Jean Daniélou
PREFACIO PARA LA E D IC IÓ N ITALIANA
Dicho esto, queda en pie el hecho de haber sacado a la luz algo nuevo
y verdadero. Q ue los elementos culturales ju d ío s ejercieron una gran
influencia sobre el cristianismo primitivo es algo de lo que no se podía
dudar leyendo el abundante material, sacado de diversas fuentes cristia
nas antiguas, que él había reunido. En particular, numerosos cristianos
de las primeras generaciones habían respirado la atmósfera apocalíptica
ambiental. De lo que resulta un cierto tipo de elaboración teológica,
cuyos resultados habían sido puestos ante nuestros ojos: especulaciones
cristológicas, eclesiológicas, angeológicas, cosmológicas, etc.,... con una
riqueza insospechada. De este m odo, se nos restituía un aspecto com
pleto del pensam iento cristiano antiguo. Casi todos los críticos,
incluyendo los que habían avanzado reservas por las insuficiencias m eto
dológicas de la obra, reconocieron que realizaba una aportación mayor
para el estudio de la historia y del pensam iento del cristianismo prim i
tivo. Esta importancia fue sancionada por el hecho, relativamente raro
cuando se trata de libros científicos, de la aparición de ediciones en len
guas extranjeras: inglés en 1964, italiano en 1974.
Ahora que ha pasado ya el tiempo y las discusiones que levantó la
Teología del judeocristianism o se han reposado, resulta claramente que
este libro es una obra de referencia obligada para cualquiera que se inte
rese en los orígenes cristianos. Básicamente, y sea la que sea la relativa
im propiedad del térm ino judeocristianism o —¿qué térm ino m ejor
podría sustituirlo?—, la tesis del Padre Daniélou «se mantiene»: su efica
cia, su fecundidad, no sólo entre las manos de su autor, sino también en
las de m uchos otros estudiosos, la han convalidado a posteriori. De
repente, la imagen que es posible hacerse del cristianismo durante sus
cien prim eros años de existencia, se recom pone con un equilibrio sensi
blemente modificado. La «nueva visión de los orígenes cristianos»
esbozada con brío en la Teología del judeocristianism o se ha im puesto en
su conjunto y condiciona ya la investigación. Además, la riqueza de la
docum entación reunida por el Padre Daniélou a partir de fuentes, que
son a veces difícilmente accesibles, la abundancia de los textos traduci
dos y analizados, hacen de este libro u n instrum ento de trabajo
irremplazable. Tam poco se puede decir que esta obra erudita huela a
polvo. El autor deja filtrarse por todas partes una curiosidad despierta, la
alegre progresión de la búsqueda y el placer del descubrim iento, ese
maravillarse que nace cuando algunas piezas del puzzle ajustan y nos
descubren un nuevo rincón del cuadro. Así aparece el entusiasmo que
PREFACIO 17
M.J. Rondeau
PRIMERA PARTE
LAS FUENTES
I
1. E ljudeocristianism o
* S. CJ. F. Blandón, Thr Fall ofjrrttsalrm and th t Christian Churrh (Loixlon 1951) 126-153.
LA HERENCIA LITERARIA 25
1 M. Simón, Vena Israfl. EtwU sur les rrlalions entre chrftiem eljuifs dans VEmpire nmiaiu (135-
425), (París Hífvt) 14.
LA HERENCIA LITERARIA 27
*• Esta parte (MU, 12 y V) sc cncu entra en R. H. Charles, Apocryfdta and Pstudepigrapha of lhe
OU Testament II, pp. 159-162, y en EL pp. 1023-1033.
* Ver S. Gict, «La “Guerre «les Juife” «le Flavius Josèphc et quelques énigmes «le l'Apocalypse»:
RSR26 (1952) 18-22.
30 LAS FUENTES
Ascensión de Isaías en la misma época, sólo que algo más tarde, sin duda
entre el 80 y el 90.
Q ueda la cuestión del m edio geográfico y religioso en el que situar la
obra, que es completamente característica de una apocalíptica judeocris-
tiana palestina. Por un lado, carece de los rasgos característicos del
medio asiático: su milcnarísmo está muy atenuado (IV, 16). Hay que
pensar p o r lo tanto en el centro donde parece que los judeocristianos se
reunieron después del año 70, es decir, en A ntioqufa,0. El autor depende
de las especulaciones sobre el m undo celeste a las que Ignacio de Antio-
quía alude cuando escribe: «También yo soy capaz de concebir las cosas
celestes, las jerarquías (toiio Oeoígk;) angélicas y las tropas de los
arqueontcs» (Trall., V, 2). La doctrina de los siete ciclos, que es extraña
a la apocalíptica ju d ío palestina antigua y que aparece en la apocalíptica
judcocristiana, parece ser una influencia siria, que volveremos a encon
trar en los Testamentos.
En cuanto al medio religioso, no es posible encontrar influencias ese-
nias caracterizadas. Designar al dem onio como Bclial (IV, 2) formaba
parte entonces del judaism o com ún o, con mayor exactitud, de la gnosis
ju d ía, que se caracteriza p o r la pretensión de poseer un conocimiento de
los misterios celestes. Por otra parte, esto no implica ningún carácter
heterodoxo. No hay huella de gnosticismo en el libro, y la teología de la
T rinidad y de la Encam ación son arcaicas, pero no heréticas. El interés
de la obra reside en que nos sitúa en presencia de una primera gnosis, es
decir, es una prim era teología cristiana, cuyos modos de expresión han
sido tomados prestados de la apocalíptica judía. Por tanto, se trata de una
fuente eminente para nuestra investigación.
El problema que plantean los Testamentos de los X II Patriarcas es más
delicado. Por un lado, las alusiones cristianas son m enos explícitas. Por
otro, aunque es posible debatir sobre cada pasaje para saber si es ju d ío o
cristiano, lo que sobre todo se plantea es un problema que concierne a la
obra en su conjunto. La mayor parte de los autores, en particular Charles,
ven una obra judía, que los cristianos habrían interpolado". En general,*
I Hénoch, CVI, 2-3 [El, j». 621]. Ver también la concepción de Noc, que Lamee atribuye a los
Vigilantes en el Comeniario del Causis, descubierto a» Qumrán [N. Avigad - Y. Yadin,.4 Gene-
sii Apocryphan (Jerusalem 1956) col. 11,1 ]• [El, p. 387].
LA HERENCIA LITERARIA 35
" Ver M. Philoncnko, «La cmmogonic <iu Uvrc <lcs Sccrcts cl’Hénoch» en Reíigiotu en F.fjpte
hrlléuiitujur el romaine (París 1969) 113-116.
* Orígenes. Com. Jo., IL31 (SC 120, pp. 331-337); Com. Gen., 111, en Philoc., 23,15 (SC 226,
p. 180-182) y 19 (SC 226, p. 196); c f Hom. .Vum., XVII,4.
*' Sobre esta secta ver H. Ch. Pucch, «Archontikcr»: RAC 1,633-643.
36 LAS FUENTES
" J. GcQcken, Komfwsition unJ F.nUUhunpzeil átr Oráculo Sibyllina: TU XX11I, 1 (1902).
n A. Kurfew, «Oiristlidic Sibyllincm» en Hennccke-Sdinecmelchcr, Neutntanuntíiche Apokry-
phni II (Tiibingen '1904) 498-502.
52 LAS FUENTES
la alabanza de los labios (V il, X II, XIV). Por otra parte las Odas de
Salom ón denotan el m isino genero literario que las H odayot de Qum -
rán, lo mismo que la D idachc se em parenta con la Regla, pues ambas
son expresión de ese profetism o litúrgico que es una característica del
judcocristianism o Además, el elemento de gnosis está bastante m ar
cado. Lo más característico aparece en la misteriosa Oda XX III, donde
la cruz está simbolizada por una rueda (10) y donde se dice que «la
cabeza bajó hasta los pies» (14). Esto se puede com parar con un pasaje
de los Hechos de Pedro, 38, donde la crucifixión de Pedro es con la cabeza
abajo [lo que simboliza la caída de Adán reparada por la cruz de Cristo,
p o r ejemplo, la extensión cósmica del Verbo; ver más adelante «La cruz
cósmica»]). O rbe interpreta el texto en sentido valentiniano74, pero yo
pienso que se trata de una especulación sobre la cruz sin rasgos heréti
cos y característico de la gnosis judeocristiana.
Un último elemento característico es, sin duda, la presencia de algu
nas huellas de ascetismo. Un pasaje (Odas de Salom ón, XI, 17-18) lleva a
Rendel H arris a creer que las Odas de Salomón ponen el matrimonio bajo
sospecha ” y el vino no se m enciona jam ás. Se recordará que Taciano,
que pertenece también a la escuela siria oriental, exagera estas mismas
tendencias 7\ V oóbus ha establecido que, originalmente, en Siria los bau
tizados elegían en el momento del bautismo entre el m atrimonio y el
celibato, y los que escogían la virginidad eran bautizados los prim eros77.
