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Ser el enemigo

Por Eduard Raban


Por escalones de sueños y cansancios míos baja de tu irrealidad,
baja y ven a sustituir al mundo.
Bernardo Soares, Livro do desassossego.

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Prólogo

En estas 37 páginas, Julio Souto Salom sufrirá una metamorfosis por la que dejará
de ser una persona real para devenir un personaje literario, ficticio. Es, en un sentido
metafísico, la crónica de un suicidio; el texto será al tiempo un testimonio fiel de los
hechos acontecidos y el catalizador fundamental del cambio.
Para esta mutación, ha sido imprescindible la voluntaria colaboración del autor del
texto, Eduard Raban. Julio Souto debería estar siempre agradecido a este ciudadano que
cedió altruistamente todos los ecos de su nombre. Con este gesto, mediante la
aniquilación irremisible de la autoridad de su personaje, pudo entregarle el atributo que
más había anhelado: la inmortalidad sólo propia de dioses y vampiros, la inmortalidad
de las ideas.

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1. Julio Souto Salom.

Antes de que existiera esta historia, Julio Souto era ser humano y persona jurídica.
Nato el 21 de Marzo de 1987, tenía 21 años en el momento en que esto se escribió.
Luego dejó de existir. Durante el tiempo que vivió gozó de los derechos y deberes de su
nacionalidad española (Documento Nacional de Identidad: 44875350-G; Pasaporte:
BA354986), un aparato jurídico –el estado– que amparó y supervisó la práctica
totalidad de sus actos. De igual forma, se movía torpemente envuelto en las dinámicas
del mercado, auténticas tablas de la ley a finales del siglo XX y principios del XXI.
Todos estos datos coyunturales nos sirven de bien poco, simplemente nos permiten
ubicar espacio-temporalmente el cadáver que dio consistencia al personaje de este
relato. Otras cosas son más importantes ahora para lo que nos ocupa.
Julio Souto lee mucho y escribe cosas. Lee literatura, obviamente, pero menos de
la que le gustaría: sus ocupaciones académicas le llenan la cabeza con textos de
filósofos, economistas, sociólogos. De estos, los que le parecen más fructíferos son
Theodore W. Adorno, Edgar Morin, Harold Bloom, Robert K. Merton o Erving
Goffman entre otros, aunque cuando era aun más joven le conquistó profundamente
Pierre Bourdieu, más o menos en la época en la que leía apasionadamente la Rayuela de
Julio Cortázar. Aunque le cautivó la creación del argentino hasta el punto de enamorarse
perdidamente de La Maga, posteriormente se obligó a si mismo a abandonar su lectura
constante y embebida, considerando esta renuncia un paso imprescindible para superar
una etapa adolescente, afrontar retos mayores y más reales. Una especie de terrible
sentimiento teleológico le impulsó en este sentido, y así se vio de repente leyendo la
Divina Commedia, el Ulises y la Odisea simultáneamente, a Goethe y a Thomas Mann
en sus distintas versiones del doctor Fausto. Pese a ser su género predilecto el relato,
sentía que estaba llamado a hacer cosas más grandes, y así se enfrentaba sin temor a
grandes novelas y dramas sublimes, y ensayaba con más decisión que estilo bocetos de
grandes obras que llevaría a cabo algún día. Tenía en muy poca estima los pocos relatos
que había conseguido terminar, y sus últimos textos dramáticos y ensayos estaban
desastrosamente contaminados por sus ideas políticas acerca de la sociología del arte:
estaba completamente enajenado rumiando como realidad y literatura se relacionan
entre sí, dudaba constantemente si preferiría cambiar el mundo revolucionando la
literatura, o viceversa. Su último gran proyecto –sin empezar a redactarse, sólo
innumeras notas sueltas y recortes de internet– era un complejo artificio metaliterario
sobre un historiador y un periodista en el Sahara Occidental, con la perspectiva del
Choque/Alianza de Civilizaciones como telón de fondo. Leyendo a Pirandello, a
Bolaño, a Mia Couto y al mismo Pierre Bourdieu, creía que no estaba desencaminado
de acuerdo con la dinámica natural de la materia, y el imperativo ético del escritor se
presentaba como un tema totalmente relevante capaz de trasformar simultáneamente
mundo y arte.
Todo esto le basta a si mismo para decirse escritor, o escritor en construcción.
Aunque en su vida diaria la mayor parte del tiempo la ocupen otras tareas (los estudios
para licenciarse en sociología), a nada le otorga más importancia que a sus criaturas. En
un sentido estrictamente platónico, podría decirse que ama sus creaciones: piensa que
sólo a través de ellas podrá llegar a ser. Especialmente ama los textos que todavía no ha
escrito: las grandes novelas de publicación póstuma, que tienen una vida que trasciende
la del autor hacia delante y hacia atrás en el tiempo. Este amor por lo inexistente le lleva

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muchas veces a despreciar todo lo que ha hecho (esos relatos y textos sueltos),
sentimiento que intenta minimizar unas veces, y desbocar otras. Lo explicamos: sabe
que la primera condición para ser es la humildad. No lo sabe por una intuición clara y
distinta, ni por inferencia de experiencias anteriores. Lo sabe teológicamente,
dogmáticamente, sumiso. Él ha visto a Dante el Peregrino lavarse la cara en la playa y
atarse un junco a la cintura antes de subir el Purgatorio; ha visto a Stephen Dedalus
darse de cabezadas contra la roca del inglés, mientras Leopoldo, humildemente… Es
por eso que hace de la humildad su senda guía.
Y así se ve sumido constantemente en procesos bipolares sin control de angustia y
tranquilidad, es megalómano y se flagela en ciclos temporales sucesivos. Primero, se
siente ínfimo al leer los libros viejos y, al saberse humilde, se conforta pensando que sin
duda, más tarde o más temprano –seguramente él ya no pueda verlo, pero– la gloria
literaria le besará la sien. Después, sin poder evitarlo, esta misma paz de espíritu le hace
pensar que perdió la brújula, y no duerme por las noches pensando que nadie hablará de
él cuando haya muerto, que morirá sin haber logrado ser.
En un periodo de humildad extrema, cansado del desánimo y vencido, llegó a
pensar que no existía ya esa posibilidad, que él nunca sería capaz. Creyó –supo–
absolutamente, que nunca podría ser Julio Souto en tanto autor, esto es, ser a través de
un personaje, su creación. Masticando esta triste certeza, escupió y encontró una idea;
no una gran idea, tal vez, pero la idea que dio lugar a esto que ahora estamos leyendo.
Pensó que si no era capaz de convertirse en autor mediante la creación de un
personaje, tal vez resultaría más fácil convertirse en personaje mediante la creación de
un autor. En todo caso, se dijo, siendo el resultado el mismo, ambos procesos son igual
de dignos, y es lógico y legítimo optar por el camino más factible.
En la consciencia de que esta idea, aunque simple y bruta, pueda parecer un tanto
compleja en su exposición, se ha dedicado un capítulo a explicar el contexto exterior y
el desarrollo mental que dio lugar a este pensamiento.

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2. El plan.

Las circunstancias que tuvieron como resultado esta conclusión son totalmente
coyunturales, intrascendentes. Si no hubieran sido estas, seguramente cualquier otras
hubieran llevado a Julio Souto a esta situación: ser un personaje era, de un modo
necesario e incluso trágico, su sino. No obstante, explicaremos el contexto concreto en
que brotó su plan, para que el lector pueda comprender fácilmente lo sucedido y lo
pensado, y como una cosa llevó a la otra, y viceversa.

El 21 de Septiembre de 2008, Julio Souto regresa de unas breves vacaciones en


Egipto; allí pudo contemplar la pirámide escalonada de Shakkara, los Colosos de
Memnón, el templo de Hatshepshut, la dorada efigie eterna de Tutankhamón. Su avión
procedente de El Cairo, con escala en Roma, aterriza en Madrid, pero Julio reside en
Barcelona. Le queda poco dinero, toma un autobús entre las dos últimas ciudades.
Para entretenerse en el largo trayecto (ocho horas) dispone de dos libros y un
cuaderno.
El cuaderno, viejo, está a punto de rebosar tras recoger las evocaciones que los
arcanos monumentos faraónicos le sugirieron. Además, en páginas anteriores, se
aglutina una miscelánea de pensamientos y planes y recuerdos: notas de conferencias
formuladas en la Feria del Libro de Frankfurt 2007 (Katalanische Kultur Ehrengast,
“Singular y universal”), reflexionando sobre los condicionantes territoriales de la
literatura; las líneas generales de un meta-role-play (un juego de rol en el que los
participantes encarnarían a jugadores de rol) que debía dirigir pero nunca llegó a
ejecutarse; testimonios de torturas inflingidas a estudiantes saharauis en las comisarías
de Marrakech, Agadir, Casablanca, relatadas por ellos mismos en los salones de sus
casas, mientras tomaban té; el acta de una reunión entre el Colectivo de Defensores de
los Derechos Humanos del Sahara Occidental (CODESA) y la delegación española de
Estudios Sin Fronteras (ESF), con fecha del 10 de Mayo del 2008, Alaaiún; el primer
borrador de su ensayo “Más allá de Escila y de Caribdis, tornar a albirar Itaca”, una
reflexión analógica sobre la doble ruptura hermenéutica de Sousa Santos para una
epistemología crítica en las ciencias sociales.
Los dos libros son compendios de relatos: uno, Ficciones, recoge los que Borges
publicó en sus antologías El jardín de los senderos que se bifurcan y Artificios, editado
por Planeta-Agostini en 1985; el otro, el II volumen de los Relatos Completos de Franz
Kafka editados por Losada (Buenos Aires, 1979) que compendia todos sus relatos
póstumos rescatados por Max Brod, aquellos que Kafka encargó quemar pero, contra la
voluntad del autor, la humanidad puede leer. No hay ninguna relación premeditada entre
ambos libros. El primero lo compró Julio, ese mismo verano, en una tienda de segunda
mano en Vigo, simplemente porque lo encontró barato para su estado de conservación
(2€, el lomo un poco ajado pero la encuadernación firme). El segundo, lo hurtó apenas
dos días atrás del hostal “Nefertiti” de Luxor, sacándolo en su mochila del estante en
que los huéspedes abandonan los libros que ya han leído y no quieren cargar en su
equipaje.
En su asiento del autobús, abre los dos libros, cada uno por el relato en que se
había quedado: El milagro secreto en Borges, Preparativos de boda en el campo en

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Kafka. El reto, muy kafkiano o muy borgiano según él mismo opina, es el de encontrar
las claves ocultas que unen ambas historias. Como habíamos dicho antes, goza Julio
tremendamente desentrañando referencias hipertextuales, especialmente cuando no son
explícitas. Al descubrirlas siente que está leyendo el orden secreto del mundo, los hitos
eternos que no menguan y soportan sin deslucimiento las traslaciones geográficas,
lingüísticas, temporales. Así, pasando alternativamente una página de cada relato,
saltando sus ojos de libro a libro, siente que todo el universo ha existido únicamente
para esta unión, que se consumará por fin en ese autobús interurbano o sólo en su
cabeza.

