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Madres que matan

Un estudio de caso1

Por más sagrado que sea el ser humano (igualmente esa vida
que contiene en sí: la vida terrenal, muerte y posteridad) no lo son sus
condiciones o su vida corporal que sus semejantes convierten en
precarias. Probablemente no valga la pena investigar el origen del
dogma de la sacralidad de la vida. Posiblemente sea algo muy reciente.
Una última confusión de la debilitada tradicional occidental por querer
recuperar al santo que ha perdido en la inescrutabilidad cosmológica.
Walter Benjamin

CeReiD: Centro Regional de Estudios Interdisciplinarios Sobre el Delito


Sede: Junín de los Andes – Neuquén – Patagonia Argentina –
Correo electrónico: cereid@educ.ar
Beatriz Kalinsky

Introducción

En este artículo se retoma el tema de la criminalidad femenina2 referida


a las madres que matan a sus hijos cuando ya ha transcurrido el período
puerperal, tomando como franja etárea de uno a diez años aproximadamente.
En esta ocasión se quiere mostrar, en la línea metodológica
antropológica de estudio de caso, la importancia epistemológica que tiene
recobrar la voz de los protagonistas para entender este fenómeno social. Si
bien resulta perentorio inclinarse por una política de prevención del delito, en
general y, en este caso en particular, detectar con premura posibles indicios de
que pueda ocurrir una masacre familiar, se trata por ahora de una situación
poco estudiada desde el punto de vista de la investigación social.
La hipótesis con que se trabaja consiste en que estas madres no son, en
términos generales, enfermas mentales3; pero sí son víctimas de violencia

1
Los nombres y lugares fueron conservados dado la enorme publicidad del caso y el
conocimiento comunitario acerca de él. Además, la misma ahora condenada
autorizó el uso de su nombre verdadero. Cabe anotar que los expedientes
judiciales son un instrumento público y las identidades deben resguardarse en
forma obligatoria solo en el caso de menores. Esta masacre familiar ocurre en la
ciudad de Cutral Có, Provincia del Neuquén, Argentina, en la navidad de 1999.
2
Kalinsky, B. En prensa
2

familiar, pasada o presente, o ambas, estando sus hijos ubicados en una


posición de fragilidad, donde pueden descargarse emociones insospechadas
hasta por la propia mujer.
Si bien no todas las mujeres sometidas a las consecuencias de la violencia
doméstica dan la misma respuesta, algunas de ellas lo hacen. Se empiezan a
dar significados bizarros a la presencia de los hijos, tales como que son una
prolongación del padre, que nada tienen que ver con ella o que no puede
dejarlos en las manos de un hombre que golpea. Se va rompiendo
paulatinamente el lazo afectivo con los hijos, una suerte de “duelo”
compensatorio de una situación perturbada; y esa distancia emocional creada
deja un margen para actuar desconociendo el vínculo de parentalidad
existente.
A veces los hijos no son golpeados pero son fieles y constantes testigos
involuntarios del trato que se la somete a su madre.
¿Qué tienen de particular las situaciones que desencadenan las masacres
familiares4? ¿Cuáles pueden ser razones por las cuales una madre atenta
contra la vida de sus hijos? ¿Se puede llegar a alguna conclusión al respecto o
a un mejor planteo del problema?

La condena

Dice el Diario Río Negro5 en su edición del 25 de julio de 2001

Perpetua para Ibáñez por masacrar a su familia


La Justicia le aplicó la pena más alta. La halló culpable de degollar y balear a
su esposo y a sus dos hijos. Actuó con alevosía, bajo "una tormenta
psicológica" pero sabía lo que hacía.
Ibáñez fue condenada ayer a reclusión perpetua, la pena más alta que
contempla la ley. La justicia la encontró culpable de los asesinatos de su
marido y de sus hijos, a los cuales degolló y baleó poco antes de la Navidad de
1999 en su vivienda del aeropuerto de esta ciudad.
La pena fue tan dura porque los jueces tuvieron en cuenta dos hechos que
agravaron los homicidios: el primero, que las víctimas tenían un vínculo familiar
directo con la autora. El segundo, que las atacó cuando estaban dormidas e
indefensas, aunque uno de los jueces opinó que el marido sí pudo reaccionar.
La incógnita que perdurará quizá para siempre es por qué lo hizo; los jueces
creen que actuó bajo una "tormenta psicopática", y que su personalidad

3
La cuest ión de un déficit de personalidad no at endible com o enferm edad m ent al
(psicopatía o conducta asocial) sigue abierta. (Kalinsky)
4
Que pueden incluir o no la muerte del esposo.
5
Este diario es regional, fundado en 1912, y da amplia cobertura a este caso.
3