'Io d o esto parece estar en relación con un ambiente m arcado por el asce
tismo de ciertas com unidades judías, sin exageraciones heterodoxas.
El conjunto de estos rasgos coincide con el cristianismo sirio de la Gran
Iglesia y, a la vez, apunta a la Ascensión de Isaías y a las Cartas de Ignacio.
Con todo, ¡>or una parte parece que estamos ante un grupo en el que la
influencia esenia sigue siendo particularmente viva, por otra, algunos rasgos
hacen pensar mejor en Siria oriental y en las cercanías de Bardesane, donde
las tendencias de la piedad judía permanecen especialmente marcadas ' \ *
u A. Orbe, Lrn pnrrtems herrjes ante la perserun on. op. at., 176-212.
J. R. Harm, The Odes and Psalms of Solomon, 70-71
* Irenco, Adv. haer., 1,28,1.
■■ A. Voobus, Celibacy, a Requirement for Admission to Baptism in the Early Syrian Church
(Stockholm 1951) 21-34.
’ Al mismo aml »¡cute pcrtciiecc El Canto de la Perla, que sc coiucrva cn los Heehos de 'lomds (108-
LA HERENCIA LI TERARIA 53
5. Bernabé y H ermas
113). Estos Hechos son gnósticos, pero El Conto Je la Perla es una antigua com|>os¡c¡ón litúr
gica judcocristiana. Cf. A. Adam, «Die Psalmen des Thomas und das Pcrlcnlicd>: BZNW 24
(Berlin ) 55-75 (P. 11. Poirier, L'ihtnue Je la perle des Actes de 'Thomas. Introduction, texte, tra
duction, ctmimentaire (Leuven - lj - Neuvc I9S1 ].
r‘ Eixtn^elio de Pedrv, 1-23. Ver G. Schille, «Zur urchrisdichen Taufichrc: stilistische Beobach
tungen am Bamabasbricf»: ZNW 49 (1958) 31-52; L. W. Barnard, «The Epistle of Barnabas and
die Tannatüc Catechisms: ATR 41 (1959) 177-190.
S. G. F. Brandon, The Fall o f Jerusalem and the Christian (Jiunh. 236.
“ ■[Trad. fr. de los midrashim de Haharucy deXahún en El, p. 337-365].
54 LAS FUENTES
“ J. I)ti|Mint, (}uais. La connaissance religieuse Jans Us Épitres Je Saint Paul (Louvain 1949) ] 98.
J. Daniclou, «Esclialolojçic chrétienne et eschatologie sadocitc», en Les Manuscrits de la Mer
Morte (Colloque de Strasbourg* 25-27 nuyo 1955) 118-125.
M P. Prigcnt, VÈpitre de liant abl ¡-XVI et ses sources (Paris 1961 ); R. A. Kraft, The EpistU of Bar
nabas, its (¿flotations and their Sources, diss., (1 larvard 1961).
** Ver N. A. Dahl. «La terre où coulent le bit et le miel selon Barnabe Y'1,8-19», en Aux sources de
la Tradition chr/timite (Mélanges M. CogueT), (Neuchâtel 1950) 62-70.
LA HERENCIA LITERARIA 55
‘ J. M. Baumgarten, «Sacrifice and Worship among the Jewish Sectarians of the Dead Sea
(Quinran) Scrolls»: HTR 4« (1953) 141-159.
~ L. W. Barnard, «The Epistle of Barnabas and the Dead Sea Scrolls: some observations»:
«Scottish Journal ofThcology» 13 (I960) 45-59.
•* Clemente de Alejandría, Strom., 11,7,35,5. Cf. La discusión dc K. Wcngst, Tradition mid
Tfuologir drs Barnabaibrirfes (Berlin 1971) 113-1*20.
* Orígenes, Contra CfLw 1,63.
56 LAS FUENTES
otra parte se pueden constatar las analogías con los Oráculos Sibilinos;
parece haberse tranquilizado la persecución romana del tiempo de Tra-
jan o y el conflicto es, sobre todo, con los judíos. Desde este punto de
vista es contemporánea del K trygm a de Pedro, citado por Clemente de
Alejandría w.
Lo vinculamos también con obras que testimonian la gnosis de la
Iglesia judcocristiana según el Pastor de H erm as. El objeto preciso de la
obra es la disciplina de la penitencia y su contexto, la com unidad eclc-
sial. Incluso en este caso, el origen judeocrístiano ha sido contestado.
Reitzcnstcin, en su obra Poimandres, Dibelius en su comentario y Pcter-
son, en un a r t í c u l o h a n subrayado los puntos de contacto del libro con
la literatura helenista de las visiones y, en particular, con los textos de
Hermes Trimegisto. Pero, a pesar de que es posible plantear el tema de
las influencias judías sobre estos Libros, permanece el hecho de que las
características judeocristianas son m ucho más considerables. Como ha
dem ostrado en último lugar A udct": hay influencias literarias helenistas,
pero el fondo es judeocrístiano.
Esto lo resalta, en prim er lugar, el género literario de las diversas par
tes de las que la obra está com puesta. Hay visiones completamente
análogas a las de los apocalipsis, con los ciclos abiertos y con el ángel
desem peñando el mismo papel. La única diferencia es que quien recibe
las visiones es contem poráneo y que las visiones conciernen a la vida de
la Iglesia. En esto la obra está em parentada con el Apocalipsis de Juan.
Herm as es uno de esos profetas que la D idaché afirma que existen; la
Ascensión de Isaías lamenta la desaparición; el montañism o muestra que
aún sobreviven; y que parecen característicos, no de la existencia del
Espíritu en la Iglesia, como piensa Cam pcnhausen **, sino de la forma
concreta que esos carismas toman en la com unidad judeocristiana y, en
particular, en el movimiento esenio.
” Cf. L. Pcmvctlcn, The Concept of the Chunk in the Shepherd of Hennas (Lund 1966).
** A. Adam, «Erwägungen zur Herkunft der Didache»: ZKG 68 (1957) 21-23.
" Cf. S. Giet, llermas et les Pasteurs (Paris 196.3) y mi crftica en RSR 52 (1964) 103-107.
LA HERENCIA LITERARIA 59
6. Ig n a c io y C lem ente
Se puede añadir que la {»articular autoridad que Orígenes reconoce a la obra es un argumento a
favor de que se remonta hasta la época apostólica. En este sentido, es notable que el Pastor vaya
justo después del Nuevo Testamento en el Codrx Sinaitinis.
60 LAS FUENTES
' E. Mollami, «Tbc Heretics combatted by Ignatius of Antioch»: «Journal of Ecd. Hist.» 5 (1954)
16. recogido en Opusruta patristica (Oslo 1970) 17-23. C.f. lambicn L. W. Barnard, «The Back
ground of St. Ignatius of Antiodi»: VC 17 (1963) 193-206. rccogida en Studies in the Apostolic
Fathers and their background (Oxford 1966) 19-30.
v" II. Schlier, ReligionsgeschichtlicJie Untersuchungen zu den Ignatiusbriefen (Giessen 1929)
175-186.
” 11. Schlier, ibfd., 50. La expresirtn cs familiar en la cornunidad de Qumrin (DSD VW,5).
LA HERENCIA LITERARIA 65
"" Ver W. C. Van Unnik, «Is I Clement 20 purely stoic?»: VC 1 (1950) 181-189. A. Jaubcrt, «Tha
mes lévitiques dam la Prima Clcmcntis»: VC 18 (1964) 193-203.
I"‘ Vcr H.Thycn, Drr Slil drr Judisrh-hellenistichrn ilomilie (Gottingen 1955) 11-39.
1,1 Ver A. G. Martimort, «L'iconographic des catacombes ct la catéchésc antique»: «Riv. Arch.
Crist.» 25 (1949) 105-114.
K. BcysclUag, Clemens Rotnauus un drr FruhkathoUzismus (Tübingen 1966) 48-135.
66 LAS FUENTES
7. T r a d ic io n e s d e l o s p r e s b ít e r o s
" J Ver E. (:ut\vcngcr,«l’apias. Einc chronolo«ischc Studio»: ZKT 6f> (1!M7) 41b'.
LA HERENCIA LITERARIA 67
Esto plantea enseguida una cuestión, que dirige el estudio que aborda
mos. En la época de I renco se puede entender por tradición dos cosas
diferentes. Por una parte, existe una transmisión oficial de la fe, tal y como se
expresa por la «regla de la fe», y cuyo órgano es la sucesión de obispos. Esta
tradición es a la vez oral y escrita y versa sobre las verdades principales. Por
otra parte, existen en esta época tradiciones orales, que se refieren a campos
muy diferentes y que se remontan, no a los Apóstoles mismos, sino a la gene
ración apostólica, a la primera comunidad, que, por serlo, ha gozado de una
gran autoridad en el siglo segundo. No obstante, no llevan liasta la tradición
en el sentido dogmático del término, sino solamente liasta tradiciones anti
guas. El contenido de estas tradiciones es precisamente el objeto de nuestro
estudio, a saber, la teología de la comunidad cristiana de los tiempos apos
tólicos. Así se señala su importancia para nuestro proj)ósito.
