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Introducción
Poco sabemos de las culturas que habitaron los territorios de lo que después fue el
Imperio del Tahuantinsuyo, pero los historiadores concluyen que, aún sin leyes
escritas, existe una evidencia de la existencia de normas en las culturas preincaicas,
dado que sólo un sistema organizativo rígido pudo permitir el desarrollo de
majestuosas construcciones, técnicas agrícolas especializadas y construcción de
caminos. El respeto de las costumbres terrenas, que estuvieron íntimamente unidas a
creencias religiosas, fue una característica de la vida de las culturas preincaicas.
Las primeras épocas de la humanidad están reflejadas en lo que fueron sus relaciones
con la naturaleza. En la primera etapa, afirman los estudiosos, el hombre fue nómada y
sólo se aprovechaba de la naturaleza en el aspecto más elemental como era el de
cazar animales que le proveyeran alimento o para reunir cada día los frutos que la
tierra espontáneamente producía. Se cree que ellos no tenían aún noción de autoridad,
ni justicia y que su relación con los dioses era a través de las manifestaciones de la
naturaleza.
De esta etapa, las culturas que antecedieron a los incas en habitar los territorios de lo
que fue el Imperio Incaico, han dejado evidencia en sus objetos de cerámica, en los
utensilios que usaban en la vida diaria, en sus joyas y en sus vestimentas. Todo eso los
retrata como personas refinadas, amantes del lujo y la sensualidad y también como
artesanos hábiles que conocían los metales y sus características.
Los estudiosos de la Historia del Derecho, aunque reconocen que no hay evidencias
suficientes que permitan establecer, fehacientemente, que hubo una sistematizada
administración de justicia en las culturas preincaicas, creen que ellos vivieron en una
sociedad organizada y que quizá en esa época se dieron las primeras reglas, no
escritas, del Derecho Civil en estos grupos humanos.
Fue el funcionamiento de una organización de arriba hacia abajo, del respeto a las
reglas existentes, afirman, lo que les permitió la construcción de inmensos conjuntos
usados como viviendas, como refugios para afrontar las guerras o los embates de la
naturaleza y como templos y centros de peregrinación para venerar a sus dioses.
Por su parte, los historiadores afirman que ningún otro país de Sudamérica tiene, como
el Perú, un territorio tan vasto en el que los pueblos que lo habitaron fueron partícipes,
durante un largo período de tiempo, de un número considerable de formas de vida
comunes o similares, creando con ellas una continuidad cultural, a pesar de los
frecuentes cambios políticos o fenómenos bélicos.
Entre los elementos formativos de la continuidad cultural en las tierras del antiguo
Perú, hay que citar la conservación de sus ritos religiosos y sociales, como el enterrar a
sus jefes con joyas y grandes provisiones de alimentos, considerando que había vida
en el más allá; la agricultura intensiva, basada en el cultivo de plantas alimenticias
como la maca, la papa, el maíz, la yuca, la oca, entre otras; la difusión de técnicas
agrícolas especializadas como la construcción de terrazas o andenes, el uso de
fertilizantes y el uso de canales de riego que se encuentran en lugares donde
construcciones similares no podrían hacerse en la actualidad; el uso del algodón y la
lana de los auquénidos, materiales que, antes de ser utilizados en el tejido de prendas
de vestir o atuendos ceremoniales, habían sufrido un previo proceso de transformación
y la domesticación de llamas y alpacas para ser usados también como medio de
transporte. ¿Podría haber existido continuidad cultural en un territorio poblado por
bárbaros que no respetaran ninguna norma establecida, en el que no hubiera
autoridades que hicieran respetar la principal regla del Derecho que es aquella de dar
a cada uno lo suyo y en el que no se dieran castigos para sancionar a aquellos que
infringieran las leyes dictadas por los soberanos?
Karl Wittfogel, historiador alemán, dice que las "sociedades hidraúlicas" que son
aquellas que desarrollan la agricultura basándose en obras de irrigación de gran
escala, construyendo redes de caminos y construyendo trabajos defensivos como son
las grandes murallas (características de muchas de las culturas preincaicas), han
estado integradas "por masas disciplinadas que levantaron dichas obras
monumentales dirigidas por el poder público, lo que demuestra una fuerte
estratificación social y el desarrollo de un Estado poderoso".
Dicen también los historiadores, que en esta etapa de la humanidad, los pueblos
ponían en boca de sus dioses, reglas de conducta, normas y prohibiciones, cuya
infracción se consideraba un atentado no contra los hombres, sino contra la divinidad.
La creación de esas normas, basadas en las costumbres, iban, a su vez, creando e
imponiendo nuevas disposiciones y reglas de vida organizada. Esas normas o
preceptos, se transmitían oralmente, a través de frases y sentencias que se
conservaban de generación en generación.
Y quizá una de ellas fue la que ha llegado a nosotros, a través de los cronistas, como
una valiosa herencia del pasado, que ordena: "No seas ladrón, ni embustero, ni
perezoso".
Uno de los enigmas, aún sin estar totalmente esclarecido en relación a las culturas
preincaicas, es el de la función y contenido de los "quipus", las complicadas cuerdas
llenas de nudos, que constituirían un elaborado sistema de contabilidad y de
estadística.
Hasta hace poco, la mayoría de estudiosos consideraban que esa era una creación de
los incas, pero en fechas recientes, una sorprendente noticia vino a poner aún más
misterio en lo que se conoce sobre este tema. Se trata de un “quipu”, encontrado en la
huaca de la Universidad de San Marcos, monumento arqueológico que, según los
estudios realizados, se desarrolló entre los años 250 y 700 D.C.
Ese hallazgo, que desvirtúa las hipótesis que afirman que ese instrumento fue utilizado
inicialmente por los incas, es una pieza conformada por una cuerda de algodón, de
11.8 cm. de longitud, de la que penden doce cuerdas secundarias de 11.5 cm. de largo.
A partir del descubrimiento de esta pieza, algo nuevo se podrá aprender sobre la
antigüedad de los “quipus”, pero quizá nunca se sepa los mensajes que quisieron dejar
para la posteridad, quienes los usaron.
Dicen los historiadores que el nacimiento del Derecho Civil se inició con la existencia
de una cohesión social que, inicialmente, dependía del parentesco y la religión. Esos
eran los lazos más sólidos que ligaban a los habitantes del antiguo Imperio del
Tahuantinsuyo, por lo que es posible presumir que, para preservar dichos lazos a
través del tiempo, eran muchas las normas de Derecho que existían y se respetaban
durante el incanato. A pesar de ello, quizá por seguir, estrictamente una metodología
profesional, algunos especialistas en el estudio de la evolución del Derecho no lo
consideran así, debido a que la falta de escritura no ha dejado evidencias concretas
sobre las leyes a través de las cuales los Incas manejaban su poderoso imperio.
Antes de ser conquistados por los incas, los grupos humanos que habitaban esos
territorios, tenían sus costumbres establecidas, las mismas que constituían un conjunto
de normas que algunos historiadores consideran que era ya una especie de Derecho
local, al cual fue superpuesto el que traían los conquistadores incas. Sin embargo,
muchas de las más antiguas de esas costumbres perduraron a través del tiempo y de
la superposición de normas, pues una de las reglas de las autoridades incas, era que
los pueblos que se incorporaban al imperio, conservaran sus costumbres si éstas no
estaban en abierta contradicción con las existentes, en el cada vez más creciente reino
del Tahuantinsuyo.
Así lo aseveró Cieza de León, uno de los cronistas del siglo XVI, quien asombrado del
sistema de leyes y castigos existente en el imperio incaico a la llegada de los
españoles, escribió en uno de sus relatos, describiendo las costumbres del pueblo
conquistado: "De tal manera entendían los incas el proveer justicia, que ninguno osaba
hacer desaguisado, ni hurto".
Tanto la administración del imperio, como la vida familiar, el culto religioso y el aspecto
laboral y tributario, estaban sujetos a reglas muy estrictas cuyo cumplimiento estaba
encomendado a diversas autoridades. Ellas eran responsables de la seguridad y
bienestar de los grupos humanos a su cargo.