En las primeras páginas constata que su esfuerzo no será vano: los puentes
invisibles son más evidentes de lo que había pensado. En el primer párrafo de los
Preparativos… lee:
Cuando Eduard Raban, que venía por el pasillo, llegó al hueco de la puerta de la
calle, vio que llovía; llovía poco.
De igual forma, la lluvia está presente en el sueño de Jaromir Hladík (escritor
judío checo), protagonista del relato de Borges. Mientras libra una onírica partida de
ajedrez eterna como primogénito de una de las dos familias hostiles, “el soñador corría
por las arenas de un desierto lluvioso”. Las señales empiezan a parecer tan evidentes
que, en uno de sus momentos de flaqueza, duda de la naturaleza casual de estas
relaciones. Tal vez el bonaerense, muy dado a este tipo de juegos y artimañas, hubiese
construido su relato sobre el esquema kafkiano de los Preparativos… Suda, muerde el
bolígrafo, intenta recordar los periodos activos de uno y otro (¿Quién fue posterior?),
pensando en la posibilidad de conocimiento mutuo o incluso correspondencias secretas.
Cierra los libros y el cuaderno, mira por la ventana. Si esta hipótesis fuera cierta, él sería
poco más que un testigo o un arqueólogo, nunca parte activa en ese baile místico,
siempre del lado del público y nunca en el escenario... Pero en la carretera empieza a
llover. Con el agua corriendo en diagonal por los cristales recobra fuerzas, decide seguir
leyendo, seguir tallando el final que ya se había escrito. Cuidadosamente, abre su
cuaderno y en una hoja, encabezada por las siglas K&B, anota:
- lluvia.
Conforme pasaba las páginas de uno y otro libro, la lista fue creciendo. Escribió:
- El destino inevitable anunciado, el final terrible (Ejecución de Jaromir
Hladík – Boda de Eduard Raban).
- El querer ser de uno y el querer no-ser del otro. La usurpación del yo, el
cuerpo carcasa vacía, el nombre carcasa vacía. “Ni siquiera necesito viajar yo en
persona al campo... envío mi cuerpo vestido...” (PBC)
- El uso de yo/uno (Ich/Man). “Y mientras tanto digas uno en vez de yo no
pasa nada y puedes contar esta historia; pero no bien te concedas a ti mismo que ese
uno eres tú, serás formalmente traspasado y te espantarás” (PBC).
- El mundo exterior, real, como una pura molestia. Circunstancias =
obstáculos para lograr sus tareas (descansar, imaginar).
- Anticipaciones imaginarias del fin, pensamientos funestos de los personajes.
- Hladík preconizaba el verso, porque impide que los espectadores olviden la
irrealidad, que es condición del arte. (EMS)

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- Diferencias importantes en el tiempo:
o Kafka un tiempo natural, continuo – presencia de algunas prolepsis
ficticias en las anticipaciones imaginarias del protagonista. Continuum roto por el
carácter incompleto del texto, interrupciones debido al estado inconcluso del
manuscrito.
o Borges tiempo más artificial, siendo la relatividad del tiempo (Teoría
de la Relatividad General de A. Einstein, El Perseguidor de J. Cortázar) el tema central
de su relato – a juzgar por la cita inicial del Alcorán. Importancia de la cita por el qué y
por el quién.
Prolepsis y analepsias bruscas, haciendo pasar rápido el tiempo
muerto en la celda, deteniéndose en los pasajes oníricos más
complejos, regalándole un año secreto a su protagonista para que
termine de escribir secretamente su drama “Los Enemigos”.
- Todos los que quieren torturarme y que ahora ocupan todo el espacio que
me rodea se verán rechazados bien poco a poco por el pacífico fluir de esos días, sin
que yo pueda ayudarlos así sea en lo más mínimo, y – lo que terminará resultando
natural – yo podré ser débil y silencioso y dejar que hagan conmigo cualquier cosa, y
sin embargo todo saldrá bien, sólo por obra del transcurrir de los días. (PBC)
- Presencia de la mujer, la enamorada, la musa: Betty (PBC) – Julia de
Weidenau (LE) – La mujer cuyo símbolo era Julia de Weidenau (EMS)
Anotado esto, Julio levanta la cara de su cuaderno, mira el asiento de al lado: una
rubia teñida, siliconada y joven, un bolso negro estampado con dibujos de Betty Boop.
Sacude la cabeza, descorre la cortina distrayéndose. Mira su móvil en busca de llamadas
perdidas: ninguna. Ve la hora, llegará tarde, ella ya estará durmiendo cuando llegue.
Vuelve a mirar por la ventana: fuera ha oscurecido. Sigue leyendo.

Cuando acaba la última página del segundo manuscrito incompleto de los


preparativos, sabe que ya no es libre, ha contraído tres deudas para con tres seres:
Los Enemigos, el drama de Jaromir Hladík que nadie salvo el autor pudo conocer,
deberá ser reencarnada, traducida, rescatada; Eduard Raban, el amigo de Kafka que
inspiró el personaje de los Preparativos de boda en el campo, el ser humano auto-
negado que se resiste por todos los medios a tomar la decisión de ser (de ser con toda
autoridad), deberá ser paternalmente obligado a salir de su letargo; y Julio Souto, el
joven ambicioso que sólo quiere ser-a-cualquier-precio-y-cuanto-antes, que lee y
escucha como un parásito o un banquero pensando únicamente en lo que puede obtener
a cambio, él mismo, deberá ser anulado para prestar ahora sus esfuerzos y su nombre y
toda la materia de su cuerpo hasta llevar a cabo esa tarea que le trasciende, que le ocupa,
que escribirá.

Ansioso, decide empezar a tomar notas y bocetar esquemas en su exhausto


cuaderno. Pide disculpas a esa rubia que duerme al lado cuando le despierta al encender
la luz del asiento. La chica sólo murmura algo y se revuelve en su abrigo. Tres horas
más tarde, el autobús entrará en la Estació del Nord y Julio habrá pasado gran parte de
ese tiempo mirando la bombilla eléctrica que le oscurece las esquinas de la cara,
frotándose la barba. Apenas habrá añadido tres palabras a su cuaderno. No bien cese el

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motor del autobús y la luz se apague, todas las ideas que temblaban en su cráneo dejarán
de moverse, se ordenarán. Saldrá corriendo del autobús -después de despedirse de la
rubia- y seguirá corriendo por la calle Ribes hasta que abra la puerta de su casa, allí
dejará la mochila en el umbral sacando de ella su penúltimo cigarro Cleopatra y se
sentará en la mesa blanca, entre la voluptuosa armonía del humo, a escribirlo todo.

- No te oí llegar.
A punto de terminar la trascripción del primer acto de Los Enemigos, una puerta, y
luz a su espalda – Claro, es ella, otra vez he vuelto a olvidar que estaba aquí, dormida,
esperándome.
- ¿Cuando has llegado? – pregunta frotándose los ojos, sin gafas, sin lentillas.
- No hace mucho... Sólo déjame un segundo que termine unas cosas que quiero meter en
el ordenador antes de que se me olvide el orden y enseguida...
- Sí, sí... tranquilo... te espero en la cama... – ya se gira para salir – a lo mejor me
duermo, despiértame luego si quieres...
- ¿Cuándo tienes el avión?
- A las 10:25.
- A las 10:25 del viernes.
- A las 10:25 de mañana por la mañana.
- ¿Mañana?
- Sí.
Baja la pantalla del ordenador, se gira. Ve por primera vez a aquella que le habla
desde el fulgor del otro lado.
- Te acompañaré al aeropuerto. Ahora sólo déjame un minuto que termino esto en
menos de un segundo y enseguida estoy contigo es sólo que no quiero perder el hilo de
lo que tenía que...
- Como quieras. Te espero en la cama.

Cuando la luz del pasillo se apaga, Julio levanta de nuevo la pantalla y revisa lo
escrito. Entonces se preguntó si ella, evidentemente en el fondo de Julia de Weidenau y
mucho más real que el retrato de Betty, debía formar parte de Los Enemigos con todas
las letras de su sacrosanto nombre.
Era él, él y no otro, Julio Souto, el que se impuso la tarea como fatal condena del
dispositivo maquínico inquebrantable. Sí, él debía descarnarse exponiendo todo cuanto
era y, sin duda, un pilar fundamental de su existencia (o lo que él consideraba su existir)
era ella. Ella. ¿Pero arrastrarle tras de si sin su consentimiento, obligarle a formar parte
de esta absurda cacofonía sin siquiera haberle pedido que posase desnuda? Los retratos
de Gala que pintó Dalí; los miraba en Figueres y no hablaba, no se movía, imposible
saber si ella quisiera, si estuviese simplemente de acuerdo con la idea... Ser eterno a
través de la mirada ajena le parecía a Julio una nimiedad: tan escasa dignidad en la
conquista del más alto panteón... Se dijo que, si bien en El Milagro Secreto se hacía una
mención sesgada de “la mujer cuyo símbolo era Julia de Weidenau”, nada sabía él ni

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quería saber de las mujeres de Franz o Jorge Luís. Al menos nada se podía saber a
través de las letras que legaron, al menos nada relevante a la hora de detener el tiempo.
Ellos (Franz y Jorge Luís) decidieron; a veces contra su voluntad, pero decidieron
regalarnos todo lo que pasó por sus cabezas. Se vaciaron, así gastaron su tiempo,
vaciándose para ser eternamente en las pupilas de los que abren libros. Ellos se ganaron
a pulso todas las exégesis que deseemos realizar, todos los saqueos de sus tumbas. Ellos
y sólo ellos, no la gente amable que les rodeo. Ofelia. Olvida a Ofelia. Julio sacude la
cabeza, se golpea la frente. Escribe ella. Decidió ser sólo él el que mutara, sólo él solo
contra Los Enemigos.

Esa noche se acuesta cinco minutos antes de las 7:00 una vez redactado el primer
borrador de los tres actos, cinco minutos antes de que ella se levante dejándolo a él
dormido, con una nota:
«Te he visto cansado y te he dejado dormir. No te preocupes, cogeré un taxi. Gracias
por el perfume, me encanta. Besos.»
El aire todavía huele a lotos y jazmín cuando él se despierta dispuesto a releerlo
todo.

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3. Catalizador: Los Enemigos.

ACTO I

Escena 1.
Barcelona, una de las primeras mañanas del siglo XXI. Estación de ferrocarril Plaça
Catalunya, 9:19 AM, vía 1, entra el ferrocarril S55 dirección Universidad Autónoma de
Barcelona. Julio Souto entra en el vagón y se sienta en una butaca de la esquina, saca
unos papeles de su mochila y un portaminas del bolsillo, y empieza a escribir.
Reverbera en la ventana oriental el primigenio sol de la mañana. Suena en un
acordeón una reconocible música húngara.
Un hombre – gafas, pelo cano desarreglado, camisa de cuadros – entra en el vagón y
se dirige a él.
PASAJERO: Cuando Eduard Raban, que venía por el pasillo, llegó al hueco de la puerta
de la calle, vio que llovía; llovía poco.
JULIO (desconcertado): ¿Quién es Eduard Raban?
PASAJERO: ¿Cómo? ¿No sabes quién es Eduard Raban? ¿No sabes quién es? ¿No
sabes? ¿No? ¡Oh! Disculpe, ya veo que todavía no sabe, disculpe, perdóneme, debo
haberme anticipado, disculpe, se lo ruego. Siga con lo que estaba usted haciendo
como si nadie hubiera dicho nada, dejemos que las horas del día trascurran
apaciblemente y no alteremos nada en ese orden. Permítame que me retire y, se lo
ruego, finja que no me ha visto. Volveremos a encontrarnos en su biblioteca.
JULIO: ¿Mi biblioteca? ¿Quién tiene una biblioteca?
PASAJERO: Oh, claro, por supuesto, no su biblioteca, por favor, no me malinterprete.
¡En usufructo! Me refería siempre al usufructo. En ningún momento hubiera nadie
querido insinuar que usted pudiera poseer... Permítame que me retire, se lo ruego.
El pasajero se retira al fondo del vagón, estira las piernas desparramándolas por el
pasillo, reclina el tronco hacia atrás dejando que la cabeza cuelgue boca arriba más
allá de la cima del respaldo

Escena 2.
Estación de ferrocarril de la Universidad Autónoma de Barcelona. El ferrocarril llega
y se detiene, Julio Souto sale del vagón envuelto en legión de estudiantes. Tímidamente,
empieza a llover.
JULIO: Llueve.
ESTUDIANTE 1: Llueve poco. (Habla y desaparece entre la multitud).
Julio se pone la capucha de su sudadera gris y empieza a caminar en dirección a la
Facultad de Sociología y Ciencias Políticas. Bajando por la pasarela de madera otro
estudiante le llama a gritos desde lejos, se acerca a trote rápido hasta llegar a su lado.
Siguen caminando uno al lado del otro.
LEMENT: ¡Ey! ¿No me oías llamarte?

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JULIO: Perdona, pensaba que le hablabas a otra persona. ¿Te conozco?
LEMENT: Bueno, yo te conozco a ti. Soy Pol, Pol Lement, fuimos juntos el año pasado
al curso de “Teoría de la Comunicación”. Estuvimos en la misma aula cuatro horas a
la semana durante todo el año pasado, ¿Cómo es posible que no me recuerdes?
JULIO: Perdona, había mucha gente...
LEMENT: Yo me sentaba al fondo, en la esquina. Claro, desde donde tú estabas es
posible que no te fijaras... siempre estabas en las primeras filas.
JULIO: Tengo problemas para leer el PowerPoint... ¿Querías algo?
LEMENT: Me acuerdo de las intervenciones... ¿Sigues leyendo a Goffman con la
misma asiduidad?
JULIO: Bueno, tampoco es que uno sea experto...
LEMENT: ¡Eran brillantes, brillantes intervenciones! Después de que hablaras siempre
se hacía el silencio. Todos nos preguntábamos si preparabas las estructuras
gramaticales de las preguntas o simplemente te iban saliendo mientras hablabas...
¡es tan difícil subordinar en interrogativa!
JULIO: Ya, sí... Si quieres los apuntes...
LEMENT: ¡No, no! Ya aprobé en junio. (le agarra del hombro) No hace falta que
corras, llegas con tiempo. ¿Un cigarro? (se paran, ambos encienden un cigarro del
paquete de Pol Lement) Y dime, ¿qué tal has pasado el verano?
JULIO: Ah, muy bien, ya que lo preguntas. Precisamente ayer volví de Egipto, ¿Sabías
que siguen destilando las esencias de las flores que crecen en los oasis del desierto
dejándolas macerar en vasijas de alabastro? Exactamente igual que hace milenios,
como los esclavos de Cleopatra...
LEMENT: ¡Egipto! Interesante... tengo entendido que está muy turistizado, ahora...
resulta difícil vivir la auténtica vida egipcia... ¿no es así?
JULIO: ¡Ah, sí, turístico, muy turístico! Es... sí, Egipto es así, debe ser la cuna mundial
del turismo. Uno no sabe como actuar para no parecer el típico turista... un poco
fatigante tener que rechazar todo el tiempo el papel que se presupone que... y los
negocios, los souvenirs, claro, es difícil... (Arroja el cigarro al suelo y lo pisa) Pero
bueno, ya hablaremos de esto en otra ocasión si te interesa. Ahora...
LEMENT: (Todavía fumando) Y dime, ¿Todavía sales con aquella chica?
JULIO: Sí, bueno... estuvimos juntos un tiempo en verano, antes de irme a Egipto.
Ahora ella se ha ido de erasmus, a Portugal... en fin, encantado de charlar contigo,
pero ahora... mi clase... ya hablaremos con más calma luego.
LEMENT: Ah, claro, claro, perdona. (Tira su cigarro) Empezarás a las 10, me
imagino... (Mira su reloj de pulsera) ¡Pero tranquilo llegas con tiempo! Es duro esto
de volver a madrugar ¿Eh?
JULIO: Y que lo digas. Ya te digo que llegué ayer de madrugada, apenas he tenido
tiempo de ducharme al volver del aeropuerto, he ido a acompañarle, ya sabes...
LEMENT: Sí... las despedidas en el aeropuerto, claro... por más habituales que sean no
dejan de tener encanto.