Esto viene confirmado por el segundo testimonio que poseemos
sobre Papías, el de Eusebio. Éste nos lia transm itido el prefacio de la
obra de Papías, de la que nos da el título, Exégesis de las palabras del
Señor: «No dudaré en reunir para ti (en este libro) todas las cosas que he
aprendido de los presbíteros y que he fijado en la memoria, al mismo
tiempo que mis interpretaciones (eppqveíau;)... Si por azar llegaba
alguien que había conocido a los presbíteros, yo le interrogaba sobre las
palabras de éstos, sobre lo que habían dicho Andrés, Pedro, Felipe,
Tomás, Santiago, Juan, Mateo o algún otro discípulo del Señor, o sobre
lo que decían Aristón y el presbítero Juan, discípulos del Señor. Pensaba,
en efecto, que lo que viene de los libros no es tan útil como lo que pro
cede de una palabra viva y perm anente» (H E 111,39,3-4).
El texto es explícito. Por presbíteros, Papías parece designar, de
modo global, el ambiente de la prim era com unidad, incluyendo tanto a
los apóstoles como a los demás. No es, por tanto, la enseñanza de los
apóstoles como tal lo que le interesa. Por otra parte, distingue claramente
los libros, que son las Escrituras canónicas, y las tradiciones orales, que
son algo diferente y en lo que se interesa de modo particular. No se
podría delimitar mejor lo que nos trasmite: doctrinas procedentes de la
com unidad judeocristiana, pero que no forman parte de la tradición ofi
cial de la Iglesia, esto es, hablando con propiedad, la teología de la
prim era com unidad. Papías tiene, por otra parte, una aportación perso
nal: él mismo ha hecho éppqveTai, lia sido exegeta y teólogo. Bajo este
título representa una fuente distinta y posterior, pero que está relacio
nada también con la teología judeocristiana.
82 LAS FUENTES
Esta obra es completamente diferente de uii Krrygma de Pedro, que cita Clemente de Alejandría,
y que es el primer tratado ortodoxo de aj>olog¿tica que conocernos. Ver J. N. Reagan. The prea-
chine o f Frier (Chicago 1923).
'■ Texto griego en R. A. IJpsiu.1 y M. Bonnet, Dir apokryphen Apostrlgeschirhtrri. I, p. 45-103;
trad. fr. <lc L. Vonaux, Les Artes de Fierre (Paris 1922).
J UDEOCRISTIAK1SMÜ HETERODOXO 83
" Se puede observar que antes de la iniciación cbiouita, el candidato |x>ue jwr testigos a los de
mento» de que no traicionará los secretos (Hom. Clrm. D u im a r i2; GCS 3).
*' J.Thomas,L t mcHvementbaptisUen PaUstint el Syrir ( 150 a.C.-300d.C.)t (Gemldoux 1935) 155.
JUDEOCRISTIANISMO HETERODOXO 89
K Este tcxlo es citado con frecuencia por los gnósticos: Simón (Hipólito, EUnch., VI, 13),Justino
(FJstuh., V. 2«).
90 LAS Kl ENTES
" Cf. K. HoH, CrsammrlU Aufsátu zur Kirchm^eschichU, II (Tübingen 1U28) 33-43; J. Daniclou.
ÉttuUs d'tx/f'hf jud/o-thrilirnnf, 118- 121 .
i
LA EXí:cESIS J UDEOCRISTIANA 147
Ver O.J. Sciu, «Antecedente and Signification oftlicTcrm JBI. 66 (19-17) 211*219.
148 EL AMBIENTE INTELECTUAL
3. E xégesis apocalíptica
*' Por otra parte, la cuestión no ¡nidia plantearse mis que para losjudíos helenizados. Por tanto, el
origen aquí no es la a¡>ocalíptica judía de Palestina.
11 Flavio Josefa. .4n/. Jud., XV.5,3 113G); cf. Gál 3,19 [Estos dos textos hablan de la meditación en
general sin nombrar ningún ángel; cf. cap. V.. apartado 2, El Verbo y Miguel].
” Se puede observar que Basílidcs enseña que el princi¡»c de los ángeles (3 Miguel) tiene a su
cargo el pueblo judío, y que es él a quien los judíos toman ¡K»r Dios (Ircnco,.í</x>. tuur., 1,24,4).
*' Sobre los paralelos helenísticos ver C. Andrcscn, uttdNomos. Die Polrmik drs Krisos svider
das Christentum* pp. 195*197.
1 G. Soury, La dhnoHclopr dr Plutarqut (Paris 1942) 131.
LA A [’OCAL í PTICA J UDKOCRISTIA NA 171
* El Apocalipsis de Pablo, 13-14 (M. R. James, The Apocryphal New Testament, 1924, rcimpr.
1955, p. 530-532) dard ¡»osteriomicnte un gran desarrollo a la doctrina.
F. Cumont, «Les vents el les anges psycho}>oin|>cs», en PisdculL Melanges F. J. Dfdgrr (1939) 70-5.
“ J. Danidou, Les Anges et leur mission (Clicvctognc *1953) 129-142; (Paris J!990) 143-157.
** Testamenlo de. Levi 111,5-7.
“ Pastor de llermas, Sim.%V!,2,5; Apocalipiis de Palm, passim.
176 EL AMBIENTE INTELECTUAL
ante el hecho de que las acciones de los hombres, sean buenas o malas,
se inscriben en libros celestes, que serán presentados el Día del Juicio.
Esta concepción subraya la importancia de las acciones humanas y está
en relación con la concepción del Juicio. T ien e también antecedentes en
la religión de Babilonia y, a través del judaism o y del judcocristianism o,
pasará a la tradición cristiana. Sin embargo no nos vamos a ocupar de ella
en este capítulo.
La literatura judeocristiana toma la concepción, propia de la apoca
líptica ju d ía, del designio escondido de Dios inscrito en las tablillas
celestes y que es revelado a un profeta después de una ascensión. En
concreto, esta concepción es la del Libro I de Uenoc (L X X X I,l-3;
C II I .l-3; CVI,19). Tam bién se encuentra en el Libro ¡I de Uenoc que es
judeocristiano: «El Señor llamó a Vreveil, uno de sus arcángeles, por ser
hábil, para que escribiese todas las obras del Señor. Y el Señor dijo a Vre
veil: utoma los libros de los depósitos y pon u n cálamo a H cnoc y díctale
los libros...’1Y me decía todas las obras del cielo y de la tierra y del mar»
(XX11,8-XXIII,1). Antes se había tratado de los ángeles que «regulan
toda la vida y escriben ante el rostro del Señor» (XIX,5).
La continuación del texto muestra que el contenido de los libros es
el conjunto de los designios de Dios en la naturaleza y en la historia.
A quí tenemos una escena de «revelación» en el sentido propio de la pala
bra. T odo está escrito con antelación en los libros celestes. Esos libros
son los m ostrados o com unicados o, como en este caso, dictados. De este
m odo los Apocalipsis son copia de los libros celestes. Un ángel es el
ministro de esta revelación. Por otro lado, se puede observar que son
también ángeles quienes escriben los libros celestes. Todas estas diversas
concepciones tienen antecedentes en la apocalíptica judía.
Las mismas ideas se encuentran en la Ascensión de Isaías. C uando
Isaías es introducido en el séptim o cielo, «uno de los ángeles que están
allí... me m ostró los libros y los abrió, y los libros estaban escritos y no
eran com o los libros de este m undo. Me los dio, los leí y descubrí que
los hechos de los hijos de Israel estaban escritos en él y tam bién los de
los que no conoces. Y dije: En verdad, no hay nada de lo que se haga
en el m undo que esté escondido para el séptim o ciclo» (IX ,22-23). Los
Testamentos de los X I I Patriarcas tam bién presentan el m ismo tema. En
el Testamento de Aser se puede leer: «He sabido por las tablillas del
ciclo, que seréis desobedientes e impíos» (V II,5). En el Testamento de
Leví: «He realizado en este tiem po la venganza sobre los hijos de
LA APOCALÍPTICA JUDEOCRISTIANA 181
Emmor, según está escrito en las tablillas del ciclo» (V,4)*\ Por ello, los
x a ip o í están determ inados con antelación en las tablillas del cielo. La
idea de revelación y la de detcnninism o son las dos nociones que inte
gran la concepción.
