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Sociología y/o Literatura.

Modus quo corporibus adherent spiritus comprehendi ab homine non potest, et hoc tamen
homo est.
(S. Agustín. Ciudad de Dios. XXI, 10)

I. “SOCIOLOGÍA Y LITERATURA”

II. LA SOCIEDAD INDUSTRIAL COMO CRITERIO DE LA ULTRAMODERNIDAD

III. EL INDIVIDUO COMO ESENCIA O COMO APARIENCIA .

IV. LOGOS DOBLEMENTE FORMALIZADO: CIENCIA SOCIAL Y HUMANIDADES.

V. EL FACTOR SINGULAR.

I. “SOCIOLOGÍA Y LITERATURA”

i.
La pretensión de escribir unas páginas en torno a la cuestión
Sociología y Literatura, tal como aparece formulada, envuelve ya una
posición determinada al respecto, pese a la mínima expresión a la
que se ha querido atener la fórmula titular. En efecto, la
yuxtaposición o la mera coordinación de los términos los sitúa uno al
lado del otro sin añadir más determinación relativa al modo de
abordar el problema. Pero la coordinación ubica los términos sobre
un mismo plano y la índole conjuntiva de la coordinación – una y otra
– añade, sin otra precisión, el carácter mutuamente externo de
ambos términos, de suerte que sugiere al menos dos órdenes
diversos, reunidos por la conjunción: por una lado la sociología y
junto a ella la literatura.
Es evidente que el planteamiento sería diferente de atenernos
a una fórmula disyuntiva Sociología o Literatura, donde cabe atribuir
a la disyunción un valor alternativo inclusivo, el propio de la partícula
latina “vel”, de suerte que un término no excluye al otro en el acto
de su afirmación, tolerando la coexistencia de ambos. Pero también
puede atribuírsele un valor disyuntivo exclusivo, el propio de la
partícula latina “aut”, de manera que un término niegue al otro: O
bien Sociología, o bien Literatura. Finalmente cabría también
2

interpretar la disyunción como explicativa o epexegética, una


conjunción de equivalencia (latín “seu”): Sociología o sea, Literatura.
Así pues, en el punto de partida señalamos que la aparente
ausencia de valoración de la fórmula titular, en su formato – por así
decir – minimalista, antes ostenta que oculta su propia posición. En
realidad establece las coordenadas mínimas, pero por lo mismo
fundamentales, que habrían de regir el desarrollo de la cuestión. Por
nuestra parte, nos aventuraremos a modificar la fórmula titular para
sostener la tesis implícita en la última de las formulaciones,
explicativa o epexegética, que hemos sugerido: Sociología, es decir,
Literatura.
Entendemos por “literatura” toda construcción desarrollada
formalmente en lenguaje humano de palabras (doblemente
articulado), distanciándonos pues del sentido material que el término
posee en la Universidad o en la Escuela, referido a determinadas
materias propias de la novela o del drama en expresiones como
“Historia de la Literatura” o “Literatura inglesa”. De la literatura en
este sentido material pueden hacerse análisis sociológicos: literatura
sociológica de la literatura.
En su sentido formal Literatura se utiliza ocasionalmente como
sinónimo de Humanidades señalando a una forma de saber que se
desenvuelve íntegramente en lenguaje de palabras. Precisamente en
este sentido tomamos el sustantivo al formular la cuestión:
Sociología, es decir, Literatura.
ii.
El matiz peyorativo que ocasionalmente se adhiere al término
“literatura” procede de su contraposición a las ciencias, como un
saber poco estricto frente al rigor sistemático y profundo de las
ciencias positivas.
En este sentido, la cuestión de las relaciones entre sociología y
literatura no es de ningún modo accidental sino esencial, si como
queremos mostrar aquí, involucra una oposición nuclear de la cultura
de nuestro tiempo, a saber: la oposición entre las ciencias positivas y
3

un tipo de saberes que, más o menos rigurosos, no alcanzan el


estatuto de las ciencias en sentido propio. Entre estos saberes de
problemática cientificidad un importante grupo – el conjunto de las
ciencias humanas – se arropa comúnmente con el prestigio de las
ciencias al precio de eludir una determinación gnoseológica
específica de la naturaleza de las construcciones científicas, dado
que contempla las ciencias desde una genérica perspectiva
epistemológica como formas de un conocimiento caracterizado por
su índole distanciada y libre de valoración. Enfoque genérico desde el
cual resulta posible incluir a las disciplinas antropológicas en la
república de las ciencias.
En cualquier caso, la cuestión es inaugural y constitutiva en la
historia de estas disciplinas, de todas y cada una de ellas. No sólo
inaugural, es decir, presente en la primera institucionalización de las
ciencias del hombre, sino incesantemente recurrente, como un
problema insoslayable en el curso de la breve historia de estas
ciencias, y capaz de poner en entredicho desde dentro la estructura
misma de estos saberes. Pero esta cuestión relativa a la distinción
entre los saberes antropológicos y las ciencias naturales, recoge a
una escala circunscrita al ámbito de las ciencias humanas, una
oposición que afecta a la naturaleza misma de la cultura moderna y
que resulta del problema ontológico y gnoseológico que el ser
humano (y su conocimiento en sentido etiológico y temático)
representa.
En efecto desde hace casi dos siglos y como una herida abierta
en la cultura de nuestro tiempo, encontramos una oposición
irresuelta entre el programa de las ciencias de la vida, de las que las
ciencias del hombre serían una determinación fundamental, y las
heterogéneas filosofías de la vida. Por lo que toca a la fórmula que
titula estas páginas, semejante oposición cobra el siguiente aspecto:
de un lado las filosofías de la vida, que se desarrollan íntegramente
en lenguajes de palabras, sin desbordar el ámbito de las lenguas
naturales, de un modo que cabe designar formalmente literario; de
4

otro lado y frente a estos saberes literarios y librescos, las ciencias


positivas – físico matemáticas – las cuales sin dejar de incluir de
algún modo los lenguajes naturales, sin embargo, los subordinan a
unos métodos en que quedan suspendidos, arrojando resultados que,
al “neutralizar” y “segregar” la subjetividad operatoria humana – de
la que genéticamente proceden – permiten asimismo suspender o
neutralizar los idiomas de los hombres.

