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-Por DanielF-
Con la excusa de querer aprender a tocar la guitarra, me enrumbé hacia el Centro para
Adictos, ubicado muy cerca de otras instituciones estatales encargadas de la salud y el
bienestar: hogares para enfermos mentales, colegios para niños especiales, casa de expósitos,
alojamientos para gente de la tercera edad, hospicios, albergues, orfanatos, manicomios y esas
cosas un tanto deprimentes. El sitio donde llegué se llamaba Centro de Recuperación
Bartolomé de las Casas, un lugar gigantesco, al cual acudían todos los malogrados de la zona.
A pesar de lo ascético del lugar, uno no puede mantenerse ajeno a esa atmósfera entre glacial
y siniestra, entre metílicos y cloroformos, que despiden los muros del mesón. En uno de los
patios se encontraban los pastrulos, regados por todo el piso, barbudos, flacos y pulguientos.
Uno de esos se me acercó y quiso picarme un cigarro o un sencillo, lo que caiga primero. Tuve
que decirle que estaba misio -lo cual era cierto- y que solo venía a tomar unas lecciones de
guitarra. “Puta que eres bien malo, barrio -me dijo el trulo- ya, ya, anda vete nomás
conchatumadre”. Yo seguí buscando la Sala de Música y al tal señor Leinad. De pronto,
comencé a escuchar unas consonancias algo infrecuentes, un cromatismo desusado. Seguí los
extraños e insólitos sonidos hasta que, por fin, pude hallar su procedencia. Era el tan mentado
Sr. Leinad. Aquel hombre, con casaca negra de cuero y jean desgastado, estaba impartiendo
una clase. Pero, más que una lección, era un coloquio, una broza con sus eventuales alumnos.
Hablaban de las relaciones interpersonales, de romances estropeados, de enamoramientos
prematuros, pero también de computadoras, de psico acústica, de física básica y, por supuesto,
de música. Y, contra todos mis principios abúlicos, todo lo que allí se decía me interesó como
mierda. Y me interesó aún más, cuando aquel viejo Sr. Leinad, dijo ser un descarriado a muerte
de los Juegos de Vídeo, y que sus video games favoritos eran el Golden Eye, Killer Instinc,
Vicker Mouse y el Doom 64, Counter Strike que también eran mis favoritos.
Después que impartió su clase, me acerqué a él y le dije que quería tomar unas
lecciones. Me dijo que sí, que “komo las huevas”. Y por fin lo vi de cerca. De verdad era uno de
los tipos más feos que haya visto en toda mi vida. Su nariz prominente, su barbilla
desproporcionada, su manojo de cabellos quebradizos y orquillados, su extrema delgadez y su
amarillenta piel, daban una pista -sino la respuesta- al porqué se ha mantenido oculto y ajeno a
la vida en sociedad.
- ¿Porqué no siguió con las presentaciones y esas cosas que deben ser experiencias
bien bacanes? -le pregunté un día.
- Ni tanto -respondió el Sr. Leinad con gesto desganado- al menos yo, las más de las
veces, lo ke sentía al estar parado frente a tantas personas, era vergüenza. Vergüenza y nada
más ke eso. La mayoría de las presentaciones eran para mí una verdadera tortura. Y si
kontinuaba kon todo eso era porke mucha gente me empujaba a ello. Lo ke pasa es ke yo
siempre viví sumergido en una eterna adolescencia, siempre me sentí como de 17 o 21 años.
Siempre andaba rodeado de gente muy, pero muy joven. Ellos me daban esa fuerza, ese
espíritu para continuar. Sus palabras, los agradecimientos que les salían del corazón, los
constantes obsequios y tantas cosas, me comprometían a seguir en eso, en todo akello ke me
estaba oprimiendo el alma. De pronto, kuando ya tenía komo 40 o 41 años, la adolescencia se
me fue un tanto de golpe. Se me comenzaron a caer los dientes, perdía más y más pelo. Mi
piel y mis huesos comenzaron a sentir el paso irremediable de los años. Si bien siempre he
sido feo -y lo sabía perfectamente- en esos días me puse aún más feo, impresentable,
inmostrable. A partir de allí, solo me quedó hacer grabaciones y luego nada.... hasta llegar a
este Centro...