Por eso, hacían cuidar los cultivos y los rebaños, ordenaban el trabajo especializado,
organizaban los cultos religiosos y administraban justicia. En este aspecto, eran tan
estrictas sus leyes no escritas, que, quienes debiendo hacerlo, no castigaban al que
había cometido un delito eran considerados tan culpables como el infractor y recibían
el mismo castigo que él.
Sistema de clases
Así, mientras la monogamia era un mandato para el pueblo, no lo era para las clases
superiores que inclusive recibían a las "acllas" (mujeres escogidas) como un regalo por
sus hazañas, principalmente guerreras. También en las penas impuestas a los
infractores en los procesos judiciales había diferencias, pues mientras la pena de
muerte para el pueblo era la hoguera o el despeñamiento, para los nobles o guerreros
era la decapitación. Y mientras los ajusticiamientos de la nobleza se realizaban en
privado, los del pueblo se hacían en público, como un escarmiento para los demás.
Apedreamiento de una mujer adúltera
Hay algunos raros ceramios, de la cultura Mochica, que se exhiben en museo "Larco
Herrera", en los que las mujeres aparecen como sacerdotisas. Pero, considerando la
gran cantidad de ceramios de las culturas preincaicas e incaicas que se encuentran en
los diversos museos del Perú y de otros lugares del mundo que muestran a la mujer,
sólo en actitudes domésticas, es difícil imaginar cuantas de ellas y en que
circunstancias, se desempeñaban como sacerdotisas.
Las mujeres, más que otros súbditos del imperio, eran, de acuerdo a las normas
existentes, propiedad del inca, quien elegía entre las más bellas para destinarlas a ser
"coyas", esposas del inca y los miembros de la nobleza o "ñustas", mujeres destinadas
al culto del dios Sol, ya fuera en el cuidado de los sacerdotes o de los templos o en
centros de peregrinación, como para ser ofrecidas a los dioses en ritos como los
sacrificios humanos.
Dicen los historiadores que en la sociedad incaica, las mujeres eran consideradas sino
como una clase inferior, al menos como una clase sometida, de lo que quedan
evidencias en los ceramios, que era donde desde las civilizaciones anteriores
plasmaban escenas de la vida cotidiana. En ellos las mujeres aparecen mayormente
como personificación de la fecundidad o como compañeras sexuales.
La Familia
La familia era un grupo social muy respetado en el incanato. Por ello, el matrimonio era
una institución sólida que debía seguir reglas específicas y rígidas, tanto en lo
referente a la edad y condición social de los contrayentes, como en la conducta que
debían tener los cónyuges a lo largo de su vida.
Sin embargo, estas reglas no tenían la misma validez para el pueblo que para la
nobleza, pues mientras al pueblo se le exigía la monogamia, el inca y los miembros de
la nobleza podían tener varias concubinas.
La endogamia o sea la elección del cónyuge dentro del mismo grupo social y
geográfico, era una condición para los contrayentes, como lo era la edad en que se
debía contraer matrimonio. El adulterio era castigado con la muerte. Si el cónyuge
traicionado perdonaba, el que estaba en falta no era ajusticiado, pero de todas
maneras recibía un castigo como azotamiento o cambio de trabajo de una ocupación
de mayor rango a una considerada menor en la escala social. Lo mismo ocurría con los
violadores, quienes, si contraían matrimonio con la víctima, con el consentimiento de
ésta, no eran ajusticiados pero también sufrían castigos de diversa índole como un
ejemplo para los demás.
Además de la instrucción para la vida laboral, los niños y las niñas recibían también
educación musical y sobre diversas actividades artísticas. Desde temprana edad se
estudiaba la vocación, especialmente de los niños varones para que cuando ellos
fueran adultos se dedicaran al oficio que mejor pudieran desempeñar, puesto que el
trabajo especializado era una característica en la sociedad incaica.
El Trabajo
La edad del tributo, era considerada la etapa más productiva del hombre y, por eso,
ésa era también la edad en que los soldados iban a la guerra.
Tanto niños como niñas tenían desde los cinco o seis años tareas específicas que los
preparaban para el futuro. No realizaban ningún trabajo de responsabilidad, como los
adultos, pero aparte de las horas dedicadas a su instrucción y a sus juegos, no tenían
mucho tiempo libre a su disposición. Ellas eran acompañantes de las "ñustas" o de las
"coyas", recogían las flores y hojas que servían para la confección de los tintes y
aprendían las tareas domésticas, mientras que los niños asistían a los talleres de
textilería, de joyería u otras especialidades, para ir descubriendo, en el camino, su
vocación; ayudaban a los adultos a recoger leña o plantas y para la alimentación o
eran instruídos por los ancianos en los secretos de la guerra.
Las mujeres, los sacerdotes y los altos funcionarios del imperio no estaban sometidos
al trabajo obligatorio y, en consecuencia, no tributaban.
Las primeras porque tenían que cumplir tareas de servicio para los demás. Ellas eran
destinadas para ser las esposas de los señores, para rendir culto a los dioses cuidando
los templos, para preparar los alimentos en las casas de las "ñustas" o las "coyas",
para preparar la chicha en las celebraciones
religiosas o para tejer la ropa más fina, destinada al uso del inca, los nobles o los
guerreros. Los sacerdotes y las autoridades no tributaban porque su misión no estaba
cirscunscrita al mundo material.
Los sacerdotes eran quienes presidían los rituales religiosos, eran los consejeros del
Inca y de los nobles y la misión de las autoridades era supervisar el trabajo de los
demás o dirigir los ejércitos hacia la guerra.
Tampoco trabajaban y por lo tanto no tributaban, los cojos, ni los mancos, pero sí lo
hacían los sordos y los mudos. Los súbditos del imperio trabajaban para el dios Sol,
para el inca y para sí mismos y cada familia o grupo de población tenía el deber de
producir todo lo que necesitaba para su supervivencia: alimentos, ropaje, utensilios,
etc.
Anciana inca de 80 años de edad
El tributo estaba circunscrito a aquello que cada persona producía. Los pescadores
debían entregar una cierta cantidad de los peces recogidos y los agricultores una parte
de su cosecha para procesar esos alimentos y guardarlos en los depósitos especiales
para las épocas de sequía y los tejedores hacían las prendas de vestir para otros
miembros de la comunidad y para los ejércitos. A nadie se le exigía más que a los
demás y a nadie se le exigía nada que no fuera capaz de producir, cosechar o cazar.
Después de la edad del trabajo obligatorio y del tributo, hombres y mujeres seguían
siendo productivos. Los hombres mayores y los ancianos se dedicaban a recoger leña,
a transportar las cosechas o a enseñar diversos oficios o los secretos de la guerra a los
más jóvenes y las mujeres de edad avanzada eran designadas a ser porteras,
acompañantes o cocineras en las casas de las coyas o las ñustas.
También se dedicaban a enseñar el secreto de los tintes a las niñas o a tejer las
prendas más gruesas y toscas para vestimentas del ejército. En general, hombres y
mujeres cuando ya no podían realizar trabajos físicos, se dedicaban a ejercer labores
de maestros o consejeros en el oficio que habían desempeñado en la edad del tributo.
Proceso Judicial
En ocasiones, cuando los reos proclamaban con mucho ardor su inocencia, no eran
sometidos a un proceso común, sino que se les sometía al "juicio divino", que consistía
en encerrarlos en una celda con fieras y animales ponzoñosos. Si sobrevivían se les
consideraba inocentes y ya no eran juzgados, pero, si morían, lo que generalmente
ocurría, significaba que la divinidad los había castigado.
Las leyes eran absolutas y el juez no podía arbitrar sobre la pena, porque se
consideraba que "podría nacer grandísima confusión" si eso ocurría, ya que el pago o
los ruegos, podrían hacer venales a los jueces. También se consideraba que si alguien
podía arbitrar sobre la aplicación de una pena, eso disminuiría la majestad del inca y
sus consejeros, que eran quienes habían dictado las leyes.
Los testigos eran admitidos en los juicios y ellos, antes de dar su testimonio prestaban
juramento por el inca y por sus dioses y eran severamente castigados si incurrían en
perjurio.