“La paráfrasis de un buen poema puede ser una mala prosa; pero hay
una continuidad discernible entre la sombra y la esencia. La paráfrasis de un
teorema complejo en topología puede ser únicamente una aproximación
groseramente inadecuada o una transposición a otra rama o “dialecto” del
lenguaje matemático.”1

Así pues, la contraposición que ahora se nos presenta entre


sociología y literatura es, a nuestro juicio, una nueva forma de esta
recurrente discusión entre unas ciencias silenciosas y la constitutiva
locuacidad de los saberes del hombre.
Pero esta oposición encuentra en el seno de las diversas
ciencias humanas su reflejo proporcionado en la distancia entre dos
tradiciones mutuamente irreductibles: de una parte una tradición
positivista, de pretensión científica, de otra una tradición
hermenéutico-crítica, afín a los saberes humanísticos. En sociología
se trata de la distancia entre la tradición positivista de estirpe
comteana y la tradición hermenéutica o comprensiva de estirpe
weberiana. Semejante oposición entre las tradiciones positiva y
comprensiva, se elude al concebir la “diferencia” como
“complementaria” de modo que junto a la sociología positiva pudiera
convivir una sociología comprensiva, supuesto que no se nieguen las
mutuas contribuciones al acervo común de la ciencia social. Ahora
bien, este irenismo epistemológico no se compadece, a nuestro
juicio, con el curso de génesis histórica de los enfoques mencionados,

1
Steiner, George. Lenguaje y silencio. Ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo
inhumano. Gedisa. Barcelona. 2000. pág.31
5

precisamente porque – al menos genéticamente – estos enfoques


surgen uno como negación, es decir, rectificación y crítica del otro.
Este germen polémico puede ser desatendido pero no eliminado una
vez que ambas tradiciones se hayan consolidado en el seno de una
misma institución, institución cuya mismidad (unidad e identidad)
siempre quedará en entredicho, dada la oposición irresuelta que
mencionamos.
iii.
En efecto, el curso histórico de génesis nos ofrece el proyecto
de una sociología positiva con anterioridad a la tradición
comprensiva. Los datos mínimos son de sobra conocidos: Auguste
Comte (1798/1857) ha sido el promotor, primero y ejemplar, del
programa de una ciencia positiva de lo social: la física social, que
Comte ha sido el primero en nombrar Sociología. Por su parte, el
nombre fundamental de la sociología comprensiva, Max Weber
(1864/1920), se sitúa en posterioridad cronológica y lógica con este
programa positivista. La sociología de la comprensión se construye
también con posterioridad lógica, es decir: teniendo a la vista y
contraponiéndose a las pretensiones de la sociología positivista, por
tanto lejos de complementar, la sociología comprensiva busca
rectificar y reconstruir las pretensiones del positivismo.
Ahora bien, la oposición que a escala sociológica aparece en
esta doble tradición, tiene a nuestro juicio un carácter trascendental
a toda la cultura occidental moderna y contemporánea. A este
respecto es necesario recordar la figura de W. Dilthey (1833/1911),
teólogo y filósofo, que se presenta habitualmente como foco de
influencia del “modelo comprensivo”, aunque no tanto como figura
representativa de la sociología moderna sino como ascendente y
alma mater de esta perspectiva, atento fundamentalmente al saber
histórico, a partir del que M. Weber habría concebido las condiciones
para una sociología comprensiva, distinta de la Historia. El
planteamiento weberiano del problema de semejante distinción entre
Sociología e Historia es indudablemente heredero de la idea de una
6

ciencia histórica del individuo – idiográfica y biográfica – que


pretendiera erigir W. Dilthey y que sin resultar nomotética sería, con
todo, ciencia pero ya en sentido irreductible al de la ciencia natural,
lo que precisamente, dada esta diferencia esencial, supone
equivocidad. Por nuestra parte, quisiéramos retirar a este saber del
individuo el atributo científico, al objeto de evitar la equivocidad, y
sin perjuicio de atribuir un indudable valor cognoscitivo a este saber
antropológico no científico. La tesis de su índole constitutiva e
integralmente lingüística (literaria sensu lato) por oposición a la
dimensión estructuralmente trans- o metalingüística de las ciencias
físico matemáticas pretende indicar una determinación inicial de la
diferencia entre ambas construcciones históricas: ciencias físico
matemáticas y saberes históricos antropológicos.
En cualquier caso, en relación al curso histórico de gestación de
la sociología comprensiva, se trata de hacer notar la posterioridad
del trabajo de Max Weber respecto al gran fundador de la sociología
científica. Esta posterioridad es obviamente cronológica pero
también lógica en cuanto que ha de contemplarse su trabajo como
crítica del positivismo, y sólo desde este enfoque su obra resulta
plenamente inteligible.
Por lo demás, el problema que se manifiesta en esta moderna
oposición entre las tradiciones sociológicas positivista y comprensiva
es otra manifestación que se inscribe en la tradición de una cuestión
que constituye el nervio filosófico de la modernidad, aunque es, por
lo demás, un problema trascendental a la historia humana. En las
siguientes páginas contemplaremos la filosofía positivista, que
incluye el programa de una sociología científica como momento
culminante de su despliegue, como una forma de respuesta a este
problema que se ha ido decantando a lo largo de la historia del
pensamiento hasta afirmarse aporéticamente en la cultura
contemporánea. Juzgamos el positivismo como tramo culminante del
proceso de histórico de decantación del problema que se deja
formular de un modo sumarísimo como el problema del hombre.
7

Se trata, pues, del hombre como problema en virtud de su


singularidad entre el resto de entidades del mundo. Una singularidad
que no ha dejado de reconocerse como problemática desde la
antigüedad, dada la paradoja viva que constituye esta realidad que,
sin dejar de ser una más entre las restantes realidades del mundo,
reclama, sin embargo, por su naturaleza misma, una posición
exclusiva e irreductible al resto de las realidades. Es la paradoja que
Max Scheler formulara por medio de las palabras de Buda: Es
maravilloso poder contemplar todas las cosas, es horroroso ser una
de ellas.
Problema del hombre y, por tanto, de la Antropología, cuya
Historia (Historie) es contemporánea de la historia (Geschichte)
misma, pero que sólo en los últimos dos siglos ha alcanzado un grado
crítico que lo hace insoslayable. Pues bien, la filosofía positiva, el
positivismo en general, constituye a nuestro juicio uno de los
resultados a los que da lugar el moderno grado de presencia crítica
del problema antropológico.
Esta intolerable presencia crítica del problema del hombre
procede indudablemente de una multiplicidad de factores conjugados
que quedan simplemente indicados al señalar al desarrollo de las
ciencias físico naturales y las tecnologías industriales a ellas
aparejadas, así como a las contemporáneas transformaciones
sociales revolucionarias que reunimos bajo el signo de la
modernidad.
Más allá de esta sucinta indicación y mediante un sumarísimo
regreso histórico acaso podamos trazar las coordenadas mínimas en
cuyo seno el problema del hombre cobra su moderna centralidad:
i. El desarrollo y eficacia tecnológica de las ciencias físico
naturales suscitaron una transformación en la propia filosofía
moderna que da lugar al giro gnoseológico que hace del
conocimiento humano el centro de interés fundamental del
pensamiento filosófico moderno. Teoría del conocimiento que se
desarrolla como un análisis de las condiciones de posibilidad de un
8

