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EL DOCUMENTO DE APARECIDA. UNA LECTURA PARA COLOMBIA.

Carlos Arboleda Mora.


Medellín. UPB. Abril 2008.

El documento de Aparecida es el resultado de la Quinta Conferencia General


del Episcopado Latinoamericano. Es una visión de la iglesia latinoamericana y
una gran propuesta de acción para los próximos años. La iglesia colombiana
recibe este documento como un aliciente y una motivación para proponer una
presencia eficaz en la realidad colombiana.

1. CONTEXTO.

El comienzo del siglo XXI está marcado por unos elementos fundamentales
como son:
- La globalización general de la humanidad, no sólo en lo económico, que
va creando una nueva cultura (no metafisica, esteticista, individualista),
una nueva relación política (conflicto entre nacionalismos y globalismos
con tendencia a un gobierno mundial supranacional, y una mayor
conciencia del papel de la sociedad civil como guardiana de los
derechos humanos), unas nuevas relaciones económicas (libre mercado
con funciones mínimas del Estado nacional). El gran peligro es imponer
un pensamiento único que mire sólo los aspectos técnicos, lucrativos e
instrumentales del sistema y no piense en los aspectos sociales,
humanos y de sentido.
- La exclusión de vastos sectores de la población o de países enteros, es
el resultado de esa globalización. Fenómeno tan grave que se puede
considerar la nueva cuestión social. Esta exclusión es generadora de
conflictos por las reivindicaciones de los pobres, de los nacionalismos,
de las diferencias. La imposición de un pensamiento único es resistida
desde los reclamos de identidad, diferencia, nacionalismo o situación
social.
- El pluralismo en todos los órdenes, debido a la caída de los paradigmas
de los llamados grandes relatos, crea una multiplicidad de opciones,
razones y comportamientos que excluyen la posibilidad de un acuerdo
fundamental y dan origen a múltiples y temporales consensos.
Especialmente para las grandes religiones institucionalizadas ha sido
grave la situación pues son las más afectadas por la caída de la práctica
religiosa de sus fieles y por los ataques a unas doctrinas fijas e
inmutables.

Y dentro de la iglesia católica colombiana se dan también unos fenómenos que


la marcan en el presente:
- Una caída en la pertenencia de sus fieles debida a múltiples factores, pero
que especialmente se debe al abandono de su misión santificadora en aras de
un compromiso social demasiado ideologizado: a una actitud secularizadora en
sus agentes, y a una pastoral muy masiva y tradicionalista. El compromiso
social de la Iglesia en los años 60 y 70 del siglo pasado estuvo marcado, en
algunos sectores, por una visión ideológica muy sociológica. Esta visión,
aparentemente muy de avanzada, realmente pudo ser la causa de un relativo

1
olvido de lo espiritual y trascendente. De ahí que las personas encontraron en
los movimientos pentecostales, una experiencia espiritual que no les estaba
dando el catolicismo. No se trata de desvalorizar el compromiso social de la
iglesia, que es fundamental a su misión, sino de relativizar las ideologías
sociales que estaban en el fondo del análisis. El marxismo llegó a ser más
importante en la reflexión que el mismo evangelio y éste se utilizaba para
justificar las decisiones tomadas desde el análisis sociológico.

Por otra parte, algunos en la iglesia entendieron la apertura de la iglesia


realizada en el Concilio Vaticano II, no como renovación y regreso a las fuentes,
sino como acomodación al mundo de la modernidad. El sacerdote moderno
llegó a ser visto, no como pastor, sino como “un ejecutivo que celebra misa”.

La confianza en el poder de la cultura tradicional, en tercer lugar, y en las


fidelidades heredadas, condujo a que la iglesia no reactivara sus métodos y
planes pastorales apoyándose en la fuerza de la tradición familiar, cultural y
social. La idea era que la iglesia tenía una fuerza histórica que no sería
desafiada, idea que hizo que muchos encontraran en otros grupos religiosos o
en los nuevos movimientos religiosos, lo que no encontraban en la iglesia
católica. Las razones de cambio de confesión religiosa, para gran parte de los
latinoamericanos, pueden resumirse en esta frase: “Allí (en el nuevo grupo
religioso) me encontré a Jesucristo, allí me dieron la Biblia, allí me trataron
como persona”. El énfasis en lo comunitario, lo emocional, lo experiencial y lo
vivido son motivo para encontrar en otros grupos religiosos, aspectos que se
habían debilitado en el catolicismo.