Según el historiador Jorge Basadre, el Derecho Penal en el tiempo de los incas era
draconiano y había frecuente desproporción entre el delito cometido y la pena
aplicada.
Pero, ¿de qué manera se llevaba a cabo en el imperio incaico el control de las
actividades de las autoridades y de los súbditos, para el cumplimento de las cuáles
había disposiciones precisas? ¿Bajo que condiciones se aplicaban los castigos,
dosificados, según la falta, estrictos en su cumplimiento y dictados por autoridades
que, según los testimonios, debían ser incorruptibles?
Algunos historiadores dicen que eran los "quipu" los instrumentos con los que este
sistema de control y contabilidad se realizaba, pero tienen reparos en dar opiniones
muy precisas sobre las características de un sistema judicial, que, sin embargo, según
los testimonios, existía y funcionaba.
Sin una legislación específica y amplia ¿hubiera sido posible organizar y mantener el
funcionamiento del imperio? ¿Hubiera sido posible mantener a una población
distribuída en un inmenso territorio cultivando la tierra, abriendo caminos o levantando
grandes construcciones en forma ordenada y colectiva?
¿Mantener una organización en los aspectos civil, militar y religioso implicaba que
existía una separación de poderes?
Los estudiosos de la Historia del Derecho no tienen respuestas precisas para estas
interrogantes, pero Jorge Basadre Ayulo dice que la defensa del orden público, como el
monopolio de los caminos; el manejo de las estadísticas que hacían los quipucamayoc;
la estricta seguridad militar y un extremo rigor penal para cualquier intento de rebelión
o subversión fueron normas o leyes de gran ayuda para el gobierno del imperio incaico.
Añade Basadre que cabe hablar de normas jurídicas en el incanato, aunque dado que
éstas se mezclaban con elementos de tipo consuetudinario, religioso, moral,
económico y de jerarquías y que la autoridad del inca era absoluta, no debe
sobreestimarse el contenido del llamado Derecho Incaico.
Introducción
Esto se debió también, a la accidentada etapa por la que atravesó el país durante las
primeras décadas de la República y a "la cascada de constituciones", como llamó el
historiador Jorge Basadre a las sucesivas constituciones que iban dictando los
gobernantes de turno.
"No fue con el último disparo de fusil en el campo de batalla de Ayacucho, que
desapareció todo vestigio de la vida colonial en el Perú", dijo el escritor Ricardo Palma
en una de sus tradiciones.
Y en efecto, los historiadores coinciden en afirmar que la sociedad peruana que siguió
a la ruptura con España, a pesar de haberse legislado prontamente para dotar a la
nueva república de un sistema judicial propio, no se distinguió mayormente de la
sociedad de la colonia, porque la estructura económica, las jerarquías estamentales,
las costumbres, creencias, convicciones y hasta las leyes eran las mismas que antes de
declararse la independencia.
Más aún, dice la historia que muchos echaban de menos las épocas pasadas y que la
intelectualidad republicana osciló durante largo tiempo entre la añoranza del pasado y
el anhelo de un futuro diferente.
Muchos historiadores afirman que los países hispanoamericanos, luego de casi cuatro
siglos de haber sido colonia de España, recién comenzaron a formular leyes con
características propias hacia finales del siglo XIX.
En lo referente al Derecho Público, los documentos más importantes con los que se
inicia la época republicana en el Perú, datan de un tiempo anterior a la proclamación
de la Independencia.
Hay que recordar también que fue Bolívar, con la ayuda del insigne patriota don José
Faustino Sánchez Carrión, quien apenas apagados los ecos del fragor de la Batalla de
Ayacucho, con la que se consolidó definitivamente la independencia del Perú, creó, el
22 de diciembre de 1824 la primera Corte Suprema de la República, como la más alta
instancia del Poder Judicial en el país.
La gesta libertadora que lideraba Don Simón Bolívar, en la que lo acompañaba José
Faustino Sánchez Carrión, en su calidad de Ministro General, seguía su marcha
indetenible. El cuartel general del Libertador, inicialmente instalado en Huamachuco,
para fines de reclutamiento y apertrechamiento de tropas, debía emprender su marcha
y fue en los primeros días de mayo de 1824, cuando se ofreció una solemne Misa de
Campaña al Ejército Patriota y Bolívar y sus huestes comenzaron a recorrer los
abruptos terrenos de los Andes.
Faltaba la batalla final de Ayacucho, que tendría lugar el 9 de diciembre, para la que
Bolívar había planeado toda la estrategia y había nombrado Comandante en Jefe del
Ejército al Mariscal José Antonio de Sucre.
Al empezar esa gesta, que culminó con la victoria del ejército peruano, Sucre arengó a
su ejército y les dijo: “Sobre vuestros esfuerzos de hoy, descansa el destino de
América. Este será un día de gloria, que coronará vuestras largas luchas. Soldados,
¡viva el Libertador! ¡Viva Bolívar, salvador del Perú!”.
Al terminar esa batalla, la guerra en el Perú había terminado. Y Bolívar, luego de las
celebraciones del triunfo, siguió gobernando, contando todavía con la ayuda de
Sánchez Carrión, quien estaba decidido a completar la organización del Poder Judicial
en el Perú independiente.
Por decreto del 22 de ese mismo mes se creó la Corte Suprema de Justicia de la
República, la que absorbía a la Alta Cámara fundada por San Martín.
El discurso que en esa ocasión pronunció Sánchez Carrión, es considerado una pieza
de oratoria y se ha considerado que el mismo constituye un “mensaje a todas las
generaciones”.
Pero todo esto, y cuanto pudiera decirse sobre el divino arte que enseñó a analizar la
supremacía nacional y a fijar los límites de sus departamentos, dotando a cada uno con
la fuerza que le haga valer por sí mismo, no saldría de la esfera de un teorema político,
si los funcionarios, a quienes se encarga el augusto poder de que hoy hablamos, no se
penetran de la alteza de su ejercicio, de la sublimidad de sus funciones, de lo que, bajo
tal carácter deben a la patria, en cuyo obsequio, los sacrificios más puros, las
privaciones más ilimitadas y la consagración más ardiente, no son más que justos
tributos de que, a ella, es deudor el ciudadano.
¿Qué podré deciros al depositar a nombre del Gobierno en vuestra balanza de oro el
honor, la vida y la hacienda de nuestros conciudadanos, cuando el fiel de ella ha de
decidir, para siempre sobre estos bienes inefables, cuando ya no queda esperanza de
remedio, si por desgracia, algún pequeño escrúpulo alterase el paso? Por cierto que al
detener la consideración sobre este pensamiento, no habrá alma interesante en las
transacciones patrias, que no se transporte a una región, de la que no puede volver
sino estáticamente sumergida en un nuevo cúmulo de perplejidades.
Independiente, libre y soberano el Perú, ¿qué tiene ya que apetecer? ¡Leyes! Por
bárbaro que haya sido un pueblo, nunca ha dejado de tenerlas buenas. ¡Costumbres!
Ellas sí que van a formarse bajo la dirección de este Areópago. A él se le presenta una
bella oportunidad de rectificar y dirigir la conciencia civil de los pueblos, teniendo por
consiguiente en su mano el origen de la humanidad, de la moderación y de las demás
nobles pasiones que conduzcan al corazón humano tras el supremo anhelo de ellos,
cuales son el amor a la gloria y el hábito de la proposición industrial a los llamamientos
de la patria, cuando ésta se halla en un estado de insolvencia.