conocimiento cuyo paradigma es la “Nueva Ciencia” físico natural


cuya eficacia tecnológica es patente. Precisamente en cuanto sujeto
gnoseológico, agente de las ciencias, el hombre asumirá, un lugar
fundamental en esta filosofía moderna, que transitará
paulatinamente del análisis del conocimiento al estudio in recto de la
propia naturaleza humana.
ii. Una segunda fuente de la acucia moderna del problema del
hombre pasa por la constitución y expansión de los Estados
nacionales y los efectos de quiebra de la cúpula teológico política
medieval, ya a partir del conflicto que supuso la Reforma. Los
conflictos de las sociedades del Viejo Régimen se discernían desde
esa cúpula teológico política, en cuyo derrumbe se constituye la
modernidad de suerte que ante las luchas político sociales modernas
se hará necesaria la constitución de nuevas coordenadas filosóficas
de tratamiento de estos desajustes sociales y políticos. En este
contexto las cuestiones De Homine adquirirán una centralidad
esencial también en el terreno histórico, político o moral.
Estas fuentes generales del relieve moderno de las cuestiones
antropológicas abren la posibilidad de tomar como modelo en el
análisis de la condición humana, tanto cognoscitiva o teórica cuanto
estimativa o práctica, a las ciencias físico naturales cuya pujanza no
ha dejado de afirmarse. Esta posibilidad culmina en el positivismo
comteano, de manera que el positivismo consiste, a nuestro juicio, en
adoptar las ciencias físico naturales o alguna de ellas en especial
(física social), como modelo de conocimiento de los contenidos
antropológicos, cuya centralidad en la filosofía moderna fuera
promovida por el propio desarrollo de las ciencias naturales.
Naturalmente este programa asume el supuesto, cuya validez
habrá que medir por el éxito mismo de su programa, de que el
conocimiento de la naturaleza humana es susceptible de someterse
al modelo de las ciencias físicas, es decir, de que los materiales
antropológicos pueden ser reducidos al campo de alguna ciencia del
hombre construida bajo la forma de las ciencias físico naturales.
9

Entre las ciencias físico naturales han sido, aunque varias,


fundamentalmente dos las ciencias que han pretendido semejante
asimilación: i. tras su despliegue a partir de la segunda mitad del XIX,
la biología genética se convertirá – incluso sobre la sociología 2, pero
como un proyecto ya inscrito en el esquema comteano – en la ciencia
imperial capaz de definir la índole (genérica) del hombre en cuanto
que especie biológica, genéticamente derivada de otras especies
zoológicas, haciendo del hombre esa realidad común, entre las
restantes realidades, que horrorizara a Buda; reduciendo a las
características de su génesis zoológica aquella potencia especial
capaz de contemplar a todas las cosas, que le maravillara.
Por decirlo de modo sumario: el hecho de la evolución,
establecido como indudable desde mediados del siglo XIX, sirvió y
aún sirve de cobertura a las pretensiones positivistas de reducción
de la singularidad antropológica al campo de la ciencia biológica. De
esta suerte la pasmosa unicidad antropológica no desbordará el
radio de acción de la ciencia natural del hombre, según el título de K.
Lorenz (1903-1989). La vida del conocimiento culminaría así en el
conocimiento de la vida3, cerrando un círculo en cuya inmanencia se
resuelve en el límite el curso íntegro de la vida humana, historia
incuida.
ii. Pero ya antes el positivismo comteano había culiminado en
el ensayo de recluir la singularidad antropológica – que apoyándonos
en la fórmula budista hacemos consistir en su histórica apertura
cognoscitiva y estimativa a la totalidad de las cosas – en el campo de
la ciencia positiva de una sociología de formato físico natural. No en
vano el trabajo de A. Comte es anterior al despliegue imperialista
(reduccionista) de la Biología.
En resumen, la posibilidad en cuyo desarrollo hacemos consistir
el positivismo, pretende que los desajustes sociales revolucionarios
2
Un proyecto que de un modo más o menos explícito reaparece en la Etología
como Ciencia natural del hombre [Lorenz, Konrad. La ciencia natural del hombre.
El manuscrito de Rusia. Tusquets Metatemas. Barcelona. 1993] o, posteriormente
en el proyecto de una Sociobiología [Wilson E. O. Sociobiología, la nueva síntesis.
Omega. Barcelona. 1980] y que no ha dejado de recurrir.
3
Canguilhem, George. El conocimiento de la vida. Anagrama. Barcelona. 1976
10

que cifran la modernidad, ligados al desarrollo de las ciencias físicas


modernas y su despliegue tecnológico industrial, podrían ser
resueltos por medio de la aplicación del método propio de estas
ciencias físico naturales a esos mismos desajustes sociales. La
condición humana quedaría así resuelta en el campo de una ciencia
positiva, la ciencia positiva de la sociedad: física social o sociología; o
en la síntesis de varias de ellas, sociología y biología, sociobiología.
iv.
Frente a esta vía se alzan, como el otro gran ámbito de la
filosofía de nuestro tiempo, las heterogéneas filosofías de la vida. Su
heterogeneidad consiente, sin embargo, una suficiente unidad
articulada en torno a la idea de vida y a su común oposición a las
pretensiones del positivismo. Este es, a nuestro juicio, el linaje de la
sociología comprensiva, que de Max Weber remite a W. Dilthey o a H.
Bergson (1859-1941) sobre el fondo común de recuperación del
aristotelismo en la obra de Franz C. Brentano (1838-1917).
En relación al titular que nos ocupa cabe señalar lo siguiente: la
negativa – que define a estas filosofías de la vida – a admitir la
posibilidad de reducción de la singularidad antropológica al campo de
alguna ciencia especial, de factura físico natural, es tanto como
afirmar que esta singular condición antropológica desborda los
métodos característicos de las ciencias positivas. Este plural
(métodos) alude a las diversa multiplicidad metodológica que
caracteriza a las ciencias físicas y que, retirado el proyecto
neopositivista de la ciencia unificada, es hoy asumida generalmente.
Pero aunque hayamos de considerar desestimada la existencia de un
método único de las ciencias físicas plurales, cuando el programa
neopositivista de una ciencia unificada se bate en retirada, creemos
poder hallar un rasgo genérico común a los diversos métodos propios
de las ciencias físico naturales. Este rasgo genérico consiste en el
carácter subordinado del componente idiomático, el cual queda
reducido en el campo de estas ciencias naturales a través de un
aparato sintáctico formal, una notación simbólica, cuyo primer
11

analogado es la matemática. A este problema alude el ya citado G.


Steiner:

“…entre el símbolo matemático y la palabra, los puentes se van


volviendo cada vez más tenues, hasta que se desmoronan”4

Por su parte, las ciencias sociales, en el afán de reducir el


material antropológico a los métodos de las ciencias físicas, según el
proyecto positivista, han asumido un léxico cuya función de
cobertura ideológica es hoy difícil ocultar.

