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1. La memoria
que todas Uds. han tejido en mi memoria, mil de ellos me salen al paso: un
enjambre de luces lejanas, que hacen sentir que uno ya está cerca de casa,
aunque el camino parezca aún muy oscuro; un fuego cálido del que brota
compañía en el dolor y la angustia, en los momentos de apretura, en los días que
no parecen abrirse a ningún mañana. O un pájaro que busca volar y no tiene
miedo, porque en sus alas se han depositado la confianza en los horizontes
lejanos; .....o tantas otras imágenes más.
viático que me ha animado al riesgo del camino y de los lugares nuevos. Se trata
de un supuesto que me ha constituido.
abandonar sus certezas; no desean soltarse las manos. Ayer han subrayado
desde muy adentro cada pequeño espacio de conversación grupal donde se han
experimentado reunidas, cada sentimiento que experimentan como comunes a
todas.
2. El espejo
c) Ese dejarse conmover hacia lo más profundo de la vida por algo que les ocurre
socialmente (pues rara vez alguien abre su casa porque otros se encuentran
huérfanos), ha abierto muchas de las puertas de su casa a través de la
historia. Y a veces, al abrirla o para abrirla, su vida congregacional se ha vuelto
dolor, alejamiento, ausencia, pérdida (pérdida dura, porque se ha vuelto hueco,
carga depositada sobre pocas espaldas, entrañamiento de unas en otras
desde el dolor de las decisiones diversas y la distancia): eso es lo que no
puede volver a pasarles (muestra de ello son las fotos de las ausentes a las
que llevan atravesadas en el alma y en las gargantas, no importa cuánto
comprendan o no sus procesos)
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como tal en mucha de sus miradas mutuas. Todas pueden reprocharse algo:
¿de dónde sale en última instancia el dinero?, ¿con qué criterios se abren o
cierran las casas?, ¿quién dice que ahora vivimos más simplemente?, ¿cómo
hace una casa en lugares difíciles y lejanos para albergar a las nuestras
enfermas o grandes?, ¿quién va a hacerse cargo?, ¿quién dice que yo no
conozco esa dificultad?, ¿qué te ha hecho creer que la conoces? Bajo el
reproche asoma un dolor más profundo: ¿por qué me estás dejando sola?,
¿por qué no estás conmigo, si somos hermanas?, ¿por qué no caminamos
todas juntas?
h) Recalco el dolor por debajo y atravesando todo lo que también puede ser
error, pecado, anhelo de protagonismo indebido, experiencia de poder,
personalismos marcados inevitables en uno de los grupos de mujeres más
brillantes que debe tener la vida religiosa argentina en este momento,
conflictos epistemológicos en un discurso común atravesado por formaciones
disciplinares y discursos diversos; recalco el dolor porque necesito poner frente
a sus ojos que esta asamblea lleva el gravamen de sus tensiones, conflictos,
malentendidos y pecados de fraternidad: en realidad, esta asamblea es sobre
su realidad de fraternidad. Más hondo entonces, porque, como decía Cynthia
ayer: “hacemos lo mismo que la gente, la diferencia está en la fraternidad”. Si
Uds. vivieran en el mundo en que yo vivo, sabrían cuánto se aman las unas a
las otras, y cuánto eso se ve: en la alegría de las unas con las otras, en los
bailes, en la oración, en la disminución del tono de los discursos
contrapuestos, en ese anhelo que han expresado de ese espacio donde
puedan estar juntas, a la par, cerquita de Quien las tiene a su lado: en su
anhelo de contemplación. Ayer han callado numerosas veces; algunos podrían
pensar que no se animan a hablar, que no saben cómo decirse las cosas. Yo
no creo que sea así: el amor también retiene en el silencio, porque ahí,
calladas, detenidas las palabras con las que podríamos herirnos o alejarnos,
podemos seguir amándonos. A veces eso no es cobardía, ni falta de
expresión: es sólo amor. Un amor dolorido y en riesgo, un amor que no
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encuentra caminos, un amor que tiene sus duelos y sus lutos; un amor que
tiene que tomar decisiones de amor. Hijitas, Uds. ya han entregado su vida a
ese mismo Amor; no descrean de El.
suya. El abuso físico, psíquico, moral, te acompaña desde niña; porque más allá
de la maldad de los otros, todo tu ser dice que nadie te protege. Lo dice con toda
el alma, porque toda tu alma lo siente así. La supervivencia se torna la primera
tarea, porque nadie puede asegurar tu vida. Cuando eso es lo primero, son
imposibles los proyectos. La anomia se transforma en el rasgo más constante,
porque adentro no hay inscripciones que marquen: todo es lábil y podría ser
distinto de cómo es. La desposesión y la codicia se aúnan: nada importa tener,
porque no tengo lo que anhelo; todo quiero tener, porque todo me hace falta,
porque en todo sólo siento que me falta. La lectura de abandono y de olvido es
inevitable: he sido abandonada, nadie se acuerda de mí, a nadie le importa si vivo
o muero, nadie sabe donde estoy, ni siquiera saben que existo. La subjetividad se
construye desde esa absoluta falta de visibilidad: mi vida no es vista por nadie. El
diagnóstico de injusticia me constituye: todo es desproporcionado. Los demás
tienen lo que yo no tengo. Soy demasiado débil frente a una realidad
incomparablemente grande y hostil, los demás están con alguien y yo estoy solo.
Un persistente sentido de catástrofe atraviesa todo: todo puede perderse, todo me
va a ser quitado y tendré que volver a la intemperie y a empezar como si nada
hubiera construido ya. El miedo es constante: se lleva metido en los pliegues del
cuerpo y en toda la extensión del alma. Sólo hay un recurso; ese mismo recurso
que produce el frío en muchos de aquellos que Uds. conocen: amontonarse, estar
muy juntos, buscar el calor en el cuerpo de los que tienen tanto frío como yo, ser
muchos.