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Caminos de Bendición

por
James Allen

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ÍNDICE
Prefacio 1
1. Comienzos correctos 3
2. Pequeñas tareas y deberes 7
3. Superando dificultades y complicaciones 12
4. Soltando las cargas 15
5. Sacrificios ocultos 20
6. Compasión 26
7. Perdón 32
8. No ver mal en nada 36
9. Alegría permanente 45
10. Silencio 48
11. Soledad 52
12. Sosteniéndose solo 56
13. Comprendiendo las leyes simples de la vida 59
14. Finales felices 64

Prefacio
A lo largo de las carreteras de Burma hay ubicadas, a distancias regulares lejos del polvo del
camino, y bajo la sombra fresca de algún grupo de árboles, pequeñas cabañas de madera
llamadas “casas de descanso”, donde el viajero agotado puede descansar un momento, y calmar
su sed, hambre y fatiga compartiendo la comida y el agua que los amables habitantes ofrecen
allí como un deber religioso.

A lo largo de la gran carretera de la vida existen lugares de descanso similares; lejos del calor de
la pasión y el polvo de la desilusión, bajo la fresca y refrescante sombra de la Sabiduría sencilla,
están las “casas de descanso” de paz, humildes, modestas, y los pequeños, casi desapercibidos,
caminos de bendición, sólo en los cuales los pies cansados pueden encontrar fuerza y sanación.

Ignorar estos caminos conduce al sufrimiento. A lo largo de la gran ruta de la vida, el apuro, la
ansiedad por alcanzar alguna meta engañosa, presiona a las multitudes, que desprecian las
aparentemente insignificantes “casas de descanso” del pensamiento verdadero, desechan los
pequeños y angostos caminos de la acción bendita, a los cuales ellos miran como carentes de
importancia; y hora tras hora los hombres se desmayan y caen, e incontables personas mueren
de hambre, sed, y fatiga del corazón.

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Pero a aquel que se aparte de la presión de las pasiones, y se digne a fijarse y a entrar en los
caminos que aquí se presentan, sus pies polvorientos pisarán las incomparables flores de
bendición, sus ojos se regocijarán con su belleza, y su mente se refrescará con su dulce perfume.
Descansado y firme, escapará de la fiebre y el delirio de la vida, y, fuerte y feliz, no se
desmayará en el polvo, ni perecerá a un costado del camino, sino que completará exitosamente
su viaje.

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1. Comienzos correctos
"Todas las cosas comunes, los eventos de cada día,
Los que a cada hora comienzan y terminan;
Nuestro placer y nuestro desplacer
Son rutas por las cuales podemos ascender."

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"No tenemos alas, no podemos volar;


Pero tenemos pies para escalar y trepar."

--- Longfellow.

"La vida común, con sus carencias y sus situaciones, todo sale a mi encuentro
con hermosos colores."

--- Browning.

La vida está llena de comienzos. Se presentan cada día y cada hora a todas las personas. La
mayoría de los comienzos son pequeños, y parecen triviales e insignificantes, pero en realidad
son las cosas más importantes de la vida.

Observe cómo en el mundo material todo procede de comienzos pequeños. El río más poderoso
al comienzo es un riachuelo sobre el cual podría pasar un saltamontes; la gran inundación
comienza con unas pocas gotas de lluvia; el fuerte roble, que ha resistido las tormentas de mil
inviernos, fue en un tiempo una bellota; y el fósforo encendido, arrojado descuidadamente,
puede ser el medio para destruir toda una ciudad por el fuego.

Considere cómo también en el mundo espiritual las cosas más grandes proceden de los
comienzos más pequeños. Una ligera fantasía puede ser el principio de un invento maravilloso o
una obra de arte inmortal; una frase pronunciada puede cambiar el curso de la historia; un
pensamiento puro sostenido puede conducir al ejercicio de un poder regenerativo mundial, y un
impulso animal momentáneo puede llevar al crimen más bajo.

¿Ha descubierto ya usted la gran importancia de los comienzos? ¿Sabe usted realmente qué es lo
que está involucrado en un comienzo? ¿Sabe usted la cantidad de comienzos que está haciendo
continuamente, y se da cuenta de su importancia en toda su dimensión? Si no es así, venga
conmigo por un corto tiempo, y explore cuidadosamente este camino de bendición tan ignorado,
porque es bendito cuando se recurre a él con sabiduría, y lleva mucha fuerza y alivio para la
mente del que lo conoce.

Un comienzo es una causa, y como tal debe ser seguida por un efecto, o una serie de efectos, y
el efecto siempre será de la misma naturaleza que la causa. La naturaleza de un impulso inicial
determina siempre el total de sus resultados. Un comienzo también presupone un final, una
consumación, logro u objetivo. Una puerta conduce a un camino, y el camino conduce a un
destino en particular; del mismo modo un comienzo conduce a resultados, y los resultados
conducen a un final o consumación.

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Hay comienzo correctos y comienzos incorrectos, cada uno de los cuales son seguidos por
efectos de la misma naturaleza. Usted puede, mediante un pensamiento cuidadoso, evitar
comienzos equivocados y hacer comienzos correctos, y así escapar de los malos resultados y
disfrutar de los buenos resultados.

Hay comienzos sobre los que no tenemos control ni autoridad –estos son exteriores, son los que
se dan en el universo, en el mundo natural a nuestro alrededor, o los que deciden otras personas
que tienen la misma libertad que nosotros.

No se preocupe de estos comienzos, sino que dirija sus energías y atención a aquellos
comienzos sobre los cuales usted tiene completo control y autoridad, y que causan la
complicada telaraña de resultados que componen su vida. Estos comienzos se encuentran en el
reino de sus propios pensamientos y acciones; en su actitud mental ante la variedad de
circunstancias a través de las que usted pasa; en su conducta día tras día – en suma, en su vida
tal como usted la construye, la cual es su mundo para bien o para mal.

Al dirigirnos hacia la vida de Bendición uno de los comienzos más simples a ser considerado y
a ser correctamente realizado es aquel que todos hacemos cada día –es decir, el comienzo de la
vida diaria.

¿Cómo comienza usted cada día? ¿A qué hora se levanta? ¿Cómo comienza sus tareas? ¿Con
qué disposición de ánimo entra usted en la vida sagrada de un nuevo día? Descubrirá que mucha
felicidad o infelicidad se deriva del correcto o incorrecto comienzo del día, y que, cuando cada
día es comenzado sabiamente, todo su transcurso estará marcado por secuencias felices y
armoniosas, y que la vida en su totalidad no estará lejos de la bendición ideal.

Es un comienzo correcto y fuerte del día levantarse a una hora temprana. Aún si sus deberes
mundanos no lo exigen, es sabio hacer de esto una obligación, y comenzar el día con fuerza
sacudiendo la pereza. ¿Cómo va usted a desarrollar fuerza de voluntad y mente y cuerpo si
comienza cada día entregándose a la debilidad? La debilidad con uno mismo es siempre seguida
por infelicidad. La gente que se queda en la cama hasta una hora avanzada nunca es brillante ni
alegre ni fresca, sino que es presa de irritabilidades, depresiones, debilidades, desórdenes
nerviosos, fantasías anormales, y todos los estados de ánimo infelices. Éste es un precio alto que
deben pagar por su indulgencia diaria. Sin embargo, es tan ciega la adulación al ego que, tal
como hace el borracho que toma su copa diaria creyendo que está calmando esos nervios que en
realidad está todo el tiempo agitando, así el dormilón está convencido de que necesita muchas
horas de descanso como un remedio para los malhumores y debilidades y desórdenes cuya
causa es su propia indulgencia. Los hombres y mujeres son totalmente ignorantes de las grandes
pérdidas que acarrea esta indulgencia común: pérdida de fuerza mental y física, pérdida de
prosperidad, pérdida de sabiduría, y pérdida de felicidad.

Comience el día, entonces, levantándose temprano. Si no tiene ninguna razón para hacerlo, no
importa; simplemente levántese, y salga a dar una caminata suave entre las bellezas de la
naturaleza, y experimentará una liviandad, una frescura, y un deleite, sin mencionar una paz
mental, que le recompensarán ampliamente por su esfuerzo. A un buen esfuerzo lo sigue otro, y
cuando una persona comienza el día levantándose temprano, aún sin tener otro propósito a la
vista, descubrirá que las primeras horas silenciosas conducen a claridad mental y calma de
pensamiento, y que su temprana caminata matinal le permite transformarse en un pensador
eficiente, y así ver la vida y sus problemas, así como a sí mismo y sus asuntos, en una luz más
clara; y con el tiempo se levantará temprano con el expreso propósito de preparar y armonizar
su mente para enfrentar cualquier dificultad con sabiduría y tranquila fortaleza.

Existe, verdaderamente, una influencia espiritual en la primera hora de la mañana, un divino


silencio y un reposo indescriptible, y aquel que, decidido y fuerte, tira lejos la manta de la

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comodidad y trepa las colinas para saludar al sol de la mañana, habrá trepado una distancia no
despreciable hacia las colinas de la bendición y la verdad.

El comienzo correcto del día será seguido por alegría en el desayuno, impregnando la casa con
una influencia soleada; y las tareas y deberes del día serán encarados con un ánimo fuerte y
confiado, y el día todo será bien vivido.

En cierto sentido cada día puede ser considerado como el comienzo de una nueva vida, en la
cual uno puede pensar, actuar y vivir en una forma nueva, con un espíritu más sabio y mejor.

"Cada día es un comienzo fresco;


Cada mañana es el mundo hecho a nuevo,
Tú que estás cansado de dolor y de pecado,
Aquí tienes una hermosa esperanza para ti,
Una esperanza para mí y una esperanza para ti."

No haga girar sus pensamientos alrededor de los pecados y errores del ayer tan exclusivamente
que no le quede energía para vivir el hoy correctamente, y no piense que los pecados de ayer
pueden impedirle vivir hoy con pureza. Comience bien hoy y, ayudado por las experiencias
acumuladas de todos sus días pasados, vívalo mejor que cualquiera de sus días anteriores; pero
usted no puede vivirlo mejor si no lo comienza mejor. El carácter de todo el día depende del
modo en que usted lo comienza.

Otro comienzo de gran importancia es el de cualquier tarea particular y responsable. ¿Cómo


comienza alguien la construcción de una casa? Primero elabora un plan de la casa y entonces
procede a construir de acuerdo con el plan, siguiéndolo estrictamente en cada detalle,
comenzando con los cimientos. Si descuida el comienzo – es decir, la obtención de un plan
matemático – su trabajo sería desperdiciado, y su construcción, en caso que la terminara sin que
se cayera a pedazos, sería insegura e inútil. La misma ley es válida para cualquier trabajo
importante: el comienzo correcto y primer cosa esencial es un plan mental definido sobre el cual
construir. La naturaleza no hace ningún trabajo descuidado ni desaliñado, y ella destruye la
confusión, o más bien, la confusión es en sí misma destrucción. El orden, la claridad, el
propósito definido prevalece eternamente y universalmente, y aquel que ignore estos elementos
matemáticos se priva inmediatamente de firmeza, integridad y éxito.

"La vida sin un plan,


Tan inútil como desde el momento en que comenzó,
Sólo sirve como suelo para que prospere el descontento."

Si un hombre comienza en cualquier negocio sin tener en su mente un plan perfectamente


formado a seguir sistemáticamente, será incoherente en sus esfuerzos y fallará en sus
operaciones de negocios. Las leyes que deben ser observadas en la construcción de una casa
también operan en la construcción de un negocio. Un plan definido es seguido por un esfuerzo
coherente; y el esfuerzo coherente es seguido por resultados bien elaborados y metódicos – es
decir, integridad, perfección, éxito, felicidad.

Pero no solamente empresas mecánicas y comerciales – todo emprendimiento, de cualquier tipo,


cae dentro de esta ley. El libro del escritor, la pintura del artista, el discurso del orador, el
trabajo del reformador, la máquina del inventor, la campaña del general, todos son
cuidadosamente planeados en la mente antes de que comience el intento de llevarlos a la

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práctica; y de acuerdo con la unidad, solidez, y perfección del plan mental original será el éxito
real y final del emprendimiento.

Los hombres de éxito, influyentes, buenos, son aquellos que, entre otras cosas, han aprendido el
valor y han utilizado el poder que está escondido en esos oscuros comienzos que los tontos
descuidan considerándolos “insignificantes”.

Pero el comienzo más importante de todos – aquel sobre el cual depende inevitablemente el
dolor o la felicidad, y sin embargo es el más descuidado y menos comprendido – es el
nacimiento del pensamiento en las regiones oscuras pero decisivas de la mente. Toda su vida es
una serie de efectos que tienen su causa en el pensamiento – en su propio pensamiento. Toda la
conducta está hecha y moldeada por el pensamiento; todos los actos, buenos o malos, son
pensamientos hechos visibles. Una semilla puesta en el suelo es el comienzo de una planta o
árbol; la semilla germina, la planta o árbol crece hacia la luz y se desarrolla. Un pensamiento
puesto en la mente es el comienzo de una línea de conducta: el pensamiento primero envía sus
raíces hacia abajo en la mente, y luego empuja para arriba hacia la luz en forma de acciones o
conductas, las cuales se desarrollan como personalidad y destino. Pensamientos de odio, de
enojo, de envidia, de codicia o de impureza son comienzos incorrectos, los cuales conducen a
resultados dolorosos. Pensamientos de amor, de gentileza, de amabilidad, de generosidad y de
pureza son comienzos correctos, los cuales conducen a resultados felices. ¡Es tan simple, tan
claro, tan absolutamente cierto!, y sin embargo ¡cuán descuidado, cuán evitado, cuán poco
comprendido!

El jardinero que estudia más cuidadosamente cómo, cuándo, y dónde poner sus semillas obtiene
los mejores resultados y gana el mayor conocimiento de horticultura. Las mejores cosechas
alegran el alma de quien hace el mejor comienzo. El hombre que más pacientemente estudia
cómo poner en su mente las semillas de pensamientos fuertes, íntegros, y caritativos, conseguirá
los mejores resultados en la vida, y obtendrá mayor conocimiento de la verdad. Las bendiciones
más grandes vienen a aquél que siembra en su mente los pensamientos más puros y nobles.

A los pensamientos correctos sólo les pueden seguir los actos correctos; a los actos correctos
sólo le puede seguir una vida correcta – y al vivir una vida correcta se alcanzan todas las
bendiciones posibles.

El que considera la naturaleza y calidad de sus pensamientos, el que se esfuerza diariamente por
eliminar los pensamientos malos y suplantarlos por buenos, llega finalmente a ver que los
pensamientos son los comienzos de resultados que afectan cada fibra de su ser, los cuales
influencian potentemente cada evento y circunstancia de su vida. Y cuando la persona ve esto,
ella piensa sólo pensamientos correctos, elige hacer sólo esos comienzos mentales que conducen
a la paz y bendición.

Los pensamientos equivocados son dolorosos en su concepción, dolorosos en su crecimiento, y


dolorosos en su fruto. Los pensamientos correctos son dichosos en su concepción, dichosos en
su crecimiento, y dichosos en su fruto.

Muchos son los comienzos correctos que un hombre debe descubrir y adoptar en su camino
hacia la sabiduría; pero aquel que es primero y último, el más importante y el que abarca a todos
los demás, el cual es la fuente de toda felicidad duradera, es el comienzo correcto de las
operaciones mentales – esto implica el firme desarrollo de auto-control, fuerza de voluntad,
firmeza, fuerza, pureza, gentileza, conocimiento interior y comprensión. Esto conduce al
perfeccionamiento de la vida, porque el que piensa con perfección ha abolido toda infelicidad,
cada momento de su vida está lleno de paz, sus años están rodeados de dicha – él ha logrado la
completa y perfecta bendición.

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2. Pequeñas Tareas y Deberes
"Envuelta entre nuestros deberes más próximos está la clave
Que abrirá las Puertas del Cielo para nosotros”

"Como la estrella
Que brilla a lo lejos,
Sin apuro
Y sin descanso,

Así cada hombre maneje con paso firme


La tarea que trae el día,
Y dé en ella lo mejor de sí."

--- Goethe

Así como el dolor y la bendición siguen a los comienzos equivocados y correctos, asimismo la
infelicidad y la felicidad están inseparablemente ligadas a las pequeñas tareas y deberes. No es
que un deber tenga ningún poder en sí mismo para generar felicidad o lo inverso – esto depende
de la actitud mental que uno asume hacia el deber, y de la forma en que es encarado y realizado.

El hacer pequeñas cosas generosamente, sabiamente y perfectamente no sólo genera gran


felicidad sino también gran poder, porque la vida en su totalidad está hecha de pequeñas cosas.
Hay sabiduría en cada simple detalle de la existencia diaria, y cuando se hacen perfectas las
partes, el Todo será también perfecto.

Todo en el universo está hecho de pequeñas cosas, y la perfección de lo grande está basado en la
perfección de lo pequeño. Si cualquier detalle del universo fuera imperfecto el Todo también
sería imperfecto. Si cualquier partícula se omitiera el conjunto dejaría de existir. Sin un grano de
polvo no habría mundo, y el mundo es perfecto porque cada grano de polvo es perfecto. El
descuido en lo pequeño es la confusión en lo grande. El copo de nieve es tan perfecto como la
estrella; la gota de rocío es tan simétrica como el planeta; el microbio no es menos
proporcionado matemáticamente que el hombre. Colocando piedra sobre piedra, encajando unas
con otras con ajuste perfecto, finalmente se levanta el templo en toda su belleza arquitectónica.
Lo pequeño precede a lo grande. Lo pequeño no es el ayudante de lo grande, es su maestro.

Los hombres vanidosos ambicionan ser grandes, y miran a su alrededor buscando cosas
importantes para hacer, e ignoran y desprecian las pequeñas tareas que reclaman atención
inmediata, y en cuya realización no hay vanagloria, considerando tales “trivialidades” como
indignas de los grandes hombres. El tonto no tiene sabiduría porque no tiene humildad, y,
henchido con el pensamiento de su propia importancia, aspira a cosas imposibles.

El hombre grande se ha vuelto tal por la atención escrupulosa y generosa que le ha dado a las
pequeñas obligaciones. Se ha hecho sabio y poderoso al sacrificar su ambición y orgullo
haciendo aquellas cosas necesarias que no despiertan el aplauso ni la promesa de recompensa.
Él nunca busca la grandeza; él busca la lealtad, la generosidad, la integridad, la verdad; y al
encontrar éstas en la realización común de las pequeñas tareas y deberes, inconscientemente
asciende al nivel de grandeza.

El gran hombre conoce el valor que está encerrado en los momentos, palabras, saludos,
comidas, vestimentas, correspondencia, descanso, trabajo, esfuerzos sin egoísmo, obligaciones
pasajeras, en las mil y una cosas que claman por su atención – en suma, en los detalles comunes

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de la vida. Él ve todo como divinamente proporcionado, necesitando solamente la aplicación de
pensamiento y acción desapasionada de su parte para hacer la vida bendita y perfecta. Él no
descuida nada; no se apura; no trata de huir de nada salvo del error y la falsedad; atiende cada
obligación a medida que se le presenta, y no pospone ni se lamenta. Entregándose a sí mismo
sin reservas a su tarea más próxima, olvidando tanto placer como dolor, logra esa combinación
de simplicidad infantil y poder inconsciente que es la grandeza.

El consejo que daba Confucio a sus discípulos: “Coman en su propia mesa como si fuera la
mesa de un rey”, enfatiza la inmensa importancia de las pequeñas cosas, y también lo hace el
aforismo de otro gran maestro, Buda: “Si hay algo que debe hacerse, encárenlo vigorosamente”.
Descuidar las pequeñas tareas, o hacerlas de manera ligera o desaliñada, es una característica de
debilidad y tontería.

El entregar una atención total y generosa a cada deber en su debido momento evoluciona, por
crecimiento natural, a una combinación de deberes cada vez más elevados, porque genera poder
y desarrolla talento, genio, bondad, carácter. Un hombre asciende a la grandeza de forma tan
natural e inconsciente como la planta desarrolla una flor, y de la misma manera, o sea,
ajustando, con energía y diligencia incansables, cada esfuerzo y detalle en su propio lugar,
armonizando así su vida y su carácter sin fricción o desperdicio de poder.

Entre las casi innumerables recetas para el desarrollo de “fuerza de voluntad” y “concentración”
que encontramos hoy por todas partes, uno busca casi en vano algún consejo saludable aplicable
a la experiencia vital. “Ejercicios respiratorios”, “posturas”, “visualizaciones”, “métodos
ocultos”, son prácticas tan engañosas como artificiales y lejanas a todo lo que es real y esencial
en la vida; mientras que el camino verdadero – el camino del deber, de la aplicación firme y
concentrada a nuestras tareas diarias – sólo con el cual de puede desarrollar integralmente y
normalmente la fuerza de voluntad y concentración de pensamiento, permanece desconocido e
inexplorado.

Todo forzamiento antinatural y tenso para ganar “poder” debe ser abandonado. No hay otro
camino de la niñez a la adultez que el crecimiento; ni tampoco hay otro camino de la tontería a
la sabiduría, de la ignorancia al conocimiento, de la debilidad a la fortaleza. La persona debe
aprender cómo crecer poco a poco y día tras día, agregando un pensamiento a otro pensamiento,
un esfuerzo a otro esfuerzo, una acción a otra acción.

Es cierto que el fakir gana algún tipo de poder por su larga persistencia en “posturas” y
“mortificaciones”, pero es un poder que se gana a un alto precio, y ese precio es una pérdida
equivalente de fuerza en otra dirección. Él no es nunca una personalidad fuerte y útil, sino un
simple especialista fantástico en un truco psicológico. No es un hombre desarrollado, es un
hombre mutilado.

La verdadera fuerza de voluntad consiste en superar las irritaciones, falsedades, impulsos


violentos y caídas morales que acompañan la vida diaria de un individuo, y que están prontas a
manifestarse ante cualquier provocación ligera; y en desarrollar calma, auto-control, y acción
desapasionada en medio de la presión y el calor de los deberes cotidianos, en medio de la
multitud apasionada y desequilibrada. Cualquier cosa menos de esto no es poder verdadero, el
cual sólo puede desarrollarse por el camino normal del crecimiento sostenido, ejecutando cada
vez con más perfección y generosidad nuestras tareas y obligaciones diarias.

El maestro no es aquél cuyas “hazañas psicológicas”, rodeadas de misterio y maravilla, lo dejan


a merced de irritabilidades, angustias, malhumores, u otras debilidades o vicios en momentos de
afloje. Por el contrario, es aquél que manifiesta fortaleza, no resentimiento, firmeza, calma, y
paciencia infinita. El maestro verdadero es maestro de sí mismo, y cualquier otra cosa no es
maestría sino ilusión.

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El hombre que pone toda su mente en la ejecución de cada tarea a medida que se presenta, que
pone en ella energía e inteligencia, sacando cualquier otra cosa de su mente, y tratando de hacer
sólo esa tarea, sin importar lo pequeña que sea, completa y perfectamente, sin pensar en ninguna
recompensa por la misma – ese hombre irá adquiriendo cada día mayor control sobre su mente
y, ascendiendo gradualmente, se transformará finalmente en un hombre de poder – un Maestro.

Vuélquese sin reservas a su tarea actual, y trabaje, actúe y viva de tal manera que deje cada
tarea como una pieza de trabajo terminada – ese es el verdadero camino hacia la adquisición de
fuerza de voluntad, concentración de pensamiento, y conservación de energía. No busque
fórmulas mágicas, mediante métodos esforzados y artificiales. Cada recurso ya está con usted y
dentro de usted. Usted sólo tiene que aprender cuán sabiamente aplicarse en aquel lugar que
ocupa ahora. Mientras no haga esto no podrá alcanzar esos otros lugares elevados que están
esperando por usted.

No existe otro camino hacia la fuerza y la sabiduría que actuar fuerte y sabiamente en el
momento presente, y cada momento presente revela su propia tarea. El gran hombre, el hombre
sabio hace grandes las cosas pequeñas no considerando nada que sea necesario hacer como
“trivial”. El hombre débil, el tonto, hace las cosas pequeñas sin cuidado, pobremente, ansiando
al instante siguiente algún trabajo más importante para hacer, pero para el cual, con su descuido
e inhabilidad en los asuntos pequeños, está todo el tiempo proclamando su incapacidad. El
hombre que menos se gobierna a sí mismo siempre es el más ambicioso de gobernar a otros y
asumir importantes responsabilidades. El que descuida alguna tarea que sospecha que debería
hacer a causa de que parece demasiado pequeña se engaña a sí mismo; no es demasiado
pequeña sino demasiado grande para aquél que no la hace.

Y así como la realización fuerte de pequeñas tareas conduce a mayor fuerza, la realización débil
de esas tareas conduce a mayor debilidad. Lo que una persona es en sus deberes por separado,
eso mismo es en el total de su personalidad. La debilidad es una fuente de sufrimiento tan
grande como el pecado, y no puede haber verdadera felicidad mientras no se desarrolle cierta
medida de fortaleza de carácter. La persona débil se vuelve fuerte dándole importancia a las
cosas pequeñas y haciéndolas de acuerdo a esa importancia. El hombre fuerte se vuelve débil
cuando cae en la flojera y el descuido en lo relativo a las cosas pequeñas, y de esa manera
pierde sabiduría y malgasta su energía. En esto vemos el benéfico funcionamiento de la ley de
crecimiento que se expresa en las palabras poco comprendidas: “A aquél que tiene le será dado,
y a aquél que no tiene, le será quitado aún lo poco que tiene”. El hombre instantáneamente gana
o pierde por cada pensamiento que piensa, cada palabra que dice, cada acto que realiza, y cada
trabajo en el que pone sus manos y su corazón. Su carácter es una cantidad graduada, a la cual
se le agrega o de la cual se le quita momento a momento, y la ganancia o pérdida está contenida,
con toda precisión, en cada uno de los pensamientos, palabras y acciones que se suceden unos a
otros en rápida secuencia. Aquél que domina lo pequeño se vuelve un poseedor legítimo de lo
grande. Aquél que es dominado por lo pequeño no puede lograr ninguna victoria importante.