- Un segundo gran aspecto que hace que la iglesia colombiana se ponga alerta
es el campo del sentido de la vida y de la defensa de los derechos humanos
en su sentido más amplio. Allí estarían los compromisos sociales y éticos más
importantes donde la iglesia debería estar presente. El problema es el método.
¿Cómo realizar su misión sin tener que caer otra vez en el recurso fácil a las
ideologías? ¿Cómo hacer el cambio social sin usar el método revolucionario?
¿Cómo, sin ser revolucionario, se puede aparecer del lado de los excluídos?

Miramos la realidad desde la perspectiva del discípulo misionero y por eso se


explicita cuál es el sujeto que mira la realidad, el que ha experimentado a Dios
en Cristo y escruta el lugar de su testimonio, no únicamente desde una ciencia
social, o desde una visión técnica, sino desde una experiencia que se ha de
transmitir. Si no hay camino que transmitir, la realidad se convierte en un
enigma indescifrable.1

II. EXPERIENCIA Y TESTIMONIO: CLAVE DEL DISCIPULO MISIONERO.

1
DA. 22. Citando una frase de Benedicto XVI, Discurso Inaugural de la V Conferencia,
Aparecida, n 3

2
Uno de los problemas grandes para la evangelización ha sido la concepción
doctrinaria y conceptual de la fe, tal como fue presentada en ciertos momentos
de la historia de la iglesia.

Se puede recordar la formación presacramental dada a niños y adultos en el


pasado, cuando se preguntaba: “Quién es Dios Nuestro Señor?” y se respondía
mecánicamente según el catecismo del padre Astete o del padre Ripalda: “Es
una cosa lo más excelente y admirable que se puede decir ni pensar, un Señor
infinitamente Bueno, Poderoso, Sabio, Justo, Principio y fin de todas las cosas,
(premiador de buenos y castigador de malos).” El padre Ripalda decía: “Dios es
un Ser infinitamente bueno, sabio, poderoso, principio y fin de todas las cosas”.
Dios era concebido como cosa o como ser. El fin del hombre era servirle y
adorarle en esta vida y después gozarle en la eterna. Pero no se presentaba
como una persona con la que se tenía una experiencia de amor. En los niños y
adultos se daba una aceptación intelectual de lo que era Dios pero no se tenía
la experiencia de Dios. Era una presentación fundamentada en la filosofía
griega que el papa Benedicto XVI, aunque no niega su valor, sí indica la
diferencia con el Dios bíblico. En la encíclica Deus Caritas est (N. 9) critica esta
concepción : “La potencia divina a la cual Aristóteles, en la cumbre de la
filosofía griega, trató de llegar a través de la reflexión, es ciertamente objeto de
deseo y amor por parte de todo ser —como realidad amada, esta divinidad
mueve el mundo—, pero ella misma no necesita nada y no ama, sólo es
amada.” Y dice a renglón seguido que el Dios de Israel ama personalmente con
un amor que es eros y agape.

Se puede decir que la formación conceptual y memorística poco servicio


prestaba a la evangelización y a la acción moral del cristiano y fácilmente se
podía ser cristiano con el cerebro pero ateo con el corazón. El documento de
Aparecida es conciente de estas fallas:

“Según nuestra experiencia pastoral muchas veces la gente sincera que sale
de nuestra Iglesia no lo hace por lo que los grupos “no católicos” creen, sino
fundamentalmente por lo que ellos viven; no por razones doctrinales sino
vivenciales; no por motivos estrictamente dogmáticos, sino pastorales; no por
problemas teológicos sino metodológicos de nuestra Iglesia. En verdad, mucha
gente que pasa a otros grupos religiosos no está buscando salirse de nuestra
Iglesia sino que está buscando sinceramente a Dios.” 2