"agresiva, carente de amor, sin culpas ni remordimientos" fue el motor de la


masacre. El fiscal opina que mató a toda su familia porque eran un estorbo
para su desarrollo personal
"Esto no nos quita el dolor pero por lo menos se hizo justicia", dijeron entre
sollozos los familiares del marido. Apenas conocido el fallo se abrazaron
emocionados.
Sara Ibáñez no se presentó a la audiencia y sus hermanas sólo escucharon el
primer tramo de la lectura; apenas entrevieron que habría condena,
abandonaron la sala donde se realizó la diligencia.
La sentencia de 43 fojas fue leída entre las 13.05 y las 13.55 por el presidente
de la Cámara de Zapala, Víctor Martínez, quien estuvo secundado por los
vocales Enrique Modina y Oscar Rodeiro y el secretario Fernando
Rubio.
Los tres jueces estuvieron de acuerdo en el nudo central de los hechos: entre
la madrugada y la mañana del 22 de diciembre de 1999, Sara Ibáñez (36 años)
asesinó al marido (29), su hija(4 años y 9 meses) y su hijo (20 meses). Utilizó
un enorme cuchillo con el cual los degolló y dos armas de fuego calibre 22, un
revólver y un rifle, con los cuales baleó a su pareja y a su hijo varón. Los
disparos fueron
efectuados a quemarropa.
Después se provocó una profunda herida en el cuello para fingir un ataque y
permaneció 48 horas junto a los cadáveres.
La masacre fue descubierta el 24 de diciembre al mediodía por un amigo de la
familia. Ibáñez nunca declaró ante la justicia, pero a los médicos que la
atendieron les dijo que el autor de los crímenes había sido su marido.
Cuando estaba internada e impedida de hablar por una traqueotomía, la
imputada escribió una larga carta explicando cómo habían ocurrido los hechos.
En ella los jueces encontraron cuatro mentiras que la convirtieron en
sospechosa.
En su parte sustancial, el manuscrito dice: "al agarrarme del pelo, golpearme
con el arma en la cabeza, me deja caer sobre el piso y me hace la herida en la
boca, y seguramente por estar inconsciente me lastima con el cuchillo en el
cuello. Cuando recobro el conocimiento alrededor de las 10 de la mañana traté
de levantarme y me encontré con el desastre sucedido (los cadáveres de sus
hijos y su pareja). Yo agarré el arma ya sin carga (el revólver) y me vuelvo a
desvanecer por la pérdida de sangre.
La carabina yo la agarré porque hubiese querido terminar como mis hijos y no
la sé usar (...) él seguramente al tomar conocimiento de lo que había hecho
decidiría matarse porque yo jamás les haría daño ni a él ni a mis hijos".
Las cuatro mentiras son: Blanco no la lesionó en el cuello, porque la herida
tiene características que demuestran que fue autoprovocada; no es cierto que
no sabía usar armas de fuego, porque hay testigos que la vieron hacerlo; no es
cierto que hubiera querido morir como sus hijos, ya que en ese caso se podría
haber pegado un tiro; y por último no es cierto que Blanco se suicidó, ya que
las características de sus lesiones permiten desestimarlo (por ejemplo, tenía
dos balazos disparados con distintas armas que entraron por el mismo orificio
en el pecho).
Además la imputada tenía restos de pólvora en sus manos, y las de su marido
estaban limpias.
4

Los jueces consideraron el hecho "brutal" y "repugnante", y dijeron que la


autora demostró "peligrosidad" y utilizó un mecanismo "impiadoso" para
cometer los crímenes. Por eso aplicaron la pena más dura.
Los motivos de una pena tan severa
El presidente del Tribunal, Víctor Martínez, expresó ayer en la sentencia que
"este es el más brutal de los hechos que me tocó juzgar, y de los más
repugnantes que he tenido noticias".
La diferencia entre la prisión y la reclusión perpetua casi no existe en los
hechos. El Código Penal establece que los presos y los reclusos deben cumplir
su detención en establecimientos distintos y bajo regímenes diferenciados, lo
cual no ocurre en la práctica.
La severidad de la pena está relacionada con la gravedad de los delitos: las
víctimas eran familiares directos de Ibáñez, y ella actuó con alevosía (a traición
y sobre seguro): según los jueces, el marido y los niños dormían cuando los
degolló.
Ibáñez estaría en condiciones de solicitar la libertad condicional dentro de 20
años.
El móvil quedó en el misterio.
Los móviles de estos crímenes serán un misterio, pero el motor sin dudas fue la
personalidad psicopática de la imputada, detectada por el médico forense y que
no pudo disimular su conducta a lo largo del juicio, pese al compungimiento
ante las imágenes exhibidas". Así lo expresó en la sentencia el presidente del
Tribunal, Víctor Martínez.
El motivo que desató la masacre es el gran interrogante que nadie pudo
despejar hasta ahora.
Cuando pronunció su alegato, el fiscal Ladislao Simon opinó que la imputada
consideraba a su familia un estorbo para su desarrollo personal.
Recordó una carta que escribió mientras estaba internada: "esta señora nos
dice que siempre tuvo los labios carnosos, que mide 1,55 metro, pesa 48 kilos,
que está en la flor de la edad y con todo por vivir". Tras cometer los crímenes
"se aprestó a enfrentar la notoriedad y se preparó para su futura vida, con sus
labios carnosos", agregó.
Ese atributo físico fue retomado en la sentencia. El juez Oscar Rodeiro escribió:
"esta mujer de labios carnosos, como ella misma gusta llamarse, tiene una
personalidad psicopática".
Al igual que sus colegas Martínez y Enrique Modina,
fundamentó largamente que ese trastorno en la personalidad de la imputada no
le impidió comprender lo que estaba haciendo cuando mató a toda su familia.
También descartaron que haya padecido un estado de emoción violenta o de
locura temporal, como había esgrimido el defensor.
Durante el juicio, la mujer se mostró dolida. Y se retiró cuando proyectaron de
un video tomado por la policía en el lugar de los crímenes.
"No tengo dudas que Sara Ibáñez, en virtud de la personalidad psicopática que
posee, ha actuado bajo una tormenta psicopática provocando la muerte de su
esposo y de sus dos pequeños hijos", escribió Rodeiro.
Para Martínez, ese trastorno fue el motor de la masacre. El móvil "será un
misterio", dijo en el mismo fallo.
Ibáñez no asistió.
5

