociales en contextos como la familia, la vecindad, la comunidad, la
escuela, el mercado de trabajo, etc.

Mi posición es que, cuando esos tres momentos sociales básicos e indisolubles de la


acción humana: comprensión e interpretación, control (participación) y acción y sus
tres mecanismos psicosociales correspondientes: comprensibilidad, significatividad y
sentido de control, se ven influenciados en su constitución por las distintas estructuras
de la sociedad, incluyendo en forma particular las estructuras de poder, pueden surgir
diversas tendencias alternativas para el comportamiento y la acción del individuo ante y
dentro de la sociedad. Por un lado, el reforzamiento positivo (con diversas variantes) de
las condiciones básicas para el sentido de coherencia de la realidad, que va a incidir en
valoraciones positivas de sus recursos, de su disposición mental hacia la toma de
posición de que tiene sentido y es valioso invertir esfuerzos personales de diverso tipo
para enfrentar los desafíos de la realidad. Es decir, reforzará la potenciación de factores
de desarrollo individual y colectivo. Por el otro (con diversas variantes también), una
tendencia al debilitamiento y a la distorsión negativa de las condiciones básicas para el
sentido de coherencia de la realidad. En este caso, la potenciación de factores de riesgo
hacia comportamientos que tienden a crear, o desarrollar formas alternativas de
participación en la vida social y de control sobre la propia vida, que pueden, entre otros,
conducir a comportamientos delictivos.

Es también, por tanto, en mi opinión, la conformación social concreta de esa lógica


empoderamiento individual y colectivo, en los proceso de vida de los individuos y las
colectividades, y no los componentes de cohesión y solidaridad y control que se le
adjudican al capital social, lo que permite comprender la eventual relación entre
existencia de capital social (positivo o negativo) y existencia de maras o pandillas en
comunidades o sectores poblacionales.

La búsqueda de conocimiento de la realidad, la búsqueda de sentido y significado de la


vida, la búsqueda de control sobre la propia vida y de continuidad de la misma, la
búsqueda de participación activa en la creación y transformación de las condiciones que
la afectan, en resumen, la lógica del empoderamiento, son en principio, la base de la
conformación de factores estimulantes o potenciadores de las capacidades de las
personas. De tal manera que amplíen sus opciones y oportunidades de desarrollo. Sin
embargo, y justamente, dependiendo de los contenidos de tales significados, las formas
28

que adquiera la conformación de la participación en la creación y transformación de las


condiciones de vida, en resumen, las formas concretas en que los componentes del
empoderamiento, del sentido de coherencia se conformen, pueden constituirse en
factores de riesgo, entre otros, para comportamientos delictivos.

Dentro de la conceptualización clásica acostumbra denominarse a la lógica del


empoderamiento (sin que teóricamente se tenga conciencia de ello), como “búsqueda de
identidad” o “trabajo de identidad”. No deben tratárseles sin embargo, como sinónimos.
El concepto de identidad tiene sus más fuertes raíces en la psicología social de George
H. Mead. Hace referencia principalmente a la conformación de la personalidad del
individuo en su relación con el entorno social inmediato y mediato. La dinámica en este
caso está determinada por la interrelación entre individuo y el entorno social como
referente de conformación y confirmación constante de la personalidad. La lógica del
empoderamiento, por el contrario, se aborda desde una perspectiva sociológica
claramente ligada a una visión de la acción humana, entendida como un proceso de
creación de sentidos y significados de la realidad que conducen a la búsqueda de control
de la vida práctica. El centro de la dinámica, por tanto, es la búsqueda activa constante
(consciente o inconsciente) de la persona y los grupos por el control sobre su(s)
propia(s) vida(s) y de las condicionantes que la afectan.