- Me satisfacía por lo ke, después de kada koncierto, tenía varios nuevos amigos. Eso
era todo. Nunca hice plata, nunca gane dinero, fama o fortuna, pero gané lo ke nunca tuve de
chibolo: amigos; gente ke me escuche y personas a kienes escuchar. Y eso era suficiente. Tu
debes saber ke el no doblegarse ante los embates de la moda y lo fácilmente masivo, tiene sus
desventajas... -dijo el Sr. Leinad, mientras dibujaba una cínica sonrisa en su rostro-
- Pero en nuestro medio -traté de hacerme el polémico- el hacer las cosas con el
corazón lo dejan a uno fuera de carrera. Todos van por la marmaja o por levantarse alguna
hembrita. El que se dedica a artista: o es un gran farsante o es un loco de mierda...
- Eso de “todos tenemos algo de loco” es bien cierto. Y es ke arte y locura, van de la
mano. Se supone ke el arte es una forma, o el resultado, de un tipo de locura. Solo un loco
podría tener en su mente ‘melodías’, ‘imágenes’, ‘historias’... ke luego las plasma en una
partitura, un lienzo o un libro. El arte es una válvula de escape por donde los individuos
kanalizan y discurren todas sus angustias, ansiedades, represión, en fin: el sufrimiento.
Imagínate ke no existiera el arte... El número de, lo ke la sociedad llama ‘locos’, se
incrementaría como la putamadre. Porque, eso si, ‘locura’ es una cosa y ‘demencia’ es otra. La
locura es, lo ke klínikamente se konoce komo la pérdida, transitoria o por un largo período de
tiempo, del racionalismo normal, mientras ke la demencia es la desintegración, irreparable
muchas veces, de la vida psíquica komo la konocemos. Un loco, por lo general, ‘habla’ o ‘dice’
disparates, o tiene pensamientos voladores y puede terminar haciendo una banda rock o
poemas. Un demente, en cambio, es alguien ke puede ser kapas de hacer volar un edificio kon
gente adentro, solo porke el color de las ventanas lo angustia.
- Pero ¿no le jode el tener que vivir en medio de pastrulos y rajados? -pregunté.
Poco a poco fui comprendiendo porqué el señor Leinad había terminado envuelto en
todo ese halo medio de fábula, de mito y de cuchichería. ‘Es un loco ’ decían. Pero en clase, el
Sr. Leinad, el ‘loco’, el ‘feo’, era el mejor maestro que conocí. Sus charlas eran fabulosas, sus
historias eran fabulosas: cuentos anarquistas, anécdotas universales, movimientos anti-
taurinos, Diógenes, Antonín Artaud, Nietszche, Francisco de Asis, las drogas, sexo y rock’n’roll.
La manera que tenía para enseñar era sencillísima y amena. Le gustaba explicar hasta lo que
para cualquier domine le hubiera parecido de lo más absurdo.
- Hay personas ke kreen ke los trastes son los espacios destinados en la guitarra para
hacer los akordes korrespondientes -decía el Sr.Leinad- pero en realidad ‘trastes’ son los
pequeños filamentos, a veces metálicos, a veces de hueso, ke están dispuestos en el mástil
del instrumento...
Y todo lo explicaba tan chévere que daba gusto estar en su clase. Inclusive cuando se
volvía medio complicado, era un tío animado. Como la vez en que trató de adentrarnos en el
uso y funcionamiento del Metrónomo de Doble Tiempo, inventado por el británico John
McLaughlin
-McLaughlin fue uno de los grandes guitarristas de los 70 -explicaba el señor Leinad- él
decía ke tomando el tiempo principal, al kual llamaremos Tempo A, el kual se puede subdividir
hasta en 99 tiempos, lo kombinabas kon el Tempo B, ke también estaba subdividido en 99
tiempos, teniendo, si lo deseas, 98 tiempos en kontra. Después tenemos la palanka C. Ahora
bien: si kiero un ciclo de siete, sakado del B, me dará un golpe sobre el “uno” de kada siete del
B, y si empujo el kontrol hacia adentro, llegaremos a tener cinco de kada ciclo de A. Vamos a
suponer ke tienen 60 golpes por minuto y la letra A está dividida en, por decir, cinco. Después
tienen el ciclo B dividido por siete, entonces para kada “uno” Uds. tendrían cinco y siete A y B.
Es el mismo compás subdividido diferentemente. Kon la palanca C puedo decir ‘dame uno’
cada tres del siete, lo cual solamente va a aparecer tres veces kada 21 golpes. Bajas luego el
volumen del B y tienes solo el C, lo kual es una variación del B -ke no se escucha- en kontra de
cinco.
