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Jaim Etcheverry

Entre el desinterés y la ignorancia militante

¿A quién le importa aprender?


Guillermo Jaim Etcheverry
Para LA NACION

Jueves 24 de septiembre de 2009 | Publicado en edición impresa

En un reciente artículo periodístico, el escritor español Rafael Argullol comenta el hecho de que
algunos de los mejores profesores universitarios de su país están abandonando la enseñanza.
Identifica como una de las principales causas de esta preocupante situación el desinterés
intelectual que advierten en sus estudiantes. Señala que los profesores no se sienten ofendidos
por la ignorancia, sino por ese desinterés que demuestran sus alumnos. Es decir que no sólo
comprueban que ignoran por completo nociones esenciales, sino que, fundamentalmente, tal
desconocimiento no representa problema alguno para los jóvenes, quienes, dice, "adiestrados
en la impunidad ante la ignorancia, no creen en el peso favorable que el conocimiento puede
aportar a sus futuras existencias".
Esta situación no es más que el reflejo de un fenómeno generalizado: la indiferencia por el
saber que muestra la sociedad que esos jóvenes integran, puesto que hoy se privilegia la
utilidad por sobre la verdad. Señala Argullol: "Tras los ojos ausentes -más somnolientos que
soñadores de sus jóvenes pupilos- los veteranos ilustrados advierten la abulia general de la
sociedad frente a las antiguas promesas de la sabiduría. ¿Para qué preferir el conocimiento,
que es un camino largo y complejo, al utilitarismo de la posesión inmediata?". Hemos
conseguido contagiar a los jóvenes el clima antiilustrado que caracteriza a nuestra época en la
que no se valoran "ni bien ni verdad ni belleza, las antiguallas ilustradas, sino únicamente uso:
la vida es uso de lo que uno tiene a su alrededor".
Esa reflexión, que refleja la realidad que se observa en la sociedad occidental actual, justifica
en gran medida la crisis de significado que atraviesa la educación. Nos encontramos ante la
paradoja de una sociedad que declama la importancia del conocimiento, es más, que se
considera a sí misma "sociedad del conocimiento", pero que no valora ese conocimiento e,
incluso, no pocas veces lo combate activamente en los hechos concretos.
Muchos jóvenes son el espejo de ese clima que prevalece en la sociedad y, más aún,
convierten su desinterés en ignorancia militante, configurando un grupo en expansión que
exhibe ese desprecio sin ocultar un cierto orgullo. Se muestran heroicamente resistentes a toda
influencia que consideren inútil para la sociedad de uso, hacen gala del hedonismo que ven en
sus mayores y, como ellos, desconfían de todo lo que tenga cierto sabor a antiguo. No
alcanzan a advertir que la tecnología, a cuyo consumo desenfrenado se los impulsa, reconoce
su origen, precisamente, en los fundamentos teóricos que se desarrollaron, con gran esfuerzo,
en respuesta al desafío que plantearon a las generaciones anteriores aquellos ideales del
conocimiento.
Hace poco, el presidente Barack Obama, de los Estados Unidos, decidió hablar directamente
con los escolares al comenzar el ciclo lectivo de este año. Desde una escuela media en
Arlington, Virginia, se dirigió por televisión a los alumnos reunidos en todas las escuelas de su
país, actitud que generó un interesante debate en la opinión pública, ya que algunos grupos
creían ver en ella el propósito de adoctrinar a los jóvenes. En un discurso admirable -que
deberían leer las dirigencias de todo el mundo-, les comentó que se había referido en
numerosas ocasiones a la educación. Que había hablado de la responsabilidad que tienen los
maestros en inspirar a sus estudiantes, alentándolos así a aprender. Que había hecho
referencia a la necesidad de que los padres siguieran de cerca el desempeño de sus hijos,
controlando que realizaran sus tareas y vigilando que no pasaran todas las horas del día frente
a la televisión o a los videojuegos. Que había señalado la responsabilidad que le cabe al
gobierno de establecer estándares elevados y de apoyar a los maestros y directivos de las
escuelas, mejorando la situación de aquellas que no funcionan adecuadamente y en las que
los estudiantes no logran buenos niveles de aprendizaje. "Pero -dijo- en última instancia,