No hay duda, acostumbrados los hombres a ser justos, a no pedir más de lo que la ley
les permite o les concede la República reposa sobre bases firmes. Pues toda es obra
vuestra, señores; ella costará, ya se vé, tanto trabajo, cuanto difícil es desarraigar
añejas habitudes y moralizar un pueblo tiranizado tres centurias. El camino es nuevo:
jamás se han ventilado en esta región los altos negocios de justicia. Estaba reservado
al General Bolívar, en contraposición de su ilimitado poder, hacer práctica la absoluta
separación de la potestad judiciaria. ¡Oh! ¡Y qué gloria tan colmada resplandece en
torno de su dictadura! ¡Con qué nuevo carácter envía hoy el Libertador en la historia
de los raros hombres, a quienes el cielo fió el mundo, cuando le ha tenido por amigo,
sólo Bolívar ha podido dar este ejemplo verdaderamente exótico en los anales del
mundo! Que las asambleas deliberantes dicten lecciones de liberalismo, que exalten el
poder del pueblo y que ofrezcan otros brillantes testimonios de regularización social,
está en el orden de su misma institución; pero que un Gobierno libre de toda traba y
que no conoce más ley que su voluntad, porque así lo dispuso la Nación, dé un paso de
esta especie, sin tener ejemplos que seguir, ni responsabilidades que absolver, es un
fenómeno tan peregrino, como que la dictadura sea el libro de las leyes.
¡Perú! ¡Tierra destrozada ayer por mil facciones diferentes y convertida hoy en
mansión de paz por el soplo del primer hombre del nuevo mundo de Colón! gózate al
ver descender sobre tal suelo a la justicia con todo su ropaje, con todos sus atavíos.
Nada le falta: el supremo Poder Judicial está constituido por el héroe Dictador, tan
generoso como él solo, lo depone hoy en este cuerpo.
Uno de los más notorios cambios en las leyes vigentes hasta antes de la proclamación
de la República, fue la de eliminar el tributo personal que pagaban los indios al Estado.
Sin embargo, en la Constitución de 1826, se restableció ese tributo, que solo fue
abolido en 1854 durante el gobierno del Mariscal Ramón Castilla, el mismo que
también abolió la esclavitud a la que estaban sometidos los negros traídos del Africa y
sus descendientes.
Entre otras importantes disposiciones para el manejo legal y judicial del Perú, el
Reglamento Provisorio estableció la Cámara de Apelaciones de Trujillo, instancia que
fue abolida al convertirse Lima, en la capital del Perú y al crearse, el 4 de Agosto de
1821, la Alta Cámara de Justicia que estaba compuesta por un Presidente, ocho
Vocales y dos Fiscales, uno para lo civil y otro para lo criminal.
Además de las atribuciones que tenía la Alta Cámara de conocer de las causas civiles
y criminales, reasumía también las funciones judiciales del Tribunal de Minería, que
durante el régimen colonial tenía jurisdicción, tanto administrativa como contenciosa,
para todos los asuntos del ramo.
r. Nicolás de Aranivar
Dr. Justo Figuerola
Entre los miembros del primer Congreso Constituyente, que promulgó la primera
Constitución del Perú el 12 de Noviembre de 1823, estuvieron legistas como don José
María Galdeano, don Manuel Pérez de Tudela, autor del Acta de la Independencia; don
Nicolás de Araníbar y don Justo Figuerola. Cada uno de ellos desempeñaría después el
cargo de Presidente del más alto tribunal de justicia del país.
Estaba también entre los constituyentes, don José Faustino Sánchez Carrión quien,
posteriormente, fue nombrado por Bolívar como Vocal de la Corte Suprema, cargo que,
por razones de salud, nunca llegó a ejercer.
Especificaba ese documento que, el Poder Judiciario, como lo llamaba, debía ser
ejercido exclusivamente en los tribunales de justicia y juzgados subalternos, "en el
orden que designasen las leyes" y establecía una Corte Suprema de Justicia en la
capital de la República.
Cascada de Constituciones
Por ley del 16 de Junio de 1827, se declaró nula "y sin ningún valor ni efecto", la
Constitución de 1826, aprobada en plebiscito por los Colegios Electorales de la
República y el 18 de Marzo de 1828 el Presidente de la República, Mariscal don José de
la Mar, promulgó la nueva Constitución aprobada por el Congreso Constituyente
convocado cuando Bolívar se alejó del Perú.
Esa nueva Constitución disponía que hubiera en la capital de la República una Corte
Suprema de Justicia, cuyos Vocales serían elegidos, uno por cada departamento,
estableciéndose así que estuviese compuesta por 7 Vocales y un Fiscal, pudiendo el
Congreso aumentar el número, según conviniese.
El Presidente de la Corte Suprema sería elegido de su seno, por los Vocales de ella y la
duración de su mandato sería de un año.
Cinco años duró esa Constitución que fue reemplazada en 1834, por otra que, con
pequeñas diferencias, era a decir de los expertos, casi una copia de la anterior.
En 1856, se promulgó la ley que disponía que todas las causas que antes veía el
Tribunal de los Siete Jueces, terminaran con la resolución que expidiera la Corte
Suprema en última instancia, aunque días después otra ley estableció otro tribunal
destinado únicamente a conocer las causas de responsabilidad que se establecieran
contra ese órgano de justicia.
También disponía la nueva Carta Magna, la creación del cargo de Fiscal de la Nación,
cuyas funciones según los estudiosos de la Historia del Derecho Peruano, "eran una
fusión de las labores del Censor y del Tribuno del Pueblo de la clásica República
Romana". Ese cargo, de escasa influencia en la administración de justicia de la nueva
república, sería eliminado en la Constitución siguiente, cuatro años más tarde.
La Corte Central
Pezet había sucedido en el gobierno al Mariscal Miguel de San Román, notable militar
que había asumido el poder al término del mando del Mariscal Castilla y durante su
gobierno se habían producido incidentes que determinaron la actitud del coronel Prado
y que posteriormente llevaron al país a la guerra con España. Al destituir a Pezet, el
Coronel Prado, instituyó por Decreto, la creación de la Corte Central, que era una
institución "sui generis" , compuesta por siete vocales, cuyos fallos debían ser
inapelables.
Los juristas se opusieron a esta medida y alertaron a la ciudadanía que eso podía llevar
a crear "códigos de circunstancias" o sea leyes específicas, que fueran creadas una vez
ocurridos los hechos lo cual contradecía el espíritu del Derecho.
Las objeciones hechas por los magistrados más antiguos, fueron rechazadas por el
Poder Ejecutivo de facto ante el entonces Presidente de la Corte Suprema, doctor Luis
Gómez Sánchez y motivaron un documento suscrito por el Secretario de Justicia del
gobierno que decía: "Establecida la dictadura de una manera franca y decidida y con el
explícito apoyo de los pueblos, no cabe en buena lógica hacerle observaciones legales
relativas a la supresión de Cortes y Juzgados, ni al establecimiento de Tribunales de
excepción y restablecimiento del de responsabilidad, desde que en el actual orden de
cosas, ningún Tribunal tiene otra razón de existencia que el supremo decreto del 29 de
Noviembre último, puesto que la misma Constitución no existe".
En agosto de 1867, el gobierno de Prado, que había sido elegido Presidente Provisorio,
por el Congreso Constituyente, promulgó una nueva Carta Constitucional, modelada
sobre la de 1856. Esta Constitución introdujo modificaciones en lo referente al Poder
Judicial, estableciendo el cargo de Fiscal General Administrativo, que sería un consultor
del gobierno y defensor de los intereses fiscales y determinando pautas relativas a la
designación de los miembros del Poder Judicial.
La Corte Central fue anulada en 1868, sin haber cumplido ninguna labor, cuando el
General Pedro Diez Canseco derrocó a Prado y puso nuevamente en vigencia la
Constitución de 1860.
Vino luego un período turbulento en el que se hizo cargo del poder el Coronel José
Balta, ocurrió el levantamiento de los hermanos Gutiérrez, asumió el poder,
interinamente, el Coronel Herencia Zevallos y, elegido por el voto popular, se hizo
cargo de la Presidencia de la República don Manuel Pardo y Lavalle, que se convirtió
así, en el primer civil que ocupaba la más alta magistratura del país.
Pardo entregó el poder al entonces General Mariano Ignacio Prado, quien había sido
elegido para el período 1876 al 1889 y bajo cuyo mandato se inició la Guerra con Chile,
conocida también como la Guerra del Pacífico.
Los historiadores coinciden en afirmar que en los años previos a ese conflicto bélico,
el Perú era una nación profundamente dividida entre civiles y militares, de lo cual
aprovecharía el invasor.