La com unicación de un libro no significa sólo el conocim iento de
los acontecim ientos del porvenir, sino tam bién la revelación de una
doctrina oculta. Esto aparece en el Pastar. En la Visión 1, Hernias ve
una m ujer anciana, con vestiduras relucientes y «que tenía un libro en
la mano» (1,2,2), que le propone a Herm as que le lea el libro (1,3,3).
Esto se termina por la evocación de la creación del m undo y la de la
Iglesia (1,3,4). T odo esto recuerda el contenido de los libros que
Vevreil lee a H cnoc. En la Visión II, el Pastor ve de nuevo a la m ujer
anciana «que se paseaba leyendo un pequeño libro» (11,1,3). Se enta
bla el siguiente diálogo: «¿Puedes anunciar estas palabras a los
elegidos de Dios? —Señora, respondí, me es im posible acordarm e
de tantas cosas; pero dadm e esc pequeño libro para que yo lo copie.
—Tóm alo, dijo ella, y luego inc lo devuelves» (11,1,3). Herm as toma
entonces el libro y «retirándom e al cam po, lo copié entero, letra por
letra, pues no podía distinguir las sílabas. C uando term iné de escribir
todas las letras, el pequeño libro me fue súbitam ente arrancado de las
manos. ¿Por quién? Eso no lo vi» (11,1,4). Por fin, después de quince
días de ayuno y oración, el contenido del libro le es revelado a Hermas
(11,2,1). El contenido es un mensaje de penitencia.
E ncontram os representaciones análogas en el judeocristianism o
heterodoxo de los elkasaítas. Ensebio nos dice que su revelación p ro
cedía de un libro caído del cielo (H E V I,38). Más explícito, H ipólito
escribe que Elkai poseía «un libro revelado por un ángel» (ElencJt.,
IX, 13). La com unicación del libro p o r u n ángel, que es el Hijo de Dios,
com o liemos visto, recuerda la Ascensión de Isaías, donde los libros
celestes contienen las revelaciones que fueron com unicadas por
Miguel, del que veremos que designa al Hijo de Dios. Las representa
ciones siguen siendo las de la apocalíptica, pero aplicadas a nuevas
revelaciones.
" Ver también la Oración de José: «l ie leído sobre las tablillas celestes todo lo tjuc os sucederá a
vosotros y vuestros hijos» («/;. Orígenes, Com. (¡rn., III, en ¡‘hilos., 23,15).
182 EL AMBIENTE INTELECTUAL
Sim ilitud, el Pastor dice: «Tú, que has sido revestido de fuerza por el
santo (cíyioc;) ángel, que has recibido del cielo tal don de oración... ¿Por
que no pides al Señor (Kopioq) la inteligencia?» (V,4,4). El Angel santo
y el Kyrios aparecen situados al mismo nivel. Por el contrario, el Pastor
pertenece a otra esfera, como muestra la continuación del pasaje.
Hacemos notar que la expresión «ángel santo» equivale a «ángel
venerable». En la Séptim a Sim ilitud, el mismo ser es llamado «ángel glo
rioso» (cvfio^oq). Herm as se lamenta de haber sido entregado al ángel
del castigo y el Pastor le responde: «Es necesario que seas afligido, así lo
ha decidido el ángel glorioso» (V II,1). La misma expresión aparece en el
mismo contexto en V II,2 y 3. Pero en V II,5 se le llama «ángel del Señor»:
«Es necesario que sufras: ésa es la orden del ángel del Señor que te ha
confiado a mí». Esta expresión aparece varias veces, además con formas
diversas, en el capítulo. La expresión ángel glorioso vuelve a aparecer
otra vez en la Sim ilitud IX, 1,3.
Por último, en la Octava Sim ilitud se lee: «El Pastor me hizo ver un
gran sauce que cubría las llanuras y las m ontañas... Un ángel glorioso
(£vÓot;oc;) del Señor, de una talla colosal, estaba ju n to al sauce y tenía
una gran hoz y cortaba ramas del sauce que entregaba a la m ultitud que
se abrigaba debajo del sauce» (VIII, 1,1-2). Enseguida vuelve a pedir las
ramas, las toma y las examina. Después «el ángel del Señor ordenó que
fuesen a buscar coronas. Le trajeron coronas que parecían hechas con
palmas y coronó a los hom bres que le habían devuelto las ramas cubier
tas de brotes y de frutos, después los enrió a la torre. A los demás, que
habían traído ramos con brotes, pero sin frutos, los envió también a la
torre, después de haberlos m arcado con un signo (oqjpaytc;). Todos lle
vaban los mismos vestidos, blancos como la nieve» (V IIl,2,I-3).
Este texto presenta un interés considerable para la liturgia judcocris-
tiana. Sin duda alguna se trata de la disciplina de la penitencia, que
parece ejercerse con ocasión de una reunión de la com unidad. Esto
recuerda la ceremonia anual de la reclasificación de los miembros en
Q um rán, según el M anual de disciplina (V,20-24). Además, la imagine
ría presenta el m ism o contexto sacram ental que el bautism o
judeocristiano, tal como lo evocan las Odas de Salomón, con la corona, el
MJ. Daniclou. Les anges ti leur mission (Jl 953), p. 190; (’1990) 20.
* Flaviojoscfo, Antigüedades. XV.5,3 [136]; Gál 3,19; Hch 7,53; Hcb 2,2.
:t Ver también Aseensión ¡u n a s , IX,4-5.
204 LAS DOCTRINAS
" VerJ. DamcJou, «Une source de b spiritualité chrétienne dans les manuscrits de b Mer Morte:
b d<»ctriiie des deux esprits»: «Dieu vivant» 25 (1953), 127-136.
: J. P. Audet. «Affinités littéraires et doctrinales du Manuel de discipline», art. cil., p. 53.
222 LAS DOCTRINAS
vías reza: «Hay dos vías en el inundo... que han sido encargadas a dos
ángeles, uno de justicia, el otro de iniquidad» (1,1)72. En todos estos
pasajes, resulta con claridad que se trata de dos ángeles. N o se encuentra
una trasposición trinitaria de la doctrina esenia.
Pero esto es diferente en Hermas, que en los Preceptos desarrolla su
doctrina de los dos Espíritus. En prim er lugar, se trata «de no hacer
cohabitar una mala conciencia con el Espíritu de verdad (nveO pa
«AqOeía«;) y de no entristecer al Espíritu augusto (oepvóc) y verídico»
(111,4). El térm ino «Espíritu de verdad» estaba en el M anual de disci
plina, pero, por otro lado, en Jn 16,13 designa la Tercera Persona de la
Trinidad. La expresión «entristecer al Espíritu Santo» evoca E f 4,30.
Más adelante se habla de «el Espíritu Santo que habita en ti» al que se
opone «el espíritu malvado» (novqpóc;) (V ,l,2). Pero la continuación
presenta la oposición en términos diferentes: «El Señor (KÓpioi;) habita
en la paciencia y el diablo en la cólera» (V ,l,3). La equivalencia Espíritu
Santo = Señor, que Audet discute, aquí es evidente.
Las expresiones que se refieren al «ángel de la justicia» confirman
esta impresión en la continuación del pasaje. Es preciso «creer en el
ángel de la justicia» (V I,2,6). Más importante es la expresión: «Es bueno
unirse (aKoAouOetv) al ángel de la justicia y renunciar (á n o iá f;« o ü « i)
al ángel del mal» (VI,2,9). La segunda expresión es la que se utiliza en la
renuncia a Satanás del bautismo. La contrapartida de esta renuncia es la
adhesión a Cristo, como, en Hermas, es adhesión al Espíritu. Este pasaje
nos deja entrever (pie ese rito cristiano podría tener un origen esenio. La
iniciación esenia comprendía juram entos de ruptura con el m undo del
pecado y de comprom iso hacia la com unidad, que son expresión de la
doctrina de los dos Espíritus. El rito cristiano, en este punto, igual que
en algunos otros, parece depender del rito esenio7’. Y esto sería una
señal en la tradición litúrgica, de la trasposición al Verbo o al Espíritu de
la concepción esenia del Príncipe de la luz.
Un último texto es importante para m ostrar la distinción que H er
mas establece entre el Espíritu Santo como persona divina y los*
**J. Schlcclit. De duabus viis (Freiburg ¡ni Br. 1ÎMJ0) 8 (Nueva ed. j»or W. Rordorf y A. Tuilier, en
el apéndicc a lut doctrine des Douze Apfitres (Didach?), SC 248, p. 207).
” J. Daniélou, «La communauté de Qumràn et l’organisation de l’Eglise ancienne», art. cit., (= Im
Bible et l'Orient., 105).