Probablemente los caminos que conducen a un individuo a los comportamientos


delictivos y eventualmente a la carrera delictiva como estilo de vida, dependen de sus
propias historias de vida. Aunque estadísticamente se puedan identificar correlaciones
entre distinto tipo de variables estructurales y entre contextos con el delito y la
delincuencia, estas variables estructurales y contextos solamente son marcos
referenciales de la acción humana. Ellos pueden aumentar o disminuir posibilidades o
riesgos, pero no determinar los caminos directos del surgimiento de comportamientos,
entre ellos los delictivos. El camino hacia el delito va más allá de esos marcos, se trata
de experiencias y procesos individuales en el marco de procesos sociales. Se producen
sobre la base las propias condiciones y recursos de vida. Es decir pasa por el proceso de
cómo cada individuo, bajo las condicionantes estructurales generales (ventajosas o
desventajosas, de exclusión o de inclusión, etc.) se vincula con la realidad y la vuelva
manejable. Este razonamiento no significa sin embargo que no sea posible identificar
patrones sociales entre esos caminos. Pero esos patrones en ningún momento sustituyen
a sus mecanismos generadores.

Actualmente nadie, ni políticos, ni académicos, ni científicos sociales, nacional o


internacionalmente, pueden dejar de reconocer, unos en forma más abierta y otros en
forma más discreta, el papel de los factores socioeconómicos como marcos globales y
generales en el problema del delito y la delincuencia.

Sobre esa base, unos más, otros menos han desarrollado y desarrollan planes de
incidencia sobre esos factores. En países con mejores condiciones socioeconómicas para
los diversos grupos sociales, el delito y la delincuencia entre jóvenes, es también un
fenómeno social de magnitudes alarmantes. Eso bastaría para pensar que el fenómeno
del delito y la delincuencia no pueden explicarse suficientemente a partir de una
relación estructural socioeconómica. Hacerlo sería extraer una conclusión, y en el peor
de los casos establecer una premisa, completamente errónea: la delincuencia como
característica de la pobreza. Eso haría pensar que el delito y la delincuencia, entre los
jóvenes solo existe en los países pobres. Lo cual sería la interpretación más simplista del
29

fenómeno de la delincuencia, que cae por su propio peso ante la evidencia alarmante de
delincuencia en esos países. Ese sólo hecho, hace pensar que los mecanismos de los
comportamientos delictivos extrapolan los marcos de la pobreza y deben, sin excluir ese
elemento como uno entre otros factores posibles, impulsar a una búsqueda más seria y
compleja. Se tiende a establecer esa relación simplista entre pobreza (y sus elementos
asociados de desintegración, exclusión económica, social, cultural, etc.) con el delito y
la delincuencia, porque justamente la característica estructural dominante de nuestras
sociedades es, como dice Rawls51, la de estructuras socioeconómicas básicas que
distribuyen desigualmente las condiciones de vida influyendo en generar diversas
oportunidades de vida para distintos grupos sociales.

Unos más, otros menos, optamos por quedarnos a ese nivel de análisis. No basta con
que algunos desconocen o ignoran que detrás del delito y la delincuencia como
expresiones jurídicas, subyacen procesos sociales y culturales complejos que hacen
surgir comportamientos delictivos. Sino que trasladan los mecanismos que dan forman
y origen a esos comportamientos, de procesos sociales micros a procesos macros
generales. Con ello no resolvemos nada al momento de las intervenciones preventivas.
Ese determinismo no es suficiente para entender y prevenir, no “el delito y la
delincuencia”, sino para prevenir el surgimiento de los comportamientos delictivos.

Los comportamientos delictivos no surgen a nivel macro, en contextos y grupos sociales


predefinidos estructuralmente. Quedan contextualizados dentro las estructuras macro
generales52, pero surgen a nivel micro en las diversas tramas de las interrelaciones de
cada individuo. Es decir en el punto donde el individuo se vincula con la realidad,
donde esta actúa, y donde él se vincula con ella para hacerla manejable de acuerdo a sus
recursos y capacidades. Con esto se desvirtuá la posible interpretación de que aquí se
propone una reducción del problema a nivel individual.

Debemos ser capaces, como dice Pierre Bourdieu, de romper con lo que él llama la
forma “substancialista”53 de pensar, a partir de la cuál se establecen relaciones
mecánicas entre forma de pensar y posiciones sociales y dónde, el comportamiento de
los individuos se explican a partir una predeterminada lógica de comportamientos de
ciertos grupos sociales. Superar ese forma substancialista de interpretar la realidad no
necesariamente debe conducirnos al otro determinismo, el individualista.

Una verdad difícil de negar y necesaria de repetir es que las estructuras solamente
adquieren forma y sentido, se reproducen y se recrean a través de la acción humana, de
la cuál, el buscar comprender la realidad, darle significado y sentido para actuar con un
mínimo de control sobre ella, constituyen sus mecanismos básicos y su lógica esencial.
No podemos, ni debemos dejar ese nivel, fuera del análisis.

