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De Borges a María Kodama

Prólogo de Rolando Costa Picazo

"Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama"

Sólo tú eres. Tú, mi desventura


Y mi ventura, inagotable y pura.

J.L.B. "El enamorado"

María Kodama ya está en textos anteriores a los que Borges le dedica de


manera explícita. La poesía del maestro se va llenando de una presencia no
nombrada pero no por eso menos sentida. Domina el bellísimo poema "El
amenazado", por ejemplo, de El oro de los tigres, de 1972:

Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo...


El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.

Está también en "Ulrica", en todos los poemas sobre Islandia, país que
recorrieron y amaron juntos. Subyace en "La cierva blanca", y en "El Oriente",
y en "Las causas". Y cierra "Elegía del recuerdo imposible":

Qué no daría yo por la memoria


De qué me hubieras dicho que me querías
Y de no haber dormido hasta la aurora,
Desgarrado y feliz.

Luego vienen sus últimos poemarios: Historia de la noche, La cifra, Atlas, Los
conjurados, todos dedicados a María. Para Borges, para quien la literatura es la
experiencia más penetrante y profunda, un libro es una prueba de amor. Por eso
todos sus libros de ahora en más serán para ella: libro, amor; amor, María
Kodama. Ahora ya la nombra, no puede dejar de nombrarla y proclamarla,
como una invocación constante, una palabra de magia, un mantra. Así lo dice
en la “Inscripción" de La cifra): "Yo pronuncio ahora su nombre, María
Kodama". María ya no se le cae de la boca. Es su júbilo, su pasión y su
consuelo. La llama, la evoca, la invoca en el "Bastón de laca", "El viaje en
globo", "La brioche", "Graves en Deya", "Esquinas", "El laberinto", "El 22 de
agosto de 1983". De la mano de María entra una nueva pasión por el Oriente y
por la poesía tradicional japonesa. Y Borges compone haiku, fascinado por la
condensación de significados y la con cisión de la imagen.
En una oportunidad le oí decir a Borges: “Cuando algo termina, algo más
empieza”. Es que con la entrada de María en su vida, todo lo anterior ha
terminado: ella empieza el último capítulo feliz, el definitivo.

María Kodama

Catálogo de la Exposición “de Borges a María Kodama”, Centro Cultural


Recoleta ( Buenos Aires, 30 de noviembre al 24 de diciembre de 1995)

¿Qué era para nosotros el arte? Era la mágica posibilidad de percibir la realidad
a través de sonidos, de colores, de texturas que, transmutados por la alquimia
de la creación, ofrecen el espejismo de otra realidad.
Era la emoción compartida, porque usted supo, cuando al pie de la escalinata
del Louvre alcé los ojos y descubrí a la Victoria de Samotracia, que en ese
instante, anulado el tiempo, se superponía a esa escultura la imagen de una
lámina en un libro de arte que mi padre me regaló. Con ese libro, me dio, a los
cuatro años, sin que yo lo supiera, la primera lección de estética de mi vida. Me
enseñó qué era la belleza. Recuerdo que, ante mi desencanto porque la figura
no tenía cabeza, un rostro, con infinita paciencia me dijo que observara los
pliegues de la túnica agitados por la brisa del mar. Detener en ese movimiento,
para la eternidad, la brisa del mar, eso era la belleza. El arte y sólo el arte podía
lograrlo.
No lo olvidé nunca; esto signó de algún modo mi vida y se proyectó en lo que
sería nuestra relación. Nuestra decantada relación, que fue pasando, a través del
tiempo, por distintas facetas hasta culminar en el amor que nos habitaba mucho
antes de que usted me lo dijera, mucho antes de que yo tuviera conciencia de
mis sentimientos.
Ese amor que, revelado, fue pasión insaciable para colmar el sentimiento vago,
indescifrable, que experimenté por usted siendo niña, cuando alguien me
tradujo un poema dedicado a una mujer a la que amó años antes de que yo
naciera. A esa mujer a la que le decía:

I can give you my loneliness, my darkness, the hunger of my heart;


I am trying to bribe you with uncertainty, with danger, with defeat.

Ese amor del que fue dejando trazas a lo largo de sus libros, sin decírmelo,
hasta que me lo reveló en Islandia. Ese amor protegido, como en la "Völsunga
Saga", por un mágico círculo de fuego, cuyo resplandor nos ocultaba de las
miradas indiscretas, para poder ser Ulrica y Javier Otárola, nombres que elegí,
de todos los que nos dábamos, para grabarlos en la estela de piedra que señala
el punto desde el que su alma entró en el Gran Mar, como llamaban a la muerte
los florentinos; pero que, a la vez, relata nuestro encuentro. Aunque parezca
una paradoja, la muerte y la vida no son signos opuestos, sino que son un solo
fluir, y el vínculo entre el ser que parte y el que queda es el amor.
Por eso, cuando me trajeron el proyecto para hacer una exposición de pintura
inspirada en las obras que usted me dedicó, sentí temor de esa materialización
que sus palabras sufrirían al convertirse en motivo de inspiración para otros
creadores. Sin embargo, reflexioné en la intensidad de los momentos que
vivíamos en los museos, a lo largo y a lo ancho del mundo, y pensé que esa
podía ser una maravillosa alquimia que exaltaría el Amor buscado a tientas por
dos almas aún sin nombres, que fueron, son y seguirán siendo un hombre y una
mujer, Tristán e Isolda, Dante y Beatriz, Frida Kahlo y Rivera, Ulrica y Javier
Otárola, poco importa cómo se llamen, si en el encuentro sienten que se
pertenecen con esa llama de pasión inextinguible que no se consume, sino que
da fuerzas para sentir que, aun en el infierno, como Paolo y Francesca, ese
castigo no es terrible porque lo comparten. Hasta el infierno es ilusorio, como
es ilusorio el mundo, para los que se aman, porque sólo ellos existen.
Esa dinastía que no se hereda ni se compra es un desafío y un don que debe
preservarse a lo largo del tiempo de nuestra vida y más allá aún, a través de los
siglos, por la magia del arte.
Desde el centro de nuestro jardín secreto se alza esa llama que pertenece a la
dinastía de los amantes. A partir del encuentro, gracias al acordado movimiento
de los astros, o al azar, según queramos, sigue construyéndose esa invisible
cadena que, transmutada en arte o por el simple hecho de existir, hará que las
nuevas generaciones sigan creyendo en la armonía del mundo, a pesar de todo.
Esa llama que espero sea como un faro cuya luz alcance el inimaginable confín
del universo, para que si algo, de alguna forma, persiste del alma humana, le
llegue y sienta que esa llama, hecha de amor, de lealtad, de pasión, que una vez
compartimos, sigue viva en mí para usted "for ever, and ever... and a day".

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