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JULIO: Sí... Y nada, a primera hora para clase, a empezar otro año más, otra vez el
mismo tren de siempre... Uno acaba siempre tan cansado que a duras penas se está
despierto para aprovechar el poco tiempo que tenemos.
LEMENT: En la tierra.
JULIO: Bueno, yo me refería a la universidad, pero visto así... Oye, de verdad, tengo
que ir a clase.
LEMENT: Tranquilo, deberías relajarte... ¿No tendrás Análisis Multivariable?
JULIO: Pues sí.
LEMENT: Pues hoy no tenéis clase. El profesor está de baja, ¿no lo sabías? ¡Le pilló un
camión! Salió en prensa y todo...
JULIO: Mfff... Si llego a saberlo... ¡Ya podrían avisar! en fin... haré tiempo en la
biblioteca, quiero buscar un par de películas.
LEMENT: ¡Perfecto! Casualmente yo también voy para allá. Te acompaño.

Escena 3.
Planta Baja de la biblioteca de Ciencias Sociales. Julio Souto y Pol Lement entran
caminando juntos, hombro con hombro, hacia las escaleras, desplazándose en diagonal
hacia el lado de Julio. Un bedel – mono azul, calvo, poblada barba blanca –
empujando un carro azul cargado de materiales diversos (escobas, aperos agrícolas,
ladrillos, fregonas, libros) se cruza en su camino.
LEMENT: (al bedel) ¡Hola! ¿Qué tal? ¿Cómo has pasado el verano? (el bedel se
detiene y les mira sin responder) Yo muy bien, ya que preguntas. Mira: (Agarra a
Julio del brazo) Te presento a mi amigo Julio. Seguro que también os hacéis buenos
amigos.
BEDEL: Julio... ¿Julio Souto?
JULIO: Sí... ¿Cómo...?
BEDEL: ¡Ah! Tranquilo, tranquilo, ya estoy al corriente de los planes de ese Eduard
Raban, hijo de la grandísima puta, bicho malnacido... ¿Cómo se le ocurre...
LEMENT: Nos encantaría charlar contigo, pero tenemos un poco de prisa y seguro que
tú tienes mucho trabajo ¿Verdad?
JULIO: ¿Por qué conoces mi nombre?
BEDEL: (Mira a Julio fijamente, mira a Lement, señala en silencio a Julio. Se golpea
la frente y mira al techo, pensativo, luego reacciona) ¡Déjame en paz, Lement, si no
quieres que te meta mi escoba por el culo y con esta hoz haga filetes con tu polla!
¡Algunos tenemos trabajo, no como tú que vas a gastar tu vida entera sin hacer nada
de provecho, inútil! ¡Universitario! ¡Parásito! (Se marcha refunfuñando por dónde
ha venido, empujando penosamente su carro, arrojando indistintamente objetos y
recogiendo otros que encuentra por las mesas)
Pol Lement y Julio Souto salen por las escaleras que suben al entresuelo.

Escena 4.

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Entresuelo: una máquina de fotocopias y los lavabos.
JULIO: Voy al baño, ves yendo...
LEMENT: Tranquilo, te espero aquí. (Lement saca del bolsillo su cartera, extrae
cuidadosamente diferentes documentos: DNI, Carné de la universidad, de conducir,
pasaporte, abono temporada del F. C. Barcelona, carné Club Carrefour, T-10,
biciing, facturas de la compañía de Gas, y los coloca sobre el vidrio de la
fotocopiadora) Siempre es útil llevar copias de tu documentación, no se sabe cuando
las vas a necesitar. (Introduce gran cantidad de monedas pequeñas en la máquina,
rítmicamente oprime el botón verde y su cara se ilumina en periodos regulares con
el escaneo de los documentos. Julio, desde el umbral de los lavabos, le observa
mientras camina de espaldas hacia el interior).

Escena 5.
Lavabos del entresuelo. Julio se quita la mochila, busca la ventana del fondo, intenta
abrirla, se encarama a una papelera, mesura la accesibilidad de su escapatoria.
Resopla y desiste: la ventana no se abre. Camina por el pasillo. Se acerca al umbral y
escucha: la máquina de fotocopias sigue funcionando. Vuelve a caminar de arriba a
abajo. Lee distraído las inscripciones de los baños.)
JULIO: «203: Envidio a todo el mundo no ser yo. F. P.»
No muestra interés. Se aburre. Se pone la mochila, la capucha, da dos saltos sobre su
vertical y sale corriendo.

Escena 6.
Entresuelo. Lement sigue haciendo fotocopias.
JULIO: (sin dejar de correr) ¡He olvidado algo! (Sube corriendo las escaleras)
LEMENT: ¡Espera! ¡Tu capucha! ¡Aquí no llueve!

Escena 7.
Planta Alta de la biblioteca de Ciencias Sociales. Mesas dispuestas regularmente y el
mostrador de préstamo al fondo a la derecha. Multitudes de estudiantes ordenados en
sus respectivas mesas como gallinas ponedoras, leyendo, murmurando, subrayando.
Nadie parece verle ni oírle. Julio recorre la Planta sin detenerse ni hablar con nadie,
sale del edificio por unas escaleras exteriores.

Escena 8.
Escaleras exteriores. Nadie. Julio baja las escaleras y entra por la ventana en un piso
intermedio.

Escena 9.

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Piso intermedio. Nadie. Un gran pasillo blanco, iluminado por tubos de neón que
titilan sin orden, puertas a cada lado marcadas por siglas y números. Julio atraviesa
el gran pasillo y entra en la puerta marcada como “SR-34”.

Escena 10.
Sala “SR-34”. Nadie. Mesas dispuestas regularmente, estanterías repletas de revistas y
volúmenes estadísticos, una puerta al fondo marcada con las siglas “PJ-598”. Julio
sale por la puerta de enfrente, siempre corriendo.

Escena 11.
Sala “PJ-598”. Nadie. Sala pequeña, cajas de cartón húmedo apiladas en las paredes,
una puerta en cada pared, una maraña de cables entrelazados y unidos con cinta
aislante que los amarra al suelo cruza la habitación, entrando por la puerta de enfrente
y saliendo por la de la izquierda. Julio se agacha, sopesa el lío de cables en su mano,
lo arranca del suelo y avanza siguiendo el cableado por la puerta izquierda: “NW-42”

Escena 12.
Sala “NW-42”. Nadie, Nada. Gris de cemento, paredes sin lucir, una bombilla desnuda
colgando del techo. Julio sigue el cable, que atraviesa la habitación y sale por la
puerta de enfrente, marcada con el letrero “Cafetería”.

Escena 13.
Cafetería del piso intermedio de la biblioteca de ciencias sociales. Nadie. Mismas
paredes de cemento sin lucir, una silla de plástico rojo en un rincón, una máquina de
refrescos y otra tragaperras, que se ilumina y suena con música y el sonido que hace el
dinero al caer sobre si mismo. Los cables desembocan en las máquinas. Julio se quita
la mochila, se sienta en la silla roja, resopla. Mira su reloj. Se levanta poniéndose la
mochila y sale por donde ha entrado, recogiendo el cable.

Escena 14.
Sala “NW-42”. Nadie. Julio cruza la sala.

Escena 15.
Sala “PJ-598”. El bedel rebusca en una de las cajas de cartón sacando material
electrónico (piezas de ordenadores y baterías de teléfonos móviles) y metiendo
periódicos viejos.
BEDEL: ¡Ey! ¿Qué haces tú aquí?
Julio no se detiene, cruza la sala siguiendo el cableado, sale por la puerta marcada
como “Aula informatizada”. Abre la puerta y ve un gran pasillo.

15
Escena 16.
Pasillo. Nadie. Más cajas apiladas en las paredes. Julio vuelca una de ellas
bloqueando la puerta por la que ha entrado con todo su contenido: volúmenes
estadísticos, anuarios económicos, libros de contabilidad, un gran Atlas Universal
Ilustrado. Sigue el cableado atravesando el pasillo hasta el “Aula informatizada”.

Escena 17.
Aula informatizada. Zumbido de los mecanismos de refrigeración de los ordenadores y
el rítmico teclear. Infinidad de pantallas planas dispuestas en filas y columnas, cada
una con su correspondiente silla enfrente, cada una soportando un cuerpo sobre ella,
cada uno sosteniendo un rostro de mirada fija ante su pantalla. Sólo dedos en
movimiento. Julio avanza por el corredor que separa las dos primeras filas (m 1j y m2j)
hasta un ordenador apagado (el séptimo, m17). Se sienta frente a la pantalla y enciende
el equipo.
VENTANA: «MENSAJE DE INICIO»: Introduzca su clave de usuario y palabra de
paso.
JULIO: (cierra fuerte los ojos y se frota las sienes. Se gira al usuario de su derecha,
que sigue tecleando impertérrito) Perdona, no consigo recordar mi contraseña.
¿Sabes como podría... (ALERTA: Su ordenador emite una señal acústica fácilmente
reconocible [SAFR] para advertirle de una nueva ventana)
VENTANA: «MENSAJE DE USUARIO 7859334, EQUIPO m18»: Lo siento, no podrás
acceder a la red sin un número que te identifique (NISH). En todo caso, yo no estoy
autorizado ni capacitado para resolver este tipo de problemas relacionados con la
autentificación del usuario. Y menos si te diriges a mí hablándome directamente en
lugar de usar el canal optimizado.
JULIO: (Levantándose, increpando, rompiendo con su cara la línea invisible que une la
pantalla con los ojos del usuario 7859334.) ¿El canal optimizado?
ALERTA: Suenan rotundamente todas las señales acústicas [SAFR’s] en todos los
ordenadores, todos los usuarios de la sala se levantan de sus asientos y miran fijamente
hacia el ordenador m17, que ocupa Julio Souto.
JULIO: (Murmurando) perdón... (Se sienta y pica la opción RESPONDER en la
esquina inferior derecha de la ventana de su pantalla. Teclea.)
VENTANA: «MENSAJE AL USUARIO 7859334, EQUIPO m18»: ¡Mira, deja ya de
joderme! ¡Dime como coño me meto en el catálogo!!!!! (ALERTA: señal acústica
[SAFR] y ventana)
VENTANA: «MENSAJE DE USUARIO 7859334, EQUIPO m18»: Podrías haber
comenzado por ahí. El catálogo de la biblioteca es un servicio accesible sin
identificación (SASI), ya que pertenece al dominio de la intranet, y sólo por haber
llegado hasta aquí se presupone que estás autorizado para consultar estos datos.
Pincha en este link: http://www.google.es/cse?cx=partner-pub-
1195520573229281%3Ak3rdhj4jvom&q=la+biblioteca+de+babel. Aun así, espero
que dispongas de tu correspondiente documentación en regla, además de las copias
necesarias, pues te solicitarán tus credenciales en el mostrador de préstamo. Buena
Suerte en tu Búsqueda.

16
Julio pica en el link. Lee durante un rato. ALERTA: SAFR y ventana.
VENTANA: «MENSAJE DE USUARIO 8894572, EQUIPOext»: Julio, soy Pol.
Escucha, he visto a Eduard Raban por el campus. Sigue con su plan de suplantarte,
parece muy decidido. Creo que se está volviendo loco, no estoy seguro de si es
consciente de lo que hace o ha llegado a convencerse a si mismo de que es tú. Sólo
quería advertirte, no sé que hará si te ve. En todo caso, no estaría mal que ella
estuviese al tanto... al fin y al cabo es la causa última de todo... Tú sabrás. Tienes mi
móvil, llámame para lo que haga falta. Lement.
Julio cierra la ventana picando en la equis roja de la esquina. Introduce en el catálogo
los datos del DVD que está buscando, lo localiza, anota el número del código de barras
(1500846738) y sale del Aula Informatizada.