“Las tentaciones de las ciencias exactas aparecen de manera más


flagrante en la sociología. Buena parte de la sociología actual es aliteraria o,
más exactamente, antiliteraria. Está concebida en una jerga de vehemente
oscuridad. Siempre que es posible, la palabra y la gramática del significado
literario se sustituyen por el cuadro estadístico, la curva o el gráfico. Cuando
tiene que ser verbal la sociología pide prestado cuanto puede al vocabulario de
las ciencias exactas. Puede hacerse una lista fascinante de tales préstamos.
Consideremos sólo los más destacados: normas, grupos, dispersión,
integración, función, coordinadas. Todos tienen un contexto específico
matemático o técnico. Fuera de ese contexto (…) se vuelven borrosas y fatuas.
Como esclavos amotinados, sirven mal a sus nuevos amos”5

Por lo demás y pese a esta suspensión del componente


idiomático en la estructura de las ciencias físicas, las lenguas
naturales no pueden dejar de formar parte del proceso genético de
constitución de esas mismas ciencias, así como de cualquier otra
institución cultural antropológica.
Por nuestra parte, con la tradición hermenéutica creemos
posible defender que, frente al carácter subordinado de los lenguajes
naturales en el cuerpo de las ciencias físicas, el componente
idiomático y, por tanto, la esencial pluralidad de los lenguajes
4
Steiner, George. Lenguaje y silencio. Ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo
inhumano. Gedisa. Barcelona. 2000. pág. 31
5
Ibid. pág. 36
12

naturales definen la escala adecuada de análisis de la condición


humana. De este modo los saberes antropológicos habrán de
desenvolverse, no ya preferente sino constitutivamente, en un
terreno, metodológico y temático, de tipo hermenéutico-lingüístico,
es decir: literario sensu lato.
Esta escisión en dos ámbitos de experiencia es justamente
aquella que C. P. Snow cifrara bajo la idea de las dos culturas. No se
trata de una división estática y equivalente puesto que el nuevo
orden de las ciencias duras ( α – estructurales) ha surgido y además
precisa, como de su inevitable sostén recurrente, del uso de los
lenguajes naturales, pero, sin perjuicio de esta génesis, resulta
estructuralmente irreductible al logos doblemente articulado de los
idiomas humanos de palabras.
II. LA SOCIEDAD INDUSTRIAL COMO CRITERIO DE LA ULTRAMODERNIDAD

i.
Al objeto de delinear la génesis histórica del programa
positivista juzgamos pertinente establecer una distinción
historiográfica en el contexto del pensamiento social moderno, que
adopte como criterio el desarrollo de la sociedad industrial y nos
permita distinguir la mera modernidad de la ultramodernidad.
Suele concebirse la obra de Descartes (1596-1650) como obra
de tránsito a la modernidad filosófica, ocasionalmente la de I. Kant
(1724-1804), como signo de la cesura que abre paso a la filosofía
contemporánea; sin embargo ni una ni otra han podido tener
presente el desarrollo industrial de las sociedades de nuestro tiempo.
El posterior desenvolvimiento de la filosofía del idealismo alemán
padece esta misma ceguera ante el despliegue de un orden
tecnológico industrial al que Alemania no accedería sino a fines del
siglo XIX, demasiado tarde, por tanto, para el idealismo clásico
germánico; Hegel muere en 1831 en una Alemania que no ha
abandonado el Antiguo Régimen. Este criterio histórico tiene, a
nuestro juicio, un fundamento real ineludible, siempre que
13

aceptemos naturalmente que es la realidad histórica y social la


instancia determinante de la conciencia.
A este respecto ha sido, precisamente, el pensamiento de
Auguste Comte el primero en afrontar el nuevo orden de realidad
históricamente abierto por la Gran Transformación que constituye la
Ultramodernidad, si aceptamos una suerte de preámbulo meramente
moderno al complejo histórico de las sociedades industriales
contemporáneas. Naturalmente semejante preámbulo posee diversa
longitud y densidad histórica para las diversas sociedades. Parece
aceptable, aunque sería cuestión histórica debatida, que la punta de
lanza de este proceso puede situarse en el Reino Unido y su tren de
cola europeo, tal vez, en la Rusia que llega a 1917.
En cualquier caso, sobre la base de esta cesura crítica que
supone la llamada sumariamente sociedad industrial, nos parece
difícil exagerar la enorme importancia del positivismo, en cuanto
derivada de su misma posición histórica liminar. Su vigencia real, no
simplemente editorial, es manifiesta en el trabajo efectivo de las
ultramodernas ciencias del hombre, en los saberes de la
administración y del Estado, en la gestión de recursos económico
políticos y las técnicas de eficacia y productividad, trascendiendo por
lo mismo su posible vigencia académico editorial al punto de
determinar, a menudo tácitamente, las propias instituciones que
cobijan el “tesoro cultural” de la filosofía clásica alemana, así como
otros vestigios, acaso importantes, de la tradición.
A. Comte, cuya fecha de nacimiento (1798) señala esta
situación liminar, ha dado respuesta a la crisis perpetua, que en una
suerte de “revolución permanente”, viene impulsando el orden
tecnológico industrial contemporáneo; mejor: ultramoderno.
Ante esta sociedad industrial, cuya forma última es la llamada
sociedad del conocimiento6, el programa positivista clásico puede
caracterizarse como el ensayo de constitución de una ciencia atenida

6
Fuentes Ortega, J. B. El Espacio europeo de educación superior, o la siniestra
necesidad del caos. Logos, Revista del Departamento de Metafísica. UCM. Madrid.
(en prensa)
14

al modelo metodológico de las ciencias físico naturales, cuya patente


eficacia productiva, descontados los conflictos sociales, es evidente.
Esta “Nueva Ciencia” social se pretende capaz de absorber, reducir o
conocer íntegramente la estructura misma de la realidad histórico
social antropológica de tal manera que a su través podrán fijarse las
reglas técnicas (la tecnologías sociales o de la praxis) capaces de
resolver los conflictos que el proceso industrial ha generado. De este
modo el proceso de futuro indefinido o de apertura negativamente
trascendental de la historia humana quedaría acotado positivamente
por la ciencia estricta de la condición humana, dando lugar al tiempo
distendido de la Era Positiva. Conocer para prever y prever para
dominar. “La ciencia para prever; la previsión para obrar”, para
mencionar con exactitud la fórmula comteana tal como figura en la
lección segunda de su Curso.
Así pues la filosofía de Comte ha de contemplarse como una
filosofía de la historia, que incluye, como su núcleo íntimo, un
principio de cancelación de la historia misma. Proyectada en terreno
gnoseológico la filosofía comteana de la historia reconoce las tres
fases consabidas, definidas por la índole de su representación
cognoscitiva del mundo: teológica, metafísica y positiva. Ahora bien,
las tres etapas son contempladas desde el cenit de la historia: la Era
del Positivismo Triunfante, respecto de la cual las restantes
constituyen una suerte de praeparatio evangelica.
El positivismo, en suma, es una filosofía de la historia que
programa una fase final capaz de reabsorber el curso anterior de la
historia, estabilizándolo en la fase definitiva de la plenitud de los
tiempos. Esta fase final que supone el desarrollo de la ciencia estricta
del propio curso histórico de las sociedades humanas es
contemporánea de la sociedad industrial cuyas primeras fases se
abren paso, en Francia, a lo largo de la primera mitad del XIX.
Si el despliegue industrial tiene como motor las ciencias físicas
y su plasmación tecnológica, será a su vez una ciencia, nueva pero
15