Sólo una experiencia mística nos pone en relación con Dios, una relación que
nos constituye como hijos y nos constituye como amor. Quien ha tenido esa
experiencia la comunica. Es su deber imperioso ser testigo de que ha sido
elegido, ha sido llamado. No por deber, ni por imposición, sino por su carácter
difusivo, el amor impele a la acción testimonial. Esta acción testimonial es
recogida en el número 14 de la Encíclica Deus Caritas est, donde gracias al
ímpetu de la experiencia, fe, liturgia y ethos se convierten en la misma cosa:
una simultaneidad de llamada, celebración y respuesta. Así la liturgia y la ética
no son reflexiones posteriores de quien ha tenido la experiencia, sino
simultaneidad de quien ha experimentado el paso de la donación en la

2
DA 241

3
profundidad de su ser. Quien ha sentido el paso de Dios por las habitaciones
de los hombres, es quien tiene la experiencia del acontecimiento definitivo y,
con temor, da testimonio de las incalculables posibilidades para nuestra historia.
El compromiso ético está unido a la experiencia. La experiencia es la
experiencia del amor. El amor no se da sino abandonándose, transgrediendo
continuamente los límites del propio don, hasta instalarse fuera de sí. Ese es
Dios .Y el sujeto es el interpelado. El hombre cristiano se define como el que
recibe el don de Dios y del otro.
El discípulo es quien ha tenido la experiencia de Dios en Jesucristo y la
respuesta a esa experiencia que es una llamada, es el testimonio (el discípulo
va al mundo y expresa su experiencia). El discípulo no es un técnico o un
ingeniero social, no es un trabajador sicológico o social, sino que va más allá:
es el testigo de la vida, es la antorcha de la luz, es el amante de los hombres.
No es la vida, la luz y el amor sino el testigo que va a llevar la vida, la luz y el
amor. Y no es una imposición ni un mandato en sí, sino una iluminación y una
propuesta.
El número 242 del documento sintetiza así las acciones que se han de
emprender para llegar realmente a la realización del proceso experiencia-
testimonio:
“Hemos de reforzar en nuestra Iglesia cuatro ejes:
a) La experiencia religiosa. En nuestra Iglesia debemos ofrecer a todos
nuestros fieles un “encuentro personal con Jesucristo”, una experiencia
religiosa profunda e intensa, un anuncio kerigmático y el testimonio
personal de los evangelizadores, que lleve a una conversión personal y
a un cambio de vida integral.
b) La Vivencia Comunitaria. Nuestros fieles buscan comunidades cristianas,
en donde sean acogidos fraternalmente y se sientan valorados, visibles
y eclesialmente incluidos. Es necesario que nuestros fieles se sientan
realmente miembros de una comunidad eclesial y corresponsables de su
desarrollo. Eso permitirá un mayor compromiso y entrega en y por la
Iglesia.
c) La formación bíblico-doctrinal. Junto con una fuerte experiencia religiosa
y una destacada convivencia comunitaria, nuestros fieles necesitan
profundizar el conocimiento de la Palabra de Dios y los contenidos de la
fe ya que es la única manera de madurar su experiencia religiosa. En
este camino acentuadamente vivencial y comunitario, la formación
doctrinal no se experimenta como un conocimiento teórico y frío, sino
como una herramienta fundamental y necesaria en el crecimiento
espiritual, personal y comunitario.
d) El compromiso misionero de toda la comunidad. Ella sale al encuentro
de los alejados, se interesa de su situación, a reencantarlos con la
Iglesia y a invitarlos a volver a ella.”

La Eucaristía como lugar místico es el momento en que se puede dar la


experiencia del encuentro agápico y por tanto, la exigencia de salir a
testimoniar. La Eucaristía tiene en sí una estructura mística que no se puede

4
desconocer: allí se da la etapa purificativa (la parte penitencial), la etapa
iluminativa (la escucha de la palabra que anuncia el misterio) y la etapa unitiva
(la presencia real comulgada íntimamente por los creyentes). Se da una
experiencia unitiva mística que desemboca en un salir que no clausura la
experiencia sino que la prolonga en la acción apostólica del cristiano. Se ha
tenido la experiencia de profunda comunión con el que se hace presente y de
allí nace como de una fuente, el ímpetu de ir a contar lo que ha sucedido.