ACTO II

Escena 1.
Planta Alta de la Biblioteca de Ciencias Sociales. Julio, con el DVD en la mano, se
acerca al Mostrador de Préstamo en la esquina derecha. Tras el mostrador, dos
funcionarias de la biblioteca conversan cara a cara, escupiendo regularmente bajo la
repisa.
BIBLIOTECARIA 2: ...y métense cosas en el interior, ¡Slurp!
JULIO: ¿Dijo usted metempsicosis? (las dos bibliotecarias se gira hacia él) Perdón, no
quería interrumpir.
BIBLIOTECARIA 1: ¿Mete en si cosas?
JULIO: ¡No, no! Metempsicosis. Meten si cosas lo decía malamente Molly Bloom. ¡Le
pregunto si decía metempsicosis!
BIBLIOTECARIA 1: Ah, pues lamento decepcionarle. No puedo haber dicho esa
palabra más que por error o atrevimiento. Mi amiga y yo nos retábamos en un
desafío de glándulas salivales: pierde quien más saliva segrega. (Levanta del suelo
una bacía llena de viscosa baba para que Julio pueda verla.)
JULIO: Ah... ya veo.
BIBLIOTECARIA 1: Así pues, me detallaba mi amiga (se gira a su amiga, que ahora
calla con los ojos cerrados y los labios apretados) la preparación de un plato típico
de su región, que consta principalmente de un ave rellena... ¿Qué ave dijiste?
BIBLIOTECARIA 2: Cualquier ave está bien. (Se encoje de hombros)
BIBLIOTECARIA 1: De acuerdo, pongamos un faisán. Y a la desdichada ave, después
de muerta, decapitada y desplumada, yaciente en una bandeja de plata, se le
introduce una mano por el recto y con fuertes tirones se extraen todas las entrañas y
órganos internos.
JULIO: Mmmmm... Los devoraría con fruición. Especialmente el hígado y los riñones,
y el corazón.

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BIBLIOTECARIA 1: No, no, se equivoca. Todos los órganos internos deben ser
desechados de inmediato.
BIBLIOTECARIA 2: ¡Incinerados!
BIBLIOTECARIA 1: Eso, incinerados. Desde los intestinos hasta los pulmones,
pasando por esos que ha mencionado usted. Todo residuo interno del pavo debe ser
incinerado de inmediato. Tenga en cuenta que estamos hablando de una receta
milenaria... Es... (voz baja) una especie de superstición, ¿comprende?
JULIO: ¡Oh sí, sí! Por supuesto. Me tengo por una persona muy tolerante que respeta
por igual todo tipo de culturas y prácticas de conocimiento, ya sean modernas y
científicas como las creencias más antiguas e infundadas. Hace poco estuve en
Egipto, precisamente en el mes del Ramadán, y... pero eso es otro tema, por favor,
prosiga. ¿Es que acaso van a comerse al pato hueco?
Ambas echan la cabeza hacia atrás riendo con un ronquido histérico.
BIBLIOTECARIA 1: ¡No por Dios! ¿Cree usted que una receta tan simple como pollo
hueco me hubiera hecho salivar tanto? (Pone ante su nariz la bacía a punto de
rebosar de baba, un hilillo gotea y cae hasta sus zapatos, empapa los papeles que
hay sobre el mostrador.) Evidentemente no, y éste es el punto más apetecible de la
receta. Si desea escupir para eliminar algún exceso, por favor no dude en usar mi
bacinilla.
JULIO: Gracias...
La bibliotecaria 1 sigue callada, invitándole a escupir con una mirada severa. Por
obligación cortés Julio se escupe un poco por encima del hombro. La jugadora sonríe.
BIBLIOTECARIA 1: ¡Métense cosas!
BIBLIOTECARIA 2: ¡Pero no cualquier tipo de cosas! No pienses que en mi país
somos tontos o poco refinados o no sabemos comer. ¡Esto es una exquisitez! (Habla
con un chorro continuo de verborrea que sólo interrumpe para limpiarse la barbilla
con el dorso de la mano.) Slurp... Se debe rellenar la perdiz con la sustancia más
exquisita que los seres más bellos de la creación pueden custodiar, y esto, es
evidente, no incumbe en modo alguno a hombres o mamíferos o aves. Sí,
seguramente tú estabas pensando que el ave era la parte fundamental del plato, ya
sabes, et volatile super terram sub firmamento caeli, pero no, te equivocas, joven,
sólo sabrás la mitad de las cosas si sólo llegas a escuchar el final del versículo, con
el eco, con la reverberación, la reverberación no es nada sin el sonido original que le
dio fuerza, escucha bien y escúchalo todo entero porque sólo lo diré una vez, así lo
hacemos en mi país... ¡Slurp!... Creavitque Deus cete grandia, ¿escuchas? ¡Grandia!
grandia et omnem animam viveutem atque notabilem, y esto es lo mejor, pon
atención, ¡Slurp!, escupe si quieres escupir, esto ya no es una competición, ¿no?,
bueno, escucha, quam produxerant aquae in specias suas, ¡Aquae! ¡Los peces! Los
peces son lo que importa, los peces filtran agua todo el día, como las ballenas, a un
nível mucho más masivo porque obviamente hay muchos más peces que ballenas,
así que... Claro, filtrar el agua es dejar pasar lo malo, sí, lo has adivinado, es dejar
pasar el agua vacía y la sal blanca, para poder quedarse con todo lo demás...
Mmmm... Exquisito... ¡Slurp! Todo lo demás, filtrado, almacenado, condensado. Mi
pueblo cree que toda el agua de todos los océanos ha pasado alguna vez a través de
un pez. Y a mí me parece tremendamente lógico, ¿No te parece? No hay agua pura
ya, sólo los peces tienen todo lo bueno que hubo una vez en los océanos, así que...

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¡Slurp! ¿Qué meterías dentro de esa ave ahuecada que es sólo la carcasa vacía,
cáscara vacía de un cuerpo volador y apetecible, ¡slurp!, pero vacía al fin y al cabo
la carcasa, dime, tú qué harías? ¡slurp! ¡Claro! Peces... ¡Slurp! ¿Qué sino?
JULIO: ¿Peces ente...?
BIBLIOTECARIA 2: ¡No! por supuesto que no. Ya te he dicho que no somos unos
bárbaros ni unos animales. No has comprendido nada. Filtro de agua, el pez es sólo
un filtro de todo el agua del océano, es una forma de condensar agua en... Pero no en
todo el pez. Es dentro del pez donde se ha acumulado aquas aquae sub caelo todo,
dentro, en las entrañas... ¡Slurp! Hacemos puré de tripas de pescado. ¡Slurp! Gris
oscuro, denso, gelatinoso puré casi sólido que huele a todos los océanos en una
bacinilla. ¡Slurp! Ese es el único relleno que puede soportar la codorniz: entraña de
Lamprea machacada. ¡Slurp!
Empieza a soltar un chorro continuo de saliva que rebasa la bacía y empapa todos los
papeles del mostrador y cae formando charcos que estropean el parqué.
JULIO: (cuchicheando, a la BIBLIOTECARIA 1) ...¿y no es amargo?
BIBLIOTECARIA 1: ¡Oh, de ninguna manera! Tengo entendido que también añaden
higos.
Entra el bedel.
BEDEL: ¡Pero si es Julio Souto, mi queridísimo amigacho! ¿Cómo te va? ¿Ya te has
librado de ese plomo de Lement? Te juro que algún día...
JULIO: Estaba haciendo unas fotocopias... todavía estará allí, supongo, deberías ir a
verle.
BEDEL: ¿Y qué querías? ¿Sacar algunos libros en usufructo? (Coge el DVD de la mano
de Julio, lee) Orson Welles... ¿Qué es esto? ¿Una película?
JULIO: Sí...
BEDEL: Y estas dos cotorras te están haciendo perder el tiempo ¿no? ¡Furcias
malparidas! ¿Cuándo dejareis vuestros juegos de vicio e inmoralidad? ¿No veis que
el chico está esperando? (a Julio) Espera, la veremos en la sala de Audiovisuales,
tengo la llave.
BIBLIOTECARIA 1: (al bedel) Cuanto me alegro de volver a verte, no has cambiado
nada en todos estos años...
BEDEL: ¿Quieres atender al chico? Tenemos prisa.
BIBLIOTECARIA 1: ¿Qué tal van las cosas por la Planta Baja? Deberías dar recuerdos
a Josefina, hace ya mucho tiempo que no puedo bajar a tomar café... Lo pasábamos
muy bien... ¿Te acuerdas de aquella receta que nos contó?
BIBLIOTECARIA 2: (Sin dejar de salivar) Mmmmm... Calabares...
BEDEL: ¡Atiende al chico!
JULIO: Yo no tengo prisa... ¿sabes qué? Volveré otro día.
BEDEL: ¡No!
BIBLIOTECARIA 1: Perdona, joven, ¿Querías algo?
BEDEL: ¡Quiere esta película!

19
BIBLIOTECARIA 1: Claro, claro... perdona, normalmente es ella la que se encarga de
esto, pero en su estado... ¿Me dejas tu carné, por favor?
El bedel mete la mano en el bolsillo de Julio y extrae su cartera, la deposita de un
golpe en el mostrador.
BEDEL: ¡Búscalo tú, puta! (a Julio) Vamos o nos tendrán aquí todo el día.
JULIO: Pero... mi cartera...
BEDEL: Ya la recogeremos luego, esas no se irán a ningún sitio... Ven, no sé si has
estado alguna vez en la Sala de Audiovisuales, tiene unos sillones reclinables...
El bedel agarra del brazo a Julio, bajan por las escaleras hacia el entresuelo.

Escena 2.
Entresuelo. Pol Lement sigue haciendo fotocopias.
LEMENT: ¡Ey! Os estaba esperando. Julio, si me dejas tus carnés te sacaré unas copias,
me han sobrado algunas monedas...
BEDEL: Calla.
Sin soltar a Julio el bedel sigue caminando por un pasillo lateral, hacia la sala de
Audiovisuales.

Escena 3.
Sala de Audiovisuales. La pared acristalada permite ver el interior antes de abrir la
puerta: una enorme pantalla analógica cuadrada, dos sillones reclinables frente a la
televisión con una mesilla baja en medio. Colgado en la esquina del fondo, un
calendario Penthouse, con Miss Septiembre desnuda en obsceno desplegable gigante.
El bedel abre la sala con la llave que saca del bolsillo, aparca su carro detrás de la
mesita y se deja caer con todo su peso sobre el sillón de la derecha.
BEDEL: Pero siéntate, hombre. ¿Quieres tomar algo?
El bedel saca de su carro una botella de moscatel semiseco, dos vasitos, y un pedazo
redondo de pan de higos y almendras, que cuidadosamente desenvuelve dejando el
papel de celofán a modo de bandeja entre la mesita y el dulce. Saca del bolsillo y abre
una navaja larga y de hoja estrecha y corta dos porciones del pastel.
JULIO: No, gracias. Si no te importa, pondré la película...
BEDEL: Pon, pon lo que quieras. ¿Qué es, en blanco y negro?
JULIO: Sí, es un poco vieja...
BEDEL: Ya. Oye, si te aburres de ese tostón, podemos poner algunas de las películas
que tengo yo por aquí... seguramente sean más interesantes...
Le alcanza un archivador de CD’s, con capacidad para al menos 500 discos, que saca
de su carro. Julio ojea los títulos: ‘Házmela escupir IV’, ‘Semental Querido Watson’,
‘Conejos jugosos para penes rabiosos’, ‘Tócamela Otra Vez, Sam’, ‘Murieron Con Las
Pichas Tiesas’, ‘Sodomízala negro’, ‘Don Pijote de la Mancha’...; Ordenadas en sus
respectivas categorías: ‘Sexo Anal’, ‘Amateur’, ‘Asiáticas’, ‘Corridas’, ‘Latinas’,
‘Gordas’, ‘Interraciales’, ‘Lesbianas’, ‘Maduras’...