ajustada al modelo de las ciencias históricamente constituidas7 con


anterioridad, aquella que disponga de la clave de resolución de los
conflictos sociales que las propias ciencias modernas generan en su
realización tecnológico industrial: esta ciencia culminante y final es la
física social. Este Ordo scientiarum sigue un curso de extensión o
radio decreciente e intensión o complejidad creciente. Las ciencias
del último par – sociología y biología – son reconocidas, ya por
Comte, como ciencias de la vida. En particular la sociología figura
específicamente como ciencia de la vida histórica antropológica,
capaz de ordenar y sistematizar las fases históricas y las formas de
conocimiento que las caracterizan.
Ahora bien, semejante programa ha conocido límites
insoslayables. A este respecto suele despacharse como un rasgo
psicótico su culminación en la fase final de la obra de Comte bajo la
forma de una moral y religión positiva, organizada en una iglesia
cuya estructura sigue estrechamente el modelo de Roma. Sin duda
puede interpretar de muchos modos este momento de la potente
filosofía comteana, lo que no vale es dejar de hacerse cargo de ella
en cuanto obra delirante. En principio no será descabellada su
interpretación como síntoma de la conciencia vívida, por parte de
Comte, de la imposibilidad misma del cierre del campo histórico en el
radio de una ciencia positiva. Conciencia, en suma, de la
imprescindible apertura infinita o negativamente trascendente de la
vida histórica. Si así es, el propio Comte habría sido consciente de las
enormes dificultades que su programa involucra, anticipándose al
frente que se alzará en oposición, rectificación y crítica, de su propia
concepción del estatuto ontológico y gnoseológico de la historia
social humana.
ii.
Se trata de un frente opuesto a la pretensión de cancelar el
carácter negativamente infinito de la historia antropológica, por esta
oposición hemos definido a las filosofías de la vida. Se trata de una
7
Matemática y Astronomía, Física y Química, Biología y, finalmente, Sociología; con
el corolario de una Moral positiva
16

pluralidad, compleja al punto de articularla sólo negativamente por


su oposición a las pretensiones positivistas, aunque algo más
positivamente por su énfasis compartido en la índole abierta e
irreductible al dominio de ninguna ciencia positiva de la vida en
general, pero, más específicamente, de la vida histórica
antropológica. Si la sociedad industrial, ante cuyo primer despliegue
se erige el positivismo, es el índice de la ultramodernidad, las
filosofías de la vida no dejarán de tener un cierto sentido recuperador
o conservador, al menos al contemplarlas como frente de oposición a
los diversos programas positivistas que, bajo formas diversas, vienen
reiterándose desde el siglo XIX hasta nuestros días como vías de
resolución de las contradicciones histórico políticas, que esta
sociedad industrial no ha dejado jamás de generar en cada una de
sus sucesivas reampliaciones.
En relación al problema general, objeto de estas líneas, hemos
señalado la consideración, por parte de estas filosofías, de los
métodos heremenéutico-críticos como únicos apropiados al
conocimiento de las realidades históricas y, por lo mismo, la posición
de la literatura en sentido amplio, del logos doblemente formalizado
de los idiomas de los hombres, en el núcleo mismo de su mirada.
En este contexto, la vieja cuestión epistemológica relativa a la
necesidad de reducción a magnitud de un campo de fenómenos
como condición necesaria de su tratamiento científico positivo, así
como los debates acerca de la predectibilidad de las leyes científicas
han rondado siempre la polémica entres estas dos vías de
conocimiento. La exigencia de una imprescindible referencia a
determinantes cuantitativamente irreductibles, pero no por ello
metafísicos o incomprensibles, como único medio de análisis de
fenómenos históricos antropológicos, podría definir la línea de su
oposición al positivismo.
Por otra parte la tesis que defiende el necesario recurso a
tratamientos lingüístico heremenéuticos ha de contemplarse
conjugada con la cuestión esencial relativa al lugar del individuo en
17

la sociedad y en la historia 8, al menos cuando hablamos de individuos


inmersos en el campo antropológico.
No es fácil sostener hoy esta apelación no sólo a los recursos
crítico heremenéuticos en el terreno del conocimiento biográfico
individual, sino también a la imprescindible presencia de la persona
singular en el conocimiento que podamos llegar a tener del curso
histórico o de las estructuras sociales habitadas por hombres con
nombre propio.
Arrostraremos esta dificultad que, sin embargo, sólo podemos
desarrollar sumariamente en lo que sigue. Entendemos que sólo por
referencia al logos doblemente formalizado, que define la estructura
del campo histórico antropológico, es comprensible la praxis histórica
y social del hombre. En efecto, el logos (no sólo verbal o lingüístico)
constituye la característica estructural del campo histórico
antropológico, esta es nuestra tesis, la cual pretende ir más allá de la
vieja concepción del hombre como animal lingüístico, porque
pretende entender el lenguaje mismo como un producto entre otros,
en una atmósfera saturada de morfologías cuya característica
esencial es la doble articulación o doble formalización, atmósfera
cultural objetiva que – en este sentido – no es exagerado designar
con el viejo nombre que usara en tiempos Theillard de Chardin:
noosfera.
El desarrollo adecuado de nuestra posición nos exigiría mostrar
cómo la individualidad histórica es, según apuntábamos, un producto
posible únicamente merced a la naturaleza misma del campo
antropológico, en su tramo específicamente histórico. Nos damos
cuenta de la necesidad de construir semejante posición y de las
dificultades que involucra. En efecto, inicialmente se constata que
estamos ante una paradójica individualidad por cuanto es un
resultado del curso histórico, no un presupuesto del mismo, y un
resultado que brota de un campo histórico estructuralmente

8
Al respecto es del mayor interés: Bueno, Gustavo. El lugar del individuo en la
historia.Comentario a un texto de Aristóteles Poética 1451b. Discurso inaugural del
curso 1980/01. Servicio de publicaciones de la Universidad de Oviedo.
18

universal, capaz – sin embargo – de dar de sí la singularidad


irreductible de la persona.
Esta construcción desbordaría las condiciones de estas páginas
y supondría el desarrollo de una auténtica teoría o pragmática del
Logos o de lo que Norbert Elias llamara una Teoría de la abstracción
o de la formación de síntesis9. Basten las siguientes consideraciones
generales.
III. EL INDIVIDUO COMO ESENCIA O COMO APARIENCIA .

i.
La acusación o determinación del carácter burgués de las que
venimos llamando filosofías de la vida, por contraposición a las
ciencias de la vida cuyo paradigma encontramos en el positivismo
comteano, ha derivado a menudo de su atención presuntamente
exclusiva al individualismo biográfico, vista como una suerte de
historia de los héroes o los genios determinantes, en continuidad con
una vieja historiografía de ascendencia romántica, es decir,
premoderna.
Frente a estas filosofías de la vida, la sociología marxista, por
ejemplo, concebida al modo positivista como ciencia estricta,
desestimaría toda posible función del individuo en el curso histórico,
atendiendo a determinantes o leyes universales, que la ciencia
marxista de la sociedad y de la historia habría desentrañado.
Paradigmáticas a este respecto las conocidas palabras de Engels: “si
el subteniente Bonaparte hubiera muerto en Tolón otro subteniente
hubiera llegado a primer cónsul”10
El modo de suspender o neutralizar esta individualidad ha
consistido en reducirla en el seno del grupo estadístico, en virtud de
herramientas sociométricas capaces de tratar en términos
universales la pretendida singularidad de cada hombre. Es un
procedimiento semejante al seguido en el terreno de la Biometría, en
cuanto protocolo de constitución de una Biología científica de la
conducta de los animales. En efecto, el complejo problema de definir
9
Elias, Norbert. Sobre el tiempo. F.C.E. Méjico. 1989 págs. 190 ss
10
Engels, F. Carta a Starkenberg 25/1/1894
19