La vida es una especie de empresa cooperativa en la cual el todo es de la misma naturaleza, y


dependiente, de la unidad.

Un negocio exitoso, una máquina perfecta, un templo glorioso, o un carácter hermoso


evoluciona a partir del perfecto ajuste de una multiplicidad de partes.

El hombre tonto piensa que las pequeñas faltas, las pequeñas indulgencias, los pequeños
pecados, no tienen consecuencias; se convence de que, en la medida de que no cometa
inmoralidades groseras, es un virtuoso, y hasta un santo; pero de esta manera se ve privado de
virtud, y santidad, y el mundo lo conoce en su real valor; no lo reverencia, ni lo adora, ni lo
ama; lo ignora; es considerado insignificante; su influencia es inexistente. Los esfuerzos de ese
hombre para hacer el mundo virtuoso, sus exhortaciones a sus compañeros a abandonar grandes

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vicios, son vacíos de sustancia e infructuosos. La falta de importancia que le adjudica a sus
vicios pequeños impregna la totalidad de su personalidad y es la medida de su integridad como
ser humano; él es visto como un hombre insignificante. La ligereza con la cual comete sus
errores y proclama sus debilidades retorna a él en la forma de descuido y pérdida de influencia y
respeto: nadie recurre a él, porque ¿quién quiere ser instuído en estupidez? Su trabajo no
prospera, porque ¿quién se apoyaría en un junco? Sus palabras caen en oídos sordos, porque
están vacíos de práctica, sabiduría y experiencia, y ¿quién iría detrás de un eco?

La persona sabia, o aquella que se está volviendo sabia, ve el peligro que acecha en esas faltas
personales que en su mayoría se cometen sin pensar y con impunidad; también ve la salvación
que está contenida en el abandono de esas faltas, así como en la práctica de pensamientos y
actos virtuosos que la mayoría descarta como insignificantes, y en aquellas conquistas diarias
sobre sí misma silenciosas pero trascendentes que permanecen ocultas a los ojos de los demás.

El que considera sus faltas más pequeñas como de suma gravedad se vuelve un santo. Él ve la
influencia de largo alcance, buena o mala, que se deriva de cada pensamiento o acto suyo, y ve
cómo él mismo es construído o destruído por el acierto o error de esos innumerables detalles de
conducta que se combinan para formar su carácter y su vida; y así se observa, se cuida, se
purifica, y se perfecciona a sí mismo poco a poco y paso a paso.

Tal como el océano está compuesto por gotas, la tierra por granos, y las estrellas por puntos de
luz, así la vida está compuesta por pensamientos y actos; sin ellos, la vida no existiría. La vida
de cada hombre, por lo tanto, es lo que sus pensamientos y actos hagan de ella. La combinación
de todo esto es él mismo. Así como el año consiste de un número dado de momentos en
secuencia, el carácter y la vida de un hombre consiste de un número dado de pensamientos y
acciones en secuencia, y el todo final llevará la marca de cada parte.

Las pequeñas amabilidades, generosidades, y sacrificios construyen un carácter amable y


generoso. Las pequeñas renuncias, paciencias, y victorias sobre uno mismo construyen un
carácter noble y fuerte. La persona verdaderamente honesta es honesta en los detalles más
pequeños de su vida. La persona noble es noble en cada pequeña cosa que dice o hace.

Es una ilusión fatal de la gente que piensa que la vida está separada de los pensamientos y actos
momentáneos, y no entiende que los pensamientos y actos pasajeros son los cimientos y la
sustancia de la vida. Cuando esto se comprende totalmente todas las cosas se ven como
sagradas, y cada acto se vuelve religioso. La verdad está encerrada en detalles infinitamente
pequeños. La minuciosidad es el genio.

"Las posesiones se desvanecen, y las opiniones cambian,


Y las pasiones tienen un asiento inseguro:
Pero inamovible a las tormentas de las circunstancias,
Y sin estar sujeto a la disminución ni a la desaparición,
El deber existe."

Usted no vive su vida en la masa; usted vive en los fragmentos y de ellos surge la masa. Usted
puede querer vivir cada fragmento noblemente si así lo decide, y, hecho esto, no puede haber
ninguna partícula de maldad en el todo final. El dicho “Cuide los centésimos y los millones se
cuidarán a sí mismos” contiene una sabiduría más que práctica cuando se aplica espiritualmente,
porque, tomando cuidado del acto presente, pasajero, sabiendo que haciendo esto la suma total
de la vida y carácter estará preservada con seguridad, es ser divinamente sabio. No anhele hacer
cosas grandes y dignas de aplauso, éstas se harán por sí solas si usted hace su tarea presente con
nobleza. No se irrite por las restricciones y limitaciones de su tarea presente sino que sea
noblemente generoso al realizarla, dejando a un lado el descontento, la indiferencia, y la tonta

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contemplación de grandes actos que están más allá de usted – y ¡vea!, la grandeza que usted
anhelaba ya comienza a aparecer.

No existe debilidad más grande que el malhumor. Aspire a lograr nobleza interior, no gloria
exterior, y comience a lograrla allí donde se encuentra usted ahora. La molestia y descontento
que usted siente que está en su tarea sólo está en su mente. Cambie su actitud mental hacia ella,
e inmediatamente el camino torcido se hace derecho, la infelicidad se cambia por alegría.

Asegúrese de que cada instante pasajero sea fuerte, puro, e importante; ponga firmeza y
generosidad en cada tarea y deber momentáneo; haga que cada pensamiento, palabra y acción
sea dulce y verdadero. Aprendiendo así, mediante la práctica y la experiencia, el valor
inestimable de las pequeñas cosas de la vida, usted acumulará, poco a poco, bendiciones
abundantes y duraderas.

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3. Superando Dificultades y Complicaciones
"Para que el hombre merezca llamarse así
Debe gobernar el imperio de sí mismo; en él
Debe ser el supremo, estableciendo su trono
Sobre la voluntad conquistada, eliminando la anarquía
De los miedos y esperanzas, siendo solamente él mismo."

-----Shelley

"¿Has perdido tu objetivo? Bien, la meta todavía está esperando.


¿Te has agotado en la carrera? Bien, toma aliento para la próxima."

-----Ellu Wheelar Wilcose.

Muchos pensarán que es absurdo sugerir que se puede extraer algún grado de felicidad de las
dificultades y las complicaciones; pero la verdad es siempre paradójica, y lo que es una
maldición para el tonto es una bendición para el sabio. Las dificultades aparecen en la
ignorancia y la debilidad, y vienen para que alcancemos sabiduría y fuerza.

En la medida de que, mediante una vida correcta, crecemos en sabiduría, las dificultades
disminuyen, y las complicaciones gradualmente desaparecen, como la niebla pasajera que son
en realidad.

El problema no está, inicialmente, en la situación que genera las dificultades, sino en el estado
mental con el cual usted tome esa situación y la enfrente. Lo que es difícil para un niño no tiene
ninguna dificultad para la mente madura de un hombre; y lo que para un hombre no inteligente
está rodeado de confusión, resulta claro para un hombre inteligente.

Para la mente no entrenada ni desarrollada del niño cuán grandes, y aparentemente insuperables,
parecen las dificultades que involucra el aprendizaje de una simple lección. ¡Cuántas horas, días
y aún meses de labor y ansiedad le cuesta su solución!, y, frecuentemente, ¡cuántas lágrimas son
derramadas en la contemplación deseperada de la dificultad aparentemente inconquistable! Sin
embargo, la dificultad está sólo en la ignorancia del niño, y su conquista y solución es
absolutamente necesaria para el desarrollo de su inteligencia y para el bienestar, felicidad y
utilidad finales del niño.

De la misma forma, los niños más grandes son confrontados con las dificultades de la vida, las
cuales deben ser superadas para su propio crecimiento y desarrollo; y cada dificultad resuelta
significa más experiencia ganada, más sabiduría adquirida; significa una importante lección
aprendida, con el agregado de la felicidad y libertad que da una tarea completada exitosamente.

¿Qué es realmente una dificultad? ¿No es acaso una situación que no resulta totalmente
comprendida en todos sus aspectos? Siendo así, reclama el desarrollo y el ejercicio de un
conocimiento más profundo y una inteligencia más amplia de la que hemos ejercido hasta ahora.
Es una necesidad urgente que clama por energía aún no utilizada, y demanda la expresión y
empleo de poderes latentes y recursos escondidos. Es, por lo tanto, un ángel bueno, aunque
disfrazado; un amigo, un maestro, y, cuando se lo escucha con calma y se lo entiende
correctamente, conduce a una mayor felicidad y sabiduría.

Sin las dificultades no habría progreso, ni desarrollo, ni evolución; prevalecería el


estancamiento universal, y la humanidad moriría de aburrimiento.

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Así que regocíjese cuando se enfrente con obstáculos, porque eso significa que usted ha llegado
al final de algún camino en particular de indiferencia o ignorancia, y está ahora llamado a reunir
toda su energía e inteligencia para desenredarse, y para encontrar un camino mejor; significa
que los poderes dentro suyo están clamando por expandirse, por una mayor libertad, por un
mayor alcance.

Ninguna situación es difícil por sí misma; es la falta de conocimiento de su complejidad, y la


falta de sabiduría para manejarla, lo que genera la dificultad. Por lo tanto, la ganancia que
reporta una dificultad superada es inconmensurable.

Las dificultades no aparecen en forma accidental ni arbitraria; ellas tienen sus causas, y son
traídas por la ley de evolución misma, por las crecientes necesidades del ser humano. En esto
reside su bendición.

Hay formas de conducta que inevitablemente terminan en complicaciones y confusiones, y hay


formas de conducta que conducen, en forma igualmente inevitable, a la salida de las
complejidades problemáticas. Sin importar cuán fuertemente un hombre se haya atado a sí
mismo, siempre le es posible desatarse. Cualquiera que haya sido el pantano de problemas en
que se haya metido en su ignorancia, siempre puede encontrar la salida otra vez, siempre puede
recuperar la ruta perdida de la simplicidad desenvuelta que conduce en forma recta y clara, a la
ciudad soleada de la acción sabia y buena. Pero nunca lo logrará sentándose y llorando
desesperadamente, ni quejándose y preocupándose y deseando estar en otra situación. Su
problema requiere ponerse alerta, usar pensamiento lógico, y calcular con calma. Requiere un
dominio fuerte sobre sí mismo; requiere pensar y buscar, y animarse a encarar el trabajo
exigente que es necesario para recuperarse.

La preocupación y la ansiedad sólo sirven para aumentar la tristeza y exagerar la magnitud de la


dificultad. Si la persona se abocara tranquilamente a la tarea, y repasara con su pensamiento los
caminos más o menos complicados por los cuales ha llegado hasta la situación actual, pronto
percibirá que ha cometido errores, descubrirá aquellos lugares en los que equivocó el rumbo, y
en los cuales podría haber aplicado un poco más de criterio, juicio, economía o generosidad, lo
cual le habría evitado llegar a la situación actual. Verá cómo, paso a paso, se ha envuelto a sí
mismo, y cómo un juicio más maduro y una sabiduría más clara le hubieran permitido tomar un
curso totalmente diferente y más verdadero. Habiendo procedido de este modo, y habiendo
extraído de sus conductas pasadas el grano de oro invalorable de la sabiduría, su dificultad ya
habrá asumido proporciones menos gigantescas, y podrá dirigir hacia la misma el foco de luz
del pensamiento desapasionado, podrá desmenuzarla, comprenderla en todos sus detalles, y
percibir la relación que guardan esos detalles con el motivo fuente de acción y conducta dentro
de sí mismo. Hecho esto, la dificultad habrá terminado, porque la salida de ella será vista
claramente, y la persona habrá aprendido, para siempre, su lección, habrá ganado un poco de
sabiduría y una medida de felicidad de las cuales nunca más podrá ser privado.

Así como hay caminos de ignorancia, egoísmo, tontería, y ceguera que terminan en confusión y
perplejidad, también hay caminos de conocimiento, generosidad, sabiduría e inteligencia que
conducen a finales placenteros y pacíficos. El que tenga claro esto se enfrentará a las
dificultades con coraje, y, al superarlas, extraerá verdad del error, felicidad del dolor, y paz de la
perturbación.

Nadie es confrontado nunca a una dificultad para la cual no tenga la fuerza necesaria para
enfrentar y dominar. La preocupación no es simplemente inútil, sino que es tonta, porque anula
el poder y la inteligencia que de otra forma serían suficientes para encarar a la tarea. Toda
dificultad puede ser superada si se maneja correctamente; la ansiedad es, por lo tanto,
innecesaria. La tarea que no puede ser superada deja de ser una dificultad, y se vuelve una

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imposibilidad, y la ansiedad sigue siendo innecesaria, porque hay sólo una manera de tratar con
una imposibilidad – esto es, someterse a ella.

Y así como las dificultades cotidianas, sociales y económicas nacen de la ignorancia y conducen
a un conocimiento más maduro, también las dudas religiosas, las confusiones mentales, las
sombras que oscurecen el corazón, presagian una ganancia espiritual mayor, anuncian un
amanecer más brillante de la inteligencia para aquél sobre el cual caen.

Es un gran día en la vida de una persona (aunque en ese momento no se dé cuenta) en que las
perplejidades desconcertantes del misterio de la vida tomen posesión de su mente, porque eso
significa que la era de indiferencia, de pereza animal, de simple felicidad vegetativa, ha llegado
a su fin, y que de allí en más va a vivir como un ser con aspiraciones, dispuesto a crecer por sí
mismo. Ya no será más un simple animal humano, sino que comenzará a vivir como un ser
humano, aplicando todas sus energías mentales a la solución de los problemas de la vida, a la
respuesta de esas perplejidades obsesionantes que son los guardianes de la verdad, y que se
paran ante la puerta y el umbral del Templo de la Sabiduría.

"Él es quien, cuando llegan los grandes desafíos,


Ni los busca ni los esquiva, sino que permanece quieto y en calma."

Ni volverá ya a descansar otra vez en la comodidad egoísta y la ignorancia indiferente; ni estará


satisfecho con las cáscaras animales de los placeres de la carne; ni encontrará un escondite para
los susurros contínuos de los interrogatorios oscuros e indefinibles. Se ha despertado lo divino
en él; un dios durmiente se está sacudiendo las visiones incoherentes de la noche para ya no
volverse a dormir, y nunca más encontrará descanso hasta que sus ojos se posen en la luz amplia
y completa de la Verdad.

Es imposible para esta persona silenciar, ni un momento más, el llamado a propósitos y logros
más elevados que se ha despertado dentro de ella, porque las facultades despiertas de su ser lo
animarán sin cesar al desentrañamiento de sus perplejidades; para ella ya no hay más paz en el
pecado, no hay más descanso en el error, no hay ningún otro refugio más que la Sabiduría.

Grande será la felicidad de esa persona cuando, consciente de la ignorancia de la cual han
nacido sus dudas y confusiones, y reconociendo y comprendiendo esa ignorancia, sin tratar de
esconderse de ella, se aplica con firmeza a su eliminación, busca sin pausa, día tras día, ese
camino de luz que le permitirá disipar todas las sombras oscuras, disolver sus dudas, y encontrar
la solución a todos sus problemas acuciantes. Y tal como un niño se alegra cuando ha aprendido
la lección largamente estudiada, tal como el corazón de un hombre se vuelve liviano y libre
cuando ha enfrentado satisfactoriamente alguna dificultad de la vida cotidiana, también así, pero
en un grado mucho mayor, el corazón de un hombre encuentra alegría y paz cuando ha
encontrado finalmente una respuesta completa sobre alguna pregunta vital y eterna, sobre la
cual ha pensado largamente, y su oscuridad es disipada para siempre.

No vea a sus dificultades y confusiones como presagios del mal; al hacer así usted las hará
malas; véalas como proféticas del bien, tal como, en realidad, son. No se engañe creyendo que
puede evadirlas; no puede. No trate de correr de ellas; esto es imposible, porque vaya donde
vaya estarán allí con usted. Por el contrario, enfréntelas con calma y bravura; enfréntelas con
toda la buena voluntad y la dignidad que le sea posible; mida sus proporciones; analícelas, capte
sus detalles; mida su fuerza; entiéndalas; atáquelas, y finalmente conquístelas. Así desarrollará
fuerza e inteligencia; así entrará en uno de esos caminos de bendición que están ocultos a la
mirada superficial.

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4. Soltando las Cargas
"Esto es la vida para mí;
Que si tiene que ser una carga, trataré
De hacer de ella nada más que la carga de una canción."

----Bailey

"¿Has oído que era bueno ganar el día?


Yo te digo también que es bueno caer; las batallas se pierden con el mismo
espíritu con que se ganan."

----Walt Whitman

Escuchamos y leemos mucho acerca de soportar cargas, pero del camino superior de soltar las
cargas se oye y se sabe muy poco. Pero, ¿por qué debería usted cargar con un peso opresivo en
su corazón cuando podría librarse de él y moverse entre la gente de manera ligera y alegre?
Nadie lleva una carga en su espalda excepto que sea necesario transportar algo de un lugar a
otro; nadie castiga sus hombros con una carga eternamente, para verse así como un mártir por
sus penas; y ¿por qué debería usted imponer sobre su mente una carga inútil, agregando al peso
de la misma los lamentos de la auto-compasión y la lástima de sí mismo?

¿Por qué no abandonar tanto la carga como los lamentos, y hacer así un aporte a la alegría del
mundo haciéndose primero alegre a usted mismo? Ninguna razón puede justificar, y ninguna
lógica puede soportar, el acarreo incesante de una carga pesada. Así como en el mundo material
una carga sólo se soporta como un medio necesario para su transporte, y no es nunca fuente de
dolor, así en las cosas espirituales sólo debería soportarse una carga como un medio hacia algún
fin bueno y necesario, y, una vez logrado, la carga se deja a un lado; y el acarreo de esa carga,
lejos de ser fuente de sufrimiento, sería causa de regocijo.

Nosotros decimos que las mortificaciones corporales que algunos ascetas religiosos se provocan
a sí mismos son innecesarias y vanas; ¿y serán las mortificaciones mentales que mucha gente se
produce a sí misma menos innecesarias y vanas?

¿Dónde está la carga que debería causar infelicidad y dolor? No existe. Si algo debe hacerse
hagámoslo con alegría, y no con quejas y lamentos. Es de la más alta sabiduría abrazar la
necesidad como amiga y guía. Es de la más alta ignorancia mirar a la necesidad como enemiga,
y tratar de evitarla. Todos tenemos lo que nos corresponde en cada momento, y las tareas sólo se
vuelven cargas pesadas cuando evitamos reconocerlas y abrazarlas. El que hace alguna cosa
necesaria en un espíritu dolorido y quejoso, se castiga a sí mismo con los escorpiones de la
miseria y la desilusión, y se impone una carga del doble de peso de cansancio e inquietud, bajo
la cual se queja incesantemente.

"Despierta, hombre, a cosas mejores;


Eleva tus alas hacia mayores alturas;
Renueva el salmo de la vida;
Cántale a lo bueno, cántale a lo verdadero;
Cántale a la victoria total sobre el error;
Canta una canción más rica y más dulce;

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Sobre tus dudas, preocupación y dolor
Teje una contención regocijante y alegre;
Sobre tus espinas teje una corona
De extraño regocijo. Canta tú, ahora.”

Brinde su atención total, alegre, generosa a la realización de todas aquellas cosas que entren
dentro de su vida, y, aunque camine bajo responsabilidades colosales, será inconsciente de
cualquier peso molesto o carga gravosa.

Usted puede decir que una cierta cosa (un deber, una compañía, o una obligación social) le
preocupa, es agobiante, y se resigna a la carga con el pensamiento: “He entrado en esto, y tendré
que soportarlo, pero es un trabajo pesado y gravoso”. ¿Pero es la cosa en sí misma realmente
agobiante, o es su egoísmo el que lo está oprimiendo? Yo le digo a usted que la misma cosa que
usted ve como una carga tan aprisionante es la primera puerta hacia su liberación; ese trabajo
que ve como una maldición perpetua contiene la felicidad real que usted quiere convencerse de
que se encuentra en otra dirección inalcanzable. Todas las cosas son espejos en los que usted se
ve reflejado a sí mismo, y la tristeza que usted percibe en su trabajo es solamente un reflejo del
estado mental con el que usted lo encara. Encare su trabajo con un estado de ánimo correcto,
generoso, y ¡vea lo que ocurre!, el trabajo se transforma inmediatamente, y se vuelve un medio
de fuerza y bendición, reflejando aquello que usted ha puesto en él.

Si usted lleva un ceño fruncido a su espejo, ¿le echará la culpa al espejo de que lo mire con una
cara de pocos amigos, o aflojará su cara para obtener el reflejo de un rostro más amigable?

Si es correcto y necesario hacer alguna cosa, entonces es bueno hacerla, y sólo puede volverse
una carga cuando no desea hacerla. El deseo egoísta hace que la cosa parezca mala. Si no es
correcto ni necesario hacer algo, entonces el hacerlo con el fin de ganar algún placer es tonto, y
sólo puede llevarnos por caminos de pesadas cargas. El deber que usted quiere eludir es su ángel
que lo rezonga; el placer tras el cual usted corre es su enemigo que lo adula. ¡Hombre tonto!,
¿cuándo cambiará su rumbo y se hará sabio?

Es la bondad del universo que está en todas partes, y en todo momento, impulsando a sus
criaturas a la sabiduría, del mismo modo que le demanda coherencia a sus átomos. Es bueno y
protector que la tontería y el egoísmo conlleven sufrimiento en grados siempre crecientes de
intensidad, porque la agonía es enemiga de la indiferencia y precursora de sabiduría.

¿Qué es doloroso? ¿Qué es gravoso? ¿Qué es una carga pesada? La pasión es dolorosa; la
tontería es gravosa; el egoísmo es una carga pesada.

"Es la oscura adoración de uno mismo


La cual, una vez que nuestros pensamientos y acciones son realizados,
Reclaman que el hombre deba llorar, y sangrar, y gemir."

Elimine la pasión, la tontería y el egoísmo de su mente y su conducta, y habrá eliminado el


sufrimiento de su vida. Soltar las cargas quiere decir abandonar el egoísmo interior y poner
amor puro en su lugar. Encare su tarea con amor en su corazón y la realizará de corazón ligero y
alegre.

La mente, a través de la ignorancia, crea sus propias cargas y sufre sus propios castigos. Nadie
está condenado a llevar ninguna carga. El dolor no está impuesto arbitrariamente. Estas cosas
son hechas por uno mismo. La razón es el justo monarca de la mente, y cuando la pasión usurpa
su trono reina la anarquía en su reino espiritual. Cuando el amor por el placer va delante, la
pesadez y la angustia vienen detrás. Usted es libre de elegir. Aún si está atado por la pasión, y se
siente indefenso, usted se ha atado a sí mismo, y no está indefenso. Donde usted ha atado, usted

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puede desatar. Usted ha llegado a su estado actual por grados, y asimismo puede recuperarse por
grados; puede volver a instalar la razón y destronar la pasión. El momento de evitar el mal es
antes de abrazar el placer, pero, una vez abrazado, la serie de consecuencias que le sigue debería
enseñarle sabiduría. El momento de decidir es antes de que las responsabilidades son adoptadas,
pero, una vez adoptadas, todas las consideraciones egoístas, con sus correspondientes quejas,
lamentos y llantos deberían ser excluídas religiosamente del corazón. Las responsabilidades se
hacen livianas cuando son llevadas con amor y sabiduría.

¿Qué pesada será la carga de una persona si esta carga no es hecha más pesada e insoportable
por pensamientos débiles y deseos egoístas? Si sus circunstancias son “difíciles” es porque
usted lo necesita y puede desarrollar la fuerza necesaria para enfrentarlas. Son difíciles porque
hay algún punto débil en usted, y continuarán siendo difíciles hasta que ese punto sea
erradicado. Alégrese de que usted tiene la oportunidad de volverse más fuerte y sabio. Ninguna
circunstancia puede ser difícil para la sabiduría; nada puede ser cansador para el amor. Deje de
girar mentalmente en torno a sus difíciles circunstancias y contemple las vidas de algunas
personas a su alrededor:

He aquí una mujer con una familia numerosa que se mantiene con grandes dificultades con un
sueldo mínimo. Ella realiza todas sus tareas domésticas, lava, encuentra tiempo para atender a
vecinos enfermos, y se las arregla para mantenerse totalmente fuera de dos pozos comunes – las
deudas y la desesperanza. Ella está alegre de la mañana a la noche, y nunca se queja de sus
“circunstancias difíciles”. Ella es eternamente alegre porque no es egoísta. Es feliz pensando
que es el medio para la felicidad de otros. Si ella se pusiera a pensar en las vacaciones, las horas
de holgazanería de las que se ve privada; en las películas que no puede ver, en la música que no
puede escuchar, en los libros que no puede leer, en las fiestas a las que no puede ir, en las
amistades que se ve privada de hacer; en todos los muchos placeres que podría tener si sus
circunstancias fueran más favorables – si se pusiera a pensar así ¡qué criatura tan miserable
sería! ¡Cuán insoportablemente pesado se haría su trabajo! Cada tarea doméstica cargaría como
una piedra sobre su cuello, arrastrándola hacia una tumba a la cual, a menos que cambiara su
actitud mental, pronto llegaría, matada por - ¡el egoísmo! Pero, al no vivir para sus propios
vanos deseos, se ha quitado todas las cargas, y es feliz. La alegría y la falta de egoísmo son
amigos entrañables. El amor no sabe de cargas pesadas.

He allí otra mujer, con un ingreso más que suficiente, combinado con ocio y lujos, sin embargo
siempre está descontenta e infeliz, y se queja de sus “circunstancias difíciles”, porque está
obligada a perder una parte de su tiempo, placer y dinero para atender alguna obligación de la
cual desearía deshacerse, y que debería para ella ser un servicio de amor, o bien porque alimenta
en su corazón algún deseo insatisfecho. El egoísmo y el descontento son compañeros
inseparables. El amor a uno mismo no sabe de trabajo alegre.

