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Sinergia
Aurora Seldon
www.auroraseldon.com
Tercera Edición: Diciembre 2008
Colección Homoerótica
Perú
Hellson 1: Sinergia
Aurora Seldon
John sólo reía y negaba con la cabeza, pero los dejaba hacer.
Adoraba su trabajo y a sus alumnos de secundaria. Algunos decían que
con ese carisma, llegaría a director.
Así era la vida de John: sus padres, sus clases, su novia. Todo era
tan dolorosamente normal e igual todos los días, que sólo un terrible
accidente pudo cambiarlo y trastornarlo hasta la locura.
Cruzaron la pista…
John sólo vio una brillante luz frente a él y oyó, como si fuera muy
lejos, el grito aterrado de Lynda. Mientras su mente asimilaba lo que
estaba ocurriendo, sintió el impacto y tuvo conciencia de volar por los
aires y caer. Luego, todo se hizo negro.
Capítulo 1: El despertar
1
—En diez minutos salgo —dijo al teléfono Liz, la auxiliar de turno; y
volvió a comprobar los signos vitales de su paciente preferido, Johnny.
«el Príncipe Johnny», como todos le llamaban.
Anotó los datos en el tablero, se acercó al hombre de treinta y dos
años, y lo besó en la frente. Ella y sus amigas solían bromear acerca
del «Príncipe Johnny», el «Bello Durmiente», y las princesas que
debían besarlo para que despertara algún día. Pero lo cierto era que los
días pasaban y el estado del paciente no cambiaba.
De cualquier modo, el hecho de que siguiera con vida era en
realidad un milagro. No todo el mundo sobrevivía a un accidente como
el que tuvo; y aunque llevara en coma dos años, estaba vivo.
Los primeros días luego del accidente, sus amigos solían visitarlo,
pero ahora, con el pasar del tiempo, sólo su padre acudía una vez por
semana, caminando con la pesadez y lentitud que se habían apoderado
de él cuando murió su esposa, seis meses atrás.
John no tenía hermanos. Cuando su padre muriera, ¿qué sucedería
con él?
El día anterior, además de su padre, había tenido una extraña visita:
un hombre altísimo y rubio, vestido de negro. El hombre era atractivo,
pero tenía un aire siniestro. Había permanecido sólo un instante junto
al enfermo. Nadie lo había visto salir.
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Fue todo un acontecimiento en el tranquilo pueblo. «Paciente despierta
de coma luego de dos años», decían los diarios.
Pero para John sólo significó enterarse de que su novia y su madre
habían muerto y que había perdido dos años de su vida en una cama de
hospital.
Se sentía embotado, intentando asimilar que, durante ese tiempo, el
mundo había seguido girando mientras él dormía. Era injusto, y
mientras caminaba lentamente de un extremo a otro de la pequeña
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Capítulo 1: El despertar 11
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Después de algunas semanas, para John fue evidente que algo muy
extraño le había ocurrido. No sabía por qué, pero en determinadas
circunstancias, podía percibir lo que llamaba visiones de algunas
personas. No eran visiones de futuro, en algunos casos había visto
episodios pasados, según descubrió al hablar con ellos. Tampoco eran
eventos que siguieran un patrón o que aparecieran como consecuencia
de algo. Simplemente ocurrían.
Y la gente del pueblo comenzó a hablar.
Empezó a tener fama de extraño y acaso peligroso. Habituado como
estaba al trato con sus alumnos y colegas, se vio bastante afectado
cuando notó que lo rehuían. Intentó sobreponerse, ignorar las visiones
y hacer como que no existían con la esperanza de que desaparecieran;
pero cuando creía haber tenido éxito, surgían nuevamente como si
alguien allá arriba se burlara de él. El risueño profesor de antaño se
volvió retraído y, en lo posible, evitaba el contacto físico.
Entonces, su padre enfermó.
Fueron meses de preocupación, entre médicos y hospitales, entre
clases particulares y deudas. Cuando finalmente su padre falleció, John
estaba agotado, había alquilado la mitad de la casa y no tenía ahorros.
Aun así, trató de salir adelante tomando como alumno al hijo de un
importante empresario: un niño de ocho años al que ningún maestro
del pueblo podía soportar en clases particulares. Ninguno, excepto
John.
Michael Greene era la clase de alumno testarudo y caprichoso,
incluso impertinente, que llevaba encima el estigma de conflictivo. El
padre había hecho de todo por ayudarlo: psicólogos, profesores
particulares que eran despedidos al cabo de unas semanas, premios y
castigos por igual, todo sin éxito. En el reporte de la escuela de
Michael el rojo seguía siendo el color predominante y había sido así
hasta que John Storm solicitó el empleo.
Aunque el profesor no era del agrado de Alfred Greene, Michael lo
adoraba y sus calificaciones en matemáticas fueron la prueba de que
John merecía quedarse.
Era el empleo que más le había durado desde que salió del hospital.
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Capítulo 1: El despertar 14
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Las habladurías volvieron a empezar en el pueblo. Y no era para
menos, la historia de lo ocurrido esa tarde en casa de Michael fue
exagerada como sólo en los pueblos puede ocurrir y pronto John tuvo
en su puerta montones de personas que querían que les dijera el futuro
a cambio de dinero.
No tuvo caso. Aunque lo intentó, su extraño don no funcionaba en
esas condiciones.
John empezó a documentarse sobre fenómenos psíquicos, tratando
de encontrar algún especialista que le dijera qué hacer, pero los pocos
que visitó le parecieron unos charlatanes.
Una tarde, revisaba en Internet temas al azar, porque realmente no
sabía cómo buscar, y dio con un aviso:
El sábado 29 de octubre, a las 7:00 pm en la Sala de Conferencias
«Marie-Gérin-Lajoie» de la Universidad de Montreal, el doctor
Martin Hellson dictará una conferencia sobre las premoniciones y su
impacto en el subconsciente del individuo.
Una sensación extraña lo envolvió, cerró los ojos, y al abrirlos de
nuevo, empezó a buscar el nombre del especialista en la red.
Martin Hellson, Ph.D. Profesor honorario de la Universidad de
Ciencias Psíquicas Laurent Lamartine en París. Doctor en Ciencias
Intrínsecas, miembro de la Société pour la Recherche Psychique,
autor de…
Y venía una enorme cantidad de libros y artículos en revistas
importantes.
John sonrió.
Eso era lo que necesitaba.
Le sorprendió incluso que ese tema fuera estudiado tan
cuidadosamente en publicaciones tan serias. Él había creído que esas
cosas sólo eran para charlatanes.
Capítulo 1: El despertar 15
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En la casa de Martin Hellson, en París, se desarrollaba una escena
distinta.
—¿Vas a Canadá? —exclamó Michelle al ver el pasaporte de su
amante sobre la mesilla de noche.
—Tengo una conferencia mañana —respondió el dueño de casa,
desde el baño—. Estaré allí una semana.
Lo siguiente que se oyó fue una maldición de ella. La periodista se
levantó, envuelta en una sábana, y se dirigió al balcón. Hizo una rápida
llamada de su teléfono celular y cuando volvió a entrar a la habitación,
lucía satisfecha. Martin no se libraría de ella tan fácilmente.
En ese momento, Martin Hellson, Ph.D. salía de la ducha, con una
toalla en la cintura y el largo cabello húmedo cayendo sobre su
espalda.
Tenía treinta y seis años y algunas canas en el cabello azabache que
normalmente llevaba atado en una coleta. Su cuerpo estaba bronceado
y era fuerte y firme, producto de los ejercicios y de los constantes
viajes, pues Martin Hellson nada tenía de respetable profesor. Era un
aventurero y un playboy en toda regla.
—Apúrate, querida, debo alistar mis cosas y abordar un avión en
cuatro horas.
La periodista se dirigió al baño, no sin antes besar a su amante en la
mejilla.
Martin comenzó a vestirse.
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El especialista francés llegó al Hotel St. Paul, en Montreal, se dirigió a
la recepción y se identificó.
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John aguardaba, con el corazón martilleándole, el inicio de la
conferencia. El salón estaba lleno de estudiantes, muchos de ellos
bastante jóvenes. Algunas risitas nerviosas de las chicas que estaban
sentadas delante de él lo hicieron sonreír. Miraban una fotografía y
hacían toda clase de comentarios absurdos.
De pronto, el murmullo se silenció y el evento dio inicio. El
presentador anunció al conferencista y John se llevó la primera
impresión de la noche.
Martin Hellson no era en absoluto como se lo había imaginado.
Primero temió haberse equivocado de lugar y lo acometió un acceso
de pánico, pero luego se serenó y tuvo que aceptar, sonriendo, que la
imagen de su respetable profesor acababa de ser destruida por ese
hombre con aspecto de aventurero, que quizá se vería mucho mejor en
medio de la sabana africana que en una universidad.
Su nerviosismo no era a causa de la vestimenta del conferencista,
pues el doctor Hellson vestía un correcto traje azul, tan formal como la
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Dos horas después, John seguía esperando.
La recepción había terminado, pero el doctor Hellson había sido
asaltado por un grupo de estudiantes que lo acribillaban a preguntas, se
fotografiaban con él y charlaban sin cesar.
¿Cuánto más podía durar todo eso?
De pronto, una bellísima chica rubia se abrió paso entre los
estudiantes y tomó al doctor Hellson del brazo, para apartarlo
suavemente de allí.
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—Entiendo —dijo Martin dando un sorbo de su café. Habían
terminado sentándose en la cafetería de la universidad y el extraño
hombre de cabellos castaños y ojos marrones acababa de contarle su
historia.
—Yo no sé cómo explicarlo… La sensación de hormigueo, la
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Capítulo 2: El encuentro
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John se recriminaba sin cesar el haber actuado tan estúpidamente. No
había dicho ni la mitad de lo que había pensado decir y sentía que su
interlocutor apenas le había creído.
Quizá habría hecho mejor en contarle su última visión.
Pero… ¿Cómo contarle a un hombre que acababa de conocer y que
evidentemente tenía novia, que había tenido una visión en la cual lo
besaba?
Pasó la noche más angustiante que podía recordar y el sueño lo
atrapó al fin hacia las cinco de la mañana, haciéndolo caer en un
pesado sopor que duró hasta el mediodía.
Intentó mantenerse ocupado, pero se asfixiaba en casa. No podía
concentrarse en nada y tampoco pudo comer. A las cuatro de la tarde,
decidió salir a dar un paseo.
Caminó sin rumbo fijo, buscando evitar a la gente. No quería
encontrarse con nadie, ni tener que dar explicaciones sobre su situación
económica, ni soportar la sonrisa de simpatía de nadie, ni las palabras
de conmiseración que le sonaban vacías, pues quienes las decían no se
atrevían a tocarlo.
Sus pasos lo llevaron hacia las afueras del pueblo y se internó en el
boscoso camino que lo llevaba a Colville Hill, la colina más alejada.
Su cojera no le permitía caminar con rapidez, pero el ejercicio le
había sido recomendado por su terapista. La ascensión era lenta y
penosa y tuvo que detenerse en varias oportunidades, lamentando no
haber traído consigo algún bocadillo, pues la caminata le había
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despertado el apetito.
Eran casi las seis y empezaba a hacer frío. Se había alejado lo
bastante del pueblo y sólo podían oírse los sonidos del bosque. Estuvo
tentado a volver, pero le faltaba tan poco para llegar a la cima de la
colina, que decidió continuar.
De pronto, el aislamiento del bosque le pareció opresivo y se
detuvo un momento. Ya tenía a la vista la casa Ambler, tan siniestra y
espectral como la recordaba. Era la casa embrujada que todo pueblito
tiene, con la diferencia de que estaba habitada y sus habitantes eran
respetables miembros de la comunidad.
Entrecerró los ojos un momento. La Casa Ambler había pertenecido
por incontables generaciones, a la familia Ambler, que había venido de
Estados Unidos por el año 1890 y se había establecido definitivamente
en Cote-Saint-Luc.
Nadie sabía exactamente a qué se dedicaban, pero la casa era lujosa
y sus propietarios se codeaban con la mejor sociedad.
Había, sin embargo, algo extraño.
David Ambler, último descendiente de la familia, se había casado
con una joven americana y habían tenido una niña a quien bautizaron
como Laura.
Pero nadie conocía bien a Laura Ambler.
La niña padecía, según dijeron, de una extraña enfermedad que la
hacía permanecer en casa. No salía jamás al pueblo, no tenía amigos.
En alguna ocasión, antes del accidente, habían encargado a John su
instrucción, y él no había notado nada extraño en la salud de la niña,
salvo su desesperado anhelo de llevar una vida normal.
Suspiró. ¿Cómo había podido olvidar a Laura Ambler? La niña
tendría ahora dieciséis años… ¿seguiría encerrada en esa vieja casona?
¿habría muerto? No lo sabía, y de pronto sintió una gran desazón.
Estaba oscureciendo y decidió volver. Eran ya demasiadas
preocupaciones como para agregar un resfriado. Dio un paso hacia
atrás y se quedó inmóvil… Acababa de percibir algo…
No estaba solo, se sentía observado. Sus sentidos captaron un
peculiar olor.
Trató de identificarlo primero, sabía que lo había sentido antes…
era…
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(Olor a muerte…)
Sí… antes lo había sentido. Era el olor que tiene un camposanto
antes de recibir a un nuevo morador: la tierra removida, las flores…
pero había también un olor más que no podía identificar.
Un grito proveniente del bosque lo hizo salir bruscamente de su
concentración y corrió con toda la prisa que sus piernas le permitían,
hacia el lugar de donde había provenido aquel alarido aterrado.
En un claro del bosque, halló a una chica. Estaba temblando en el
suelo y sollozos entrecortados salían de sus labios. El hombro
desgarrado de su vestido dejaba ver la blanca piel, en la que se
marcaban cuatro dedos rojizos. Sus manos sujetaban frenéticamente un
cofre abierto.
—«No lo toques nunca», dijeron. «Laura, aléjate de esa caja…»
—¿Laura? ¿Laura Ambler? —preguntó John, y al no obtener
respuesta, la tomó por la cintura y comenzó a conducirla penosamente
hacia la solitaria casona.
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—¿Y cómo sabes que ella no te ha mentido? —La voz de Michelle en
el teléfono tenía el tono escéptico que Martin le conocía tan bien.
—No le mentiría al Círculo, querida. Ellos se habrán asegurado…
Vi los archivos.
—Eso puede tomarte toda la noche. ¿Cómo es ella? ¿Es joven?
—Sólo sé que tiene dieciséis años. Acordamos encontrarnos en un
lugar. ¡Vamos, Michelle! No vas a ponerte celosa de una niñita —
exclamó Martin—. Estoy acercándome, voy a cortar.
El especialista cortó la comunicación y consultó el mapa de la
región que llevaba. Estaba ascendiendo por el camino a Colville Hill,
pasando el pueblo de Cote-Saint-Luc, y no pudo evitar recordar al
extraño hombre de la víspera.
Había algo raro en ese hombre, algo intenso que no lograba
determinar. Era como si John Storm necesitara desesperadamente su
ayuda y no la de otro. Era como si le perteneciera.
Se encogió de hombros. No tenía tiempo de pensar en el hombre.
Había cientos como él en el mundo, personas que se sentían culpables
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—¡Dijo que los castigaría! ¡Dijo que ellos pagarían por lo que le
hicieron! —gemía la muchacha tratando de escapar de los brazos de
John.
—Escúchame, Laura —pidió éste—, es preciso que me escuches.
Soy John Storm, tu profesor de hace muchos años. ¿Me recuerdas?
Ella asintió y pareció calmarse un poco. Sus asustados ojos lo
miraron.
—Por favor, no permita que me lastimen…
—¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Qué es este cofre?
Ella volvió a sollozar y no respondió.
John avanzó más hasta casi llegar al porche de la casona. Laura se
aferraba a su cuerpo como un cachorrito desvalido, oprimiendo el cofre
vacío contra su pecho.
—Mis padres me pidieron que no lo abriera jamás. Dijeron que
contenía algo terrible. Por culpa de ese cofre me tenían aquí encerrada
y yo… ¡deseaba tanto salir! Esos hombres dijeron que si les daba el
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John avanzó tratando de encontrar el lugar de donde provenía el
alarido. En su camino, atravesó un suntuoso salón en el que había un
cuadro, único macabro adorno en las paredes vacías.
«La Quema de Brujos, 1718», rezaba la inscripción.
Laura lo había seguido y le sujetó el brazo, temblando.
—¡Mi madre! —urgió, y juntos avanzaron por un oscuro pasillo
hasta llegar a una puerta cerrada.
Antes de abrirla, percibieron un olor a carne quemada que nada
tenía que ver con el horrendo cuadro, porque no era una novela de
terror. Era real.
—¡Madre! —gritó Laura, y se lanzó corriendo hacia el cuerpo que
ardía en unas extrañas llamas azules.
La mujer los miró con ojos aterrados y un único gemido brotó de su
garganta antes de que su rostro se consumiera con las llamas como si
fuese de cera.
—Laura…
Nada podían hacer. John sujetó a la muchacha con firmeza a pesar
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—¡Este es el día de tu castigo, Ambler!
Cuando John llegó al claro, encontró a David Ambler desplomado
en el suelo, mirando con ojos aterrorizados a una gigantesca y
semitransparente figura de ojos llameantes que se erguía
amenazadoramente ante él.
—¡No, por favor! ¡Yo no hice nada! ¡La culpa no fue mía!
—Tus antepasados me condenaron a muerte para apoderarse de mis
bienes y usaron sus conocimientos de magia para detener la maldición
que les arrojé y aprisionar mi espíritu en ese cofre. ¡Me quemaron sin
misericordia y se repartieron mis propiedades mientras mi cadáver aún
humeaba!
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—¡Yo no lo hice!
John se detuvo, fascinado y aterrado a la vez, sin poder apartar sus
ojos de la portentosa aparición.
—¡Te declaras inocente, pero mientes! ¡Tu familia conocía el
secreto del cofre y repitió los conjuros generación tras generación para
librarse de la maldición del fuego! ¡Tú recibiste el secreto y se lo
transmitiste a tu esposa!
—No… no… Soy inocente —balbuceó Ambler, sin atreverse a
mirar a la aparición.
—¡La única inocente es tu hija, a quien no has revelado aún el
secreto! —gritó el espectro—. Eh… ¿pero quién se atreve…?
John sujetó con fuerza el macabro brazo, sólido y repugnante al
tacto. Su piel ardió, despellejándose un poco y el espectro lo apartó de
un violento empujón.
Ambler balbuceaba y gemía.
—¿Tú sabes realmente quién soy? —bramó la aparición.
—Everard, el brujo —gimió Ambler, arrastrándose en un vano
intento por escapar.
—Así es. —La voz del espectro casi se convirtió en un susurro—.
Y fueron tus antepasados quienes me enviaron a la hoguera, lo sabes
bien. Y esos mismos antepasados te relataron la historia de la
maldición y del cofre. La maldición, Ambler. —La voz volvió a
elevarse—. La maldición que invoqué antes de morir… ¡La carne de
mis verdugos arderá como la mía!
—¡No! —gritó John, arremetiendo con todo su cuerpo contra la
figura del brujo. Éste pareció desdibujarse por un breve instante y
luego arrojó a John a un lado con violencia.
—¡Morirás!
John trató de levantarse de nuevo, pero dos fuertes brazos lo
sujetaron. Luchó, pero alguien le susurró al oído:
—¡No se mueva, maldita sea! Es por su vida.
Con sorpresa reconoció a Martin Hellson y sintió un momentráneo
alivio, pero un chillido de Ambler lo hizo estremecerse y al ver que su
captor no hacía nada por ayudarlo, pugnó por escapar.
—¡Matará a ese hombre!
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La encontraron fuera de la casona que se quemaba, encogida en el piso,
como una muñeca rota.
A John le sangraba profusamente la nariz y se desplomó junto a la
muchacha. Martin tomó el cofre, lo examinó un momento y luego lo
cerró, para guardarlo en uno de los amplios bolsillos de su abrigo. Se
volvió hacia John y lo ayudó a levantarse. Varias figuras vestidas de
negro empezaron a rodear la casa en llamas.
—Vamos —susurró Martin, sujetándolo de la cintura y alejándolo
de allí.
—Laura…
—Estará bien, ellos se ocuparán —replicó Martin.
—¿Ellos?
—El Círculo —dijo llanamente el francés—. Ellos se ocuparán de
todo.
John vaciló un momento. Su mundo comenzó a desdibujarse en
cámara lenta de poco a poco todo se hizo negro. Se había desmayado.
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La sensación de estar envuelto en la agradable tibieza de su propia
cama hizo que John pensara que todo había sido una espantosa
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—¿Vas a llevar a París a ese loco? —exclamó furiosa Michelle—.
¡Apenas lo conoces! ¡No sabes nada sobre él!
—Por el contrario, querida. Lo sé todo. John Storm es la persona
más transparente que puede haber y su vida es bastante conocida en
Cote-Saint-Luc.
—¡Te robará, de eso estoy segura! El día menos pensado
encontrarás que falta alguna de tus preciadas reliquias y él se habrá
hecho humo.
—En ese caso, mis preciadas reliquias me lo traerán de vuelta —
Capítulo 2: El encuentro 30
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Michelle miraba por la ventanilla, enfurruñada. Martin no le estaba
prestando ninguna atención. Por el contrario, se había dedicado a
contarle a ese estúpido canadiense su último viaje al Congo,
relatándole con lujo de señales la relación entre las ruinas de
Zimbabwe y la extraña posición de las estrellas en la constelación de
Orión.
John escuchaba asombrado la descripción de una realidad tan lejana
e irreal que le parecía un sueño. La voz de Martin era suave y relataba
su historia con entusiasmo, pero el cansancio, o las emociones,
hicieron que John se fuera adormeciendo, hasta que su cabeza se
deslizó a un costado y quedó apoyada en el hombro de Martin.
El francés sólo sonrió y acomodó la mano vendada de John sobre su
regazo. Él también cerró los ojos y se entregó a un momentáneo
descanso en el cual se seguía preguntando cuál era el misterio que
envolvía a John Storm.
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Capítulo 3: París
1
Llegaron al Aeropuerto Charles de Gaulle a las diez y cuarto, hora de
París, que para John eran las cuatro de la mañana. El vuelo y el cambio
de horario lo habían agotado y la quemadura de la mano le molestaba.
Después de recoger el equipaje de Martin y Michelle, avanzaron
rápidamente hacia la salida. John sólo tenía su maletín y avanzaba
como un autómata. Nunca había visto tanta gente, ni siquiera en el
aeropuerto de Montreal. Empezó a sentirse fuera de lugar y una
sensación de desasosiego lo acometió.
Miró hacia la multitud, por donde se movían sus acompañantes, y
volvió a sentir el extraño olor que había percibido en Montreal.
(Olor a muerte…)
Sí… era ese olor, mezclado con algo más. Algo que él conocía…
(Perfume de sándalo…)
Sándalo, no había duda. Reconocía su perfume sensual y exótico,
enmaderado, picante. ¿Cómo no lo había notado antes? ¿De dónde
venía?
Quiso olvidarlo. Algo le decía que era peligroso, pero sin
proponérselo, sus ojos empezaron a buscar frenéticamente entre la
multitud. Había algunos ejecutivos que avanzaban buscando transporte
y de pronto se fijó en un altísimo hombre rubio, vestido de negro, que
pasó junto a él apresuradamente.
—¡John!
Martin lo miraba con curiosidad y John se apresuró a acudir a su
encuentro, avergonzado por haberse quedado parado en medio del
pasillo, mirando a su alrededor con la boca abierta.
Capítulo 3: París 32
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 3: París 33
Hellson 1: Sinergia
—Aquí es.
Se bajaron con las maletas y Martin se acercó a la sólida reja que
llevaba a una puerta tallada con extraños dibujos. Abrió la reja y
presionó un dispositivo que desactivó la alarma, para luego abrir la
puerta. John entró detrás de él y pudo ver que lo que había tomado por
una vivienda cualquiera era un sitio lleno de mecanismos de seguridad:
la cerca electrificada sobre el alto muro, alarmas, sensores de
movimiento y cámaras que giraban filmándolo todo.
Se sintió incómodo, pero Martin lo tranquilizó.
—Están sólo afuera. Esta casa es una especie de museo, poseo
muchos objetos extraños y algunos son muy valiosos. Es una medida
disuasiva para los ladrones.
—Ya veo.
La casa era extraña. Tenía un ala moderna, con enormes jardines,
una fuente y una piscina; y un ala antigua de piedra, en la que el
arquitecto había combinado elementos modernos haciendo que el
conjunto resultara armónico. Era elegante, mas no suntuosa.
Martin lo condujo al interior y John tuvo tiempo para admirar los
salones y sorprenderse con la altísima escalera que llevaba al segundo
piso, donde estaban los dormitorios. Subieron y su anfitrión lo llevó a
la que sería su habitación temporal.
—Espero se sienta cómodo. Será mejor que revise su mano, para
que pueda descansar un poco. Siempre es bueno tomar una siesta para
asimilar mejor el cambio de horario, sé lo que es viajar por primera vez
al otro hemisferio, todo lo que uno desea es dormir y que el tiempo
regrese a como era antes —dijo en tono casual—. Volveré enseguida.
John acomodó su maletín y empezó a sacar lentamente sus cosas.