el lugar funcional de la conducta zoológica en la evolución de las


especies, pudo ser “neutralizado” – diríamos propiamente eludido –
mediante la suspensión de la conducta (individual) en el seno de las
fórmulas biométricas.
En efecto, según el enfoque reduccionista, característico de la
genética de poblaciones, se evitó el problema que supone la
mediación de la conducta en la adaptación neutralizando
presuntamente la función adaptativa de la conducta en términos
estadísticos, relativos al cálculo de la variabilidad, es decir:
determinando la adaptabilidad a la escala de las poblaciones, que
obviamente no tienen comportamiento. Se trataba de combinar los
principios de la genética mendeliana con los métodos matemáticos
desarrollados en estudios poblacionales por los biométricos
británicos (Francis Galton, Karl Pearson, Walter R. F. Weldon)
fundadores de la revista Biometrika11. Fue en este ambiente,
dominado por la genética de poblaciones, donde surgió la teoría
sintética de la evolución en los años cuarenta y cincuenta del siglo
XX.

11
Entre estos biométricos británicos cabe destacar los nombres de Ronald Aylmer
Fisher, John Burdom Sanderson Haldane y Sewall Wright; promotores en primera
línea del tratamiento matemático de la variabilidad (genética) y la adaptabilidad
(morfológica). Su perspectiva, sin embargo, suspende – neutraliza o elimina – el
comportamiento, en sentido propio, del proceso adaptativo y, a su través,
evolutivo. No en vano se trata de un enfoque bioquímico (genético) y matemático.
A nuestro juicio, sin embargo, esta perspectiva desdeña, antes que neutraliza, el
factor comportamental al tratarlo desde una perspectiva genérica. Pero este factor,
la conducta de los animales, constituye una mediación ineludible del proceso
evolutivo de los organismos con comportamiento. El enfoque que estos autores
inauguran está determinado por su formación: Haldane se formó como fisiólogo y
fue profesor de Biometría en Londres, Fisher se formó como economista y fue
profesor de Eugenesia en Londres y de Genética en Cambridge, Wright se formó
como geneticista. La perspectiva genética, bioquímica por lo que respecta al
concepto de variabilidad, suscita a la par un enfoque reductivo, de carácter
estadístico, por lo que respecta a su concepto de la adaptación. En cualquier caso
es una perspectiva ajena al componente etológico conductual que media la
adaptación en el ámbito zoológico, es un enfoque que precisa de la reducción a
magnitud de un campo de fenómenos que, por nuestra parte, consideramos
irreductibles en ese sentido. Una biometría no es posible en el terreno adaptativo
esencialmente conductual. Es asimismo importante no olvidar que la teoría
sintética de la evolución, surgió en un entorno dominado por la genética de
poblaciones. Un entorno que indudablemente obra en los trabajos de Ernst Mayr,
Theodosius Dobzhansky, George Gaylord Simpson o George Ledyard Stebbins.
20

De este modo la vieja cuestión relativa al lugar de la conducta


en la evolución quedó suspendida – diríamos propiamente soslayada
– puesto que las magnitudes estadísticas carecen de conducta y, sin
embargo, pretenden atrapar los resultados del comportamiento
estadísticamente reconocibles: índices de proliferación, longevidad,
fertilidad, migración etc. resultados mensurables en términos
estadísticos.
Ahora bien, de este modo el problema de la comprensión de la
función que la conducta juegue en el proceso evolutivo quedaba
simplemente suspendido, pese a la evidente presencia del
comportamiento en dicho proceso. La conducta del organismo
individual es determinante de los resultados que pueden registrarse
en términos estadísticos al margen de la conducta; pese a lo cual no
se deja de constatar el papel crítico del comportamiento en la
adaptación y supervivencia del individuo, es decir, en sus resultados.
Este papel fundamental en el momento adaptativo del proceso
evolutivo ha de tener alguna repercusión sobre el mismo proceso de
evolución, sin embargo, la comprensión de este papel se elude al
medir la conducta por sus resultados estadísticos, puesto que esto
supone no atender a la conducta misma como causa de sus éxitos o
fracasos adaptativos, sino asumir estos como dados al margen del
comportamiento, que es su razón de ser.
ii.
En el terreno sociológico – sociométrico encontramos un
problema análogo, sin perjuicio de las diferencias esenciales entre la
conducta zoológica y la praxis antropológica, que tratamos de
presentar acudiendo a la hermosa alegoría de los Segundos
Analíticos aristotélicos, relativa allí a una cuestión en principio
distinta: se describe el momento en la batalla en que un ejército
descompuesto se bate en retirada y sucede que un soldado se
detiene, determinando que otro se detenga a su lado, lo que abre
paso a un proceso sostenido de reagrupación que permite reconstruir
el ejército en huida y afrontar la acometida del enemigo. El soldado,
21

cuya detención origina el proceso de reagrupación, puede


considerarse como elemento de una clase distributiva según la edad
o el grado de suerte que acaso pudiera determinarse
estadísticamente la probabilidad mayor o menor de que este gesto
fuera ejecutado por un soldado de una u otra clase de edad o rango
jerárquico, lo que nos permitiría quizás concluir que la probabilidad
de que sean los oficiales veteranos los que mantengan la firmeza en
la retirada es de determinado porcentaje frente a la probabilidad de
que sean otro tipo de soldados los emprendedores de la defensa.
Ahora bien, el gesto determinado de un soldado histórico con
nombre propio no queda explicado por su referencia a un cálculo
estadístico que permite describir pero no explicar el fenómeno. En
efecto la repetida constatación de situaciones de contención y
recomposición de contingentes que se repliegan, sobre la que se
induce que la retirada es defendida o sostenida por cuerpos de
oficiales veteranos, sólo tiene un valor enumerativo (estadístico) si
no determinamos la causa que permita explicar materialmente la
verdad necesaria (material causal) de ese principio universal
descriptivo y, justamente, esa causa exige dar razón del gesto
realizado por el soldado histórico, de nombre propio, que en su
huida, sin embargo, volvió el rostro al enemigo.
Acaso el individuo no pueda ser conocido, si aceptamos la tesis
epistemológica aristotélica que afirma que la ciencia lo es siempre
del universal. Ahora bien, la persona histórica no puede concebirse
como individual, sino justamente como singular (de nombre propio),
y recordemos que los juicios singulares tienen valor de universales,
de manera que ante la persona nos encontramos con una
individualidad generalizada (singularidad) no con las particularidades
individualizadas en que consisten los individuos humanos en el seno
de las culturas prehistóricas, círculos culturales que alguna vez
hemos querido determinar mediante la idea límite de sínolon tal
como fuera reconstruida por Gustavo Bueno.
22