De las dos circunstancias descriptas arriba (y la vida está llena de ellas) ¿cuáles son las
condiciones “difíciles”? ¿No es cierto que ninguna de ellas son difíciles, y que ambas son
benditas o malditas de acuerdo con la medida de amor o generosidad que se pone en ellas? ¿No
está la raíz de todo el problema en la mente del individuo y no en la circunstancia?

Cuando un hombre, que ha hecho estudios recientemente en alguna rama de la teología, la


religión o el “ocultismo”, dice: “Si no hubiera tenido que cargar con una esposa y una familia,
hubiera podido hacer un gran trabajo; y si hubiera sabido años atrás lo que sé ahora, no me
hubiera casado”, sé que ese hombre no ha descubierto aún el camino más simple y amplio de la
sabiduría (porque no hay mayor tontería que el arrepentimiento), y que es incapaz del gran
trabajo que está tan deseoso de realizar. Si una persona tiene un amor tan profundo por sus
semejantes que está ansiosa por hacer un gran trabajo por la humanidad, manifestará ese amor
excepcional siempre y en el lugar en que esté ahora. Su hogar estará lleno de ese amor, y la
belleza y dulzura y paz de su amor generoso la seguirá donde vaya, haciendo felices a aquellos a

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su alrededor, y transformando todas las cosas para bien. El amor que es enviado hacia afuera
por el aire, y no puede encontrarse en el hogar, no es amor – es vanidad.

¿No he visto yo (¡triste visión!) el hogar sin alegría y los niños descuidados del misionero y
religioso equivocado? En una auto-ilusión como ésta, la auto-compasión y el martirio de uno
mismo siempre están esperando para venir, y cuando llegan, el equivocado religioso considera
el dolor que él se ha impuesto a sí mismo como una carga sagrada que está llamado a soportar.

Sólo un gran hombre puede hacer un gran trabajo; y él será grande en cualquier lugar que esté, y
hará su noble trabajo en cualquier condición en que se encuentre cuando haya desarrollado y
revelado ese trabajo.

Si usted está tan ansioso de trabajar para la humanidad, de ayudar a su prójimo, comience ese
trabajo en su hogar; ayúdese usted mismo, a su vecino, a su esposa, a sus hijos. No se engañe;
mientras no realice, con suprema devoción, lo más cercano y pequeño, no podrá hacer lo más
lejano y grande.

Si un hombre ha vivido muchos años de su vida en la lujuria y en los placeres egoístas, es


natural que sus errores acumulados deban finalmente cargar pesadamente sobre él, y cuando
comprenda la conexión entre ambas cosas, él abandonará su egoísmo, y se podrá encaminar
hacia una vida mejor. Pero mientras vea sus cargas auto-impuestas como “cruces sagradas”
impuestas por el Supremo, o como marcas de virtud superior, o como cargas que el Destino, las
circunstancias, u otra gente ha acumulado injustamente sobre él, estará solamente prolongando
su tontería, incrementando el peso de sus cargas, y multiplicando sus penas y dolores. Sólo
cuando el hombre se despierte a la verdad de que sus cargas son creadas por él mismo, que ellas
son los efectos acumulados de sus propios actos, él terminará con la cobarde auto-compasión y
encontrará el camino mejor de soltar las cargas; sólo cuando abra sus ojos para ver que cada
pensamiento y cada acto es otro ladrillo, otra piedra, colocada en el templo de su vida él
desarrollará el conocimiento que le permitirá admitir su propia obra inestable, la valentía
resuelta para reconocerla, y el coraje para construir con más nobleza y resistencia.

Las cargas dolorosas son necesarias, pero sólo en la medida de que carezcamos de amor y
sabiduría.

El templo de la Felicidad se encuentra más allá los jardines exteriores del sufrimiento y la
humillación y para alcanzarlo el peregrino debe pasar a través de éstos. Por un tiempo él
permanecerá en el exterior, pero sólo mientras que, por su comprensión imperfecta, lo confunda
con el interior. Mientras que se lamente a sí mismo y confunda sufrimiento con santidad,
seguirá sufriendo; pero cuando, haciendo a un lado el último harapo perverso de auto-
compasión, comprenda que el sufrimiento es un medio y no un fin, que es un estado creado y
aumentado por él mismo, entonces, convertido y corregido mentalmente, rápidamente pasará a
través de los jardines exteriores y alcanzará la morada interior de paz.

El sufrimiento no se origina en lo perfecto sino en lo imperfecto; no es señal de lo completo


sino de lo incompleto; puede, por lo tanto, ser superado. Su causa auto-generada puede ser
encontrada, investigada, comprendida, y removida para siempre.

Por lo tanto es cierto que debemos pasar a través de la agonía hacia el descanso, a través de la
tristeza hacia la paz, pero que el sufriente no olvide que es un “pasaje”; que la agonía es una
puerta y no una habitación; que la tristeza es un camino y no un destino, y que un poco más allá
llegará a un reposo sin dolor y dichoso.

Una carga se va acumulando poco a poco; imperceptiblemente y por grados su peso se va


incrementando. Un impulso desconsiderado, una auto-indulgencia grosera, una pasión ciega

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gratificada una y otra vez; un pensamiento impuro alimentado, una palabra cruel pronunciada,
una tontería hecha una y otra vez, y al final el peso acumulado de tantos errores se vuelve
opresivo. Al principio, y por un tiempo, el peso no es sentido; pero va creciendo un día tras otro,
y llega el momento en que la carga acumulada es sentida en todo su peso hiriente, en que las
frutas amargas del egoísmo son recogidas, y el corazón es perturbado con el cansancio de la
vida. Cuando este momento llegue, que el sufriente mire hacia sí mismo, que busque los
caminos benditos de la liberación de cargas, dándose cuenta de que deberá encontrar sabiduría
para vivir mejor, pureza para vivir con más dulzura, amor para vivir con más nobleza; y
encontrará, teniendo la conducta inversa a la que le ha valido la acumulación de sus cargas, un
corazón liviano en el día y en la noche, una acción alegre, y un regocijo inalterable.

"Sal del mundo – ve por encima de él -


Por sobre sus cruces y sus tumbas;
Aunque la verde tierra es bella y yo la amo,
Debemos amarla como maestros, no como esclavos,
Ven, sube adonde el polvo nunca se levanta -
Sino sólo el perfume de la flores -
Y tu vida se alegrará con sorpresas
De horas hermosas."

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5. Sacrificios ocultos
"¿Qué necesidad tiene el ser humano
De Edenes pasados, o de Paraísos por venir,
Cuando el cielo está alrededor y dentro de nosotros mismos?"
***************
"La humildad es la base de todas las virtudes:
Lo que va más abajo, construye, sin dudas, lo más seguro."

----Bailey.

"La verdad está dentro de nosotros mismos, no viene


De las cosas exteriores, aunque puedas creer lo contrario."

----Browning

Es una de las paradojas de la Verdad que nosotros ganamos al dar; perdemos al querer acaparar
con avaricia. Cada ganancia en virtud necesita alguna pérdida en vicio; cada entrada de santidad
implica dejar de lado algún placer egoísta; y cada paso hacia delante en el camino de la Verdad
requiere dejar de lado algún error de egoísmo.

El que quiera usar nuevas vestimentas debe primero hacer a un lado las viejas, y el que quiera
encontrar la Verdad debe sacrificar la falsedad. El jardinero entierra los yuyos para que puedan
alimentar, con su descomposición, las plantas que son buenas para comer; y el Árbol de la
Sabiduría sólo puede florecer a partir del compuesto de las tonterías arrancadas. El crecimiento
–ganancia- necesita sacrificio –pérdida.

La vida verdadera, la vida bendita, la vida que no es atormentada con pasiones y dolores, es
alcanzada sólo a través del sacrificio, no necesariamente el sacrificio de cosas exteriores, sino el
sacrificio de errores e impurezas interiores, porque son éstos, y sólo éstos, los que traen dolor a
la vida. No es lo bueno y verdadero que necesita ser sacrificado sino lo malo y falso; por lo
tanto todo sacrificio es ganancia en última instancia, y no hay ninguna pérdida esencial. Sin
embargo al principio la pérdida parece grande, y el sacrificio penoso, pero esto es a causa del
auto-engaño y la ceguera espiritual que siempre acompañan al egoísmo, y siempre debe haber
dolor acompañando la poda de alguna porción egoísta de nuestra naturaleza. Cuando el
borracho resuelve sacrificar su atracción por el trago fuerte pasa por un período de gran
sufrimiento, y él siente que está perdiendo un gran placer; pero cuando su victoria es completa,
cuando la atracción está muerta, y su mente está calma y sobria, entonces sabe que ha ganado
incalculablemente en el abandono de su placer animal y egoísta. Lo que ha perdido era malo y
falso y no valía la pena conservarlo – mejor dicho, su conservación implicaba contínuo
sufrimiento – pero lo que ha ganado en carácter, en auto-control, en sobriedad y en mayor paz
mental, es bueno y verdadero, y era necesario que lo adquiriera.

Así es con todo sacrificio verdadero; al principio, y hasta que está terminado, es doloroso, y por
eso es que las personas lo eluden. No ven ningún sentido en abstenerse y en superar una
gratificación egoísta. Les parece que están perdiendo algo muy dulce; les parece que es como
llamar al dolor, y dejar de lado toda felicidad y placer. Nadie puede volverse generoso, y así
llegar a la más alta felicidad, hasta que esté dispuesto a perder, sin buscar ganancia ni
recompensa; ese es el estado mental que constituye la generosidad. La persona debe estar
dispuesta a sacrificar humildemente sus hábitos y prácticas egoístas porque ellas son falsas y sin
valor, y por la felicidad de aquellos a su alrededor, sin esperar ninguna recompensa ni buscar
ningún bien para sí mismo; aún más, debe estar preparado para perder placeres y felicidad, hasta
la vida misma, si con ello puede hacer al mundo más hermoso y feliz. Pero, ¿pierde la persona

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en realidad? ¿Pierde el avaro cuando abandona su placer sensual por el dinero? ¿Pierde el ladrón
cuando abandona el robo? ¿Pierde el libertino cuando sacrifica sus placeres indignos? Nadie
pierde al sacrificar el ego, o alguna porción de él; sin embargo, la gente piensa que perderá al
hacerlo, y al pensar de este modo es que sufre y allí es donde aparece el sacrificio – allí es
donde al perder, se gana.

Todo sacrificio verdadero es interior, espiritual y escondido, y es impulsado por una profunda
humildad de corazón. Nada importa salvo el sacrificio del ego, y hacia esto deben llegar todos
los hombres más tarde o más temprano en su evolución espiritual. ¿Pero en qué consiste esta
auto-abnegación? ¿Cómo es practicada? ¿Dónde es buscada y encontrada? Consiste en superar
la diaria inclinación a pensamientos y actos egoístas; es practicada en nuestro relacionamiento
común con otros; y es encontrada en la hora de confusión y tentación.

Hay sacrificios ocultos del corazón que son una bendición infinita tanto para el que los hace
como para aquellos para quienes son hechos, a pesar de que su realización cuesta mucho
esfuerzo y algún dolor. Los hombres están ansiosos de hacer alguna gran cosa, de realizar algún
gran sacrificio que va más allá de las necesidades de su experiencia, mientras todo el tiempo,
quizás, están descuidando aquella cosa necesaria, están ciegos a ese sacrificio que por su
proximidad se hace imperioso. ¿Dónde se esconde el pecado que lo está acosando todo el
tiempo? ¿Dónde está su debilidad? ¿Dónde lo asalta la tentación más intensamente? Allí debe
usted hacer su primer sacrificio, y por allí encontrar el camino hacia su paz. Quizás es la ira o la
descortesía. ¿Está usted preparado para sacrificar el impulso y la palabra enojada, el
pensamiento y el acto descortés? ¿Está usted preparado para resistir silenciosamente el abuso, el
ataque, la acusación, y la agresividad, negándose a pagar con la misma moneda? Aún más, ¿está
usted preparado para devolver a cambio amabilidad y protección amorosa? Si es así, usted está
listo para hacer esos sacrificios ocultos que conducen a la felicidad más elevada.

Si usted es proclive al enojo o a la descortesía, ofrézcalas en sacrificio. Estas condiciones


mentales duras, crueles y equivocadas nunca le pueden traer nada bueno; nunca pueden traerle
otra cosa que agitación, dolor y ceguera espiritual. Ni pueden nunca traerle a otros nada más que
infelicidad. Quizás usted dirá: “Pero el fue descortés conmigo primero, él me trató
injustamente”. Tal vez sea así, pero ¡qué pobre excusa es ésta! ¡Qué refugio tan cobarde e
ineficaz! Porque si la descortesía de él hacia usted es tan equivocada e hiriente, la suya hacia él
debe ser igualmente así. Que otro sea descortés con usted no justifica su propia descortesía, sino
que más bien requiere el ejercicio de una mayor amabilidad de parte suya. ¿Puede el
derramamiento de más agua evitar una inundación? Tampoco la descortesía disminuye la
descortesía. ¿Puede el fuego apagar el fuego? Tampoco el enojo puede aplacar el enojo.

Sacrifique toda descortesía, todo enojo. “Son necesarios dos para hacer una pelea”; no sea “el
otro” que es necesario. Si alguien se enoja o es descortés con usted, trate de descubrir dónde
usted ha actuado equivocadamente; y, haya usted actuado equivocadamente o no, no devuelva la
palabra enojada o el acto descortés. Permanezca en silencio, auto-contenido, y amablemente
dispuesto; y aprenda, esforzándose continuamente en hacer lo correcto, a tener compasión por el
equivocado.

Quizás usted es habitualmente impaciente e irritable. Sepa, entonces el sacrificio oculto que es
necesario que haga: sacrifique su impaciencia. Supérela allí donde ella suele afirmarse.
Resuelva que no se entregará más a su tiránico vaivén sino que la conquistará y la echará fuera.
No vale la pena conservarla ni una sola hora, ni lo dominaría un momento más si usted no
estuviera bajo el engaño de que las tonterías o maldades de otros hacen necesaria la impaciencia
de parte suya. Lo que sea que otros puedan hacer o decir, aún cuando puedan burlarse de usted o
provocarlo, la impaciencia no es sólo innecesaria, sino que nunca puede hacer otra cosa que
agravar el mal que busca eliminar. La acción calma, fuerte, y deliberada puede lograr mucho,
pero la impaciencia y su irritabilidad asociada son siempre indicación de debilidad e

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ineficiencia. ¿Y qué le aportan? ¿Le aportan calma, paz, felicidad, a usted o a otros a su
alrededor? ¿No hacen, más bien, desdichados, tanto a usted como a ellos? Pero aunque su
impaciencia pueda herir a otros, ciertamente lo hiere y lo empobrece a usted más que a nadie.

Ni puede el hombre impaciente saber nada de verdadera felicidad, porque él es una fuente
contínua de problemas y agitación para sí mismo. La belleza calmada y la dulzura perpetua de la
paciencia son desconocidas para él, y la paz no puede llegar a él para serenarlo y confortarlo.

No hay felicidad en ningún lugar hasta que la impaciencia es sacrificada; y su sacrificio


significa el desarrollo de la resistencia, la práctica de la templanza, y la creación de un hábito
mental nuevo y más noble. Cuando se dejan de lado completamente la impaciencia y la
irritabilidad, cuando son sacrificadas en el altar de la generosidad, es entonces que se realiza y
disfruta la bendición de una mente fuerte, tranquila y pacífica.

"Cada hora en que pensamos


En otros más que en nosotros mismos, esa hora la vivimos otra vez,
Y cada humilde sacrificio que hacemos
Por el bien de otros hace la vida más grande que nosotros mismos,
Y abre las ventanas de tu alma a la luz
De mayores alturas. Así que saluda a tu destino con alegría."

Y entonces llegamos a las pequeñas indulgencias egoístas, algunas de las cuales pareces
inofensivas, y son comúnmente alimentadas; pero ninguna indulgencia egoísta puede ser
inofensiva, y los hombres y mujeres no saben lo que están perdiendo al caer repetida y
habitualmente en gratificaciones afeminadas y egoístas. Si Dios en el hombre va a elevarse
fuerte y triunfante, la bestia en el hombre debe morir. El alcahueteo de las tendencias animales,
aún cuando parezca inocente y dulce, aleja de la verdad y felicidad. Cada vez que usted da
rienda suelta al animal dentro suyo, y lo alimenta y lo gratifica, él se hace más fuerte y rebelde,
y toma posesión más firme de su mente, la cual debería estar en la Verdad. No es sino hasta que
un hombre ha sacrificado alguna indulgencia aparentemente trivial que descubre cuánta fuerza,
cuánta alegría, cuánta estabilidad de carácter e influencia sagrada ha estado perdiendo durante
tanto tiempo por esa gratificación. Ni hasta que un hombre sacrifica su ansia por el placer entra
en la plenitud de la alegría permanente.

Por su indulgencia personal un hombre se degrada, pierde el respeto de sí mismo en la medida


de la frecuencia de sus indulgencias, y se priva de influencia ejemplar y del poder de lograr una
bondad perdurable en su trabajo en el mundo. Al mismo tiempo, al permitirse ser conducido por
el deseo ciego, aumenta su ceguera mental, y pierde esa claridad de visión, esa perspicacia que
es la que penetra en el corazón de las cosas y comprende lo que es real y verdadero. La
indulgencia animal es enemiga de la percepción de la Verdad. En el sacrificio de sus
indulgencias el hombre se eleva por encima de la confusión y la duda, y alcanza la posesión de
conocimiento y certeza.

Sacrifique su indulgencia mimada y codiciada; fije su mente en algo más alto, más noble, y más
permanente que el placer pasajero; viva por encima de los deseos de la excitación de los
sentidos, y no vivirá vanamente ni inciertamente.

De muy largo alcance en su efecto sobre otros, y rico en revelaciones de Verdad para aquel que
lo hace, es el sacrificio de la auto-imposición – esto es, el sacrificio de toda interferencia con las
vidas, puntos de vista, o religión de otra gente, sustituyéndola por un amor y simpatía
comprensivas. La auto-imposición o la manía de opinar sobre la vida de los demás, es una
forma de egoísmo que se encuentra más frecuentemente vinculada con el intelectualismo y las

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habilidades verbales. Es vanidosamente ciega y poco caritativa aunque, frecuentemente, se la ve
como una virtud; pero una vez que la mente se ha abierto a percibir el camino de la gentileza y
el amor sacrificado, entonces se ve con claridad que la naturaleza de la auto-imposición es
ignorancia, deformación y dolor.

La víctima de la auto-imposición, estableciendo sus propias opiniones como la medida de lo


correcto y del buen juicio, considera equivocados a todos aquellos cuyas vidas y opiniones van
en contra de las suyas, y, estando ansioso de corregir a los demás, se ve impedido de corregirse
a sí mismo. Su actitud mental lo pone en oposición y contradicción con las personas que, siendo
igualmente víctimas de auto-imposición, están ansiosas de corregirlo a él, lo cual hiere su
vanidad y lo hace desdichado, así que vive en una fiebre casi contínua de pensamientos
infelices, resentidos y poco caritativos. No puede haber paz para una persona semejante, ni
sabiduría verdadera, ni avance hasta que sacrifique su deseo de encaminar a otros hacia su
manera de pensar y actuar. Ni puede ella entender el corazón de otros, ni entrar con amor en sus
luchas y aspiraciones. Su mente está trabada y amargada, está cerrada a toda simpatía dulce y
comunión espiritual.

Aquel que sacrifica el espíritu de auto-imposición, aquel que en su contacto diario con otros
hace a un lado sus prejuicios y opiniones, y trata de aprender de otros y de entenderlos tal como
son, que les concede a los demás perfecta libertad (la misma que tiene él) para elegir sus propias
opiniones, su propio camino en la vida – esta persona adquirirá un conocimiento más profundo,
una compasión más amplia, y una felicidad más rica que la que ha experimentado hasta el
momento, y habrá hallado un camino de felicidad que previamente desconocía.

Y tenemos el sacrificio de la codicia y de todos los pensamientos codiciosos. La voluntad de


que otros posean antes que nosotros; el no ambicionar cosas para nosotros sino regocijarnos de
que sean poseídas y disfrutadas por otros, de que le lleven felicidad a otros; el dejar de reclamar
“nuestra parte”, y el ceder a otros, generosamente y sin malicia, lo que ellos reclaman. Esta
actitud mental es una fuente de paz profunda y gran fuerza espiritual. Es el sacrificio del auto-
interés.

Las posesiones materiales son temporarias, y en este sentido no podemos verdaderamente


llamarlas nuestras – ellas simplemente están en nuestro poder por un corto tiempo – pero las
posesiones espirituales son eternas y siempre permanecerán con nosotros. La generosidad es una
posesión espiritual que sólo se alcanza cuando dejamos de ambicionar posesiones y disfrutes
materiales, cuando dejamos de observar las cosas como que existen para nuestro propio placer
especial y exclusivo, y estamos dispuestos a cederlas para el bien de otros.

La persona generosa, aunque se encuentre rodeada de riquezas, está lejos, en su mente, de la


idea de “posesión exclusiva”, y así escapa a la amargura y miedo y ansiedad que siempre
acompaña al espíritu ambicioso. No considera ninguna de sus posesiones exteriores como
demasiado valiosa para perderla, pero en cambio sí considera la virtud de la generosidad como
demasiado valiosa para el mundo –para la humanidad sufriente- como para perderla o dejarla a
un lado.

¿Y cuál es la persona dichosa? ¿Es aquella que está siempre ansiando más posesiones, pensando
sólo en el placer personal que puede extraer de ellas? ¿O es la que está siempre dispuesta a dar
lo que tiene por el bien y felicidad de otros? La felicidad es destruida por la avaricia, y es
recuperada por la generosidad.

Otro sacrificio oculto, de gran belleza y poderosa eficacia en la curación de los sufrimientos
humanos, es el sacrificio del odio – el sacrificio de todo pensamiento amargo hacia otros, de
toda malicia, disgusto, y resentimiento. Los pensamientos amargos y la felicidad no pueden

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convivir juntos. El odio es un fuego feroz que quema, en el corazón de quien le da albergue,
todas las dulces flores de paz y felicidad, y hace un infierno de cualquier lugar al que llega.

El odio tiene muchos nombres y muchas formas pero sólo una esencia – es decir, pensamientos
quemantes de resentimiento hacia otros. En ocasiones, pueden ser adoradores fanáticos que en
nombre de la religión se atacan, denigran, y persiguen unos a otros porque no aceptan el punto
de vista de los otros sobre la vida y la muerte, llenando así la tierra con dolor y lágrimas.

Todo resentimiento, todo disgusto, todo pensar o hablar mal de otros es odio, y donde hay odio
siempre hay infelicidad. Nadie puede conquistar el odio mientras surjan en su mente
pensamientos de resentimiento hacia otros.

Y este sacrificio no es completo hasta que el hombre pueda pensar con amabilidad de los que
tratan de hacerle mal. Sin embargo, debe llegar a esto para que pueda realizar y conocer la
verdadera felicidad. Más allá de las puertas duras y crueles del odio espera el divino ángel del
amor, listo a revelarse y a conducir hacia la paz al hombre o mujer que someta y sacrifique sus
pensamientos de odio.

Ante cualquier cosa que otros puedan decir de usted, ante cualquier cosa que otros puedan
hacerle, nunca se ofenda. No devuelva odio por odio. Si otro lo odia a usted quizás usted,
consciente o inconscientemente, ha fallado en algún aspecto en su conducta, o puede haber
algún malentendido que con el ejercicio de un poco de amabilidad y razonamiento puede
superarse; pero, sea como sea y bajo cualquier circunstancia, “Padre, perdónalos” es
infinitamente mejor, más dulce y más noble que “no quiero saber más nada de ellos”. El odio es
tan pequeño y pobre, tan ciego y miserable. El amor es tan grande y rico, tan de largo alcance y
bendito.

"La cultura más elevada es no hablar mal:


El mejor reformador es el hombre cuyos ojos
Son prestos a ver toda la belleza y todo el valor;
Y que sólo con su propia vida discreta, bien ordenada
Reprueba al que está equivocado."

Sacrifique todo odio, inmólelo en el altar sagrado de la devoción – la devoción a otros. No


piense más en alguna herida que le hayan hecho a su propio pequeño ego, sino que determínese
a que de ahora en más usted no hiera a ninguna otra persona. Abra las compuertas de su corazón
para que entre ese amor dulce, grande, hermoso que abraza a todos con fuertes pero tiernos
pensamientos de protección y paz, sin dejar a nadie afuera en el frío, ni siquiera a quien lo odie,
lo desprecie o lo calumnie.

Y tenemos el sacrificio oculto de los deseos impuros, de la auto-compasión débil y el auto-


elogio degradante, de la vanidad y el orgullo, porque éstas son actitudes mentales infelices,
deformidades del corazón. El que hace estos sacrificios, uno por uno, sometiendo y superando
gradualmente esos errores, se levantará, en la medida del éxito que tenga, por encima de la
debilidad y el sufrimiento, y comprenderá y disfrutará la bendición perfecta e inmortal.

Todos estos sacrificios ocultos que se mencionan son regalos del corazón, puros y humildes.
Son hechos desde adentro; son ofrecidos en el altar invisible, sagrado y solitario del propio
corazón. No se puede hacer ninguno de ellos hasta que primero uno no reconozca y confiese, en
silencio, la falta. Nadie puede sacrificar un error hasta que primero que nada confiese (a sí
mismo) “reconozco que estoy en el error”; cuando, al abandonarlo, perciba y reciba la verdad
que su error había oscurecido.