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JULIO: No, gracias... no me interesan demasiado este tipo de películas... estas chicas...
BEDEL: ¿Seguro? No tengas vergüenza, chico, ya somos como compadres. No es por
caer en el tópico, pero aquí tranquilamente nos podríamos hacer unas... (gesticula
agitando el puño sobre su entrepierna)
JULIO: ¡No!
BEDEL: Bueno, bueno... pero que no te intimide la pared acristalada, aquí no nos ve
nadie. (Señala hacia la pared acristalada).
La pared acristalada es alternativamente opaca o transparente de forma
unidireccional, es decir, permite la visión del interior desde fuera pero no del exterior
desde dentro.
JULIO: Ya... Yo... tengo novia, ¿sabe?
BEDEL: (Estalla en carcajadas) ¡Vaya con el moralista! ¡Como si esto fuera algún tipo
de adulterio!
JULIO: Bueno, desde una perspectiva muy concreta...
BEDEL: ¡Pero si estas chicas no son de verdad! No te equivoques. ¿Tú crees que
existían chicas como esa antes del Photo-shop? (señala con el pulgar el calendario
de la esquina) Te voy a contar un secreto: ninguno de los personajes que sale en
estas películas existe realmente.
JULIO: Bueno, no te pongas metafísico. Ya sabes a lo que me refiero.
BEDEL: ¡No! No me has entendido. Digo que no existen. Son mapas de bits. Yo he
visto como las diseñan, en la Facultad de Comunicación tienen un departamento
destinado únicamente a eso. Construcción de imágenes sexuales ideales, ¡diosas! –tú
me entiendes, Diosas. Trabajan con sondeos, analizadores Lazarsfled-Stanton,
escáneres cerebrales, públicos piloto...
JULIO: ¿Públicos piloto? ¿Te refieres?
BEDEL: Claro, pajilleros. Y realizan todo tipo de mediciones... no me hagas entrar en
detalles...
JULIO: Todo eso no es para mí. (Se levanta y enciende el reproductor de DVD,
diversos pilotos verdes y azules se iluminan dejando ver que la energía llega al
aparato).
BEDEL: Oye, (Julio le ignora, cansado) Oye, en serio, escúchame.
JULIO: ¿Qué?
BEDEL: ¿Tienes por aquí una foto de tu chica?
JULIO: (Risa sarcástica) ¿Quieres incluirla en tu archivo? (Pausa) No, ahora no la
tengo, me has quitado la cartera.
BEDEL: Claro.
Julio introduce el DVD. El menú de inicio aparece en la pantalla, música de
contrabajos y violines. En la pantalla, los rostros alternados de Jeremy Irons y Anthony
Perkins, se oye sobre la música la voz profunda de Orson Welles: “Ante la ley...”
BEDEL: Supongo que ya estás más tranquilo por aquel asunto de Eduard Raban.
Julio se gira hacia él sorprendido.

21
JULIO: ¿Otra vez con eso? ¿Quién es Eduard Raban?
BEDEL: Ey, yo estoy de tu parte. No finjas que no sabes porque yo ya sé que sabes. No
puedes haber olvidado a tu enemigo.
Julio pausa la película.
JULIO: Sí, ya sé, he oído –bueno, he leído– que quiere suplantarme. No tiene sentido.
¿Por qué iba alguien a hacer eso?
BEDEL: ¿Cómo que no lo sabes? ¿Ya has olvidado la foto? (Le alcanza una fotografía
que saca de un bolsillo interior de su mono azul).
La foto muestra una chica de hermosos ojos. No obstante, se le ve una boca demasiado
ancha en relación a la forma de la cara, y el labio inferior sobresale cerca de la
comisura izquierda. Tampoco el estrambótico sombrero ni el vestido son bellos ni
elegantes: demasiado florido, muy ceñido especialmente en el talle y las mangas,
denotan vanidad. Y aun así, lo que más le desmejora es la posición de su columna,
totalmente encorvada, que hace pensar que tal vez su espalda sea redonda.
JULIO: No es tan bonita como para estar en tu selección...
BEDEL: ¡Y tanto que no! ¿Por quién me has tomado, por un cerdo depravado? Es la
prometida de Raban. Él la llama Betty.
JULIO: Bueno.
BEDEL: ¿No ves nada raro en la foto?
JULIO: Ya te he dicho... me parece más bien feucha.
BEDEL: No es real, idiota. Es una imagen digital que produjeron en el departamento, de
las primeras, ya ves lo mal que les salió.
JULIO: Pues no veo como podría casarse con una imagen virtual...
BEDEL: Creo que empiezas a recordar porque querría suplantarte.
JULIO: ¿Cómo? ¿Quiere... a ella?
BEDEL: ¿Y quién no? Al final todos queremos lo mismo.
JULIO: ¡Habrá ido a buscarla!
BEDEL: Supongo.
Julio se levanta de un salto.
BEDEL: Ey, ¿dónde vas? Aun no has visto la película.
JULIO: ¡Tengo que encontrarle!
BEDEL: Cálmate, ahora que tienes todo más claro deberías actuar con más
racionalidad, no haciendo el jíbaro por una Biblioteca. El tiempo lo arreglará todo...
Anda, siéntate y come.
JULIO: ¡Déjame!
Julio le empuja la tripa, volcando el sillón reclinable. El bedel queda pateando el aire
desde el suelo.
BEDEL: Serás... ¿Qué coño te pasa?
Julio busca sobre la mesa siendo sólo instinto, le sorprende disparando pan de higo.

22
BEDEL: ¡Mi ojo! Hijo de...
El bedel salta sobre él y le atenaza el cuello, le estrangula. Palpando el suelo, Julio
alcanza la navaja que había caído de la mesa rota. La abre con una mano,
sorprendiéndose ante esa capacidad innata hasta ahora desconocida.
De la arteria yugular del bedel caen chorros espectaculares de sangre, demasiada
sangre para ser real. Julio hace rodar el bulto muerto que le aplasta y se levanta. Mira
el cadáver, mira sus manos, su ropa. Deja caer la navaja abierta, y mira hacia afuera,
sin ver nada. Sale.

ACTO III

Escena 1.
Entresuelo. Pol Lement sentado en la posición del Loto junto a la máquina de
fotocopias, revisa uno a uno los impresos del fajo que acaba de imprimir, mientras
tararea entre dientes una melodía húngara. Julio entra corriendo, las manos y el pecho
y el regazo rebosantes de sangre fresca que gotea.
LEMENT: ¡Ey! ¿Te lo has pensado mejor? ¿Quieres que hagamos esas copias?
JULIO: (Agarrándole de las solapas) ¿Qué sabes de Raban? Dímelo todo.
LEMENT: (Se zafa) Tranquilo... no te pongas en plan interrogador conmigo. Esto no es
ninguna película de espías, ni tú eres...
JULIO: ¡Raban! ¿Qué sabes de Raban?
LEMENT: Bien, te lo explicaré todo si te calmas, para eso estoy aquí, es mi única
función. Ya ves, el resto del tiempo me lo paso sacando fotocopias para no
olvidarme... en fin. Tranquilízate, siéntate. (Julio se sienta en el suelo en la misma
posición que Lement) Raban. ¿Quién es Raban? Bueno, tu enemigo, eso ya no es
ningún secreto para nadie. Un enemigo del que sólo sabes que quiere suplantarte.
JULIO: Sí, eso ya lo sé.
LEMENT: Correcto. Y también sabes el por qué, ¿verdad? Ya has visto el mapa de bits
con el que está prometido.
JULIO: Sí, eso también lo he visto. (Se mira las manos; las limpia disimuladamente en
las perneras de sus pantalones, dejando una mancha enorme.) Y como no podrá
casarse nunca con un dibujo, ¡quiere acosar a mi chica!
LEMENT: Bueno, a efectos prácticos sí: como diría nuestro amigo, quiere cardarse a tu
novia. Pero más técnicamente no es querer lo que quiere, sino ser querido. Déjame
que te explique, esto es más una disquisición teórica que he pensado en mis ratos
libres... que son muchos... digo yo que Raban se habrá cansado de tener una
prometida virtual a la que nunca alcanza, que sólo está en posición de ser objeto de
adoración –porque para esto la imagen virtual es de lo más efectivo, no hace falta
demasiado para que un objeto pueda ser querido. Pero claro, le falta la contraparte,
el feed-back, que dirían en el departamento. Un objeto nunca es capaz de amar...
creo que esto lo saque de alguna película sobre clones o androides, Blade Runner
o... es un tema interesante, ¿No te parece? No sé si lo sabrás, pero en el Canto XVII

23
del Purgatorio aparece una disección analítica de la fe en Dios que podría muy bien
relacionarse...
JULIO: Tengo que matarle.
LEMENT: ¡Ey! ¡Alto! Te tenía por una persona mucho más pacífica... El Julio Souto
que yo conozco nunca mataría a nadie, ni siquiera aunque estuviera justificado. Por
otro lado, Raban está enfermo, lo que en cierto modo le hace más merecedor de
lástima que de odio.
JULIO: (sarcástico) Sí...
LEMENT: ¡Sí! Te lo estoy diciendo, está loco, enajenado. Ya te he dicho que te está
suplantando.
La máquina de fotocopias se ilumina y suena escaneando. Para.
LEMENT: Ha perdido el juicio, ya no sabe quien es. Eduard Raban cree ser realmente
Julio Souto y ya no distingue el verso de la prosa.
JULIO: Estará en Portugal, persiguiéndole a ella. Tengo que volar allá, tengo que
detenerle. (Se levanta).
LEMENT: ¡Espera! Escúchame, me parece que no lo estás entendiendo. Te está
suplantando absolutamente, entiéndelo, piensa como tú, actúa como tú, incluso ha
olvidado quién era Eduard Raban. Hace exactamente lo que tú harías en la misma
situación.
JULIO: Por eso mismo, tiene que estar en Portugal, y yo tengo que detenerlo.
LEMENT: ¿Seguro? ¿Seguro que tú harías eso en esta situación?
JULIO: (Amenazante, apuntándole con el dedo) ¡No intentes detenerme tu también!
¡Todos queréis confundirme! ¿Quién va a conocerme mejor que yo?
LEMENT: ¡Vale! Haz lo que crees que debes. Sólo piensa por un momento esto: tú eres
Julio Souto, ¿verdad?
JULIO: Sí.
LEMENT: Y, si estás tan seguro de que Eduard Raban, que piensa exactamente igual
que Julio Souto, se iría inmediatamente a Portugal y no habría esperado aquí ni un
segundo ¿Por qué tú, Julio Souto, no estás ahora en Portugal?
Pausa.
JULIO: ¡Porque no me dejáis en paz!
Sale corriendo por las escaleras. Lement ríe.
LEMENT: (Gritando al vacío) ¡Necesitarás tu DNI para volar! (Juega lanzando al aire
todas sus copias, recogiéndolas y volviéndolas a ordenar. Ríe.)

Escena 2.
Planta Alta. El mostrador de préstamo en la esquina izquierda, toda la sala dispuesta
inversamente simétrica a su disposición en los actos anteriores.
BIBLIOTECARIA 1: ¡Joven! Perdone, joven.

24
Julio, confuso, busca el mostrador de préstamo en la esquina derecha. Rota sobre sí
mismo sin encontrar a las bibliotecarias. La bibliotecaria le lanza un libro que impacta
en su cabeza.
JULIO: ¡Ay!
BIBLIOTECARIA 1: ¡Joven! (Saluda con la mano desde detrás de su mostrador)
JULIO: (Se acerca) ¡Hola! Necesito mi cartera.
BIBLIOTECARIA 2: (Con la cabeza gacha) ¡La llave!
BIBLIOTECARIA 1: Claro, tu cartera. Aquí la tenemos, por supuesto. ¿Nos devuelves
la llave de la Sala de Audiovisuales?
JULIO: ¿La llave? ¿Qué llave? La llave la llevaba, ¡la lleva! el bedel. Yo no tengo
ninguna llave.
BIBLIOTECARIA 2: Necesitaremos la llave, joven, estos documentos habían quedado
como depósito por esa llave... No podría devolvértelo sin que tú me traigas...
BIBLIOTECARIA 1: ¡El disco!
BIBLIOTECARIA 2: Claro, y también necesitaremos ese DVD que te llevaste... no
pudimos registrarlo y...
JULIO: ¡Dame mi cartera! (Golpea el mostrador).
BIBLIOTECARIA 1: (Levanta la cara, se acerca a él enfurecida. Habla lentamente,
remarcando cada sílaba.) La llave y el disco.
Julio retrocede asustado, baja por las escaleras.

Escena 3.
Entresuelo. Lement hace fotocopias de las fotocopias. Entra Julio por las escaleras.
LEMENT: ¡Ey, compañero! ¿Unas copias?
Julio sale por el corredor hacia la Sala de Audiovisuales.

Escena 4.
Sala de Audiovisuales. A través de la pared acristalada se ve al bedel, tumbado en el
sillón reclinable, todavía con la cara sucia de pan de higo, pasando las páginas del
calendario mientras bebe moscatel y se lame los dedos que arrastra por su frente. Julio
paralizado, se mira las manos sucias de sangre, no entra.
Pausa.
Julio se gira y encuentra al ESTUDIANTE 1 justo detrás de él.
ESTUDIANTE 1: Todavía no ha dejado de llover, pero no te preocupes, por la tarde
seguro que para.
Julio sale corriendo, agachándose para pasar por la puerta por la que ha entrado, que
ha menguado durante la escena.

Escena 5.