Las voces acalladas 6

Antes de juntarse ella llevaba una vida independiente. Trabajaba y se


mantenía por sí misma. Tuvo varios trabajos.
En su tiempo libre se divertía, vestía bien, maquillada, y tuvo varios novios
sucesivos.
Cuando eligió a su marido, le dijeron que de todos los novios lindos que
había tenido, había elegido el peor.
Lo conoció militando en un partido político, era representante de la juventud,
pero cuando se junta ya se va de la militancia. Sabía que era golpeador,
alcohólico, pero había decidido asentarse con una pareja y formar una familia.
Ella vivía en ese tiempo en lo de una familia, y él se fue quedando hasta
que al final se juntaron.
Por esa época él tuvo una operación de vesícula; como ni se cuidó ni
con la comida ni con la bebida, tuvo una recaída y se lo llevaron a Neuquén.
Ella viajaba todos los días después del trabajo para cuidarlo. Incluso fue quien
lo acompañó en el traslado pero en un auto de un amigo.
Pero cuando le dan de alta, el marido decide hacer la convalecencia con la
primera mujer con quien tiene una hija, en otra localidad donde pasa unas
semanas. Ella se entera pero no dice nada.
Ya estaba embarazada de la nena y si no podía juntarse la iba a tener y criar
sola. Ella dejó de trabajar para que trabajara él. Él cuando no trabajaba se
quedaba en su casa pero no cuidaba a la nena.
Dice que el marido seguía “atorranteando”, que los padres le trabaron el futuro
a todos los hijos, no los dejaban progresar, les molestaba su felicidad, no los
dejaron estudiar. Ella seguía enamorada, pero según dice ella, él se casó
porque en el trabajo le dijeron que podría cobrar algo por salario familiar.
El hijo nace con muchos problemas, incompatibilidad de sangre, por lo que
necesita mucho soporte médico. Tiene problemas de hígado y asma.
Para Sara, ella y los chicos eran una carga para el marido.
Relata que el marido era muy celoso, no le enseñó a manejar porque “se iba a
ir con los novios”. Tampoco la dejaba salir y cuando lo hacían, iban todos

6
Esta parte corresponde a una síntesis de entrevistas mantenidas con Sara durante
el lapso comprendido entre enero de 2001 a julio de 2002.
6

juntos porque no tenía con quién dejar a los chicos, además que eran muy
pequeños.
El marido la golpeaba mucho, y ella no respondía porque no era capaz
de recibir un golpe y no devolverlo.
El marido tenía mucha fuerza, ella es chiquita proporcionalmente. Y cuando
estaba borracho tenía más fuerza aún. Siempre discutían por cuestión de
dinero o celos.
No hacía las denuncias por golpes porque nadie sabía que la golpeaba. A
veces andaba con anteojos negros o se maquillaba. Le daba vergüenza, y
además no hay comisaría de la mujer, no tenía dónde irse con los chicos.
Además ella ya no trabajaba y tenía la experiencia de su hermana que una vez
separada, el marido la perseguía todo el tiempo. Entonces, ¿para qué
separarse si iba a ser lo mismo o peor?
Dice que el papá quería más a la nena. Le decía que ella criaba al nene como
un “puto de mierda, que lo criaba maricón, que no tenía que llorar, que iba a ser
un puto”.
Al nene nunca le compró ropa, usaba ropa regalada. Cuando ella le pedía algo
para el nene, contestaba “Ah! No me puedo comprar para mí porque tenemos
que comprarle al nene”.
Sara dice que su marido le tenía envidia. A sus ojos, bonitos por cierto,
los llamaba “ojos podridos” que no descartamos que pueda ser una forma
cariñosa de referirse a ellos viniendo de un alguien muy rudo. Sin embargo, a
veces solía decir que se iba a comprar lentes de contacto de ese mismo color.
Le reprochaba que cuando salía se cambiaba y que no se ponía linda para él.
Siempre decía que todas las cosas le salían mal.
A veces, y en tono de broma, los amigos le decían qué lindos hijos tenía y que
no parecían de él. En esos casos, volvía furioso a la casa y la empezaba a
golpear
Le reprochaba todo lo que le compraba. Nuca le dijo que se quería ir, en cuanto
lo pensaba esa idea se le iba de la cabeza.
Le había costado mucho sacarlo de a vida de joda, le consiguió trabajo y fue
finalmente responsable por el trabajo en el Aeropuerto, pero es ahí justamente
donde vuelve a la “joda”.
7

Mantenía la esperanza que a futura iba a tener una vida un poco mejor. Sabía
que le era infiel pero nunca lo pudo comprobar, incluso con su ex mujer.
Pero él nunca decía de irse. Necesitaba que el esposo recapacitara.
Finalmente, saca la conclusión de que ya no se podía más, que se fuera
siempre que le dejara a los chicos.
Un día, poco antes de los hechos, la nena se puso a llorar porque no se quería
ir a su casa. El padre le ordenó, Sara le rogó y se fue. La abuela pensó para
adentro que un día la iba a “trabajar” para preguntarle qué es lo que le pasaba,
porque era muy cerrada, no hablaba de sus cosas, “costaba hacerla hablar”. La
abuela dice “estaba mañeada”.
La madre de ella nunca pensó que el esposo la golpeara. Un día,
arrancó con todo el auto y la nena se golpeó porque iba adelante y no tenía
puesto el cinturón de seguridad. La culpó a la nena diciéndoles que “ella no se
agarra”. Cuando él tocaba bocina, Sara salía corriendo con los chicos. Él
decía: “vamos”. La principio la nena era muy apegada a él pero de mayorcita
ya no quería quedarse con el padre. No le tenía confianza, o quería quedarse
tampoco con los abuelos paternos pero no decía por qué.
Sara siente culpa y responsabilidad por no haber podido salvar a sus
hijos. No les dio el padre que ellos se merecían; dice que la hija era muy
sumisa, quizá debido a cómo veía a la madre comportarse con el padre.
Sara dice que él dependía de ella, pero si estaba insatisfecho, por qué
no se fue. Ella siempre le decía que si se iba, le iba a dejar ver a los chicos.
Ante la pregunta si ella dependía de él, dice “no sé”.
Lo sentía como una amenaza constante. Una de las hermanas de Sara dice
que la veía muy distinta y se sorprendía de la conducta sumisa de su hermana.
Cuenta que capaz que “él está sin hacer nada y Sara muy ocupada y le dice
andá a limpiarle los mocos a los chicos. Sara deja todo y va y lo hace. O vos
que sabés dónde está [algo], andá a buscarlo. La hermana le contesta que
Sara no es su sirviente, pero Sara sigue callada y obediente. Y le dice que
además es un vago que no ayuda en nada a Sara.
Se arrepiente de no haber cuidado a su hija sola; si la hubiera criado
sola hubiera sentido orgullo.
Fue algo que la superó, no pudo calmar la situación y se descontroló.
8