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“El Reino de los Cielos no viene por observación”, y el sacrificio silencioso del ego por el bien
de otros, la renuncia diaria de las tendencias egoístas, no es visto y recompensado por los
hombres, y no tiene el premio de la popularidad y el elogio. Está oculto a los ojos de todo el
mundo, más aún, hasta de la vista de aquellos más cercanos a usted, porque los ojos de la carne
no pueden percibir su belleza espiritual. Pero no piense que por ser imperceptible resulta inútil.
Su radiación dichosa es disfrutada por usted, y su poder para el bien sobre otros es grande y de
largo alcance, porque aunque ellos no puedan verlo, ni siquiera entenderlo, sin embargo
inconscientemente son influídos por él. Ellos no sabrán las batallas silenciosas que usted está
luchando, las victorias eternas sobre el ego que usted está logrando, pero ellos sentirán su
cambio de actitud, su mente renovada, forjada en el tejido del amor y los pensamientos
amorosos, y compartirán un poco de su felicidad y bendición. Ellos no se enterarán de la
frecuente fiereza de la lucha que usted está llevando adelante, de las heridas que recibe y del
bálsamo sanador que se aplica, de la angustia y de la paz posterior, pero sabrán que usted está
más dulce y gentil, más fuerte y mas silenciosamente seguro de sí mismo, más paciente y puro,
y que se sienten descansados y ayudados en su presencia. ¿Qué recompensa puede compararse
con ésta? Comparados con el dulce aroma del amor, los elogios de los hombres son groseros y
empalagosos, y en la llama pura de un corazón generoso las adulaciones del mundo se
transforman en cenizas. El amor es su propia recompensa, su propia alegría, su propia
satisfacción; es el refugio final y el lugar de descanso de las almas torturadas por la pasión.

El sacrificio del ego, y la adquisición de conocimiento y felicidad supremas que esto conlleva,
no se logra en un acto grande y glorioso sino en una serie de sacrificios menores y sucesivos en
la vida común del mundo, en una sucesión de pasos en la conquista diaria de la Verdad sobre el
egoísmo. El que cada día logra alguna victoria sobre sí mismo, el que derrota y deja atrás algún
pensamiento descortés, algún deseo impuro, alguna tendencia al pecado, está haciéndose cada
día más fuerte, más puro, y más sabio, y cada amanecer lo encuentra más cerca de esa gloria
final de Verdad que cada acto de auto-sacrificio le revela parcialmente.

No busque afuera ni más allá de usted por la luz y la bendición de la Verdad, sino que busque
adentro; la encontrará en el círculo estrecho de sus deberes, y en los sacrificios humildes y
escondidos de su propio corazón.

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6. Compasión
"Cuando tu mirada
Se dirija a tu propia alma, sé lo más severo posible;
Pero cuando caiga sobre un hermano
Que la amabilidad la controle; y la abstención
De esa censura humillante que brota
De los labios comunes como la hierba mala en el suelo pantanoso."

----Ella Wheeler Wilcox.

"No le pregunto a la persona herida cómo se siente,


Yo mismo me transformo en la persona herida."

-------Walt Whitman.

Sólo podemos tener compasión por otros en la medida de que nos hemos conquistado a nosotros
mismos. No podemos pensar y sentir por otros cuando estamos ocupados en lamentarnos de
nosotros mismos; no podemos tratar a otros con ternura y amor mientras estamos ansiosos por
nuestra superioridad o por la preservación exclusiva de nosotros mismos, nuestras opiniones, y
todo lo que tiene que ver con nosotros en general. ¿Qué es la compasión sino la consideración
profunda de otros en el olvido de nosotros mismos?

Para tener compasión por otros primero debemos entenderlos, y para entenderlos debemos hacer
a un lado preconceptos personales sobre ellos, y verlos tal como son. Debemos entrar en su
estado interior y volvernos uno con ellos, mirando a través de sus ojos mentales y
comprendiendo el alcance de su experiencia. Usted no puede, por supuesto, hacer esto con un
ser cuya sabiduría y experiencia son superiores a las suyas; ni puede hacerlo con nadie si usted
se considera a sí mismo en un plano superior que otros (porque el egoísmo y la compasión no
pueden habitar juntas), pero usted puede practicarlo con todos aquellos que están envueltos en
pecados y sufrimientos de los cuales usted se ha librado con éxito, y, aunque su compasión no
puede abrazar y empequeñecer al hombre cuya grandeza está más allá de usted, sin embargo
usted puede colocarse en una actitud hacia él tal que le permita recibir la protección de su mayor
compasión y así construir un camino más fácil para usted a efectos de salir de los pecados y
sufrimientos por los cuales usted está todavía encadenado.

El prejuicio y la mala voluntad son barreras insalvables para poder brindar compasión, mientras
que el orgullo y la vanidad lo son para poder recibirla. Usted no puede tener compasión por la
persona por la cual ha concebido el odio; ni puede disfrutar de la compasión de alguien a quien
usted envidia. Usted no puede entender a la persona que no le agrada, o por la cual, por impulso
animal, usted ha desarrollado una pasión deformada. Usted no puede verla tal como es, sino que
ve solamente sus propias nociones imperfectas de ella; ve solamente una imagen distorsionada
de ella a través del medio exagerado de sus propias opiniones infundadas.

Para ver a otros tal como son usted no debe permitir que las simpatías o antipatías impulsivas,
los prejuicios poderosos, o las consideraciones egoístas se interpongan entre usted y ellos. No
debe sentir resentimiento por sus acciones o condenar sus creencias y opiniones. Usted debe
dejarse de lado a usted mismo y debe, por el momento, asumir la posición de ellos. Sólo de esta
manera usted puede ponerse en sintonía con ellos, y así penetrar en sus vidas, sus experiencias,
y entenderlas, y cuando se entiende a alguien se vuelve imposible condenarlo. Los hombres se

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juzgan mal, se condenan y se evitan mutuamente porque no se entienden, y no se entienden
porque no se han superado y purificado a sí mismos.

La vida es crecimiento, desarrollo, evolución, y no hay una diferencia esencial entre el pecador
y el santo – sólo hay una diferencia de grado. El santo fue un pecador alguna vez; el pecador
será un santo algún día. El pecador es el niño; el santo es el hombre maduro. El que se separa a
sí mismo de los pecadores, considerándolos como hombres malvados que deben ser evitados, es
como un hombre evitando el contacto con niños pequeños porque son ignorantes, desobedientes
y usan juguetes.

Toda la vida es una, pero tiene una variedad de manifestaciones. La flor no es algo distinto del
árbol: es una parte de él; es sólo otra forma de hoja. El vapor no es algo aparte del agua: es sólo
otra forma del agua. Y de manera similar el bien es mal transmutado: el santo es el pecador
desarrollado y transformado.

El pecador es aquel cuyo entendimiento está subdesarrollado, y en consecuencia,


ignorantemente elige modos de acción equivocados. El santo es aquel cuyo entendimiento ha
madurado, y sabiamente elige modos de acción correctos. El pecador condena al pecador,
siendo la condenación un modo de acción equivocado. El santo nunca condena al pecador,
recordando que él mismo estuvo antes en el mismo lugar, y piensa en él con profunda
compasión, considerándolo como un hermano menor o un amigo, porque la compasión es un
modo de acción correcto e iluminado.

El santo perfecto da compasión a todos, y no la necesita de nadie, porque ha superado el pecado


y el sufrimiento, y vive en el regocijo de la felicidad eterna; pero aquel que sufre necesita
compasión, y todos lo que pecan deben sufrir. Cuando una persona llega a entender que cada
pecado, sea de pensamiento o de acción, recibe su cuota justa de sufrimiento, deja de condenar y
comienza a compadecer, viendo el sufrimiento que el pecado implica, y ella llega a ese
entendimiento cuando se purifica.

Cuando una persona se limpia de pasiones, cuando transmuta sus deseos egoístas y domina sus
tendencias centradas en sí misma, ella sondea las profundidades de todas las experiencias
humanas – todos los pecados y sufrimientos, todos los motivos y pensamientos y acciones – y
comprende la ley moral en toda su perfección. La auto-conquista completa es el conocimiento
perfecto, la compasión perfecta, y el que ve a los demás con la visión inmaculada de un corazón
puro los ve con un corazón compasivo, los ve como parte de sí mismo, no como algo impuro,
separado y distinto, sino como a él mismo, los ve pecando como él ha pecado, sufriendo como
él ha sufrido, entristeciéndose como él se ha entristecido, y sin embargo, al mismo tiempo,
contento en el conocimiento de que ellos llegarán finalmente, así como él ha llegado, a la paz
perfecta.

El hombre verdaderamente bueno y sabio no puede ser un partidario apasionado de una causa en
particular, sino que extiende su compasión a todos, no viendo en otros ningún mal que deba ser
condenado o resistido, sino viendo el pecado que es placentero para el pecador, y el dolor y
sufrimiento posterior que el pecador no ve y que, cuando le llega, no comprende.

La compasión de un hombre se extiende hasta donde llega su sabiduría, y no más allá; y un


hombre sólo se hace más sabio en la medida en que se hace más tierno y más compasivo. Hacer
más estrecha la compasión es hacer más estrecho el corazón, y eso es oscurecer y amargar la
vida. Extender y ampliar la compasión es iluminar y alegrar la vida y hacer más claro para otros
el camino de luz y alegría.

Ser compasivo con otro es recibir su ser dentro del nuestro, volverse uno con él, porque el amor
no egoísta une indisolublemente, y aquel cuya compasión se extiende y abraza a toda la

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humanidad y a todas las criaturas vivientes ha realizado su identidad y unidad con todos, y
comprende el Amor, la Ley y la Sabiduría universales.

El hombre se mantiene fuera del Cielo, la Paz y la Verdad solamente en la medida de que
mantenga a otros fuera de su compasión. Cuando su compasión termina, su oscuridad, tormento
y confusión comienzan, porque alejar a otros de nuestro amor es alejarnos de la bendición del
amor, y quedar atrapado en la oscura prisión del ego.

“El que camina una cuadra sin compasión camina hacia su propio funeral vestido con una
mortaja”.

La Luz Eterna de la Verdad se revela sólo cuando la compasión de uno es ilimitada; sólo se
puede disfrutar de la felicidad infinita en el Amor que no conoce restricciones.

La compasión es bendición; en ella se revela la felicidad más elevada y pura. Es divina, porque
en su luz recíproca se pierde todo pensamiento del ego, y sólo permanece la alegría pura de la
unidad con el otro, la comunión inexpresable de la identidad espiritual. Cuando una persona
deja de compadecer deja de vivir, deja de ver y comprender y saber.

Uno no puede compadecer a otros hasta que haya dejado de lado todas las consideraciones
egoístas respecto a ellos, y el que hace esto y trata de ver a los otros tal como son, trata de
conocer sus pecados, tentaciones y sufrimientos particulares, sus creencias, opiniones y
prejuicios, llega finalmente a ver exactamente el lugar en que se encuentran en su evolución
espiritual, comprende todo el arco de su experiencia, y sabe que no pueden en el momento
actuar de una manera distinta de la que actúan. Él ve que sus pensamientos y actos son
impulsados por el alcance de su conocimiento, o de su falta de conocimiento, y que si ellos
actúan ciega y tontamente es porque su conocimiento y experiencia son inmaduras, y que sólo
podrán llegar a actuar más sabiamente por el crecimiento gradual hacia estados mentales más
iluminados. También comprende que aunque él puede alentar, ayudar y estimular su
crecimiento mediante la influencia de un ejemplo más maduro, mediante palabras oportunas y
una enseñanza bien graduada en el tiempo, sin embargo este crecimiento no puede ser forzado
antinaturalmente. Las flores del amor y la sabiduría deben tener tiempo para crecer, y las ramas
inútiles del odio y la tontería no pueden ser cortadas todas al mismo tiempo.

Un hombre así encuentra la puerta al mundo interior de aquellos con los que entra en contacto, y
la abre y entra y habita con ellos en el santuario oculto y sagrado de su ser. Y no encuentra allí
nada para odiar, nada para insultar, nada para condenar en ese lugar sagrado, sino algo para
amar y servir, y encuentra, en su propio corazón, espacio sólo para una compasión más grande,
una paciencia más grande, un amor más grande.

Él ve que es uno con ellos, que ellos no son otra cosa que otro aspecto de sí mismo, que sus
naturalezas no son diferentes de la suya, que son idénticas en realidad, salvo por una cuestión de
grado. Si ellos están manifestando ciertas tendencias pecaminosas él sólo tiene que mirar dentro
suyo para encontrar las mismas tendencias en sí mismo, aunque, quizás, reprimidas o
purificadas; si ellos están demostrando ciertas cualidades sagradas y divinas él encuentra el
mismo espíritu de pureza dentro de sí mismo, aunque, quizás, en un grado distinto de poder y
desarrollo.

"Un toque de naturaleza hace a todo el mundo pariente entre sí."

El pecado de uno es el pecado de todos; la virtud de uno es la virtud de todos. Nadie puede
separarse de otro. No existe diferencia de naturaleza sino de condición. Si una persona piensa
que está separada de otra en virtud de su santidad superior ella no esta separada como cree, y

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grande es su oscuridad y auto-engaño. La humanidad es una, y en el santuario sagrado de la
compasión el santo y el pecador se encuentran y se unen.

Se ha dicho de Jesús que Él tomo sobre sí mismo los pecados del mundo entero – esto es, se
identificó a sí mismo con esos pecados, y no se veía como esencialmente separado de los
pecadores sino como de la misma naturaleza de ellos – y manifestó en Su vida esa comprensión
de Su unidad con todos los hombres como una profunda compasión con aquellos que, por sus
pecados profundos, eran evitados y despreciados por otros.

¿Y quién es el que tiene más necesidad de compasión? No es el santo, ni el sabio iluminado, ni


el hombre perfecto. Es el pecador, el ignorante, el imperfecto; y cuanto más grande el pecado,
mayor es la necesidad. “No he venido a llamar a justos sino a pecadores al arrepentimiento” es
la frase de Uno que comprendía todas las necesidades humanas. El hombre justo no necesita su
compasión, sino el injusto; la necesita aquél que, por sus actos equivocados, se está preparando
para sí mismo largos períodos de sufrimiento y dolor. El hombre descaradamente injusto es
condenado, despreciado y evitado por aquellos que están viviendo en una condición similar a la
suya, aunque en ese momento, ellos puedan no estar sufriendo esa forma particular de pecado.
Porque ese falta de compasión y esa condenación mutua que son tan habituales es la
manifestación más común de esa carencia de conocimiento de la cual se derivan todos los
pecados. Mientras un hombre esté envuelto en el pecado él condenará a otros que estén
igualmente envueltos, y cuanto más grande y profundo sea su pecado más severa será su
condena a otros. Es solamente cuando el hombre comienza a sufrir por su pecado, e impulsado
por este sufrimiento se levanta sobre sí mismo hacia la luz más clara de pureza y comprensión,
que deja de condenar a los demás y aprende a compadecerse de ellos. Pero esta condena
incesante de unos hacia otros por aquellos que están atrapados en el juego feroz de las pasiones
pone en marcha la operación de la Gran Ley que funciona universalmente y eternamente, y el
injusto que cae bajo la condena de otros alcanzará más rápidamente una condición de corazón y
de vida más noble y elevada si acepta humildemente la censura de los otros como efecto de su
propio pecado, y resuelve de allí en adelante abstenerse de toda condena a los otros.

El hombre verdaderamente bueno y sabio no condena a nadie, habiendo hecho a un lado toda
pasión y egoísmo ciego vive en las regiones calmas del amor y la paz, y entiende todas las
formas de pecado, con sus sufrimientos y dolores correspondientes.

Iluminado y despierto, liberado de todo prejuicio egoísta, y viendo a los hombres tal como son,
su corazón responde con compasión sagrada hacia todos. Si alguien lo condena, lo injuria o
abusa de él, lanza sobre esta persona la bondadosa protección de su compasión, comprendiendo
la ignorancia que le impulsó a actuar como lo hizo, y sabiendo que sólo él sufrirá las
consecuencias de sus acciones equivocadas.

Aprenda, por auto-conquista y adquisición de sabiduría, a amar a aquél que usted condena
ahora, a compadecerse con aquellos que lo condenan a usted. Aparte sus ojos de la condena a
ellos y busque en su propio corazón, para encontrar, quizás, algunos pensamientos duros,
descorteses o equivocados por los cuales, una vez descubiertos y comprendidos, usted se
condenará a sí mismo.

Mucho de lo que comúnmente se llama compasión es afecto personal. Amar a los que nos aman
es un prejuicio y una inclinación humanas; pero amar a los que no nos aman es realmente
compasión humana.

La compasión es necesaria a causa de lo extendido del sufrimiento, ya que no hay criatura que
no haya sufrido. La compasión evoluciona a partir del sufrimiento. El corazón humano no es
purificado y suavizado por el sufrimiento en un año o en una vida o en una época. Recién luego
de muchas vidas de dolor intermitente, después de muchas épocas de dolor reiterado, el hombre

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recoge la cosecha dorada de sus experiencias, y la almacena en los graneros ricos y maduros del
amor y la sabiduría. Entonces él comprende, y comprendiendo, se compadece.

Todo sufrimiento es resultado de la ley violada ignorantemente, y luego de muchas repeticiones


del mismo acto equivocado, y de la misma clase de sufrimiento resultante de ese acto, se
adquiere conocimiento de la ley, y se alcanza un estado superior de obediencia y sabiduría. Es
entonces que florece la flor pura y perfecta de la compasión.

Un aspecto de la compasión es la lástima – lástima por el afligido o sufriente, con un deseo de


aliviarlo o de ayudarlo a soportar sus sufrimientos. El mundo necesita más de esta cualidad
divina. “Porque la lástima hace al mundo suave para el débil, y noble para el fuerte”.

Pero esto sólo puede ser desarrollado eliminando toda dureza y descortesía, toda acusación y
resentimiento. Aquél que, cuando ve a otro sufriendo por su pecado, endurece su corazón y
piensa o dice: “Se lo tiene merecido” – tal persona no puede ejercitar la lástima ni aplicar su
bálsamo sanador. Cada vez que un hombre actúa cruelmente hacia otro (aunque sea una criatura
tonta), o rehúsa entregar la compasión que necesita, se empequeñece, se priva de una felicidad
inefable, y se prepara su propio sufrimiento.

Otra forma de compasión es la de regocijarse con aquellos que son más exitosos que nosotros,
como si su éxito fuera el nuestro. Bendito verdaderamente es que está libre de envidia y malicia,
y puede regocijarse y alegrarse cuando escucha de la buena fortuna de aquellos que lo ven a él
como un enemigo.

La protección de criaturas más débiles y más indefensas que uno mismo es otra forma en que se
manifiesta la compasión divina. La fragilidad indefensa del débil llama al ejercicio de la
compasión más profunda. La gloria de fuerza superior reside en su poder para proteger, no para
destruir. La verdadera vida no está en la destrucción insensible de las cosas más débiles, sino en
su preservación: “Toda la vida está enlazada y relacionada”, y la criatura más baja no está
separada de la más elevada salvo por su mayor debilidad, por su menor inteligencia.

Cuando compadecemos y protegemos revelamos y hacemos crecer la vida y alegría divinas


dentro de nosotros. Cuando desconsideradamente e insensiblemente infligimos sufrimiento o
destruimos, entonces nuestra vida divina se oscurece, y su alegría desaparece y muere. Los
cuerpos pueden alimentar cuerpos, y las pasiones alimentar pasiones, pero la naturaleza divina
del ser humano sólo es nutrida, sostenida y desarrollada por la amabilidad, el amor, la
compasión y todos los actos puros y generosos.

Al brindar compasión a otros incrementamos la nuestra. La compasión que se da nunca se


desperdicia. Aún la criatura más vil responderán a su toque celestial, porque es el lenguaje
universal que todas las criaturas entienden. Recientemente he escuchado la historia real de un
convicto cuyo tiempo de encarcelamiento en distintas prisiones se extendían por más de
cuarenta años. Como criminal estaba considerado uno de los más duros y sin esperanza, y para
los guardias era casi intratable. Pero un día atrapó un ratón – una criatura débil, aterrorizada,
cazada como él mismo – y su fragilidad indefensa, y la similitud de su condición con la suya, le
atrajo, y le encendió la llama divina de la compasión que ardía en su corazón endurecido por el
crimen, y que no había sido despertada por ningún toque de ser humano. Él guardó el ratón en
una vieja bota en su celda, lo alimentó, lo atendió, y lo amó, y en su amor por el débil e
indefenso olvidó su odio por el fuerte. Su corazón y su mano ya no se dirigieron contra sus
semejantes. Se volvió tratable y obediente al máximo. Los guardias no podían entender su
cambio, les parecía un pequeño milagro que el más duro de todos los criminales se transformara
en un niño gentil y obediente. Hasta la expresión de su rostro se alteró notoriamente: una sonrisa
apacible comenzó a esbozarse en la cara que antes no se había movido a nada mejor que una
risa burlona y cruel, y la dureza implacable de sus ojos desapareció y en su lugar quedó una luz

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suave, profunda y dulce. El criminal ya no era un criminal; se había salvado, estaba convertido y
en su sano juicio; recuperado al humanismo y a la humanidad, y encaminado firmemente en el
camino de la divinidad por compadecerse y preocuparse de una criatura indefensa. Todo esto
fue dado a conocer a los guardias poco después cuando, al salir, se llevó consigo al ratón.

Así, la compasión que se entrega incrementa su cantidad en nuestros propios corazones, y


enriquece y hace fructificar nuestra propia vida. La compasión que se da es bendición que se
recibe; la compasión que no se da es bendición que se pierde. En la medida que un hombre
incrementa y extiende su compasión, se aproxima más y más a la vida ideal, a la bendición
perfecta; y cuando su corazón se ha vuelto tan dulce que ningún pensamiento amargo o cruel
puede entrar y destruir su dulzura permanente, entonces es de veras bendito divinamente.

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7. Perdón
"Si los hombres solamente entendieran
Todo el vacío
De los que duermen y los que están despiertos
De las almas que ellos juzgan tan ciegamente,
De los corazones que ellos hieren tan cruelmente,
Ellos, con palabras y sentimientos más amables,
Aplicarían el bálsamo curativo-
Si sólo entendieran que
La amabilidad es siempre más noble que la venganza."

------Shakespeare.

El recordar insultos es oscuridad espiritual; el alimentar resentimiento es suicidio espiritual. El


recurso del espíritu y la práctica del perdón es el comienzo de la iluminación; es también el
comienzo de la paz y la felicidad. No hay descanso para aquel cuya mente gira continuamente
alrededor de insultos y heridas y agravios; no hay reposo mental para aquel que siente que ha
sido tratado injustamente, y que trama la mejor forma de actuar para frustrar los planes de su
enemigo.

¿Cómo puede habitar la felicidad en un corazón tan perturbado por la mala voluntad? ¿Acaso
los pájaros recurren a un árbol en llamas para construir su nido y cantar? Tampoco puede
habitar la felicidad en un pecho que está en las llamas de pensamientos o resentimientos
quemantes. Ni puede llegar la sabiduría a vivir donde reside una insensatez semejante.

La venganza parece dulce sólo a la mente que no está familiarizada con el espíritu del perdón;
pero una vez probada la dulzura del perdón, entonces se hace evidente la extrema amargura de
la venganza. La venganza parece conducir a la felicidad para aquellos que están envueltos en la
oscuridad de la pasión, pero una vez que se abandona la violencia de la pasión, y se restaura la
dulzura del perdón, allí se ve que la venganza conduce al sufrimiento.

La venganza es un virus que consume la vitalidad de la mente, y envenena todo el ser espiritual.
El resentimiento es una fiebre mental que quema todas las energías de la mente, y “ofenderse”
es una forma de enfermedad mental que agota el flujo saludable de amabilidad y buena
voluntad. Hombres y mujeres debería buscar librarse de la misma. El espíritu de no perdonar y
el resentimiento son fuente de gran sufrimiento y dolor, y el que lo alimenta y lo cobija, el que
no lo supera, pierde mucha felicidad, y no obtiene ninguna medida de iluminación verdadera.
Ser duro de corazón es sufrir, es verse privado de luz y confort; ser tierno de corazón es ser
serenamente alegre, es recibir luz y ser bien confortado. Parecerá extraño para muchos que diga
que el duro de corazón, el que no perdona, sufre más; sin embargo es profundamente cierto, ya
que no sólo, por la ley de atracción, se atrae las pasiones vengativas de otra gente, sino que su
misma dureza de corazón es una fuente contínua de sufrimiento. Cada vez que un hombre
endurece su corazón contra un semejante se producen cinco clases de sufrimiento – a saber, el
sufrimiento de la pérdida de amor; el sufrimiento de la comunión y hermandad perdida; el
sufrimiento de una mente angustiada y confundida; el sufrimiento de la pasión o el orgullo
herido; y el sufrimiento del castigo por parte de otros. Cada acto de no perdonar conlleva estos
cinco sufrimientos para el que lo hace; mientras que cada acto de perdón le trae cinco clases de
bendición al que lo hace: la bendición del amor; la bendición de la comunión y hermandad
incrementada; la bendición de una mente calma y pacífica; la bendición de la pasión aquietada y
el orgullo superado; y la bendición de la amabilidad y la buena voluntad de los demás.

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Cantidad de personas están sufriendo hoy los feroces tormentos de un espíritu que no sabe
perdonar, y sólo cuando ellas hacen un esfuerzo para superar ese espíritu pueden saber qué cruel
y exigente es el amo al que están sirviendo. Sólo aquellos que han abandonado el servicio de ese
amo y sirven ahora al noble amo del perdón pueden darse cuenta y saber qué amargo es el
servicio del primero, y qué dulce es el servicio del segundo.

Contemple el hombre la lucha del mundo; vea cómo individuos y comunidades; vecinos y
naciones, viven en la contínua venganza de unos contra otros; tome conciencia de las angustias,
las lágrimas amargas, las penosas separaciones y las incomprensiones – y aún el derramamiento
de sangre y dolor que se desprende de esta lucha - y, tomando así conciencia, procure no
entregarse nunca más a los pensamientos innobles del resentimiento, nunca vuelva a ofenderse
por la acción de otros, nunca vuelva a vivir en la falta de perdón hacia ningún ser viviente.

"Tenga buena voluntad


Hacia todo lo que vive, dejando morir la descortesía
Y la avaricia y la ira; de tal modo que su vida se convierta
En aires suaves que pasan."