25
Planta Alta, luz roja tenue, humo, música. Dónde antes estaba el mostrador de
préstamo, ahora una barra de bar de madera oscura, con los bordes acolchados en
cuero. Detrás un gran espejo y vitrinas con botellas exóticas. Julio entra apresurado y
se dirige a la barra.
CAMARERA: (rubia teñida, siliconada y joven, camiseta negra ceñida y escotada,
estampada con un dibujo de Betty Boop) ¿Te pongo algo?
JULIO: Mi carné por favor. (Deja la llave sobre la barra)
CAMARERA: Claro, cariño, no te preocupes, aquí mismo tengo todos los carnés que
me han dejado ¿Tu nombre?
JULIO: Julio Souto.
Camarera repasa el archivador donde guarda los carnés, pasando entre sus dedos
cada uno de ellos.
CAMARERA: Perdona, ¿Cómo has dicho?
JULIO: ¡Souto, Julio!
CAMARERA: ¿Has dicho Souto? No tengo nada por ese nombre.
La bibliotecaria sigue revisando todos los carnés, las fotos pasan entre sus dedos.
CAMARERA: ¡Ah, aquí estás, ésta es tu foto! (leyendo) Eduard Raban. Aquí tienes,
cariño. ¿Por qué me has dicho lo de Julio Souto? ¿Qué es, una especie de nombre
artístico? ¿Cómo lo de las putas y los escritores de pseudónimo? Anda toma... no
deberías tomar el pelo a una rubia como yo...
Enganchada con un clip al carné, la foto de Betty. Lanza la cartera, que impacta en el
rostro de la Camarera, y sale por la escalera exterior.

Escena 6.
Escalera exterior. Julio salta desde el segundo piso y llega hasta la pasarela de
madera. Sigue corriendo hacia la estación murmurando entre dientes ruidos
incomprensibles.
JULIO:...nometempsicosissinoanamnesis...metempsicosisnoanamnesis...anamnesisnom
etempsicosis...

Escena 7.
Estación de ferrocarril de la Universidad Autónoma de Barcelona. Julio corre sobre la
pasarela de madera hacia la estación de tren. Suenan los SAFR ensordecedores cada
vez que alguien introduce su billete en las puertas automáticas. Salta la valla. Nadie
intenta detenerle, no suena nada, silencio.
JULIO:...anamnesisnometempsicosisnometempsicosissinoanamnesismetempsicosisnoan
amnesis...
Llega el tren, Julio entra.

Escena 8.

26
Vagón del S55, dirección Barcelona. Vacío. Julio se sienta en una butaca de la esquina,
saca unos papeles de su mochila y un portaminas del bolsillo, y empieza a escribir lo
que murmura.
Un hombre – gafas, pelo cano desarreglado, camisa de cuadros – entra en el vagón y
se dirige a él.
PASAJERO: Cuando Eduard Raban, que venía por el pasillo, llegó al hueco de la puerta
de la calle, vio que llovía; llovía poco.
Reverbera en la ventana oriental el primigenio sol de la mañana. Suena en un
acordeón una reconocible música húngara.
JULIO: Sí. Llueve poco. Esta mañana, una de las primeras del siglo XXI, llueve poco,
digo, llovía poco. Ya recuerdo: yo lo veré al salir del pasillo, yo lo vi. Esta mañana
lloverá un poco, ya lo estoy viendo.
Saca los papeles de su mochila y empieza a leer a medida que va escribiendo,
escribiendo a medida que habla.
JULIO: Reverbera en la ventana oriental el primigenio sol de la mañana. Suena en un
acordeón una reconocible música húngara. Cuando, viniendo por el pasillo, llegué al
hueco de la puerta de la calle, vi que llovía; llueve poco.

27
4. Búsqueda.

No está mal, se dice Julio Souto sobre el texto que acaba de releer en el vagón de
tren que vuelve de la universidad. No está nada, nada mal, se dice, habrá que cambiar
algunas cosas, detalles, ya se sabe, pero no está nada mal para empezar, un buen punto
de partida. Sonríe. A lo mejor hasta se lo dejo leer cuando vuelva de Portugal, seguro
que le gusta y se le pasa el enfado que habrá cogido por no haberle acompañado al
aeropuerto. Al aeropuerto de Girona, nada menos, maldito Ryanair... ¿para qué ir a
Girona? Ya le compraré perfumes y joyas cuando sea rico, seguro que eso le gusta...
Aunque no será con este texto con el que me haga rico, se dice Julio. Habría que
purificar el estilo, quitar paja. Demasiado barroco denota vanidad, Borges dixit, y eso es
justo lo que hay que evitar ahora. Humildad, volver a la senda guía, limitarse a las
obligaciones del momento, Eduard Raban debe firmar esto, Hladík así lo hubiera
pedido. Buscar a Eduard Raban, se repite mentalmente Julio Souto una y otra vez, sólo
para sus adentros, sin que nadie pueda oírlo ni siquiera murmurando, se lo repite como
una oración secreta invocaría el milagro, buscar a Eduard Raban, buscar a Eduard
Raban.

La veloz frecuencia de los pitidos sitúa el tren en Plaça Catalunya, última parada,
y las puertas que hace dos minutos se han abierto están a punto de cerrarse otra vez. Si
esto fuera el texto que acabo de escribir tendría que escribir SAFR, SAFR, SAFR,
piensa Julio. Sólo con las mayúsculas se plasma el sobresalto, se rompe el leer rutinario,
como esos malditos pitidos me sacan siempre de lo que estoy pensando. Julio tiene el
tiempo justo de coger la chaqueta y la mochila y salir del vagón antes de que se cierre y
parta otra vez hacia Sabadell. El texto, piensa, y vuelve a entrar para recoger los papeles
arrugados que había dejado en el asiento de enfrente. Sale y las puertas se cierran.

Los papeles, contempla los papeles. El borrador de “Los Enemigos”, que imprimió
esa misma mañana, está ahora lleno de anotaciones en los márgenes. Tachones, flechas,
pasajes añadidos y frases reformuladas en tinta roja... No está tan mal al fin y al cabo.
Se sienta en los bancos de la estación. En el cuaderno, revisa las anotaciones que realizó
durante la lectura combinada, y otras más concretas que tomó de Jaromir Hladík.
Comprueba que respeta casi todos los mandamientos, Jaromir estaría orgulloso. Y aún
así no he sido capaz de hacerlo en verso... Bueno, no es que no haya sido capaz,
realmente creo que es mejor así. Ahora no me acuerdo, pero creo que en un momento
dado elaboré una teoría muy compleja que me daba la razón, y al final era mejor la voz
natural que el verso dodecasílabo en los diálogos. Era algo de realidad e irrealidad.
Busca en el cuaderno. No me acuerdo... ¿Seguro que en algún momento lo decidí?
¿Sería capaz de hacerlo en puto verso? Claro que sí, se dice hinchando el pecho, no era
el típico mecanismo de la zorra y “las uvas están verdes”. Si quisiera lo haría todo en
verso, mejor que Quevedo o cualquier otro. Que no me subestimen, los poetas... no son
mejor gente que la gente, ¿qué se han creído?... Pero, mi humildad, ya saben, si lo
hubiera querido lo hubiera hecho en verso y hubiera quedado precioso, todos me
habrían palmeado la espalda, pero mis obligaciones con... ya saben. ¿Estoy hablando
sólo otra vez? Julio mira a su alrededor. En las escaleras mecánicas, el torrente rápido
de la izquierda está obstaculizado por un bulto. ¿Qué pasa?, ah, estoy en medio,

28
comprende Julio. Pide perdón. Le empujan, pero no le miran raro. No estaba hablando
solo, sólo reflexionaba para mis adentros. Menos mal, podrían pensar que estoy loco...
venga, guárdalo todo y vete a casa.

Si encuentro a Raban todo esto habrá terminado. ¿Pero quién es Eduard Raban?
No sé nada de mi enemigo. No sé cómo reaccionará, no sé si agradecido me besará los
pies u ofrecerá resistencia... Y lo que es más importante: ¿Cómo podré vencer esa
resistencia en caso de que la haya? Podría encontrar su nombre –“Raban, E.”- escrito en
el panel de telefonillos de un gran bloque de viviendas. Llamar a cualquier casa,
responder “Correo comercial” y colarme dentro. Esperar hasta la noche en un rellano
desierto. Podría buscar su piso en los buzones, subir descalzo por las escaleras para no
delatarme con el ruido del ascensor, subir por las escaleras de dos en dos los siete pisos,
los veintiocho pisos, los que hicieran falta. Subiré tranquilo, seguro, mi plan tiene la
fuerza inquebrantable de un final escrito. Llamaré al timbre de la puerta empuñando una
pistola, con Los Enemigos, impreso y encuadernado, en la mano izquierda. Firma, diré.
Un final que poco a poco irá dibujándose, no sé cómo se dibujará, pero sé que pasará.
Julio experimenta esa sensación próxima a la fe, una sensación mística que nunca antes
había sentido y no terminaba de imaginar en el resto de personas. Si no firma, sé que la
imprenta en tinta negra de la huella de su dedo índice o pulgar será suficiente para que
un perito judicial reconozca su autoría póstuma. No dudaré en matarlo, si es lo que
necesita para empezar a vivir. Lo único que me queda por hacer es encontrarlo, luego
podré descansar. Buscar a Eduard Raban. No será difícil, el único requisito es que la
persona que firme este texto se llame Eduard Raban. Incluso me da igual el segundo
apellido, en caso de que tenga. Estoy en una ciudad de... ¿Cuántos millones de personas
tendrá Barcelona? Un montón. La gente se apelotona en los pasadizos del metro. Julio
mira los rostros mientras van pasando, cualquiera de estos podría ser Eduard Raban. Es
sólo cosa de buscar, la obra ya está preparada y esperándole. Sale a la superficie, entre
la oscuridad de la tarde, los omnipresentes neones publicitarios le despistan, aquí, ahí,
allí, 2 x 1 en burguer, circo americano 3 pistas 3, dona semen clínica de reproducción
asistida 93 285 82 16.

Una lástima la asimetría: tres actos, tres, perfectamente equilibrado y ponderado el


tres, lástima que al final no haya sabido mantener la simetría en el número de escenas.
17 – 3 – 8. Vaya caos, diecisiete escenas en el primer acto, cuanta tontería de ir y venir
por aquí y por allá, del tren a la biblioteca adentro vueltas y vueltas biblioteca afuera, el
tren y otra vez la estación. Muchas escenas, demasiadas al principio, total, ¿para qué?
¿Y la simetría y la geometría? XXXIII – XXXIII – XXXIII, envidiable modelo,
perfecto, eso me hubiera gustado, una perfecta armonía formal en los desplazamientos,
la historia de una ida y una vuelta. ¿Se podría reestructurar el texto? 17 + 3 + 8 = 28;
28 / 3 = 7. Deberían ser tres actos de siete escenas, con toda la potencia mística del
siete, 7 – 7 – 7. Jaromir Hladík sólo dejó escrito que eran tres actos, nada dijo de las
escenas. Siete, siete, siete. Eso sí sería geometría y perfección, maldita sea. Bueno, ya
está bien, piensa Julio, no voy a pasarme todo el tiempo reflexionando sobre las formas
geométricas, no todo van a ser matemáticas. Las uvas están verdes. Pensando y
caminando se le va por debajo a Julio el tiempo y el espacio, y antes de darse cuenta
está otra vez atravesando el umbral de la puerta de su casa. Otra vez aquí, se dice, y lo
repite en voz alta: Otra vez aquí. Luego otra vez silencio.

Después de volcar todo lo que le pesa en el suelo de su cuarto, se cubre el cuerpo


con la chilaba nueva. Gusta vestir con extravagancias y anacronías cuando quiere
pensar: gabardinas decimonónicas, capas élficas, máscaras de gas... Es algo que hace

29
desde niño, pequeñas disrupciones en el orden natural de lo real que utiliza como
trampolín para llegar a planos altos de abstracción. Más lógico de lo que parece, si se
piensa en lo que se piensa. Con el tiempo y la experiencia, ha ido poco a poco
prescindiendo de este tipo de muletas. Trasformándose por dentro es más fácil
trasformar la visión del exterior, sin necesidad de cambiar el entorno a priori, palos de
ciego... Y aun así, ahora la chilaba.

