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El Divino Augusto

Nombre: Álvaro Andrés Jofré Valencia

Curso: Pedagogía en historia y ciencias


sociales

Profesora: María José Cot

Ayudantes: Gregorio de las Heras

Pablo castro
Cayo Octavio nace el 24 de septiembre de año 63 a. c, durante en consulado de
Cicerón. Pertenecía a una familia burguesa, de caballeros oriundos de Veletri, en
el Lacio, y su abuelo era un rico banquero. Su padre, C. Octavio, había desposado
una sobrina de César, Atia, y ese casamiento decidió la elevación de la familia. C.
Octavio, muere el año 58 a. c., en el momento en que, luego de haber gobernado
la macedonia, podía aspirar al consulado.

El futuro Augusto que entonces se llamaba Cayo Octavio, pasó algún tiempo bajo
la tutela de L. Marcio Filipo, segundo marido de su madre, pero César no tardo en
llevarlo consigo, y en año 45 a. c. lo adoptó. C. Octavio se llamó desde entonces
oficialmente C. Julio César Octaviano. Ese nombre y ese adopción lo señalaron
para recibir, después de los Idus de marzo del 44 a. c., la herencia del dictador
Julio César. Sin embargo en ese momento no comenzará verdaderamente “el
siglo de augusto”. Transcurrirían cerca de diecisiete años antes de que el joven
César, ocupado en conquistar el poder, esté en condiciones de hacer que se
reconozcan el sentido y el alcance de su misión, y quizá de tener plena conciencia
de ello. Ni siquiera la victoria de Accio, que el 2 de septiembre del 31 a. c., le
aseguró la dominación de hecho sobre el mundo romano, que consagrada por un
triunfo triple el 13, el 14 y el 15 de agosto del año 29 a. c. Era suficiente para
decidir el comienzo de ese “siglo”. Cayo Julio César Octaviano no entro
verdaderamente en la historia sino el 16 de enero del año 27, dia en que, por una
inspiración genial, L. Munacio Planco propuso al senado que se otorgara al nuevo
señor el nombre de Augustus.

La elección de ese nombre, destinado a tanta gloria, fue una maniobra


parlamentaria. Tres días antes Octavio había anunciado solemnemente que,
restaurada la paz, ponía el poder a la libre disposición del pueblo y del senado
romano. Pero el senado no podía aceptar ese presente, y el propio Octavio, al
hacerlo, no procedía de buena fe. Aunque por algún milagro se hubiese despojado
de pronto de la ambición apasionada que hasta entonces lo animara, su
apartamiento sólo habría sido una irrealizable quimera.
Había adquirido demasiada influencia en Roma para que le fura posible llegar ser
simple ciudadano. Sus servicios, sus victorias, lo habían elevado por encima de
los demás hombres hasta el punto de que no se los podía medir con la misma
vara, como si él hubiese sido de otra naturaleza. Y era precisamente esa posición
excepcional lo que se trataba de expresar con un título, con un nombre nuevo. En
un momento dado los senadores pensaron en concederle el de Rómulo. Pero sus
amigos vieron el peligro. Rómulo había fundado la ciudad, es cierto, pero fue rey y
finalmente pereció asesinado por los senadores (como Julio César). A pesar de su
prestigio, el nombre era un mal presagio y resultaba imposible pretender que la
republica estaba restaurada y a la vez conferir, aun indirectamente, honores reales
al hombre de quien había dependido esa restauración. Fue entonces cuando
Munacio Planco propuso el nombre de Augusto.

El epíteto Augusto aplicado a Octavio afirmaba la misión divina del fundador, como
se puede apreciar en un verso de Ennio, “después que la ilustre Roma fue fundada
bajo augustos augurios...” (Grimal, 1960). De esta manera Augusto tenía un carácter
devino dentro de roma. De manera que el viejo parlamentario Munacio Planco se
vinculaba se ese modo con antiguas creencias y con una especie de instinto
arraigado en la conciencia religiosa romana. Sin juzgar en cuanto a la forma de
gobierno, tenía el mérito de apartar en la idea misma de Rey lo que los romanos
siempre lamentaron en ella, y lo que las magistraturas republicanas habían
intentado conservar, a duras penas el carácter irremplazable y casi mágico de la
persona real. Así fue como oficialmente, en esa sesión del 16 de enero del año 27
a. c., se proclamó el principio de una nueva era, la conclucion de un nuevo pacto
con los dioses de la cuidad como el renuevo de su fundacion.