Ahora bien, ¿qué pueden aportar esas reflexiones sobre la formación del capital social,
de la lógica del empoderamiento, al tema del trabajo preventivo?

Una primera consecuencia es la necesidad de definir el carácter y la orientación del


trabajo preventivo. La prevención de carácter salutogénico implica reconocer que el

51
Rawls, John. 1996.
52
Léase el interesante esfuerzo de Miguel Cruz (Revista ECA 2005) por esquematizar los factores que él
considera están asociados a las pandillas juveniles en Centroamérica.
53
Bourdieu. 1999. pp. 13-14.
30

surgimiento de los comportamientos delictivos se concretiza en el ámbito de los


mecanismos de empoderamiento de cada individuo en sus procesos de reproducción
cultural y social. De estos mecanismos, el más concreto y práctico, en el que se
expresan los otros dos, es la estructuración de las estrategias de manejo de las
condicionantes específicas que están afectando la realidad individual.

Consecuentemente, ya que como ha quedado dicho, el empoderamiento no tiene un


signo positivo o negativo inherente, los esfuerzos preventivos estarían teóricamente
orientados a la formación de un empoderamiento y un capital social individual positivos
que tenga como propósito el fortalecimiento y desarrollo de las habilidades, capacidades
y recursos de los/las niños/niñas y jóvenes para el manejo de su realidad. Implica, ver
los factores, como potenciadores y no como factores de riesgo. El riesgo se conformaría
entonces en la estructuración de un empoderamiento cuya capacidad de enfrentamiento
de la realidad implique la estructuración de estrategias de manejo que den lugar a los
comportamientos delictivos.

El propósito de la prevención salutogénica debe ser, la construcción de los factores de


empoderamiento individual positivos desde la infancia, potenciar los mecanismos del
sentido de coherencia de la realidad de los niños y jóvenes en las estructuras
económicas, sociales, culturales y de poder, en los distintos contextos de interacción
social donde estas actúan: la familia, la vecindad, la comunidad, las instituciones
sociales, la escuela, el mercado de trabajo, etc. En esencia implica potenciar los factores
de empoderamiento positivo de los niños y jóvenes en su relación con las estructuras de
la sociedad y en esta potenciación quedan incluidas las capacidades de acción
transformadora de su realidad, individual y colectivamente.

Reconocer que los mecanismos de la lógica del empoderamiento de los individuos se


corresponden con mecanismos presentes en los procesos de reproducción cultural y
social implica que las responsabilidades de la prevención, ya sea ésta de carácter
patogénica o salutogénica, sin excluir los marcos comunitarios de la sociedad civil, los
sobrepasa y se convierten principalmente en responsabilidad de políticas estatales. Estas
políticas deben incorporar un conjunto de medidas en materia de salud, educación,
empleo, vivienda etc., tendientes a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Esto
contribuirá, cómo efecto positivo, a modificar las condicionantes criminógenas (factores
de riesgo estructurales) del entorno social. En la perspectiva de la prevención
“patogénica” del delito. de Chinchilla y Rico, estas acciones son secundarias pero son
centrales, aunque no las únicas, en la perspectiva salutogénica que aquí se presenta.

“Empoderar” positivamente a los niños y jóvenes implica construir el capital social


positivo futuro de la sociedad desde las estructuras familiares y los otros contextos
sociales donde ellos interactúan. Es ahí donde la relación, entre infancia y democracia,
también toma cuerpo como responsabilidad de la comunidad y la sociedad misma. La
constitución y potenciación de la ciudadanía y el pleno derecho de participación e
integración económica y social de los niños no es un problema de prevención
patogénica, sino de intervención salutogénica. Las labores de prevención deben cambiar
su carácter, de combatir riesgos, a potenciar factores de desarrollo como acto consciente
de que con ello no solo se combaten riesgos, sino también y principalmente, se
potencian las capacidades individuales y colectivas, el desarrollo humano y social, y la
democracia.
31

Bibliográficas
Antonovsky, Aaron. 2001. Hälsans Mysterium (título en inglés: Unraveling the Mystery
of Health). Köping: Natur & Kultur.
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