Esta instancia mística hay que recuperarla en toda comunidad para que la
Iglesia de Colombia viva en la Eucaristía el misterio de una manera mística,
real, experiencial, y no como una tradición, costumbre o norma externa. Sólo
así la vida cristiana será vida eucarística (251, 262, 305, 316, 354, 363). Esto
implica lógicamente otra manera de celebrar la Eucaristía dándole todo el
tiempo, la preparación, la estética y el sentido necesarios.

III. EL TESTIMONIO

El discípulo misionero reflexiona sobre la realidad social a partir del análisis de


lo que viven las comunidades, que no es un mirar meramente científico sino
que es la mirada del discípulo a su entorno3. Cuando no se da esa mirada de
discípulo se hace un análisis meramente sociológico. Eso lo captan las
comunidades y buscan, como compensación, movimientos religiosos
espiritualistas, seudo místicos o emotivistas. La reflexión teológica se hace
desde el evangelio leído en la iglesia y en su historia (que no es otra cosa que
la manera como la iglesia ha vivido la fe en contextos disímiles). Aquí el
documento plantea algo fundamental en la línea de la encíclica Deus Caritas
est: la labor del discípulo no es competir científica y técnicamente (aunque
debe ser competente) con los técnicos y científicos. La labor del discípulo es
dar un testimonio de lo que ha vivido: el amor. Y esto dentro del trabajo que
realiza codo a codo con los demás hombres, haciendo lo mismo el sentido es
diferente.

La comprensión de la profunda antropología contenida en la afirmación arriba


citada, bastaría para proponer un vasto designio de evangelización y ésta se
resume en otra frase: el que ha sido llamado responde donándose a los demás
(ética), o mejor, quien ha sido amado (experiencia), dona el amor que lo ha
constituído (testimonio). Aquí está toda una teología y una filosofía del
encuentro a partir de la interdonación que permitiría una ética muy diferente a
las actuales. Así lo social no aparece como un añadido a la fe, ni como una
norma externa a la misma, sino que el testimonio social es algo propio y
constitutivo de la respuesta. La Doctrina Social de la Iglesia se aleja de lo
mandado y ordenado para convertirse en pura donación de lo recibido y en
encuentro de interdonadores de experiencia.

El campo de la Doctrina Social de la Iglesia, así entendida, va invadiendo todos


los aspectos de la vida social del hombre: política, economía, ecología,
educación, etc, donde el cristiano realiza su trabajo. La Doctrina Social de la
Iglesia aparece como la contribución de los cristianos a construír una sociedad
justa, dialogando, proponiendo y construyendo una sociedad libre, justa y

3
DA 33 ss.

5
participativa, construcción en la que participan no sólo los mismos cristianos
sino también todos los hombres que buscan sinceramente un mundo más
humano. El compromiso social es la consecuencia intrínseca de haber tenido
una experiencia del Señor.

La formación de los discípulos misioneros es importantísima. ¿Cómo formar al


discípulo en una experiencia del Señor para que que pueda testimoniarlo?.
Bastantes problemas ha tenido la iglesia por los pecados de sus miembros,
problemas que se hubieran evitado con una formación más mística y menos
conceptual y profesionalizante. El presbítero, por ejemplo, en los últimos años se ha
profesionalizado de tal manera que aparece más como un empleado en el campo
laboral. Los religiosos, testigos de otra manera de vivir, se han dejado secularizar
llegando al punto de ser ejecutivos de compañías de formación o de caridad.
Mirando desde el esquema experiencia-testimonio, el sacerdote y/o el cristiano es el
“profesional de Dios”, no el ejecutivo de una gran multinacional que hace obras de
caridad.