Poco después, la Municipalidad de Lima hizo a los magistrados supremos una invitación
para concurrir a una asamblea y considerar las apremiantes circunstancias en las que
se encontraba la capital. En Sala Plena, la Corte Suprema acordó no reconocer al
Alcalde la facultad de dirigirse al Tribunal Supremo, e invitarlo para una reunión de
carácter político, no asistir a la Asamblea por cuanto eso implicaría en la Corte una
ingerencia manifiesta en cuestiones que rozaban con intereses distintos de los que
correspondían al Poder Judicial y que no se respondiese el oficio del Alcalde, concebido
en términos imperativos y ofensivos a la dignidad y respeto del Tribunal Supremo.
Días más tarde, el jefe de la ocupación chilena declaró bajo el imperio de la Ley
Marcial a la ciudad de Lima y sujetaba a los Tribunales Militares, el conocimiento de
todos los delitos o faltas que se cometieran, incluyendo los que se habían cometido
antes de la expedición de dicho bando.
Concluída la guerra con el Tratado de Ancón, durante el gobierno del General Iglesias,
el 21 de diciembre de 1883 se estableció una nueva demarcación judicial y el territorio
nacional fue dividido en seis distritos: Lima, Arequipa, Cuzco, Ayacucho, La Libertad y
Cajamarca.
Múltiples fueron los problemas que tuvo que afrontar el Poder Judicial al término de la
guerra con Chile, pues durante más de cuatro años el país había carecido de una
auténtica administración de justicia.
Durante el gobierno de don Nicolás de Piérola, que había sucedido al General Andrés
Avelino Cáceres, el que a su vez había sucedido al Coronel Justiniano Borgoño y éste al
General Remigio Morales Bermúdez, el 5 de Diciembre de 1897 se promulgó una ley
que establecía modificaciones en el funcionamiento de la Corte Suprema y las Cortes
Superiores. En 1905, bajo el gobierno de don José Pardo y Barreda, se establecieron los
"Anales Judiciales del Perú", en los que, desde el año siguiente, en la época de apertura
de los tribunales debían aparecer los fallos más importantes de la Corte Suprema,
precedida de las respectivas vistas fiscales. Posteriormente, se dispuso que también se
insertaran en los Anales Judiciales las resoluciones del Tribunal Supremo sobre su
propio régimen y el de las Salas, las revisiones de los acuerdos de las Salas Superiores,
las órdenes dirigidas a uniformar los usos y prácticas de los juzgados y tribunales, las
iniciativas sobre la administración de justicia y sobre reformas en la legislación del
ramo, los informes sobre proyectos de ley y decisiones en los casos de contención
sobre expropiación forzada.
En 1920, previo plebiscito, la Asamblea Nacional aprueba una nueva Constitución, que
fue promulgada por don Augusto B. Leguía, que mantenía el sistema Legislativo
bicameral que había permanecido invariable en todas las constituciones promulgadas
desde que fue instaurado en la de 1834.
La Reincorporación de Tacna
Creada por ley del 17 de Setiembre de 1856, la Corte Superior de Tacna y Moquegua,
había permanecido en receso desde el 2 de agosto de 1880, debido a la ocupación de
la ciudad por las tropas chilenas.
Al reincorporarse Tacna al territorio peruano en virtud del Tratado de 1929, la ley del
1° de agosto de ese año, autorizó al Poder Ejecutivo para que procediera a la
organización política y judicial del Departamento de Tacna por lo que el 9 de agosto se
expidió un Decreto reorganizando la Corte Superior compuesta por cinco Vocales y un
Fiscal.
Ese traslado se hizo con cargo a que los procesos sobre asuntos pendientes volvieran
eventualmente a Tacna para ser sometidos definitivamente a la jurisdicción de la
justicia peruana, si alguno de los interesados lo pedia al Juez de Arica y si éste
aceptaba la calificación de "asuntos pendientes".
Observaba el doctor Barreto que, a partir del día de la entrega de Tacna, los jueces
peruanos eran los continuadores de los jueces chilenos en el conocimiento de los
asuntos sometidos a la jurisdicción de éstos, tomándolos en el estado en que se
hallaban, pero aplicando el procedimiento de las leyes peruanas. Añadía dicho informe
que no se podía reconocer como derecho adquirido el de ser juzgado por los jueces que
cesaron ni por el procedimiento anteriormente vigente.
Derrocado el gobierno de Leguía, una Junta de Gobierno asumió todas las atribuciones
que la Constitución del Estado confería a los Poder Ejecutivo y Legislativo y en uso de
esos atribuciones pocos días después de haber promulgado su Estatuto, el 2 de
Setiembre de 1930, suprimió la Corte Superior de Arequipa e incorporó ese distrito
judicial al de Arequipa. En esa misma fecha declaró que quedaban incapacitados para
continuar o reasumir el ejercicio de sus cargos los miembros de la Corte Suprema de
Justicia que hubiesen desempeñado la función ministerial durante el régimen anterior y
los Vocales o Fiscales que hubiesen desempeñado función política o administrativa y
los que desempeñaron su presidencia, a partir de 1922.
Desde la revolución militar del Teniente Coronel Sánchez Cerro el país vivió una etapa
de intensa inestabilidad política durante la cual, en el curso de pocos meses, la jefatura
del Estado estuvo sucesivamente en manos de diversas personas, entre ellas el
Presidente de la Corte Suprema, doctor Ricardo Leoncio Elías, quien había prestado
servicios al Poder Judicial desde 1904.
En esa ocasión, el doctor Anselmo Barreto le dijo al doctor Leoncio Elías: "La Corte
Suprema aprecia en todo su valor, el noble y enaltecedor sacrificio que ha hecho usted
de sus ideales y tranquilidad, aceptando, sin vacilar, como lo requería la solemnidad
del momento histórico, la Presidencia de esa Junta, con plena conciencia de las
obligaciones y responsabilidades que el delicado cargo impone".
La Constitución de 1933
Al igual que otras constituciones, en la de 1933 se reitera que entre las atribuciones
presidenciales estaba la de requerir a tribunales y juzgados la pronta administración de
justicia. La Corte Suprema objetó esa disposición, argumentando que "dicho
requerimiento no se concibe sino del superior inmediato".
Hasta 1969 funcionaron en la Corte Suprema, dos Salas de cinco Vocales cada una, las
que se desdoblaron en otras dos, integradas por tres Vocales, con personal de las dos
primeras. En esas cuatro Salas se distribuían todos los asuntos que llegaban en recurso
de nulidad, así como las competencias y quejas de derecho. Adicionalmente, la Corte
contaba con dos Fiscalías en lo Civil y dos en lo Penal.
En diciembre de ese año, por Decreto Ley del Gobierno Revolucionario de la Fuerza
Armada, se modificó la composición del Tribunal Supremo, suprimiendo las cuatro
fiscalías mencionadas y aumentando el número de magistrados supremos. Se
establecieron tres Salas de cinco miembros cada una: la primera encargada de asuntos
civiles; la segunda de los penales y la tercera de los contencioso administrativos,
laborales y de Derecho Público.
Esas medidas tuvieron el efecto inmediato de agilizar los trámites y resolver las
causas con mayor rapidez, en lo referente a la supresión de las fiscalías, pero no
ocurrió lo mismo con la distribución de causas entre las tres Salas.
Posteriormente, diversas medidas internas dictadas por los mismos magistrados,
modificaron favorablemente esa situación.
En esta breve historia de la evolución del Poder Judicial en el Perú, cuyos magistrados
persiguen el objetivo supremo y a veces inalcanzable de buscar continuamente el más
perfecto sistema para la administración de justicia, quizá sea bueno recordar la frase
del filósofo E. Kant, quien dijo: "Cuando la justicia se derrumba, ya no vale que los
hombres vivan, pero cuando ésta fuere lograda o cumplida, la vida de los hombres
habría perdido su valor más alto que reside en la constante búsqueda de ella"
Introducción
Múltiple fue el origen de las leyes que rigieron las sociedades de la Colonia, en las que,
inicialmente, poco o ningún derecho asistía a los habitantes de las tierras
conquistadas. Esta situación fue evolucionando muy lentamente, a lo largo de los más
de tres siglos que duró la Colonia y de ello queda constancia en innumerables
documentos que recogen tanto los testimonios e influencia de quienes defendían los
derechos de los indígenas, por considerarlos "seres humanos", como los de aquellos
que afirmaban lo contrario.