TRINIDAD Y ANCKOLOCÍA 223
son las mismas que las del judeocristianism o ortodoxo, pero la teología
es diferente. La doctrina cbionita sigue siendo, pura y simplemente, la
doctrina ju d ía, con una superficial coloración cristiana, y, de ningún
m odo, es trinitaria, pues Cristo no es Dios. La doctrina de Hernias y de
la Ascensión de Isaías, p o r el contrario, es una doctrina cristiana, que uti
liza categorías judías. El problem a no es diverso del que opondrá, en el
ambiente griego, a arríanos y ortodoxos. Eunomio será un neo-platónico
que utiliza términos cristianos, mientras que Gregorio de Nisa será un
cristiano que utiliza categorías neo-platónicas. En uno y otro caso, que
darse en las analogías de terminología, significa falsear radicalmente las
perspectivas.
” il Bar., VI, 7-VI11,2; FlavioJoscfo, Bell., VI, 5,3 f3(M)J; Tácito, Historia V, 13,3.
HJ. Danidou, Les attfts et leur mistión, of>. cit., 19-20. Los testimonios más antiguos son: Pseudo-
Cipriano, Adv. JuJ., 4; Melitón, Hom. Pase., 98; Tertuliano, Adv. M an., IV, 42,5.
75 Lo mismo en Vil. Prvph. Iíabac., 1,2 [Ed. y traducción {x>r C. C. Torrey (Pliiladclphia 1940)].
** En d sentido de «mantel de altar», cvftini), es sinónimo de dnAcapa.
236 LAS DOCTRINAS
17 E. Dinklcr, «Jesu Wort vom Kreuztragen» en JíeuUsiam. Stud. FürRtuL Hultmann 110-29.
'* J. Dumcloti. fíibU et Liturgie, op. d i , 76-9(5 [- Les symboles chrtluns primitifs (Paris 1ÍH»1) 143-
152].
'* VerJ. L. Tcichcr, «The Christian Interpretation of the Sign X in thc Isaiah ScrolU: «Vctus Tcs-
tamenlum» 5 (1955) 19(5-198; II. Rahner, «Das Mystische lau»: ZKT 75 (1953) 387-388 (art.
recogido en SymboU der Kirr/te, Salzburg 1964,40(5-432).
* (Sobre Ix-s tradiciones judía* que se refieren a tau, última letra d d alfabeto hebreo, símbolo de
la |>erfección y, entre ios judeocristianos, símbolo de la cruz con el que se signa en la frente, ver
Orígenes, SeUc. Ezequirl., 9 (PC. XIII, 801 A)].
LA ENCARNACIÓN 279
tanto, (juc el hom bre cuyo nacim iento había sido predicho p o r la apa
rición de la estrella, debía haber llegado al m undo y, al acogerle como
superior a todos los dem onios y los seres que norm alm ente se les apa
recían y m ostraban un cierto po d er mágico, quisieron adorarle».
Estam os aquí muy cerca de la perspectiva de Ignacio sobre C risto
que destruye la potencia de la magia desde su venida. Sin em bargo,
falta la alusión a las potencias astrales. Q ue, sin em bargo, sí se encuen
tra, con referencia a la estrella de los magos, en el gnóstico T eodoto,
com o C lem ente da a conocer (E xcerpt., 69-75). El texto describe p ri
m ero la naturaleza del D estino, que resulta de la acción de las
Potencias, que actúan p o r los astros (69). Los hom bres están som eti
dos a su dom inio y el S eñor nos arranca de él: «Por esta razón u n astro
ex trañ o y nuevo (íc v o c á o i f j p x a t kcíivóc;) se ha levantado
(úvéietA ev), destruyendo el antiguo orden de los astros, brillando con
una luz nueva, que no es de este m u n d o ...: el Señor mismo» (74). La
com paración de los dos térm inos con Ignacio es chocante. N o obs
tante, el pensam iento de T eodoto subraya más la potencia de los
cosmocratores y denota así su orientación gnóstica. Adem ás, en los
magos ve astrólogos a quienes su ciencia ha perm itido conocer el naci
m iento de C risto, como precisa el párrafo siguiente de los Excerptai
«No sólo los magos vieron la estrella del Señor, tam bién supieron la
verdad: un rey había nacido» (75).
El conjunto de estos textos nos pone, por tanto, en presencia de una
tradición que vincula al episodio de los magos, el tema, unido a la venida
de Cristo, del final de las prácticas mágicas y astrológicas, que se consi
deraban como culto hecho al dem onio. La teoría que une estas prácticas
a las potencias del mal es específicamente judeocristiana y procede de los
apocalipsis judíos. El texto esencial es el Libro I de Henoc V III,3, que
muestra a los ángeles malvados revelando a los ángeles las prácticas
mágicas. Este texto es usado con frecuencia en las Hom ilías CUmentinas
(VIII, 12-23; IX,13-1S, etc.). Por tanto, en un m edio judeocrísdano,
influido por la apocalíptica, es donde aparece la inteqjretación de la his
toria de los Magos, tal como la relatan Justino y Orígenes ".
En cuanto a la alusión a la astrología que parece contener el texto de
Ignacio y que supone un dominio de las potencias astrales sobre el hombre,*
LA IGLESIA
1. LA MUJER ANCIANA
* VcrJ. Beniner, «Die altchrisüichc Itlee einer präexisticrenden Kirche ihm! ihre theologische Aus
wertung»: «VViss. Und Wahr.» 9 (1912) 13-22.
1 H. Schlier, Christus und dir Kirche im Ephrsrrbrief, op. rit., 66-68.
* Rstn ya cs cicrto cn Pahlo. Vcr L. Ccrfaux, Im th/ologir de l'fcfjiise suivant saint Paul (Paris 19-42)
276-282.
LA IGLESIA 355
T iene corno fundam ento (xcGepcAítOTat) la palabra (p fjp a ) del Nom bre
todopoderoso y glorioso y como sosten la fuerza invisible (Súvapic;
áó p aio c;) del Maestro... Los seis jóvenes que trabajaban en la construc
ción... son los ángeles de Dios creados los prim eros. A ellos, Dios ha
confiado todas sus criaturas» (Vis., 111,3,3-4,1). El contexto es el de la
creación y aparecen los seis ángeles encargados de su administración.
Todavía hay algo más importante. La torre está fundada sobre la palabra
y construida en el agua. C uando Herm as pregunta la razón, la mujer res
ponde que ella le ha sido ya entregada antes. Se refiere a la Visión I, en la
que se lee: «El Dios de los ejércitos, que p o r su fuerza invisible (riúvapic;
aó p aio c;)... ha creado el inundo,... y cuya palabra (f!>fjpa) todopoderosa
ha fijado el cielo y asentado los cimientos (Of p f Aichjcic;) de la tierra
sobre las aguas, por una sabiduría y una providencia particulares, ha cre
ado su santa Iglesia y también la ha bendecido» (3,4).
Por tanto, es cierto que los dos rasgos misteriosos de la Iglesia, fun
dada sobre la palabra y construida sobre el agua, deben explicarse a
partir del relato de la creación. El texto descansa sobre una analogía entre
las aguas primordiales y las aguas bautismales p o r un lado y la palabra
creadora y el Verbo encam ado por otra. A quí tenemos, por consiguiente,
el prim er ejemplo de aproximación explícita entre las aguas de la crea
ción y las de la regeneración, al que la tipología bautismal concederá
posteriorm ente un im portante lugar, en particular, después de Tertuliano
(De bapt., 111,1-2; SC 67). Es posible también que esta analogía esté ya
en el trasfondo de J n 3,5.
T odo esto nos sitúa en el mismo contexto que hemos ido encon
trando hasta aquí. El único rasgo nuevo es el cambio de la imagen de la
m ujer anciana p o r la de la torre. Hay que notar que no se trata de la cons
trucción de una ciudad o de un templo, sino de una torre. N o es
imposible que la imagen se refiera también a un contexto de creación,
considerando a la tierra como un edificio con forma de pirám ide, que se
ha construido encima de las aguas inferiores. La imagen de la torre o de
la m ontaña cósmica es familiar para la m entalidad semítica y los zignrat
babilonios lo confirman. Más adelante, los Him nos de Efrén nos m ues
tran la tierra com o la m ontaña del Paraíso (1,4-5).
Si juntam os los elementos de esta visión de la Iglesia, se forman tres
grupos: la comparación de la Iglesia con mía mujer y una torre, la preexis
tencia de la Iglesia al resto de la creación y la relación entre este simbolismo
y el relato del Génesis. ¿Se puede separar el contexto de estos elementos?
358 LAS DOCTRINAS
inos sobre estos textos gnósticos, j>cro desde ahora, el problema que se
plantea es saber en qué contexto de pensamiento hay que situar esta con
cepción. A m enudo se ve en ella una concepción gnóstica, que habría
sido adoptada p o r los prim eros teólogos cristianos —y en particular por
P a b l o p e r o , sin embargo, no tenemos motivos para suponer influencias
gnósticas en Hernias. El contexto de su pensamiento es el del judaism o
palestino. ¿Se encuentran en éste analogías con la Iglesia preexistente?