Cuando un hombre abandona la venganza por el perdón, pasa de la oscuridad a la luz. Tan
oscura e ignorante es la falta de perdón, que ningún ser mínimamente sabio o iluminado podría
descender a ella; pero su oscuridad es entendida y conocida sólo cuando se la deja atrás, cuando
se busca y practica una forma de conducta mejor y más noble. El hombre está ciego y engañado
sólo por sus propias tendencias oscuras y pecaminosas; y el sacrificio de toda falta de perdón
significa el sacrificio del orgullo y ciertas formas de pasión, el abandono de la idea
profundamente arraigada de la importancia de uno mismo y de la necesidad de proteger y
defender ese ego; y cuando se hace esto queda revelada, en toda su luz y belleza, la vida más
elevada, la sabiduría más grande, y la iluminación más pura, que antes estaban completamente
oscurecidas por el orgullo y la pasión.

Y también tenemos las pequeñas ofensas, las molestias menores y los desaires pasajeros, los
cuales, aunque de una naturaleza menos seria que los odios y venganzas profundamente
arraigadas, empequeñecen el carácter y contraen el alma. Se deben al pecado del ego y de la
auto-importancia y prosperan en la vanidad. El que está ciego y engañado por la vanidad
continuamente verá algo en las acciones y actitudes de otros hacia él que lo ofenderán, y cuanta
más vanidad tenga más exagerará el imaginario desaire o agravio. Además, vivir en la
indulgencia frecuente de pequeños resentimientos aumenta el espíritu de odio, y hace descender
hacia una mayor oscuridad, sufrimiento, y auto-engaño. No se ofenda ni permita que sus
sentimientos queden heridos, lo cual quiere decir: líbrese del orgullo y la vanidad. No ofenda ni
hiera los sentimientos de otros, lo cual quiere decir: sea gentilmente considerado, perdone
siempre, y sea caritativo con todos.

El sacrificio – la completa erradicación – de la vanidad y el orgullo es una gran tarea – pero es


una tarea bendita, y puede ser alcanzada por la práctica constante del no-resentimiento y la
meditación en los pensamientos y acciones propios, para así entenderlos y purificarlos; y el
espíritu del perdón en nosotros es perfeccionado en la medida de que el orgullo y la vanidad son
superados y abandonados.

El no ofenderse y el no ofender a otros van juntos. Cuando un hombre deja de resentirse por las
acciones de otros él ya está actuando con amabilidad hacia ellos, considerándolos a ellos antes
que a la defensa de sí mismo. Este hombre será gentil en todo lo que dice y hace, despertará
amor y amabilidad en otros, y no los agitará hacia la mala voluntad y la confrontación. También
estará libre de todo temor respecto a las acciones de otros hacia él, porque el que no hiere a
nadie no teme a nadie. Pero el hombre que no perdona, el que está deseoso de devolver algún
desprecio o insulto, no será amable hacia otros, porque se considera a sí mismo primero, y está

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contínuamente haciendo enemigos; también teme a los otros, pensando que ellos están tratando
de hacerle a él lo que él les hace a ellos. El que hace planes para herir a otros, teme a otros.

Hay una historia hermosa contada por un viejo maestro hindú a sus discípulos para imprimir en
ellos la verdad sublime de que “el odio nunca puede terminar con el odio; sólo el amor puede
hacerlo”. La historia es así: Brahmadatta, un rey poderoso de Benares, entró en guerra contra
Dirgheti, rey de Kosala, para anexar el reino de éste, que era mucho más pequeño que el suyo.
Dirgheti, viendo que era imposible resistir el gran poder de Brahmadatta, se escapó, dejando su
reino en las manos del enemigo. Por algún tiempo estuvo vagando de lugar en lugar disfrazado,
y finalmente se estableció con su reina en un pueblo de artesanos; y la reina dio a luz un hijo, al
cual llamaron Dirghayu.

El rey Brahmadatta estaba ansioso por descubrir el escondite de Dirgheti, para matarlo, ya que
él pensaba “Como lo he privado de su reino, si no lo mato, algún día él me matará a traición”.

Pero pasaron muchos años y Dirgheti se dedicó a la educación de su hijo, el cual demostró
buena aplicación, volviéndose habilidoso y sabio. Luego de un tiempo el secreto de Dirgheti se
supo, y él, temiendo que Brahmadatta lo descubriera y los matara a los tres, y pensando más en
la vida de su hijo que en la suya, envió lejos al príncipe. Poco después el rey exilado cayó en las
manos de Brahmadatta, y fue ejecutado junto con su reina.

Ahora Brahmadatta pensó: “me he librado de Digheti y su reina, pero el hijo de ambos, el
príncipe Dirghayu, vive, y él seguramente tramará alguna manera de asesinarme; pero nadie lo
conoce, y no tengo forma de descubrirlo”. Así el rey vivía con gran temor y angustia mental
contínua.

Poco después de la ejecución de sus padres, Dirghayu, bajo un nombre falso, buscó empleo en
los establos del rey, y fue empleado por el maestro de elefantes.

Dirghayu rápidamente se hizo querer por todos, y sus habilidades superiores llegaron a oídos del
rey, que hizo traer a este joven ante él, y estuvo tan encantado con él que lo empleó en su propio
castillo, y allí demostró ser tan hábil y diligente que al poco tiempo el rey lo colocó en una
posición de gran confianza bajo él.

Un día el rey fue a una larga expedición de caza, y se separó de su comitiva, sólo
permaneciendo el príncipe Dirghayu con él. Y el rey, cansado por el esfuerzo, se acostó y se
durmió con su cabeza en la falda de Dirghayu.

Entonces Dirghayu pensó: “Este rey me ha agraviado grandemente. Le ha robado su reino a mi


padre, lo ha matado a él y a mi madre, y ahora está totalmente en mi poder”. Y él sacó su
espada, pensando en matar a Brahmadatta. Pero, recordando que su padre le había enseñado a
nunca buscar venganza sino a perdonar hasta el límite, volvió a enfundar su espada.

Finalmente el rey se despertó de su sueño perturbado, y el joven le preguntó por qué se veía tan
asustado. El rey contestó: “mi sueño siempre es agitado, porque frecuentemente sueño que estoy
en poder del joven Dirghayu y que él va a matarme. Ahora volví a soñarlo con una claridad
mayor que nunca y eso me ha llenado de miedo y terror”.

Entonces el joven, sacando su espada, dijo: “Yo soy el príncipe Dirghayu, y tú estás en mi
poder: el tiempo de venganza ha llegado”.

Entonces el rey se postró de rodillas y le rogó a Dirghayu que le perdonara la vida. Y Dirghayu
dijo: “Eres tú, Oh Rey, el que debes perdonarme la vida. Por muchos años has deseado

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encontrarme para matarme, y, ahora que me has encontrado, permíteme que te ruegue que me
concedas la vida”.

Y entonces Brahmadatta y Dirghayu se perdonaron mutuamente la vida, se dieron la mano, y


solemnemente juraron nunca causarse daño uno al otro. Y tan maravillado estaba el rey por el
espíritu noble y de perdón de Dirghayu que le entregó a su hija en casamiento, y restauró para él
el reino de su padre.

Es así que el odio cesa por el no-odio, por el perdón, el cual es muy hermoso, y es más dulce y
más efectivo que la revancha. Es el comienzo del amor, de ese amor divino que no busca nada
para sí; y aquel que lo practica, el que se perfecciona en él, llega finalmente a realizar ese estado
bendito en el que los tormentos del orgullo y la vanidad y el odio y la venganza se han
desvanecido para siempre, y en el que la buena voluntad y la paz son inamovibles e ilimitadas.
En ese estado de calma, de dicha silenciosa, aún el perdón pasa, y ya no es necesario, porque el
que lo ha alcanzado no ve ningún mal del cual estar resentido sino solamente ignorancia e
ilusión de las cuales tener compasión, y el perdón sólo es necesario en la medida de que hay
alguna tendencia para resentir, vengarse y ofenderse. Amor igual hacia todos es la ley perfecta,
el estado perfecto en el cual todos los estados menores encuentra su completitud. El perdón es
una de las puertas de entrada al templo inmaculado del Amor Divino.

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8. No ver mal en nada
Este universo sólido
Es permeable al amor;
Con ojos vendados él no se equivoca nunca,
Alrededor, abajo, arriba.
Su luz cegadora
Hace blancos
A los descendientes de Dios y de Satán,
Y reconcilia
Mediante trucos místicos
El bien y el mal."

---Emerson

"Si piensas en lo malo, ten por seguro


Que tus actos llevarán la sombra de lo impuro;
Y si piensas en lo perfecto, entonces tus actos
Serán perfectos, verdaderos y puros."

---Confucio

Después de mucha práctica en el perdón y habiendo cultivado el espíritu del perdón hasta cierto
punto, se ilumina en la mente el conocimiento de la naturaleza real del bien y el mal, y
comenzamos a entender cómo se forman los pensamientos y motivos en el corazón humano,
cómo se desarrollan, y cómo se manifiestan en acciones. Esto marca la apertura de una nueva
visión en la mente, el comienzo de una vida más noble, más elevada, más divina; porque
comenzamos a percibir que no hay necesidad de resistir o de sentirnos resentidos por las
acciones de otros hacia nosotros, sean cuales sean estas acciones, y que todo el tiempo nuestro
resentimiento ha sido causado por nuestra propia ignorancia, y que nuestra amargura de espíritu
está equivocada. Habiendo llegado hasta ese punto, la persona se hará preguntas tales como:
“¿Por qué esta contínua venganza y perdón? ¿Por qué este gran enojo contra otro y luego este
arrepentimiento y perdón? ¿No es el perdón el retiro del enojo y del resentimiento?; y si el
enojo y el resentimiento son buenos y necesarios, ¿por qué arrepentirse de ellos y retirarlos? Si
es tan hermoso, tan dulce, tan pacífico librarse de todos los sentimientos de amargura y
perdonar total y completamente, ¿no sería aún más hermoso, dulce y pacífico nunca amargarse
en absoluto, nunca conocer el enojo, nunca resentir como malas las acciones de otro, sino vivir
siempre en la experiencia de ese amor puro, calmo, bendito que se alcanza cuando se realiza un
acto de perdón, y una pasión irrefrenable es dejada de lado?

Si otro me ha hecho mal, ¿no es mi odio hacia él también malo?, ¿y acaso un error justifica a
otro? Además, con su error, ¿me ha herido realmente a mí, o se ha herido a sí mismo? ¿No estoy
yo herido por mi propio error y no por el de él? ¿Por qué, entonces, me enojo? ¿Por qué me
resiento, quiero vengarme, y me sumerjo en pensamientos amargos? ¿No es porque mi orgullo
está tocado o mi vanidad está herida o mi egoísmo está frustrado? ¿No es porque se despertaron
mis pasiones animales y les permití que avasallaran mi naturaleza superior? Al ver que las
actitudes de otras personas hacia mí me hieren a causa de mi propio orgullo, vanidad o pasiones
incontrolables e impuras, ¿no sería mejor buscar el error en mí mismo antes que el error en
otros, para poder librarme del orgullo, la vanidad y la pasión, y así evitar de ahora en adelante
sentirme herido en absoluto?

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Mediante este auto-cuestionario y su contestación a la luz de pensamientos tiernos y conducta
desapasionada, el hombre, superando gradualmente la pasión y elevándose por encima de la
ignorancia que dio origen a la pasión, alcanzará finalmente ese estado de suprema felicidad
donde dejará de ver el mal en otros, y habitará en la buena voluntad, el amor y la paz
universales. No es que él deje de ver la ignorancia y la tontería; no es que deje de ver
sufrimiento y dolor y miseria; no es que deje de distinguir entre actos puros e impuros, buenos y
malos, porque, habiendo hecho a un lado la pasión y el prejuicio, él verá estas cosas a la luz
clara y completa del conocimiento, y exactamente tal como son; pero sí él dejará de ver en el
otro cualquier poder malvado que pueda herirlo, al cual deba oponerse y enfrentar, y del cual
debe cuidarse. Habiendo llegado al entendimiento correcto del mal mediante la limpieza del
mismo en su propio corazón, ve que es algo que no llama al odio o al miedo o al resentimiento
sino a la consideración, la compasión y el amor.

Shakespeare decía a través de uno de sus personajes: “No hay más oscuridad que la ignorancia”.
Todo el mal es ignorancia, es oscuridad mental profunda, y la eliminación del pecado de la
mente es salir de la oscuridad hacia la luz espiritual. El mal es la negación del bien, así como la
oscuridad es la negación, o ausencia, de luz, y qué hay en una negación que despierte enojo o
resentimiento? Cuando la noche se establece en el mundo ¿quién es tan tonto para enojarse con
la oscuridad? El hombre iluminado, de la misma forma, no acusa ni condena la oscuridad
espiritual en los corazones de los hombres que se manifiesta en forma de pecado, aunque
mediante una reprobación gentil puede a veces señalar dónde está la luz.

La ignorancia a la que me refiero como mal, o como la fuente del mal, tiene dos aspectos. Están
las acciones equivocadas cometidas sin ningún conocimiento del bien y del mal, y donde no hay
posibilidad de elegir – esto es, acciones equivocadas inconscientes. Y están las acciones
equivocadas que se hacen sabiendo que no se deberían hacer – éstas son acciones equivocadas
conscientes; pero tanto unas como otras surgen de la ignorancia – es decir, la ignorancia de la
naturaleza real y las consecuencias dolorosas de las acciones equivocadas.

¿Por qué un hombre continúa haciendo ciertas cosas si siente que no debería hacerlas? Si sabe
que lo que está haciendo está equivocado, ¿dónde está la ignorancia?

Él continúa haciendo esas cosas porque su conocimiento de ellas es incompleto. Sólo sabe que
no debería hacerlas por ciertas normas exteriores y remordimientos de conciencia interiores,
pero no comprende total y completamente lo que está haciendo. Sabe que ciertos actos le traen
placer inmediato, y así, a pesar de la conciencia atormentada que sigue a ese placer, continúa
cometiéndolos. Está convencido de que el placer es bueno y deseable, y por lo tanto algo para
disfrutar. Ignorando que el placer y el dolor son uno, piensa que puede disfrutar uno sin sufrir el
otro. No tiene conocimiento de la ley que gobierna las acciones humanas, y nunca piensa en
asociar sus sufrimientos con sus actos erróneos, sino que cree que son causados por los actos
erróneos de otras personas, o por los misteriosos caprichos del destino, y por lo tanto imposibles
de desentrañar o comprender. Él está buscando felicidad, y hace las cosas que cree que le
traerán mayor disfrute, pero actúa en total ignorancia de las consecuencias ocultas e inevitables
que van ligadas a sus acciones.

Me dijo una vez un hombre víctima de un hábito perjudicial: “Yo sé que este hábito es malo, y
que me daña más de lo que me beneficia”. Yo le dije: “Si tú sabes que lo que estás haciendo es
malo y dañino, ¿por qué continúas haciéndolo?” Y él me respondió: “Porque es placentero, y
me gusta”.

Este hombre, por supuesto, no sabía realmente que su hábito era malo. Le habían dicho eso, y el
pensaba que lo sabía, pero en realidad él pensaba que era bueno, y que lo conducía a su
felicidad y bienestar, y por lo tanto continuaba practicándolo. Cuando un hombre sabe por
experiencia que una cosa es mala, y que cada vez que la hace está dañando su cuerpo o su

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mente, o ambas; cuando su conocimiento del tema es tan completo que está familiarizado con
toda la serie de efectos destructivos que le sigue, entonces él no puede no sólo seguir
haciéndolo, sino ni siquiera desearlo, y aún el placer que antes veía en eso se vuelve doloroso.
Nadie pondría una víbora venenosa en su bolsillo porque tiene bonitos colores. Todos saben que
detrás de su belleza se esconden colmillos mortales. Ni tampoco un hombre continúa abrigando
pensamientos y actos erróneos cuando sabe el dolor inevitable que se esconde detrás de ellos.
Desaparece inclusive el placer inmediato que antes tenía la búsqueda egoísta; su atractivo
superficial se ha desvanecido; el hombre ya no es más ignorante con respecto a su naturaleza
verdadera, él la ve tal como es en realidad.

Conocí a un joven que estaba en el mundo de los negocios, y aunque era miembro de una
iglesia, y ocupaba la posición de instructor religioso voluntario, me dijo una vez que era
absolutamente necesario practicar la mentira y el fraude en los negocios, de lo contrario
sobrevendría la ruina segura. Él dijo que sabía que mentir era equivocado, pero que mientras
estuviera en los negocios, debía continuar haciéndolo. Al preguntarle descubrí, por supuesto,
que nunca había probado aplicar verdad y honestidad en sus negocios, que ni siquiera había
pensado nunca en tratar un camino mejor. Firmemente convencido como estaba, era imposible
para él saber si este camino lo conduciría o no a la ruina. Ahora bien, ¿sabía este joven que
mentir era equivocado? En un sentido superficial y educativo lo sabía, pero en un sentido más
profundo y real, lo ignoraba. Había sido educado en que mentir era malo, y en su conciencia
sostenía esa enseñanza, pero creía que mentir le traería beneficio, prosperidad y felicidad, y que
la honestidad le traería pérdida, pobreza, y miseria – en una palabra él pensaba, en lo profundo
de su corazón, que mentir era la acción correcta a realizar, y que la honestidad era lo incorrecto.
Él no tenía ningún conocimiento de la naturaleza real del acto de mentir: cómo implica, en el
instante de cometerlo, pérdida de carácter, pérdida de auto-respeto, pérdida de poder, utilidad e
influencia, y pérdida de felicidad; y cómo conduce inevitablemente a la pérdida de reputación y
pérdida de beneficio material y de prosperidad. Sólo cuando ese hombre comience a considerar
la felicidad de otros, y prefiera abrazar la pérdida que teme en lugar de aferrarse a la ganancia
que desea, sólo entonces obtendrá el conocimiento real que sólo la conducta moral elevada
puede revelar; y entonces, experimentando la mayor felicidad, verá cómo ha estado todo el
tiempo engañándose y defraudándose a sí mismo antes que a otros, cómo ha estado viviendo en
la más oscura ignorancia y el auto-engaño.

Estas dos situaciones comunes de conducta equivocada servirán para ilustrar y hacer más claro,
a aquellos lectores que, aunque buscando la Verdad, están aún dudosos, inciertos y confundidos,
la Verdad profunda de que todo pecado, o mal, es una condición de ignorancia y por lo tanto
debe ser tratada en un espíritu de amor y no de odio.

Y tal como es con los malos hábitos y con la mentira, así es con todo pecado – con la lujuria,
con el odio, con la malicia, la envidia, el orgullo, la vanidad, la auto-indulgencia y el egoísmo
en todas sus formas; es un estado de oscuridad espiritual, es la ausencia de la Luz de la Verdad
en el corazón, es la negación del conocimiento.

Así cuando, al superar la condición errónea en nuestro propio corazón, tomamos conciencia de
la naturaleza del mal y la simple creencia deja el lugar al conocimiento viviente, el mal no
puede ser más condenado con odio y resistido violentamente, y entonces vemos al que actúa
erróneamente con tierna compasión.

Y esto nos trae a otro aspecto del mal – la libertad individual; el derecho de cada persona a
elegir sus propias acciones. Cuando vemos el mal en otros surge también el deseo de convertir o
llevar a otros hacia nuestra propia forma de pensar y actuar. Probablemente la ilusión más
común en la que están atrapados los seres humanos es la de que lo que ellos creen y piensan es
bueno, y que todo lo que se aparte de esto es malo, y por lo tanto debe ser condenado y resistido
poderosamente. Todas las persecusiones nacen de esta ilusión. Hay cristianos que consideran a

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todos los ateos como hombres absolutamente malos, al servicio de un poder maligno, y hay
ateos que creen firmemente que todos los cristianos le están haciendo el peor daño a toda la raza
humana con sus “supersticiones y falsas doctrinas”. La verdad es que ni los cristianos ni los
ateos son malos, ni están al servicio del mal, sino que cada uno está eligiendo su propio camino,
y están siguiendo el curso que están convencidos que es correcto.

Contemple desapasionadamente el hecho de que gran cantidad de seguidores de distintas


religiones alrededor del mundo están, desde siempre, ocupados en condenarse mutuamente
como malos y equivocados, mientras que se ven a sí mismos como buenos y correctos, y esto lo
ayudará a tomar conciencia de que todo mal es simplemente ignorancia, oscuridad espiritual; y
la meditación fervorosa sobre este hecho será una de las mayores ayudas para desarrollar mayor
amabilidad, caridad, conocimiento y amplitud mental.

La persona verdaderamente sabia ve el bien en todo, y el mal en nada. Ella ha abandonado la


tontería de querer que otros piensen y actúen como lo hace ella, porque ve que todas las
personas son diferentes, y están en distintos puntos de su evolución espiritual, y deben,
necesariamente, pensar y actuar diferente. Habiendo hecho a un lado el odio, la condena, el
egoísmo, y el prejuicio, se ha vuelto iluminada, y ve que la pureza, el amor, la compasión, la
gentileza, la paciencia, la humildad, y la generosidad son manifestaciones de luz y
conocimiento, mientras que la impureza, el odio, la crueldad, y la pasión son manifestaciones de
oscuridad y la ignorancia. Y ve que, ya sea que estén viviendo en la luz o en la oscuridad, todas
ellas están haciendo lo que creen que es necesario, y actuando de acuerdo con su propia medida
de luz u oscuridad. El sabio entiende, y al entender, abandona toda amargura y acusación.

Todo hombre actúa de acuerdo con su naturaleza, con su propio sentido de lo que es correcto e
incorrecto, y sin duda está recogiendo los resultados de su propia experiencia. Hay un derecho
supremo que poseen todos los seres – pensar y actuar tal como ellos elijan. Si eligen pensar y
actuar egoístamente, pensando sólo en su propia felicidad inmediata y no en la de otros,
entonces rápidamente se atraerán, por acción de la ley moral de causa y efecto, sufrimientos
tales que los llevarán a hacer una pausa y analizar, y así a encontrar un camino mejor. No hay
maestro comparable a la experiencia, no hay castigo tan correctivo y purificador que el que los
hombres se infringen ignorantemente a sí mismos. El hombre egoísta es el ignorante; él elige su
propio camino, pero es un camino que conduce al sufrimiento, y a través del sufrimiento al
conocimiento y la felicidad. El hombre bueno es el sabio; él también elige su propio camino,
pero lo elige en la luz completa del conocimiento, habiendo pasado a través de las etapas de la
ignorancia y el sufrimiento, y ya ha llegado al conocimiento y la bendición.

Comenzamos a entender lo que es “no ver el mal” cuando, dejando de lado todo deseo personal
en nuestro juicio hacia otros, los consideramos desde el punto de vista de ellos, y juzgamos sus
acciones no desde nuestro propio criterio sino desde el de ellos. Vemos mal en otros porque
establecemos criterios arbitrarios de lo que es correcto e incorrecto, y estamos ansiosos de que
todos actúen conforme a estos criterios. Un hombre sólo es juzgado con justicia cuando no es
juzgado desde el criterio mío o el suyo sino desde el de él, y juzgarlo de esta manera no es en
realidad juzgamiento sino Amor. Solamente cuando vemos a través de los ojos del Amor
Impersonal nos volvemos iluminados, y vemos a otros tal como son en realidad, y un hombre se
está aproximando a ese Amor cuando puede decir de corazón: “¿Quién soy yo para juzgar a
otros? ¿Soy yo tan puro y libre de pecado que puedo acusar a otros y declararlos culpables de
maldad? Mejor soy humilde, y corrijo mis propios errores, antes de asumir la posición de juez
supremo de esas otras personas”. Hace tiempo, alguien les dijo a unos que iban a lapidar, por
mala, a una mujer que había sido descubierta cometiendo uno de los pecados más graves:
“Aquél que esté libre de pecado, ése sea el que tire la primera piedra”. Nadie lo hizo, y aunque
el que dijo eso estaba realmente libre de pecado, tampoco él tomó ninguna piedra, ni la sometió
a un juicio severo, sino que le dijo, con una ternura y compasión infinitas: “Ni tampoco yo te
condeno; ve, y no peques más”.

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En el corazón puro no hay lugar para alojar juicios y odios personales, porque está lleno y
desbordado de ternura y amor; él no ve ningún mal; y solamente cuando los hombres logran no
ver ningún mal en otros se vuelven libres de pecado, dolor y sufrimiento.

Nadie ve mal en sí mismo o en sus propios actos excepto el que está volviéndose iluminado, y
entonces abandona esos actos que ha llegado a ver que son equivocados. Toda persona se
justifica a sí misma en lo que hace, y, sin importar cuán mala consideren los demás su conducta,
ella misma la considera buena y necesaria; de lo contrario, no podría seguirla. El enojado
siempre justifica su enojo; el codicioso su codicia; el impuro su impureza; el mentiroso
considera que mentir es absolutamente necesario; el calumniador cree que, al calumniar el
carácter de aquellos que no le agradan, y advirtiendo a otra gente contra la naturaleza “mala” de
ellos, está haciendo lo correcto; el ladrón está convencido de que robar es el camino más corto y
mejor hacia la riqueza, la prosperidad, y la felicidad; y hasta el asesino encuentra bases para
justificar su acción.

Los actos de cada persona están de acuerdo con la medida de su propia luz u oscuridad, y nadie
puede vivir o actuar por encima de los límites de su conocimiento. Sin embargo, él puede
mejorarse a sí mismo, y de esta forma incrementar gradualmente su luz y extender el ámbito de
su conocimiento. El hombre de mal carácter se entrega a la burla y el abuso porque su
conocimiento no se extiende hasta la templanza y la paciencia. No habiendo practicado la
amabilidad, no la comprende, y no puede elegirla; ni puede saber, por comparación con la luz de
la amabilidad, cuán oscura es la ira. Es lo mismo con el mentiroso, el calumniador, y el ladrón;
ellos vive en su oscura condición mental porque están limitados por su conocimiento y
experiencia inmaduros; al no haber vivido nunca en condiciones más elevadas, no tienen
conocimiento de ellas, y, para ellos, es como si no existieran: “La luz brilla en la oscuridad y la
oscuridad no la comprende”. Ni siquiera pueden ellos entender las condiciones en las que están
viviendo, ya que, siendo oscuras, necesariamente están desprovistas de conocimiento.