La chilaba nueva que compro en Egipto, unas 100 libras, todo un chollo en la
sastrería de Aswan. La isla elefantina, la falukka, el Nilo. Con el roce frío del algodón
blanco vuelve el Nilo. Se deja ir en la corriente, inverosímil corriente que desafía la
lógica gravedad de los mapamundis: Norte arriba, Sur abajo, el Nilo fluyendo de abajo a
arriba. Un río ascendente, subiendo a través de ciudades y de arenas, hasta el
Mediterráneo. Curioso. Absurdo. La corriente del Kilimanjaro. ¿Del Kilimanjaro? No,
no, creo que no... ¿Qué hay en las fuentes del Nilo? ¿De dónde brota para semejante
corriente? Que sano dejarse ir, tremenda corriente del río, inquebrantable corriente
centrífuga del continente claro, como todos los ríos, y lo mejor de todo es dejarse llevar
no por sentirse expulsado de la tierra -esto es sólo un pormenor- sino por saberse
absorto en la salinidad del mar. ¿No pensé en el Corazón de las Tinieblas dejándome
llevar por el Nilo? General Kurtz, exiliado del mar, enquistado en lo más hondo. ¿Qué
ibas a buscar en el desierto, Marlow, a qué tanto interés por esas fuentes? Mejor hubiera
sido quedarse en el mar. ¿Mejor? Las uvas están verdes... El movimiento, el impulso
centrífugo que condena a Ulises (preguntadme, preguntadme donde está ahora Ulises,
preguntádselo a Dante y a Virgilio) y luego tirarse toda la vida vagando como un
mendigo deseando volver a la Itaca materna... Penélope... ¡Ah, no te hubieras ido!, le
diría yo. Seguro que hoy en día Penélope le hubiera enviado a pastar. No es nada
aconsejable menospreciar un regalo cómo Penélope, no hay uvas de la gloria ni fuerza
motriz de lo desconocido que justifiquen una estupidez tan grande como dejar sola en
casa a Penélope, con todos esos putos pretendientes intentando cambiar la historia. Por
unas verdes uvas... No seas cínico, no están nada verdes, las uvas. ¿Cómo pude no
acordarme de esta gente y de Coppola en el río más simbólico que he visto en mi vida?
Julio va a su cuaderno y revisa las anotaciones de esos días. Pues no, nada de Conrad ni
de Coppola, que lastima. Desaprovechar el río, y la isla Elefantina, y todas las historias
y todos los nombres. Lago victoria, presa de nasser... fluyendo a través de personas y de
nombres, sólo otros pocos escollos y contingencias, guijarros para El Río. Distraído
sigue ojeando el cuaderno, hasta llegar a la página encabezada con las siglas K&B.

¡Eduard Raban! Volvamos a Eduard Raban, motor básico de todo lo que estoy
haciendo ahora. Concentración, filtra las ideas, descarta ahora toda digresión y vuelve a
Eduard Raban. Julio enciende el ordenador y enchufa el router wifi. Conexiones de red
inalámbricas (ONO9296); Velocidad: 54,0 Mbps; Intensidad de la señal: Excelente;
Estado: Conectado. iGoogle: “Eduard Raban”. El proceso de búsqueda más eficaz, la
búsqueda de buscadores. Eduard Raban filmography... por lo visto es un actor. Sanghai
Knights... y no muy bueno, por lo que parece. Primera decepción en lo que parecía el
proceso más sencillo de esta misión. Como siguientes opciones aparece alguna
referencia al personaje del relato kafkiano. La película del ‘91, con Jeremy Irons siendo
Kafka. Biografías, exégesis, saqueos de tumbas. Esto no es lo que buscamos ahora.
Insistamos, se dice Julio, probemos sólo el apellido, ya veremos cómo lo apañamos
luego. “Raban”, Jonathan Raban. ¿Y éste quién es? Wikipedia. Is a british travel writer
and novelist... bueno, esto ya es algo más relacionado... relatos de viajes, Arabia
Through the Looking Glass... que gracioso. Le podría enviar esto, él podría ser el

30
Eduard Raban que escribiera el relato, que inmortalizara al personaje Julio Souto. Se
tendría que cambiar el nombre, claro, pero con una buena carta convincente... el
sacrificio, el compromiso ético del autor con su obra, aquel tipo que se taladró el
estómago para grabarlo en vídeo... podría interesarle, algo en común hay. The
Techinque of Modern Fiction. ¿Modern Fiction y luego escribes relatos autobiográficos
de tus viajes? Esto suena a que no tienes muy clara la frontera radical que existe entre el
mundo real y lo que percibes, como yo. Por ahí puedo entrarle. Seguro que también ha
estado en Egipto. “Old Glory: An American Voyage” describes Raban's voyage down
the great Mississippi River in a 16-foot aluminium "Mirrocraft" powered by a 15 h.p...
Lo que yo decía. El Mississipi, el Nilo... épica, inmortalidad al fin y al cabo. El disco
solar de Amon Ra engastado en oro en el pecho de las momias, Huckleberry Finn
cantando en la orilla... No hay demasiada diferencia. Singularidades que comparten un
mismo universal... Podría ser éste el relato de consagración definitiva de este tal
Jonathan Raban, que pasaría a llamarse -como todos los faraones cambian de nombre al
subir al trono- Eduard Raban.

Julio se detiene de golpe. Despega la cara de la pantalla. Iluso: éste no es tu


hombre. Esta certeza sobreviene como suelen presentarse las certezas en la cabeza de
Julio: sin avisar, destrozando todo lo anterior sin respetar nada, y respaldadas por la
fuerza de una intuición clara que poco a poco termina de dibujarse con el flujo de los
argumentos de un discurso racional neto. Mierda. Cierra Mozilla. Este hombre ya ha
recorrido su camino, ha navegado sus ríos y ha llegado a los océanos que él había
buscado. ¡Pero si nació en el 42, joder! Habrá leído más Steinbeck que yo leeré en toda
mi vida, que le voy a contar de épica. Passage to Juneau: A Sea and Its Meanings.
Aborígenes de Vancouver... Julio se ríe. Éste no. Segunda decepción.

Volvamos al plan inicial, esto es lo que se debe hacer en circunstancias difíciles,


se dice Julio mientras enciende un cigarro. Ahora sí, el último Cleopatra. Arruga el
paquete, amaga con tirarlo, luego lo piensa mejor y lo guarda en el segundo cajón de su
mesa, entre un montón desordenado de recuerdos. El plan: encontrar a Eduard Raban en
Barcelona. http://blancas.paginasamarillas.es/. Ningún Raban en Barcelona, ni en
páginas blancas ni en QDQ. Puestos a buscar, rastrea una a una todas las provincias: sin
resultado. La decepción empieza a tomar dimensiones preocupantes y el color gangrena
del cansancio. Cansancio y sueño a deshoras. Se obliga a persistir. Abre de nuevo los
metabuscadores clásicos cambiando el criterio del ámbito nacional. Tal vez... Si lo
encuentro en Francia... el amigo de Julio que inspira al Pol Lement revelador está ahora
con un erasmus en Toulouse, él podría... él precisamente me habló de aquel “vídeo-
artista” que se taladró el estómago; ¡o Inglaterra! el ex-novio inglés de la amiga que
estudia traducción de chino, lo conoció en Manchester, él estudiaba algo como
“creative writting” y quería ser escritor... por las referencias de sus gustos presentía que
le comprendería: Žižek, la realidad-irrealidad-ficción-noúmeno-representación, la
película Monster, el documental ficticio, y por supuesto Kafka en todas sus versiones...
tal vez podría hacérselo llegar, ellos podrían ser un enlace. Esto supondría el problema
añadido de la traducción, qué debate teórico más pesado... Olvida esto
momentáneamente, no necesito una digresión aburridísima que no me servirá de nada si
no encuentro a Eduard Raban. Y, cayendo en picado por la espiral del desánimo ante
todos ustedes, Raban no aparece por ninguna parte.

¡Maldito Kafka! ¿No podrías haberle dado un nombre más común? Lo peor de
todo es que seguro que el tipo existió realmente. Y esto lleva a pensar que
necesariamente existe ahora: no por una filosofía cíclica de la historia, sino por pura

31
lógica genealógica. ¿Qué padre no quiere perpetuar su linaje legando su nombre al
primogénito? La respuesta también es obvia: el patán de Eduard Raban, que prefiere
quedarse en casa tumbado en vez de buscar a Betty... por fea que sea su fotografía... Un
conato de encuentro el suyo: por lo que a mí respecta, estos dos no llegaron a
encontrarse nunca, no digamos a casarse... Espera, ¿puede ser verdad? ¿Puede ser tan
inhumano este personaje, tan antinatural, tan autodestructivo? ¿Fue Eduard Raban el
último de una estirpe extinta? Qué cansancio... Julio se recuesta en su sillón. ...Como
pesa el cansancio en los hombros y los párpados... Necesitaría una oración, es en estos
momentos cuando lamento haber renunciado tan pronto al consuelo de las religiones.
Esas viejas rayas que leí, algo que recogí en aquel cuaderno. Lee en voz alta:

Tal vez todo se dibujará esta noche.


Y el lápiz pasará sobre las líneas -pincel de arqueólogo- quitando el polvo
blanco acumulado tras tantos siglos de esperar sobre el fósil enterrado tesoro
que siempre había estado ahí.

Mira por la ventana. Sí, ya es noche cerrada, pero no llueve, ni siquiera un poco.
Que desastre. Sin Raban esto no habrá sido más que un entretenimiento, y la obra que
construyó Hladík no verá la luz, ni yo seré inmortalizado como el personaje que estoy
siendo. Y el idiota suicida de Raban se quedará así, sin ser, sin siquiera la dimensión
tenue de un recuerdo vago. Y yo que pensaba que esto podría servir de algo. Una nueva
forma de hacer, una nueva forma de ser... Necesidad imperiosa de Raban, de que haga
algo, ¡Qué Raban salga él todo de su cuarto y sea! ¡Qué firme el maldito papel! Qué
firme, y empiece a ser, de verdad... Sólo es un nombre lo que me hace falta, una
persona. Persona, Per-Sonare, máscara, Bergman. Persona física y persona jurídica. Una
empresa, una sociedad, es exactamente lo mismo –a efectos prácticos, a efectos legales-
que un ser humano. ¿Una sociedad unipersonal, Eduard Raban S.A.? Creo que estas
sociedades pagan impuestos sólo por existir. Opción descartada. El compromiso del
creador tiene límites. ¿Una asociación sin ánimo de lucro? Es una posibilidad, estas sí
que son gratis. Una sociedad, una persona jurídica cuya única función fuera la de
soportar el peso de la autoría de esta obra necesaria, darle vida al autor de la obra que
hiciera eterno al personaje central, Julio Souto. Esta sociedad, que ostentaría los
derechos de la obra, acumularía encerrándolas todo tipo de retribuciones, positivas o
negativas, que pudiera generar el catalizador (el objeto mágico que nos otorga la
eternidad) de forma que no perjudicasen en forma alguna a los personajes, a la obra, al
autor, al mundo... Una persona cementerio nuclear y cápsula del tiempo, un vientre
pellejo de Eolo y caja de Pandora. La ventaja esencial de esta persona jurídica es que
está libre de todas las humillantes necesidades de una persona física (Ananké, y otros
demonios). Hoy, son este tipo de personas vacías de alma y sin carne que dolerse,
todopoderosas... Aunque creo que las “no lucrativas” no pueden ser unipersonales...
Necesitaría gente dispuesta a... Julio se levanta de un salto, da un puñetazo en la pared.
Otra vez contaminando una obra de Arte con ideas externas y responsabilidades que no
puede asumir. ¿Cómo voy a poner en verso un artículo jurídico? Una sociedad, un
colectivo... carece totalmente de la Épica Americana, el Hombre contra lo Inevitable,
contra el Tiempo. El Héroe Trágico. No, imposible, una sociedad ahora no, Raban debe
ser uno. No obstante, aunque sería un final tan pobre para este artefacto, guarda la idea.
Julio escribe unas líneas sueltas en su cuaderno, breve descripción del proyecto. No
parece mala del todo. Seguro que impresiono a alguien si la propongo en el próximo
coloquio del CCCB sobre “realidad y ficción en la filosofía” o “compromiso del escritor
para el cambio”. Había allí un par de jovencitas deseando admirar al primer capullo que

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dijera alguna extravagancia. Mierda, cuanta tontería, filtra joder, elimina todas las
tonterías. Julio tacha lo último que anota en su cuaderno, con fuerza, rasga el papel. Lo
lanza al sofá y el cuaderno aterriza sobre el periódico, cruje. Necesito distraerme un
poco, un poco de realidad viciada de vacío donde dejarme llevar...

Durante aproximadamente dos horas, Julio fuma y lee el periódico con desgana,
paseando la mirada sin fijarse en nada. En las páginas necrológicas, se sobresalta. El
cigarro cae de la boca y quema su chilaba. Vuelve a leer. Sin acabar de creérselo,
recorta la página:


Rogad a Dios por el alma de

EDUARD RABAN NENHUM

Falleció cristianamente en Barcelona el día 21 de Septiembre de


2008. (E. P. D.) Su mujer Enedina, sus hijos Mari y Eduardo, sus
nietas, Enedina, Georgina, Sandra, sus nietos políticos, Pedro y
Eduard, y biznietos, Raúl y Pedro. La bondad de su corazón le hizo
estimar de cuantos le conocieron.

PADRE NUESTRO

Padre nuestro, que estás en los cielos: santificado sea tu nombre:


venga a nosotros tu reino: hágase tu voluntad así en la tierra
como en el cielo.
El pan nuestro de cada día dánosle hoy y perdona nuestras
deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y
no nos dejes caer en la tentación. Mas líbranos del mal.