Efectivamente, esa idea se encuentra inuv cercana a una de las con-
cepcioncs esenciales de la apocalíptica, la de la preexistencia, oculta en
Dios, de las realidades escatológicas. Uno de los casos más importantes
es la figura del «I lijo del hombre» en Daniel y en el Libro I de Henoc,
donde es una figura cscatológica. Sobre ésta, I Henoc dice: «Antes que el
sol y que los signos (del Zodiaco) fuesen creados, antes que fuesen
hechas las estrellas del cielo, su Nom bre fue dicho ante el Señor de los
Espíritus» (XLVIII,3). Lo mismo sucede con la Iglesia. El Apocalipsis
de Juan nos muestra la Jerusalén nueva «que bajaba del cielo, de ju n to a
Dios». Parece claro que la misma representación está implícita en el
pasaje del Libro 1 de Henoc, donde se ve al Señor de las ovejas, después
de haber replegado la vieja casa, la Jerusalén prim era, «traer una casa
nueva, más grande y alta que la primera» (XC,29). De m odo más explí
cito, el Libro II de lia n te habla de la construcción que fue preparada con
anticipación, desde el tiempo en que Dios meditaba hacer el paraíso, y
que enseño a Adán, antes de su pecado, pero que le fue quitada, como el
paraíso, cuando pecó; y que ahora se conserva cerca de Dios, igual que
el paraíso (IV,3-7).
De este modo, la ciudad santa, igual que el paraíso, forma parte de
las realidades creadas las prim eras, pero que Dios conserva cerca de sí.
Ése es el caso del Paraíso en el Libro I de Henoc. El árbol de la vida, que
está cerca de la montaña del paraíso, «ningún ser de carne lo ha podido
tocar antes del gran juicio... Entonces será entregado a los justos y a los
santos... Entonces bendije al Dios de gloria, al rey eterno, porque había
preparado tales recom pensas para los hom bres ju sto s y creado cosas
semejantes...» (XXV,4-7). Así el Hijo del hom bre, el paraíso y la ciudad
santa forman parte de un conjunto de realidades que han sido creadas las*
I ícrm as se trata de los seis protoctistas. Tanto para Hernias como para el
autor anónimo, el séptimo es el Verbo. Por otro lado, Clemente, en un con
texto donde habla de los protoctistas, dice que «los ángeles son llamados
días» (LVI,6; 153). La doctrina de los protoctistas, por tanto, parece estar
también conectada con una interpretación anagògica del Génesis.
Por otro lado, parece claro que en este punto Clemente no defiende de
Hermas. Su interpretación, aunque posea elementos materiales comunes,
tiene una inspiración completamente diferente, más platónica y menos esca
tològica. Tampoco hay razón para suponer que Hernias depende de Papías.
Luego la única explicación posible es la existencia de una exégesis del
Génesis en la comunidad primitiva, entre los presbíteros, que sea la fuente
común de los dos autores. Esa exégesis estaría caracterizada por el hecho de
que los episodios del Hexamerón no se interpretan con referencia a la cre
ación del mundo material, sino a realidades espirituales preexistentes. Para
Hermas, estas realidades se sitúan en una perspectiva escatologica, la Igle
sia que preexiste en el pensamiento divino. Clemente, por su parte, que se
encuentra en el sentido del realismo platónico, ve en ello la creación espiri
tual, angélica, anterior a la de los hombres.
2. L a esposa de C risto
11 Ver H. Schlier, op. dt. c» n. 3, 60-75; L. Ccrfaux, op. d t en n. 4, 275-287; A. Orl>c, «Cristo y la
Iglesia en su matrimonio anterior a los siglos»: EE 29 (1955) 299*344.
MH.Ch. Pucch, C. Quispel, ver art. cit en la n. 7,94-102.
” F. M. Saguan!, Im gnoit valcntinienne, op. d t, 140-198.
412 LAS INSTITUCIONES
ado» (XIX, 1). La Epístola de Clemente pone en el capítulo XIII una ense
ñanza atribuida al Señor: «Sed m isericordiosos, para obtener
misericordia; perdonad, para ser perdonados; tal como actuéis, se
actuará con vosotros; según lo que deis se os d a rá ;... la m edida que uti
licéis, se utilizará con vosotros» (X III,2).
Por otra parte, Clemente de Alejandría, al final del Pedagogo, da un
resumen de la moral cristiana. El resumen (KccpaAauóSqc; ém Spopq)
comienza con una cita de 1 Pe 1,17-19 y 4,3 (111,12; GCS 283). Después
viene una alusión al bautismo (ávaycwqOévreq). Se trata de una ense
ñanza que se da a quienes todavía son niños espiritualmente (283,33).
Enseñanza que comienza por la afirmación de las dos vías: «Te conduciré
por la vía (ó6óq) de la salvación; aléjate (á n ó o ia ) de la vía (ó6ot) de la men
tira» (284,9). Se expone la vía buena; la resume (KftpuAuuófiqt;) una
palabra que todo lo abraza: «Lo que quieras que los hombres te hagan,
hazlo tú mismo» (284,20-21). «También se puede reunir en dos manda
mientos: Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas
tus fuerzas, y a tu prójimo como a ti mismo» (284,21-23). Por fin, Clemente
expone los mandamientos con detalle, según la ley y el Evangelio7.
Finalmente, las Hom ilías Clementinas aportan un último ejemplo. Se
trata de la catcquesis bautismal de los habitantes de T iro , que comporta
una exposición de la doctrina de los dos espíritus: «Dios, que ha creado
todo, desde el principio tiene impuesta esta ley a los dos principes
opuestos, a la derecha y a la izquierda...» (VII,3). Los habitantes de T iro
han seguido hasta este m omento la vía de la m uerte, ahora pueden recu
perar la vida. Pedro pone las condiciones: «Rezar a Dios...; abstenerse de
la mesa de los demonios; no probar carne muerta; no tocar la sangre;
purificarse por abluciones. El resto se resume en una palabra...: los
bienes que cada uno desea para sí, que los desee igualmente para el pró
jim o... no quieres que te maten, no mates; no quieres que seduzcan a tu
mujer, no cometas adulterio; no quieres que te roben, no robes tú»
(V il,4; G CS 118-119). A continuación viene una segunda catcquesis,
para los habitantes de Sidón. También comienza por un tratado de las
dos vías (V II,7); después vienen algunos preceptos (VII,8).
m ande al bautizando que ayune uno o dos días antes» (V il,4). La I Apo
logía de Justino testimonia la misma costumbre: «Quienes... creen en la
verdad de nuestras enseñanzas y de nuestra doctrina prom eten, prim ero,
vivir según esa doctrina. Después les enseñamos a rezar y a pedir a Dios
con el ayuno la remisión de sus pecados anteriores. Nosotros mismos
también rezamos y ayunamos con ellos» (I Apol., L X I,2 )1’. Además del
ayuno, el texto de Justino confirma la existencia de la catcquesis prebau
tismal. Parece que esa catcquesis se terminaba con un comprom iso. Da
la impresión de que esto es una enseñanza general y no la preparación
inmediata. De esta primera enseñanza se habla también en los Rectmoci-
mientos elanentinos 111,67. El comprom iso sería la inauguración de la
preparación inmediata, costum bre que ha persistido en la Iglesia siria, en
la que la renuncia a Satanás y el com prom iso con Cristo tienen lugar al
inicio de la cuaresm a14, al comienzo de la preparación inmediata. Esto
encuentra una coincidencia con la inscripción de los nom bres, de la que
hablan los Reconocimientos clementinos (111,67), que también está aso
ciada en la Iglesia siria al inicio de la cuaresma. La preparación
inmediata, para Justino, estaría constituida esencialmente p o r ayunos y
oraciones.
El origen ju d ío de la costum bre del ayuno es evidente. Q ue el ayuno
prebautismal tiene origen ju d ío está confirmado por su presencia en los
escritos pseudoelem entinos. De nuevo, estamos en presencia de una cos
tum bre judeocristiana. Acabamos de citar Rec., 111,67: «Después de
haber dado su nom bre, oye los misterios del reino. A continuación, que
se aplique a ayunos frecuentes y se examine a sí misino. Al cabo de tres
meses...» Hay otra cita de los Reconocimictitos que es curiosa. La
m adre de dos jóvenes pide ser bautizada inmediatamente. Pedro res
ponde: «Es necesario que ayune al menos un día antes de ser bautizada,
y esto, porque be oído de ella palabras que me aseguran su fe... De otro
m odo, debería ser instruida antes durante m uchos días» (V II,34). Por lo
11 Ver también el uso de los valentinianos: «Por esta razón (= para librarse de los demonios), hay
ayunos, súplicas, oraciones, (im]M>sicione.s) de manos, genuflexiones» (Clemente de Alejandría,
Excerpt., 84,1; SC 208. Ver también p. 234, donde F. M. Sagnard muestra que el texto nos [»er
mite imaginar cuáles eran los usos cristianos en la mitad del siglo u).