Cuando una persona, después de pasar por reiterados sufrimientos, finalmente reflexiona sobre
su conducta, llega a ver que su ira o sus mentiras, o cualquier condición ignorante en la que
haya estado viviendo, sólo producen problemas y dolor, entonces las abandona, y comienza a
buscar, y practicar, la condición opuesta e iluminada; y cuando está establecida firmemente en
este camino mejor, y su conocimiento de ambas condiciones es completo, entonces se da cuenta
de la gran oscuridad en que había estado viviendo antes. Este conocimiento del bien y del mal
por la experiencia constituye la iluminación.

Cuando una persona comienza a mirar a través de los ojos de otros, y a medirlos por sus propios
criterios y no por los suyos, entonces deja de ver el mal en otros, porque sabe que la percepción
y el criterio del bien y del mal de cada persona es diferente; que no hay vicio tan bajo que no sea
visto como bueno por algunos hombres; que no hay virtud tan elevada que no sea vista como
mala por algunos otros; y lo que un hombre ve como bueno, es bueno para él; lo que ve como
malo, es malo para él.

Tampoco el hombre purificado, que ha dejado de ver el mal en otros, tiene ningún deseo de
llevar a otros a sus propias formas de opinión, sino que más bien los ayudará en su propio
camino particular, sabiendo que sólo una mayor experiencia, y no un simple cambio de opinión,
puede conducirlos a un mayor conocimiento y felicidad.

Se descubrirá que las personas ven el mal en los que difieren de ellas, y el bien en los que están
de acuerdo con ellas. A la persona que se ama mucho a sí misma y está enamorada de sus
opiniones, le gustarán los que estén de acuerdo con ella y les disgustarán los que no estén de
acuerdo. “Si aman a quienes los aman, ¿qué recompensa tendréis?...Amad a vuestros enemigos,
haced el bien a quienes os odian”. El egoísmo y la vanidad ciegan a los hombres. Las personas
de visiones religiosas distintas se odian y persiguen unas a otras; los hombres de partidos

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políticos opuestos luchan y se condenan mutuamente. El fanático mide a todas las personas de
acuerdo con su propio estándar, y las juzga a la luz del mismo. Tan convencido está de que él
tiene razón y los demás están equivocados, que finalmente se puede convencer de que es bueno
y necesario tratarlos con crueldad para llevarlos a su forma de pensar y actuar, y así
“encaminarlos” en lo que es “correcto” –su noción de lo que es correcto- en contra de la razón y
la voluntad de ellos.

Los hombres se odian, se condenan, se resisten y se provocan sufrimiento unos a otros, no


porque sean malos intrínsecamente, no porque sean deliberadamente “malvados” y estén
haciendo, a la luz completa de la verdad, lo que ellos saben que está equivocado, sino porque
ellos ven tal conducta como necesaria y correcta.

Todos los hombres son intrínsecamente buenos, pero algunos son más sabios que otros, son
mayores en experiencia que otros. Hace poco escuché, en esencia, la siguiente conversación
entre dos hombres a los que llamaré D y E. La tercera persona referida como X es un importante
político:

E - Todas las personas cosechan el resultado de sus propios pensamientos y acciones, y sufren
por sus errores.

D – Si eso es así, y si nadie puede escapar del castigo por sus actos malos, ¡qué infierno se
deben estar preparando para sí mismos algunos de nuestros hombres en el poder!

E – Ya sea que un hombre esté o no en el poder, en la medida que viva en la ignorancia y el


pecado, cosechará dolor y sufrimiento.

D – Mire, por ejemplo, a X, un hombre totalmente malo, entregado completamente al egoísmo y


la ambición; sin duda grandes tormentos aguardan a un hombre tan falto de principios.

E – Pero, ¿cómo sabe usted que es tan malo?

D – Por sus obras, por sus frutos. Cuando veo a un hombre haciendo el mal sé que es malo, y yo
no puedo ni siquiera pensar en X, porque ardo de indignación justificada. A veces dudo de que
exista un poder superior bondadoso cuando veo a un hombre como éste en una posición en la
que puede hacer tanto daño a otros.

E - ¿Qué mal está cometiendo?

D – Toda su política es mala. Arruinará al país si continúa en el poder.

E – Pero mientras que hay una gran cantidad de gente que piensa de X igual que usted, también
hay otra cantidad de personas, igualmente inteligentes, que lo ven como bueno y capaz, que lo
admiran por sus excelentes cualidades, y que ven su política como beneficiosa y útil para el
progreso nacional. Él debe su posición a esa gente, ¿son ellos también malos?

D – Ellos están engañados y confundidos. Y esto sólo hace a X aún más malo, ya que usa sus
talentos con tanto éxito en engañar a otros para lograr sus fines egoístas. Odio a ese hombre.

E - ¿No puede ser posible que usted esté engañado?

D - ¿En qué forma?

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E – El odio es auto-engaño; el amor es auto-iluminación. Nadie puede verse a sí mismo o a
otros claramente hasta que abandona el odio y practica el amor.

D – Eso suena muy hermoso, pero es impracticable. Cuando veo un hombre haciéndole mal a
otros, y engañándolos y confundiéndolos, debo odiarlo. Es correcto que lo haga. X es un
hombre sin una chispa de conciencia.

E – X puede ser o no lo que usted cree que es, pero aún si lo fuera, de acuerdo con sus propias
palabras, usted no debería condenarlo sino sentir compasión por él.

D - ¿Cómo es eso?

E – Usted dice que él no tiene conciencia.

D – Es absolutamente así.

E – Entonces él es un incapacitado mental. ¿Odia usted al ciego porque no puede ver, o al mudo
porque no puede hablar, o al sordo porque no puede oír? Cuando el capitán ha perdido el timón
o rompe su brújula, ¿lo condena usted porque estrella su barco contra las rocas? ¿Lo hace usted
responsable por la pérdida de vidas? Si un hombre carece totalmente de conciencia, no tiene
ninguna forma de guía moral, y todo su egoísmo le debe parecer a él, necesariamente, como
bueno, correcto y apropiado. X puede ser malo para usted, pero ¿es él malo para sí mismo?
¿Considera él su propia conducta como mala?

D – Ya sea que él se vea como malo o no, él es malo.

E – Si yo lo viera a usted como malo a causa de su odio hacia X, ¿estaría yo en lo correcto?

D - No.

E – ¿Por qué no?

D – Porque en tal caso el odio es necesario, justificado y correcto. Existe la ira justificada, y el
odio justificado.

E - ¿Y existe también el egoísmo justificado, la codicia justificada, el mal justificado? Yo


estaría totalmente equivocado si lo viera a usted como malo, porque usted está haciendo lo que
está convencido que es correcto, porque usted ve su odio hacia X como parte de sus deberes
como hombre y como ciudadano; sin embargo, hay un camino mejor que el del odio, y es el
conocimiento de este camino mejor lo que me evita a mí odiar a X como lo hace usted, porque
sin importar lo equivocada que me parezca su conducta, no es equivocada para él o para sus
partidarios; además, todas las personas cosechan lo que siembran.

D - ¿Cuál es, entonces, ese camino mejor?

E – Es el camino del Amor; el dejar de ver a otros como malos. Es un estado del corazón
bendito y pacífico.

D - ¿Usted quiere decir que se puede alcanzar un estado en el que uno no se enoja cuando ve a
otra gente haciendo el mal?

E – No, no quiero decir eso, porque mientras un hombre vea a otros como malos, continuará
enojándose con ellos; yo quiero decir que se puede alcanzar un estado de conocimiento calmo y

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de amor inmaculado en el que no se ve ningún mal contra el cual enojarse, en el que se
entienden las distintas naturalezas de los hombres –cómo son impulsados a actuar, y cómo
cosechan, de acuerdo a sus propios pensamientos y actos, los resultados correspondientes de
sufrimiento o felicidad. Alcanzar ese estado es ver a todas las personas con compasión y amor.

D – El estado que usted describe es muy elevado – es, sin dudas, un estado muy hermoso y
bendito- pero es un estado al que lamentaría llegar; y rezaré para estar a salvo de un estado
mental en el cual no pueda odiar a un hombre como X, con un odio intenso.

Queda claro de esta conversación que D veía a su odio como bueno y justo. Del mismo modo,
todos los hombres ven lo que hacen como necesario. Los hombres creen en las cosas que
practican habitualmente. Cuando se abandona completamente la fe en algo, deja de ser
practicado. La libertad individual de D es igual a la de otro hombre, y tiene derecho a odiar a
otro si lo desea, y él no abandonará su odio hasta que descubra, por el sufrimiento y la angustia
que conlleva, cuán equivocado y tonto y ciego es, y cómo, al practicarlo, se está dañando a sí
mismo.

Un gran maestro fue preguntado una vez por uno de Sus discípulos la diferencia entre el bien y
el mal, y sosteniendo Su mano con los dedos apuntando hacia arriba, dijo: “¿Hacia dónde está
apuntando mi mano?”. Y el discípulo respondió: “Hacia arriba”. Entonces, dirigiendo Su mano
hacia abajo, preguntó: “¿Hacia dónde está apuntando mi mano ahora?”. Y el discípulo
respondió: “Hacia abajo”. “Esa”, dijo el maestro, “es la diferencia entre el bien y el mal”. Con
esta simple ilustración Él indicó que el mal es simplemente energía mal dirigida, y el bien es
energía bien dirigida, y que el hombre llamado malo se vuelve bueno al revertir su conducta.

Entender la verdadera naturaleza del mal al vivir en el bien es dejar de ver el mal en otras
personas. Bendito es aquel que, a partir del mal en otros se ejercita a sí mismo en la purificación
de su propio corazón. Algún día tendrá “ojos demasiado puros para contemplar el mal”.

Conociendo la naturaleza del mal, nos preguntamos: ¿hacia qué conducta impulsa? Impulsa a
vivir sólo en lo que es bueno: por lo tanto si alguien me condena, no lo condenaré a mi vez; si
me insulta le responderé con amabilidad; si me calumnia hablaré de sus buenas cualidades, si
me odia entonces necesita grandemente, y recibirá, mi amor. Seré paciente con el impaciente;
con el avaro seré generoso, y con el violento y buscapleitos seré suave y pacífico. Al no ver
ningún mal, ¿a quién podré odiar o considerar mi enemigo?

“¿Han sido los hombres malos o agresivos contigo, hermano mío, hermana mía?
Lo lamento tanto por ti. No han sido malos ni agresivos conmigo:
Todos han sido gentiles conmigo, no tengo nada que lamentar;
¿Qué hago yo con el lamento?”

El que ve a los demás como malos imagina que detrás de esos actos que llama “malvados”
existe un mal concreto y sustancial impulsando esos pecados particulares; pero el de visión pura
ve a los actos mismos como los malos y sabe que no existe poder malo, ni almas u hombres
malos detrás de esos actos. La sustancia del universo es buena; no hay sustancia del mal. Sólo el
bien es permanente; no existe el mal permanente.

Así como los hermanos y hermanas, nacidos de los mismos padres y siendo del mismo hogar, se
aman unos a otros a través de todas las vicisitudes, no viendo el mal en ninguno, pasando por
alto todos los errores, y entrelazándose en las fuertes redes del afecto – así es que la persona
buena ve a la humanidad toda como una misma familia espiritual, nacida del mismo Padre-
Madre, compartiendo la misma esencia y luchando por el mismo objetivo, y ve a todos los
hombres y mujeres como sus hermanos y hermanas, sin distinciones ni divisiones; esta persona

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no ve a nadie como malo, y está en paz con todos. Dichoso aquél que alcanza ese bendito
estado.

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9. Alegría permanente
"Quienes llevan música en sus corazones
A través del camino oscuro y del ruidoso mercado,
cumpliendo su trabajo diario con pies diligentes,
Porque sus almas secretas repiten algo más sagrado."

"Serenos serán nuestros días,


Y brillante y feliz será nuestra naturaleza,
Cuando el amor es una luz infalible,
Y la alegría es su propia seguridad.”

---Wordsworth

¡Alegría permanente! ¿Existe tal cosa? ¿Dónde se encuentra? ¿Quién la posee? Sí, existe tal
cosa. Se encuentra donde no hay pecado. La posee el de corazón puro.

Así como la oscuridad es una sombra pasajera, y la luz es la sustancia que permanece, del
mismo modo el sufrimiento es pasajero, pero la alegría permanece por siempre. Ninguna cosa
verdadera puede pasar y perderse; ninguna cosa falsa puede permanecer y preservarse. El
sufrimiento es falso, y no puede vivir; la alegría es verdadera, y no puede morir. La alegría
puede ocultarse por un tiempo, pero siempre podemos recuperarla; el sufrimiento puede
acompañarnos por un período, pero siempre puede ser superado y dispersado.

No piense que su sufrimiento permanecerá; pasará como una nube. No crea que los tormentos
de pecado estarán siempre con usted; se desvanecerán como una pesadilla odiosa. ¡Despierte!
¡Levántese! ¡Purifíquese y llénese de alegría!

Usted es el creador de sus propias sombras; usted desea y se lamenta; renuncie y entonces se
regocijará.

Usted no es el esclavo impotente del sufrimiento; la alegría sin fin está esperando que usted
vuelva a casa. Usted no es el prisionero desesperado de la oscuridad y los sueños de pecado;
ahora mismo la hermosa luz de la santidad brilla sobre su conciencia dormida, lista para saludar
su visión del despertar.

En el sueño pesado y atormentado del pecado y el ego, la alegría permanente se ha perdido y


olvidado; su música inmortal ya no se escucha más, y la fragancia de sus flores eternas ya no
alegra el corazón del caminante.

Pero cuando el pecado y el ego son abandonados, cuando dejamos de lado el apego a las cosas
para nuestro placer personal, entonces desaparecen las sombras del dolor, y el corazón recupera
su alegría eterna.

La alegría viene y llena el corazón que se ha vaciado a sí mismo; habita con el pacífico; reina
con el puro.

La alegría huye del egoísta; se aleja del buscapleitos; se esconde del impuro.

La alegría es un ángel tan hermoso, delicado y casto que sólo puede habitar con la santidad. No
puede permanecer con el egoísmo; está casada con el Amor. Un hombre es verdaderamente feliz

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en la medida de que no es egoísta; es desdichado en la medida de que es egoísta. Todos los
hombres verdaderamente buenos, y por buenos quiero decir aquellos que han luchado
victoriosamente la batalla contra el ego, son hombres alegres. ¡Qué grande es el regocijo del
santo! Ningún maestro verdadero promete sufrimiento como la culminación de la vida; él
promete alegría. Él apunta al sufrimiento, pero sólo como un proceso que el pecado hace que
sea necesario. Cuando el ego termina, el sufrimiento se va. La alegría es el compañero del justo.
En la vida divina, la compasión tierna llena el espacio que ocupaba el dolor angustiante.
Durante el proceso de volverse no egoísta hay períodos de sufrimiento profundo. La
purificación es necesariamente severa. Todo cambio es doloroso. La alegría permanente es el
estado final y se logra sólo en la perfección del ser, y es...

"Un estado
Donde todo es belleza, y poder y amor,
Con todas las más sublimes cualidades de la mente,
Donde todos
Disfrutan de un total dominio sobre sí mismos.
Acciones, sentimientos, pensamientos, condiciones, cualidades."

Considere cómo una flor evoluciona y se transforma en lo que es: al principio hay un pequeño
brote abriéndose camino trabajosamente en el suelo oscuro hacia la luz superior; entonces
aparece la planta, y luego surge una hoja, y después otra y otra; y finalmente la flor aparece, y
en su dulce perfume y casta belleza cesa todo esfuerzo.

Así es con la vida humana; al principio aparece la búsqueda ciega de la luz en el suelo oscuro
del egoísmo y la ignorancia; luego el ascenso hacia la luz, y la gradual superación de la
ignorancia con su correspondiente dolor y sufrimiento; y finalmente la flor perfecta de una vida
pura y generosa, emanando, sin esfuerzo, el perfume de la santidad y la belleza de la alegría.

El bueno, el puro, es el inmensamente feliz. Aunque los hombres puedan negar esto con
argumentos o calificaciones, la humanidad instintivamente sabe que es cierto. ¿No se pintan los
ángeles por todas partes como los seres más alegres? Hay ángeles alegres en cuerpos carnales;
nos encontramos con ellos y pasan; y ¿cuántos de los que entran en contacto con ellos son lo
suficientemente puros como para ver la visión dentro de la forma – para ver al ángel
incorruptible en su instrumento común de arcilla?

Sí, el puro es el lleno de alegría. Buscamos casi en vano por alguna expresión de sufrimiento en
las palabras de Jesús. El “Hombre Sufriente” es completado sólo por el Hombre Alegre.

"Yo, Buda, que lloré con las lágrimas de mi hermano,


Con mi corazón quebrado por las penas del mundo entero,
¡Río y soy feliz, porque soy libre!"

En el pecado, y en la lucha contra el pecado, hay inquietud y aflicción, pero en el


perfeccionamiento de la Verdad, en el camino de la Justicia, hay alegría permanente.

"¡Entra en el Camino! ¡Allí brotan los vapores curativos


Saciando toda tu Sed! ¡Allí florecen las flores inmortales
Que alfombran todo el camino con alegría! ¡Allí se agolpan
Las horas más rápidas y dulces!"

La preocupación o tribulación dura mientras queda alguna cáscara de ego que necesite ser
removida. El tribulum, o máquina desgranadora, deja de trabajar cuando todo el grano ha sido
separado de la cáscara. Y cuando las últimas impurezas son sacadas del alma, la tribulación ha

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completado su trabajo, y no hay más necesidad de ella; es entonces que se alcanza la alegría
permanente.

Todos los santos, profetas y salvadores de la humanidad han proclamado con regocijo el
“Evangelio” o las “Buenas Nuevas”. Todos saben lo que es una buena nueva – una calamidad
amenazante que se evita, una enfermedad curada, amigos que llegan o vuelven sanos y salvos,
dificultades superadas, éxito asegurado en algún emprendimiento – pero ¿cuáles son las
“Buenas Nuevas” de los santos? Son éstas: que hay paz para el angustiado, curación para el
afligido, alegría para el sufriente, victoria para el pecador, retorno a casa para el errante, y
regocijo para el doliente y el descorazonado. No es que esas hermosas realidades existirán en
algún mundo futuro, sino que ellas están aquí y ahora, que ellas son conocidas, realizadas y
disfrutadas; y por lo tanto, deben ser aceptadas por todos los que quieran romper los lazos
irritantes del ego y elevarse hacia la libertad gloriosa del amor generoso.

Busque el más alto Bien, y cuando lo encuentre, cuando lo practique y lo realice, saboreará la
alegría más profunda y dulce. En la medida que tenga éxito en olvidar sus propios deseos
egoístas en su consideración por otros, en su cuidado por otros, en su servicio a otros, en esa
medida y no más allá de ella encontrará y realizará la alegría permanente en la vida.

Pasando la puerta del abandono del egoísmo se encuentra el paraíso de la Alegría Permanente, y
todo el que quiera puede entrar, todo el que dude puede ir y ver por sí mismo.

Y sabiendo esto – que el egoísmo conduce a la desdicha, y la falta de egoísmo a la alegría, no


solamente para uno mismo – porque si fuera así, ¡qué poco valor tendrían nuestros esfuerzos! –
sino para el mundo entero, porque todos aquellos con los que vivimos y tomamos contacto serán
más felices y más verdaderos a causa de nuestra falta de egoísmo; porque la Humanidad es una,
y la alegría de uno es la alegría de todos. Sabiendo esto, esparzamos flores y no espinas en los
caminos comunes de la vida – sí, aún en los caminos de nuestros enemigos esparzamos las
flores del amor no egoísta – de manera que la presión de sus pies sobre ellas llenen el aire con el
perfume de la santidad y regocijen al mundo con el aroma de la alegría.

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10. Silencio
"¡Serénate! La corona de la vida es el silencio.
Ten una hora de quietud cada día,
Demasiado tiempo gastamos en charlas
Tontas e inútiles. Demasiado poco decimos.

"Si pudieras recoger las palabras que importan,


Aprendiendo una sabiduría valiosa para expresar,
Deja por un rato tu charla y tus cuentos vacíos-
Aprende el discurso de oro del silencio."

----A.L.Salmon.

"Serénate, alma mía.


Descansa un rato de las actividades afiebradas
en las que te pierdes.
No temas quedarte sola contigo misma
apenas por una hora."

----Ernest Crosly.

En las palabras del sabio hay gran poder, pero su silencio es aún más poderoso. Los hombres
más grandes nos enseñan más efectivamente cuando permanecen en silencio a propósito. La
actitud silenciosa del gran hombre captada, quizás, sólo por uno o dos de sus discípulos, es
registrada y preservada a través de las épocas; mientras que las palabras inoportunas del
charlatán simplemente ingenioso, escuchadas, quizás, por miles, y popularizadas
inmediatamente, son olvidadas en unas pocas generaciones a lo sumo. El silencio de Jesús,
cuando Pilatos le preguntó “¿Qué es la Verdad?” es el silencio impresionante y terrible de la
sabiduría profunda; está impregnado de humildad y reprobación, y censura para siempre esa
superficialidad que envuelve al mundo, ilustrando la verdad de que “los tontos saltan allí donde
los ángeles temen pisar”. Los tontos piensan que pronuncian la última palabra sobre el principio
y el fin de los misterios de las cosas con alguna fórmula textual o algún lugar común teológico.
Cuando, acosado con preguntas sobre Brahma (Dios) por los discutidores Brahmanes, Buda
permaneció en silencio, les enseño mejor de lo que pensaban, y si con su silencio falló en
satisfacer al tonto, en cambio instruyó profundamente al sabio. ¿Por qué toda esta charla
incesante sobre Dios, con su acompañamiento de intolerancia? Mejor practiquemos la
amabilidad y la buena voluntad, y familiaricémonos de esa manera con los simples rudimentos
de la sabiduría. ¿Para qué todos esos argumentos especulativos sobre la naturaleza de Dios?
Entendamos primero algo de nosotros mismos. No hay mayores indicios de tontería e
inmadurez moral que la irreverencia y la presunción; no hay mayores manifestaciones de
sabiduría y madurez moral que la reverencia y la humildad. Lao-Tzé, en su propia vida,
ejemplificó su enseñanza de que el hombre sabio “enseña sin palabras”. Los discípulos eran
atraídos hacia él por el poder que siempre acompaña a un silencio sabio. Viviendo en una
comparativa oscuridad y silencio, sin adular los oídos de los hombres, y nunca yendo fuera a
enseñar, los hombres lo buscaban y aprendían de su sabiduría.

Los actos silenciosos de los grandes hombres son faros para el sabio, iluminando su camino con
radiación certera, porque el que quiera lograr virtud y sabiduría debe aprender, no solamente
cuándo hablar y qué decir, sino también cuándo permanecer en silencio y qué no decir. El
control correcto de la lengua es el comienzo de la sabiduría; el control correcto de la mente es la
culminación de la sabiduría.

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Refrenando su lengua el hombre gana posesión de su mente, y lograr completa posesión de la
mente es ser un Maestro del Silencio.

El tonto charlatanea, lanza chismes, discute y esparce palabras. Se glorifica en el hecho de que
tiene la última palabra y de que ha silenciado a su oponente. Él se regocija en su propia
estupidez, siempre está a la defensiva, y desperdicia sus energías en canales improductivos. Es
como un jardinero que sigue cavando y plantando en suelo improductivo.

El hombre sabio evita las palabras sin valor, las discusiones vanas, y la auto-defensa. Está
contento con parecer derrotado; se regocija cuando él es derrotado, sabiendo que, habiendo
encontrado y removido otro error en él mismo, se ha vuelto de esa forma más sabio. ¡Bendito
aquél que no se esfuerza por tener la última palabra!

"Mirando hacia atrás veo los días en que transpiraba entre la niebla
con lingüistas y discutidores;
No tengo burlas ni argumentos, yo observo y espero"

El silencio ante la provocación es la marca de un alma cultivada y compasiva. El


desconsiderado y descortés se agita ante cada ligera provocación, y pierde su balance mental
ante la mera apariencia de abuso personal. El auto-dominio de Jesús no es un milagro; es la flor
de cultivo, la diadema de la sabiduría. Cuando leemos de Jesús que “Nunca contestó una
palabra” y de Buda que “Permaneció en silencio”, captamos un indicio del vasto poder del
silencio, de la silenciosa majestuosidad de la verdadera grandeza.

El hombre silencioso es el poderoso. La víctima de la charlatanería está desprovista de


influencia; sus energías espirituales están disipadas. Todos los mecánicos saben que antes de
que una fuerza pueda ser utilizada y dirigida con un propósito, debe ser conservada y
almacenada; y el sabio es un mecánico espiritual que conserva las energías de su mente, las
almacena en reserva magistral, listo en todo momento para dirigirlas con un propósito efectivo,
para el logro de algún trabajo necesario.

La fuerza verdadera está en el silencio. Se dice bien que “perro que ladra no muerde”. El
silencio hosco y raramente quebrado del bull-dog es el complemento necesario de esa acción
poderosamente concentrada y efectiva por la cual el animal es conocido y temido. Ésta es, por
supuesto, una forma baja de silencio, pero el principio es el mismo. El charlatán fracasa; su
mente está desviada del propósito principal; y sus energías están malgastadas en la auto-
glorificación. Sus fuerzas están divididas entre su tarea y la recompensa para sí mismo, y la
mayor parte van a alimentar su deseo de recompensa. Él es como un general incompetente que
pierde la batalla al dividir sus fuerzas en lugar de concentrarlas en un punto. O es como un
maquinista descuidado que deja abierta la válvula de escape de su máquina y permite que el
vapor se escape. El hombre modesto, silencioso, esforzado es el que tiene éxito: liberado de la
vanidad, y evitando la disipación de energía que es la auto-glorificación, todos sus poderes se
concentran en la ejecución exitosa de su tarea. Cuando el otro está hablando de sus poderes él
ya está trabajando, y está mucho más cerca que el otro de su terminación. Es una ley en todas
partes y siempre que la energía distribuída está subordinada a la energía conservada. El ruidoso
y charlatán Charles siempre será derrotado por el tranquilo y modesto Orlando.