La Misión no se entiende como una movilización masiva de recursos y personas


para un enfervorizamiento pasajero, sino en tomar conciencia de la experiencia que
se vive para transmitirla con ardor, novedad y originalidad. La misión es permanente
en cuanto ha de ser volver a una iglesia experiencial que transmite el don para bien
de toda la humanidad. Los lugares de esa formación son familia, parroquia,
pequeñas comunidades eclesiales, Movimientos eclesiales y nuevas comunidades,
Seminarios y centros educativos católicos.

La iglesia colombiana debe ser una comunidad y las parroquias comunidad de


comunidades. Los cristianos viven en comunidades de fe, amor y esperanza, donde
todo hombre tenga la posibilidad de ser acogido como hermano y ser defendido en
sus derechos de ser humano. La construcción de comunidades es la prioridad de la
iglesia colombiana para los próximos años. Comunidades donde la eucaristía reuna
a todos como hermanos que luchan en esperanza por un mundo más justo, que
viven su fe en medio de las dificultades y que se testimonian un amor recíproco.
Esta es la tarea: vivir en comunidades de fe, amor y esperanza.

Los organismos de ayuda, de caridad, de educación, de formación, de promoción,


han de ser testimonio del amor de Cristo y en ningún momento organismos tipo
ONG que ayudan y forman pero no dan testimonio del Señor Resucitado. En este
sentido hay que revisar las políticas de las instituciones eclesiales.

Las familias, comunidad primigenia, es la primera en dar testimonio de la fe a las


nuevas generaciones, lo que implica un testimonio de los padres encaminado por el
amor, el respeto, la fidelidad y la vivencia del ágape divino.

Las universidades y centros superiores de educación católica tienen unas


responsabilidades evangélicas que otras instituciones no están obligadas a
realizar.(356). Estas responsabilidades de caridad intelectual le son propias y
específicas. Estas responsabilidades son: investigación científica con sentido

6
humano, investigación teológica que ayude a la fe a encontrar nuevas formas de
expresión y diálogo fe-razón.4

IV. LA MISION

Con el documento de Aparecida se corre el riesgo de entender la misión que allí se


propone como una acción pastoral coyuntural situada en el tiempo. Pero si
entendemos la clave que se señala, la misión es permanente, lógica consecuencia
de la experiencia. Quizás las palabras que más se repiten en el documento son
misión y misionero, indicando la acción del que ha tenido la experiencia. Es una
constante en el documento que el proceso experiencia-discipulado- misión se
indique como la dinámica de la vida de la iglesia y de todos sus miembros. Y
explícitamente muestra que este es el proceso para la formación de discípulos
misioneros.5

V. LINEAS PASTORALES

La misión de la iglesia es ser testigo de la experiencia del Señor resucitado por


medio del testimonio de la fe, el amor y la esperanza. Esta es la tarea fundamental
de los cristianos en el mundo. Este testimonio es la pastoral de la iglesia que no es
otra cosa que el evangelio en acción buscando construír el reino de Dios. La
pastoral es así la organización del dinamismo del evangelio. No se reduce la
pastoral a unos gritos proféticos o moralizantes o sermoneantes, sino que es la
construcción cotidiana y eficaz del Reino querido por el Señor.

Una atención especial debe prestar toda la comunidad cristiana a la formación de


sus fieles y pastores de modo que se siga el proceso: experiencia del Señor,
experiencia comunitaria, formación y testimonio. Esto asegurará que todos y cada
uno de los cristianos sea de verdad un testigo de Jesucristo. Lo más grave para la
Iglesia hoy no es el escándalo del mal del mundo, sino el escándalo de los propios
cristianos, fieles y pastores, con sus actitudes y comportamientos no evangélicos.
Este proceso pedagógico de la formación del discípulo misionero compete a toda la
Iglesia en toda la iglesia y para toda la iglesia: ser testigos para que otros se animen
a hacer la experiencia del discipulado.