Durante los hechos, de lo que recuerda, es que quiso calmar al nene con una
biberón y empezó a rezar. El marido se dio cuenta y le dijo:
“Ni dios ni el te van a salvar”.

Al nene no le festejaron el primer cumpleaños.

Una evaluación preliminar. “Que te lleve el diablo”

La literatura científica muestra que el asesinato de hijos, ya sea


neonaticidios o filicidios es más común de lo que se podría pensar. En estos
casos se ha mostrado una correlación significativa (pero no una relación
causal) entre enfermedad mental y acto delictivo. “Aunque no hay suficiente
explicación para el homicidio materno pueden definirse ciclos de violencia y
diferencias en los perfiles psicosociales” (Haapasalo 1999). En otras palabras,
la condición psicótica o la motivación psicótica no debería ser descartada a
priori. En grupos de riesgo relacionados con casos de desórdenes mentales
hay una relación estadísticas con comportamientos homicidas. (Noreik y
Gravem 1993, Eronen, 1995).
Hay detalles, sin embargo, que son problemáticos: que Sara ponía orden a
todo (y la dinámica familiar podría haber llegado a ser un caos), y la alegría que
sintió cuando se enteró del embarazo de su hija, que pudo haberse
transformado en un sentimiento irrefrenable cuando sintió que nada era
parecido siquiera a lo que había pensando al fundar una familia. ”Uno hace
cualquier cosa por los chicos” dice otra de las entrevistadas, amiga muy
cercana a Sara, sin comprender cómo Sara pudo llegar hasta tal extremo. ”La
mente humana es muy hija de puta”, sigue diciendo la entrevistada que sufre
una experiencia tan aterradora como la de Sara al no reconocerse a sí misma
en un acto de violencia que ella practica pero que puede frenar antes de alguna
tragedia.
Al contrario, Sara toma el control de la situación frente a ofensas del pasado
que se van sumando. Ella no sale indemne, aunque esté viva y a pesar de que
la opinión social sobre este caso la señale como la exclusiva culpable, tan solo
no se ve obligada a adoptar actitudes vengativas nuevamente, lo que no
significa que haya elegido la violencia como estilo de vida o aún que haya sido
9

tolerante frente a la violencia, por ejemplo al no hacer denuncias policiales


(Cretney y Davis 1995, Polk 1997).
Sara fue una mujer golpeada. En la actualidad se entiende por
“síndrome de la mujer goleada” a una situación en donde ella siempre está en
peligro, que sabe que no tiene escape. Puede quedarse, irse, llamar a la
policía, establecer órdenes de restricción o pedir el divorcio. Esas cosas no lo
alejarán del golpeador ni lo detendrán. Cuando él dice que la matará, eso es
exactamente lo que quiere decir. Hay razonablemente una percepción de un
peligro inminente, y cuando ella lo dice deberá darse credibilidad a su
testimonio incluso cuando no hay testigos, no hay denuncia policial o no hay
registros médicos del tratamiento de sus heridas (Brommer 1997).
Este es en el único sentido en que puede interpretarse la frase de Sara
“que me siento tranquila en la cárcel”, está segura de que ya no habrá otra vez
violencia aunque mantiene sintomáticamente una hipervigilancia que no le
permite dormir. En estas situaciones el concepto de “víctima” es bastante
resbaladizo teniendo en cuenta que son quienes inician la situación de
violencia, del interjuego o resorte de la violencia física.
Pero si hay aspectos que concuerdan con lo que se llama “síndrome de
la mujer golpeada” y que es aceptado ahora por la justicia penal como una
atenuante, Sara sigue manteniendo resquicios de una personalidad fuerte,
fundada en la responsabilidad laboral y automantenimiento económico. No
hace denuncias pero hay testigos presenciales de golpes, amenazas y acoso
psicológico7. Ella contesta a los golpes, aunque cada vez más débilmente.
Quizá por la pérdida de resistencia física, desproporción con la fuerza - de
imposición- del marido, por los chicos que estaban en el medio, etc.
Sara sigue dando la imagen de una mujer autosuficiente, aunque no haya
podido irse o criar a sus hijos sola, como otras tantas mujeres que envueltas en
un destino imprevisible toman las riendas de la situación.