Es una ley aplicable universalmente que quietud es fuerza. El hombre de negocios exitoso nunca
habla sobre sus planes, métodos, y asuntos; y si él, mareado por el éxito, comienza a hacer esto,
allí empieza su fracaso. El hombre de gran influencia moral nunca habla sobre sí mismo y sus
victorias espirituales, porque, si lo hiciera, en ese momento su poder e influencia moral se
perderían, y, como Sansón, se encontraría desprovisto de su fuerza. El éxito, mundano o
espiritual, es el sirviente fiel del propósito fuerte, firme, silencioso, resuelto. Las fuerzas
desintegradoras más poderosas no hacen ruido. La mente que supera grandes obstáculos trabaja

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silenciosamente. Si usted quiere ser fuerte, útil, y seguro de sí mismo, aprenda el valor y poder
del silencio. No hable de usted. El mundo instintivamente sabe que el hablador vano es débil y
vacío, y lo abandona a su propia vanidad. No hable sobre lo que va a hacer sino hágalo, y deje
que su trabajo terminado hable por sí mismo. No desperdicie sus fuerzas en criticar y
desacreditar el trabajo de otros sino dispóngase a hacer el suyo bien y concienzudamente. El
peor trabajo hecho con dedicación y dulzura es mucho mejor que ladrar sobre el trabajo de
otros. Cuando está desacreditando el trabajo de otros usted está descuidando el suyo propio.
Nunca abuse de otros ni tampoco tenga en cuenta para nada el abuso de otros sobre usted.
Cuando sea atacado permanezca en silencio; de esta manera usted se conquistará a sí mismo, y,
sin necesidad de palabras, enseñará a otros.

Pero el verdadero silencio no es simplemente una lengua silenciosa; es una mente silenciosa.
Simplemente refrenar la lengua, y tener una mente inquieta e irritada, no es remedio para la
debilidad ni es fuente de poder. El silencio, para que sea poderoso, debe abarcar a toda la mente,
debe permear cada rincón del corazón; debe ser el silencio de la paz. El hombre sólo alcanza
este silencio amplio, profundo y permanente en la medida de que se conquista a sí mismo. Si
aún molestan las pasiones, las tentaciones, y los sufrimientos, es porque falta explorar las
profundidades más sagradas y hondas del silencio. Sentirse herido por las palabras o acciones de
otros significa que usted es todavía débil, descontrolado, no purificado. Así que libere su
corazón de las influencias molestas de la vanidad, el orgullo y el egoísmo de modo que ninguna
pequeña molestia pueda alcanzarlo, ninguna calumnia o abuso altere su reposo sereno. Así
como la tormenta se abate inútilmente contra una casa bien construida, mientras dentro sus
ocupantes están sentados calmos y felices ante el fuego, del mismo modo ningún mal puede
inquietar o dañar al que está bien fortificado con sabiduría, auto-control y silencio; él permanece
en paz dentro de sí mismo. El hombre que se ha conquistado a sí mismo alcanza este gran
silencio.

“Envidia y calumnia, y odio y dolor, y ese frenesí que los hombres llaman equivocadamente
deleite, no puede tocarlo, ni torturarlo nuevamente”.

No hay error más común entre los hombres que el de suponer que nada se puede lograr sin
hablar mucho y hacer mucho ruido. El charlatán animado y superficial ve al pensador tranquilo
o al hacedor silencioso como un hombre desperdiciado; piensa que el silencio significa “no
hacer nada”, y que apurarse, agitarse, y hablar sin parar significa “hacer mucho”. Confunde
también popularidad con poder. Pero el pensador y el hacedor es el trabajador real y efectivo.
Su trabajo está en la raíz y corazón y sustancia de las cosas, y así como la Naturaleza
silenciosamente, con alquimia oculta y maravillosa, transforma los rudos elementos de la tierra
y el aire en tiernas hojas, hermosas flores, deliciosas frutas, y en infinitas formas de belleza, del
mismo modo el trabajador silencioso y determinado transforma los caminos de los hombres y la
faz del mundo con el poder y magia de su energía dirigida silenciosamente. Él no pierde tiempo
y fuerzas en lidiar con la superficie siempre cambiante y artificial de las cosas, sino que va al
centro vital viviente, y trabaja a partir de allí y de allí en adelante; y a su debido tiempo, quizás
cuando su forma perecible ya no esté en el mundo, surgirán los frutos de su labor oscura pero
inmortal para alegrar al mundo. Pero las palabras del charlatán perecen. El mundo no recoge
ninguna cosecha de la siembra de sonido.

El que conserva sus fuerzas mentales también conserva sus fuerzas físicas. El hombre fuerte,
tranquilo, calmo, vive hasta una edad más avanzada, y con mejor salud que el hombre apurado y
ruidoso. La armonía mental tranquila, conquistada, lleva a la armonía física – a la salud. Los
seguidores de George Fox (fundador de la religión cuáquera) son hoy los británicos más
saludables, longevos y exitosos, y viven vidas tranquilas, sin ostentaciones, bien dirigidas,
evitando todas las excitaciones mundanas y las palabras innecesarias. Son un pueblo silencioso,
y todos sus encuentros son conducidos bajo el principio de “El silencio es poder”.

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El silencio es poderoso porque es el resultado de la auto-conquista, y cuanto más exitosamente
un hombre se gobierne a sí mismo, más silencioso se vuelve. En la medida de que vive por un
propósito definido y no por los placeres del ego, él se retira de los desacuerdos superficiales del
mundo y alcanza la música interior de paz. Entonces, cuando habla, detrás de sus palabras hay
propósito y poder, y cuando permanece en silencio hay un poder igual o aún mayor en ello. Él
no pronuncia nada que pueda ser seguido por dolor y lágrimas; no hace nada que produzca
sufrimiento y remordimiento. Por el contrario, diciendo y haciendo solamente aquellas cosas
que resultan de una profunda consideración, su conciencia está tranquila, y todos sus días son
benditos.

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11. Soledad
"¿Por qué buscar infructuosamente en las cosas exteriores
Las respuestas que sólo trae el silencio interior?
¿Por qué escalar las colinas lejanas con dolor,
Para lograr una visión más cercana del cielo?
En lo más profundo de los valles boscosos
habita el ermitaño Contemplación,
El cual, rasgando el cielo, con luz filtrada,
Ve las estrellas al mediodía, cuya luz
Glorificará la noche que vendrá."

----Whittier

"En la hora quieta en que las pasiones descansan


Haz acopio de sabiduría en tu pecho."

----Wordsworth.

El ser esencial del hombre es interior, invisible, espiritual, y como tal deriva su vida, su fuerza,
de adentro y no de afuera. Las cosas exteriores son canales a través de los cuales se gastan sus
energías, pero para su renovación debe volcarse hacia el silencio interior.

En la medida de que un hombre trate de ahogar este silencio en los placeres ruidosos de los
sentidos, y se esfuerce por vivir en los conflictos de las cosas exteriores, en esa medida cosecha
las experiencias de dolor y sufrimiento, las cuales, volviéndose finalmente intolerables, lo
conducen nuevamente hacia los pies del Confortador interior, hacia el altar de la pacífica
soledad interior.

Así como el cuerpo no puede sostenerse con cáscaras vacías, tampoco el espíritu puede
sostenerse con placeres vacíos. Si no es alimentado regularmente el cuerpo pierde su vitalidad,
y, acosado por el hambre y la sed, clama por comida y bebida. Es lo mismo con el espíritu: debe
ser nutrido regularmente en soledad con pensamientos puros y sagrados o pierde su frescura y
fuerza, y finalmente clamará en su dolor y hambre extrema. El anhelo de un alma angustiada
por luz y consuelo es el grito de un espíritu que está muriendo de hambre y sed. Todo dolor y
sufrimiento es hambre espiritual, y la aspiración es el clamor por comida. Es el Hijo Pródigo
que, muriéndose de hambre, dirige su cara anhelante hacia el hogar de su Padre.

La vida pura del espíritu no se puede encontrar, sino que se pierde, en la vida de los sentidos.
Los deseos más bajos siempre están reclamando más, y no dan tregua. El mundo exterior de
placer, contacto personal, y actividades ruidosas es la esfera del cansancio y las lágrimas que
necesitan del efecto reparador de la soledad. Así como el cuerpo requiere descanso para la
recuperación de sus fuerzas, así el espíritu requiere soledad para la renovación de sus energías.
La soledad es tan indispensable para el bienestar espiritual como lo es el sueño para el bienestar
corporal; y el pensamiento puro, o meditación, que surge en soledad, es al espíritu lo que la
actividad es al cuerpo. Tal como el cuerpo se enferma cuando se ve privado del descanso y
sueño necesarios, el espíritu del hombre se enferma cuando se ve privado del necesario silencio
y soledad. El hombre, siendo un ser espiritual, no puede mantenerse fuerte, íntegro, y en paz a
menos que periódicamente se retire del mundo exterior de las cosas perecibles y se dirija
interiormente hacia las realidades permanentes e inmortales. El consuelo que aportan las
religiones se deriva de la soledad que ellas imponen. El cumplimiento regular de las ceremonias
formales de una religión, hecho con silencio concentrado y libre de las distracciones mundanas,

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obliga a las personas a hacer inconscientemente lo que aún no han aprendido a hacer
conscientemente –es decir, a concentrar la mente periódicamente en el silencio interior, y
meditar, aunque sea brevemente, en las cosas elevadas y sagradas. La persona que no ha
aprendido a controlar y purificar su mente en períodos de soledad, a la vez que sus nacientes
aspiraciones buscan algo más alto y noble de lo que posee, siente la necesidad de la ayuda del
ceremonial religioso; pero el que se ha tomado a sí mismo en sus propias manos con un ideal de
auto-conquista, que se retira en soledad para luchar con su naturaleza más baja, y en forma
maestra dirige su mente en direcciones sagradas, no requiere más ayuda de libros ni sacerdotes
ni iglesias. La Iglesia no existe para el placer del santo sino para la elevación del pecador.

En soledad el hombre reúne fuerza para enfrentar las dificultades y tentaciones de la vida, reúne
conocimiento para entenderlas y conquistarlas, y reúne sabiduría para trascenderlas. Tal como
un edificio es preservado y sostenido en virtud de los cimientos que están ocultos, así el hombre
es mantenido contínuamente en fuerza y en paz en virtud de sus horas solitarias de pensamiento
intenso que no son observadas por ningún ojo.

Es en soledad únicamente que un hombre puede revelarse verdaderamente a sí mismo, que


puede llegar a entender su naturaleza real, con todos sus poderes y posibilidades. No es posible
escuchar la voz del espíritu en el barullo del mundo y en medio de los clamores de los deseos
agitados. No puede haber crecimiento espiritual sin soledad.

Están aquellos que eluden un exámen demasiado cuidadoso de sí mismos, que temen una auto-
revelación demasiado completa, y que temen esa soledad que los dejaría solos con sus propios
pensamientos y que invocaría los fantasmas de sus deseos ante su visión mental. Y así van
donde el bullicio de los placeres sea más alto y donde la voz censurante de la Verdad sea
ahogada. Pero el que ama la Verdad, el que desea y busca la sabiduría, estará mucho tiempo
solo. Buscará la revelación más completa, más clara de sí mismo, evitará los encantamientos de
la frivolidad y el ruido, e irá donde la voz dulce y tierna del espíritu de la Verdad pueda hablar
dentro de él y ser escuchada.

Los hombres van en busca de mucha compañía y de nuevas cosas excitantes, pero no conocen la
paz; buscan la felicidad mediante distintas formas de placer pero no alcanzan el reposo;
deambulan tras la alegría y la vida mediante diversas variantes de risas y delirio febril, pero
muchas y dolorosas son sus lágrimas, y no pueden escapar a la muerte.

A la deriva en el océano de la vida en busca de satisfacciones egoístas los hombres son


atrapados en sus tormentas y sólo después de muchas tempestades y privaciones vuelan hacia la
Roca del Refugio que descansa en el silencio profundo de su propio ser.

Cuando un hombre está absorbido en actividades exteriores está gastando sus energías y se está
volviendo más débil espiritualmente, y para retener su vigor moral debe recurrir a la meditación
solitaria. Tan necesaria es que el que la descuida pierde o no alcanza el conocimiento correcto
de la vida; ni tampoco comprende ni supera esos pecados más sutiles y arraigados más
profundamente que, apareciendo como virtudes, engañan a los aspirantes, y a los cuales todos
sucumben excepto el verdaderamente sabio.

Aquel que vive sin cesar en excitaciones exteriores, vive mayormente en desilusiones y dolor.
Donde los sonidos del placer son más grandes, el vacío del corazón es el más agudo y profundo.
Tampoco el que su vida entera, aún cuando no sea de deseo por placeres, está centrada en
trabajos exteriores, el que sólo atiende el panorama cambiante de las cosas visibles, y no se
vuelca nunca, en soledad, hacia el mundo interior e invisible del ser permanente, tampoco él
consigue conocimiento ni sabiduría, sino que permanece vacío; no puede ayudar al mundo; no
puede alimentar las aspiraciones de éste, porque no tiene comida para ofrecer, estando vacío su
almacén espiritual. Pero el que frecuenta la soledad para llegar a la verdad de las cosas, el que

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conquista sus sentidos y aquieta sus deseos, está logrando diariamente conocimiento y
sabiduría; se llena con el espíritu de la verdad; puede ayudar al mundo, porque su almacén
espiritual está lleno, y se mantiene siempre completo hasta el tope.

Cuando la persona está absorbida en la contemplación de las realidades interiores está


recibiendo conocimiento y poder; se abre, como una flor, a la luz universal de la Verdad, y
recibe y bebe de sus rayos vivificantes; se dirige hacia la fuente eterna de conocimiento y sacia
su sed en sus aguas inspiradoras. Ese hombre gana, en una hora de pensamiento concentrado,
más conocimiento esencial que en un año de lecturas. El Ser es infinito y el conocimiento
ilimitado y su fuente inagotable, y aquél que accede a las profundidades más interiores de su
ser, bebe de la fuente de sabiduría divina que nunca se seca, y bebe abundantemente en las
aguas de la inmortalidad.

Es este acceso habitual a las profundas realidades del ser, este contínuo beber en la fuente eterna
de las Aguas de la Vida, lo que constituye el genio. Los recursos del genio son inagotables
porque son extraidos de la fuente original y universal, y por la misma razón los trabajos del
genio son siempre nuevos y frescos. Cuanto más da un genio hacia afuera, más completo se
vuelve. Con cada trabajo que logra su mente se extiende y expande, accede a mayores
distancias, y ve alcances de poder más y más amplios. El genio es inspirado. Él ha tendido un
puente sobre el golfo que separa lo finito de lo infinito. No necesita ayudas secundarias, porque
bebe del manantial universal que es la fuente de todo trabajo noble. La diferencia entre un genio
y un hombre común es ésta: el uno vive en realidades interiores, el otro en apariencias
exteriores; el uno va tras la sabiduría, el otro tras el placer; el uno confía en su propio ser, el otro
en libros. La lectura de libros es buena cuando se entiende su verdadero lugar, pero no es la
fuente de sabiduría. La fuente de sabiduría está en la vida misma, y es comprendida mediante el
esfuerzo, la práctica, y la experiencia. Los libros dan información pero no pueden brindar
conocimiento; pueden estimular pero no pueden lograr – usted debe esforzarse, y lograr por
usted mismo. La persona que descansa totalmente en libros, y no va a los recursos silenciosos
dentro de sí mismo, es superficial, y se agota rápidamente. No tiene inspiración (aunque puede
ser extremadamente inteligente), porque rápidamente llega al final de su almacén de
información, y así se vuelve vacío y repetitivo. Sus trabajos carecen de la dulce espontaneidad
de la vida y la frescura siempre renovada de la inspiración. Ese hombre se ha cortado a sí mismo
de la fuente infinita y se maneja, no con la vida misma, sino con apariencias muertas y
decadentes. La información es limitada; el conocimiento es ilimitado.

La inspiración del genio y su grandeza son alentadas, desarrolladas y finalmente completadas en


soledad. El hombre más común que concibe un propósito noble, y, reuniendo todas sus energías
y voluntad, abriga y madura su propósito en soledad, logrará su objetivo y se convertirá en un
genio. El hombre que renuncia al placer del mundo, que evita la popularidad y la fama, y que
trabaja en la oscuridad y piensa en soledad con el logro de un ideal elevado para la raza humana,
se transforma en un visionario y un profeta. El que silenciosamente endulza su corazón, que
alínea su mente con aquello que es puro, hermoso y bueno, que en largas horas de
contemplación solitaria lucha por alcanzar el centro del corazón eterno de las cosas, se pone en
contacto con las armonías silenciosas del ser, se abre a la recepción de la canción cósmica, y se
transforma finalmente en un cantor y un poeta.

Y así es con todo genio: es hijo de la soledad – un niño hermoso de corazón muy simple – de
ojos y oídos abiertos, y sin embargo un misterio incomprensible para el mundo enamorado del
ruido, el cual sólo de vez en cuando le concede una mirada más allá de los bien cuidados
Portales del Silencio.

San Pablo, el cruel perseguidor y ciego intolerante, luego de pasar tres años solo en el desierto,
se transformó en un apóstol amoroso y un visionario inspirado. Siddarta Gautama, el hombre
mundano, luego de seis años en la selva de lucha solitaria con sus pasiones y meditación intensa

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sobre los profundos misterios de su naturaleza, se transformó en Buda, el iluminado, la
encarnación de la sabiduría calma y serena, a quien se dirige el mundo con sed en el corazón en
busca de las refrescantes aguas de la inmortalidad. Lao-Tzé, un ciudadano común con un oficio
mundano, en su búsqueda de conocimiento frecuenta la soledad, y descubre el Tao, la Razón
Suprema, en virtud de lo cual se transforma en un maestro del mundo. Jesús, el carpintero sin
educación, luego de muchos años de comunión solitaria en las montañas con el Amor y la
Sabiduría Infalibles, surgió como un bendito salvador de la humanidad. Y aún luego de haber
logrado y escalado las alturas elevadas del conocimiento divino, estas grandes almas pasaban
mucho tiempo en soledad, y se retiraban frecuentemente durante breves períodos. El hombre
más grande desciende de su altura moral y pierde su influencia si descuida esa renovación de
poder que sólo puede ser alcanzada en soledad. Estos maestros lograron su poder armonizando
conscientemente sus pensamientos y vidas con las energías creativas dentro de ellos mismos, y
sumergiendo su pequeña voluntad personal en la gran Voluntad Universal se volvieron
Maestros en el Pensamiento Creativo, y fueron los instrumentos más elevados para el desarrollo
de la evolución cósmica.

Y esto no es milagroso, es la ley; sólo es misterioso en la medida que la ley es misteriosa. Todos
los hombres se vuelven maestros creativos en la medida que se subordinan a lo universalmente
bueno y verdadero. Cada poeta, pintor, santo, o sabio es un portavoz de lo Eterno. La perfección
del mensaje varía en la medida del egoísmo individual. Cuando el ego interviene, la claridad del
trabajo y del mensaje se vuelve borrosa. La perfecta falta de egoísmo es la cima del genio, la
consumación del poder.

Tal auto-abnegación sólo puede ser comenzada, continuada y completada en soledad. Ningún
hombre puede reunir y concentrar sus fuerzas espirituales mientras esté gastando esas fuerzas en
actividades mundanas, y aún luego de lograr poder, el balance de fuerzas debe ser mantenido en
todo momento, aún en medio de la multitud hostil. Este poder sólo se puede afirmar luego de
muchos años de soledad habitual y frecuente.

El verdadero Hogar del hombre es en el Gran Silencio – ésta es la fuente de todo lo que es real y
duradero dentro de él; su naturaleza actual, sin embargo, es dual, y las actividades exteriores son
necesarias. Ni la soledad total ni la acción exclusiva es la vida verdadera en el mundo. La vida
verdadera es aquella en la cual se reúne, en soledad, la fuerza y la sabiduría necesarias para
realizar correctamente las actividades de la vida; y así como un hombre vuelve a su casa por la
noche, cansado del trabajo, para ese descanso dulce y refrescante que lo preparará para otro día
de trabajo agotador, así debe salirse del ruido y esfuerzo del gran taller del mundo para
descansar por breves períodos en su Hogar permanente en el Silencio. Aquel que lo hace,
dedicando alguna porción cada día en la soledad sagrada y decidida, se volverá fuerte, útil y
bendito.

La soledad es para el fuerte, o para el que está listo para volverse fuerte. Cuando un hombre se
está haciendo grande, se vuelve solitario. Va hacia la soledad para buscar, y el que busca,
encuentra, porque existe un Camino hacia todo conocimiento, toda sabiduría, toda verdad, todo
poder. Y el Camino está siempre abierto, pero se encuentra en las soledades insondables y los
silencios inexplorados del ser humano.

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12. Sosteniéndose solo
"Frecuenta la soledad sea como sea,
Hónrate a sí mismo; mira el ropaje real de tu alma."

----George Herbert.

El que tiene luz en su propio pecho


Se sienta en el centro y disfruta del día de sol."

----Milton.

En la vida de bendición, la auto-confianza es de una importancia extrema. Si queremos paz debe


haber fuerza; si queremos seguridad debe haber estabilidad; si queremos alegría permanente no
podemos apoyarnos en cosas que en cualquier momento nos pueden ser arrebatadas para
siempre.

Una persona no comienza a vivir verdaderamente hasta que encuentra un centro inamovible
dentro de sí misma sobre el cual apoyarse, mediante el cual regular su vida, y del cual extraer su
paz. Si confía en lo que cambia, ella también cambiará; si se apoya sobre lo que le puede ser
quitado, caerá y se lastimará; si busca satisfacción en las acumulaciones perecederas, tendrá
hambre de felicidad en el medio de la abundancia.

Una persona debe aprender a sostenerse sola, sin buscar a nadie como apoyo, sin esperar ningún
favor, sin desear ventajas personales, sin rogar, sin quejarse, sin desear, sin arrepentirse, sino
descansando sobre la verdad dentro de sí misma, extrayendo toda su satisfacción y calma de la
integridad de su propio corazón.

Si una persona no puede encontrar paz dentro de sí misma, ¿dónde la encontrará? Si teme estar
sola consigo misma, ¿qué firmeza encontrará en compañía? Si no puede encontrar alegría en
comunión con sus propios pensamientos, ¿cómo escapará a la desdicha en su contacto con
otros? La persona que aún no ha encontrado nada dentro de sí misma sobre lo cual apoyarse, no
encontrará ningún lugar de descanso permanente.

Por todas partes los hombres están engañados por la superstición de que su felicidad reposa en
otra gente y en cosas exteriores, y, como resultado, viven en contínua desilusión, dolor, y
lamentos. El hombre que no busca la felicidad en otros ni en cosas exteriores, sino que
encuentra su fuente inagotable dentro de sí mismo, estará balanceado y sereno bajo cualquier
circunstancia, y nunca se volverá la víctima indefensa de la desdicha y el dolor. El que busca a
otros para apoyarse, el que mide su felicidad por la conducta de otros y no por la propia, el que
depende de la ayuda de otros para lograr su paz mental – tal hombre carece de punto de apoyo
espiritual, su mente es sacudida aquí y allá por los cambios contínuos que se suceden a su
alrededor, y vive en los altos y bajos incesantes que conducen a la infelicidad y al desasosiego.
Es un lisiado espiritual, y tiene que aprender aún cómo mantener su centro de gravedad mental,
para poder andar sin la ayuda de muletas.

Así como un niño aprende a caminar para poder ir de un lugar a otro por sí mismo fuerte y sin
ayuda, así un hombre debe aprender a sostenerse solo, para juzgar y pensar y actuar por sí
mismo, y para elegir, en la fortaleza de su propia mente, el camino que recorrerá.

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Afuera hay cambio e inseguridad, adentro todo es seguridad y bendición. El alma se basta a sí
misma. Donde hay necesidad hay provisión abundante. Su morada eterna es interior; vaya y
tome posesión de su mansión; allí usted es un rey, en cualquier otra parte es un vasallo. Deje
que los otros manejen bien o mal su propio pequeño reino, y cuide que usted reine fuertemente
sobre el suyo propio. Su completo bienestar y el del mundo entero descansa sobre esto. Usted
tiene una conciencia, sígala; usted tiene una mente, clarifíquela; usted tiene un juicio, úselo y
mejórelo; usted tiene una voluntad, empléela y fortalézcala; usted tiene conocimiento,
increméntelo; hay luz en su alma, obsérvela, atiéndala, anímela, protéjala de los vientos de la
pasión, y ayúdela a brillar con una brillo más y más fuerte. Deje un poco al mundo y vuelva
hacia sí mismo. Piense, actúe y viva como un ser humano. Sea rico en usted mismo, sea
completo en usted mismo. Encuentre el centro permanente en su interior y obedézcalo. La tierra
se mantiene en su órbita por su obediencia a su centro el sol. Obedezca al centro de luz que está
dentro suyo; deje que los demás lo llamen oscuridad si lo desean. Usted es responsable por
usted mismo, por lo tanto confíe en usted mismo. Si le teme a usted mismo, ¿quién depositará
su confianza en usted? Si no es sincero con usted mismo, ¿dónde encontrará la dulce
satisfacción de la Verdad?

El hombre grande se sostiene solo en la dignidad simple de la hombría independiente; él sigue


su propio camino sin miedo, y no pide disculpas ni ruega. La crítica y el aplauso no son para él
más que polvo sobre su saco, del cual se libra con un pequeño sacudón. No se guía por las
opiniones cambiantes de los hombres sino por la luz de su propia mente. Otros hombres
cambian su hombría por la indecente adulación o por la moda.