En la actual situación colombiana, las grandes líneas u orientaciones pastorales son:

1. Una vivencia profunda del Señor Jesús a todo nivel. No hay


posibilidad de vivir el cristianismo sino es a partir de la experiencia del
resucitado. Tarea urgente, siempre necesaria, y que debe estar
presente en todo momento, es la experiencia pascual del Señor. Ser
santos es la prioridad de cada cristiano y de toda la iglesia. Cada
cristiano y cada comunidad han de ser la transparencia de Dios en el
mundo. Anterior a cualquier esfuerzo pastoral, está la vivencia del Señor
Jesús a través de la Eucaristía, la palabra de Dios y la oración
contemplativa. Ahí está la fuente original del trabajo de la iglesia y beber
en esa fuente garantiza la autenticidad y legitimidad del obrar pastoral.
Esmérense pues todos los cristianos en estar bebiendo de la fuente que

4
DA 355-356.
5
DA 278

7
es Dios que nos ha hablado en Jesucristo y continúa dándose a través
de la vida sacramental de la iglesia.

2. Una vivencia de la experiencia de Jesucristo en forma inculturada,


de manera que nuestras culturas y regiones asuman los valores
evangélicos dentro de su propia idiosincrasia, expresión e historia.
Colombia es un país con diferentes regiones, etnias, grupos de distinta
índole, provincias culturales, etc. Esa vivencia debe llevar a la
humanización de cada cultura y región y a la superación de las visiones
del hombre y de las prácticas culturales que minimicen el valor de las
personas, sea cual sea su situación social, política, económica o cultural.
Una vivencia inculturada pero no absolutizada. Hay que estar siempre
alerta para no dejar enredar el evangelio en lenguajes, ideologías,
costumbres, mercadeos, prejuicios, que le quitan su eficacia y oscurecen
lo fundamental: Jesucristo, vida para los hombres colombianos. Una
vivencia actualizada pero no secularizada para evitar que los cristianos,
fieles y pastores, aparezcamos más como funcionarios burocráticos que
como pastores de la luz y de la vida.

3. Una vivencia del evangelio comprometida con la situación del país,


de modo que el campo de la sociedad civil en general sea el que guíe y
oriente los trabajos del campo político y económico. Estos dos últimos
han de estar siempre al servicio del bien común. Todo cristiano en su
trabajo habitual debe tener como objetivo general y omnipresente dar
testimonio de su fe en la construcción de la sociedad libre y justa. Cada
persona ha de esforzarse en lograr una mayor democracia que asegure
la libertad de la persona y una mayor justicia que garantice el acceso de
todos a los bienes materiales, culturales y espirituales. Más libertad
democrática porque somos iguales, y más justicia distributiva porque
todavía hay rampantes desigualdades. Los cristianos tienen el deber y el
derecho de participar en la vida civil, política y económica orientando sus
decisiones con los criterios de libertad y de justicia.

4. Una vivencia del Evangelio en comunidad. Las parroquias,


especialmente, deben ser “comunidad de comunidades”6 en donde, bajo
la guía del párroco, se viva la fe cotidiana, se trabaje por un mundo más
libre y más justo, y se mantenga en la esperanza aún en los momentos
más dolorosos y difíciles de la vida. La Eucaristía como encuentro
místico de la comunidad con el Señor, debe ser el centro de la vida
parroquial donde en el amor de Cristo se unifiquen las diferencias y se
acreciente la unidad. Esfuércense los párrocos en mantener la unidad
eucarística de los diferentes grupos de la parroquia- incluyendo la
comunidad fundamental que es la familia-, orientando con flexibilidad y
tolerancia a la auténtica vivencia del cristianismo. Hacer de la parroquia
una comunidad eucarística que reuna los diferentes grupos y
movimientos, familias y personas. Es tarea esencial de los párrocos y
sus colaboradores. Hoy en la iglesia, los diferentes grupos y
6
DA 99 e, 170 ss, 179, 309

8
movimientos tienen cada uno su énfasis y orientación propios. Allí el
sacerdote, respetando los carismas de cada uno, obrará como el Buen
pastor que reúne sus ovejas que, a veces, tienen características
diferentes. Una pastoral incluyente que reuna en lugar de dispersar.
5. Una vivencia del evangelio pacificadora. Nuestra situación de
conflicto y violencia es un espacio muy propio para vivencia pacificadora
del evangelio. Cada comunidad ha de vivir la paz del Señor apoyando
todo esfuerzo de reconciliación y de diálogo. Todo cristiano, desde la
paz de su corazón reconciliado, contribuye como mediador, facilitador,
abogado, intermediador o defensor en los procesos de encuentro y
consenso adelantados en los niveles barriales o locales como en los
regionales y nacionales. Pero aún más, todos los cristianos deben
trabajar por lograr las condiciones de libertad y de justicia que aseguren
una paz duradera.