" A. Benoit. I~t baplêmt chrétirn au %tcond iircU. 145-146.
n Ver también Reconocimientos^ VI, 15,2.
416 l-AS INSTITUCIONES
Se puede observar que el tiempo de prueba entre los esenios comporta que se cjerra «la tem
planza» (Flaviojoscfo, Bell., 11,8,7(138)).
' ' Esto parece confirmado por Clemente de Alejandría, Kxrrrpt.. 84, donde el ayuno pre-baulis-
mal, unido a b oración, tiene como finalidad expresa expulsar los demonios (SC 209). Sobre el
nexo entre ayuno y exorcismo, ver H. Musuríllo, «Tire Problcin of Ascética! Fasting in thc Grcck
Patristic Writcrs»: «Traditio» 12 (1956) 19-23.
'* 'Iaml»icn se advierten las imposiciones de manos (Hom. Clem., 111,73; Clemente tic Alejandría.
Excrrpt.y 84,1).
**Justino, 1Apol., XLIX.5. Ver también / / CUmrttle, VI,4-5 con cinoiátxnoOrn.
422 LAS INSTITUCIONES
“ Ver también Odas de Salomón XXV, 8: «He .sido cubierto por el vestido de tu Espíritu y me lias
desjMijadn de las túnicas de piel». El tema del desjKijo de las túnicas de piel de Gn 3,21 tendrá
un gran éxito. Ver J. Datiiélou, IlibU el IJlurgie, op. dL, 53-57.
<J Ver J. Danielou, aCatcchcse paséale ct rctour au Paradis»: «La Maison-Dicu» 45 (1956) 115.
* G. W. H. Lampe lo admite (The Seal ofthe Spirit, 112).
H Ver la jlusiún al vestido blanco en el Templo de Jcnisalén después de Lis purificaciones rituales
en Pap. Oxyr., V.840,1,27. Este texto lo comcntaj. Jeremías en lu honortm A. FríednrJisen. Con-
jectanea Moléstamenfica, 11 (Lund 1947) 103-104, y a i Jesuiworte (Züricli 1948)42-44.
•*J. II. Bernard, The Odes of Solomon (TS, 8,3), (Cambridge 1912) 45.
424 LAS INSTITUCIONES
los ramos (de palma), el agua viva... Se com prende así el carácter escato-
lógico de la corona en la Ascensión de Isaías. La fiesta de los
Tabernáculos jugaba un gran papel en el judaism o. Asimismo, como
veremos, parece que también ocupa un lugar en el judeocristianism o.
Sin duda fue una fiesta bautismal. Por ello, la costum bre de coronar a los
neófitos podría ser la trasposición de la costum bre ju d ía de la fiesta de
los Tabernáculos
La costum bre de la corona se presenta como típico de lo que el cris
tianismo lia tenido que abandonar al pasar a los ambientes paganos. En
efecto, en ese ambiente, llevar una corona tenía un carácter idolátrico, ya
que era llevada por los sacerdotes paganos y su concesión a un soldado
tenía el sentido de un acto de culto. Por esto, Tertuliano condena su uso
en De corona militis. En estas condiciones resulta claro que el hecho de
que la llevasen los bautizados presentaba un aspecto equívoco, pues
podía ser vista como una asimilación del bautismo al culto a los ídolos,
lo que lleva a que la costumbre desaparezca com pletam ente46. Problemas
análogos surgen con otros ritos. Por las mismas razones ha desaparecido
en el ju d aism o 47.
Se plantea una última cuestión que concierne a los ritos post-bautis-
tnales, la de la spkragis. Esta cuestión ha sido muy debatida estos últimos
años y parece que se ha llegado a varios puntos. En prim er lugar, en los
textos arcaicos, la palabra otppayíc; no designa un acto en particular dis
tinto del bautismo, al que estuviese asociada la efusión del Espíritu. En
particular, no hay espacio para pensar en un paralelismo circuncisión-
bautismo entre los judíos y spkragis-bautismo entre los cristianos. La
palabra spkragis designa el bautismo mismo y la efusión del E spíritu4*.
El conjunto de los textos más antiguos es decisivo desde este punto de
vista. La palabra otppcxyíc; aparece con este sentido en Pablo (E f 1,13; II
Cor 1,22); se la encuentra entre los autores judcocristianos: en la II Cle
mente VI 1,6 y V III,6 ,w, en el Pastor de Hermas™, que escribe: «El agua
° Odas de Salomón, XX,7, indica que se trata de una corona de hojas: «Ven al Paraíso, hazte una
corona de su árbol y púntela sobre la cabeza».
“ En cuanto al origen del uso, Büclilcr ve en ello una influencia griega («La Fête des Tabernacles
diez Tacite et Plutarque»: «Rev. des Études Juives» .37, 1898, p. 19(i), pero esto parece difícil
mente conciliable con la mención de las coronas en \os Jubileos.
n E. Goodcnough, Jrwish Symbols, IV, 157.
“ G. W. H. Lampe, The Seal of IheSpirit, 97-149.
LA SANTIDAD PASTORAL 457
’ Gregorio de Nisa, Pida de Aíeú«, 11,45; SC, Itcr, 130*132. Sobre los paralelismos helenísticos,
ver P. Boyancc, al «es deux dcmons pcrsonnclx»: «Rcv. de Philologic» 59 (1935) 8ss.
* J. Daniélou, «Dcmon» en Did. Spir., IV, col. 169-170.
' Ver también «El ángel (úyyiAtx;) «le la voluptuosidad y del delirio» (Sim., VI,2,I).
458 LAS INSTITUCIONES
que son los doce dem onios de los vicios. Entre éstos se encuentran la
tristeza, la m urm uración y la cólera (IX, 15,1-3). Más adelante se elabora
una lista (F m ., 111,8,3-5) de siete vírgenes que figuran los espíritus de las
virtudes.
En H ennas se observa la presencia del térm ino ó a ip ó v io v ju n to a
uveO pa. Esta expresión designa los espíritus del mal en el judaism o de
la época. Se encuentra en los LXX (D t 32,17) y en el Nuevo Testamento
(Mt 7,22; 9,33; etc.). Hay una interesante cita de Flavio Josefo: «Varias
especies de pasiones (nriOq) y de dem onios (ó aip ó v ia ) se cernían sobre
Saúl, lo sofocaban y ahogaban» (Ant., VI,8,2[16*6J). Destaca la equiva
lencia entre náÜoc; y S aipóvtov. Por otra parte, aparece el núm ero doce,
que es el de los demonios de los vicios para Hermas. En esto se separa
de los Testamentos. El número se vuelve a encontrar en los Esciitos H er
méticos (XI 11,7; Nock-Festugiére, 11,203).
En los textos del Nuevo Testamento en los que se trata de los siete
dem onios, éstos se presentan estableciendo su m orada en el hombre,
que, por ello, es objeto de una posesión verdadera. Ésta es una doctrina
frecuente en el judcocristianism o. En el Testamento de Rubén, por ejem
plo, los siete dem onios establecen cada uno su m orada en un órgano del
cuerpo (111,3-6). El pscudo-Bcm abc muestra que el alma, antes del bau
tismo, está habitada p o r los dem onios: «Antes de que tuviésemos fe en
Dios, el habitáculo de nuestro corazón... estaba lleno por el culto a los
ídolos y era una m orada de demonios» (XVI,7). Lo mismo se encuentra
en Hermas para el bautizado que cede a la tentación: «Cuando vienen
esos espíritus se alojan en un solo y único vaso en el que ya reside el
Espíritu Santo; el vaso no les puede contener y se desborda... Después
de la salida (del Espíritu Santo),... el hom bre queda lleno de espíritus
malvados» (M and., V,2,5-7).
Esta concepción de los dem onios que habitan en el hom bre toma
extraños derroteros en las corrientes heterodoxas. Las Homilías Cle
mentinas muestran a «los dem onios ardiendo en deseos de entrar en el
cuerpo de los hombres, porque, a pesar de que son espíritus, tienen avi
dez por comer, beber y aparearse» (IX, 10). Una vez que los hom bres les
han dejado entrar, «también se mezclan con el alma» (IX,9). Embosca*
del ángel del mal. Prim ero de todo, es irascible, agriado y Deno de
demencia: sus obras son malas y pervierten a los servidores de Dios...
C uando te sientas invadido p o r la cólera o la acritud, debes saber que él
está contigo» (,Mand., V I,2,2-5). A quí tenemos la expresión de una doc
trina que en el siglo IV será recogida por Atanasio en su Vida de Antonio
y que será clásica en la doctrina espiritual.
Por tanto, la vida espiritual se presenta en prim er lugar como lucha
contra los demonios. Ciertamente, éstos son expulsados p o r el bautismo.
