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KANT:
PENSADOR DE LA MODERNIDAD
Hoy no será una época sino un hombre el objeto de nuestra
conversación: Emmanuel Kant. Es cierto que se trata de un
inmenso filósofo cuyo pensamiento culmina en una apoteosis la
edad de las Luces. Se interroga a la vez sobre el estatuto del
conocimiento, a partir del edificio newtoniano, y sobre las
posibilidades de la libertad, a partir de las luchas llevadas
adelante por los enciclopedistas contra todas las tiranías. El
resultado obtenido es ejemplar: contrariamente a lo que pensa-
ba la metafísica, no hay conocimiento absoluto, sino conoci-
mientos verificables. En lo referente a la libertad, incluso si su
completa realización es improbable, sigue siendo una tarea
infinita. Volvamos a situarnos antes de abordar a este filósofo
considerado difícil.
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Es preciso saber qué quiere decir luz natural: se opone a luz
sobrenatural, por consiguiente a las explicaciones metafísicas.
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El mundo es como es, y es preciso tratar de hacerlo inteligible con
los medios de que disponemos, es decir, con la experiencia. No
hay un orden del mundo que corresponda a una razón superior
homogénea y unificada. Hay órdenes del mundo que debemos
tratar de captar, de comprender. Además, es notable que Hume
se oriente cada vez más hacia una especie de física de la cualidad
sensible y que, rompiendo completamente con el problema
cartesiano, quiera hacer de la ciencia un simple medio para vivir
mejor en la vida cotidiana. A menudo me pregunto si esta idea
de la ciencia no hubiese sido más interesante que la otra, que la
que nuestra civilización ha seguido. Pero dejemos esto. En todo
caso, aun cuando la ciencia hace progresos considerables -la
obra de Newton y todos los descubrimientos del siglo xviii lo
testimonian-, aunque estos progresos se afirmen, se precisen, se
desencadena una crítica muy profunda de la racionalidad
clásica. Creo que es desde este punto de vista que hay que
observar si se quiere comprender la profundidad del
pensamiento de Kant.
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Empero, los únicos enunciados que tenemos sobre la realidad,
sobre el ser, son los de las ciencias, y en el dominio científico no
se puede superar el marco de la experiencia posible. El alma, el
mundo, Dios, no son datos en este marco. Cuando se quiere
construir un saber respecto de ellos, se cae o bien en paralogis-
mos -es decir, en razonamientos falsos-, o bien en extrapolacio-
nes, o bien en contradicciones. Hay pasajes muy atractivos en la
Crítica de la razón pura: en la página de la izquierda Kant
retoma un razonamiento de los metafísicos, y al leerlo, se
convence de que el mundo es infinito en el espacio; en la página
de la derecha se encuentra un razonamiento igualmente
convincente que muestra que el mundo es necesariamente
finito en el espacio.
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Decir de Kant que es idealista no significa gran cosa. El piensa
simplemente que el hombre trabaja sobre un material. Desde el
momento en que comienza a percibir y a concebir, transforma
eso que le es ofrecido. Por consiguiente, lo que sea eso cuando
no es ofrecido, no podemos saberlo. No es el objeto de un saber.
Esta es la respuesta kantiana. ¿Se trata de un postulado? Creo que
podría decir más bien que es una reseña de la experiencia. Usted
sabe, de hecho, que los filósofos idealistas en el verdadero
sentido del término, que piensan que la realidad es una proyec-
ción del hombre, del sujeto cognoscente, en realidad jamás han
existido. ¿Por qué? Porque, en general, los filósofos no son
idiotas ni delirantes. Toda nuestra experiencia cotidiana muestra
que algo existe. Se cita siempre el caso del obispo de Cloyne,
Berkeley, filósofo idealista. Pero Berkeley construyó toda su
demostración para mostrar que había que suponer un Dios que
crea precisamente el objeto, la realidad, a falta de otra prueba de
su existencia. Entonces ningún filósofo ha sido idealista en el
sentido corriente del término. Esto me parece perfectamente
claro. Y esas formas de alegato referentes a la filosofía son muy
irritantes por los contrasentidos de que testimonian. En particu-
lar, es un libro célebre el que me irrita, es el libro de Lenin
Materialismo y empiriocriticismo. Lo digo claramente: guardo
una cierta admiración por Lenin como pensador político, pero
verdaderamente en filosofía es estúpido.
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Aclarado lo cual diré que en el dominio propiamente del cono-
cimiento científico Kant era profundamente optimista. No sé qué
es lo que hubiera pensado ante las relaciones de incertidumbre de
Heisenberg, pero me imagino que hubiese dicho que se trataba
de una dificultad propia de la experiencia científica y que esta
dificultad sería superada mediante una profundización de la
experiencia, como creo que ha sido el caso. Después de muchos
debates, se ha llegado a un acercamiento probabilístico que
permite superar esta dificultad. Hay que distinguir entre la
ontología y el conocimiento científico. Lo que Kant establece
con una gran firmeza es que, en lo referente a lo real, solamente
la ciencia puede desarrollar enunciados verificables. Solamente
de la ciencia, pues, puede decirse que puede producir enunciados
verdaderos.
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