En ese pequeño maletín cabía su vida. El pensamiento no era agradable
y rápidamente lo apartó, sujetándose las sienes con ambas manos.
—¿Se encuentra bien?
Martin había entrado de nuevo, silenciosamente, llevando algunos
frascos y un paquete de gasa.
—Sí. Lo siento. Estaba distraído.
—¿Puede darme la mano?
—¿Perdón? —Todo lo que John pudo pensar fue que tenía miedo
de volver a tener esa clase de contacto y desencadenar otra bochornosa
Capítulo 3: París 34
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Capítulo 3: París 35
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2
John despertó a las diez de la mañana, con un hambre espantosa que le
recordó que había rechazado el desayuno en el avión. Entonces recordó
que en París eran las cuatro de la tarde y adelantó su reloj con un
enorme sentimiento de culpabilidad. Se suponía que dormiría apenas
una hora… ¿qué pensaría Martin?
Se bañó apresuradamente, deteniéndose apenas a admirar el baño
de mármol verde, más grande que su propia habitación en Cote-Saint-
Luc. Comprobó que la mano quemada no le dolía tanto y eso lo hizo
sentirse mejor.
Ya vestido, bajó las escaleras y llamó a Martin. Una alegre voz le
respondió desde una habitación a la izquierda del pasillo.
—¿Tienes hambre?
John asintió al mismo tiempo que su estómago rugía.
—Lo siento, dormí más de la cuenta.
—No hay problema —dijo risueño Martin—, eso me libró de
almorzar con Michelle. Le dije que esperaría a que despertaras y que
como no sabía cuánto ibas a dormir, prefería no comprometerme.
John se sintió muy incómodo, pero no pudo evitar la curiosidad.
—¿Ustedes son novios?
—No exactamente. —Fue la despreocupada respuesta—. Verás, no
me gustan las ataduras. Michelle y yo somos amigos, pero a veces nos
distraemos un poco juntos. Y eso no impide que ella salga con otros o
yo salga con otras. Y tú, ¿tienes novia?
—No —dijo rápidamente John—. Ella murió, en el accidente que
me dejó así.
—Lo siento.
Se hizo un silencio un tanto incómodo, y John miró la habitación
donde se hallaba Martin para evitar mirarlo a él. Había un enorme
escritorio de caoba y las estanterías estaban cubiertas de volúmenes
antiguos. Además, había una repisa llena de objetos raros, estatuillas
de piedra, gemas, cajitas talladas con extraños símbolos y algunos de
los grabados en las paredes lo hicieron sorprenderse un poco.
Capítulo 3: París 36
Hellson 1: Sinergia
3
Durante el tardío almuerzo, John descubrió que, además de ser un
excelente cocinero, Martin había viajado por casi todo el mundo
investigando hechos extraños para su propia compañía.
—Aunque no lo creas, mi empresa, Hellson Unlimited, está
compuesta solamente por cuatro personas. Ellos se encargan de mis
presentaciones y de coordinar los casos que investigo. A veces contrato
a gente con habilidades especiales para que me ayude, como en tu
caso.
—¿Y qué es lo que haré? —quiso saber John.
—Primero, contarme todo lo que recuerdes del caso del brujo
Everard. Luego, hablaremos un poco más de tu extraño poder.
El apetito de John se fue de golpe. Bebió un sorbo de agua y trató
de que su voz sonara tranquila.
—¿Tú crees realmente en todo eso? —cuestionó. Su pulso se había
acelerado esperando la respuesta de Martin.
—Creí que ya habíamos superado esa etapa —repuso Martin,
alzando levemente la ceja—. Estuviste allí y lo viste. La mano
quemada que tienes es una prueba más que suficiente.
John suspiró. Al inicio había aceptado lo dicho por Martin en Cote-
Saint-Luc, pero con el pasar de los días, su instinto racional se había
rebelado y lo había hecho cuestionarse los sucesos una y otra vez,
hasta que le parecieron irreales y lejanos.
—Pudo ser de otro modo —empezó, tratando de repetir lo que su
mente le había dicho tantas veces—, pude haberlo imaginado, pudo ser
un loco atacándome con un lanzallamas… Estaba oscuro, yo tenía
Capítulo 3: París 37
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 3: París 38
Hellson 1: Sinergia
prefirió ahorcarse con una cuerda hecha con los jirones de su camisa.
Se colgó de una viga semipodrida del techo, y cuando los inquisidores
volvieron, encontraron el cuerpo balanceándose con un espantoso
crujir de madera.
—Y veré el cuerpo balancearse apenas abras esa puerta —dijo
John.
—Pues no —volvió a replicar Martin—. Una manifestación puede
percibirse por cualquiera de los sentidos, no solamente la vista,
¿correcto?
—Correcto —dijo John, sin saber a dónde quería llegar su
compañero.
—¿Significa que aceptarías que fuera auditiva?
—Por supuesto.
—Bien. El cuerpo de Anselme fue retirado, pero desde esa noche,
se escucha a intervalos regulares, el crujir de la viga que sostuvo el
cadáver. La llaman «La Viga del Ahorcado».
Como respuesta a las palabras de Martin, se oyó un crujido que
provenía de la habitación cerrada.
—La madera, a través de los años, tiende a crujir sin motivo
aparente —observó John.
—Es cierto —aceptó Martin—. Pero no es un crujido cualquiera. Es
el crujido de algún peso considerable en una viga en mal estado.
—Pues bien, veamos la viga —dijo alegremente John. Se empezaba
a sentir muy aliviado de haber descubierto él solo el misterio, aunque
había una mirada traviesa en los ojos de Martin.
—De acuerdo.
La puerta fue abierta y Martin encendió la luz. John ahogó una
exclamación.
No había viga. El techo había sido reconstruido de sólido cemento.
Pero el sonido de la viga, sosteniendo el invisible cadáver, seguía
siendo audible.
—Al poco tiempo de la muerte de Anselme, repararon el techo y
retiraron la viga. Esta habitación quedó clausurada y luego se olvidó el
asunto. Cuando mi abuelo mandó a reconstruir esta casa, cambió toda
la estructura del techo de estas habitaciones, y naturalmente, quitó
Capítulo 3: París 39
Hellson 1: Sinergia
todas las vigas. Ya imaginarás su sorpresa cuando oyó por primera vez
«La Viga del Ahorcado». Le costó mucho tiempo investigar su origen.
Este fenómeno se conoce como mimofonía, y es una manifestación
sobrenatural.
John se quedó sin palabras.
—Por favor, salgamos de aquí —logró decir al cabo de un rato.
4
Anochecía cuando Martin terminó de copiar en la computadora lo que
John le había dicho sobre Everard. Anotó algunas cosas más y cerró el
archivo. Frente a él, John bebía una taza de leche y lo miraba
interrogante.
—Hemos terminado —informó—. Ahora, creo que es justo que yo
te explique algunas cosas más. Vamos a beber un trago a la piscina, y
allí te lo contaré. Es el lugar ideal para hablar de asuntos serios.
John no supo si le hablaban en serio o en broma, pero la perspectiva
de la piscina lo alegró. Antes del accidente, solía ir a nadar, y aunque
era una terapia que le habían recomendado, eran pocas las veces que
había tenido ocasión de hacerlo.
En el camino, mientras Martin buscaba las bebidas, John se quedó
mirando una pared, en la cual estaban los retratos de dos severos
hombres, tan parecidos entre sí que era evidente que eran parientes.
—Mi bisabuelo y mi abuelo —explicó Martin acercándose a él.
John miró los grabados con los nombres y leyó en voz baja:
—¿Jean Maximilien Hellson y Maximilien Jaques Hellson?
—Sí —respondió Martin, mientras avanzaban hacia el jardín—. Es
una costumbre antigua en mi familia repetir el segundo nombre del
padre como primer nombre del primogénito. Yo me llamo Jaques
Martin Hellson; sin embargo utilizo mi segundo nombre.
—Vaya. —John sonrió—. ¿Y cuál es el nombre de tu padre?
—Esa es otra historia —repuso Martin y la voz se le opacó un
poco—. Mi abuelo sólo tuvo una hija, mi madre. Ella se casó con un
inglés que nunca fue aceptado por la familia, pero me bautizaron según
la tradición, con el segundo nombre de mi abuelo. Mis padres murieron
en un accidente y mi abuelo me trajo aquí y me adoptó. Jamás volví a
Capítulo 3: París 40
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 3: París 41
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 3: París 42
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 3: París 43
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 4: La aparición
1
Nubes…
El cielo estaba de un celeste pálido lleno de blancas nubes
moviéndose con la ligera brisa, que las iba empujando poco a poco,
haciendo gigantescas ondas en el firmamento, alejándose...
desplazándose cada vez más lejos… irreales, lejanas…
Niebla…
El horizonte se comenzaba a desdibujar, como cuando uno mira a
través de una ventana lluviosa, dejando la realidad exterior irreal y
lejana.
¿Dolor?
No sentía dolor. Sólo una sensación de insensibilidad, como si
contemplara el mundo exterior a través de esa ventana lluviosa,
mientras en el interior, él se encontraba protegido. Como si nada
pudiera alcanzarlo, lastimarlo…
Se había sentido así antes, aunque no tenía recuerdos de ello porque
estaba en coma, pero de algún modo, la parte consciente de su cerebro
sabía que era así.
Flotaba en medio de la nada.
—¿John?
La voz que lo llamaba se oía lejana, amortiguada por el ruido de la
lluvia inexistente. No quería moverse, no quería volver.
—Todo estará bien.
Algo húmedo fue puesto sobre su frente y alguien alzó sus brazos y
los frotó con vigor. Un fuerte olor a alcohol le llenó los sentidos y todo
Capítulo 4: La aparición 44
Hellson 1: Sinergia
2
Martin cerró las cortinas y contempló por un momento a John, que
Capítulo 4: La aparición 45
Hellson 1: Sinergia
3
John abrió los ojos con la sensación de haber tenido una extraña
pesadilla. Pero la visión de Martin dormido en el sillón junto a él, con
un libro en el regazo, lo convenció de que lo ocurrido era real.
Capítulo 4: La aparición 46
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 4: La aparición 47
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 4: La aparición 48
Hellson 1: Sinergia
4
Los días pasaron y la quemadura de John mejoró notablemente. Se
sentía mucho mejor porque no había vuelto a tener visiones extrañas.
Por ello aceptó hacer un poco de turismo con el mes de sueldo que
Martin había insistido en adelantarle, y juntos recorrieron los lugares
más bellos de París.
Martin era un guía excelente. Pasearon los Campos Elíseos,
recorrieron la catedral de Notre Dame, el Museo del Louvre y el
Palacio de las Tullerías. John no dejaba de preguntar y los
conocimientos históricos de Martin no dejaban de sorprenderlo.
Por las tardes, cuando Martin se dedicaba a sus asuntos, John
registraba en el computador el material que el francés le había
proporcionado sobre sus últimos casos, documentándolos con
fotografías y enlaces a temas similares.
Mantenerse ocupado le sirvió para relajarse y no estaba seguro si
Martin le había encomendado esa tarea para distraerlo o para darle la
oportunidad de examinar sus archivos. El programa que usaba se
llamaba, modestamente, Knowledgeware 1.5. Martin le había dicho
que uno de sus asistentes lo había diseñado y era una enorme base de
datos de información bibliográfica, casos y comentarios del propio
Martin.
En esa semana, John aprendió muchísimo, y pasaba agradables
momentos con Martin cuando comentaban los casos. Y, por supuesto,
ardía en impaciencia por participar en alguno.
«No suelo atender todos los casos que me llegan —le había
explicado Martin en una ocasión—. Sólo veo los que me interesan.
Kurt y Alain se encargan de filtrarlos.»
Kurt y Alain, los asistentes de Martin, eran quienes organizaban
todo en Hellson Unlimited, y aunque John aún no los conocía, era
evidente que su jefe les tenía muchísimo aprecio. Respecto a la otra
persona que trabajaba para Martin, John sólo sabía que le decían «el
Ejecutor», y con ese apodo, realmente no tenía deseos de conocerlo.
Sí, habían sido días de calma, durante los cuales Michelle vino dos
veces y trató a John con la frialdad de siempre. Una noche, Martin
Capítulo 4: La aparición 49
Hellson 1: Sinergia
llegó con una joven y fueron directo al dormitorio. Hacían tanto ruido,
que John no podía conciliar el sueño imaginándoselos, desnudos en la
cama… Martin cubierto de sudor, moviéndose tanto que la hacía
gemir… Martin embistiendo y gritando en su orgasmo… Martin…
—¡Martin!
John se cubrió el rostro con la almohada y dio varias vueltas en la
cama, sin éxito. Se levantó y fue a tomar una prolongada ducha,
tocándose hasta que se logró aliviar. Envuelto en una bata, salió de
nuevo al dormitorio.
Los gemidos seguían.
—¿De dónde saca tanta energía? ¡Demonios!
Bajó las escaleras y se alejó lo más posible del dormitorio de
Martin. Llegó al estudio, pero no le gustaba la perspectiva de pasarse la
noche revisando archivos de casos paranormales, de modo que salió a
pasear por el jardín. La noche estaba fresca, pero no hacía frío. Caminó
por la hierba húmeda de rocío y se dirigió a un edificio casi junto al
muro que resguardaba la propiedad.
Había pensado que se trataba de un lugar para guardar herramientas
de jardinería, pero pronto notó lo equivocado que estaba. Ese lugar
estaba tan resguardado como la propia casa. Sólo se podía ver una
construcción triangular de concreto, sin ventanas y con una puerta de
hierro, con código de acceso. El resto de la construcción era
subterránea.
A John se le hizo extrañísimo, y se estaba preguntando qué podía
guardar Martin tan celosamente, cuando sintió a sus espaldas un ligero
ruido.
—Eeeeeeeee.
Volteó de un brinco y alcanzó a ver a una chica joven,
completamente desnuda, que lo miraba con grandes y curiosos ojos.
—H-hola —balbuceó completamente perplejo. ¿Qué hacía una
jovencita desnuda en el jardín, en medio de la noche? ¿Sería otra de las
amantes de Martin?
Pero ante su sorpresa, ella se comenzó a reír y volvió a hacer ese
extraño sonido.
—Eeeeeeee.
Luego, simplemente desapareció.
Capítulo 4: La aparición 50
Hellson 1: Sinergia
5
John despertó con una espantosa jaqueca y de muy mal humor.
En la cocina, Martin tarareaba suavemente mientras preparaba el
desayuno.
—Me voy —declaró el canadiense apenas traspasó el umbral.
—¿Por qué? —preguntó Martin, absolutamente sorprendido.
—No quiero ser aguafiestas, pero tus actividades de anoche y tu
fantasma adolescente no me dejaron dormir.
Martin dejó sobre la mesa las tostadas y lo miró muy fijamente.
—¿Qué fantasma?
—¿Acaso tienes varios? Hablo de la jovencita desnuda que aparece
en el jardín. Me dio un buen susto cuando dijo «Eeee» a mis espaldas.
Y no te atrevas a reírte. Fue grotesco.
Martin lo miró de modo extraño. Luego rompió a reír.
—De modo que viste a Jenny. John Storm, estás lleno de sorpresas.
—No es gracioso. Debiste decirme que si salía de noche podía
encontrar fantasmas…
—Jenny no es un fantasma.
—Oh, grandioso. —Caminó hacia Martin y lo miró a los ojos—.
No, no quiero saber lo que es. Buscaré un lugar dónde quedarme,
tampoco quiero incomodarte cuando traigas a tus amigas a la casa.
—No me incomodas en absoluto, John —replicó alegremente el
francés—. Y te diré por qué no puedes irte aún, pero primero
desayunemos. El ejercicio nocturno siempre me da hambre.
—¿No desayuna tu amiga?
—Ya no está. —Fue la despreocupada respuesta—. Tenía clase a
Capítulo 4: La aparición 51
Hellson 1: Sinergia
primera hora.
—Ya veo.
Martin desayunó con mucho apetito, John apenas picoteó sus
tostadas. El televisor estaba encendido y la noticia de que habían
encontrado el cadáver de un hombre flotando en el Sena sirvió para
que John sintiera mucho menos el deseo de comer.
—Dime por qué no puedo irme —cuestionó apenas terminaron de
lavar los platos.
—Vamos a la piscina.
De nuevo aquello. John no acababa de entender esa manía por
discutir las cosas serias en medio del agua. Además, hacía frío.
Pero esta vez, Martin no entró a la piscina. Simplemente se sentó en
una de las tumbonas junto al agua y John se sentó a su lado.
—Luego de que me contaste tu última visión, le pedí al Ejecutor
que fuera a Cote-Saint-Luc. Encontró allí a una de las enfermeras que
te atendió, Elizabeth Barret. Ella le contó algo por demás curioso. —
Martin se inclinó para acercarse más a John—. El día anterior a que
despertaras, tuviste una extraña visita. Un hombre rubio, alto y vestido
de negro. Y esa noche, te sangró la nariz.
John abrió la boca, la volvió a cerrar y por último, murmuró:
—¿Qué está pasando?
—No lo sé, pero si ese hombre te ha seguido hasta París, es mejor
tomar precauciones. Quiero que te quedes aquí hasta que esto se
esclarezca. ¿De acuerdo?
John asintió.
6
Dos días después, Michelle apareció. Había estado de viaje y deseaba
consultar algunas cosas de los archivos de Martin para escribir un
artículo. Ambos se encerraron en el estudio y John se entretuvo en la
biblioteca, pues había decidido no acercarse solo al jardín.
Estaba furioso. No podía controlar los celos que sentía de esa bruja
francesa que lo miraba como si fuera un ser inferior. Y detestaba la
forma en que tocaba a Martin y jugaba con su cabello.
Capítulo 4: La aparición 52
Hellson 1: Sinergia
Durante esos días, había tenido tiempo para pensar y estaba seguro
de que la visión en la que se besaba con Martin era la causa de que
ahora se sintiera atraído hacia él. Era lo más absurdo que le había
ocurrido, porque era como resignarse a lo inevitable, era admitir que
no somos artífices de nuestro propio futuro. Y todo su sentido lógico se
rebelaba ante ello.
Incluso así, Martin le gustaba. Y mucho.
—¿John?
Allí estaba Martin con su sonrisita de siempre, como si supiera que
le atraía y se burlara de ello.
—¿Se fue Michelle?
—Hace rato. Estaba hablando con Kurt.
—¿Cuándo me presentarás a Kurt y Alain? —preguntó de pronto
John—. Si ellos trabajan para ti, creo que deberíamos conocernos.
—¿Eso crees? —Martin tenía esa mirada y John se arrepintió al
instante de su petición—. Bien, puede arreglarse. ¿Qué tal mañana?
Pero te advierto que puedes llevarte una pequeña sorpresa…
—¿Son fantasmas?
—¡Por supuesto que no! Aunque quizá te parezcan extraños.
Michelle los detesta y…
—¡No me importa lo que piense Michelle! —exclamó John—, yo
tampoco le agrado, de modo que Kurt y Alain deben ser cuando
menos, como yo.
—Pues… No exactamente —dijo Martin, sin ánimos de discutir—,
pero ya los conocerás. ¿Qué estabas leyendo?
John le mostró el libro que leía, La Psicometría, por Elaine
Kendall.
—Trato de entender lo que me ocurre. —Fue todo su comentario.
—Yo puedo ayudar, recuerda la hipnosis. Así podré saber lo que
viste el día que nos conocimos… —repuso Martin, intentando
bromear.
—¡No me hipnotizarás! —exclamó John, sintiendo toda su rabia e
impotencia volcarse de pronto en el francés—. Y lo que vi ese día no
tiene nada que ver con el Hombre de Negro.
—Entonces, ¿a qué le tienes tanto miedo?
Capítulo 4: La aparición 53
Hellson 1: Sinergia
7
Momentos después, Martin llamó a la puerta de la habitación de John y
sin esperar respuesta, la abrió.
—Mañana partiremos a Haití, hay un caso que debe ser investigado
—dijo y se fue, como si nada hubiera pasado.
John dio un puñetazo a la almohada y abrió el balcón, buscando
calmarse.
A lo lejos, divisó a Martin dirigiéndose hacia el misterioso edificio
del jardín.
Capítulo 4: La aparición 54
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 5: El medallón
1
John abrió los ojos, cansado por la mala noche y el nuevo cambio de
horario. Ocho horas en avión no eran lo mejor para su salud y dormir
era una excusa excelente para no hablar con Martin, quien tampoco se
había dignado a explicarle mucho acerca del caso que investigarían.
Estaban a punto de aterrizar en Puerto Príncipe. Ninguno de los dos
había mencionado el beso, ambos habían tratado de actuar con
normalidad, como si ese evento nunca hubiera ocurrido. Pero lo cierto
era que John se sentía un completo idiota y Martin estaba muy
incómodo, no por la situación en sí, cosas más raras había visto... sino
por que el beso en realidad le había gustado.
Martin notó que John había despertado, e hizo como que no se daba
cuenta. John cerró de nuevo los ojos y se acomodó en el asiento. La
mano ya no le dolía y las quemaduras habían sanado muy bien, pero
siempre le quedaría el recuerdo de la noche con Everard. Extendió la
palma hacia arriba, y de pronto, sintió una mano suave que la sostenía.
—¿Te encuentras bien?
Su compañera de asiento lo observaba con atención. Era una joven
de largos cabellos negros y ojos almendrados. John sonrió.
—Sí, estoy bien. Gracias por preguntar.
Hablaron brevemente mientras el avión aterrizaba. John no se
preocupó por presentarle a Martin.
Capítulo 5: El medallón 55
Hellson 1: Sinergia
2
—Nos esperan. Es por aquí —dijo Martin cogiendo su maleta y
enfilando directamente a la salida. A John no le quedó más que
seguirlo.
—¡Espera! —protestó, cojeando hasta llegar a su acompañante—.
¿Has estado antes aquí?
—Muchas veces. —Fue la escueta respuesta.
—¡Doctor Hellson!
Un hombre mayor y dos jóvenes los esperaban y Martin los saludó
con la mano.
—Vamos.
El hombre mayor le fue presentado a John como Pierre Bedeau,
socio del padre de los jóvenes Jean Paul y Arlette Drouet. Martin le
informó brevemente a John que se alojarían en la hacienda de los
Drouet.
John miraba fascinado a su alrededor. Puerto Príncipe era una
ciudad que bullía de actividad. El vertiginoso espectáculo de sus calles
iba pasando ante sus ojos conforme se alejaban de allí. El camino hacia
la hacienda era pedregoso y la camioneta todo terreno que los llevaba
iba muy de prisa. Por el camino, se enteró que el padre de los jóvenes
era el dueño de una de las más grandes haciendas cafetaleras, llamada
«La Escondida», y de que había desaparecido hacía tres días en forma
misteriosa. No tenían ninguna noticia de su paradero, tan sólo habían
encontrado a Vincent Roget, uno de los capataces de Jules Drouet,
vagando por la plantación y delirando incoherencias.
—Ayer, luego de que hablamos con su asistente, vimos de nuevo a
Roget —explicó Jean Paul—. Estuvo diciendo lo mismo, pero de
pronto tuvo una especie de ataque y gritó algo sobre «no-ser» y fuego.
John sintió que se le paralizaba el corazón.
—¿Perdón?
—No ha vuelto a hablar desde entonces —intervino Arlette—.
Tenemos miedo, doctor Hellson. Por favor, encuentre a nuestro
padre… Los obreros de la plantación dicen cosas…
Martin le tomó la mano.
—Calma, Arlette. Le prometo que lo encontraremos.
Capítulo 5: El medallón 56
Hellson 1: Sinergia
3
—¿Qué es todo eso, Martin? ¿Qué hacemos exactamente aquí? —
demandó John apenas los dejaron solos para que descansaran.
—¿Qué impresión te dio todo?
—Yo pregunté primero…
—John, no te dije nada porque necesito conocer tu impresión.
Luego, prometo decírtelo. ¿Qué te parecieron los Drouet?
—Están muy angustiados por su padre, eso es evidente. La pobre
chica está desesperada…
—¿Y Bedeau?
—No sé. —John cayó en la cuenta de que el hombre no le había
producido nada en particular—. Parece preocupado, pero no estoy
seguro si le agrada que estemos aquí.
—¿Sentiste algo al tomarles la mano?
—No.
—Bien. Hace tres días, Jules Drouet y su asistente Vincent Roget
fueron a inspeccionar las plantaciones. No volvieron esa noche, pero
sus hijos no se extrañaron porque con el mal tiempo, suelen quedarse a
dormir en las cabañas de los obreros. Al día siguiente tampoco
volvieron, y a medio día apareció Roget, en estado deplorable y
delirando. Sólo mencionaba la palabra zombie.
—Y entonces, te llamaron…
—No. Hicieron una batida por la plantación, sin éxito. No dieron
parte a la policía porque la gente de por aquí es muy supersticiosa y ya
estaban hablando mucho. Fue idea de Arlette contactar a Hellson
Unlimited. Ella había oído sobre nosotros y Kurt decidió que el caso
podía interesarme. Además, Haití siempre me ha fascinado.
—Y ahora es cuando me dices que existen los zombies.
Martin rió alegremente.
—La verdad, nunca me he topado con uno, pero no lo descarto.