El Sr. Leinad sabía llevarse bien con todos y nadie lo jodía en clase, pues, a pesar de
la falta de atributos físicos, muchos lo respetaban y le tenían ley. Otros le tenían miedo. Decían
que era un satanísta y que había matado a varios pastrulos solo por mirarlo. Cargaba siempre
una Smith & Wesson calibre 38, ligera, de cañon corto. Los menos interesados decían que
simplemente era un viejo onanista, un pajero.
Al comienzo, en las primeras reuniones a las que asistí, todo estuvo bacán. Casi todos
nos reíamos de las ocurrencias de tan singular maestro y de su manera de explicar las cosas.
Todos, después de una primera, y chocante impresión, nos terminábamos acostumbrando a su
rostro, a sus rasgos tan poco beneficiados y a su voz.
Pasado algunos días, empero, las cosas comenzaron a cambiar un tanto. En cada
nueva clase, al Sr. Leinad se le veía cada vez más triste y taciturno. Hubo sesiones en que casi
no hablaba y solo se limitaba a los ejercicios en el diapasón, afinaciones en FA sostenido,
escalas pentatónicas, giros y saltos de octavas menores... pero nada más. Algunos alumnos
no entendían muy bien que huevada le estaba ocurriendo.
La respuesta, el motivo a este cambio súbito de humor, fue aquella tarde de Otoño en
que llegó al Centro, una dama muy linda, muy hermosa. El Sr. Leinad, como cada tarde, estaba
tomando un refrigerio en el cafetín del local. Aquella chica lo vió y se acercó a su mesa.
- ¿Está ocupado este asiento? -preguntó la dama, que llevaba un sencillo traje azul.
- Pues claro que quiero -le dijo la chica con una gran sonrisa, y procedió a tomar
asiento.
El Sr. Leinad, al ver su espacio invadido, hizo lo que cualquier otro feo hubiera hecho
en su lugar: intentar arrancar despavorido. Pero ella se lo impidió
- Por favor, lo que menos deseo en estos momentos es estar sola -se apresuró en
decir la damisela que parecía estar pasando por algún tipo de crisis- solo quiero conversar con
alguien. Estoy un poco desorientada y el alma se me está cayendo a pedazos. Por favor, no te
vayas.
- Tal vez te parezca algo trivial o tonto, pero el hombre que me gustaba me dijo que me
vaya a la mierda, que nunca se fijaría en mi porque soy fea...
- ¿Fea TU? ¡Pero si tu eres una mujer preciosa! -dijo el Sr. Leinad, sin poder ocultar el
súbito enrojecimiento de sus cachetes. La chica lo miró, sonrió y siguió hablando.
- Yo siempre veía a este chico cada vez que salía de su Instituto. Y me gustaba, me
gustaba mucho. Hace unos días me armé de valor y decidí decircelo, decidí confesarle lo que
por él sentía
- Muy mal hecho -aseveró el Sr. Leinad, como gran conocedor de estos menesteres.
- Si, mal hecho -confirmó la dama- Pero lo peor es descubrir que la persona de la cual
una se a enamorado, es un patán de mierda que no tiene el más mínimo respeto por las
personas, por los sentimientos... El muy roña tuvo la desfachatez de reírse de mí, delante de
todos sus amigos...
- Sé de lo que hablas -decía el Sr. Leinad, con la mirada clavada en su taza de café.
- Pero yo creo que uno debe confiar en lo que le dicte su corazón -dijo ingenuamente
aquella pálida señorita.
- Pero mírate a tí -dijo el Sr. Leinad- ¿Kómo has kedado después de seguir ‘los
dictados de tu corazón’?
Se miraron un largo rato, en completo mutismo. Ella parecía tratar de buscar algo en
los ojos del Sr. Leinad, tan oscuros, lóbregos, rodeado por esa maraña hirsuta de cejas y por
algunos pocos cabellos que descanzaban en su frente. El Sr. Leinad, olvidándose totalmente
de sus deficiencias estéticas, también la miraba, de frente, sin miedo, algo que no había hecho
con persona alguna en muchos años. Afuera, una perezosa niebla húmeda comenzaba a
envolver la zona, haciendo descender la temperatura considerablemente, frío que, al parecer,
no parecía importarles a ninguno de los dos.