"El uso historiográfico de la expresión Derecho Indiano parece haber dado solución al
problema", añade Levene.
El Derecho Indiano tuvo inicialmente su base en las leyes que se aplicaban en el reino
de Castilla y Toledo, pero los historiadores coinciden en que en las primeras décadas
de la Colonia, no había más ley que la que aplicaban los propios conquistadores.
Aunque desde antes las disposiciones existían en el papel, la lejanía de los pueblos
conquistados hacía imposible que los soberanos españoles, pudieran controlar a sus
súbditos.
Esta situación se gráfica en un aforismo que se usaba en esa época y que retrataba la
realidad. “La ley se obedece, pero no se cumple” decían los conquistadores. Y para ello
tenían el permiso real, pues los reyes españoles, ya desde el siglo XIII pedían a sus
súbditos, “obedecer pero no cumplir”, si las leyes que ellos daban, de alguna manera
perjudicaba sus intereses.
Las leyes que poco a poco venían desde España, traían a su vez un contenido
histórico que se remontaba a las culturas de los celtas, los tartesos, los ligures, los
íberos (que dieron el nombre de Iberia al reino de España) y los celtíberos.
Posteriormente, pueblos cultos, como los fenicios y los griegos, dejaron en esa región
conceptos elevados de arte, religión y pensamiento jurídico.
Vino luego la invasión de los bereberes, que ocurrió en el VIII d. C. y que significó la
desintegración política de España.
La dominación árabe tuvo una gran relevancia en el reino español de los siguientes
siglos, principalmente en la esfera jurídica, por tratarse de una cultura de gran
antigüedad y continuidad, cuyas leyes estaban basadas en creencias religiosas de gran
arraigo en la población y cuyo incumplimiento traía consigo severos castigos.
La cultura árabe tuvo, pues, gran influencia en el llamado Derecho Castellano que era
el imperante en el reino español, desde el siglo XIII hasta el siglo XV en que se produjo
la conquista de América y en el cual también influenciaron, sucesivamente, el Derecho
Romano, el Derecho Justinianeo, el Derecho Germánico y el Derecho Canónico.
El Derecho Indiano fue constituyéndose a medida que se iban dando las leyes que
podían resolver los problemas que la nueva realidad presentaba y cuya solución no se
encontraban en el Derecho Castellano.
Buscando una definición se podría decir que el Derecho Indiano fue un sistema
legislativo en el que se buscó integrar las leyes, principios y costumbres que regían en
el reino de Castilla y que fue creado para organizar el gobierno temporal y espiritual de
las Indias. Este sistema buscaba establecer la condición de sus habitantes; regular la
navegación y el comercio y sobre todo, convertir a los indígenas a la fé católica.
Dicen los estudiosos de la Historia del Derecho en el mundo, que las primeras leyes del
nuevo sistema legal que regiría en las Indias fueron las concesiones que se hicieron a
Cristóbal Colón, aún antes de que él llegara a las tierras de América.
Fue ese mismo año, 1493, que el Papa Alejandro VI, a través de las Bulas papales,
otorgaba los nuevos territorios a España, a cambio de que se procediera a la
evangelización de los indígenas, lo que convertía a las tierras del Nuevo Mundo en un
pago por el servicio específico de evangelizar a los “infieles” .
Quizá por eso, fue el problema de la evangelización, el más grave e surgido en los
primeros años de la Colonia, pues mientras había disposiciones que ordenaban
proteger la vida y los derechos de los pobladores de los territorios conquistados y que
castigaban los excesos cometidos contra ellos por los conquistadores, eran las mismas
autoridades las que ejercían violencia contra los aborígenes cuando se negaban a
adoptar las creencias religiosas que les predicaban los españoles o cuando eran
sorprendidos en las prácticas de su antiguo culto, que los nuevos gobernantes
consideraban idolatrías. Mientras tanto, la conquista y colonización de los nuevos
territorios se había convertido en un negocio privado. Ya no era la Corona Española la
que financiaba los viajes sino que era, simplemente, la que otorgaba los permisos de
viaje a los grupos de personas que acreditaran que podían solventar los gastos y llegar
a América para seguir expandiendo las nuevas tierras del reino.
Eso trajo consigo nuevos y mayores abusos que eran cometidos por los nuevos
conquistadores contra los indios, a los que se les imponía grandes tributos, se les
obligaba a cultivar la tierra y a realizar trabajos de toda índole, sin recibir pago ninguno
y en condiciones casi de esclavitud. Eso sucedía porque, quienes habían invertido sus
propios bienes en la aventura de cruzar los mares para llegar a tierras desconocidas y,
en otros casos habían contraído deudas para lograrlo, no tenían otro afán que el de ser
ricos, para ascender en la escala social y para tener poder.
Las "encomiendas"
Las encomiendas eran entregadas por las autoridades locales de la Colonia, sin que
de ello tuvieran conocimiento los soberanos en España. Las que comprendían a una
mayor cantidad de indios, se entregaban en mérito a la antigüedad de los españoles en
América, a quienes habían cumplido importantes hazañas guerreras en la conquista de
los nuevos territorios, a quienes habían tenido una mejor posición social en España y a
quienes tenían una relación más cercana con las autoridades locales o con las del
reino.
No todos los españoles tenían encomiendas, pero de una forma u otra, una gran
cantidad se beneficiaba a través de ellas, porque desempeñaban diferentes cargos,
como los de “mayordomos”, que eran los administradores de cada encomienda; los
“curas”, como se llamaba a los sacerdotes que vivían en los poblados, evangelizando a
los indios y los técnicos mineros y los fundidores, que habían venido contratados desde
España para explotar las minas que eran propiedad de los “encomenderos”.
Alrededor del año 1540, había en los territorios de lo que luego fue el Virreinato del
Perú, alrededor de 500 encomenderos, mientras que el número de españoles era de 5
mil, aproximadamente.
Dos años después, una sorpresiva disposición real suprimía la entrega de nuevas
encomiendas y ordenaba que éstas no fueran perpetuas como lo deseaban sus
actuales dueños. Eso motivó la rebelión de los “encomenderos” y una guerra civil que
duró varios años, causó muchas muertes y ningún resultado a favor de los indios, pues
don Pedro de la Gasca, quien llegó a América con el título de “pacificador” se vió
obligado a entregar las encomiendas de quienes habían muerto en la lucha para
premiar a quienes habían permanecido fieles a la Corona.
La Mita
Los indios eran sometidos a crueles castigos
Un hecho importante en la Historia del Derecho Indiano en el Perú, fue que en la fase
inicial de la colonia, siguió vigente, por decisión de los españoles, la obligación que
tenían los indígenas de participar en la "mita", institución incaica que regulaba el
trabajo comunitario y rotativo, para el cultivo de la tierra o la explotación de las minas.
La aceptación de esa costumbre, lo que reconocía su valor y la importancia del trabajo
colectivo, fue el primer paso de la incorporación al Derecho Indiano, de las costumbres,
que en ese caso eran leyes no escritas, que regían durante el imperio incaico.
Así, lo que era una costumbre incaica en beneficio de los pobladores se convirtió en un
trabajo forzado que constituía prácticamente una condena a muerte.
De todos los trabajos a los que eran obligados a realizar los nativos, el más cruel era
el de las minas. Y los cronistas cuentan que de cada cien indios que eran llevados a
realizar la “mita” minera, sólo unos diez o veinte regresaban al cabo de unos meses,
generalmente, para morir al poco tiempo, tanto se había deteriorado su salud al
permanecer días interminables, sin salir de los socavones de las minas.