¿Sabías que los hechiceros bokors preparan una poción usando como
principal ingrediente las entrañas del pez globo? El pez globo tiene una
sustancia llamada tetradotoxina, activo y peligroso veneno que puede
producir parálisis y daño en las funciones cerebrales. La persona que
Capítulo 5: El medallón 57
Hellson 1: Sinergia
4
Roget se hallaba en su habitación, fuertemente atado a la cama con
correas y amordazado.
—Sus gritos asustaban a los empleados de la plantación —explicó
Bedeau—. A veces se queda quieto, como si estuviera catatónico, y de
pronto, comienza a gritar otra vez.
Martin se acercó al hombre y examinó sus pupilas. No obtuvo
respuesta alguna, y con cuidado, le quitó la mordaza.
—Vincent, ¿puede oírme?
No hubo respuesta.
—John, ¿podrías ayudarme a levantarlo?
El canadiense se acercó y tomó a Roget por los hombros, pero de
pronto, se quedó paralizado y abrió muchísimo los ojos. Ahogó un
grito al sentir la familiar sensación de hormigueo y la descarga.
—No… no…
—¡John!
Martin lo ayudó a acomodarse en una silla y le alcanzó su pañuelo.
La nariz de John había empezado a sangrar un poco.
—¿Qué viste? —preguntó el francés, con mucha suavidad.
—Un símbolo… un medallón con dos serpientes… Había fuego y
mucho ruido, creo que eran tambores… —murmuró John—. Lo siento,
no vi nada más.
—¿Puedes dibujar el medallón? —pidió Martin. Bedeau se apresuró
Capítulo 5: El medallón 58
Hellson 1: Sinergia
5
Martin conducía el todo-terreno sin decir palabra. Tenía en el bolsillo
el dibujo de John, y éste, silencioso también, sujetaba con la mano el
algodón que se había puesto en la nariz.
—¿A dónde vamos? —preguntó al fin John, rompiendo de pronto el
silencio. Y era que Martin se había limitado a pedirle a Bedeau el
vehículo y a decirle que lo dejara actuar.
—A visitar a una amiga a Monte Christi —respondió Martin—.
Queda lejos de aquí.
Finalmente, llegaron a la zona más selvática y misteriosa que John
había visto y se detuvieron ante una desvencijada cabaña junto a la
cual había un huerto. Martin bajó del vehículo y gritó algo en español.
John habría jurado que la bruja de los cuentos saldría de ese lugar, pero
se quedó estático al ver a una muchacha morena, de cabello negrísimo
hasta la cintura, que vestía solamente con unos pantalones cortos y un
corpiño.
—¡Martin!
—¡María!
Ambos corrieron a abrazarse y ella besó a Martin en la boca.
Riendo, saludó a John en perfecto francés.
—Ella es María Dessalines, nieta de Gedeón Dessalines, célebre
curandero vudú —explicó Martin—. María es sacerdotisa y puede
ayudarnos con esto.
Entraron a la casa y la curiosidad reemplazó la incomodidad inicial
de John. Además, María lo trató amablemente.
El interior estaba limpio y ordenado, pero no pudo evitar
estremecerse ante las máscaras rituales que adornaban las paredes y el
cráneo humano que estaba en un rincón.
Martin explicó rápidamente la situación.
Capítulo 5: El medallón 59
Hellson 1: Sinergia
6
Los chicos Drouet habían querido acompañarlos, pero Martin no se los
permitió. Llegaron a las once menos diez a la casa de María, vistiendo
pantalones cortos y camisetas. Ella los recibió y salieron de nuevo,
para iniciar el ascenso hacia la montaña y sólo se detuvieron al llegar a
un bosquecillo de ceibas donde tendría lugar el ritual, luego de lo cual
la joven se fue, dejándolos en espera de los acontecimientos.
La ceremonia estaba lista. Los hombres y mujeres reunidos en el
lugar tocaban los tambores alrededor de un enorme altar de fuego
cuyas llamas crepitaban y se elevaban, voraces. John contuvo la
respiración cuando María apareció, sin nada que la cubriera, e inició
una invocación a los Loa.
—Los dioses haitianos son espíritus de la alegría. Ellos no
condenan los excesos, los favorecen —susurró suavemente Martin.
Los tambores retumbaron más frenéticamente y María alzó los
Capítulo 5: El medallón 60
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 5: El medallón 61
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 5: El medallón 62
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 5: El medallón 63
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 5: El medallón 64
Hellson 1: Sinergia
7
—¿Qué pasó? —la garganta de John estaba seca otra vez y el Ejecutor
le alcanzó un vaso con agua. Estaba sobre una hamaca, en la cabaña de
María, pero ni ella ni Martin estaban allí.
—Te sangró la nariz y te desmayaste… luego, dormiste por horas
—respondió Aristide—. No tienes que avergonzarte, algunos de los
que he visto ensucian los pantalones. Creo que tienes un modo bastante
digno de salir de los problemas.
John rió con gusto y se empezó a sentir mejor. Afuera llovía a
cántaros.
—¿Dónde está Martin?
El Ejecutor señaló la cortina que separaba la única habitación de la
cabaña y se encogió de hombros.
—¿Y el zombie?
—Era Jules Drouet. Martin les llevó el cadáver a sus hijos. Bedeau
ha desaparecido. Creo que eso explica claramente quién es el culpable,
Capítulo 5: El medallón 65
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 5: El medallón 66
Hellson 1: Sinergia
1
La lluvia caía interminablemente sobre París y John la miró, irritado,
desde la ventanilla del auto que se desplazaba rápidamente por las
heladas calles, trayéndole una sensación de déjà vu muy intensa.
También llovía la primera vez que llegó a París.
Pero… ¡cuántas cosas habían cambiado desde entonces!
Espió a Martin con el rabillo del ojo. Hablaba rápidamente por el
celular, en español, y parecía un poco molesto. Lo ignoró. De hecho,
Martin había empezado a actuar así cuando vio a Arlette Drouet salir
de la habitación de John la mañana del último día que pasaron en Haití.
Se encogió de hombros. La chica no había ido más que a
agradecerle, y él había correspondido plenamente a ese
agradecimiento… del mismo modo en que Martin le había agradecido
a María.
El taxi se detuvo en la casa y nuevamente bajaron las maletas y
entraron. John sabía los movimientos que Martin haría, la secuencia en
la que desconectaría las alarmas, el momento en que pondría la huella
digital y el iris para abrir la última puerta… Todos esos detalles se le
habían hecho familiares y los amaba.
Martin dejó su maleta en el vestíbulo y se volvió hacia él.
—Ve a descansar un poco. Yo tengo que salir, volveré en una hora.
Poco rato después el Audi A8 gris de Martin salía disparado del
estacionamiento.
2
John suspiró y subió lentamente las escaleras. En total, habían pasado
cuatro días en Haití, investigando, tomando notas y recorriendo una y
otra vez el paraje donde se había producido todo.
Cuatro días que le parecían un siglo.
Durante esos días, se había sentido muy cercano a Martin, tanto,
que le terminó relatando todas sus visiones y confiándole sus temores
respecto al Hombre de Negro.
Pero en ese último punto, Martin se había mostrado reacio a emitir
opinión. Sólo se había limitado a decir que le gustaría echar guante a
ese hombre.
El Círculo también se había hecho presente en Haití y allí fue donde
descubrió que el Ejecutor les tenía una enorme animadversión. El
hombre se había ido de la isla apenas pudo y John no había sabido más
de él.
Las cosas eran muy confusas. En Haití, se había sentido muy unido
a Martin. En cambio, en París, parecía que todo había cambiado.
Dejó sus cosas y tomó una larga ducha. Era temprano aún y la
lluvia había cesado, de modo que decidió dar un paseo por el Bois de
Boulogne y dejó una nota para Martin antes de encaminarse hacia allí.
3
John caminó por un sendero bordeado de árboles. El olor de la tierra
mojada por la lluvia le trajo una enorme nostalgia de Canadá. Era
como si la lluvia hubiera traído más vida al enorme bosque, y aunque
distaba mucho de ser un lugar ideal, le agradaba.
Avanzó por uno de los caminos laterales, perdido en sus
pensamientos. Estaba anocheciendo, pero no hacía demasiado frío.
Había poca gente, los parisinos seguramente se habrían refugiado de la
lluvia en los cafés cercanos, pero a John le apetecía caminar.
De pronto, notó a un hombre vestido de azul que caminaba
nervioso, como ocultándose de alguien, y eso le dejó una vaga
inquietud. Por un momento, sus ojos se cruzaron con los del
desconocido y vio temor en ellos. Luego pensó que eran imaginaciones
suyas y pasó de largo.
4
Mientras subían por el ascensor, John se sorprendió al notar que toda la
incomodidad inicial que había sentido ante el escrutinio que Kurt le
hizo, había sido reemplazada por una corriente de simpatía, y al
parecer, era mutua.
Kurt no paraba de hablar.
—Mi apartamento es pequeño y todo está en un espantoso
desorden. Martin tiene la culpa, nos hace trabajar todo el día y Alain
no puede hacer mucho esfuerzo por ordenar. Pero es confortable y
siempre hay un buen café.
Martin sonreía sin decir palabra y John se preguntó cómo sería
Alain.
Kurt abrió la puerta.
—Mi amor, ya estoy aquí.
—Te tardaste —respondió una profunda voz, cargada de
sensualidad y entonces John vio a Alain acercarse en una silla de
ruedas—. Hola, Martin y… ¿John?
—Adivinaste. John, te presento a Alain, mi novio.
Repuesto de su sorpresa, John saludó a Alain dándole la mano.
—Te dije que estos dos eran algo peculiares —repuso Martin,
saludando a su vez a su asistente.
Se acomodaron en la pequeña salita, mientras Kurt iba por café.
John se sorprendió al ver tantas revistas acomodadas en montones
sobre la alfombra del piso. Había revistas de electrónica, computación
y de misterios por cantidades iguales.
—Las de computación son de Kurt, las otras son mías —explicó
Alain—. Martin, encontramos algo más sobre el medallón, lo enviamos
5
—Cuando lo toqué sólo vi oscuridad. Había una oscuridad completa,
pero sentí un sonido, como el retumbar de un corazón gigante. Y de
pronto, hubo una luz cegadora. Había algo en ella, algo vivo, pero
estaba formado por una especie de cristales y carne escamosa, de la
cual brotaban tentáculos. Uno de sus ojos me miró. Fue allí cuando me
desmayé.
—¿No viste nada más? ¿No sentiste nada?
—Sentí dolor. En medio del odio primitivo de la criatura, sentí
dolor. El dolor de un hombre. El dolor del Hombre de Negro…
Martin lo miró con gravedad y lentamente lo rodeó con sus brazos y
le quitó el medallón que aún estaba en su cuello.
—Si los del Círculo buscan esto, será mejor que lo ponga a buen
recaudo —dijo con un susurro. Guardó el medallón y se sentó en el
sofá, junto a John—. No sé qué es lo que viste, probablemente algo que
está en la mente de ese hombre y lo atormenta. No puedo decirte si era
real…
—¡Martin, eso era «no-ser»! ¡Pude sentirlo! Eso es la razón de esa
frase.
—No —replicó Martin.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? ¿Sabes acaso algo que yo no sé?
Y aún no te he contado la segunda visión, la del suicida —repuso John,
desafiante—. Yo también necesito saber.
Martin suspiró y lo tomó del hombro. Entonces, lentamente, acercó
su rostro al rostro de John, sin dejar de mirarlo a los ojos.
Y lo besó.
Fue un beso suave, un roce en los labios, una caricia en la mejilla.
Nada más.
—Te lo diré cuando averigüe un poco más —prometió—, por
favor, confía en mí.
John suspiró. El beso había sido demasiado breve, pero era algo. Y
sintió una enorme nostalgia.
—Cuando me acerqué a ese hombre tuve una visión de algo que
abandonaba su cuerpo. Parecía una mariposa brillante. Voló como
atraída por algo, y fue hacia el Hombre de Negro. Entró por su boca…
Fue horrible… sus ojos brillaron con la misma luz cegadora de la
criatura.
El rostro de Martin se llenó de gravedad.
—Viste su alma, John —susurró, consternado—. El alma del
suicida alimentó al Hombre de Negro. Algunos demonios lo hacen…
—¡No es un demonio, es un hombre! —exclamó John—. No sé
porque lo hace, pero es un hombre…
Martin lo abrazó y comenzó a darle pequeños besos en las sienes,
pero John lo rechazó.
—¿Por qué haces esto? Es obvio que no te gusto… estás rodeado de
chicas que se desviven por ti.
—John, esto no es fácil para mí. Nunca me gustaron los hombres…
—¡A mí tampoco! No hasta que tuve esa estúpida visión donde nos
besábamos. Y NO tienes que hacerlo si no quieres —dijo antes de que
Martin pudiera hablar—. No soy tan ingenuo como para no darme
cuenta. Y tampoco es el fin del mundo. —Se puso de pie—. Será mejor
que me vaya a descansar, esta noche ha sido muy extraña.
John avanzó, resuelto, hacia la puerta.
—Espera, por favor —pidió Martin, acercándose—. Tienes razón.
Hay cosas que deben ser explicadas. Permíteme hacerlo, John. Por
6
Se dirigieron al edificio del jardín y a John no le extrañó que ese lugar
fuera de algún modo la razón del misterio. Martin abrió la puerta e
introdujo los códigos de seguridad. Una cámara los filmó mientras
bajaban varios peldaños de cemento, hasta llegar a una puerta de hierro
protegida por similares códigos de seguridad.
Una vez que traspasaron la puerta, John se encontró con una
estancia moderna y acogedora, un salón comedor, varias estanterías
llenas de volúmenes y un enorme televisor de vista panorámica. Pero
lo que más le llamó la atención fue la persona que estaba sentada frente
al televisor, vestida tan sólo con una amplia bata azul.
—¿Jenny? —dijo John en voz baja, pero Martin negó con la cabeza.
—John, ella es Janie, la hermana gemela de Jenny —explicó
Martin—. Hola, preciosa, ¿cómo has estado?
—Aaaaaaa —fue todo lo que dijo Janie, pero se acercó a Martin y
le echó los brazos al cuello.
Capítulo 7: André
1
John examinó al hombre, que seguía meciéndose sin darles la menor
importancia.
—¿Él? ¿Por qué? No lo entiendo... —murmuró, dirigiéndose a
Martin.
—Es curioso —dijo éste con voz suave—, he traído algunas
personas a verlo, pero él siempre reaccionó violentamente ante su
presencia. Contigo no ocurre así. Vamos, John, acércate un poco.
Martin avanzó y palmeó la espalda del científico.
—Buenas noches, André. Espero que te sientas bien. —Hizo una
seña a John para que se acercara más—. Quiero que conozcas a
alguien. Él es John Storm y trabaja conmigo —dijo mirando al físico,
que siguió tan inexpresivo como antes.
«Toma su mano.»
John alzó la mirada, confundido.
«Toma su mano», volvieron a decir los ojos de Martin, tan
claramente como si lo hubiera dicho en voz alta.
Y obedeció.
Lentamente, se acercó al científico y tomó su mano, conteniendo el
aliento, esperando la descarga y la visión y rogando para que no fuera
algo aterrador como lo que había visto con el Hombre de Negro.
Pero no ocurrió nada. O no pareció ocurrir...
John sintió la calidez de la palma que estrechaba y tuvo una visión
fugaz de un rostro sonriente y ojos afables. Y entonces empezó a
hablar, sin darse cuenta realmente de lo que decía:
Capítulo 7: André 79
Hellson 1: Sinergia
2
—Aún no me dices qué tengo que ver yo con André —dijo John
apenas pusieron un pie en el estudio de Martin.
Su interlocutor lo miró extrañado por la familiaridad que parecía
sentir hacia el científico. Se sentaron nuevamente ante el computador y
Martin comenzó a relatar la historia.
—André y yo éramos muy amigos. Él era un científico brillante,
candidato al premio Nobel por sus investigaciones sobre aceleración de
partículas. Experimentaba con ellos en un laboratorio privado en el
sótano de su casa. Un buen día hubo una extraña explosión en el
laboratorio y encontraron a André meciéndose en un rincón, convertido
en autista. El escándalo se desató cuando encontraron en las
instalaciones a dos adolescentes desnudas, incapaces de explicar lo que
hacían allí.
Martin pasó varios recortes de periódico escaneados por la pantalla
y se detuvo en uno que mostraba a Fauvel antes del accidente. El
sonriente y confiado científico no se parecía en nada a la persona en el
que se había convertido ahora.
—Como yo era amigo de la familia, los ayudé para que internaran a
las chicas en un orfanato. Me pareció que eso era lo más correcto,
Capítulo 7: André 80
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 7: André 81
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 7: André 82
Hellson 1: Sinergia
3
—Sí, desde luego que sabíamos de tu expediente —dijo Alain, dándole
un sorbo a su café—. También conocemos a Fauvel, sin embargo, no
tolera nuestra presencia. Y tampoco ellas.
—No… quizá eligieron un mal momento… ellos…
Alain sonrió, haciendo su rostro aún más atractivo. Estaban solos en
el apartamentito, luego de que John apareciera temprano en la mañana,
para buscar el abrigo del Hombre de Negro, que había olvidado el día
anterior.
—Está bien, John. No tienes que justificarlos. —Giró un poco la
silla y avanzó hacia la ventana—. Debe ser instintivo, como dice
Martin. Y de algún modo ellos están conectados a ti. Por lo que sé, eres
el único, además de Martin, en poder permanecer allí sin perturbarlos.
—No lo entiendo. Es decir, Martin es el amigo de André, supongo
que por eso lo tolera, pero yo soy un perfecto desconocido, lo único
que tenemos en común es esa estúpida frase y…
Alain le tomó suavemente la mano.
—Cherié, ustedes tienen algo más en común. Tienen a Martin.
—No… no y no —exclamó John, apartándose—. Yo soy sólo un
caso, un maldito misterio que investigar… es lo que soy para él.
—Y una mierda —exclamó Alain—. Tú le gustas a Martin y sé de
lo que hablo…
Capítulo 7: André 83
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 7: André 84
Hellson 1: Sinergia
—¿Lo viste?
—Más que verlo, lo tocó y sintió lo que él sentía —volvió a decir
Alain.
—Oh… eso es nuevo… ¿y las chicas?
—No le hicieron el escándalo que nos hicieron a nosotros. John es
de los suyos, como Martin —volvió a responder Alain.
—Oigan, esperen… ¿qué es todo esto? —protestó el canadiense—
¿Por qué todos hablan de mí?
Kurt le palmeó afectuosamente la espalda y luego de cruzar una
mirada risueña con Alain, respondió:
—Lo siento, Johnny. Pensábamos que ustedes dos se entenderían
anoche… Creo que fallamos en el cálculo, ¿verdad, amor?
—John dice que no quiere —replicó Alain, divertido—. No le
gustan los hombres, ni siquiera le gusta Martin.
Kurt lo miró francamente sorprendido.
—¿No? Es una lástima…
—¿Por qué es una lástima? ¿Qué demonios tiene Martin que yo no
sepa?
—Martin debe ser el mejor polvo de la historia —dijo
tranquilamente Alain y Kurt corroboró, asintiendo triunfal.
—Oh, Dios mío… par de locos…
Las risas acallaron las protestas de John y pronto éste se unió a
ellas.
4
—¿Dónde estuviste? —preguntó Martin apenas abrió la puerta de la
casa. Eran más de las tres de la tarde.
—Fui a ver a Kurt y Alain —respondió John, entrando a la casa
como si nada—. Almorcé con ellos. Voy a leer un poco.
Martin lo miró subir las escaleras y se dirigió al comedor, donde la
mesa estaba puesta para dos personas. Maldiciendo, se sentó y se
dispuso a comer solo. Había estado esperando a John con un platillo
especial que en ese momento le supo espantoso, la mesa estaba
Capítulo 7: André 85
Hellson 1: Sinergia
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John cavilaba recostado en su cama. Había pasado toda la tarde con
André y las gemelas, como si los conociera de toda la vida. Y cada vez
que tocaba al científico, sentía un cúmulo de cosas en el cerebro, como
si las sensaciones de André le fueran transmitidas al tener ese contacto.
Pero sentía que había algo más… algo que aparentemente Jenny y
Janie sabían también, porque ellas eran quienes lo alentaban a tomar
las manos de André, cuestionándolo luego con la mirada.
De ese modo, había sentido el enorme deseo de André de ver el sol,
la opresión que sentía al estar día a día en esa cárcel dorada, porque
para John, más que un refugio, se trataba de una cárcel.
Sólo el saber que André y las chicas eran buscados por el Círculo lo
contuvo de abrir la prisión y sacar al hombre al jardín, pero al
despedirse, sintió más que nunca que el científico deseaba transmitirle
Capítulo 7: André 86
Hellson 1: Sinergia
6
Eran las once y entonces John se convenció de que Martin no volvería.
Con pasos cansados, volvió al estudio para revisar los archivos que
Kurt había enviado y se sorprendió mucho al ver que trataban sobre las
líneas de Nazca, en Perú. Estuvo leyendo hasta las dos de la mañana y
halló muchas cosas interesantes, incluyendo un informe completo
acerca de un tal José Gutiérrez, empresario peruano y coleccionista de
objetos extraños. Por lo que pudo ver, el hombre tenía varias piezas
valiosas en su casa, muchas de las cuales habían sido tomadas
clandestinamente de lugares arqueológicos en su país. Y al final del
informe, había una notita de Kurt:
El Círculo ha estado investigando a este hombre desde
hace tres años.
7
Al día siguiente, John bajó a la cocina a beber una taza de café, pero se
detuvo en seco al oír una voz familiar.
—Espera, Michelle.
La puerta del comedor se abrió y la rubia salió precipitadamente,
con el rostro sonrojado. Tras ella salió Martin, con el cabello
Capítulo 7: André 87
Hellson 1: Sinergia
8
—Iremos a acompañar a Michelle con el pretexto del reportaje —
explicó Martin mientras John echaba algunas cosas en su pequeña
maleta—, pero investigaremos la autenticidad de unas placas que José
Gutiérrez desea vender al Círculo.
Martin se acercó más a John y susurró.
—Nuestra verdadera misión, sin embargo, es averiguar todo lo
posible sobre la muerte de un turista francés, hace dos semanas, y
sobre el extraño comportamiento de su novia. La familia del difunto
me contrató para eso. Michelle no lo sabe.
John se mostró complacido con esa información y horas más tarde,
en el avión, hizo gala de sus conocimientos recientemente adquiridos,
sorprendiendo a Michelle con la precisión de varios detalles. Y
agradeció interiormente a Kurt y Alain por tan minucioso informe.
Viajaban con Luc, un camarógrafo de la revista, que se mostró muy
interesado en lo que John decía, de modo que el viaje fue mucho más
ameno. Martin prefirió sentarse en la fila que estaba detrás de ellos y se
la pasó dormitando.
Llegaron a Lima a las siete de la mañana, hora de Francia; sin
embargo, allí eran aún las doce de la noche.
Se dirigieron al hotel y John no se sorprendió al saber que Martin y
Capítulo 7: André 88
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 7: André 89
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 8: Chauchilla
Knowledgeware 4654
1
El viaje por carretera a Ica, lugar donde se encuentran las Líneas de
Nazca, fue tranquilo y aburrido para John. Como Martin hablaba
español, no le fue difícil hacerse entender con la terramoza del bus que
los llevaba allí, y pronto entabló amena conversación con su
compañera de asiento.
Michelle se había sentado con Luc y John iba junto a un joven que
no entendía una palabra de inglés o de francés, y que parecía más
entretenido en su discman que en hablar, de modo que se quedó
dormitando las cuatro horas de viaje hasta que llegaron a la ciudad de
Ica. Luego cambiaron de transporte e hicieron otras dos horas hasta
Nazca. Eran las dos de la tarde cuando se bajaron por fin del bus.
—Descansaremos hoy y mañana partiremos temprano a las Líneas
de Nazca —dijo Martin y todos estuvieron de acuerdo. Se sentían
exhaustos.
Se registraron en el hotel y John se dio un largo baño en la enorme
bañera que había en su habitación. Estaba aún allí, con los ojos
cerrados, cuando sintió que algo le obstruía la luz.
Martin estaba junto a él, como si fuera lo más normal del mundo
entrar en las habitaciones sin llamar y colarse en el baño.
—¿Vas a estar mucho rato allí? Te arrugarás —dijo alegremente—.
Quiero que me acompañes al pueblo antes de que a Michelle se le
ocurra seguirnos.
Le tendió una toalla y John la tomó. Se sentía extraño, saliendo así,
desnudo, delante de Martin, luego de todo lo que había pasado. Dudó
antes de levantarse, pero su acompañante ni siquiera lo notó,
Capítulo 8: Chauchilla 90
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 8: Chauchilla 91
Hellson 1: Sinergia
2
José Gutiérrez hablaba inglés y pasaron un agradable momento
observando su colección privada de huacos y reliquias incas. El
hombre era una fuente inagotable de conocimientos, y en muchas
ocasiones, contradijo a Martin en sus apreciaciones sobre las piezas
Capítulo 8: Chauchilla 92
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Capítulo 8: Chauchilla 93
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Capítulo 8: Chauchilla 94
Hellson 1: Sinergia
3
Martin los despertó a las seis de la mañana y le anunció a Michelle que
él y John irían al cementerio de Chauchilla. La radiante sonrisa de la
periodista se borró de inmediato, pero se rehizo cuando Martin le
prometió hacerle una reseña especial sobre el significado de las Líneas
de Nazca.