Esta imagen, unida a rumores sobre una joven de “vida ligera” cuando
era soltera, en un contexto social como el que presenta Cutral Có, una ciudad

7
Un m ensaj e subrept icio del t ipo: “ si t e vas, t e m at o” , “ si denunciás, t e m at o” , “ si
cont ás, t e m at o” , “ si buscás apoyart e en alguien, t e m at o” , y al final “ si hacés o
decís cualquier cosa, te mato”.
10

petrolera con altos índices de desempleo y de violencia, le jugó en su contra


durante el juicio oral y público. Baste recordar la frase pronunciada por el fiscal
y retomada por uno de los jueces en la sentencia acerca de “los labios
carnosos”, el hallazgo de algunos lápices de labios en su cartera, tal como si
fuera sinónimo de delito, y los cinco pesos también encontrados en un bolso
que se creyó “preparado para su fuga” y el comienzo de una “nueva vida” y en
la mente de quienes firmaron la sentencia, de regreso a su vida previa: “fácil,
despreocupada, divertida, irresponsable, ligera”; en síntesis, irrecuperable para
cumplir su mandato de “buena madre”.
Los jueces siguen esperando la presencia de una mujer sumisa y dócil y se
contrarían cuando se encuentran con una mujer que ha roto ese orden de las
cosas. La mujer que se encuentra bajo la jurisdicción del sistema penal “paga”
por la convicción de los jueces de que no corresponde a la naturaleza de la
mujer cometer crímenes que no se ajustan al papel tradicional femenino. Las
mujeres que desafían ese papel socialmente impuesto son tratadas con
violencia.8 (Lima Malvido 1998)

En algún sentido fue el marido quien la impulsa al desenlace, en un


refuerzo mutuo de las acciones que van tomando las partes involucradas.
Sara no tiene una orientación cultural hacia la violencia, en tanto situaciones de
crianza – aunque el padre es alcohólico no hubo situaciones sistemáticas de
violencia con las hijas- y más adelante de trabajo, pero quiere las cosas en su
lugar. En este sentido puede tratarse de un homicidio primario y expresivo, es
decir único e irracional, un acto espontáneo de violencia, sin grado de
planificación. (Sobol 1997).
Aún cuando pudieran hallarse indicios de que Sara esperó que el
marido se durmiera o al menos creyera dormido, para atacarlo, la literatura
científica permite presentar esta situación como una atenuante y no como

8
Una muestra certera fue la proyección del video de la escena del crimen. Antes de
iniciarse la prim era j ornada del j uicio oral y público, hubo un pequeño cam bio de
pareceres entre los jueces acerca de la necesidad de pasar el video de la escena del
crim en, t om ado por la policía, frent e al público y a la im put ada. Prim ó la idea de
que si bien no era una prueba que pudiera aport ar elem ent os de peso, “ era
necesario” . Se j ugó, aquí, con un golpe de efect o que se ret om a en la sent encia
para apoyar la idea de que la im put ada reaccionó frent e a su vist a “ com o una
psicópata”.
11

premeditación: la mujer es golpeada en forma sistemática e incontrolable,


involucrando además a hijos pequeños, pero que se dan perfecta cuenta de las
humillaciones de su madre, generando sentimientos encontrados respecto de
ella y su padre. (Lima Malvido 1998)
La mujer se queda y mata como única posible respuesta a la humillación
frente a ella misma y a sus hijos. Con gran desproporción en cuanto al físico y
al poderío de las emociones al verse acorralado, no tiene salida si no busca
una situación en que el marido esté disminuido en cuanto a las posibilidades de
responder con violencia. En caso contrario, la que muere es ella con una previa
y grande desazón por la suerte de los hijos.
El contexto social de la crianza en Cutral Có marcó la dinámica de esta
familia. Hombres rudos, golpeadores, tomadores, prepotentes, en una época
de apogeo económico debido a una euforia extractiva de petróleo, en donde
las mujeres no tenían papel social alguno pero que se fue trastocando e
invirtiendo.
Ahora son los hombres quienes están desempleados, y las mujeres las que
han tenido que tomar las riendas del sustento familiar.
Se ha cambiado drásticamente las formas de convivencia y de relación
interpersonal. La mujer tiene ahora poder de decisión, aunque socialmente
pueden quedar las viejas representaciones de las funciones femeninas, ahora
disfuncionales pero que tienen mucha aprobación social todavía.
Quien debía llevar las riendas de la casa, depende de la buena disposición de
la mujer para mantenerlo a él y a sus hijos, y la espiral de violencia se hace
cada vez mayor ya sea a un nivel microfamiliar como local.

¿Por qué hay una condena social casi instantáneamente? Cuando se


pregunta sobre este punto, se la niega en forma rotunda. Nadie cree que se
haya culpado a Sara, aunque todo -radio, televisión, diarios, médicos,
operadores del poder judicial, y otros medios de formación de opinión- da la
pista de lo contrario.
Incluso se rompe lo que es común en estos casos, que es la solidaridad de
género. Hay mujeres involucradas en el proceso (enfermeras, jueza, policías)
que toman, en este sentido, la actitud masculina de reprobar la conducta Sara,
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como si hubiera una única posibilidad de dilucidación de los hechos: Sara mató
a su familia.

El imaginario popular da fe por la culpa de Sara. Cualquier cosa que haga


que o deje de hacer, que diga o deje de decir, cualquier actitud debe ser vista
e interpretada en este sólo sentido, el único posible que anula al resto de
sentidos que tiene una conducta que recibe su significado en el contexto donde
se produce. Ya casi no se puede revertir el contenido de la representación
popular sobre la culpabilidad de Sara a menos que se diera un viraje
contundente en la hilación causal de los hechos.