En defensa de los indios
A pesar de que siempre había habido voces aisladas, que clamaban por un mayor
respeto a los conquistados, nuevas voces, cada vez más fuertes y frecuentes, se
comenzaron a alzar para condenar el maltrato que los españoles daban a los indígenas
y el usufructo irrestricto que se hacía de su trabajo y de las tierras que ellos antes
habían poseído.
Para gobernar los territorios incorporados al reino de España, los Reyes Católicos,
Isabel y Fernando, crearon, en 1511, una institución llamada la Colonia del Caribe, que
fue la primera organización legal instituída por la Corona en América. Tuvo su sede en
Santo Domingo y durante muchos años fue el único Tribunal de Apelaciones que existía
en los territorios conquistados.
"Decid ¿con qué derecho y con qué justicia teneis en tan cruel y h
La queja por esta actitud, que las autoridades de la Colonia consideraban que azuzaba
a la rebelión en las Indias, llegó al Provincial de los Dominicos de la Colonia, quien la
transmitió a su superior en España. Y de ahí llegó, rápidamente, a oídos del Rey
Fernando.
Conmocionado por el tema de la injusticia del trato a la población nativa, el mismo que
había merecido un párrafo en el testamento de la reina Isabel, su esposa, quien pidió
"justicia y bienestar a favor de los indios", el rey convocó a teólogos y juristas a una
reunión que es conocida como la Junta de Burgos, por el nombre de la ciudad donde
tuvo lugar.
Allí, mientras los sacerdotes, especialmente los dominicos, defendían a los indígenas,
algunos teólogos afirmaban que los indios vivían en una ociosidad "casi invencible",
por lo que, consideraban, sería muy difícil que ellos pudieran ser aceptados en la
religión cristiana.
Por eso, decían los que denigraban a la población americana, era necesario establecer
para ellos una “tutoría” que debía durar “tres vidas” o sea que sólo se podía extinguir
cuando hubiera sido heredada tres veces.
Se establecía en las llamadas Leyes de Burgos que los indígenas tenían que llevar
sobre sus espaldas “una carga máxima soportable”, que tenían derecho a descansos
obligatorios y que las mujeres embarazadas estaban eximidas de trabajar. También
contemplaba ese documento que los pobladores nativos merecían “un buen trato” y,
para hacer que esas disposiciones se cumplieran, se estableció que hubiera
inspectores que debían recorrer los territorios de la colonia vigilando que se respetaran
las leyes.
Estas disposiciones, sin embargo, no fueron del agrado de quienes defendían la causa
indígena. Fray Bartolomé de las Casas, un sacerdote que había llegado a América en
una de las 17 naves que formaban parte de la escuadra del segundo viaje de Cristóbal
Colón, fue uno de los principales detractores de las Leyes de Burgos, a las que se
opuso con apasionados alegatos.
Como la polémica seguía, al año siguiente, en 1513, se convocó, esta vez en la ciudad
de Valladolid, una nueva Junta para revisar las Leyes de Burgos. Y salieron entonces las
Leyes de Valladolid, que hacían algunas modificaciones, más de forma que de fondo, a
las anteriores.
Se dice que Fray Bartolomé de las Casas fue el primer sacerdote que dijo su primera
misa en el nuevo mundo, porque poco antes de viajar se había ordenado de presbítero.
Criticando esa actitud, sus detractores decían que fue un sentimiento de culpa, el que,
años más tarde, en 1515, devueltas ya las “encomiendas”, lo que lo llevó a defender
tan ardorosamente a los pobladores nativos de América.
Sus alegatos, para difundir los cuales usó muchas veces “la prensa” o sea panfletos
impresos en la recién inventada imprenta, dieron origen a la causa y a la doctrina
“Lascasista”, en las que se enrolaron todos los que defendían los derechos de los
indígenas, los cuales, a pesar de las prédicas y las leyes dictadas a su favor, seguían
siendo materia de explotación y de malos tratos.
De las Casas no había seguido estudios universitarios, como muchos de los otros
sacerdotes y juristas que se encontraban en América al mismo tiempo que él. Era
audodidacta, pero sus continuas lecturas, sus viajes y el conocer de cerca la realidad
de los indígenas le daban conocimientos suficientes como para defender firmemente
su verdad.
Por sus ideas libertarias y por su tenacidad en defenderlas, De las Casas ha sido
comparado con Jean Jacques Rousseau, literato y filosófo suizo que, siglos más tarde
pregonó que el primer derecho del hombre era el de ser libre. En su “Discurso sobre el
origen de la desigualdad”, Rousseau, preconizaba, como lo hizo De las Casas, en la
América colonial, que era la sociedad la que corrompía a los hombres.
De las Casas ejercía la defensa de los indígenas en dos frentes: en el aspecto de la
evangelización, que él consideraba necesaria para la superación espiritual de los
nativos y en el de la asistencia en el plano material, que él consideraba que debía
realizarse con la intervención de los poderes públicos.
Aún sin tener conocimientos especializados, guiándose solamente por el principio que
regía su vida que era una oposición resuelta a todo tipo de violencia, De las Casas fue
uno de los precursores del Derecho Indiano en el aspecto del respeto a los derechos
humanos de los más desvalidos.
El gran debate
El debate sobre los derechos de los indígenas llegó a su punto mayor entre los años de
1550 y 1551, cuando el jurista Juan Ginés de Sepúlveda y Fray Bartolomé de las Casas
se involucraron en una larga y ardorosa discusión pública acerca de la condición de los
indígenas y de los derechos que les correspondían.
En cambio De las Casas, quien por ser un antiguo “encomendero, conocía muy de
cerca la realidad indígena a diferencia de Sepúlveda quien nunca llegó a América,
resaltaba la vigencia plena de los derechos civiles de los aborígenes, así como sus
virtudes inherentes a todo ser humano y que eran mayores aún por no estar ellos
contaminados con los adelantos de la civilización.
Resaltó también Fray Bartolomé de las Casas, la organización del imperio y la notoria
prosperidad material que los españoles habían encontrado en esas tierras cuando
llegaron, lo que, según él, evidenciaba la inteligencia y habilidad de los nativos.
Este áspero debate, nuevamente, llegó a la Corte Española y los teólogos estudiaron
ambas posiciones y también, luego de largos debates y disquisiciones, dictaminaron
que los indígenas eran seres libres, que debían ser instruídos en la fe cristiana y que, a
pesar de que podían ser obligados a trabajar, se les tenía que dejar tiempo libre para
su instrucción. Decían además los teólogos, que los indios tenían derecho a tener casa
y tierra propia y que se les debía dar un pago por su trabajo.
Estas conclusiones fueron plasmadas en leyes que, según algunos, daban privilegios a
los indios, pero De las Casas fue uno de sus más ardorosos opositores por considerarlas
injustas y discriminatorias.
Años antes, entre 1542 y 1543, en España se habían dado las Leyes Nuevas para el
gobierno de las Indias, las mismas que suprimían el otorgamiento de nuevas
“encomiendas” y la prórroga de las ya existentes y castigaba con penas severas a
quien injuriara, hiriera o matara a un indio.
Los principales reclamos de los indios estaban referidos a la posesión de sus tierras y al
trabajo obligatorio al que estaban sometidos, pero la justicia existente en ningún caso
les dio la razón.
Con el incremento de la población, con los problemas que a medida que transcurría el
tiempo se iban suscitando y que requerían de estudio y de solución, en la sociedad
hispano americana aparecieron, claramente diferenciados del clero, ocupando un lugar
importante en la jerarquía social, los letrados. Escribanos, juristas, oidores, consejeros
de la Cancillería y jueces, llegaban procedentes de importantes universidades
europeas, en busca de poder y fortuna.
Fueron los hermanos Illán y Benito Suárez de Carvajal, quienes junto a Antonio de la
Gama, llegaron al Perú poco después de la llegada de Pizarro, los primeros legistas que
ayudaron al conquistador a gobernar en las tierras bajo su mando.
A la muerte de Pizarro, otra delegación de legistas llegó al Perú. Entre ellos estaban
Cristóbal Vaca de Castro y Pedro de la Gasca, quienes venían de España provistos de
una sólida formación universitaria y decididos a asumir funciones políticas y a sentar
las bases de la jurisprudencia en las tierras españolas de ultramar.