El hombre desdentado, que dijo llamarse Antonio Centeno, llegó a
bordo de un auto familiar1 blanco, con timón cambiado y un absurdo
CD colgando del espejo retrovisor a modo de adorno. Martin se sentó
junto al conductor y se dedicó a conversar con él en español, mientras
John trataba de entretenerse con el desértico paisaje.
Avanzaban traqueteando por la polvorienta carretera. Lo único que
se veía era arena y piedras, algunos cerros de baja altura y el sol
abrasándolo todo. El calor era sofocante a pesar de que las ventanillas
del auto estaban abiertas.
volúmenes en el que la tapa del maletero es un portón que incluye el vidrio trasero, el
voladizo trasero es relativamente largo y el techo es alto en casi todo el largo del mismo.
El portón trasero se considera una puerta más. Existen varios sinónomos de familiar; la
mayoría son préstamos lingüísticos de otros idiomas, muchos de los cuales son utilizados
por fabricantes: break del francés, station wagon y estate del inglés, y tourer y combi del alemán.
Otros palabras del español son rubia, ranchera y rural.
Capítulo 8: Chauchilla 95
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 8: Chauchilla 96
Hellson 1: Sinergia
Capítulo 8: Chauchilla 97
Hellson 1: Sinergia
4
Apenas volvieron al hotel, Martin se instaló en la habitación de John,
con la portátil que había traído y con la cámara digital, y descargó las
fotografías que había tomado. También pidió una conferencia con Kurt
y estuvo hablando sobre lo que había ocurrido.
John optó por meterse de nuevo en la bañera y quitar así el polvo
del camino. Martin llamó a la recepción, dejó un mensaje para
Michelle, y no tardó en unírsele en el baño.
—Kurt tratará de descifrar la inscripción en las fotos. Espero que
Aristide haya tenido suerte con José Gutiérrez. Es extraño, jamás
hubiera pensado que la misión del Círculo estuviera relacionada con la
muerte de ese chico. —Se sentó al borde de la bañera y encendió un
cigarrillo—. Pero dos grabados con serpientes en el mismo día, es
mucha coincidencia… Esa serpiente me recuerda algo, John. Sólo que
no logro atraparlo, el recuerdo me elude…
Martin terminó su cigarro, en silencio. Tenía los ojos cerrados,
tratando quizá de atrapar el esquivo recuerdo del que había hablado.
John lo contempló, sonriendo a medias. La camisa blanca estaba
pegada a su cuerpo, su cabello suelto estaba despeinado y lleno de
tierra, pero incluso así era increíblemente atractivo.
El francés abrió los ojos, dejó caer al piso el cigarrillo apagado,
tomó la mano de John y lo miró intensamente.
—¿No sientes nada?
—¡Maldita sea! No soy tu máquina de los recuerdos, Martin.
John se levantó molesto, tomó una toalla y se la enrolló a la cintura.
—John, espera. —Martin lo atajó y antes de que pudiera salir de la
Capítulo 8: Chauchilla 98
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Capítulo 8: Chauchilla 99
Hellson 1: Sinergia
5
A las diez con quince, John seguía en el comedor, mirando hacia la
piscina, sin que Martin hubiera aparecido.
Miró su reloj por enésima vez y con pasos tristes se acercó al borde
de la piscina, recordando la vez que se había bañado con Martin,
cuando había soltado por primera vez su famosa frase del «no-ser» y
sufrido un desmayo.
Martin había estado allí, con él. Lo había llevado a su habitación, lo
había curado… John se miró la mano quemada, donde sólo tenues
cicatrices le recordaban la noche con Everard.
La nostalgia lo estaba invadiendo y cojeando, subió de nuevo a la
habitación y bajó con su ropa de baño puesta.
Era de noche, pero aún hacía calor y se metió a la piscina, desierta a
esa hora, nadando con largas brazadas. Estuvo mucho rato y cuando
por fin subió, pasó por la habitación de Martin y lo oyó discutir con
Michelle.
Siguió de largo hasta su propia habitación y se acostó, tratando de
no pensar en los últimos acontecimientos. El sueño lo ganó
rápidamente, producto quizá del cansancio o del deseo de soñar con lo
que, según él, jamás podría ser.
Cuando despertó y fue a buscar a Martin, se encontró con la noticia
de que Michelle y Luc habían ido a Chauchilla.
—Ella quiere hacer un reportaje sobre ese cementerio abandonado.
Oyó algunas historias que la impresionaron, cosas relacionadas con esa
maldición que persigue a quienes saquean el lugar. También le
comentaron sobre el caso de los chicos que investigamos y eso desató
su olfato de periodista —explicó Martín momentos después, mientras
bebía un trago de café negro en la cafetería—. Mientras tanto, nosotros
esperaremos al Ejecutor.
1
John pidió una taza de té con tostadas y se sentó frente a Martin en la
cafetería del hotel. Ninguno de los dos hablaba, incómodos por la
situación que se había generado el día anterior, cuando se besaron.
Martin consultaba ocasionalmente su reloj.
A las nueve en punto Aristide d’Anjou hizo su aparición y se
acercó, con pasos silenciosos y rápidos, a la mesa donde ambos
estaban.
—Gutiérrez ha viajado a Lima esta mañana y desde allí volará a
Ecuador — informó, encendiendo un cigarrillo.
Martin no preguntó cómo lo sabía. En los años que llevaba
trabajando con Aristide, sabía que éste tenía sus propios métodos para
averiguar las cosas.
—¿Cuándo?
—Esta noche. También reservé un boleto. Si salgo ahora para Lima,
llegaré a tiempo.
—Bien…
Martin abrió su cartera y sacó varios billetes de cien dólares, que le
alargó al Ejecutor.
—Seguramente irá a la cueva que mencionó. Síguelo, pero
asegúrate de que no pueda verte.
—Descuida. —Aristide tomó una tostada del plato de John y
comenzó a mordisquearla lentamente. Luego se inclinó hacia
Martin—. Jefe, anteayer, luego de que ustedes se fueron, Gutiérrez
salió al parque e hizo una llamada desde una cabina pública. Después
2
—«Emisarios de la desolación, veloces espirales luminosas,
mensajeros de aquél que fue desterrado, permanezcan fieles a él, y el
Perseguidor Luminoso volverá de las sombras a las que fue condenado,
y su reino volverá a renacer» —leyó Martin, sentándose sobre la cama
de la habitación de John—. Es la inscripción en el grabado que Kurt
logró traducir.
El canadiense se dio vuelta en la cama, cubriéndose el rostro con la
almohada.
—Las malditas serpientes… —gimió—. ¿Por qué una serpiente
tiene que dar vueltas en espiral? Y, ¿quién es ese desterrado?
Martin le quitó la almohada.
—Aún no lo sé… estoy meditándolo. No deberías beber mientras
trabajas —le recriminó—. ¿Qué fue lo que te puso así?
—Pisco sour, una bebida local —respondió John—. Tomé cuatro o
cinco.
—Levántate —ordenó Martin, dejando la portátil sobre la mesa y
tirando de él.
—No… no…. espera —trató de resistirse John.
Pero Martin lo arrastró hacia el baño sin ninguna ceremonia y tiró
de su camiseta hasta quitársela. Cuando trató de bajarle los pantalones,
John lo detuvo.
—No estoy tan mal como para dejarme ultrajar por ti —espetó,
empujando a Martin hacia la habitación, y le cerró la puerta del baño
en las narices.
Minutos después, un mucho más ecuánime John salía del baño,
sonriente.
—Léeme de nuevo ese párrafo.
3
Eran las siete cuando bajaron al comedor para cenar. Habían pasado
toda la tarde especulando, analizando diversas teorías, sin sacar nada
en limpio más que la certeza de que las serpientes tenían que ver de
algún modo con lo que estaba pasando.
Kurt había iniciado una búsqueda de referencias en los libros
digitalizados que tenía, pero sin éxito. Sólo les quedaba volver a París
e indagar en la biblioteca de Martin, quien, no obstante, se mostraba
complacido.
—Recomendaré al Círculo que compre los grabados —anunció—.
De cualquier modo, si estoy en lo cierto, pronto tendré muchos más
para mi colección. Si Michelle terminó su documental, podremos
regresar mañana.
—¿Y la muerte de Henri? ¿Cómo explicarás lo ocurrido a su
familia? —quiso saber John.
—Para ellos es suficiente corroborar la versión oficial… Aunque en
nuestro caso todavía hay una cosa que deseo averiguar antes de partir.
—Miró severamente a John—. Esta mañana, mientras tú te
emborrachabas, volví al hotel de los chicos. Repasé la historia
nuevamente con el recepcionista, para saber qué personas pudieron
tener acceso a la habitación cuando se encontró el cadáver. Te
sorprenderá saber que nuestro amigo Antonio trabaja de cuartelero
durante la noche. Él estuvo allí cuando encontraron a Henri.
—No nos dijo nada de eso —murmuró John.
—Técnicamente, tampoco se lo preguntamos —acotó Martin—. De
todos modos, me gustaría tener una pequeña charla con él. Pienso que
el medallón es el vehículo para invocar alguna entidad y ese hombre
tiene que saber algo más de lo que nos dijo. Acompañó a Michelle a
4
Los sueños de John estuvieron plagados por serpientes. Al inicio eran
serpientes pequeñas que él destruía, pero luego aparecía una más
grande. Serpientes que volaban en espiral, circundando al ser de
pesadilla que había visto en París. ¿El Perseguidor Luminoso? ¿Era esa
la entidad a la que Martin se refería? No sería extraño… de hecho, ya
nada lo podría sorprender.
Un grito de terror lo hizo despertarse de un salto.
Salió al pasillo, con la bata en la mano. Varios huéspedes se habían
levantado también, con los rostros soñolientos y confundidos. John
supo, antes de llegar allí, que los gritos provenían de la habitación de
Michelle.
Alguien trató de abrir la puerta, pero estaba con llave. John gritó,
llamándola.
Nada.
Sólo el espantoso sonido de los gritos haciendo estremecer las
paredes del hotel.
Ella llamaba a Martin, lo llamaba con todas sus fuerzas.
El conserje llegó corriendo con la llave maestra. Mientras la
introducía en la cerradura con mano temblorosa, todos pudieron oír un
espantoso siseo. Los gritos se debilitaron, ahogados, como si algo
impidiera que pudieran salir… y de pronto cesaron por completo.
El hotel se envolvió en un silencio que era más aterrador que los
gritos, un silencio que anticipaba el hallazgo, la confirmación de la
muerte. Luc aferró con fuerza el brazo de John. Estaba pálido, con los
ojos desorbitados, murmurando cosas ininteligibles, de las cuales sólo
pudo distinguir una aterradora frase: «El Medallón de la Hechicera».
¿Dónde diablos se había metido Martin?
Con las rodillas temblando, John entró a la habitación.
El personal del hotel trataba en vano de tranquilizar a los
huéspedes. Muchos entraron en tropel, junto a John, y se quedaron
estáticos, gimiendo algunos, temblando otros. Poco a poco fueron
desalojados y él se quedó en medio de la habitación, mirando el cuerpo
desmadejado sobre la cama. No había señales de violencia… sus
manos crispadas aferraban el cobertor, su boca estaba abierta en un
rictus espantoso, tratando de tomar la última bocanada de aire, sus
ojos…
No podría olvidar jamás esos ojos espantados, como si en sus
pupilas muertas hubiera quedado dibujado para siempre ese terror sin
nombre que le había quitado la vida.
Igual que Henri.
Fue apartado por el tembloroso recepcionista, que le gritaba a
alguien que llamase a la policía. Antes de salir, sus ojos captaron algo
sobre la alfombra… Un medallón.
El Medallón de la Hechicera.
De pronto sintió ganas de vomitar, las piernas le flaquearon y sufrió
un estremecimiento. Se deslizó hacia la inconsciencia pero en lugar de
caer al piso, fue sujetado por alguien y sus sentidos se recobraron
instantáneamente al reconocer el olor de Martin.
—Está muerta, ¿verdad?
Había tanta tristeza en su voz que el malestar de John desapareció,
reemplazado por un fuerte sentimiento de pertenencia, de necesidad de
proteger. Luc seguía inmóvil, apenas consciente de que era empujado
por un empleado que le pedía volver a su habitación.
—El medallón —logró articular John.
—Lo sé —susurró Martin, con voz casi inaudible.
Entonces, comenzó a dar gritos en francés mezclados con
exclamaciones en español, sujetó las solapas del conserje que acababa
de cerrar con llave la habitación para esperar a la policía, y le pidió ver
a su novia. Sus ruegos y súplicas conmovieron al hombre, que abrió la
puerta de nuevo.
John entró con Martin, evitando mirar hacia la cama.
El francés cayó de rodillas en medio de la alfombra, justo encima
del medallón, y mientras sollozaba, se inclinó y lo ocultó en su bolsillo
sin que el conserje notara nada.
John se quedó horrorizado ante esa sangre fría, pero luego Martin
se puso de pie y se acercó a Michelle.
—Adiós, querida mía —susurró con profundo dolor, cerró los ojos
sin vida y salió de la habitación con pasos lentos.
5
Las horas siguientes fueron de pesadilla. Trasladaron el cuerpo a la
morgue, interrogaron a los empleados del hotel, a los huéspedes.
Martin estaba muy afectado, apenas hablaba, pero se las arregló para
estar presente en las investigaciones.
Nadie mencionó el medallón y Martin lo mantuvo oculto en su
bolsillo.
Con las primeras luces del alba, el hotel volvió a su silencio
habitual. Martin se sentó en el comedor para beber café mientras
hablaba con Kurt por el celular. Nunca su voz había sonado tan
apagada.
John se acercó en silencio y se sentó junto a él.
Los ojos azules de Martin se veían vidriosos, con lágrimas
reprimidas durante muchas horas. Se despidió de Kurt, habló
brevemente con Alain y cortó con un profundo suspiro.
—Los muchachos envían saludos —dijo en voz baja.
John le tomó la mano, acariciándola suavemente.
—Martin, lo siento mucho. En verdad lo siento… ella no merecía
eso…
—Tampoco Henri. ¡Maldición, nadie merece eso! —Dio un
puñetazo de impotencia sobre la mesa. El camarero, que se estaba
quedando dormido en un rincón, pegó un respingo y los miró con
hostilidad.
—Vamos, necesitas descansar un poco —pidió John, tirando
suavemente de Martin hasta que lo hizo ponerse de pie.
6
—No debí dejarla ir a ese lugar —musitó Martin en cuanto John lo
ayudó a sentarse sobre su cama—. Había peligro… yo lo sabía…
Debí… —La voz se le apagó y se cubrió el rostro con las manos.
John se arrodilló a sus pies y le acarició el rostro con infinita
ternura. Sus ojos brillaban y una lágrima se deslizó por su mejilla.
—No podías saber que ella tomaría el medallón… Nadie podía
saber que algo así pasaría por un trozo de metal, Martin.
—No. No me entiendes… Yo hablé con ese hombre, Antonio...
Acabó confesando que él había devuelto el medallón al cuello de la
hechicera luego de que encontraron a Henri. También me dijo que
Michelle tenía el medallón… que lo había tomado de la momia a pesar
de sus advertencias…
—Oh… Martin... —exclamó John, sentándose junto a él en la
cama—. ¿Quieres decir que ese hombre está involucrado en las
muertes? ¿Por qué?
Martin no respondió inmediatamente. Se quedó meditando, como si
las palabras que diría le pesaran profundamente. Tomó la mano de
John antes de hablar.
—Él no tuvo que ver, sólo obedecía órdenes. La noche que volvió
con los chicos, luego de que Henri tomara el medallón, recibió una
visita. Un extranjero. Alto, rubio, vestido de negro…
John negó con la cabeza
—No puede ser…
—Temo que sí. Deja que te lo explique —dijo Martin—. Ese
hombre le dijo a Antonio que Henri había tomado un objeto sagrado y
que su propietario vendría por él. Le dijo que era el castigo justo para
quienes profanaban los restos de quienes sirvieron al desterrado…
quienquiera que sea; y le pidió que devolviera el medallón a su
legítima dueña o las consecuencias serían aún peores para quien lo
tuviera en su poder. Antonio obedeció… Es un hombre muy simple,
cree firmemente en la maldición de Chauchilla y esa misteriosa visita
confirmó sus creencias. Cree que el Hombre de Negro es el portavoz
de algún oscuro poder milenario.
—Es absurdo…
—No lo es —dijo Martin, con la voz cansada—. Tiene sentido… yo
7
—¡Doctor Hellson!
Martin abrió los ojos de golpe, aliviado de haberse librado de una
espantosa pesadilla, pero apenas vio el medallón sobre su pecho, supo
que no había sido un sueño y ahogó un nuevo gemido. Luc lo llamaba
desde afuera, aporreando la puerta, pero algo aprisionaba su cuerpo
contra la cama.
John.
Profundamente dormido, el canadiense lo abrazaba estrechamente.
—¡Doctor Hellson!
—¡Mierda! ¡Ya voy! —gruñó Martin, soltándose de los brazos que
lo aprisionaban.
John abrió los confundidos ojos y cuando vio que sus manos aún
aferraban el medallón, lo dejó caer al piso, levantándose de un salto.
Martin abrió la puerta y Luc entró maldiciendo en francés.
—Me voy ahora mismo, ya compré los pasajes —anunció,
nervioso—. He llamado a la revista y quieren hacer una edición
especial póstuma. También avisé a sus padres… están en camino.
Martin lo increpó agriamente y terminó echándolo de la habitación.
El medallón seguía en el piso y lo tomó.
—Debemos devolverlo a su dueña —dijo, y John se estremeció—.
Calma, esta vez iremos solos.
8
Martin y John descendieron a la tumba, tomados de la mano. El francés
sacó el medallón de su bolsillo y se lo alargó a su acompañante.
—Pónselo tú. Pareces entenderte bien con esa vieja hechicera.
John se arrodilló junto a la momia y pasó el medallón por su cuello,
con recelo. Nada ocurrió entonces, pero cuando salieron de la tumba,
un remolino en espiral los envolvió, impidiéndoles avanzar por varios
minutos. Habría jurado que dentro del remolino se movían dos
serpientes.
9
Los padres de Michelle llegaron, e iniciaron los trámites de
repatriación del cadáver. Apenas hablaron con Martin. Para ellos, era
el responsable de la muerte de su hija. Los periodistas los acosaban,
pero al cabo de tres días, la noticia de un camión que había caído a un
abismo en la sierra y las protestas de los cocaleros pasaron a las
primeras planas, olvidándose la misteriosa muerte de una turista
francesa en Nazca.
Fueron días difíciles y Martin se sintió aliviado cuando por fin los
padres de Michelle volvieron a París. Su partida coincidió con el
regreso del Ejecutor.
John se alegró por eso. A Martin le haría bien tener algo que hacer
en lugar de vagar por la ciudad como alma en pena. Además, se
rehusaba a volver a París hasta no terminar el asunto del Círculo.
Habían logrado averiguar que al día siguiente de la muerte de
Michelle, el Hombre de Negro había salido de Nazca, pero nadie sabía
su nombre, tan sólo lo reconocían por la descripción. Y no se había
alojado en ninguno de los hoteles locales.
Los dos se habían vuelto muy unidos, mucho más que en Haití.
Daban largos paseos, repasando los hechos, haciendo conjeturas, cada
cual más disparatada que la anterior, pensando…
No habían vuelvo a besarse, pero Martin buscaba la compañía de
John instintivamente, recostándose contra su hombro cuando nadie lo
veía. La muerte de Michelle había sido un durísimo golpe.
—Sé lo que sientes —había dicho John—. Yo perdí a un ser muy
querido en el accidente que me dejó así. Íbamos a casarnos… Ella
tampoco merecía morir así, era joven, era bella… y terminó destrozada
por el auto que nos arrolló.
Ahora compartían un mismo dolor, tomados de la mano en la
cafetería del hotel, mientras esperaban el informe del Ejecutor.
10
—Jefe, lo siento —dijo Aristide, sentándose junto a ellos—. Alain me
lo acaba de decir.
El Ejecutor palmeó cariñosamente la espalda de Martin. Luego de
dudarlo un poco, ambos se abrazaron y el francés sonrió.
11
La mirada de Martin se perdió en las dunas del desierto que iba
quedando atrás, dejando un misterio sin resolver, varias muertes sin
vengar. John seguía a su lado, silencioso y solícito, dispuesto a
ayudarlo, ansioso por hacerlo olvidar.
Olvidar la muerte de Henri, de Michelle, de José Gutiérrez.
Y la muerte de Antonio.
La noche anterior, Martin había ido a buscarlo hasta su casa, una
destartalada vivienda de adobes en las afueras de Nazca. Nadie abrió y
los vecinos le dijeron que no lo habían visto desde hacía varios días.
Martin forzó la puerta y un olor penetrante los hizo retroceder.
El cuerpo degollado del desgraciado guía estaba tirado en un rincón
y sostenía aún entre sus manos varios billetes verdes. Llevaba varios
días muerto, las ratas le habían devorado parte del rostro y los dedos.
El cadáver descompuesto hedía espantosamente.
Martin había maldecido cuando supo que Antonio había sido visto
en compañía de un turista. Un hombre alto, rubio, vestido de negro.
Porque los muertos son rápidos…
El bus avanzaba por la carretera polvorienta y John no podía
quitarse la frase de la cabeza.
Se apoyó en Martin y éste lo abrazó. Ambos buscaron confortarse
mutuamente, las emociones de Martin fluyeron libremente hacia John,
quien percibió la desolación, el dolor, la tristeza por una pérdida que,
según decía, se habría podido evitar.
John miró por la ventana.
Una víbora se arrastraba, serpenteando en medio de la carretera y
fue aplastada por una camioneta que pasaba veloz, dejando en el piso
un cuerpo agonizante y una enorme mancha carmesí que fue
extendiéndose.
1
Para John, la llegada a París fue distinta de las anteriores por dos
motivos. El primero era que no llovía; y el segundo, que los estaban
esperando.
—¡Martin!
—¡John!
Kurt y Alain estaban en medio de la multitud que aguardaba a los
amigos y familiares que salían de la sección de vuelos internacionales.
John corrió hacia ellos y se inclinó para abrazar a Alain en su silla
de ruedas. Kurt se les abrazó también.
—¿Estás bien, Johnny? —preguntó, ansioso—. ¿Cómo está él? —
cuchicheó, señalando con la mirada a Martin.
—Estoy bien, niño genio —respondió Martin, aunque su triste
mirada lo desmentía—. Y ustedes dos no debieron molestarse en venir
—dijo con un dejo de reproche, aunque los abrazó efusivamente—,
pero me alegra que lo hicieran.
Los cuatro salieron del aeropuerto. Kurt empujaba la silla de Alain
hacia el estacionamiento. Martin y John los seguían, llevando sus
equipajes. Cuando llegaron a la vieja furgoneta azul eléctrico de Kurt,
Alain se volvió hacia John, sonriendo.
—No te asustes. Le hemos quitado un asiento delantero para que
quepa la silla y el interior es algo extraño, pero es cómoda.
Kurt abrió la portezuela, bajó una rampa y ayudó a Alain a subir.
Tenían mucha práctica en eso y la silla quedó bien sujeta por dos
varillas metálicas que la mantenían fija. Luego, abrió la puerta trasera
y los invitó a pasar. John se adelantó.
—¡Bienvenidos al Paraíso Encantado de Kurt y Alain! —dijo una
sensual voz masculina y John miró en todas direcciones buscando el
origen de la voz, que se le hacía algo familiar.
—¿Todavía funciona ese chisme? —preguntó Martin,
acomodándose en el largo sofá de cuero negro que reemplazaba a los
habituales asientos de las furgonetas.
—Olvidé desconectarlo… ¡Cuidado, John!
El canadiense se agachó a tiempo para evitar una lata de coca-cola
que salió disparada de algún lugar del techo. Martin atrapó la lata en el
aire, ayudó a John a sentarse y se la ofreció galantemente. Alain no
paraba de reír.
—Lo siento, John —se excusó Kurt y encendió el motor—. Alain
instaló sensores de voz y de movimiento e interruptores por todos
lados y tú pisaste accidentalmente el botón para las bebidas.
—¿Y esa voz?
—Una bromita de Kurt —respondió Alain—. ¿Te suena conocida?
Era Aristide, pero Kurt le aplicó tantos filtros y efectos que ni su madre
lo reconocería.
La furgoneta se puso en marcha, salió del aeropuerto y enfiló por la
Rue du Landy, en dirección a Neuilly-Sur-Seine.
—¿Y todo lo hicieron ustedes?
—Sí, claro. Son servomecanismos, nada difícil en realidad —
explicó Alain—. Kurt compró la furgoneta después del accidente,
porque los médicos dijeron que tenía que mantenerme ocupado para
que no me deprimiera. Es divertido hacerle cosas, y ya quisieras haber
visto la cara de Aristide la primera vez que oyó nuestra bienvenida.
—¡Es genial! —exclamó John, observando el interior alfombrado,
el equipo de música activado por voz, las torres de CD, los afiches, las
revistas y todas las cosas que Kurt y Alain habían puesto allí.