“…el sínolon o unidad sinolótica, aun siendo una unidad de multiplicidad,


no se concebirá como una totalidad, puesto que no tiene partes integrantes
(aunque tenga contenidos, constituyentes o momentos o incluso
determinantes). El sínolon no es un todo vacío o unitario (con una sola parte).
Podría presentarse el sínolon como el límite al que tiende una totalidad en la
que la interdependencia de las partes alcanzase un grado tal que la distinción
entre ellas llegase a excluir toda posibilidad de disociación(…)”12

El modo en que el desarrollo histórico – político de estas


“sociedades compactas” (sinolóticas) acaba produciendo sociedades
históricas habitadas por ciudadanos singulares constituye el
problema fundamental para una teoría de la génesis y naturaleza del
proceso de las civilizaciones. Justamente los individuos (“contenidos,
constituyentes o momentos…”), de estas sociedades compactas
carecerán de nombre propio como ocasionalmente los antropólogos
constatan sobre el terreno.
Pese a que semejante problema requiere un tratamiento de
escala diferente a la que rige estas páginas, nos atrevemos a indicar
que – dada la singular figura de la persona humana y del mundo en
que se constituye – el instrumento analítico capaz de ofrecernos su
adecuada comprensión está lejos de los métodos de las ciencias
físico positivas – α estructurales – y se acerca al modo de operar
característico de la clásicas Humanidades. Se trata del método que
bajo el viejo título de Hermenéutica, quiso determinar W. Dilthey y en
cuyo seno es esencial el trabajo de crítica literaria:

“…aquí reside el inmenso significado de la literatura para nuestra


comprensión de la vida espiritual y de la historia: sólo en el lenguaje encuentra
lo interior humano una expresión que sea completa (…). De ahí que el arte de
comprender tenga su centro en la exégesis o interpretación de los vestigios de
la existencia humana contenidos en la escritura.

12
G. Bueno. Teoría del cierre categorial. Vol. II. Pág.147.
23

La interpretación y el tratamiento crítico de estos vestigios, que va


inseparablemente unido a aquella, fue, por consiguiente, el punto de partida de
la filología…” 13

En efecto, el individuo humano se singulariza por apropiación


de y participación en la estructura – universal a su esfera cultural
(noosfera) – del lenguaje (Langue). Semejante apropiación y
participación constituye el núcleo de todo proceso de socialización.
Es por mediación de esta estructura universal como el sujeto deviene
singular, único e irreductible por lo que toca a su logos, término que
no se limita a su propio lenguaje (Parole) porque incluye su
pensamiento y su praxis. La distinción entre pensamiento, lenguaje y
comportamiento tal como se plantea en numerosas ocasiones nos
resulta obscura y confusa. La praxis antropológica, y su conjugada
poiesis productiva, transita en un escenario doblemente articulado, a
escala del lenguaje mismo, cuya apropiación singular inviste el
pensamiento y la estimación del individuo humano devenido
singular, es decir, universal.
Defendemos la tesis del carácter doblemente formalizado de
los objetos producidos y usados en el seno de unas relaciones
sociales asimismo doblemente articuladas. El logos resulta así un
carácter no exclusivo del lenguaje de palabras, dado que la totalidad
social se nos aparece transcendentalmente configurada bajo la forma
de una gramática.

"Entiendo por gramática la organización articulada de la percepción, la


reflexión y la experiencia; la estructura nerviosa de la consciencia cuando se
comunica consigo misma y con los demás"14

13
Dilthey, W. Dos escritos sobre hermenéutica. El surgimiento de la
heremenéutica y Esbozos para una crítica de la razón histórica. Istmo. Madrid.
2000. pág. 31
14
Steiner, George (2001). Gramáticas de la creación.Madrid:Siruela. pág.15
24

En este contexto el logos verbal sólo adquiere su diferencia


específica y las virtualidades que le son propias de la materia con la
que se configura: el espíritu aéreo.
Intentaremos caracterizar, con algún punto más de detalle, la
idea de esta gramática socio-productiva, de cuya apropiación y
participación surge la singularidad antropológica y de donde deriva la
importancia crucial la literatura y/o la hermenéutica como método de
la Sociología, o del pensamiento social en general.
IV. LOGOS DOBLEMENTE FORMALIZADO: INDIVIDUO Y CIENCIA SOCIAL.

Con la afirmación de la índole doblemente formalizada de la


integridad del campo antropológico histórico, estamos generalizando
un concepto lingüístico procedente de A. Martinet: el concepto de
doble articulación lingüística. Con este concepto de trata de apresar
la estructura compleja de los lenguajes naturales en tanto
compuestos de un doble plano articulatorio: un plano fonológico y un
plano morfosintáctico. El plano fonológico está constituido por los
elementos sonoros materiales, que la lengua del caso asume como
elementos ya conformados o formalizados (fonemas) de cuya
composición habrá de surgir un nuevo orden formal, el de los
monemas: lexemas y morfemas.

"La formalización conoce grados. Cualquier emisión articulada para


cualquier contenido supone formalización, pero un desarrollo enérgico y
consecuente de ésta no para hasta haber diferenciado una forma dentro de la
forma, esto es, medios fónicos para expresar sólo relaciones, no objetos"15

En efecto, los morfemas, desinencias y componentes


sintácticos o gramaticales (sincategoremáticos) del logos expresan
sólo relaciones entre las partes de una materia semántica asimismo
formalizada (categoremática) y constituida por las raíces léxicas y los
componentes morfológicos del lenguaje.
La morfosintaxis refiere, por tanto, a nexos sintácticos entre
unidades morfológicas de dos escalas integradas: fonológica y
15
Agud, Ana. Historia y teoría de los casos. Madrid:Gredos, 1980. pág. 18
25

morfológica. Unidades formales (monème) construidos por


composición de unidades fonológicas o de segunda articulación, se
combinan en una nueva articulación (primera) según los principios
de una sintaxis que constituye una suerte de sistema de variaciones
algebraicas. Martinet propuso llamar monemas a todos los
elementos superiores a los fonemas y obtenidos a partir de ellos, de
cuya construcción procede todo mensaje lingüístico complejo,
insistiendo en la doble articulación del enunciado en monemas y de
los monemas en fonemas. Por su parte, E. Benveniste atendiendo a
las funciones específicas que los monemas asumen, distinguió en la
clase de los monemas: lexemas, que expresan substancias,
morfemas que corresponden a clases o subclases formales de
relaciones y merismas que señalan a los rasgos característicos de
los fonemas, que pueden ser tanto aislados como distintivos16.
Los golpes de voz discernibles auditivamente (fonética)
constituyen las unidades mínimas, operatoriamente ejecutables por
el cuerpo del hombre, con las que cuenta la praxis lingüística. Un
equivalente de los fonemas en cuanto unidades operatorias
musculares ya formalizadas habría de hallarse en toda morfosintaxis,
no sólo lingüística sino operatoria en general. Así pues, el gesto
formalmente significativo caracteriza toda actividad antropológica,
gesto ligado a su vez a la pieza, en cuanto parte formal del objeto
técnico, en cuya relación el gesto queda investido de significado. Es
preciso no olvidar que la vinculación significativa del gesto al objeto
se inscribe a su vez en una relación entre sujetos. Sumariamente: los
objetos median las relaciones entre sujetos de tal suerte que los
objetos culturales aparecen como un endoesqueleto sobre el que se
sostienen las relaciones entre los hombres.