Si Sara fuera culpable, en algún sentido posible, y no necesariamente como


autora directa de los hechos que se le imputan y por los que fuera condenada a
la pena máxima prevista por el Código Penal Argentino, podría esgrimirse las
siguientes hipótesis:

1. Violencia familiar: alcoholismo, celos y golpes. Uno de los efectos del


alcohol es llevar a las personas a interpretar las palabras y acciones de los
otros como amenazantes. El alcohólico puede actuar en forma agresiva
cuando cree que lo está haciendo en forma defensiva. (Cretney y Davis
1995). La ex mujer se enoja cuando se entera que se casa con Sara. Dice
muchas veces “que te lleve el diablo”. La hija parece tenerle miedo: dice
“papá no me quiere”. Y cuando se vuelve más grande retacea estar con el
padre.
2. Familia como ámbito de reclusión: estrechamiento drástico de las
relaciones sociales de Sara. De ser una mujer independiente tuvo que
resignar en una buena parte su estilo de vida anterior. Por otro lado, de
cumplir una diversidad de roles, pasa a ser solo madre y esposa. En este
sentido suele decirse que el control sobre la propia vida es un índice
importante de salud mental. Y la alternatividad de roles sociales es vital
para mantener un equilibrio emocional.
3. Clausura de la experiencia: falta de opciones y des -culturalización, por
ejemplo en la sacralidad de la vida.
13

4. El padre no legitima sus embarazos. Siempre dice que son de otros. Puede
haberlo sentido como que no eran totalmente “hijos” si no tenía una
aprobación en palabras y en hechos del padre.
5. El papel de la iglesia evangélica por el que ella pelea con su suegra y el
marido habría mantenido una relación ambigua. Anuncia el bautismo de su
hijo por el rito evangélico sin haberlo consultado con ella. Está apremiada
por hacer una elección religiosa en contra de sus convicciones.
6. Necesidad de volver a hacerse visible. Frente al aislamiento material y
emocional, al estrechamiento de sus papeles sociales, al sometimiento al
marido necesita volver a ser visible para ella y para los demás.
7. Habría explotado cuando le da un cuchillo de cocina y dice “defendete”
mientras carga el arma, riéndose de ella.
8. Estilos de vida: que no garantizan la cohesión social y menos el conjunto de
valores que deben ser protegidos y respetados, dejando los espacios
públicos librados a diferentes formas de compromiso. Esto con relación a
Cutral Có como una ciudad con un fenómeno de violencia específico. El le
anulaba todas las opiniones, especialmente políticas. No tenía ningún
poder de decisión. Pero seguía manteniendo la esperanza de que las cosas
mejoren. Lo eligió a él porque sería el hombre que necesitaba en ese
momento.
9. Ciclo de vida de la familia: la nena iba a empezar el jardín de infantes,
parece que era muy sociable más allá de los indicios de sumisión que
comenta Sara. Es posible que empezara a comparar y a hablar con la
maestra. Muchas veces son las maestras, que para bien o sin mucho
recaudo, hacen las denuncias. Era un momento en que la vida doméstica
tenía que entrar necesariamente en una esfera pública, la escuela, y por
ende, las cosas ya no podían ser “tan secretas” como hasta entonces.
10. Motivos para la acción: las personas no nos diferenciamos por ser
normales o desviadas, por ser sanas o mentalmente enfermas, por ser
morales o inmorales, por ser benévolas o malvadas pero sí nos
diferenciamos drásticamente en las opciones que se nos presentan en
cuanto al cumplimiento de acciones legítimas. Algunas personas tienen
mejores accesos (voluntarios o no) que otras para cumplimentar con las
acciones que se inscriben en el marco de la legalidad. (Sutton 1996) Sara
14

no necesitó, en este preciso sentido, actuar de acuerdo con motivos


previamente internalizados. Más bien, pudo haber descubierto esos motivos
a partir de la acción, o también puede no descubrirlos nunca, aún con los
resultados trágicos con que debe ahora enfrentarse desde el punto de vista
personal, familiar, emocional, moral e institucional.

Todos decimos saber; todos sabemos muy poco

Sara es un “sujeto frágil”. Se llaman así a quienes padecen una


desigualdad o una situación que les impide o dificulta el ejercicio de sus
derechos y obligaciones.
Aún más, los hombres golpeadores suelen dar una imagen pacífica en público,
construyendo una representación social sobre sí mismo que contrasta
drásticamente de lo que puede suceder en la intimidad de la vida familiar. Es el
caso de la relación del marido con los hijos de una hermana de Sara.
Durante las entrevistas con su familia, uno de ellos muestra de sí mismo una
imagen pendenciera, autosuficiente, involucrado seguramente en los
entredichos de las patotas de los distintos barrios de la ciudad pero al final de
una de las entrevistas se quiebra y lo único que quiere saber es qué pasó y
cómo murieron los chicos y cómo es esto que le pasó a Sara.
Pero le resulta todavía increíble la discordancia de un marido de Sara juguetón,
compinche, alegre, aunque siempre reservado con la de un hombre violento y
acosador9. Simplemente le resulta incomprensible y quizá siga siendo así,
porque estas disonancias a veces no pueden resolverse.
En este caso, su derecho a separarse, a restablecer el equilibrio de su
vida se le vio impedido por la índole de la relación mantenida con su marido.
El homicidio se presenta como una fase final de un proceso de victimización en
que ha sido golpeada, humillada, despreciada y marginada. De esta forma se
convierte en una persona de “mayor elegibilidad” para cometer un delito y por
ende para ser captada por el sistema judicial.