Lo afirman la Epístola de Bernabé (XVI,7-9) y las Hom ilías Clemcntinas
(IX, 19), tal como hemos visto a propósito de los efectos del bautismo.
Pero los dem onios pueden volver al alma si ésta se deja ganar por sus
sugestiones, sus ¿vBúpqoiq (M and., VI,2,7). Por consiguiente, es im por
tante luchar contra ellos. Los instrum entos d e esta lucha son
principalmente la oración y el ayuno (H om ilía IX, 10). El ayuno ocupa
un puesto importante en el Pastor de Hermas (F íj ., 11,2,1; III, 1,2; etc.).
Ya hemos señalado que el ayuno pre-bautismal tenia valor de exorcismo.
N o hay que asustarse ante el dem onio, ya que carece de poder
cuando se encuentra con una fe verdadera. Hermas insiste a m enudo
sobre este aspecto: «No temas al diablo, pues el temor del Señor te hará
triunfar sobre él. De hecho no tiene poder alguno» (M and., V II,2). Y, de
nuevo: «Ten confianza en el espíritu que procede de Dios y que tiene
poder, pero rechaza cualquier confianza en el espíritu terreno y vano,
que carece de poder, pues procede del diablo» (M and., XI, 17). En
efecto, el «ángel de la penitencia» triunfa sobre él (M and., X II,4,7). Ade
más, «no puede hacer otra cosa que asustar, pero el tem or que inspira es
vano» (M and., XI 1,4,7). Destaca la distancia con el pesimismo del Libro
IV de Esdras, para el que el dom inio del yeser-ha-ra es inevitable. En la
doctrina judeocristiana todo ha cambiado, porque el diablo ha sido ven
cido por Cristo. Aunque el contexto de las doctrinas procede del
judaism o, las perspectivas son completamente diferentes.2
2. S inceridad y ciencia
tamento. Pero resulta más acusada en los textos judeocrístianos. Los más
importantes de éstos son, de nuevo, los Testamentos y 11crinas. Hemos
dicho que esos textos son los que denotan una influencia esenia más
fuerte. Por tanto, en ellos encontramos básicamente esa influencia. Ade
más, se trata de textos que han tenido una gran influencia sobre la
historia de la espiritualidad cristiana, en particular a través de Orígenes,
que los utiliza de m odo explícito y con frecuencia. Estamos, por tanto, en
presencia de uno de los ámbitos en los que la importancia del judcocris-
tianismo se presenta más segura.
Uno de los rasgos más chocantes de estos textos es el lugar que en
ellos tiene la cmAóxqc;. Se trata de la disposición fundamental del cris
tiano fiel, que se opone a la Suponía. Esta noción lia sido estudiada
recientemente por Conny E d lu n d 10y j. Am stutz11. Su investigación m ues
tra que la palabra es rara en los LXX y que adquiere importancia en los
deuterocanónicos (1 Mac 2,37; Sab 1,1). Aparece con frecuencia en
Aquila y Símaco (Edlund, p. 61). Aparece en el Nuevo Testamento, en
particular, en Pablo, donde indica la ausencia de doble intención en el ser
vicio al prójimo. AnAoOt; es sinónimo de teAekx;. En Mateo (6,22) y
Lucas (11,34) designa la sinceridad de la voluntad que busca realizar lo
que Dios quiere. En Efesios (6,5) y Colosenses (3,22) designa la obe
diencia a los maestros sólo por la voluntad de Dios. Se puede señalar la
importante expresión fj «uAóiqc; í] riq X piaxóv (2 Cor 11,3), que trans
fiere a Cristo lo que el Antiguo Testamento dice de la Ley.
De esto resulta que ánAóxqq se desarrolla en el griego bíblico de la
época de los orígenes del cristianismo. El térm ino traduce el hebreo tóm
y designa una intención que busca sólo la voluntad de Dios. Pero en el
judeocristianism o va a ocupar un lugar más importante y adquirir un
sentido más técnico. Esto aparece en los 'Testamentos'2. Es preciso cami
nar con «sencillez de corazón» (év ánA óxqn KapSícu;) (Simeón IV,5).
'AnAóxqq está asociado al temor de Dios (Rubén IV, 1; L e v íX III, 1) y al
am or de Dios (Isacar V ,l-2; V II,6-7). Designa la «integridad», la recti
tud; se opone a la doblez: «Las obras de Beliaz son dobles ( ó i i i Am );
I. T extos yT raducciones
D e M o n o g ra m m a C h risti 4 : 2 4 B (n. 45 )
X X I I , 9 : 131
3 3 8 (n. 42 ) X X I V , 1 :2 4 8
4 :3 3 2
X X X I V , 6 : 211 (n. 3 8 )
J u s t in o X X X V I , 5 :3 1 3
5 -6 : 3 2 1
L Apología X X X I X , ± 318
X L , 3 : 333
X X V I , 4 ; 100 (n. 5 1 ) X L I I I , L _248
X X X I I . 12 - 1.‘3 :2 7 5 3 :2 7 0
X X X V , 2 ; 3 3 2 (n. 17 ) 5 :2 7 1
X X X V I I I , 5 :1 3 5 6 :2 7 8
X L I , 4 : 132 X L I X . 2 : 1 3 2 ,2 5 5 in . 6 2 )
X L V , 1- 2 : 3 1 2 8 : 133
X L V I I I , 2 : 136 L I. 3 : 249
X L I X , 5 : 4 1 6 (n. 19 ) L I V , h 145
L V , l d f c 1 3 4 ,3 3 4 I V I , IO ; 2 1 7
2: 330 L V I I L 3 : 217
5 : 134 L X I , 1: 2 5 1 ,2 5 2
L X , 1 :3 4 7 L X I I , 3 : 9 2 ( n . 2 8 ) ,9 3
3 :1 3 3 4 :2 5 1
5 : 347 L X I I I . 2 : 145
1 X 1, 2 : 4 1 5 ,4 1 6 L X V I , 2 : 271
I L 2 4 2 (n. 3 1 ) 8 : 278
1 2 :2 8 9 L X X II, L 142
L X V , 2 3 : 4 3 4 (n. 8 6 ) 4 : 1 4 3 ,2 9 4
L X X I I I , 1: 137
L X X V , 2 : 211
II Apoi L X X V I , 2 : 145
L X X V I I , 2 =4 : 2 7 8 ( n . 4 4 )
V , 2 - 6 : 122 L X X V I I L 9 : 278
V I , 1 :2 4 2 L X X X , 4 :3 7
5 :3 9 2
L X X X I, 2: 386 (n .21)
D iàlogo con T rifón 8 -4 : 3 93
L X X X V i , L 6 :3 3 2
X I, 2: 248 4 :3 3 6
INDICE DE C 1TAS 531
6i335 Lactancio
LXXXV1I,6: 318
LXXXVIII, h_228 (n. 44) InstiL divinas
2.2-4: 286
3: 80, 285 1V,18:L42
4:286 VII, 24; 394
XC,5:331
XCI, L 2 :J3 3
XCIV, 2:332 Marcelo de Ancira
3:331
x c v ii ,2 r m Fragmentos
0 ,4 :2 0 2 ,2 5 2 30 (Re 25]: 152,253 (n. 55)
CV, 2: 333 (n. 22) 43 (Re 37): 253 (n. 55], 254 (n. 59]
CV1.4: 274,275
CXI, 1l 332
3:332 Pseudo Maximo Gonfesor
CXII, 1:33.1 (n. 13]
2 l332 SchoL ad Dionys.: EccL Hier.
CXIV, 2:211,332 382 (n. 8)
CXV1II, L_255 (n. 62)
3; 249 MysL TheoL, l
CXXII, 3: 249 159 (n. 7)
izhi 289
5 .6 : 249
CXX1V, 3: 174 (II. 43) M eutön de Sardes
CXXV, LJLLl
3-5:211 Homilfa pascnal
CXXVI, 1:2 7 5,332 (n, 40] 9 :2 49
4:217,331 29: 140
CXXX, 3: 211 9iL 344 (n. 51), 343
CXXX1,4:331,332 98:32,225 (n. 761,226
CXXX1V, 6: 211
CXXXV, 1,3:214
CXXXVIII,2:336 (n. 36), 332 M e t o d io d e O um po
IX, 1,237-238.236:395
532 ÍNDICE DE CITAS
De Resurredione
1,37,2-3: 174 Hom. sobre Isaías
L 2: 213 (n. 46}
IV, 1l213 (n. 46)
Adv. Porphyrium
L & 334 (n. 30)
Hom. sobre Jeremías
XX, 2; 213 (n. 43)
Novaciano
Contenido......................................................... 2
Abreviaturas ......................................... 9
Introducció n ............................................................................ LI
Prefacio a la edición italiana ..................................................... 13
Prefacio a la segunda e d ic ió n ................................................................. 14
PRIMERA PARTE
LAS FU E N T E S