A mediados del siglo XVI, las colonias españolas en América crecían. Se fundaban
nuevas ciudades y aumentaban las campañas a favor de un mejor trato para los indios,
pues haciendo tabla rasa de las leyes que los protegían, los maltratos de diversa índole
eran interminables.
En esa época, los juristas venían desde España y la visión del mundo que encontraban
estaba condicionada por los intereses que tenía que proteger el reino de España y por
los conocimientos que ellos habían adquirido en su patria. Además, generalmente,
venían enviados por España y cuando no ocurría así quienes se aventuraban a llegar al
Nuevo Mundo tenían en mente más sus intereses personales que eran los de adquirir
dinero y poder, que la administración de justicia.
Las relaciones entre Estado e Iglesia eran muy cercanas y firmes y muchos acuerdos,
para ser válidos, tenían que estar aprobados por el Patronato, que es como se llamaba
la autoridad conjunta de los funcionarios políticos y de los eclesiásticos.
Fue en ese contexto, que el 12 de mayo de 1551, fue creada la Universidad de Lima,
con Real Cédula del Estado y con Bula Pontificia confirmatoria y teniendo por primera
sede el Monasterio de Santo Domingo. Había nacido la primera universidad de América,
la misma que, desde entonces, ha mantenido sin interrupción, la continuidad
institucional, administrativa y académica.
“Es la primera y mayor en este Nuevo Mundo, segunda en toda la cristiandad, sólo
inferior a Salamanca, hija de sus ciencias, hermana de sus privilegios y émula de sus
cátedras. Digna de gloriosa fama y de mayores premios” dijo refiriéndose a ella, en
1647, el cronista Fray Antonio de la Calancha, según lo recuerda el historiador Miguel
Maticorena en el opúsculo “San Marcos de Lima, Universidad Decana de América",
publicado por el Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la
misma que el próximo 12 de mayo, celebrará el 452° aniversario de su fundación.
El doctor Luis Antonio Eguiguren, sanmarquino ilustre, autor, entre muchas otras, de la
obra “La Universidad en el siglo XVI”, habla de la irradiación sanmarquina en América
recordando que graduados, profesores, incorporados o simplemente alumnos,
intervinieron directa e indirectamente en la creación de diez universidades fundadas en
el período hispánico. Los virreyes, con poderes omnímodos, se interesaban en los
procesos de administración de justicia, pero no la aplicaban directamente por temor a
ser acusados de cometer excesos o de perdonar agravios a la Corona, pues, de regreso
a España, eran sometidos a juicios de residencia, en los cuales debían dar cuenta de
todos los actos que habían realizado durante su mandato.
Por eso, a medida que la Corona Española aumentaba su poderío político militar en el
Nuevo Mundo, los letrados se convirtieron en los colaboradores más directos de los
gobernantes. La característica de este grupo social, conformado tanto por miembros de
la nobleza española, directamente llegados del Viejo Continente, como por la nueva
categoría social que era la de los mestizos, generalmente hijos de nobles y de mujeres
nativas, que habían seguido sus estudios en la recientemente creada Universidad
Nacional Mayor de San Marcos, que funcionaba en Lima, era que, debido a sus
estudios, tenían capacidad para la discusión y la negociación, antes de aplicar una
sentencia o resolver un diferendo.
Para unificar la administración de justicia en las colonias, los Reyes Católicos habían
creado el Supremo Consejo de las Indias, organización política, jurídica y económica
que regiría la vida de los países de ultramar. La institución fue completada por Felipe II,
quien ordenó la recopilación de todas las Leyes de Indias y expidió la ordenanza que
puso en vigencia esa legislación. Mientras tanto en Lima, se fundaba en 1550, la Real
Audiencia de Lima con la participación de los que fueron los primeros magistrados del
virreinato del Perú: Andrés de Cianca, el doctor Melchor Bravo de Saravia, los
licenciados Diego Gonzáles Altamirano y Hernando de Santillán.
Las reducciones eran lugares donde los naturales del antiguo imperio vivirían
separados de los conquistadores españoles, con derecho a escoger entre ellos mismos
a quienes se encargarían de resolver las desavenencias que surgieran.
A raíz de esa medida, apareció la figura de la Apelación Judicial, que se hacía ante un
tribunal integrado por magistrados españoles que habían interiorizado en las antiguas
costumbres indígenas y podían entender, por ello, la idea que de la justicia tenían los
descendientes de los pobladores del imperio de los incas.
Era la Audiencia de Lima, una especie de Cancillería que tenía como misión
inspeccionar, fiscalizar y controlar a las 15 audiencias subordinadas que funcionaban
en los dominios del Virreinato del Perú. Además se encargaba del dictado de las
ordenanzas del gobierno virreinal para evangelizar y pacificar los territorios
conquistados, del nombramiento de visitadores para que realizaran la inspección del
trabajo de los funcionarios menores, de otorgar las licencias para la entrada a los
territorios de la Corona o para que en ellos se realizaran nuevas exploraciones y podía
asumir el gobierno en caso de muerte del Virrey.
Con la llegada del primer Virrey del Perú, Blasco Núñez de Vela, llegó el licenciado
Juan Polo de Ondegardo, quien se encargó de redactar las ordenanzas para la
explotación minera y fijó las bases de una primera legislación nacida del Derecho
Español y de las normas no escritas de los descendientes de los incas.
Una institución que tuvo mucha importancia en el campo del Derecho, en la época de
la Colonia en el Perú, fue el Tribunal de la Santa Inquisición de Lima, cuya jurisdicción
comprendía los territorios actuales del Perú, Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y
Uruguay, el que sin embargo no fue determinante en el desarrollo del Derecho Indiano
puesto que los indígenas estaban fuera de su campo de acción.
El Tribunal, llamado también el Santo Oficio, tuvo, como su principal tarea, alentar "el
respeto a Dios, a la Virgen María, al sacramento del matrimonio, al estado sacerdotal y
al consiguiente voto de castidad de los sacerdotes".
En América, sus principales víctimas eran los judíos que, expulsados de España por
razones religiosas y económicas, llegaban a las ricas tierras del Virreinato del Perú,
burlando todas las prohibiciones y controles decretados. Al ser sorprendidos en la
práctica de sus ritos religiosos, que eran llamadas "prácticas judeizantes", quienes
profesaban esa fe eran juzgados por el Tribunal de la Santa Inquisición y con frecuencia
condenados a la hoguera.
Los españoles buscaban evitar así que se repitiera el fenómeno del "peligro o amenaza
judía" ocurrido, entre los siglos XIV y XV, en el territorio de España, donde los judios se
habían convertido en dueños de las finanzas hispanas, puesto que ciertas prácticas
como el agio o la usura que eran condenadas por la religión católica, no lo eran por la
judía.
Se les consideraba por eso, "un Estado dentro del Estado", puesto que antes que ser
buenos súbditos de la Corona, tenían sus propias costumbres, sus propias leyes
internas y su propia fe. Por eso, en las nuevas tierras de América y en el territorio del
reino se les perseguía, se les expulsaba y se les sometía al juicio religioso de la Santa
Inquisición, para acabar con su poder.
Sin embargo, también los españoles fueron víctimas de la Inquisición, pues sus
supersticiones y prácticas mágicas, se multiplicaron en contacto con el mundo
americano, por lo que el reino de España decidió combatir todos los actos contrarios al
dogma católico.
A pesar de que en una época fue la institución más temida del reino español y sus
colonias, a partir del siglo XVIII se acentuó notoriamente la decadencia del Santo Oficio,
tanto en la metrópoli como en las tierras de América y fue abolido por decreto de las
Cortes de Cádiz el 22 de febrero de 1813. El Virrey Abascal ordenó la publicación en
Lima, el 30 de julio de ese año, del decreto de abolición.
En 1814, cuando el rey Fernando VII fue restablecido en el trono, se dispuso que
volviese a funcionar el Santo Oficio, pero su existencia fue ya más nominal que real.
En el Perú fue abolido definitivamente a raíz del proceso emancipador con el cual se
suprimió todo tipo de dependencia política de España.