16
La distinción entre merismas y monemas (morfemas y lexemas) recoge en
buena medida la distinción platónica entre partes y especies: méros (de donde
merismas) y génos/eîdos. Partes formales y partes materiales. Cf. vgr. Platón.
Político. 262a y ss Fedro 265d y ss. Podrían contemplarse tales merismas como el
material de la variabilidad lingüística al modo en que la corriente genética
constituye la materia de la variabilidad orgánica. En efecto, su carácter de rasgos
diferenciales en la constitución de los fonemas los erige en momento esencial en
el curso diacrónico (evolutivo) de las lenguas.
26

En esta estructura doblemente formalizada depositamos


precisasmente la forma del campo antropológico. Hacemos notar que
los objetos no tienen sentido exentos sino insertos en su ciclo
cultural, en su círculo idiomático puesto que están articulados con
otros en redes de objetos o redes sintagmáticas según las cuales se
compone o constituye el ciclo cultural. Esta la razón por la que el
estudio de cualquier sociedad partirá de un enfoque total, único a
partir del cual es posible el análisis y, jamás, por la exposición
analítica de sus partes las cuales han de verse como posteriores
lógicamente, esto es, como resultados. Totalidad que supone no sólo
el conjunto de estructuras que articulan el círculo cultural, sino la
tradición histórica o el linaje temporal del que ese ciclo cultural
procede. Esta dimensión histórica ha sido aquí soslayada pese a su
íntima conjugación con los enseres (producidos y proferidos) y con su
forma característica (doble articulación). Este es el sentido de la
prioridad que en el ordo inventionis se concede a la llamada
perspectiva macrosociológico.
Toda ceremonia antropológica, que remite al orden socio
gramatical del que es parte significativa cursa entre objetos
doblemente formalizados y entre posiciones que invisten cuerpos
humanos individuales, los cuales precisamente por estar investidos
de la posición resultan singulares. Sólo el cuerpo formalizado es por
ello singular, al margen de su investidura en la estructura ceremonial
no conseguiría su característica singular pero, a su vez, el cargo o
posición en la estructura morfosintáctica no puede entenderse al
margen del sujeto que lo ocupa. Del mismo modo no podemos en el
terreno lingüístico pensar en un mensaje materialmente presente en
el limbo de una concencia afásica que podría expresarse
opcionalmente, por ejemplo, bajo una u otra forma oral o escrita,
porque la materia de la expresión (substancia del contenido) es
inseparable de la forma de la misma. Así tampoco es separable la
posición ceremonial, pieza de la estructura normativa que la
ceremonia es, de cualquier sujeto que pudiera ocuparla.
27

V. EL FACTOR SINGULAR.

En suma, en referencia a la mencionada cita de Engels, sin


duda si Bonaparte no hubiera ocupado el cargo de primer cónsul,
otro sujeto habría sido investido tal. Ahora bien, siempre alguien
habría sido primer cónsul pero de suerte que no cualquiera habría
sido el primer cónsul que llegaría a ser Emperador. Cabe añadir: si
Bonaparte hubiera muerto en Austerlitz otro Emperador se habría
consolidado dominador de Europa en Tilsit. Ahora bien, en todo caso
alguien habría extendido por Europa la Gran Armada de Francia pero
no cualquiera habría caído en Leipzig, encerrado en Elba y, sin
embargo, retornado al lugar del Imperio. En este proceso continuado
infinitesimalmente, el perfil de “alguien cualquiera” adquiere la
forma precisa del rostro del primer Napoleón. En efecto, desde un
enfoque abstracto y anterior del curso histórico la figura de los
personajes que hacen la historia resulta indeterminada precisamente
porque se contempla con anterioridad a la sucesión de los
acontecimientos, precisamente no se quiere incurrir en una historia
evenemencial o fenoménica. Ahora bien, este enfoque es, no ya
artificioso, sino sencillamente falso, por la sencilla razón de que la
historia en cuanto curso pretérito, anterior por principio al presente
desde el que se contempla, aunque a través de sus reliquias y relatos
actuales, no puede dejar de ser la que ha sido, y si en cada presente
el horizonte de lo posible está indeterminado, sin embargo, en todo
presente pretérito la necesidad del curso de los fenómenos es
inexorable. Nos compete conocer el curso necesario de los
acontecimientos del pasado, de los continuos presentes del pretérito,
desde un presente actual que, ahora sí, está abierto a la praxis de
cualquiera cuyo rostro no estamos, en cuanto que contemporáneos,
en condiciones de delinear. En suma, cabe plantearse la vieja
cuestión de la distancia a la cual puede contemplarse la nariz de
Cleopatra.
Concediendo a las narraciones de Borges el valor de
contramodelos metafísicos que, a nuestro juicio, merecen, nos
28

permitimos evocar aquí la publicación de 1944, que bajo el título de


Pierre Menard¸ autor del Quijote y en la forma de una ficción o
narración breve recoge de un modo más exacto la cuestión que
hemos querido abordar en estas líneas. Menard aparece como un
hipotético autor de una obra visible que Borges enumera; junto a ella
señala su asombrosa obra invisible que consta de los capítulos IX y
XXXVIII de la primera parte del Quijote.
Por supuesto, no se trataba de transcribir el Quijote o
componer una nueva versión de la obra de Cervantes, sino de
escribir unas páginas que coincidieran en cada palabra con las que
en su día compusiera Miguel de Cervantes. Su método inicialmente
consistió, con patente simplicidad, en tratar de ser Miguel de
Cervantes. Acaso por obvio se negó este método, ser Cervantes y
escribir el Quijote es una tautología, no tanto ser Pierre Menard,
autor del Quijote. Precisamente esta obra, elegida por un simbolista
francés del siglo XX, resultaba adecuada por serle ajena. Su logro
asombroso es notable ante lo imposible de su objetivo.

“Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el


arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo
deliberado y de las atribuciones erróneas. Esa técnica de aplicación infinita nos
insta a recorrer la Odisea como si fuera posterior a la Eneida, y el libro Le
jardin du Centaure de Mdme. Henri Bachelier, como si fuera de Madame Henri
Bachelier. Esa técnica puebla de aventura los libros más calmosos. Atribuir a
Louis Ferdinand Céline o a James Joyce la Imitación de Cristo ¿no es una
suficiente renovación de esos tenues avisos espirituales?”17

El propósito de Menard es, sin duda, excesivo, porque lo es el


ensayo de conocer al sujeto mejor de lo que él mismo se conociera,
un ensayo que nos acerca no sólo al psicoanálisis o a la crítica
marxista de las ideologías, sino al programa histórico de construcción
de un individuo plenamente consciente. En suma es el afán infinito,

17
Borges, Jorge Luis. Pierre Menard, autor del Quijote. [Obras Completas.] Emecé.
Barcelona: 1989, vol. I. pág. 450
29

alejado de toda clausura positiva, del “arte detenido y rudimentario


de la lectura” que llamamos Hermenéutica.

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