Hasta que usted pueda sostenerse solo, sin buscar guía ni en espíritus ni en mortales, ni en
dioses ni en hombres, sino guiándose por la luz de la verdad dentro suyo, usted no estará
desencadenado y libre, ni será completamente feliz. Pero no confunda auto-confianza con
orgullo. Intentar pararse sobre los cimientos crujientes del orgullo es ya haber caído. Nadie
depende más de otros que el hombre orgulloso. Él bebe de su aprobación y se resiente de su
censura. Confunde adulación por juicio razonable, y es fácilmente herido o complacido por las
opiniones de otros. Su felicidad está completamente en manos de los demás. Pero el hombre con
auto-confianza se apoya, no sobre el orgullo personal, sino en la ley, los principios, los ideales,
la realidad inmutable dentro de sí mismo. Sobre esto se afirma, negándose a ser movido de su
fuerte punto de apoyo ni por las oleadas de pasión interiores ni por las tormentas de opinión
exteriores, y si en algún momento pierde su balance, lo recupera rápidamente y completamente.
Su felicidad está totalmente en sus propias manos.

Encuentre su centro de equilibrio y sosténgase solo, y, cualquiera que sea su trabajo en la vida,
tendrá éxito; logrará lo que se proponga, porque el hombre verdaderamente seguro de sí mismo
es el hombre invencible. Pero, aunque usted no se apoye en otros, aprenda de ellos. Nunca deje
de incrementar su conocimiento, y esté siempre listo para recibir lo que es bueno y útil. La
humildad nunca puede ser demasiada; los hombres con más auto-confianza son los más
humildes. “Ningún aristócrata, ningún príncipe, puede comenzar a compararse con el auto-
respeto del santo. Él es humilde, pero sabe que bien puede permitírselo, al apoyarse en la
grandeza de Dios en él”. Aprenda de todos los hombres, y en especial de los maestros de la
Verdad, pero sin perder de vista la verdad de que la guía definitiva está en usted mismo. Un
maestro puede decir: “Aquí está el camino”, pero él no lo obliga a usted a caminarlo, ni
tampoco puede caminarlo por usted. Usted debe hacer prosperar sus propios esfuerzos, debe
lograr las cosas por su propia fuerza, debe hacer la verdad de él la suya propia por sus propios
esfuerzos sin ayuda; usted debe implícitamente confiar en usted mismo.

"Esto es Dios – ser Hombre con Tu fuerza,


Hacerse grande en la fortaleza de Tu espíritu,
Y vivir tu vida como la luz."

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Usted es el maestro de sí mismo, amo de sí mismo, no adulando ni imitando, sino haciendo de
su trabajo una porción viviente y vital del universo; dando amor pero sin esperarlo a cambio;
dando compasión pero sin pedirla; dando ayuda pero no dependiendo de ella. Si los hombres
censuran su trabajo, no los escuche. Es suficiente con que su trabajo sea verdadero: descanse en
esta suficiencia. No pregunte: “¿Gustará mi trabajo?”, sino: “¿Es auténtico?”. Si su trabajo es
auténtico la crítica de los hombres no puede tocarlo; si es falso, su desaprobación no lo matará
más rápido de lo que morirá por sí solo. Las palabras y actos de Verdad no pueden morir hasta
que su trabajo esté completamente terminado; las palabras y actos de error no pueden
permanecer, porque no tienen ningún trabajo que hacer. La crítica y el resentimiento son
igualmente superfluos.

Libérese de la tiranía auto-impuesta de la dependencia esclavizante, y sosténgase solo, no como


una unidad aislada, sino como una parte compasiva del todo. Descubra la Alegría que resulta de
la libertad bien ganada, la paz que fluye del auto-control sabio, la bendición que se deriva de la
fuerza interior.

"Honor a aquel que, completo en sí mismo, cuando está solo,


Esculpe un camino totalmente propio,
Y, sin escuchar lo que los hombres puedan pensar o decir,
Sólo le pregunta a su alma cuando tiene dudas del camino."

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13. Comprendiendo las leyes simples de la vida
"Observe de cerca
La demostración de una verdad, su nacimiento,
Y siga hacia atrás su rastro hasta su surgimiento
Y su fuente dentro de nosotros mismos."

----Browning.

"Es mayor el tesoro de la Ley que las piedras preciosas;


Más dulce que la miel es su dulzura. Sus deleites
Son deliciosos más allá de toda comparación."

----La Luz de Asia.

Transitando por los caminos que he indicado hasta ahora, descansando en su belleza y bebiendo
de su bendición, el peregrino de la amplia carretera de la vida llegará a un momento en que
dejará caer su última carga, en que todo su cansancio terminará, en que beberá de la libertad de
un corazón ligero, y descansará en la calma perpetua. Y a este camino espiritual más bendito, la
fuente más rica de fuerza y confort, lo llamo El entendimiento correcto de las Simples Leyes de
la Vida. El que llega a él deja tras de sí toda carencia y anhelo, toda duda y perplejidad, todo
sufrimiento e incertidumbre. Vive en la satisfacción completa, en la luz del conocimiento, en la
alegría y la seguridad. El que comprende la absoluta simplicidad de la vida, el que obedece sus
leyes y no se introduce en los caminos oscuros y los laberintos complejos del deseo egoísta, se
coloca donde ningún daño puede alcanzarlo, donde ningún enemigo puede derribarlo – y ya no
duda, ni desea, ni sufre más. La duda termina donde comienza la realidad; el deseo doloroso
cesa cuando la alegría completa es perpetua; y cuando el Bien Infalible y Eterno es alcanzado,
¿qué espacio queda para el sufrimiento?

Cuando la vida humana se vive correctamente es simple con una simplicidad hermosa, pero
cuando no se vive correctamente está atada a una complejidad de deseos sensuales y
necesidades. Eso no es la vida real sino la fiebre quemante y el deseo doloroso que se origina en
una condición mental no iluminada. La reducción de nuestros deseos en el comienzo de la
sabiduría; el dominio total es su culminación. Esto es así porque la vida está sujeta a la ley, y,
siendo inseparable de ésta, la vida no tiene necesidad que no esté ya provista. El deseo no es
necesario, es superfluo, y como tal lleva a la privación y la desdicha. El hijo pródigo, mientras
estaba en la casa de su padre, no solo tenía todo lo que necesitaba, sino que nadaba en la
abundancia. El deseo no era necesario, porque todas las cosas estaban a la mano; pero cuando el
deseo entró en su corazón “se fue a un país lejano” y “comenzó a pasar necesidades”, y fue sólo
cuando quedó reducido al hambre más extrema que se volvió con nostalgia hacia el hogar de su
padre. Esta parábola es simbólica de la evolución del individuo y la raza humana. El hombre se
ha metido en una complejidad de deseos tan grande que vive en contínua desconformidad,
descontento, necesidad, y dolor; y su única cura es el retorno al Hogar de su Padre – esto es, a
vivir o ser en lugar de desear. Pero un hombre no hace esto hasta que es reducido al hambre más
extrema; recién allí habrá cosechado la experiencia del dolor y el sufrimiento a la que lo llevó el
deseo, y mira hacia atrás con nostalgia hacia la vida verdadera de la paz y la abundancia; y así él
da la vuelta, y comienza su arduo camino de regreso a su Hogar, hacia esa vida rica de
simplemente ser en la cual se libera de la esclavitud, la fiebre y el hambre del deseo, y este
anhelo por la vida verdadera, por la Verdad, la Realidad, no debe ser confundida con el deseo:
es aspiración. Deseo es el anhelo de posesión; aspiración es el hambre del corazón por paz. El
deseo por cosas nos aleja cada vez más de la paz, y no sólo termina en privación sino que es, en
sí mismo, un estado de necesidad permanente. Mientras no termine, es imposible el descanso y
la satisfacción. El hambre por cosas nunca puede ser satisfecha, pero el hambre por paz sí y es

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alcanzada cuando todo deseo egoísta es abandonado. Allí hay alegría completa, abundancia, y
bendición rica e integral. En este estado supremamente bendito la vida es comprendida en su
perfecta simetría y simplicidad y se logra el súmum del poder y la utilidad. Entonces termina
incluso el hambre de paz, porque la paz se vuelve la condición normal, es poseída por completo,
es constante y no varía jamás. Los hombres, inmersos en el deseo, imaginan ignorantemente que
la conquista del deseo lleva a la inactividad, a la pérdida de poder, y a la pérdida de vitalidad.
Por el contrario, lleva a la actividad altamente concentrada, al completo desarrollo del poder, y a
una vida tan rica, tan gloriosa, y tan abundantemente bendita que es incomprensible para
aquellos que tienen hambre de placeres y posesiones. De esta vida sólo puede decirse:

"Aquí no hay sonidos discordantes – no hay charlataneos


Profanos y sin sentido sobre cosas sin valor-
Sólo la canción de los cinceles y de los lápices,
De pinceles ocupados, y esfuerzos eufóricos
De almas sobrecargadas con la más divina música
Aquí no hay sufrimiento inútil, no hay dolor pobre
Y hay un abandono del Yo tan completo
Que las lágrimas se transforman en arco iris, y mejoran
La belleza de la tierra donde todo es bello."

Cuando un hombre es rescatado del deseo egoísta su mente se destraba, y es libre para trabajar
por la humanidad. Ya no corre más atrás de esas gratificaciones que lo dejan siempre
hambriento, todos sus poderes están a su disposición inmediata. Al no buscar recompensas
puede concentrar todas sus energías en la realización sin errores de sus deberes, y así puede
lograr todas las cosas y desempeñarse con toda integridad.

La persona totalmente iluminada y bendita no es impulsada a la acción por el deseo sino que
trabaja por el conocimiento. La persona que trabaja por el deseo necesita una promesa de
recompensa para estimularlo a la acción. Es como un niño peleando por la posesión de un
juguete. Pero el hombre de conocimiento, viviendo en la plenitud de vida y poder, puede en
cualquier momento poner a trabajar sus energías para el logro de aquello que es necesario. Él es
un hombre maduro espiritualmente; para él han terminado todas las recompensas; para él todo
lo que ocurre es bueno; vive siempre en completa satisfacción. Ese hombre ha alcanzado la
vida, y su deleite (y es un deleite dulce, permanente, e infalible) está en la obediencia a las
demandas simples de la ley exacta e infalible.

Pero esta vida de bendición suprema es un final, y el peregrino que está luchando hacia ella, el
hijo pródigo que está retornando a ella, debe viajar hacia allí, y emplear medios para llegar.
Debe pasar a través del país de los deseos animales, desenredarse de sus complejidades,
simplificarlas, superarlas; ese es el camino, y en ese camino no hay más enemigos que los que
surjan dentro de sí mismo. Al principio el camino parece duro porque la persona, cegada por el
deseo, no percibe la estructura simple de la vida, y sus leyes están ocultas para ella; pero en la
medida de que se vuelve más simple en su mente las leyes claras de la vida se abren a su
percepción espiritual, e inmediatamente se alcanza el punto en que esas leyes comienzan a ser
entendidas y obedecidas; entonces el camino se hace claro y fácil; no hay más incertidumbre ni
oscuridad, sino que todo se ve en la luz clara del conocimiento.

Ayudará a acelerar el progreso del buscador de la vida verdadera y bendita si nos volcamos a la
consideración de algunas de esas leyes simples que son rígidamente matemáticas en sus
operaciones.

"Las leyes elementales nunca piden disculpas"

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Toda la vida es una, aunque tiene una diversidad de manifestaciones; toda ley es una, pero es
aplicable y operativa en una variedad de formas. No hay una ley para la materia y otra para la
mente, ni hay una para lo material y visible y otra para lo espiritual e invisible; es la misma ley
en todos los casos. No hay una clase de lógica para el mundo y otra para el espíritu, sino que la
misma lógica es aplicable a ambos. Los hombres confiadamente, y con sabiduría mundana
infalible, observan ciertas reglas de acción en las cuestiones materiales, sabiendo que ignorarlas
o desobedecerlas sería una gran tontería de su parte, y terminaría en el desastre para ellos y en la
confusión para la sociedad y el estado. Sin embargo, se equivocan en suponer y creer que las
mismas reglas no se aplican a las cuestiones espirituales, y por esa razón sufren a causa de su
ignorancia y desobediencia.

Es una ley en las cosas del mundo que un hombre debe sostenerse a sí mismo, que debe ganarse
la vida, y que “El que no trabaja, no come”. Los hombres observan esta ley, reconociendo su
justicia y bondad, y así se ganan el necesario sustento material. Pero en las cosas espirituales los
hombres, genéricamente hablando, niegan e ignoran la operación de esta ley. Piensan que,
mientras que es absolutamente justo que un hombre se gane el pan material, y que el que escape
a esta ley debe vagar en harapos y pasar necesidad, es correcto que deban implorar por su pan
espiritual; piensa que es justo que reciban todas las bendiciones espirituales sin merecerlas ni
intentar ganárselas. El resultado es que la mayoría de los hombres vagan como pordioseros
espirituales y pasan necesidad – esto es, en sufrimiento y dolor – privados de sustento espiritual,
de alegría y conocimiento y paz.

Si usted necesita alguna cosa mundana – alimento, ropa, muebles, o lo que sea – no le implora
al vendedor que se la regale; usted pregunta el precio, lo paga con su dinero, y entonces la cosa
pasa a ser suya. Usted reconoce la perfecta justicia que hay en dar un equivalente por lo que
recibe, y no le gustaría que fuera de otro modo. La misma ley justa prevalece en las cosas
espirituales. Si usted tiene necesidad de alguna cosa espiritual – alegría, seguridad, paz o
cualquier otra – sólo puede entrar en posesión de ella dando un equivalente; debe pagar lo que
vale. Así como debe dar una parte de su sustancia material por las cosas mundanas, del mismo
modo debe dar una parte de su sustancia inmaterial por algo espiritual. Debe entregar alguna
pasión o vanidad o indulgencia antes de que la posesión espiritual pueda ser suya. El avaro que
se aferra a su dinero y no entrega nada de él por el placer que le da la posesión del mismo, no
puede tener nada del confort material de la vida. Vive en contínua necesidad e incomodidad a
pesar de su riqueza. El hombre que no entrega sus pasiones, que se aferra a la ira, la descortesía,
la sensualidad, el orgullo, la vanidad, la auto-indulgencia, por el placer momentáneo que le
reporta la gratificación de estos impulsos, es un avaro espiritual. Esta persona no puede tener
ningún confort espiritual, y sufre contínua necesidad e inquietud espiritual a pesar de la riqueza
de placeres mundanos a los que se abraza fuertemente y rehúsa entregar.

El hombre sabio en las cuestiones mundanas no pide ni roba, sino que trabaja y compra, y el
mundo lo honra por su honestidad. El hombre sabio en cuestiones espirituales tampoco pide ni
roba, sino que trabaja en su propio mundo interior, y compra sus posesiones espirituales. El
universo entero lo honra por su honestidad.

Otra ley en los asuntos mundanos es que un hombre que se compromete con otro en cualquier
forma de empleo se debe contentar con el sueldo que acordó. Si a fin de mes, al recibir su
salario, le fuera a pedir a su empleador una suma más grande, argumentando que, aunque no es
justo reclamarla y que realmente no la merece, sin embargo esperaba recibirla, no sólo no
recibirá esa suma mayor sino que posiblemente será despedido de su puesto. Sin embargo, en
cuestiones espirituales los hombres no piensan que es tonto o egoísta pedir esas bendiciones –
salario espiritual – que nunca han acordado, por las que nunca han trabajado, y que no merecen.
Cada uno obtiene de la ley universal aquello que acuerda y por lo cual trabaja – ni más, ni
menos; y está contínuamente entrando en acuerdos con la Ley Suprema – el Maestro del

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universo. Por cada pensamiento y acción que él da, recibe su justo equivalente; por todo el
trabajo hecho en forma de acciones recibe el salario que merece. Sabiendo esto, el hombre
iluminado siempre está contento, siempre satisfecho y en perfecta paz, sabiendo que cualquier
cosa que reciba (tanto lo que los hombres llaman desgracia como buena suerte), es lo que él se
ha ganado. La Gran Ley nunca estafa a nadie lo que le corresponde, sino que le dice al quejoso
y desconforme: “Amigo, ¿no acordaste conmigo trabajar por una moneda al día?”.

Nuevamente, si un hombre se vuelve rico en bienes mundanos debe economizar, y ahorrar sus
recursos financieros hasta que haya acumulado capital suficiente para invertir en alguna rama de
la industria; entonces debe invertir con buen criterio su pequeña acumulación de capital, sin ser
demasiado ajustado ni tampoco descuidadamente amplio. Así crece tanto en sabiduría como en
riqueza mundana. El vago derrochón no puede enriquecerse; es despilfarrador y bullanguero. El
que quiera enriquecerse en bienes espirituales también debe economizar, debe ahorrar sus
recursos mentales. Debe refrenar su lengua y sus impulsos, sin desperdiciar su energía en
chismes sin valor, discusiones vanas, o excesos temperamentales. De esta forma acumulará una
pequeña suma de sabiduría que es su capital espiritual, y debe entonces invertirla (volcarla) en
el mundo para el bien de otros, y cuanto más uso haga de ella, más rico se vuelve. Así el hombre
crece tanto en sabiduría como en riqueza celestial. El que sigue sus impulsos y deseos ciegos y
no controla ni gobierna su mente es un despilfarrador espiritual. Nunca puede volverse rico en
las cosas divinas.

Es una ley física que si queremos alcanzar el pico de una montaña debemos escalar. Debemos
buscar el camino hacia la cumbre y luego seguirlo cuidadosamente, y el alpinista no debe
rendirse y retroceder por el trabajo que implica y las dificultades que acarrea, sin contar los
dolorosos ascensos, de lo contrario no podría lograr su objetivo. Y esta ley es también espiritual.
El que quiera alcanzar las grandes alturas de la grandeza moral o intelectual debe escalar por su
propio esfuerzo. Debe descubrir el camino y entonces seguirlo contínuamente, sin renunciar y
volver atrás, sino superando todas las dificultades, y resistiendo todas las pruebas, tentaciones, y
angustias, y de ese modo finalmente se erguirá sobre el pico glorioso de la perfección moral,
teniendo el mundo de la pasión, la tentación y el sufrimiento bajo sus pies, y los cielos infinitos
de la dignidad extendiéndose vastos y silenciosos sobre su cabeza.

Si alguien quiere llegar a una ciudad lejana, o a cierto lugar de destino, debe viajar hacia allí. No
hay ninguna ley por la cual pueda ser transportado instantáneamente hasta ese lugar. Sólo puede
llegar allí haciendo el esfuerzo necesario. Si va caminando hará un gran esfuerzo, pero no le
costará nada de dinero; si va manejando un coche o toma un tren, hará mucho menos esfuerzo,
pero deberá pagar con un dinero que se ha ganado trabajado. Llegar a algún lugar requiere
trabajo; esto no puede ser evitado; esa es la ley. Espiritualmente es lo mismo. El que quiera
alcanzar cualquier destino espiritual, tal como pureza, compasión, sabiduría, o paz, debe viajar
hacia allí, y debe trabajar para llegar hasta allí. No hay ninguna ley por la cual pueda ser
transportado inmediatamente a cualquiera de esas hermosas ciudades. Debe encontrar la ruta
directa y entonces aplicar el trabajo necesario, y finalmente llegará al fin de su viaje.

Éstas son unas pocas entre muchas leyes, o manifestaciones de la Única Gran Ley, que deben
ser entendidas, aplicadas y obedecidas antes de alcanzar la completa madurez de la vida y las
bendiciones espirituales. No hay ley mundana o física que no funcione, con igual exactitud, en
el reino espiritual – esto es, en el mundo interno e invisible de los seres humanos. Así como las
cosas físicas son las sombras de las realidades espirituales, así la sabiduría mundana es la
imagen reflejada de la Sabiduría Divina. Todas esas operaciones simples de la vida humana en
asuntos del mundo que nadie cuestiona nunca, sino que todos siguen y obedecen dada su
claridad y exactitud obvias, se dan en las cosas espirituales con la misma exactitud infalible; y
cuando esto es entendido, y estas leyes son obedecidas tanto en los asuntos espirituales como en
los mundanos, entonces la persona habrá alcanzado el apoyo firme del conocimiento exacto; sus
sufrimientos terminan, y sus dudas desaparecen.

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La vida es justicia simple e inflexible; sus operaciones son lógica clara y exacta. La Ley reina
por siempre, y el corazón de la ley es el amor. El favoritismo y el capricho son lo contrario a la
ley y al amor. El universo no tiene favoritos; es supremamente justo, y le da a cada uno lo que
se gana por derecho propio. Todo es bueno porque todo está de acuerdo a la ley, y a causa de
esto, la persona puede encontrar el camino correcto en la vida y, una vez encontrado, puede
regocijarse y alegrarse. El Padre de Jesús es el Bien Infalible que está encarnado en la ley de las
cosas. “Nada malo puede sucederle a un hombre bueno ni en la vida ni en la muerte”. Jesús
reconoció lo bueno en su propio destino, y exoneró de culpa a todos sus perseguidores. “Ningún
hombre”, declaró, “me quita la vida, sino que yo la entrego por mi voluntad”.

Aquel que, simplificando su vida y purificando su mente, llega al entendimiento de la hermosa


simplicidad del ser, percibe la operación invariable de la ley en todas las cosas, y conoce el
resultado de todos sus pensamientos y acciones sobre sí mismo y sobre el mundo – sabe que los
efectos están ligados a las causas mentales que él mismo pone en movimiento. Entonces piensa
y hace sólo aquellos pensamientos y acciones que son benditos en su concepción, benditos en su
crecimiento, y benditos en su culminación. Aceptando humildemente los justos resultados
dolorosos de todas las acciones hechas en su estado de ignorancia, nunca se queja ni teme ni
cuestiona, sino que reposa en obediencia. Él es perfectamente feliz en su conocimiento de la
bondad de la Ley.

"El tejido de nuestra vida futura


Lo tejemos nosotros mismos de acuerdo con los colores que elegimos,
Y, en el campo del Destino
Recogemos lo que hemos sembrado.”

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14. Finales felices
"Tal es la Ley que mueve a la justicia,
De la cual nadie puede finalmente escapar;
El corazón de ella es Amor, el fin de ella
Es paz y dulce consumación. Obedece."

-----La Luz de Asia.

"Así, tal vez, cuando tu tarea termine,


El error se haya perdido en la verdad,
Y todos los días de la semana se mezclen con el día de descanso
¡Con el largo día de descanso de la Luz!"

----Whittier

La vida tiene muchos finales felices, porque tiene mucho de noble, puro y hermoso. Aunque hay
mucho pecado e ignorancia en el mundo, muchas lágrimas, mucho dolor y sufrimiento, también
hay mucha pureza y conocimiento, muchas sonrisas, y mucha sanación y alegría. Ningún
pensamiento puro, ningún acto generoso puede fallar en alcanzar un resultado exitoso, y cada
resultado exitoso es un final feliz.

Un hogar placentero es un final feliz; una vida exitosa es un final feliz; una tarea hecha bien y
con dedicación es un final feliz; estar rodeado de amigos amables es un final feliz. Un pelea
dejada de lado, rencores terminados, palabras descorteses reconocidas y perdonadas, amigos
reconciliados – todos estos son finales felices. Encontrar lo que uno ha buscado tediosamente;
pasar de las lágrimas a las sonrisas; despertar a la brillante luz del sol después de estar en la
pesadilla dolorosa del pecado; descubrir después de mucha búsqueda el Camino Celestial en la
vida – estos son, verdaderamente, consumaciones benditas.

Aquel que busque, encuentre, y entre por los caminos que he indicado llegará a esto sin
buscarlo, porque su vida entera estará llena de finales felices. El que comienza bien y continúa
bien no necesita desear buenos resultados, ya los tiene a la mano; son la consecuencia
inevitable; son las certezas, las realidades de la vida.

Hay finales felices que pertenecen solamente al mundo material; estos son transitorios, pasan y
se van. Hay finales felices que pertenecen al mundo espiritual; estos son eternos, y no pasan ni
se van. Las compañías, placeres, y comodidades materiales son dulces, pero cambian y se
desvanecen. Más dulces son aún la Pureza, la Sabiduría, y el conocimiento de la Verdad, y estos
nunca cambian ni se desvanecen. A cualquier lugar que vaya un hombre en este mundo puede
llevar consigo sus posesiones mundanas; pero pronto debe separarse de ellas, y si él se apoyaba
sólo en ellas, derivando de ellas toda su felicidad, llegará a un final espiritual de gran vacío y
necesidad. Pero el que ha llegado a la posesión de cosas espirituales nunca puede ser privado de
su fuente de felicidad: nunca puede ser separado de ellas, y a cualquier parte que vaya en el
universo llevará sus posesiones consigo. Su final espiritual será la alegría completa.

Feliz con Felicidad Eterna es aquel que ha arribado a esa Vida en la cual el pensamiento del ego
ha sido abolido. Ya, ahora mismo en esta vida, ha entrado en el Reino de los Cielos, el Nirvana,
el Paraíso, la Nueva Jerusalén, el Olimpo de Júpiter, el Palacio de los Dioses. Conoce la Unidad
Final de la Vida, la Gran Realidad de la cual estos nombres pasajeros y cambiantes son apenas
débiles expresiones. Él reposa en el seno del Infinito.

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Dulce es el reposo y profunda la felicidad de aquel que ha liberado su corazón de sus lujurias y
odios y deseos oscuros; y aquel que, sin una sombra de amargura o egoísmo, y mirando a todo
el mundo con compasión y amor ilimitados, puede pronunciar, desde lo más íntimo de su
corazón, la bendición:

Paz a todos los seres vivientes,

sin hacer excepciones ni distinciones – tal persona ha alcanzado ese final feliz que nunca puede
ser quitado, porque es la perfección de la vida, la plenitud de la paz, la consumación de la
perfecta felicidad.

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