—Ellos son geniales —dijo Martin con una genuina sonrisa.
Completamente relajado en el sillón, atrajo a John, abrazándolo junto a
él.
En el asiento delantero, Alain sonrió.
2
Kurt detuvo la furgoneta en la puerta de la casa de su jefe y se bajó
para ayudarlos con el equipaje.
—¿Averiguaste algo más? —preguntó Martin, con mal disimulada
ansiedad.
—Claro, bebé —repuso Kurt—. Pero hoy no obtendrás nada.
Vayan a descansar, tienes unas ojeras espantosas y John también se ve
cansado. Mañana a primera hora estaremos aquí.
—Es temprano… —intentó protestar Martin, pero Kurt le tapó la
boca.
—Lo siento. Será mañana, Alain y yo vamos al cine.
Alain se despidió agitando la mano y la furgoneta se perdió de
vista.
—Bien, ya estamos aquí —dijo Martin con un hondo suspiro y
comenzó a desactivar las alarmas para entrar en la casa.
John arrastró las maletas y ambos avanzaron silenciosamente. Era
como si el silencio opresivo de la casa hubiera caído sobre ellos,
desapareciendo la alegría que Kurt y Alain les habían traído.
—¿Deseas comer algo? Yo iré a mi habitación un momento y luego
a ver a André.
—Voy contigo, deseo verlo —dijo John—. He pensado mucho en
él y en las chicas. Necesito verlos ahora.
Martin le dio una significativa mirada y subió las escaleras. John
subió también, entró a su cuarto, dejó la maleta sobre la cama y se
sentó a un lado, cubriéndose el rostro con las manos. No había
mentido, sentía una necesidad casi física de ver a André y eso le
asustaba un poco, pues en realidad no tenía ningún motivo para desear
verlo.
—¿Listo? —llamó Martin a su puerta.
—Voy.
3
Apenas los vieron Jenny y Janie, corrieron junto a ellos, abrazándolos
y palpando sus ropas, como si hubieran temido que algo malo les
4
Cenaron pizza, hablando de cosas triviales. Ambos deseaban tener
unos momentos de reflexión antes de arriesgarse a comentar lo que
había pasado donde André.
John se levantó silenciosamente y empezó a recoger lo que había
quedado de la cena. Estaba intranquilo, se había sentido muy cerca de
André, incluso habría jurado que percibió sus pensamientos, pero algo
impedía que pudiera comunicarse al nivel que estaba seguro debería
establecerse. Y no sabía qué.
Suspiró, cerrando la alacena. El médico le había recomendado hacer
ejercicio cuando se sintiera confundido. Claro que esa confusión no era
motivada por la depresión a causa del accidente, ni se debía a secuelas
del mismo, pero lo cierto era que necesitaba relajarse un poco y le
haría muy bien nadar.
—Voy a la piscina —anunció tratando de sonar normal, aunque se
sentía inquieto. Tenía un «¿quieres venir?» en la punta de la lengua;
después de todo, la casa, piscina incluida, era de Martin. Humedeció
sus labios, pero las palabras no salieron.
—Te alcanzo luego —dijo Martin y se dirigió al estudio.
John suspiró y subió a cambiarse. Bajó envuelto en una bata y miró
con nostalgia la puerta cerrada del estudio. Caminó hacia la piscina,
dejó la bata y se lanzó al agua con un perfecto clavado.
Nadó en círculos durante mucho rato, moviendo las piernas bajo el
agua como le habían enseñado a hacer en sus sesiones de
rehabilitación. Estaba tan concentrado en eso que sólo levantó la vista
al sentir un chapoteo.
—Hace frío —dijo Martin, rodeando la piscina con enérgicas
brazadas.
Estaban en extremos opuestos, como si hubieran marcado un
imaginario territorio. John temía una mayor proximidad y a la vez
sentía que Martin se le escapaba de las manos. ¡Era tan absurdo! Si
fuera Alain, quizá nadaría a su lado y se arrojaría sin más a sus brazos.
Pero él no era así, estaba lleno de dudas y de inseguridades… y sabía
que si daba ese paso, todo se trastornaría nuevamente en su vida.
Una risita a sus espaldas lo hizo voltear y sonrió al encontrar a
Jenny nadando junto a él.
5
John fue atrapado en el experto beso de Jenny, incapaz de resistirse a
las sensaciones que la chica llevaba tanto a su mente como a su cuerpo.
En ese momento se sentía completamente compenetrado con las
gemelas.
Ambas.
Aunque Janie estuviera besando en ese momento a Martin.
No se detuvo a analizar sus emociones, simplemente perdió la
noción de la realidad y se dejó envolver totalmente. Estaba en una
especie de trance, su cuerpo estaba completamente despierto y su
mente se había sintonizado con la de Jenny. Era como si a través de
ellas pudiera alcanzar a Martin… ¿o a André? Era…
«Hazlo, John.»
La voz estaba de nuevo en su mente, como si supiera lo que él haría
a continuación.
Sus manos bajaron por la cintura de Jenny y acariciaron sus curvas,
6
El beso fue intoxicante. No podían despegar los labios, sus manos no
dejaban de acariciarse, como si todo lo que hubieran estado esperando
fuera ese momento. El mundo giraba vertiginosamente en la cabeza de
John, que atrajo a Martin enredando los dedos en su cabello y por fin
se atrevió a abrir los ojos.
La mirada de Martin era tan intensa que lo subyugó y un gemido le
brotó de los labios.
Martin rompió el beso muy suavemente, casi con temor de que la
magia se acabara. Pero la magia estaba allí y los ojos enamorados de
John se lo recordaron.
—No habrá vuelta atrás, Johnny —susurró.
—No quiero que la haya. —Fue la segura respuesta.
Las caricias comenzaron de nuevo. Nunca antes se había sentido
John tan excitado, gimiendo anticipadamente a cada roce, tratando de
adivinar lo que Martin haría y sorprendiéndose placenteramente del
modo en que su cuerpo reaccionaba. Todo eso era nuevo para él y dejó
que Martin tomara la iniciativa.
El francés arrancó prolongados gemidos de su garganta cuando
comenzó a dar suaves mordidas y besos en su cuello y bajó,
estimulando con la lengua los pezones, mientras sus manos inquietas
recorrían su espalda con la yema de los dedos.
Jamás había estado con un hombre, pero sabía exactamente lo que
quería de John, y cada caricia era para él un nuevo descubrimiento. El
cuerpo del canadiense era muy delgado, producto de los meses que
estuvo postrado en la cama del hospital. No tenía las curvas a las que
Martin estaba acostumbrado, pero incluso así, se le hizo exquisito
acariciarlo.
John gimió cuando las manos de Martin le bajaron el bañador y
acariciaron sus nalgas. Se sentía terriblemente expuesto, vulnerable,
pero la mirada de su compañero le devolvió la confianza y se animó a
deslizar las manos por la espalda de éste, palpando cada músculo,
sintiéndolo vibrar bajo su toque.
Eran tan distintos como el agua y el aceite. Martin bronceado y
atlético, John pálido y delgado; distintos físicamente, pero
completamente unidos. Tan inexplicablemente unidos que ninguno de
los dos podía resistir la necesidad de tocarse.
Y esa necesidad impulsó a John a palpar la virilidad de Martin a
través de la tela del ceñido bañador.
El gemido su amante fue música exquisita para los oídos del tímido
John, que alentado por eso, tentó más caricias bajo el bañador. Nunca
había tocado a un hombre, pero había soñado muchas veces con
acariciar a Martin y sabía el modo en que él mismo gustaba al ser
acariciado, así que se dejó llevar por el instinto y movió la mano de
arriba hacia abajo, sintiendo la extensión de su erección. El francés
rompió el beso y se miraron intensamente. Ambos sabían lo que
querían y, con seguridad, John le bajó el bañador y se quedaron
desnudos, frente a frente en medio del agua.
John lo atrajo y sus erecciones se rozaron. La sensación era más
intoxicante que el beso, y se perdieron en ella, embriagados con sus
propios cuerpos. El sólo roce hizo que John deseara mucho más y antes
de cobrar conciencia de ello, se encontró enredando las piernas
alrededor de las caderas de Martin, buscando desesperadamente mayor
contacto.
Los ojos de Martin volvieron a preguntar sin palabras si estaba
7
Martin abrió los ojos, envuelto en la tibieza del cuerpo de John. Con
dedos ágiles, acarició su espalda una y otra vez. Le parecía que toda la
vida había dormido de ese modo, y que nunca más podría dormir si no
era con él.
Las espesas pestañas del canadiense hacían una leve sombra sobre
sus párpados cerrados. Sus mejillas aún estaban coloreadas a causa de
la pasión, pero dormía profundamente, con una paz que Martin temía
romper si lo besaba, aunque sus labios eran tan tentadores que le
costaba trabajo contenerse.
¿Eso era lo que había buscado?
Ahora se sentía completo con John. Siempre con John.
John era la parte que le faltaba.
La sensación de pertenencia permanecía latente y era definitiva.
Martin jamás había experimentado algo así.
Y tuvo más que nunca la certeza de que John era la clave de todo.
¿Ese era el motivo que los unía? Se había sentido tan atraído hacia
el profesor que no podía imaginar alejarse de él. ¿John sentiría lo
mismo? Estaban compenetrados, se habían movido al mismo ritmo,
como si siempre lo hubieran hecho así.
¿John?
¿Un hombre?
No le importaba que fuera un hombre.
Maldita sea si le importaba a alguien, pero a él no.
El timbre de la puerta lo hizo levantarse, maldiciendo y acercarse al
visor junto a la ventana. Eran Kurt y Alain, había olvidado que
vendrían a primera hora.
—Me visto y bajo —dijo rápidamente por el intercomunicador.
8
—Aristide me dejó fotografías de los grabados —explicó Kurt,
sacando su portátil y poniéndola sobre el escritorio del estudio—.
Encontré más referencias a serpientes. —Mostró las imágenes
ampliadas que ocupaban gran parte de la pantalla—. Tuve que
contratar a un lingüista experto en lenguas muertas, con él identifiqué
los patrones de los símbolos. Son similares a los jeroglíficos egipcios y
como debes saber, los incas no tenían sistema de escritura conocido.
Por cierto, el cheque del lingüista espera tu firma.
Martin asintió, examinando la pantalla con atención.
—¿Qué dicen? —interrumpió John, desde la puerta. Se acababa de
9
John abrió la puerta que llevaba al refugio de André. Hacía rato que
Kurt y Alain se habían marchado, después de actualizar los archivos de
Martin con más información sobre el caso Chauchilla.
Lo único que tenían claro en ese momento es que debían intentar
hallar las cuevas y para eso Martin había enviado al Ejecutor. Pero
John sospechaba que el Hombre de Negro estaba en París. Y estaba
seguro de que la visión que tuvo al tocarlo en el Bois de Boulogne se
relacionaba con André.
Martin se había quedado en el estudio, repasando los datos. Kurt y
Alain se habían llevado algunos libros de la colección privada del
abuelo Hellson y John aprovechó esos momentos de soledad para
visitar a André y a las gemelas.
Pero apenas puso un pie dentro del refugio, captó de modo
clarísimo la voz de André.
«Ahora estamos completos.»
André estaba sentado junto al fuego, con Jenny y Janie a sus pies.
Ninguna palabra había salido de su boca, pero John las había oído…
Retrocedió, temblando, al darse cuenta que había captado el
pensamiento que André quería transmitirle, esta vez nítido y claro. No
había equivocación posible.
Jenny apareció a su lado, sonriendo, y lo llevo de la mano hasta el
científico.
—¿Cómo? ¿Cómo pudo ser?
«El que dormía fue despertado. Hay altas probabilidades de que
fuera yo quien lo hizo. Ecuador…»
Ecuador.
¡Ecuador! ¡La respuesta estaba en Ecuador!
John murmuró algo y se puso de pie. Tenía que decírselo a Martin.
1
Ecuador…
El caudal de pensamientos de André apuntaba a ese lugar. El
corazón de John latía desbocado. De pronto todo cesó y se hizo el
silencio.
«Aún no es tiempo. Hay que empezar por el principio de todo.»
John corrió hacia la casa a toda prisa, pero apenas llegó a la piscina,
encontró a Martin que iba a su encuentro.
—¡Martin! ¡André…! —John se detuvo en seco al ver el pálido
rostro de su amante—. ¿Qué pasa?
—Nada… —Pero no pudo ocultar su desaliento y se le abrazó.
Fragmentos de imágenes pasaron por la mente del canadiense,
entrevistas, fotografías, declaraciones…
—El reportaje de Le Sceptique… ¡Te culpan por la muerte de
Michelle! —murmuró, espantado—. Maldito bastardo de Luc…
—No pueden hacer nada por la vía legal —dijo Martin—. Hablé
con mi abogado. Hay testigos que dicen que yo no estaba allí y la
muerte fue por asfixia. No se encontró rastro de veneno ni nada
parecido… Incluso así, me culpan por haberla arrastrado a ese remoto
lugar sin advertirle el peligro… ¡Como si yo hubiera sabido! Incluso
podría demandarlos. —La voz de Martin se apagó por un momento—.
¿Ha pasado algo con André?
John le dio un suave beso en la mejilla y le apartó el cabello de la
frente.
2
«Empezar por el principio», había dicho el científico en la mente de
John. Todo pensamiento acerca de Ecuador y el ser que el canadiense
había vislumbrado pasaron a segundo plano. John acababa de
explicarle a Martin que la comunicación al fin se había establecido con
André.
—Entonces, ¿puedes oír sus pensamientos? —murmuró Martin con
los ojos entornados, sentado en el sillón de la pequeña salita, con
André y las gemelas frente a él y John paseando nervioso por la
habitación.
—Él dice que puedo hacerlo si quiero —respondió John, después de
intercambiar miradas con el físico—. Dice que Jenny y Janie podían
hacerlo, pero al entrar en la adolescencia perdieron esa habilidad. Por
eso me necesitaba.
Martin escuchaba con los ojos entrecerrados. Durante su vida había
presenciado demasiadas cosas extrañas como para sorprenderse, pero
ese fenómeno le concernía a él. Él era parte de eso y no un simple
observador, podía sentirlo.
—¿Cómo pasó?
John miró a André y comenzó a explicar lentamente.
—Dice que sus experimentos estaban a punto de llevarlo a un
descubrimiento importante y entonces todo se estancó cuando las
gemelas cumplieron los quince, porque dejaron de comunicarse con él
telepáticamente. Sólo obedecían sus órdenes, pero la empatía que
existió comenzaba a desvanecerse. Entonces ocurrió la explosión y él
se encerró en sí mismo, sin posibilidad de comunicarse con el mundo.
Luego tú lo rescataste y lo volviste a reunir con las chicas. Él supo que
te necesitaban, pero no podía llegar a ti. Así pasaron dos años y llegué
yo. André dice que tarde o temprano nos tendríamos que reunir. Ahora
estamos completos.
—¿Qué somos? ¿Qué quiere él de nosotros? —cuestionó Martin.
—Espera… una cosa a la vez. Somos… ¡Oh, Dios! —John se
detuvo, estupefacto. Luego se rehizo—. Él es una especie de cerebro
computador. Se ha aislado por completo del mundo para atender sólo
sus procesos mentales. No le interesan sus necesidades físicas, sólo su
3
John giró voluptuosamente en la cama, ondulando hacia Martin. Se
habían amado por horas luego de salir del refugio de André. Se habían
amado porque de ese modo hacían más fuerte el vínculo que los unía,
un vínculo que debían preservar sobre todas las cosas.
Y también habían sentido algo, apenas un milisegundo, pero había
sido suficiente. Allí afuera había mucho más, un algo que llamaron
Conciencia Única por denominar de algún modo lo que sólo habían
podido vislumbrar cuando, juntos, gritaron con la intensidad del
orgasmo. Algo que en cierto modo era una manifestación más de la
evolución.
Pero no les importaba por ahora.
Con las manos entrelazadas, se miraron interminablemente.
—No te lo ha dicho… André aún no te revela lo de Ecuador —
susurró Martin, acariciándole la mejilla.
—Dice que eso puede esperar. Que debemos hacernos fuertes… —
intentó explicar John.
—¿Fuertes para qué? ¿No puedes arrancar el secreto de su mente,
John? ¿Por qué no lo haces? —Tomó el rostro de su amante entre las
manos y se perdió en sus ojos, tratando de escrutar alguna verdad.
—Puedo oír sus pensamientos —dijo John en voz baja—, es como
cuando una estación de radio transmite. Si no deseas no tienes que
oírla y así me pasa o me volvería loco. Pero hay ocasiones en las que la
estación no transmite. Y respecto a Ecuador, André desea callar por
ahora.
«Estamos completos.»
«Sin secretos.»
«Déjame hablarte de mí…»
—¡Basta!
—Shhh —susurró John, depositando suaves besos en las sienes de
su amante, que bajaron hasta la comisura de su boca—. Él dijo que
debemos asimilarlo, por eso la espera. Confía… confía, por favor.
Los labios de Martin respondieron, ávidos.
4
Tres días más pasaron y la empatía entre los cinco iba en aumento.
Martin tenía ya muy claro que John podía comunicarse con André y
con las gemelas, pero ellos no se comunicaban mentalmente entre sí. Y
él sólo podía comunicarse con el científico por intermedio de John.
Podía dar órdenes que Jenny y Janie obedecían sin dudar,
teleportándose para manipular objetos que estaban en la casa, e incluso
cosas del departamento de Kurt y Alain, sin que ellos lo advirtieran,
porque apenas tomaba unos segundos.
Con John existía un acuerdo tácito, él podía escuchar sus
5
John terminó de revisar un caso de apariciones que había sido
catalogado por Kurt como fraude y suspiró. Aún le faltaba mucho para
tener la experiencia de los dos ingenieros separando el polvo de la
paja, a él le había parecido perfectamente posible.
Esa tarde no tenía nada que hacer y Martin había salido. Las
gemelas estaban resfriadas y sin muchos deseos de estar con él, de
modo que decidió dar un paseo.
Aún lo intrigaba el misterio que rodeaba a la muerte de Michelle.
Al estar relacionado con el Hombre de Negro y con André, lo
consideraba su propio misterio. Pero había decidido respetar la
decisión del científico y confiar en él.
Sin embargo, había algo que sí deseaba hacer.
Tomó un taxi y le pidió sin vacilar que lo llevara al Cementerio de
Montparnasse, al cual entró con pasos seguros, sintiendo una extraña
familiaridad a pesar de no haber estado nunca allí. Se detuvo unos
momentos en la caseta del vigilante para averiguar la ubicación de la
tumba que buscaba y se dirigió, resuelto, hacia allí.
6
Cuando John volvió a la casa era casi de noche. Encontró a Kurt y
Martin en el estudio. Su amante estaba hablando por el celular, pero lo
dejó un momento para abrazarlo. Luego, volvió a tomar el teléfono,
hablando de prisa.
—¿Pasa algo? —preguntó John, inquieto.
7
John se abrió paso entre la multitud que asistía a la conferencia y
avanzó. Estaba tan concurrida como la que había presenciado en
Canadá, cuando vio por primera vez a Martin. Con una leve sonrisa, se
sentó lo más adelante que pudo y se dedicó a mirar a su alrededor.
El público era en su mayoría femenino. Jóvenes bulliciosas y
alegres, alentadas por el tema de la conferencia, que era sobre
apariciones, pero más atraídas por la personalidad del expositor. John
no las culpaba, Martin podía ser el sueño de cualquier estudiante
universitaria.
Cuando la conferencia comenzó, los murmullos cesaron y se hizo
una expectante atención sobre la figura en el estrado. John sonrió,
Martin era sencillamente avasallador. Sus ojos se encontraron muchas
veces durante la conferencia.
«Te ves hermoso», comunicó el francés, con ojos divertidos.
8
Martin entró sigilosamente a la habitación en penumbras. John dormía
profundamente, con un libro de cultos antiguos entre las manos.
Despacio, se lo quitó y apagó la luz de la lamparita, para desnudarse
luego y acostarse junto a él.
Lo abrazó posesivamente. John se movió un poco, acomodándose
entre los brazos de su amante, abrió los ojos a medias y murmuró con
voz soñolienta:
—¿Cómo estuvo tu cena?
—Aburrida. —Fue la respuesta—. Me gusta más estar aquí.
Los ojos de John volvieron a cerrarse y Martin le acarició la espalda
encima del grueso pijama a rayas que usaba. Nada sexy,
definitivamente. Pero aún así, John se le antojaba la visión más
hermosa.
Es amor…
Con una sonrisa incrédula y feliz, Martin cerró a su vez los ojos.
9
John despertó envuelto en la calidez del cuerpo de Martin. Se movió
un poco y acarició el brazo bronceado que rodeaba su cintura, sólo
para notar con un poco de vergüenza que Martin estaba desnudo,
mientras que él traía puesto su viejo pijama de franela.
Sonrió tristemente. Nunca sería el acompañante glamoroso que
Martin necesitaba para brillar aún más en las reuniones de la
universidad. No era bello, como Michelle, María o la jovencita de la
1
El Ejecutor llegó la mañana en que recibieron la noticia del asesinato
de Dominique Lafavre, y partió enseguida a investigar; sin embargo,
el trabajo de Kurt se retrasó porque Alain tenía un fuerte resfriado y
pese a las protestas de Martin, la investigación sobre Antoine Dubois
pasó a segundo plano pues, según el propio Kurt: «Alain es más
importante que cualquier Hombre de Negro venido a menos».
John pasó el día con André y las gemelas, que se habían mostrado
extrañamente tranquilas, como si esperasen algo. Ese algo llegó, por la
noche, cuando Aristide regresó con su informe y Martin se encerró con
él y John en el estudio.
—Investigué las muertes sospechosas de estos últimos tiempos. Por
un lado, hay una extraña ola de suicidios, cuyos protagonistas
responden a un mismo patrón. Todos eran jóvenes entre los veinte y
veinticinco años, cabellos castaños, ojos marrones, delgados. Georges
Duval, profesor de matemáticas recién graduado. Philippe Luthier,
estudiante de Bellas Artes, sus amigos decían que tenía premoniciones
y que predijo su muerte días antes. Louis Chagny, vidente. Gilberte
Rioux, economista y muchos más. Vi sus fotografías: Duval tenía tus
mismos ojos, John; y Rioux tenía tu tono de cabello; la sonrisa de
Chagny era idéntica a la tuya. Todos eran parecidos a John. —La voz
de Aristide era desapasionada, simplemente enumeraba los hechos
conocidos.
—¿Qué hay de la muerte de Lafavre? —Martin sonó preocupado.
Sostenía la mano de John entre las suyas. Sus ojos entrecerrados
Hola, jefe:
Encontramos una referencia en Cultos Antiguos de
Barnard sobre un ser que coincide con lo que ha estado
pasando. Transcribo textualmente lo que dice, en la
sección dedicada a los Primitivos, dioses de una antigua
raza que según muchos, dominaba la tierra en tiempos
ignotos. Se dice que el ser en cuestión fue adorado por
los primeros humanos, pero se ignora lo que le sucedió.
Zhend, el cazador de almas, el perseguidor luminoso:
«El ser apareció en medio de una luz cegadora. La criatura
no era homogénea, en su cuerpo había diversos elementos
repulsivos e incongruentes. Su carne escamosa brillaba con
un fulgor espectral proveniente de extrañas formaciones
cristalinas de (fragmento ilegible) que brotaban de su
cuerpo. Varios tentáculos ondulaban en el aire,
hambrientos; y coronándolo todo, dos ojos contemplaban,
sin emoción alguna…»
En mi humilde opinión, estamos ante el famoso
Desterrado, Durmiente, o como quiera que se llame. Luego,
más adelante en el mismo texto, aparece lo siguiente:
«… y aquellos que conozcan las palabras apropiadas
podrán llamar a las serpientes que caminan en el viento.
Pero cuidado… Su invocación traerá la muerte (aquí viene
un fragmento ilegible)... y el aliento les será arrebatado
y sus almas serán devoradas por Él.»
2
—De todos los Antoine Dubois que hay en París, sólo cuatro coinciden
con la edad de nuestro Hombre de Negro —dijo Kurt, mostrando
algunas fotografías en la pantalla—. Dos de ellos son respetables
miembros de la sociedad, casados, con hijos, el otro es piloto y viaja
continuamente… Y el último… está muerto.
Kurt pasó rápidamente las fotografías de tres de los hombres y
ninguno se le parecía al Hombre de Negro.
«Muerto…»
«No puede estarlo… yo lo vi… ¡Todos lo vimos!»
John miró confundido a Martin, pero éste no parecía sorprendido.
—¿Hay la posibilidad de que use un nombre falso? —Kurt negó
con la cabeza—. Bueno, niño genio, suéltalo ya. No nos hiciste venir
sólo para decir que Dubois está muerto. Te conozco, ese brillo en tu
mirada te delata.
Alain estornudó, se limpió la nariz y soltó una risita.
—Anda, Kurtie, díselo. No queremos que muera de un sofocón…
3
—Ha llegado el momento —dijo Martin apenas entró en el refugio de
André.
El científico estaba acostado, con Jenny y Janie sentadas a ambos
lados de la cama, quietas y silenciosas, velando su sueño.
Los ojos de André se abrieron apenas John entró a la habitación.