La ceremonia tendrá lugar mañana, día 23 de Septiembre de 2008,


a las 9.30 horas en el tanatorio de Les Corts.

33
5. Eduard Raban

Desde que Julio recorta la nota necrológica hasta que reacciona, empezando a
moverse, pasa media hora. Detrás de la ventana empieza a amanecer. Cuando las farolas
de la calle se apagan, Julio se levanta y recoge el cuaderno del sillón. En la primera
página en blanco que encuentra escribe:

«Carta a la gente próxima a Eduard Raban:


Familiares de Eduard Raban:
Yo no le conocí, pero si es cierto que la bondad de su corazón le hizo estimar de
cuantos le conocieron, no podrán negarme este favor que ahora les pediré. Soy un
joven escritor, o algo parecido. Mi último artefacto requiere de la ayuda insustituible
de su difunto. Ahora no estoy en condiciones de explicar el largo razonamiento que me
ha llevado a esto, en el texto que acompaña esta carta encontrarán justificaciones
suficientes si saben buscarlas. Simplemente necesito que ustedes, en nombre de su
finado, reconozcan el texto dramático que adjunto como suyo propio, y hagan lo
posible por que salga a luz pública. El destino de más gente así lo requiere.
Previamente agradecido, compartiendo el dolor de su pérdida,
Julio Souto.»

Tras escribir esto, imprime de nuevo Los Enemigos añadiendo las modificaciones
fundamentales que apuntó en el primer borrador. Mete el texto en un sobre tamaño A4.,
en el que escribe, “a la gente próxima a Eduard Raban”. Busca en su armario el jersey
negro, se viste. Baja a la calle y busca un taxi. Lo encuentra rápidamente.
- Al tanatori de Les Corts, per favor.
El taxista pone el taxímetro en marcha. Mira el reflejo de Julio en el retrovisor del
parabrisas, los ojos rojos de una noche sin dormir.
- ¿Alguien próximo?
- ¿Qué?
- El difunto. ¿Estabais muy unidos?
- Sí.
- Te acompaño en el sentimiento.
El taxi entra en la Avenida Diagonal. Julio resopla. Se acomoda en el asiento.
Abre el cuaderno.
- Hace poco perdí a mi padre... Es duro pensar que nunca más estará aquí, que no
lo volveremos a ver... Deja uno tantas cosas...
- Sí.

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- Perdona. No te molesto más.
Julio asiente sin mirar al espejo, el papel entre sus manos se arruga y se humedece
de sudor. Abre el cuaderno. Relee la carta. Tacha con dos violentas diagonales toda la
hoja. En la siguiente, escribe:

«Carta a los allegados:


Familiares y/o seres queridos de Eduard Raban:
Considero de justicia hacerles llegar el texto dramático que su marido escribió y ocultó
toda su vida. Ahora que él no puede hacer nada por evitarlo, considero que es
necesario sacar el texto a la luz. Su humildad se lo impidió toda la vida.
Él sólo fue un eslabón más – un eslabón fuerte y significativo, necesario- en la cadena
universal y eterna de la literatura. No sería justo que este escrito pereciera con su
autor. Yo, que fui discípulo y en cierto modo albacea suyo, dejo en sus manos la
posibilidad de brindarle este último homenaje.
Hagan lo posible por que sea publicado.
Eternamente agradecido,
Un humilde discípulo de Eduard Raban.»

El taxi cruza el Passeig de Gràcia, se para en un semáforo. Cruza una pareja


empujando un carro de bebé, luego una anciana paseando un perro. El taxi llega a la
Plaça de Francesc Macià. Julio relee la carta, tacha, pasa página, escribe.

«Carta a la familia de Eduard Raban


Familiares de Eduard Raban:
Su padre fue un héroe; aunque seguramente no lo supieran o, si lo sabían, lo
consideraban un héroe por otros méritos sin duda menos trascendentes del que ahora
importa.
Eduard Raban, su ser querido, no fue sólo el patriarca afable que todos conocieron. Yo
fui testigo de su logro. En un acto sin precedentes en la historia de la literatura
universal, él consiguió rescatar de las llamas del olvido un drama que ya no perecerá
nunca. Su voz honda dio sonoridad a las palabras del mártir Jaromir Hladík, escritor
checo asesinado vilmente por sus pensamientos y sus páginas. Los Enemigos, el drama
cumbre de este escritor –todavía no suficientemente reconocido en los círculos
literarios de nuestro mundo- fue rescatado y restaurado en los escritos de Raban. Con
este sencillo acto, otro ser humano pasó a formar parte del mundo ideal que siempre
prevalecerá: uno mismo, Julio Souto, para siempre agradecido desde mi nueva
incorporeidad.
El que esto escribe puede considerarse sólo un mensajero, el alumno aventajado y la
materia etérea que utilizó Raban para nuestra común glorificación. Yo nada crearé,
soy sólo un producto, el residuo estéril que cierra un ciclo terminado desde el
principio.
Siempre agradecido,

35
Firma la carta, adorna con volutas su rúbrica pasando por encima de su nombre
una y otra vez, la punta esférica del bolígrafo se calienta, la tinta se acumula, forma
charcos, empapa la hoja del cuaderno y finalmente, rasga la página. Julio arranca la
hoja. Da vueltas al bolígrafo entre sus dedos índice y pulgar, la rodilla tiembla y
tamborilea la punta del pie en el suelo del taxi. Mira la hora en su móvil, encuentra una
llamada perdida, y un mensaje. Guarda el teléfono. Escribe.

«Carta a la mujer de Eduard Raban.


Estimada Señora:
Le hablo en nombre de su marido: yo le conocí bien, y en cierto modo, todavía su
influencia pesa sobre mí. Por eso debo escribirle ciertas cosas.
Seguramente pensó usted que su marido ya no le amaba, incluso que nunca le amó, que
podía leer en sus ojos cierta decepción cuando miraba el retrato que se hizo usted con
veinte años, cuando todavía estaban sólo prometidos. Ese desamor que se figuraba, fue
del todo inexistente. Déjeme que le explique.
Eduard Raban dormía. Soñó toda su vida siendo el explorador que corre los caminos
más oscuros de una selva virgen. Atravesaba todo el tiempo la maleza onírica que
nosotros no podemos más que recordar tan levemente, para traernos de las
profundidades los frutos más sagrados. No podía ser culpa suya parecer ausente a
veces, la decepción ante lo de verdad era un rasgo natural de su carácter. Con todo, él
amó siempre todo lo que usted representaba, usted era el único vínculo que le unía a la
vida y fue por causa suya que se desperezó. Usted fue el áncora, el asidero.
Si no hubiera despertado, si nunca hubiera vuelto, nadie hubiera podido reprocharle
haber pasado la vida navegando entre trozos de almas y despojos de pesadillas; si así
lo hubiera decidido, no hubiera sido un crimen quedarse todo el tiempo comiendo la
flor del loto en el paraíso que él se había construido –no es crimen, pues para juzgar
los actos debe haber intencionalidad, y en ese mundo del otro lado la voluntad deja de
ser timón para ser sólo una débil brisa más. ¿Quién se salvaría si fuéramos juzgados
por nuestra vida en sueños?
Pero él, por usted, salió y pisó el barro de la cotidianeidad en vela.
Le ruego: abandone sus dudas y sus miedos íntimos. Le ruego que le ame de nuevo
ahora que él no va a morir, ahora que es sólo de recuerdos es cuando más le necesita,
perdone sus descuidos y sus viajes, y ámele.

Cierra el cuaderno, mira otra vez el móvil. Abre la ventanilla, el viento le


despeina. El taxi gira en la gran rotonda, un cartel indica la dirección a la Casa de
Maternidad entre Juan XXIII y Sabino Arana. Abre su cuaderno, escribe.

«Carta a los descendientes de Eduard Raban.


Eduardo hijo, Eduard nieto, todo Eduard Raban que existió o existirá.
Llevareis el nombre del patriarca como el último eslabón de una sagrada dinastía.
Todas lo son, pues todo linaje es noble. Siempre una línea infinita que se ramifica y

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entrelaza en belleza reticular, fractal partiéndose en su unidad, cruzándose,
mezclándose, mutando para nunca dejar de formar parte del único linaje que no
desaparecerá nunca: el verbo.

Eduard Raban ya ha desaparecido; tú, Eduard Raban que hoy vives, también
desaparecerás. Es también posible que llegue un día en que el nombre de Eduard
Raban no existirá en la tierra –fatídico día, únanse los hados para retrasarlo hasta que
sea el último-.
Que no te pese, que no os pese. También las milenarias dinastías faraónicas cayeron.
Sus nombres perduran en otro lugar.
Toma el escrito de tu padre y fírmalo: él así lo hubiera querido. Pon vuestro común
nombre sobre el papel y evita que muera en su singularidad, haz que perdure La Idea
entre el polvo que fue y el polvo que tú también serás.
Firma. »

Mete las cartas en el sobre. El taxi se detiene a la puerta del tanatorio de Les Corts.
Julio paga, baja del taxi y entra en el recinto. Pregunta en la entrada, y le dirigen a la
oficina de información donde una recepcionista le recibe sonriente, discreta y elegante
vestida de luto.
- Hola. Vengo por el difunto Eduard Raban.
- Un momento por favor.
La recepcionista introduce el nombre en el ordenador.
- La ceremonia ya ha empezado en la capilla central, pero si se da prisa todavía
puede llegar a tiempo.
Julio duda.
- No... no quisiera interrumpir. Iré directamente al entierro. ¿Me podría indicar
donde estará su nicho?
- Por supuesto.
La recepcionista imprime un mapa del recinto, donde un punto rojo indica la
ubicación del nicho de Raban.
- Gracias.
Julio cruza caminando el cementerio, tumbas, cruces, ángeles de piedra, alas,
hábitos, espadas... Llega al punto indicado. El nicho, a la altura de sus ojos, todavía
abierto.
Antes de introducirlo, mira el sobre, sucesivamente tachados y reescritos los
encabezamientos “a la gente próxima”, “a los allegados”, “a la familia”, “a la mujer”, “a
los descendientes de Eduard Raban”. Lo abre y relee las últimas cartas. Negando con la
cabeza, las rompe. Abre el cuaderno y escribe.

«Carta póstuma de Eduard Raban


A todos:

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Escribo estas líneas para despedirme ahora, sé que llegará un momento en el que ya no
pueda hacerlo. He hecho guardar este documento por un discípulo -y buen amigo- que
os la hará llegar cuando llegue el momento.
Junto a esta carta, yacen Los Enemigos. Es una obra dramática que escribí hace
tiempo, impulsado por unas energías que nunca fui capaz de dominar. En ella volqué
mi alma y con ella saldé las deudas que me unían al mundo. Jaromir Hladík, el poeta
mártir, podrá ahora descansar después de su trabajo. El mundo que dejo, el de aquí
abajo, podrá compartir como él y yo compartimos la paz que nos dio este escrito.

A mi mujer:
Querida,
No me tengas en cuenta las distracciones y las ausencias. Supiste desde el principio
cual era mi más profundo vicio, la belleza. Por eso me casé contigo.
Por favor, no pienses ni un momento que los largos periodos de letargo existencial y
descuido terrenal pudieran haber tenido causa remota en ti. Tú eres la única razón de
mis regresos.
Gracias. De no ser por ti, me habría perdido grandes cosas de este lado.

A mis hijos, a mis nietos:


Vosotros que sois el legado, seguid siempre el rumbo de vuestros instintos: sólo allí
dentro hallaréis verdad. Mas no despreciéis lo que hemos conseguido regalaros. No es
mucho, pero es todo lo que pudimos arrancar de la guarida de los dioses, todo lo que
ha logrado dar este viejo padre vuestro.
Firmad el drama, haced que nuestro nombre sea recordado y de esta forma os sentiréis
en paz.
Se os ha dado todo, los muertos no exigiremos menos.

Desde el mundo onírico en el moró gran parte de su vida, su tierra prometida a la que
por fin regresa habiendo cumplido su misión en ultramar, siendo ya sólo un recuerdo,
se despide,
Eduard Raban. »

Introduciendo esta carta en el nicho vacío, junto a Los Enemigos, terminó la obra.
Con este gesto llegó la liberación. Sabía que era la única manera –aun sin saber si es
sacrificio o exorcismo- de encerrar tantos yoes que perturban, robando horas al sueño y
a la calma.
Girando la esquina, se escucha acercarse una procesión de luto; a hombros de los
más jóvenes, un ataúd.
Dando la espalda a lo que ya no vive,
empecé a caminar hacia otra parte.
Te quise ver y oír, y hablar... el móvil...
en la agenda ver tu nombre, por fin,
dejarme de ese ella que no es nada.
Van números y nombres, vidas, sinos...
La búsqueda ha llegado a su final.

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Ahora comprendo que sólo quería
reducir hasta escombros y cenizas
toda sombra que no te vaya a dar.

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