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Esta paradoja empieza a ser dilucidada por Enrique Dans, quien plantea en el
año 2000 que los beneficios de introducir tecnologías de información en una
empresa nunca se perciben de manera inmediata porque es necesario un
período de adaptación a dicha tecnología, lo que incluye la capacitación del
personal y la modificación de los métodos de trabajo para adaptarlos a la nueva
tecnología.
Posteriormente, hace unos pocos días, Juan Freire da por resuelta la paradoja
de la productividad en su artículo "La empresa 2.0 resuelve la paradoja de la
productividad: no es la tecnología, es la información", donde expone las
razones de porqué las tecnologías de la información efectivamente pueden
incrementar la productividad cuando se comienzan a medir los usos de la
tecnología y no la infraestructura tecnológica.
Freire explica que los analistas han dejado de medir los tangibles -la
tecnología- para preocuparse por los intangibles -los flujos y gestión de
información en las organizaciones-. Y es entonces cuando se percatan de que
un empleado no produce más y mejor por tener un magnífico ordenador y el
último modelo de Blackberry, sino la capacidad de dicho empleado en usarlos
para establecer y explotar al máximo sinergias con sus compañeros de trabajo
y, por qué no, colegas de profesión aunque sean de otras empresas o centros
de investigación.
Un buen amigo, que con sus 28 años y cursando un caro master de Marketing
ha entrado a trabajar como becario en una gran empresa de comunicación por
400 y pico cochinos euros al mes, me contaba el otro día una triste historia que
estoy seguro que se repite en tantas otras oficinas españolas. Una compañera
de trabajo, más joven que él y con el ínfimo nivel de 'junior' -que ella debe
considerar muy superior al de becario- ni siquiera le escucha cuando él
propone una idea nueva de cómo enfocar un evento o promoción, usando, por
ejemplo, el networking o las redes sociales.