- A mi, kuando era chibolo -contaba el Sr. Leinad, ya con más valor para hablar- me
decían ke el físico no era lo esencial, y ke más valor tenía la personalidad y el buen hablar. Al
tiempo komprobé ke todas esas kosas eran puras babosadas, y ke lo más importante para
estar en este mundo de las apariencias, es el físico, el aspecto externo de las personas. Yo
una vez tuve una konversa bastante agitada kon uno de esos defensores de la teoría de ke el
buen hablar, la ‘labia’, basta para konkistar a una mujer, y ke el físico es kosa sekundaria. Yo le
decía ke No, ke el físico es lo primordial. Ke lo primero ke vé una mujer es el kuerpo, el rostro,
el físico del hombre. Este pata me decía ke no. Pero después, él mismo me dio la razón
kuando rekordó algo ke a él le había pasado: dice ke él estaba con una hembrita muy linda y
estaba ke la palabreaba y la palabreaba. El es un tipo nada guapo pero kon muy buen
chamullo. Es más: diría que es un tipo algo feo pero nada soporífero. Pero en fin, dice ke la
chica ya estaba ‘por kaer’, kuando de pronto llega un pata rekóntra pintonázo, un churro el tío,
y la chica se olvidó de mi amigo. La tía kedó embobada kon el nuevo llegante y terminó
lléndose con el chico guapo.
- ¿Con el pintonazo?
La dama, mientras tanto, le agradeció al Sr. Leinad por haberse quedado. El Sr. Leinad
hizo lo mismo, y notó que la mujer llevaba una de sus manos siempre cerrada, haciendo un
pequeño puño o como guardando u ocultando alguna cosa.
- ... tal vez una idea, una melodía o tal vez solo sea una nube -dijo la dama, sin mirarlo.
- Huásu... -exclamó el Sr. Leinad- tal vez sea la nube ke estuvo bailando anoche en mi
ventana.
La dama, con una gran sonrisa, tomó la mano del Sr. Leinad, la abrió y puso la suya,
como dándole lo que llevaba oculto.
- ¡Lo tengo! -dijo el Sr. Leinad, quien no abriría su mano en todo el resto de la tertúlia-
ojalá no se me escape.
El cafetín, por lo general tan ruidoso y mugidor, parecía esta vez querer crear un marco
de sosiego y quietud a tan inusual reunión. Al Sr. Leinad se le notaba visiblemente contento.
- De ese software deben de estar viviendo muchos piratas de Wilson -dijo la dama con
una sonrisa- deben de salirles pedidos a montones...
- Sí. Es ke lo malo kon la mentalidad de Occidente -se puso a discernir el Sr. Leinad-
es ke todos miran hacia fuera, todos miran lo más fácil de ver, lo evidente. Imagínate ke, de
pronto, deje de haber toca-cintas, VHS’s, leedor de CDs, televisión... ¡carajo! Todos se irían a
la mierda, la humanidad no tendría nada ke ver u oír. Sus vidas obtúzas, programáticas y
alienadas, no tendrían sendero alguno...
- Es que en verdad la gente sólo aprecia los exitos materiales y se han olvidado del
espíritu -dijo la chica al tiempo que se arreglaba el cabello- es por eso que a mí me gustan
aquellas personas que son tildadas de ‘locos’; son mentes libres, creadoras y habitantes de
mundos mágicos e idílicos.
- Es por eso ke los encierran -dijo muy seriamente el Sr. Leinad- son gente peligrosa
para la salud del sistema. El sistema, el establishment, no puede tolerar el hecho ke los seres
humanos funcionen komo entidades individuales, komo entes aislados del mundo. Todos
tienen ke estar sujetos a las normas sociales kreadas por unos infradotados ke lo úniko ke
desean es la sujeción del hombre al dominio del montón, la integración a la manada. Para eso
tienen a la policía, a los políticos, a los comerciantes creadores de necesidades, a los medios
masivos basura y a los psicólogos.
-Es por eso ke todos los sustitutos de la vida -decía el Sr. Leinad- todos los
sucedaneos de nuestra existencia, los reeplazantes, tienen éxito: los travéstis, por ejemplo, los
homosexuales, sin tener nada en kontra de estas personas, son más exitosos ke las mujeres;
los demagogos tienen más éxito ke los pensadores libertarios, los artístas comerciales tienen
más figuración ke los artístas probos. Hasta las flores de plástico son preferidas a las flores
reales.