Después del mes de enero del 27 a. c., en el momento en que le fue conferido el
título de Augusto, Octavio restableció el orden y devolvió al senado la gestión de
todas las provincias salvo tres, España, Galia y Siria, que se reservó para él. Eran
las tres provincias en que se desarrollaban operaciones militares. España,
insuficientemente pacificada, había sido durante los años precedentes lugar de
numerosas sublevaciones. Lo mismo ocurría con Galia, donde además habría
quizá hacer frente a incursiones bárbaras en la frontera del Rin. Por último, Siria
estaba bajo la perpetua amenaza de una invasión de los Partos, y la opinión
pública no había abandonado aún la esperanza de vengar la derrota de Craso.

Se justificaba, pues, ampliamente que Augusto se reservara esas tres difíciles


provincias. Pero sobre todo, ello presentaba la ventaja de conservarle el Imperium
proconsular, y, por lo tanto, un mando militar y la disposición de las legiones.

Durante cuatro años, del 27 al 23, la autoridad de Augusto se asentó legalmente


sobre la reunión en su persona del consulado y del Imperium proconsular. Así era
dueño de la mayor parte del ejército, en tanto que como procónsul y su cónsul
dirigía la política exterior y la administración interior del estado, según las
opiniones del senado (cuya convocatoria quedaba reservada a su iniciativa).
Como cónsul, también, tenía autoridad sobre los demás magistrados y podía
avocar a su propio tribunal cuantos asuntos quisiera.

Tales eran los poderes legales de augusto a partir de enero del 27 a. c. La


constitución misma no había sido transformada. Consulado y proconsulado
seguían siendo, jurídicamente, lo que siempre habían sido. Lo nuevo no era que
un solo hombre juntara poderes que, habitualmente, pertenecían a personajes
diferentes, la innovación (y la anomalía) solo empezaban con la duración de esos
poderes, y sobre todo la de ese consulado sin cesar renovado, puesto que los
proconsulados tampoco eran anuales, sino atribuidos por periodos variables. El
día en que Augusto decidiera renunciar al consulado, la constitución republicana
quedaría al mismo tiempo restablecida. En las actas oficiales, el sistema
inaugurado en el año 27 a. c. se designa naturalmente bajo el nombre de res
publica reddita, o, res publica restituta, lo que significa que el poder había sido
“devuelto” a sus legítimos poseedores, el senado y el pueblo de Roma. En eso no
había ninguna duplicidad, los instrumentos del poder habían sido restituidos al
cuerpo político, por lo menos en derecho; pero ocurría que esos instrumentos
estaban confiados en un solo hombre, investido de una misión “excepcional”.
Augusto habiendo hábilmente accedido al poder absoluto de Roma, pero no de
una manera directa tenía que ratificar su estadía en el poder, dar justificación a
sus acciones, ya con el título de Augusto, sin duda, marcando su rol divino. Este
encargó a Virgilio la creación de una obra literaria que diera un origen divino, y que
tenía el derecho divino de estar en el poder de Roma. Fue así como Virgilio creo la
Eneida, obra que trata del viaje de Eneas hijo de un mortal y una diosa (Venus)
que a su vez era antepasado de Augusto.

Augusto sabia al igual que Alejandro Magno, que la gloria de Aquiles hubiera sido
vana si homero no la hubiese inmortalizado. Con todo derecho podemos
interrogarnos sobre la curiosa coincidencia que ha hecho del periodo de Augusto
la edad clásica de la literatura latina. Y sin duda la acción personal de Augusto no
bastaría para explicar la magnífica floración de poetas que entonces aparece,
Augusto tubo la dicha de llegar en el momento en que la literatura latina había de
alcanzar su apogeo.

Augusto, trato por todos los medios posibles, directos e indirectos, para garantizar
el triunfo de la tradición Romana. Contuvo la inundación de la influencia
helenística y abrió todas las puertas que podían dar entrada al genio romano y a la
experiencia que habían acumulado. Reconstruyo los templos, restableció las
normas de la moral y de conducta, estímulo nuevamente el amor al trabajo y la
devoción al deber. Dejo su huella en todas las ramas del gobierno, sus alabanzas
estimularon a los poetas y a los historiadores a divulgar en el extranjero los
antiguos ideales romanos y a enorgullecerse de ellos.
Aunque esa “edad de oro” de los poetas duro menos que el reinado de Augusto y
también que habían empezado antes del tiempo de Accio. Las primeras obras de
Virgilio son contemporáneas de los últimos años César, y Virgilio murió en el 19 a.
c., más de treinta años antes que augusto.

Por lo tanto Augusto obtuvo poderes supremos en Roma y justificados por la


literatura, hábilmente dejo un legado no solo político, sino que literario, cambiando
la moral del pueblo de roma, inculcando el amor a la familia, al trabajo, gracias a
la Eneida de Virgilio.
Bibliografía

• Pierre Grimal, El siglo de augusto, editorial universitaria de buenos aires,


1960

• R. H. Barrow, los romanos, fondo de cultura económica, México- buenos


aires,1950

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