6. Una vivencia del evangelio en diálogo con el mundo. Nuestro país va


siendo cada día más pluralista, globalizado y científico. La iglesia entra
en diálogo con ese mundo a través, especialmente, de sus colegios y
universidades. Los colegios tienen el encargo de formar a sus alumnos
como perfectos seres humanos que, con la luz del Cristo, dan sabor
humano y divino al mundo. Las universidades formarán profesionales de
alta calidad y competitividad laboral y profesional que muestren el valor
del aporte cristiano a la construcción del mundo que queremos. Por eso,
las universidades católicas deben propiciar la experiencia de la fe que
incluye el testimonio ético, formar profesionales altamente competitivos
en su trabajo y dar las herramientas para el diálogo fe-razón en mundo
plural.

7. Una vivencia del evangelio como ternura de Dios. Es esta una de las
tareas donde la iglesia debe mostrar la especificidad y calidad de su
trabajo. En el mundo hay mucho dolor (exclusión, desplazamiento,
persecución, totalitarismos, etc) y muchas son las instituciones que
están tratando de mitigarlo. Allí la iglesia se hace presente con sus
medios de ayuda. Pero el signo distintivo debe ser la profundidad del
amor que se despliega. De lo contrario, sería una Organización No
gubernamental más en el mundo. Todas las instituciones de ayuda de la
iglesia (hospitales, orfanatos, refugios, centros especializados de
atención, etc) han de saber que están transmitiendo el amor de Dios y
que todo debe ser hecho por amor. Es uno de los campos donde deben
ir unidos radicalmente competencia profesional con la profundidad del
amor. Dentro de esta vivencia de la ternura debe incluirse el trabajo
misericordioso con los “caídos”, los pecadores, que requieren el apoyo
para volver al rebaño del Señor.

8. Una vivencia del evangelio con sentido ecuménico amplio. Los


cristianos no estamos solos en el mundo. Hay otras confesiones
cristianas, otras religiones, diferentes movimientos que luchan por
objetivos similares. Colombia no es ajena a dicha pluralidad. Allí el
testimonio cristiano es el de la búsqueda de la unidad y del trabajo

9
conjunto a favor de la humanidad. Con los otros cristianos para superar
el escándalo de la división que contradice la voluntad de Cristo sobre su
iglesia. Y con las otras religiones y movimientos para que,
conociéndonos y amándonos, podamos aunar esfuerzos en la búsqueda
de la paz mundial sobre sólidos fundamentos espirituales.

La realización de esta vivencia es ya profética pues así, sobre este espejo, se


hace el juicio de los inhumano y se proclama el futuro de la esperanza. Cuando
los cristianos despliegan su luz, automáticamente quedan al descubierto las
obras de la injusticia: violencias de todo tipo, corrupción a todos los niveles,
inequidad social, fallas entre los mismos cristianos, crisis en las instituciones
fundamentales, abusos de poder, irrespetos a la dignidad de las personas. Es
allí donde al brillar la luz de Cristo, puede comenzar la obra de la restauración y
los procesos de justa reparación.
Haciendo esa vivencia del evangelio, inculturada, pacificadora, comunitaria, en
diálogo, ecuménica, comprometida con la sociedad y como manifestación de la
ternura de Dios, los cristianos estamos dando nuestro testimonio y mostrando
la vida que transforma la realidad. Si toda la iglesia colombiana (hombres y
mujeres, fieles y pastores, diócesis y parroquias, personas y grupos,
instituciones y movimientos, religiosos y religiosas) nos dejamos poseer por
Dios, seremos sus antorchas en un mundo que a veces parece perder el rumbo.
La iglesia va por el mundo portando la antorcha de Cristo: luz que ilumina y que
da la vida.

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