«Ecuador… estamos preparados.»
«Lo sé», dijo la mente del cientifico.
John miró por unos momentos a André, luego a Martin. De pronto
se puso pálido, negó con la cabeza, la sujetó con ambas manos, con los
ojos llenos de incredulidad y respiró hondo.
4
«Te amo…»
«Te amo. No temas…»
Imágenes que giraban vertiginosamente, fragmentos de ideas,
5
—¿John? —Martin se asomó a su habitación, pero no encontró a nadie.
Cavilando aún, ya disipado su enojo, se dirigió a la habitación de John.
Allí estaba él, acurrucado en la cama, con un pañuelo cubriéndole la
nariz—. ¿Estás bien?
—Abrázame.
Martin obedeció silenciosamente, pasando dedos nerviosos por el
cabello de su amante.
—No vuelvas a dejarnos así, nos haces daño —susurró.
—Sentí tu rabia. Fue algo a la vez físico y mental. Las personas que
rechazan los órganos que les son transplantados deben sentir lo
mismo… dolía… era como si me arrancasen algo mío. «Él está
afectándonos… nos afecta a ambos».
—No puedo rechazarte, sería como rechazarme a mí mismo —
murmuró Martin—. Dubois nos afecta, él es parte de esto de algún
modo.
—Él sabe de nosotros, «sabe lo que somos…». Él mismo me lo
dijo… ¿Por qué…? «Tengo miedo…»
La pregunta de John quedó flotando en el aire.
—He visto esa simbiosis con demonios antes. Posesión demoníaca,
poderes psíquicos, telekinesis generalmente. Pero nunca dura
demasiado, el sujeto muere antes o es liberado… Por lo que sabemos,
Dubois ha tenido ese vínculo al menos durante veintisiete años, aunque
se ha intensificado en los últimos dos.
—Olvida a Dubois, Martin. Ámame. —Los labios de John buscaron
los de su amante, ávidos y temerosos de hallar rechazo.
«Somos uno.»
«Tómame.»
6
Una semana pasó sin que tuvieran noticias del Hombre de Negro. La
policía capturó entre tanto a un sospechoso. Un hombre que se atribuyó
los asesinatos de los rituales y los describió con tal precisión que no les
cupo duda de que era el culpable.
Sólo Martin y los suyos estaban al tanto de la verdad, pero no había
modo de probarlo. El Círculo también lo sabía, pero se desentendió del
problema, prometiéndole a Martin una generosa cantidad de dinero si
les entregaba a Dubois.
Pero a Dubois se lo había tragado la tierra. No volvió al
apartamento que tenía en Montmartre y su sociedad secreta se disolvió
con la captura del supuesto asesino.
—Él será quien nos busque —dijo John una tarde, en que el viento
1
—Es una bella mañana para dar un paseo. Luce radiante, John. —
Antoine Dubois mostró una leve sonrisa al tenderle la mano.
—Usted lo hizo —dijo John, sin tomar la mano extendida frente a
él—. ¡Usted mató a esas personas!
Algunos transeúntes los miraron con curiosidad. Antoine sólo
sonrió.
—El aire de este lugar es refrescante. ¿Conoce bien París, John?
París es un templo, como diría Henry James: «Es el templo más grande
jamás construido para placeres materiales y sensualidad visual…»
—¡Al diablo con París! Usted lo hizo…
—¿Y qué si fuera así? Me necesita, John. Tanto como yo lo
necesito a usted. No le haré daño, permítame mostrarle París. —Y sin
más, el hombre avanzó por el sendero bordeado de árboles.
John titubeó y después de un momento, apuró el paso hasta caminar
al lado de Antoine.
«Sabía que vendría», sintió con claridad en su mente.
—Espere… ¿Por qué me busca?
—Todo a su tiempo, John. Venga. —Salieron del bosque y se
dirigieron hacia Porte Maillot, donde tomaron un taxi—. París es una
ciudad de contrastes, donde lo clásico se mezcla con lo moderno como
armónico complemento. Es una ciudad con historia, escrita en cada
muro, en cada casa, en cada plaza o iglesia. Amo París, John, y voy a
mostrarle por qué.
personas?
—Cállese, Dubois. Eso no ocurrirá…
—Su seguridad es enternecedora. —Antoine sonrió —. Permítame
mostrarle uno de los lugares por los que vale la pena venir a París.
Bajaron en Abesses y se dirigieron al funicular. John conocía la
iglesia de Sacre Coeur, pero igualmente se quedó ensimismado
contemplando su majestuosidad.
—Esta es la iglesia más antigua de Francia. ¿Ve la piedra de la que
está construida? Proviene del Château-Landon. Bajo el efecto de la
lluvia, segrega una sustancia blanca parecida a la pintura; por ello,
cuanto más llueve en París, más blanco es el Sacre Coeur.
—Todo esto es muy interesante, Antoine. Pero quiero más
respuestas. —El hombre desvió la mirada y avanzó rápidamente hacia
el atrio de la iglesia—. ¡Espere! Dijo que me daría respuestas…
—Y se las daré, pero no hoy. Mire, John, desde aquí se domina
París. Mire a la multitud que visita la iglesia. Peregrinos de todos los
países, fieles, devotos… La fuerza de todos ellos es mayor que en el
metro, pues los une un vínculo místico: sus almas son fuertes, a eso le
llaman fe. Siéntalo… sé que puede hacerlo. Deje fluir la energía por su
cuerpo… y entonces quizá entienda.
Uno de los guardianes que custodiaba la entrada de la iglesia los
observó con curiosidad y John estuvo tentado a llamarlo y delatar a
Antoine, para luego entregarlo a la policía. Pero quitó esa idea de su
pensamiento al recordar las palabras de Aristide: «Nadie quiere
involucrarse con lo sobrenatural. Nadie te creerá.»
Era inútil….
Antoine lo miraba, risueño.
Cerró los ojos y se concentró en lo que su acompañante le había
dicho y pudo captar la energía. Débil al inicio, pero luego mucho más
fuerte, conforme la sensación se iba haciendo más definida.
«Deje la energía fluir… concéntrese.»
John respiró hondo a medida que sentía pequeñas descargas en su
piel. Entreabrió los labios, extasiado, dejando fluir esa energía que
provenía de la iglesia, de las personas reunidas allí. De pronto, un grito
lo hizo perder la concentración. En medio de las escaleras del atrio,
una joven se había desmayado y era auxiliada por el guardia y por sus
acompañantes.
2
John subió las escaleras buscando a Martin, incluso sabiendo que no se
encontraba en la casa. Entró en su dormitorio y sin pensar, abrió el
armario y sacó el abrigo negro, cuidadosamente doblado. Con él entre
las manos, se dirigió al dormitorio que compartía con Martin y se
acurrucó en la cama, aferrando el abrigo con los ojos cerrados y las
manos temblorosas, sin poder quitar de sus labios la sensación de la
boca de Antoine muy junto a la suya, su aliento abrasándolo, sus ojos
mirándolo con lujuria.
«Lo quiero todo», había dicho en su mente, antes de dejarlo en la
puerta de la casa.
—Oh, Martin…
Janie apareció junto a él, llorosa, pero no se acercó al ver el abrigo.
John supo que ella percibía su sufrimiento y trató de serenarse un poco.
—Tranquila, cariño… yo amo a Martin… lo amo…
Abrazado de Janie logró calmarse y buscó en su mente el lazo que
lo unía a Martin.
Allí estaba, fuerte, intenso, vivo.
«Te amo… te amo tanto», fue el inequívoco mensaje.
3
John despertó cuando una mano acarició suavemente su mejilla. Con
los ojos cerrados, se dejó envolver por la ternura que encerraba aquel
gesto y fue abriéndolos poco a poco.
—¿Estás bien? —Martin lo miraba con auténtica preocupación.
Sabía lo que había pasado, sin embargo, ninguna palabra de reproche
salió de sus labios.
—Creo que sí… fue… —Hundió el rostro en el hombro de Martin.
—Sé lo que fue. También lo sentí… Él te usó. —Martin tomó el
abrigo y lo dobló de nuevo, dejándolo sobre una silla.
—Lo siento…
—Ya lo dijiste antes y lo entiendo. —Martin suspiró—. No pudiste
evitarlo, ¿verdad? Tenías que ser tú quien encontrara a Dubois. ¿O
debo decir que Dubois se dejó encontrar por ti? John, él te utilizó…
temí por ti.
—Él no necesita matar. Puede tomar la energía de las personas,
cuando están reunidas en grupos grandes. Me lo mostró, yo mismo lo
pude hacer… él no necesita matar…
—Pero lo hace —dijo suavemente Martin.
—Tuve miedo… Te necesitaba, pero tuve que hacerlo, tuve que ir
con él, necesitaba saber… «¿Puedes comprender eso?»
«Puedo.»
Abrazados, derribaron nuevamente las barreras y se amaron hasta
que comenzó a oscurecer. La Conciencia Única estaba allí, palpitando.
Pudieron percibirla por un instante, antes que la ola del orgasmo se
comenzara a retirar.
Las largas hebras del cabello de Martin reposaban sobre el pecho de
John, que ondulaba, satisfecho, acariciándolas con la yema de los
dedos.
El reloj dio las seis y Martin se incorporó despacio, besó a John en
los labios y se levantó, renuente.
—Hay algo que no te he dicho. Una persona que vendrá a casa por
unos días. Es una vieja amiga, de Londres, Thelma Albin. Tengo que ir
a recogerla al aeropuerto. —Algo en la voz de Martin hizo que John
sintiera un súbito recelo.
—¿Por qué no me dijiste…?
—Lo habría hecho, pero cuando llamé donde Kurt y Alain, dijeron
que no estabas. Y luego tuve que salir por un asunto urgente.
—¿Dónde fuiste? —John se sentó en la cama, buscando los ojos de
Martin en las sombras que empezaban a formarse en la habitación al
ocultarse el sol.
—A indagar sobre nuestro común amigo, Antoine Dubois. Yo
también tengo mis contactos, John. —Volvió a tomar el abrigo del
Hombre de Negro y lo puso en el armario. Luego se volvió—: Thelma
es una candidata a iniciada del Círculo y tiene poderes telepáticos
bastante desarrollados. Es médium… —Su mano acarició la mejilla de
John—. Su venida no es casual, debemos tener cuidado y protegernos.
Actuaremos como si no fuéramos nada, ella no puede saber de la
gestalt.
Martin lo besó antes de irse y John se recostó, con el brazo sobre la
frente, conteniendo los deseos de entrar en la mente de su amante y
averiguar lo que éste sabía.
Frustrado, se hizo un ovillo en la cama. Antoine había levantado
una muy sutil barrera entre ellos.
4
Actuaremos como si no fuéramos nada.
Casi a las ocho, John tomó una ducha, se vistió con su traje más
decente y se instaló en el salón para esperar a la invitada tratando de
decidir qué actitud tomar, pues nunca había sido bueno para disimular
esa clase de cosas. También les pidió a las gemelas no aparecerse en la
casa y extremar precauciones, ya ques en los últimos días era frecuente
verlas tomando diversos volúmenes de la biblioteca, que luego le
llevaban a André. Habían descubierto que pasando las páginas ante los
ojos del científico, éste asimilaba en milisegundos su contenido. John
sonrió a medias, si eso seguía a ese ritmo, pronto el sistema que había
diseñado Kurt sería reemplazado por André, con el valor agregado de
que el científico era en realidad el mejor de los Sistemas Expertos,
5
John colgó el teléfono y se volvió hacia Martin.
—Kurt y Alain me invitaron a almorzar. Lo siento, no podré
acompañarlos a La Coupole, me quedaré con los chicos revisando los
archivos.
Y así había sido durante los tres días que Thelma llevaba con ellos.
Martin no dijo nada y se concentró en arreglar su corbata ante el espejo
del recibidor.
«Sólo será por dos días más.»
«Así lo espero.»
Thelma entró, sonriendo. Lucía radiante y vaporosa, con un vestido
blanco que no había más que resaltar su belleza de ébano. John se
disculpó y salió de allí, representando su papel de asistente.
Habían sido días difíciles, con Thelma muy junto a Martin,
diciéndole indirectas sobre su pasado juntos, sonriéndole,
provocándolo a más no poder. John sabía que debían ocultarse para
proteger a la gestalt, pero incluso así era duro. Durante esos días había
vuelto a su habitación, donde la cama le parecía enorme, sin el calor de
Martin a su lado. Tampoco se habían arriesgado a entrar en el refugio
de André y John temía incluso comunicarse con él o con las gemelas.
6
—Aristide llega mañana —dijo Alain, luego de consultar la portátil—.
¿Cuándo se va la zorra?
—¡Alain!
—Está bien, Kurt. —John sonrió—. Creo que si yo no hubiera
aparecido, Martin no tendría ningún reparo en dormir con ella.
—John, no…
—Calla, Kurtie. Sabes que dice la verdad —replicó Alain—, pero
afortunadamente para Martin, John apareció y lo trajo al lado luminoso
de los comepollas…
John le lanzó un avión de papel, riendo. Hacía mucho que se había
dado cuenta que no tenía sentido enfadarse por lo que decía Alain y ya
se había cansado de intentar aclararles que él no era gay porque no le
gustaban los hombres. De hecho, el único hombre que le interesaba era
Martin. Pero eso, para Alain, era también cuestión de tiempo.
«No es cierto, te gusta Antoine.»
Suspiró, no tenía sentido engañarse a sí mismo. Amaba a Martin,
pero Antoine Dubois no le era en absoluto indiferente.
Knowledgeware 4856
1
John respiró profundamente e impulsó las piernas hacia adelante,
concentrándose en el ejercicio. Se encontraba en el gimnasio de
Martin, concretamente sobre la máquina para hacer extensiones con las
piernas. Las rodillas le dolían y, a pesar de la rehabilitación, no podía
estirarlas completamente, pero siguió tercamente por unos minutos,
hasta que, con un suspiro de frustración, salió de la máquina y quitó
una de las pesas, dejando solamente veinte kilos.
Se encogió de hombros, sonriendo tristemente. Martin empujaba
doscientos kilos…
Hasta en eso eran distintos.
Su triste mirada se posó en el reloj. Las tres de la mañana y Martin
aún no volvía.
Luego de que Janie lo encontrara en la calle, había vuelto a la casa,
tratando de calmarse, pero había sido inútil. El lazo mental que lo unía
con su amante estaba allí, pero una invisible muralla impedía la
comunicación, como si el propio Martin no quisiera saber de él.
Volvió a sentarse en la máquina y colocó las piernas en las planchas
metálicas, para impulsarse nuevamente. Llevaba ejercitándose casi una
hora, cuando se dio cuenta de que todo esfuerzo por leer o dormir era
inútil, e incluso allí, cansado por el esfuerzo físico, seguía pensando en
él.
No estaba solo, su mente tenía la silenciosa compañía de André,
pero el científico simplemente se había refugiado en su mundo, ajeno a
los sentimientos de sus compañeros. No podía reprochárselo, era un
cerebro computador y se nutría de datos. Los sentimientos no cabían en
su mente lógica. Incluso así, estaba allí y John estaba agradecido por
ello.
Sin embargo, con Jenny y Janie las cosas eran distintas. Las
gemelas se habían aparecido a su lado apenas entró en la casa, pero él
les ordenó volver a su refugio. Sabía lo compenetradas que estaban
ambas con Martin y se sintió conmovido al verlas preocupándose por
ellos dos, pero lo estaban abrumando y quería estar solo.
Veinte extensiones más y volvió a bajarse de la máquina,
respirando agitado. No era la primera vez que se ejercitaba en el
gimnasio, pero las otras veces había estado acompañado de Martin o de
las gemelas y ahora los espejos reflejaban únicamente su delgada
figura, vestida con un gastado traje deportivo azul marino.
Martin y él eran tan distintos… El cuerpo de su amante era firme y
atlético, con músculos marcados por el ejercicio. John, en cambio,
siempre había sido delgado y luego del accidente estaba más delgado
aún, con una apariencia de fragilidad que lo desesperaba a veces. Sí…
eran distintos…
Y ahora, Martin estaba…
No quería pensarlo. No dudaba de sus sentimientos, pero sabía que
su pareja haría lo que fuera por proteger a la gestalt. Incluso dormir
con Thelma…
—Maldición —murmuró, desterrando de su mente la visión que
tuvo en el taxi.
«Cuando estés agotado mentalmente, busca también el agotamiento
físico; así podrás descansar, exhausto. Al día siguiente, el panorama se
aclarará.»
Había escuchado muchas veces decir eso a Martin. Era uno de sus
tantos métodos para encarar la vida tan extraña que llevaba, y que
incluía discutir ciertos temas en la piscina, hacer ejercicio hasta caer
rendido o salir a caminar sin rumbo por París.
—Oh, Martin —suspiró y se recostó en una banca tapizada en
cuero, para tomar un par de pequeñas pesas y ejercitar los brazos.
Estaba seguro de que Martin le ocultaba algo. Desde su paseo con
Antoine había percibido muy sutilmente que su pareja sabía algo que
no le había dicho… ¿era por eso que se estaba sintiendo tan inseguro?
Tenía miedo, miedo de perderlo. Miedo de que su felicidad fuera
efímera, de que todo hubiera sido una ilusión, miedo por Thelma,
miedo por Antoine...
Antoine…
2
—John. Vamos, despierta…
Alguien le sacudió el brazo y John abrió los ojos, sintiendo en
primer lugar un dolor en la espalda a causa de la incómoda posición,
pues había dormido en la banca del gimnasio, y en segundo lugar una
punzada de angustia que le recordó el motivo de que se encontrara allí.
Thelma lo observaba con mal disimulada curiosidad.
—Hola —murmuró, sentándose en la banca. Se sentía fatal, le dolía
cada músculo del cuerpo, su boca estaba seca, su cabello revuelto… y
ella se veía radiante y reposada, como si…
«Como si se hubiera pasado toda la noche haciendo el amor.»
Thelma se sentó en una banca, frente a él. Lucía un traje deportivo
blanco y sonreía cálidamente.
—No pasa nada. Él se ha enamorado de ti —dijo con sencillez,
cruzando las piernas.
—Pero… —John no sabía como continuar, era evidente que
Thelma sabía lo de ellos dos, pero ¿qué tanto sabría? No quería hablar
de más—. ¿Dónde está Martin?
—Tuvo algo que hacer. Dormimos en el hotel y Martin salió a
primera hora. No debe tardar, es casi mediodía.
—Ah. —La mente de John pugnó por entender: si Martin no estaba
con Thelma, ¿por qué no lo había buscado? ¿Por qué aún no podía
comunicarse con él?
—Escúchame, John, porque lo diré sólo una vez. Martin me
importa, no dudé en llevármelo a la cama incluso habiendo notado que
había algo entre ustedes, pero ese lazo que tienen es simplemente
demasiado fuerte como para romperlo. Tuve su cuerpo por última vez,
a cambio de algo… Tuve su cuerpo, pero nada más. Su alma te
pertenece a ti, puedo percibirlo claramente.
John intentó protestar, pero Thelma alzó la mano, impidiéndole
hablar.
—Me enviaron aquí a indagar el extraño comportamiento de
Martin. Sé que hay algo más que una apasionada relación con su
asistente, pero no deseo averiguarlo. A la Hermandad le bastará saber
que Martin experimenta pasiones recién descubiertas y yo jamás le
haré daño a él. Estaré en mi habitación, preparándome para esta noche.
Casi diez minutos después de que Thelma hubiera salido, John
seguía sonriendo.
3
—Johnny, tenemos que hablar.
Martin estaba en el umbral de la puerta de su habitación, sonriendo
y viéndose tan atractivo y compuesto como siempre. En cambio, John
seguía con la ropa de deporte, recostado en la cama, tal como había
quedado, rendido, al subir a su habitación desde el gimnasio.
—Voy a bañarme, me quedé dormido…
—No, espera. —Martin se sentó en la cama, junto a él, y le acarició
el rostro, en el que una incipiente barba empezaba a formarse. Lo
observó intensamente y recorrió la barba con los dedos—. Está bien,
ve.
«Pero no te afeites… te ves divino así.»
«Estás loco…»
«… por ti…»
John huyó al baño y cerró la puerta antes de que Martin pudiera
seguirlo. La barrera que su amante había puesto el día anterior se había
desvanecido y a pesar suyo, disfrutó el juego mental mientras se
duchaba.
Cuando se miró al espejo, tomando la máquina de afeitar, volvió a
sonreír.
«Nada de afeitarse…»
«No lo dices en serio…»
4
Pasaron la tarde haciendo compras, como si Martin quisiera mantener a
John alejado de la casa y hacerle olvidar su conversación anterior.
Compraron ropa, comieron en un restaurante chino y volvieron por la
noche, tomados de la mano.
Pero apenas abrieron la puerta, John se estremeció e
involuntariamente sujetó el brazo de su novio con fuerza.
Perfume de sándalo…
—Es él….
—Tranquilo, John, son los preparativos para la sesión. La madera
de sándalo posee vibraciones altamente espirituales, ayuda a relajar la
mente antes de una sesión de espiritismo.
—¿Vas a hacerlo de verdad? —John lo miró, incrédulo.
—Desde luego que sí. —Fue la rotunda respuesta.
—Por fin aparecen —interrumpió Alain, impulsando su silla con las
5
Si John se sorprendió al entrar a la habitación acondicionada para la
sesión, no dijo nada e intentó actuar con naturalidad a pesar de lo
extraño que se sentía.
Estaban en una habitación junto al estudio, en la que el único
mueble era una mesa redonda y siete sillas, una de las cuales estaba
vacía y era, según Martin le había explicado, el lugar donde su abuelo
solía celebrar esas mismas sesiones, a las cuales asistían normalmente
seis personas y el médium.
Un enorme retrato del abuelo ocupaba la pared principal y había
cuatro candelabros con velas y quemadores de incienso que hacían la
atmósfera tranquila, en la que se respiraba un aire de solemnidad tal
que incluso el risueño Alain estaba serio y silencioso.
Thelma apareció a las diez en punto, vestida con un vaporoso traje
blanco. Había estado preparándose todo el día y John captó
inmediatamente una fuerza muy grande que provenía de la médium.
—Él está aquí… ¿quién eres tú? —La voz de Martin estaba
tranquila, aunque con un levísimo toque de inquietud que sólo John
pudo percibir.
—Dominique Lafavre… John… tú lo sabes, él irá por ti…
John se estremeció, acababa de notar que el sutil cambio de Thelma
se debía al acento. Su acento era del francés más puro, en lugar de su
habitual acento inglés.
—Dominique. —La boca de John estaba seca. Kurt lo miró,
preocupado, pero el canadiense lo tranquilizó con un gesto—. ¿Qué
quieres de mí?
—Antoine… él me mató… irá por ti…
—¿Por qué estás aquí? —preguntó Martin, tratando de mantener la
calma—. ¿Por qué viniste?
—Antoine, yo lo amaba… Y creí que me amaba… ¡Me degolló con
mi propio bisturí! ¡Me mató! ¡Me mató!
Aristide hizo ademán de levantarse, pero Martin se lo impidió. John
temblaba, pero incluso así, trató de analizar los hechos, como su
amante haría.
—¿Sabes por qué lo hizo? —preguntó suavemente.
—Dijo que mi tiempo había terminado, que ya tenía lo que estaba
buscando… a ti, John… él… ¡Oh, Antoine! —hubo un cambio en la
voz de Thelma—. Antoine… está oscuro…
Un repentino alarido hizo estremecer a todos y el círculo de las
manos se rompió. John sintió algo tibio correr por su rostro, pero no
hizo caso porque la figura de Thelma, estremeciéndose sobre el piso,
hizo que corriera con los demás hacia ella.
—¡No la toques, John!
La advertencia llegó demasiado tarde, John tocó el hombro de
Thelma y no pudo contener un grito de igual intensidad. Refugiado en
brazos de Martin, que lo había sujetado apenas llegó hasta él, trató de
calmarse, buscando desesperadamente un lazo de cordura que lo
hiciera olvidar lo que acababa de sentir…
(Oscuridad, una densa oscuridad que presagiaba algo…
De pronto, una luz brillante lo deslumbró y un ruido, como de miles
de bocas pidiendo alimento, lo hizo reaccionar…
Gritó y gritó sin poder escapar del horror, hasta que sus ojos se
encontraron con dos ojos afacetados y brillantes y su cordura estalló
en mil cristalinos fragmentos mientras su alma era devorada por el
ser…)
«Ya pasó, estoy contigo.»
«Lo sentí, Martin… oh, Dios, lo sentí…, él estaba aterrado…»
«Tranquilo, estoy contigo.»
«Todos lo estamos, John… somos uno.»
Poco a poco, las voces de Martin, André y las gemelas lograron que
su pulso volviera a la normalidad y se soltó suavemente del abrazo de
su novio. Aristide le alcanzó un pañuelo que John tomó. Al otro lado
de la habitación, Thelma también se levantaba, tambaleándose,
sujetándose del brazo de Kurt.
—¿Qué fue eso, Martin? —dijo con voz temblorosa— ¿Quién era
ese desdichado?
—Es mejor que lo olvides, Thelma. Él ya no existe, ni aquí ni en el
Más Allá.
6
John se acurrucó junto a la forma dormida de Martin, estremeciéndose
de nuevo con la fría madrugada colándose sobre su espalda desnuda.