aunque contemos con los maestros más dedicados, con los padres más dispuestos a apoyar la
labor educativa, con las mejores escuelas del mundo, nada de eso importará a menos que
todos ustedes cumplan con sus responsabilidades, a menos que asistan a esas escuelas, a
menos que presten atención a esos maestros, a menos que escuchen a sus padres, a sus
abuelos, a los demás adultos y, sobre todo, a menos que estén dispuestos a realizar el duro
trabajo que se requiere para alcanzar el éxito. Cada uno de ustedes es el responsable último
de su propia educación."
Educarse representa una responsabilidad hacia uno mismo porque cada uno tiene capacidad
para algo, cada uno tiene algo para ofrecer. "Y ustedes -señaló Obama- tienen la
responsabilidad para con ustedes mismos de descubrir cuál es esa capacidad con la que
cuentan. Esa es la oportunidad que les proporciona la educación." Enumeró diversas
situaciones: "Pueden ser grandes escritores, pero no lo sabrán hasta que escriban ese trabajo
que les exigen para la clase de lengua; innovadores o inventores, pero lo descubrirán recién
cuando elaboren su proyecto para la clase de ciencias; dirigentes políticos, pero para eso
deberán estudiar el gobierno e incorporarse a los grupos de debate. Para cualquier tarea que
quieran emprender necesitarán una buena educación? Nadie deja la escuela y simplemente
aterriza en un buen trabajo. Para eso necesitarán entrenarse, trabajar y aprender".
Destacó como idea central el hecho de que, además de esa responsabilidad personal, lo que
hagan los jóvenes con su educación decidirá el destino de la sociedad en la que viven. "El
futuro de los Estados Unidos depende de cada uno de ustedes -señaló el presidente-, porque
lo que aprendan hoy en la escuela determinará si nosotros, como nación, podremos hacer
frente a los grandes desafíos del futuro? Necesitamos que cada uno de ustedes desarrolle sus
talentos, sus habilidades y su intelecto de modo que puedan ayudarnos a los mayores a
resolver nuestros problemas más complejos. Si no lo hacen, no sólo se abandonarán a ustedes
mismos, sino que estarán abandonando a su país."
"La posición en la que ahora se encuentren -dijo- no tiene por qué determinar qué lugar
ocuparán en la sociedad. Nadie ha escrito el destino por ustedes, porque aquí ustedes escriben
su propio destino. Ustedes construyen su propio futuro." Y apoyó esta afirmación con un
emocionado relato de las dificultades que enfrentó en su propia vida, mencionando los apoyos
con los que contó para concretar su sueño y así asistir a las mejores escuelas de su país. En
fin, instó a los jóvenes a asumir la responsabilidad por sus propias vidas, a fijarse objetivos
para su educación, a comprometerse y trabajar en serio para alcanzarlos, recurriendo a
quienes pueden prestarles ayuda.
La preocupación que expresa Obama es la misma que, de otra manera y en una sociedad
diferente, planteaba Argullol: la imperiosa necesidad de poner de manifiesto el interés por
educarse, de asumir las responsabilidades personales. En los niños y jóvenes en edad escolar
ésta se manifiesta en la demostración del interés por aprender. Si quienes se acercan a las
instituciones educativas lo hacen carentes de ese interés, todo lo demás será inútil.
Por eso, la tarea que hoy enfrentamos es titánica, pues consiste nada menos que en recrear en
los jóvenes ese interés por el trabajo de educarse, en transmitirles la dimensión de su
responsabilidad para con ellos mismos y para con la sociedad que integran.
Padres y maestros deberían renovar su alianza para emprender la reconstrucción del interés
de sus hijos y sus alumnos por el conocimiento y así emprender la tarea de hacerse humanos.
Si esto no se logra, si a las escuelas no asisten alumnos sino clientes o espectadores en busca
de entretenimiento, los planes de estudio, las aulas, las computadoras, los libros, carecerán de
toda significación. Los niños y los jóvenes dejarán las escuelas habiendo desaprovechado la
oportunidad única que les brinda la educación para descubrir y desarrollar sus capacidades.
Además, la sociedad en la que vivirán, integrada por ignorantes, jamás llegará a ser la tan
declamada pero aún tan lejana "sociedad del conocimiento".

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