9
“ Frenando su caráct er poco pacient e y agresivo soport aba con m ansedum bre
brom as que a veces lo ponían fuera de sí y que hacían que en su casa se
desahogara violent am ent e cont ra cualquier persona de su fam ilia. [ ...] En la
escalera gritó: “ya sabés, pronto vuelvo. Voy a preparar todo; esta noche te mato a
ti y a tus hijos; mañana habla la prensa”. (Capurro y Nin 1995:134)
15

Sara respondería a un patrón bastante marcado de la criminalidad femenina:


matan a conocidos o esposos, está expuesta al abuso, y soporta una condena
social marcada porque va a contrapelo de sus cualidades como madre – a
saber, sumisa, restringida al ámbito doméstico, responsable de la nutrición y de
dar vida y tener un comportamiento de “señora”.
Las ofensas generalmente tienen lugar en sus propias casas, la víctima
está frecuentemente borracha y la autodefensa o extrema depresión son
frecuentes motivos. (Steffensmeier y Allan 1996)
Sara perdió la capacidad de proyectar un futuro para sí misma y para sus hijos,
fuera del alcance del marido.
De manera perentoria e inmediata se le impone una clausura de la
experiencia, que la mantiene en una situación congelada y repetitiva, que la
martillea hasta quitarle cualquier poder (poder-decir, poder- hacer, poder-
reclamar, poder- decidir, poder- cambiar, poder- irse, poder- mostrar, poder-
“algo”), sin que ella siquiera lo note en la magnitud que después los hechos
van a mostrar.
Estos terribles hechos mostrarán todo lo que ella quiso esconder, de una
manera pública -en abierta contraposición con todo lo que luchó para esconder
y mantener como secreto familiar, y con el reclamo de escarmiento de la
opinión pública.
Durante los primeros meses posteriores a la tragedia, Sara no parece
acongojada porque haya tomado tal estado público. No ha leído los diarios, y
tampoco quiere leerlos, pero sabe por su hermana que ha salido con gran
espacio durante los días subsiguientes al descubrimiento de la masacre.
Eso implica ya una posición de cambio que logró de una forma extrema (los
homicidios). Tiempo después, van apareciendo paulatinamente, la angustia por
la pérdida de sus hijos. Un vacío existencial, un angst que solo podrá
resolverse con su propia muerte –en sentido metafórico o literal. En el primero
de los sentidos, se está cumpliendo.

El hecho no amenaza a la convivencia social, pero – y esto último será a


fin de cuentas lo que será juzgado- perturba la legitimidad de la configuración
normativa de la sociedad (Jakobs 1998). Puede tratarse de un hecho único en
16

la vida de Sara, irrepetible y sin sentido, esto último, por ahora. O al menos
carente de un sentido unívoco y precisado.
Si fuera ella la culpable, habría pasado un límite extremo al supuestamente
matar a sus hijos. Un delito extremo y específico y en el que se conjugan una
cantidad de circunstancias que por azar o porque se fueron armando paso a
paso, le crean un sentido deficitario de la realidad en donde poco puede hacer
para cambiar las cosas, a menos que fuera de una manera drástica.
En este sentido, Sara pone en duda el carácter real de la sociedad,
actuando contrario a la norma. Sara no cumple con las expectativas que se
dirigen a ella como persona y como mujer. De esta manera, Sara se sitúa en
un mundo equivocado y la eventual pena solo hará que la sociedad la reclame
como persona en un plano meramente formal. Por esto mismos seguirá siendo
un “sujeto frágil”, que padece de una desigualdad o está inmerso en una
situación o conflicto que le impide o dificulta el ejercicio de sus derechos.
(Pietro Sanchís 1996)
Otra persona pudo haber reaccionado de otra forma. Pero estamos frente a
Sara, sus hijos y su marido en las condiciones que se dieron en forma conjunta
y exacta y que tuvieron una impresión específica en el pensamiento y la
conducta de Sara.
Al contrario del sentido común, que dirá que quien mata a los hijos puede matar
a cualquiera, parece más bien lo contrario. Se mata a los hijos y nada más. Es
un acto cerrado en sí mismo, porque la familia se le convirtió en una cárcel,
pero sin reglas ni mandamientos que resolvieron la convivencia familiar en
forma equitativa y arreglada de acuerdo a criterios previamente concertados.

El tema sobre que nadie sabía nada de la violencia interna de la familia


puede tener una contraparte de que a la vista de los de afuera aparecía como
un padre ejemplar, “siempre hablando de sus hijos”, dicen los testimonios, casi
no tenía otro tema de conversación. Si el hombre era golpeador, bien pudo
suceder que para los de afuera pareciera como “un santo”.
La experiencia indica que la recurrencia sobre ese tema con los demás puede
dar indicios de malas relaciones parentales, o un círculo familiar viciado del que
no se puede salir a menos que se lo corte drásticamente. Aún más, si se acude
17

a ayuda psicológica, muchas veces las propias “víctimas” impiden la evolución


favorable del victimario. (golpeador, enfermo mental, etc.)

Puede pensarse que el hecho en sí, si ella fuera culpable, se independiza


finalmente de todo el contexto, de toda una historia que ya había pasado o que
estaba por venir.
¿Por qué no reaccionó así ante la primera bofetada? ¿Por qué estalla
justamente en ese momento?
No parece haber patrón de comparación con su vida anterior, lo que permitiría
alguna pista de un estilo de relación violento, pero que para esa familia era
“normal”. No obstante, hay que tener cuidado con esta afirmación porque toda
reconstrucción se hace desde cierto sentido y con una distancia temporal,
situacional y emocional infranqueable. Por ejemplo, al contrario de lo recién
planteado, hay estudios que muestran que en estos casos los padres ejercen
de antemano violencia intrafamiliar, y mientras el padre mata a la esposa y a
los hijos, las madres generalmente matan solo a los hijos; teniendo las madres
antecedentes de conducta bizarra o de ira impulsiva (Byard, Knight, James y
Gilbert 1999, Somander y Rammer 1991) es de importancia vital tratar de
reconstruir las circunstancias finales de la tragedia.
Quizá fue una sola palabra o frase (“defendete”, o “le voy a volar la tapa de los
sesos”) o una actitud (reírse de su miedo) lo que desató por sí mismo una
humillación contenida y que fue activada con precisión milimétrica.
En este sentido, en los últimos años se ha acuñado el concepto de “acoso
moral” (Hirigoyen 2000): se trata de un abuso narcisista, en el sentido que el
otro pierde la autoestima, “la víctima es arrastrada a un juego mortífero y ella
misma puede reaccionar a su vez de un modo perverso ”(Pág. 18) “Los
perversos falsifican tan bien su violencia que dan con frecuencia una muy
buena imagen de sí mismos” (pág. 43).
La víctima pierde toda posibilidad de apertura crítica y tiene cada vez menos
opciones para oponerse. Se vuelve incapaz de pensar por sí misma y solo
puede pensar de la misma manera que su agresor. Y los de afuera no
terminan de entender qué es lo que pasa pero se ven tendenciosos, juzgando
negativamente a quien es la víctima.
18