Se cobijó hasta la barbilla y cerró los ojos, tratando de dormir.
Era inútil, su mente no dejaba de hacer conjeturas…
Ese día habían despedido a una aún asustada Thelma en el
aeropuerto, a primera hora de la mañana, y esa misma noche, hacia las
ocho, habían recibido una llamada del Círculo.
«Olvida todo lo referente a Antoine Dubois. Nosotros nos
encargaremos de él.»
Martin había intentado en vano comunicarse con Thelma en
Inglaterra. Simplemente le informaron que la médium había viajado de
nuevo, esta vez a Irlanda, y que no tenían como localizarla.
Y Martin siempre decía que nada de lo que hacía el Círculo era
casual.
John acarició la mejilla del durmiente, con las yemas de los dedos,
y se dispuso a contemplarlo descansar. Trataba de entender inútilmente
1
El sol brillaba a través de las cortinas corridas de la habitación y
Martin se revolvió, perezoso. No deseaba levantarse pero un urgente
rugido en el estómago le indicó que era tiempo de hacerlo, eran casi las
dos y se moría de hambre.
Se levantó despacio, procurando no despertar a John, que dormía
tranquilamente. La noche anterior habían recorrido varios centros
nocturnos, sin celebrar nada más que el hecho de estar juntos y con una
desesperada necesidad de olvidar quienes eran.
«El alcohol hace milagros», se dijo Martin con una sonrisita. John
había estado bullicioso y alegre, e incluso lo había besado en medio de
la pista de baile, lo que no suponía ninguna hazaña especial, pues
estaban en un club gay, pero para el modo conservador de ser que
tenía, eso equivalía a bailar desnudo sobre una mesa.
Lo malo fue que apenas John puso la cabeza sobre la almohada, se
quedó profundamente dormido.
Martin se estiró junto a la ventana, desperezándose como un gato, y
el espejo le devolvió su gloriosa imagen, a la que la noche de juerga y
el cabello revuelto no habían quitado un ápice de sensualidad.
¿Sería eso suficiente para retener a John?
Mejor no pensar en eso. El lazo que los unía era fuerte, intenso,
pero sentía fortalecerse también el lazo de John con Antoine Dubois.
Ese era uno de los motivos por los que, en los cinco días que
siguieron a la partida de Thelma, había arrastrado a John a todo tipo de
actividades para mantenerlo ocupado y no permitirle pensar. Ahora
sólo necesitaba unas horas y entonces podría jugar sus cartas con
2
La bandeja fue depositada en la mesita de desayunar y Martin
contempló al durmiente con devoción. No deseaba despertarlo, pero
esa tarde tenía una tarea que no pensaba postergar más y antes de salir
quería estar a solas con John.
Se recostó junto a él y comenzó a darle ligeros besos en la frente y
los párpados.
—Despierta, perezoso… te preparé el desayuno.
—Mmm. —John se revolvió en la cama, dándole la espalda—.
3
Martin aceleró, con todos sus sentidos alertas, como siempre que se
encontraba tras algo importante. Dobló la esquina y estacionó en una
concurrida calle de Aubervilliers, antaño epicentro de la izquierda
obrera francesa.
Dejó su llamativo vehículo al cuidado de unos jóvenes, a los que
ofreció una generosa propina, y se internó a pie en una callejuela
solitaria, rumbo a un viejo edificio. Algunos transeúntes lo miraron con
malos ojos, pero no se intimidó. Tenía oculta en el abrigo una pistola
automática y no permitiría que nadie se interpusiera entre él y su
destino final.
Con pasos rápidos, llegó al lugar y una figura envuelta en sombras
le hizo un levísimo gesto que para él bastó. Aristide le avisaba que el
camino estaba despejado.
Sin dudar, subió las desvencijadas escaleras tétricamente
iluminadas con una única bombilla, hasta llegar al cuarto piso del
edificio, donde se detuvo frente a una puerta despintada y llamó con
fuerza.
Nadie acudió.
Sacó la automática y apuntó a la cerradura. Sabía positivamente que
la persona que buscaba estaba allí.
De pronto, Jenny apareció junto a él y lo besó en la comisura de los
labios.
—No te preocupes, preciosa. Nada me ocurrirá.
La chica desapareció y Martin pronunció en voz muy clara:
—Sé que está allí, Dubois. Abra la puerta o volaré la cerradura de
un balazo.
Dos jóvenes salieron del apartamento vecino, lo miraron
4
John se relajó bajo el agua tibia de la ducha. Sus músculos aún estaban
resentidos por la agotadora sesión de ejercicios, cinco días antes, y por
sus recientes actividades con Martin esa misma tarde.
No pretendía salir, había respondido a Martin de esa manera porque
saber que le ocultaba algo no era sencillo. No era a causa de Thelma,
para John, el episodio, aunque lastimara su amor propio, había sido de
algún modo necesario. Sabía que Martin no lo volvería a engañar en
cuestión de sexo, pero odiaba que le ocultaran las cosas, como si fuera
un niño pequeño al cual proteger. Estaba seguro de que no le había
1
La Navidad y el Año Nuevo habían apartado a John de sus
preocupaciones, dejándose llevar por las actividades propias de la
fecha. Incluso Aristide había estado inusualmente risueño y
comunicativo en las agradables veladas que pasaba en la mansión.
John no había vuelto a preguntar a André los demonios, pero
continuó su tarea de alimentar la mente del científico con la
información almacenada en Knowledgeware.
Fueron doce días de calma relativa, en la que Martin dictó dos
conferencias y pasó el resto del tiempo en casa con su pequeña familia.
No habían tenido noticias del Hombre de Negro, pero por
precaución, John no salía solo de la casa. Siempre iba con Martin o con
Kurt. No le agradaba esa situación, pero la toleraba del mismo modo
en que Martin no le preguntaba qué hacía tanto tiempo frente al
computador.
Pero la calma no duraría mucho.
Un miércoles lluvioso, en el que Martin había ido a la universidad,
el teléfono sonó con insistencia y John se estremeció al oír la voz de
Antoine al otro lado de la línea.
—John, necesito verlo.
Había tanta urgencia en su voz que sólo atinó a preguntar cuándo y
dónde, y corrió escaleras arriba en busca de su abrigo.
Jenny y Janie aparecieron a su lado, tirando de sus mangas con
insistencia.
—Lo siento, tengo que ir. Presiento que es importante…
2
Lo encontró al final de la calle de Chevalier de la Barre, justo antes de
llegar a la Escalera de las Luces, desde donde se veía el Sacre Coeur en
todo su esplendor.
«Ha venido a mí.»
«Quiero respuestas.»
«Esta vez las tendrá. Sígame.»
Sin cruzar palabra, caminaron hacia la Rue Saint Vincent y
torcieron a la derecha, hacia un grupo de edificios de estilo provenzal.
Antoine se detuvo para sacar las llaves y abrir la puerta principal de
uno de los edificios.
—¿Vive aquí?
—No siempre.
En el ascensor, se miraron atentamente, estudiándose.
—Tiene una personalidad fascinante, John. Y también una
extraordinaria fortaleza. No se avergüenze si ha venido en pos de un
anhelo secreto, pude percibirlo ese día, en el Sacre Coeur.
—No diga tonterías. He venido porque usted quería verme, y
también a buscar las respuestas que me ofreció.
El ascensor se abrió y ambos salieron. Antoine avanzó hasta llegar
a una puerta cerrada.
3
—Yo… —Martin se detuvo, la sensación de inquietud que había
empezado a sentir hacía casi una hora se agudizó.
—¿Pasa algo, jefe?
Se encontraba con Aristide en el pequeño apartamento de Kurt y
Alain, discutiendo un posible caso, pero no podía quitarse a John de la
cabeza.
—John —dijo con voz ronca—. Algo le pasa a John.
—¿Estás seguro? —Kurt no preguntó cómo lo sabía. Desde hacía
mucho, había notado que Martin y John tenían una relación basada en
algo más que en el cariño mutuo. Pero no acostumbraba a interrogar a
su jefe. Cuando llegara el momento, Martin le diría lo que tuviera que
saber.
Antes de que Martin pudiera responder, aparecieron las temblorosas
gemelas, tirando de él para sacarlo de allí. El lazo mental con John se
perdía por momentos, débil e inseguro.
—¿Saben dónde está?
Ellas asintieron.
—Llévenme a él. Aristide, dame tu arma.
El Ejecutor hizo lo que le pedían.
—¿Qué es lo que harás?
—Si ha lastimado a John, lo mataré. —Los ojos de Martin
relampaguearon de odio. Aristide se adelantó.
—Iré contigo.
—Iremos todos —declaró Kurt.
4
«Sienta el fuego, déjese envolver por la pasión… ¿acaso no soñó con
este momento?»
«Muchas veces… muchas…»
Cayeron a la cama, besándose furiosamente. Los ojos azules de
Antoine hicieron contacto con los de John.
—No habrá retorno…
«No habrá retorno.»
«No habrá…»
—Antoine… —gimió John, desesperado. Su cuerpo temblaba presa
de una pasión febril—. Es como lo soñé… nosotros solos… juntos…
Juntos… —Su voz murió dentro de la boca del rubio, que comenzó a
desnudarlo con rápidos movimientos.
5
Nunca Martin había estado tan desesperado. Su sangre fría habitual se
había reducido a nada y sostenía la pistola con manos temblorosas.
Los cinco iban en la furgoneta de Kurt, aunque las gemelas
aparecían y desaparecían alternativamente, buscando…
—Si le ha hecho daño… Si se ha atrevido…
Nadie decía palabra, perdiéndose en sus propios mundos de
conjeturas.
—Más de prisa —ordenó Martin cuando doblaron la esquina en
l’Opera—. Está cerca… lo siento…
«¡John!»
6
—Después de haberme conocido, ningún placer podrá saciarlo —jadeó
Antoine, embistiendo con fuerza en el cuerpo de John.
Las manos del canadiense se aferraron con más fuerza a la sábana,
buscando algún punto sólido donde poder anclar su cordura. Pero de
nada sirvió, se adentraba con pasos agigantados en una oscuridad
profunda. La negra oscuridad del alma de Antoine…
El placer embotaba sus sentidos, enloqueciéndolo de deseo febril y
7
—¡Es por aquí! —gritó Martin. La furgoneta frenó bruscamente y
retrocedió para enfilar hacia la Rue Saint Vincent. Apenas se detuvo,
se apeó, corriendo.
—Quédense aquí y tengan este chisme listo para partir —ordenó el
Ejecutor y siguió a su jefe hacia la entrada del edificio.
Jenny y Janie aparecieron dentro y abrieron desde allí la puerta
vidriera. Martin se precipitó al ascensor.
Conocía el lugar. Las gemelas habían hallado prácticamente todos
los refugios de Antoine en París y Martin estaba familiarizado con
ellos. Apenas salió del ascensor, corrió hacia la puerta que ellas habían
dejado entreabierta.
—¡John!
Entró, con la pistola en alto, dispuesto a asesinar a sangre fría a
quien fuese.
Pero no había nadie…
8
La furgoneta se detuvo con un rechinar de llantas frente a la cochera de
1
Serpientes…
Su mente estaba llena de ellas, ondulantes, sibilantes, vivas…
Volaban en espiral, describiendo interminables círculos en las
brumas de su agotado cerebro.
¿Desde cuando las serpientes vuelan en espiral?
Serpientes, brillantes y veloces emisarios de la desolación…
¿Podía haber desolación más grande que ésta?
Una tibia caricia en su mejilla comenzó a disipar la bruma, una
ardiente gota salada que cayó sobre la comisura de sus labios hizo que
se le escapara un profundo suspiro.
Se sintió envuelto en una suave calidez, se sintió amado…
Amado…
—Oh, Martin.
Otra mano acarició su mejilla y su cabello y John se atrevió, por fin,
a entreabrir los ojos.
Jenny y Janie estaban acostadas junto a él, abrazándolo. Eran las
manos de ellas las que trazaban suaves círculos en sus mejillas. Eran
los ojos de ellas, húmedos de pena, los que habían vertido las lágrimas
que lo habían despertado.
Sus propios ojos se llenaron de lágrimas al recorrer la habitación,
que reconoció como el refugio de André. El científico estaba sentado
junto a la puerta, tan quieto e inexpresivo como siempre. Pero el lazo
2
Un hondo y profundo suspiro anunció el despertar de Martin. Sus
cansados ojos parpadearon varias veces, enfocando hacia la cama,
donde su pareja estaba inmóvil, incapaz de mirarlo a los ojos.
—¡John! —Con todos sus sentidos alerta de nuevo, se puso de pie y
se acercó hacia él—. Johhny, ¿cómo te sientes? Nunca en mi vida me
había asustado tanto.
Pero John volteó hacia otro lado su rostro lleno de lágrimas,
tratando de buscar refugio en las gemelas.
La tensión podía sentirse en el aire, la angustia de Martin, la culpa
de John…
Jenny y Janie se miraron y se sentaron en la cama. Una de ellas
tomó la mano de Martin y la otra tomó la de John, un beso suave fue
depositado en cada una, y después las unieron.
3
Al día siguiente, Aristide confirmó lo dicho por Martin. Antoine
Dubois había partido rumbo a Quito, con su pasaporte a nombre de
José Antonio Espinoza, antes de que la policía hubiera podido echarle
el guante.
Aunque John trataba de actuar con normalidad, se había sumido en
una profunda depresión. Se recriminaba a cada instante su debilidad y
ni siquiera tenía deseos de visitar a Kurt y Alain. También se mantenía
ajeno a los preparativos de Martin para enfrentar a Zhend. A pesar de
que había dejado en claro que no quería secretos, sentía temor a que
Antoine supiera a través suyo qué era lo que pensaban hacer; y estaba
asustado por una idea que iba tomando fuerza en lo más profundo de
su mente.
Tampoco había vuelto a tener sexo con Martin.
No era éste lo rechazara. Dormían juntos como siempre, pero John
no se había sentido preparado para esa clase de contacto y Martin no se
lo había exigido. Ambos tenían miedo, y se preparaban a su manera
para el encuentro final con Antoine.
Dos días después del incidente con el Hombre de Negro, Martin
apareció con un costoso reloj Rolex Cellini de oro blanco, que puso en
la muñeca de John.
—Acéptalo, por favor. Significa mucho para mí —había pedido, y
4
John jugaba con la cadena de su reloj y divagaba, tratando de dilucidar
más claramente su papel en el modelo matemático del universo. André
le proporcionaba tantos datos que le era difícil asimilarlo todo a la vez.
Se concentró una vez más, buscando contacto con Antoine.
Nada.
Ya no podía sentirlo, pero no estaba seguro de que Antoine no
pudiera sentirlo a él.
Aristide y Martin estaban frente a él, trabajando y John se levantó
de la mesa del estudio, donde había estado simulando que leía.
Deseaba sustraerse unos momentos de la reunión que estaban
celebrando y no se le ocurrió otra cosa que ir a visitar a los dos
ingenieros.
—¿Tardarás, John? —preguntó Martin, alzando la vista del
computador. En ese momento, Aristide abría un compartimiento y
sacaba una pesada espada, con intrincadas figuras en la empuñadura.
El canadiense negó con la cabeza.
—Voy a ver a Kurt y Alain. Hace mucho no tomo café con ellos.
«Ten cuidado, mi amor.»
Cuando John cerró la puerta, alcanzó a oír la pregunta del Ejecutor.
—Jefe, ¿estás seguro de querer volver a usar la espada?
5
—No es el fin del mundo si te acostaste con el Hombre de Negro —
declaró firmemente Alain—. Además, por las fotos que vi, el sujeto no
tiene desperdicio.
—No lo hice por eso —protestó John, esbozando su primera sonrisa
en varios días.
—Lo sé, cherié. Lo hiciste por salvar su alma. No tienes que
avergonzarte de tus buenas intenciones.
—El infierno está lleno de ellas —murmuró el canadiense, mirando
su taza de café.
Kurt entró en ese momento, hablando por el teléfono inalámbrico.
—Sí, jefe. Está aquí. Y ya conseguí un nuevo teléfono satelital y el
equipo de alpinismo que pediste. Hice las reservaciones para esta
noche, para dos personas. Te comunico con Alain para detalles
técnicos —dijo, arrojando el inalámbrico al inválido, que lo atrapó al
vuelo.
—¿Nos vamos a Ecuador? —preguntó John.
—Así es.
El canadiense suspiró.
—Espero que Martin sepa lo que hace.
—Lo sabe —dijo Kurt, poniéndole la mano en el hombro—. No es
la primera vez que se enfrenta a algo así… aunque ese Zhend es mucho
más poderoso.
—¿Martin se ha enfrentado a un demonio como ese?
Alain cortó la comunicación e intercambió una mirada con Kurt.
Luego, el rubio se encogió de hombros.
—Si leíste los archivos, quizá hallaras el caso de Aldael, una
súcubo… Ella tomó posesión de una mujer, Marie Grognard. Era novia
de Martin cuando tenía veinte años.
—No recuerdo ese caso.
—Quizá Martin lo borró —dijo Kurt suavemente—. Estuvo muy
afectado. Nosotros lo descubrimos cuando vaciábamos la información
en el sistema, investigando sus notas y leyendo entre líneas. Ya lo
conoces, suele tomarlo todo con mucha sangre fría, pero este caso casi
se le va de las manos. Luego nos lo contó todo. Él se acostó con la
demonio.
«Es el poder de seducción de los demonios», la frase dicha por
Martin tuvo sentido entonces para John. Ese era el motivo por el que su
amante había querido protegerlo de Antoine.
—¿Y qué pasó?
—Tuvo que matarla… el Círculo se lo exigió. La decapitó con la
Espada de los Eones, una antigua reliquia de su abuelo que usaban los
Antiguos para combatir a los demonios. Esa fue una de las razones por
las que dejó el Círculo. Le costó mucho aceptar lo que había hecho.
6
En el camino de vuelta a la casa, John le seguía dando vueltas a su
idea, convencido de que el don que le había sido conferido debía servir
para algo.
El amor nunca falla.
¿Sería esa la respuesta? Ya lo había ayudado una vez, cuando el
amor de Martin lo había sustraído de los brazos del Hombre de Negro.
¿Sería suficiente?
«Siempre. —Fue la respuesta de André—. El amor es una reacción
química en la hipófisis que genera endorfinas que dan la sensación de
euforia, felicidad, atracción, entre otras emociones placenteras. Las
emociones placenteras logran que la energía fluya más libremente y
que el cerebro actúe con mayor precisión.»
Aunque esa no era la idea que John tenía del amor, el resultado era
el mismo.
Y eso fue lo que finalmente lo decidió.
Tomó un taxi y se dirigió a una casa de empeños donde dejó el
reloj; al salir de allí, hizo algunas llamadas y luego volvió a casa.
Martin lo esperaba, esta vez sin Aristide.
7
—Esta noche partimos a Ecuador —dijo el francés, acercándose a
abrazarlo—. Reservé dos pasajes, pero si no quieres ir, lo entenderé.
Aristide ya partió con todo lo necesario.
John no preguntó, sabía que todo lo necesario incluía armas y con
toda seguridad, la espada. Aristide tenía medios de sacar esa clase de
cosas del país.
—Sé lo de tu novia y el demonio. Los muchachos me lo contaron…
Debiste decírmelo —susurró, acariciándole la mejilla.
8
Momentos más tarde, John cerraba la puerta de la casa de Martin y
tomaba un taxi que lo llevaría al Aeropuerto Charles De Gaulle.
Llevaba uno de los trajes que su amante le había obsequiado, pero
en su muñeca no estaba el reloj, que había dejado en la casa de
empeños para procurarse dinero.
Metió la mano al bolsillo y palpó el medallón que había tomado de
la caja fuerte de Martin, pieza olvidada en el extraño rompecabezas
que vivía. En su otro bolsillo había un tosco croquis de las montañas
en Cuenca, donde una cruz señalaba el refugio de Zhend.
—Lo siento, André… lo siento…
Las gemelas habían sido reducidas del mismo modo que Martin y
por un momento, John temió que André se arrojase sobre él, pero el
físico había permanecido inmóvil, aunque no ignorante de lo que
sucedía y John había cerrado su mente para escapar de él.
Concentrado en su próximo destino, no reparó en los tres hombres
que lo seguían.
Hombres vestidos de negro.
Los hombres del Círculo.
Knowledgeware 4723
1
John llegó a Quito a las nueve de la mañana, hora de Francia, aunque
aún era de madrugada en Ecuador. Apenas puso un pie en el
aeropuerto, se dio cuenta de su enorme temeridad al emprender ese
viaje solo, sin conocer el idioma español y sin estar familiarizado con
la región, pero a la vez, estaba convencido de que le correspondía
cumplir con el papel que le estaba destinado.
Había pasado un susto enorme cuando pensó que lo detendrían a
causa del medallón que llevaba en el bolsillo, pero ni el detector de
metales del aeropuerto de París ni el de Quito lo habían descubierto.
Y eso hizo que se convenciera más y más de que hacía lo correcto.
No había contratado una agencia de viajes por temor a que Kurt y
Alain pudieran rastrearlo, de modo que se encaminó a la oficina de
orientación turística del aeropuerto para informarse de los medios de
transporte a Cuenca. La joven que lo atendió pareció simpatizar
inmediatamente con él y le informó cómo llegar al Terminal Terrestre
donde podía abordar un bus que partía a las seis de la mañana.
John prefirió esperar en el Terminal antes que buscar un hotel. Lo
hacía en parte para ahorrar y en parte para evitar que pudieran hallarlo,
así que se quedó dormitando en un duro asiento hasta que las oficinas
de las agencias de autobuses empezaron a abrirse.
El viaje duraría diez horas, tiempo suficiente para descansar.
Además, le habían informado de un lugar donde podría hallar un guía
que hablara inglés y algo de francés.
2
Martin abrió los ojos y se estiró, confuso, en medio de las mantas.
Sonriendo a medias con el recuerdo del lujurioso John de la noche
anterior, tanteó en busca del amado cuerpo, para encontrarse
completamente solo en la enorme cama.
«¿Johnny?»
En su mente sólo estaba el eco de su propia voz.
—¡John!
Se levantó de un salto y tuvo que sujetarse de la pared, acometido
por un súbito mareo.
Jenny apareció, tambaleante, con el terror más vivo pintado en el
rostro.
—¡John!
La chica tomó un sobre que estaba junto a la mesita. Martin se lo
arrebató de las manos.
Lo siento. Simplemente no podía permitir que tú
hicieras esto. Yo cometí un error, es mi
responsabilidad arreglarlo y creo saber cómo
hacerlo. Por favor, no me sigas. Si tengo éxito,
volveré a ti; si fracaso, de todos modos siempre
estaré a tu lado.
Te ama, John.
Arrugó el papel y lanzó una sarta de maldiciones en italiano. Su
3
John miró el reloj con impaciencia. Eran las ocho de la mañana y el
auto que lo llevaba avanzaba traqueteando lentamente por el viejo
camino sin asfaltar. El guía soltaba de cuando en cuando algún taco en
español y se quejaba de que la paga no era suficiente para dar
semejante rodeo, pero John se mantuvo inflexible: llegarían a la
montaña por el camino antiguo, del que se decía que en tiempos
remotos había sido un lugar que los Cañaris e Incas (antiguos
pobladores de la zona) evitaban con reverente temor, y únicamente
acudían una vez al año llevando ofrendas cuya naturaleza se
desconocía.
Su mirada se perdió entre las montañas, tratando de deducir su
ubicación. Estaba tan concentrado en las alturas que no notó una
camioneta todo terreno, con lunas polarizadas, que subía
silenciosamente por el serpenteante camino. El guía sí lo notó, pero
pensó que se trataba de más turistas excéntricos y empezó a
preguntarse si habría algún fenómeno extraño que pudiera atraerlos,
algún hallazgo arqueológico o lo que fuera.
—Deténgase, por favor. Es por allí —dijo John, señalando un
sendero pedregoso.
El guía lanzó otra maldición: no era posible seguir en el vehículo
por donde se le indicaba. Apenas se detuvo, el canadiense se apeó, con
la mochila a cuestas. Entonces, reparó en el vehículo que los seguía y
4
El avión de Air France volaba sobre el océano y Martin miraba por la
ventanilla con el semblante tenso. En esos momentos, deseó que el
Concorde siguiera volando. Su impaciencia iba en aumento porque ya
era de mañana en Ecuador y según sus cálculos, John habría llegado el
día anterior a Cuenca por tierra, ya que no había vuelos comerciales
desde Quito a esa ciudad. Era muy probable que en ese momento John
estuviese en camino a la cueva.
Estaba seguro de que John conocía exactamente la ubicación de la
entrada a la cueva; recordaba aún cuando André les dijo que podía
5
John se maldijo interiormente mientras avanzaban por un rocoso
sendero. Finalmente, su captor, el hombre alto que dijo llamarse Dirk
Nordman, le había quitado el croquis y el medallón, y apuntándole
siempre con el arma, hizo que recorrieran la ladera de la montaña en
busca de la entrada a la cueva.
De pronto, el cielo se oscureció anunciando una tormenta y una
bandada de pájaros pasó sobre sus cabezas, agitándoles el cabello. Lo
tomó como un buen presagio y su respiración se normalizó un poco. La
comitiva avanzó un poco más, hasta llegar a su destino.