- Y la gente prefiere los aromas envasados a los perfumes naturales -sumó la chica.
- Kreo ke los epitimólogos deben estar muriéndose de hambre -dijo el Sr. Leinad, y la
chica comenzó a reír.
- Sí.... -dijo la dama, entre risas- también los timopsicólogos -y volvió a soltar una
carcajada.
Al Sr. Leinad le parecía un sueño. No podía creer que esté sosteniendo una
conversación tan larga con una dama tan bella y que esta no se haya ido aún. Al contrario:
parecía que ella disfrutaba mucho con la plática.
- Pero por ejemplo tu -dijo la chica mirando directamente a los ojos del Sr. Leinad- tu a
mí me pareces un tipo atractivo, tu mirada, tu forma de hablar...
- ¿Ke?! -dijo el hombre, sin poder esconder su perplejidad- no seas kruel, niña...
- ¡En serio! Tu me pareces un tipo guapo. Y encima pareces alguien muy culto, que no
parece que esté apegado a las cosas materiales... y no eres aburrido.
- Solo falta ke digas ke soy gracioso y ke bailo muy bien... -dijo el Sr. Leinad,
intentando ser procaz.
- Puede ser -dijo la chica, con una coqueta mirada- aún no te conozco bien, tal vez
pa’ la próxima vayamos a bailar...
- UUuuuu... y eso kuándo será -dijo Leinad, esperando una propuesta imposible.
- Pues mañana. Yo puedo venir acá a la misma hora. Si estás aquí, de seguro
podríamos seguir conversando o, si quieres, podríamos salir a algún lado.
Y la dama se levantó, dio media vuelta y se fué. El Señor Leinad, el misógino, el duro,
el hombre de los arpegios diatónicos y los acordes de séptimas disminuidas, de tricordes de
acentos quebradizos y destructor de estructuras melífluas... se encontraba totalmente
amartelado, ido, prendado, seducido, lelo, cautivo, camelado, absorto, idiota, embabosado...
pero radiante, fulgente. Casi casi felíz.
La tarde siguiente, dicen que el Sr. Leinad estuvo sentado en el mismo sitio, a la misma
hora y con evidente y tangible excitación. Pero, la hora pasó y la chica nunca llegó. Aquella
mujer de la cual nunca supo ni su nombre, no se acercó para nada.
Por ello, al profesor Leinad, cada vez que se sentaba a tomar un café, o almorzaba, se
le humedecían los ojos, de rabia, de vergüenza, de pena, pero parecía que solo yo me daba
cuenta. Luego, a unos días de suceder esto, me enteraría de la razón por la que aquella mujer
nunca se apareció: la dama en cuestión fue una de las tantas enfermas mentales que
escaparon del manicomio del costado. Una chica que, humillada por un idiota que la rechazó
hacía ya tres años, buscó refugio en el ensimismamiento, el autismo extremo, algo que los
médicos suelen calificar como: ‘locura’. Una hermosa dama que intentó suicidarse varias veces
y se le dio por escapar de su casa con angustiante regularidad. ‘Desquiciamiento por Causas
Sociales’, explicaron los doctores. Hasta que por fin, al no tener otras soluciones a la mano,
decidieron internarla.
Y aquella chica, justamente ella, la más bonita de las internas de aquel sanatorio, tuvo
que irse a sentar, precisamente, donde se encontraba el Sr. Leinad.
Nunca pude averiguar el nombre de aquella dama. Solo sé que estuvo en el cuarto 7,
del pabellón 18, del Albergue de Tratamiento Mental de las Hermanas de la Caridad, un lugar
superpoblado donde van a parar todos los esquizoides, psicóticos y enajenados, cuyos
familiares ya no desean hacerse cargo. De allí, tras aquella fuga, la dama fue trasladada, junto
con otras internas, a un nosocómio del norte.
Es por eso que, aún hoy, me sigo preguntando si debiera o no decirle lo que sé al
Señor Leinad. Lo único que me a quedado por hacer es continuar asistiendo a sus cátedras, a
sus tristes soliloquios sobre armonía, a los ejercicios de solfeo y a las lecciones de música del
atribulado Señor Leinad, el hombre que, en una tarde de Otoño, se encontró con una dama que
le dio momentánea compañía, una fugaz esperanza, un recuerdo y... una nube.
By Gustavito Producciones™