Eiguer (1996) ha definido de la siguiente forma al perverso narcisista:


“individuos que, bajo la influencia de su grandioso yo, intentan crear un vínculo
con un segundo individuo, atacando muy especialmente su integridad narcisista
con el fin de desarmarlo. Atacan asimismo el amor hacia sí mismo, a la
confianza en sí mismo, a la autoestima y a la creencia en sí mismo del otro.”
Al mismo tiempo intenta de alguna manera hacer creer que el vínculo de
dependencia del otro en relación con ellos es irreemplazable y que es el otro
quien lo solicita. La envidia y la finalidad de la apropiación son el motor del
núcleo perverso. Así, la víctima es inocente del crimen por el que va a pagar.
Sin embargo resulta sospechosa incluso para los testigos de la agresión. Todo
ocurre como si la víctima ni pudiera ser inocente.
Lo último que puede pensarse en lastimar son los hijos. Con ese acto, se mata
uno mismo, o se mata la propia proyección en el futuro.
El problema no era de ella sino la relación con el esposo, con sus hijos, de la
relación del esposo con ella y sus hijos, y la relación de cada hijo con cada uno
de sus padres.
Es evidente que los dos estaban incómodos en esa relación, pero mientras él
tenía escapatorias ( salir a trabajar, los amigos, tirar tiros al aire, insultar y
pegar) ella la tenía en mucho menor medida (cosas que hubiera mejorado su
ánimo las tenía prohibidas.)
Ella se encuentra en un estado de “ausencia”, “disociada” como si la tragedia
no le hubiera ocurrido a ella.
Si cae en la cuenta, puede que quiera completar la escena e intente suicidarse.
Si no cae en la cuenta, está enferma pero vivirá sin culpa y sin responsabilidad.
En el primero de los casos puede que intente suicidarse. En el segundo puede
que, dadas las mismas circunstancias o parecidas vuelva a desestabilizarse.
Quizá hasta consiga contar estos episodios como una historia para la
continuación de su vida: “Todo empezó así y en vez de pegar, se calma y
cuenta la historia.” Pasa el pico de emoción y cuenta una historia. Entonces,
hay un “no me levantés la voz”.
19

Es probable que Sara sea tal como lo plantean las pericias psiquiátricas10, pero
es casi obvio que alguien que emprende tarea tan extrema contra sus propios
hijos está, al menos momentáneamente, desquiciado. Pudo no haber estado
loca, sino muy lúcida, entendiendo lo que estaba haciendo y pudiendo dirigir
sus acciones (o sea que no es inimputable.) Pero, nadie que tenga opciones a
la mano decide por acciones extremas. Antes busca, no se saltea nada, sobre
todo si está en su sano juicio como indican las pericias. Quizá Sara buscó y no
encontró. Pero en el desencadenamiento final de los hechos no contó con
algunos factores imprevistos: las amenazas o el llanto del bebé.
Sara rompió finalmente con los vínculos de sangre, y si fuera ella la culpable, lo
hizo de la peor manera posible ¿Cree haber “salvado” a sus hijos de un destino
incierto? ¿Cree no haber podido ser una “buena madre” y lo es ahora que ya
no lo es, al menos en un sentido presencial? ¿Cree que puede hacer borrón y
cuenta nueva a partir de esta espantosa experiencia?
Qué es lo que ahora cree Sara puede ser de valor cognoscitivo con relación a
lo sucedido. Para eso hay que preguntarle y atender a sus respuestas,
dándoles el valor que merecen.11
Sara sabe lo que pasó, sabe en qué situación se encuentra y conoce la pena
que acepta sin pormenores. Más aún, dijo: [acá en la cárcel] “me siento libre.
Ya nadie me puede lastimar y mis hijos están en un lugar seguro, están
protegidos por siempre”.
Además de poderla interpretar como una aceptación casi explícita del delito
cometido, analizar con cierta profundidad ésta, como otras frases, permite
reconstruir el sufrimiento desde donde se empiezan a prefigurar las acciones
futuras.
Al contrario de lo que sostiene uno de los jueces de sentencia, los
motivos no parecen ser ningún “misterio”; salvo que se piense que teniendo
una casa, trabajo, comida e hijos -un hogar- ya cualquier mujer ha alcanzado
la plenitud de sus potenciales y expectativas para su vida, debiendo sentirse
plenamente satisfecha y haciendo caso omiso de “pequeños detalles” como la
violencia y el alcohol.

10
Es decir, penalm ent e responsable porque com prendía el act o delict ivo y podía
controlar sus acciones.
11
Además, no es de poca importancia la cuestión de que primero debe salvarse ella
misma como víctima para luego proteger a sus hijos.
20

¿Podemos, entonces, exigirle la totalidad de la responsabilidad? Aún


estando en sus cabales, cabiéndole todo el peso de la ley, ¿podemos con
justicia hacerla entera y exclusivamente culpable?

Bibliografía citada

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