Al encontrar la entrada, miró hacia la escarpada pendiente, tratando
de imaginar a Antoine, niño, sujetándose de los matorrales hasta
quedar inmóvil entre las rocas y encontrar luego la cueva, oculta a la
vista por grandes peñascos que disimulaban su entrada.
Desde lejos parecía la cueva de un zorro o el refugio de un puma;
sin embargo, Nordman la había llamado «la Cueva del Principio de
Todo» y André había señalado su entrada haciendo complejos cálculos
con la información almacenada en su cerebro acerca de su accidente.
—Usted primero —dijo Nordman, en inglés, al aterrado guía,
entregándole un casco provisto de luz—. No sea cobarde, la entrada
debe ensancharse una vez dentro.
El guía se arrastró, gateando, y fue seguido por otro de los hombres
del Círculo. Nordman le entregó a John un casco similar, sacado de su
propia mochila.
6
John había perdido la noción del tiempo. Su reloj se había detenido a
las once de la mañana, pero por el sonido de su estómago, juzgó que
era hora de almorzar. El camino que seguían era plano, por lo que sus
captores los habían atado, aunque les seguían apuntando.
Los pasajes que recorrían formaban perfectos ángulos rectos.
Algunas veces eran estrechos; otras, anchos. Las paredes eran suaves y
parecían haber sido pulidas. Los techos eran lisos y en ocasiones
parecían tener un extraño brillo, como si hubieran sido vitrificados.
Era evidente que esos pasajes no se habían formado por causas
naturales.
Se detuvieron en la entrada de una cámara tan grande como el
hangar de un avión. Parecía ser el centro de distribución hacia los otros
túneles. Nordman sacó una brújula, pero la aguja de ésta no se movió.
—Debe haber algún tipo de energía que interfiere los aparatos —
murmuró por lo bajo y consultó el croquis de John—. Por aquí.
En el umbral de uno de los pasajes encontraron un esqueleto,
prolijamente alineado a un lado y cubierto de un polvo dorado que
hacía que los huesos refulgieran a la luz de las lámparas.
Un olor paralizó momentáneamente los sentidos de John.
Perfume de sándalo.
Él estaba allí, estaba cerca.
—Es un placer verlo de nuevo, John. Es usted conmovedoramente
predecible.
7
Capítulo 18: La cueva 217
Hellson 1: Sinergia
8
Se encontraban en el medio de un gigantesco salón, cuyas medidas
calculó John mentalmente en casi ciento ciencuenta metros, más por
distraer su mente de la angustia que había empezado a sentir, que por
interés verdadero.
Había una especie de mesa en medio de la habitación, rodeada por
siete ¿sillas? Al menos eso era lo que parecían. Había también
9
—¡Allí! —gritó Martin, señalando los vehículos abandonados casi en
medio de la montaña. Jenny y Janie aparecieron a su lado y luego se
teleportaron hacia el vehículo de John, registrándolo.
Peña estacionó el vehículo y bajó con su arma de reglamento en
alto. Esa tarde su mente había sido sacudida por demasiados hechos
insólitos. En otras circunstancias se habría alejado de todo lo que
representaba Martin Hellson, pero órdenes eran órdenes y no podía
traicionar a su superior.
El guía indígena murmuró algunas oraciones y fue el segundo en
bajarse. Estaban en la región a la que los suyos más temían y se negó a
avanzar más, alegando que ya habían llegado a su destino y que no
necesitaba guiarlos.
Martin le dio un puñado de billetes y lo despidió.
«Que baje como pueda», pensó, encogiéndose de hombros, y se
dedicó a seguir, con ayuda de Aristide, las huellas en el lluvioso
sendero, tenso aún porque seguía percibiendo a John muy débilmente.
Las gemelas fueron las primeras en descubrir el exterior de la
cueva. Podían teleportarse dentro, hacia John, pero Martin les había
pedido que no lo hicieran porque no sabía qué podían encontrar allí.
De pronto, el francés y las chicas se estremecieron violentamente.
Habían percibido todo el dolor de John por la muerte del guía, su
desesperación, su odio… Todo había sido muy rápido, pero cuando
cesó, pudieron sentir que el canadiense se alejaba…
Se alejaba.
—¡John! —exclamó Martin—. ¡Dios mío, que no sea tarde!
Knowledgeware 6128
1
John despertó sudando frío y por un momento pensó que todo había
sido una espantosa pesadilla y que Martin estaría dormido a su lado.
Pero la sensación de encontrarse en el duro suelo y el perfume que
flotaba en el aire lo convencieron, antes que abriera los ojos, de que lo
ocurrido había sido real.
Se quedó inmóvil, tratando de decidir qué hacer.
Había confiado en que podría encontrar a Antoine solo en la cueva,
y que con él y con el medallón, habría podido destruir a Zhend o
cuando menos volver a dejarlo dormido.
Pero los hombres del Círculo lo habían trastornado todo y ahora el
medallón estaba en poder de Antoine y él estaba ¿atado? No… sus
muñecas dolían pero no estaban sujetas con cuerdas, sino vendadas. El
dolor era causado por las heridas que se había hecho cuando Nordman
lo ató.
—Abra los ojos, John. Sé que está despierto.
La voz de Antoine resonó en el absoluto silencio de la cueva y John
lo miró con rabia.
—Usted causó todo esto.
—Por el contrario, John. Usted mató a esos hombres. Y debo
reconocer que lo hizo de un modo impecable. A mí me tomó años
lograr el mismo resultado en tan poco tiempo, es más cómodo emplear
a las serpientes.
—Yo… —John titubeó, recordando. Y descubrió que si se hubiera
hallado de nuevo en esa situación, habría hecho lo mismo.
—Lo que usted conoce como el bien y el mal, no existe. Es sólo la
falsa moral que han creado los filósofos. Se lo dije antes y veo que lo
captó.
—Dios mío… ¿los maté? ¿Están muertos, entonces?
—Pregunta retórica. Desde luego que sí. Sus almas y sus cuerpos
alimentaron al Cazador.
—Yo lo hice… —murmuró John—. Yo… ¿soy como usted? —
preguntó con un hilo de voz.
—No —respondió Antoine—. Usted es parte de mí.
—Dios… —El canadiense echó la cabeza hacia atrás, sacudido por
esa revelación. Se refugió en la manta que lo cobijaba, tratando de
huir de la voz de Antoine, sabiendo de antemano que era inútil, que el
hombre decía la verdad.
Había matado. Y estaba horrorizado porque no sentía
arrepentimiento, sino una sensación de haber hecho justicia que era
infinitamente más aterradora.
¿Era parte del Hombre de Negro? Quizá fuera así, pero también era
parte de Martin.
Inevitablemente, sus pensamientos vagaron hacia él,
transmitiéndole toda su desazón.
2
Martin y Aristide avanzaron silenciosamente por la galería, iluminando
el camino con los haces de luz de sus cascos. El Ejecutor sujetaba su
automática, mientras que Martin tenía lista la Espada de los Eones.
El Mayor Peña se había quedado custodiando la entrada a la cueva,
con instrucciones de pedir refuerzos si en cuatro horas ellos no
aparecían.
Ninguno de los dos hablaba, aunque sus movimientos coordinados
evidenciaban que no era la primera vez que trabajaban juntos en una
situación extrema.
Jenny y Janie se movían igual de silenciosas, detrás de ellos. Los
tres miembros de la gestalt podían percibir ahora a John y sentían la
enorme confusión de su mente, la lucha de su cerebro por asimilar una
realidad que golpeaba con fuerza todas sus anteriores convicciones, la
angustia…
3
«Martin… ¡Martin! », clamó la mente de John. Se había sentado en el
frío suelo de la cueva y se frotaba las muñecas. Estaba en una cámara
más pequeña, sobre un saco de dormir. Una lámpara de batería
iluminaba el lugar, en el que había algunos artículos personales,
alimentos enlatados, prendas de vestir. Era el refugio de Antoine.
—Hellson está aquí —dijo el Hombre de Negro. No fue una
pregunta, fue una afirmación basada en lo que él mismo percibía y
John supo que negarlo era inútil.
—Usted me quiere a mi, Dubois. No se atreva a dañarlos…
—Lo quiero a usted. Pero usted y ellos son uno. Lo quiero todo,
John.
«¡TODO!»
—¿Por qué? —cuestionó. Dado que había sido cazado en su propia
trampa, al menos deseaba poder entender.
—¿No lo ha adivinado? Ustedes tienen la fuerza que él necesita
para salir de las tinieblas a las que fue condenado. Él volverá a reinar
como antaño, el segundo advenimiento de Zhend tiene que ocurrir. Y
ya no hay modo de detenerlo.
El canadiense se sujetó las sienes, un dolor punzante martilleaba sin
cesar en su cerebro. Junto a él, en el piso, estaba el medallón con las
dos serpientes. Lo tomó, aferrándolo con fuerza, y sus ojos buscaron
los de Antoine.
—Ese medallón ya no le servirá.
—Usted quería que yo viniera solo. Fue usted quien puso esa idea
en mi mente, ¿verdad? No fue casualidad que yo supiera cómo invocar
a las serpientes y decidiera usarlas. Usted me dejó verlo cuando
tuvimos sexo, en el momento en que se dio cuenta que no podría tomar
mi alma… Usted jugó su última carta, Dubois. ¿Por qué?
Antoine se levantó y comenzó a pasear lentamente por la cámara
mientras hablaba.
—Ya no tiene sentido ocultarlo. Ninguno de nosotros tiene el poder
para detenerlo. La señal ya llegó, el inicio de una nueva Era está por
empezar.
—¿De qué está hablando? ¿Qué Era?
—Escúcheme, John —dijo Antoine, arrodillándose de nuevo en el
piso junto a él—. Escúcheme atentamente porque esta vez seré
completamente sincero. Desde que él me salvó supe que yo era
diferente. No porque pudiera sentir lo que un demonio antiguo podía
transmitirme, sino porque yo era parte de él. Yo era su nexo con el
mundo, su medio de conseguir la energía vital que lo alimentaba. Eso
me hacía diferente, me hacía poderoso. Pero a la vez me esclavizaba y
yo no lo sabía.
Antoine hizo una pausa, escuchando atentamente. Sólo se oía el
rítmico palpitar de Zhend, en la cámara contigua.
—No tenemos mucho tiempo —murmuró, retomando el hilo de su
relato—. Empecé a estudiar, a documentarme para entender lo que
ocurría. Y descubrí que podía tomar cosas de las mentes de algunas
personas. A veces con tocarlas, a veces con mirarlas… era parte del
poder que el Cazador me había conferido. Usaba la energía para
alimentarlo, pero a la vez me alimentaba a mí. También empecé a
soñar con usted, a desear encontrarlo, pero sin saber realmente por qué.
Hallé al Círculo durante esa época, aunque su existencia y sus motivos
me eran indiferentes. Yo vivía mi vida y hasta cierto punto, era feliz.
Pero luego, con el accidente del científico, todo mi mundo cambió. El
Cazador despertó parcialmente de su letargo y comenzó a exigir más y
más…
—Entonces usted empezó a matar.
—No al inicio, pero luego él empezó a necesitarme más. Por ese
entonces descubrí a la entidad que había formado Fauvel con las chicas
mudas y vislumbré un modo de liberarme de sus apremiantes
exigencias. Luego descubrí a Hellson. Pero faltaba una pieza en el
rompecabezas para que todo echara a andar. La pieza era usted, John.
Y ya le he contado que lo busqué durante mucho tiempo. Todo
comenzaba a encajar, a engranar. Usted partió a París con Hellson,
pero las cosas marchaban demasiado lentas para lo que yo estaba
planeando.
—Y usted decidió acelerarlas asesinando a Michelle —espetó John,
con rabia.
—Así fue. Lo necesitaba como es ahora, sin los tabúes que le
habían sido impuestos. Y no había tiempo, las señales llegarían y
4
—Sentí su voz —dijo Martin en un susurro—. Lo sentí, está asustado.
Trata de advertirnos sobre algo, pero no lo entiendo…
Aristide asintió gravemente. Su haz de luz acababa de iluminar la
primera cámara, posándose sobre el esqueleto cuyos huesos dorados
lanzaban destellos.
—Por aquí.
Las gemelas flanquearon a Martin. Ellas podían percibir el palpitar
de Zhend, el miedo y la angustia de John, la indiferencia de Antoine.
Podían percibirlo pero no podían comunicarlo pues la facultad de
hablar les había sido negada al nacer.
Se miraron en mudo entendimiento, sabían que John las necesitaba.
Y entonces, a pesar de la advertencia de Martin, desaparecieron y se
teleportaron a la cámara en la cual todo se inició.
Martin y Aristide corrieron hacia la cámara donde estaba el
zoológico de metal, deteniéndose apenas para orientarse. Las reliquias
no tenían ahora ningún valor para el francés, pues lo que más apreciaba
se hallaba en peligro.
El instinto le dictó entrar hacia una galería oscura y cuando llegó a
la cámara hacia la que ésta conducía, tuvo que hacer un esfuerzo
enorme por no gritar.
5
John se hallaba ante Zhend, con los sentidos embotados. Había
intentado enviar una advertencia a Martin, pedirle que se alejara. Pero
el Cazador controlaba su coto de caza, esas tinieblas de roca eran sus
dominios. Su fuerza mental lo dominaba todo.
Se sentía atrapado, como un cachorro desvalido junto a su amo
cruel. Y pudo comprender el dolor de Antoine, la desesperación que
sintió al intentar un acto casi suicida para liberarse y la aceptación final
6
Dos fogonazos brotaron casi en simultáneo y el Ejecutor se desplomó
con un ronco gemido. Antoine sostenía en la mano una pistola
humeante con la que apuntó al francés.
—Quédese donde está, Hellson, o le volaré la tapa de los sesos.
Entonces todo se sucedió con una rapidez asombrosa.
Primero, las gemelas se teleportaron hacia Antoine, luchando con él
para arrebatarle la pistola, que disparó varios tiros al aire mientras el
hombre las trataba de apartar en inútil esfuerzo, pues ellas simplemente
desaparecían y aparecían de nuevo.
Mientras tanto, los tentáculos del Cazador ciñeron las piernas de
John, atrayéndolo con una fuerza irresistible, al tiempo que su mente se
apoderaba de él.
Todo ocurrió tan rápido que Martin apenas tuvo tiempo para
analizar la situación y decidir la acción a seguir.
Y esa acción fue correr hacia Zhend y enterrar una y otra vez la
Espada de los Eones en la palpitante carne, buscando
desesperadamente un punto vital.
Un chorro de sangre negra le manchó las manos y un tentáculo le
golpeó el rostro con tal fuerza que lo hizo retroceder. Otros tentáculos
sujetaron sus pies y le hicieron perder el equilibrio.
Ahora se encontraba frente a John, prisioneros ambos en la blanda
carne negruzca de Zhend.
—Hola, Johhny. Cambia esa cara de funeral…
7
Los sentidos aún embotados de John comenzaron a despertar
lentamente.
Se hallaba sobre algo blando. Blando, pero vivo… como si
estuviera dentro de un enorme molusco, envuelto en su palpitante
carne, incapaz de moverse.
No sentía miedo, ni siquiera dolor.
Una sensación de paz comenzaba a inundarle la mente.
«Eso es, John. No se resista… dolerá menos si no pone
resistencia.»
La voz de Antoine, nítida en su mente, lo devolvió de golpe a la
realidad.
Abrió los ojos y vio que estaba rodeado de esa materia viva. ¿La
carne del Cazador? ¿Había sido devorado por él?
Intentó hallar a Martin y a las gemelas y los percibió débilmente,
lejanos, como si no se encontraran en el mismo lugar.
Quiso hablar, pero su cuerpo no le obedecía.
Estaba laxo, yaciendo en esa oscuridad palpitante que le iba
robando poco a poco las fuerzas.
Y entonces, el dolor comenzó.
Déjame hablarte de mí y entenderás lo que significa el no-ser.
La frase tuvo entonces el más cabal de los sentidos, porque en ese
momento podía sentir todo el dolor que Antoine había experimentado,
escogido su destino.
Un sonido suave, que brotaba del fondo de la tierra, hizo que su
carrera se apresurase.
8
Salieron de la cámara principal tropezando, y corrieron por el suelo
rocoso que palpitaba suavemente bajo sus pies. La huida, a pasos
apresurados, se prolongó por algunas horas, hasta que al fin avistaron
las escaleras de cuerda que los devolvería al mundo exterior. La
montaña seguía temblando suavemente, como anunciando una
catástrofe de mayores proporciones.
Con una última mirada hacia atrás, John sujetó la escala y comenzó
a subir.
—Esto no me gusta nada —dijo Aristide, olfateando el aire.
Algo se avecinaba. Algo fuerte… Y eso sólo les dio alas para subir
más de prisa.
Martin pidió a las gemelas salir de la cueva. Quería mantenerlas a
salvo mientras ellos subían. El ascenso continuó penosamente. No
sentían las manos y el cansancio se estaba apoderando de ellos.
Cuando se encontraban en el tramo final, oyeron una voz:
—¡Doctor Hellson!
El Mayor Peña se hallaba allí, con un contingente de emergencia.
Apenas había sentido los primeros ruidos en la montaña, horas antes,
había llamado refuerzos.
John tomó la mano que el militar le tendía y subió. Miró el abismo
bajo él y soltó el medallón, que cayó tintineando hacia las
profundidades.
Ese fue el comienzo del desastre.
El sonido rítmico y suave cobró mayor intensidad, mientras que las
paredes de piedra se estremecían.
—¡Un terremoto! —gritó Martin.
El techo se empezó a derrumbar sobre ellos y corrieron en confusa
huída, arrastrándose por el último túnel hacia la salida.
Afuera, llovía a cántaros, como si el cielo llorase la catástrofe que
9
—Se acabó… se acabó por fin —susurró Martin, aferrando con fuerza
el delgado cuerpo de John, palpándolo para asegurarse que se
encontraba bien, que no había sufrido ningún daño.
—Lo siento… lo siento tanto… Yo creí…
—Lo entiendo —dijo el francés—. Entiendo cada cosa que hiciste y
entiendo también que esto tenía un proceso. Pero a partir de ahora,
quien dará las órdenes seré yo.
—Prometido. —John sonrió.
Buscaron sus labios, ansiosos por recuperarse, llorando sin
importarles las miradas asombradas de los militares. Se abrazaron
como si el mundo fuera a acabarse y las gemelas se unieron a ese
abrazo.
En sus mentes, estaba también la voz de André.
«Sinergia. El todo es mayor a la suma de las partes…»
«No lo olviden…»
«Jamás…»
10
Estaban en el otro lado de la montaña cuando ocurrió la apoteosis final.
Un terremoto, el más fuerte registrado en la historia de Ecuador,
estremeció las montañas desde su base. Diez grados en la escala
modificada de Mercalli, destrucción total en miles de kilómetros a la
redonda.
Grandes bloques de piedras obstruyeron el camino lluvioso,
milagrosamente sin aplastarlos, y tuvieron que esperar horas para ser
rescatados en helicóptero.
Pero nada de eso les afectaba.
Estaban juntos. Juntos podrían hacer lo que fuera, podrían vencer
todos los obstáculos…
Juntos…
Siempre juntos.
Epílogo
1
John y Martin entraron a la habitación del hospital, tomados de la
mano.
Aristide estaba vestido, esperándolos para volver por fin a su amada
Francia. Una semana de cuidados había sido suficiente para que el
viejo veterano de Vietnam estuviera listo para partir. Detestaba los
hospitales y estaba habituado a cuidar de sí mismo; además, con tantas
víctimas del terremoto, la ciudad estaba en crisis e incluso en las
instalaciones del Hospital Militar donde se encontraba el Ejecutor,
había camas de emergencia con heridos instaladas en los pasillos.
«Una catástrofe de proporciones bíblicas», se dijo Martin mientras
se abría paso entre las camas para llegar junto a Aristide. ¿El fin de una
Era? ¿El principio de otra? No lo sabía, pero sí estaba seguro de algo:
John no era el mismo hombre que conoció. Todos habían cambiado
sutilmente, pero en John el cambio era más notorio. Su mirada
mostraba ahora una indefinible tristeza, quizá motivada por lo que se
vio obligado a hacer con los hombres del Círculo, o quizá por su
convicción de que, de algún modo perverso, había estado unido a
Dubois y por consiguiente, a Zhend.
Sí, había cambiado. Y aunque estaban más unidos que nunca,
Martin no estaba seguro si el cambio sería para bien. Era como si otro
terremoto hubiera ocurrido en la mente de John y sólo el tiempo podría
ayudar a curar las heridas.
—Hola, jefe —saludó alegremente Aristide—, es bueno volver a
hablar en francés, hasta temí olvidarlo. ¿Ya nos podemos ir?
—Claro. El avión saldrá en dos horas. Pronto estaremos en París.
—¿Puedes caminar? —murmuró, dubitativo John, al ver a Aristide
maniobrar el bastón que le habían dado.
—Desde luego. —Fue la rotunda respuesta y el veterano se irguió
para dar varios pasos seguros.
—Aristide es un hueso duro de roer —dijo Martin, palmeando la
espalda del Ejecutor.
Epílogo 239
Hellson 1: Sinergia
2
La furgoneta de Kurt enfiló a toda prisa por la rue du Landy hacia el
puente de Saint Ouen, después de recoger a los viajeros del Aeropuerto
Charles De Gaulle. Sus ocupantes se sentían al fin más ligeros y libres.
John y Martin estaban juntos, con las manos entrelazadas. Aristide
estaba sentado frente a ellos, pálido aún, pero con el semblante
tranquilo. En el aeropuerto, los cinco se habían abrazado efusivamente
y ahora hablaban con calma de todo lo ocurrido.
—Celebremos la muerte de Zhend, el Gran Molusco de la
Dimensión Desconocida, y de sus creaciones —exclamó Alain—. Me
alegro de que así fuera, nos estaba causando demasiados problemas.
—Hay otros como él —murmuró John—, pero están dormidos en
los confines del mundo...
—Pues mejor para ellos —repuso el inválido—. ¿Pueden
explicarme de nuevo todo ese enredo de la gestalt?
Martin repitió la historia, con voz pausada. Estaba feliz de volver a
casa, pero añoraba pasar unos momentos a solas con John, ya que
Epílogo 240
Hellson 1: Sinergia
3
Los dedos de John trazaron su camino por la espalda desnuda de
Epílogo 241
Hellson 1: Sinergia
Epílogo 242
Hellson 1: Sinergia
4
Apenas había pasado una semana cuando John decidió cumplir con la
promesa que hiciera tiempo atrás a Martin y subió las escaleras
llevando la bandeja del desayuno. Abrió la puerta empujándola con el
pie y sonrió a su amante, que lo esperaba acostado.
—Prometí un desayuno canadiense —anunció el profesor, dejando
la bandeja sobre la mesita—. Pero lo combiné con croissants para que
no protestaras.
Jenny apareció de pronto sobre la cama y su hermana abrió la
puerta y se acercó caminando. Llevaba un vestido amarillo estampado
con diminutos soles y lucía radiante.
Los amantes hicieron un gesto de contrariedad, aunque no estaban
verdaderamente molestos con la interrupción. Las gemelas jamás
habían interrumpido un momento íntimo y si habían aparecido ahora,
era porque percibían que podían hacerlo. Desde su llegada, habían
trasladado al científico a una de las habitaciones de la planta baja y a
las gemelas a la habitación contigua, pues no tenía sentido seguir
ocultándolos del Círculo.
Martin las miró de reojo.
—¿Qué han hecho con André?
—Lo han dejado en el jardín —dijo John. Janie soltó una risita
mientras Martin se levantaba, desnudo, e iba a mirar por la ventana,
confirmando lo dicho por su novio.
—Está bien… sólo espero que no llueva.
Epílogo 243
Hellson 1: Sinergia
Epílogo 244
Hellson 1: Sinergia
5
Varios meses después, John borraba el pizarrón de su aula, pensando…
Le había costado mucho asimilar lo ocurrido en la cueva, cuando
mató a esos hombres, y mucho más aceptarlo. Pero lo había hecho
aislando el episodio en su mente, como si hubiera sido un suceso muy
lejano; y haciendo luego todo lo posible por olvidarlo. Olvidar que
Antoine le había dicho que era parte de él.
Y ahora, por un hecho puramente casual, volvía a pensar en el
Hombre de Negro.
La casualidad no existe en el universo.
Epílogo 245
Hellson 1: Sinergia
Epílogo 246
Aurora Seldon
www.auroraseldon.com
Colección Homoerótica
http://www.coleccionhomoerotica.com
Indice
Capítulo 1: El despertar 9
Capítulo 2: El encuentro 21
Capítulo 3: París 32
Capítulo 4: La aparición 44
Capítulo 5: El medallón 55
Capítulo 6: Hombre o demonio 67
Capítulo 7: André 79
Capítulo 8: Chauchilla 90
Capítulo 9: Serpientes en espiral 101
Capítulo 10: Unión 114
Capítulo 11: Empatía 127
Capítulo 12: El cazador de almas 140
Capítulo 13: Dubois 152
Capítulo 14: La sesión 162
Capítulo 15: Descubierto 173
Capítulo 16: Traición 185
Capítulo 17: Revelaciones 198
Capítulo 18: La cueva 211
Capítulo 19: Sinergia 224
Epílogo 239