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La relación fraterna implica una tensión entre competencia y fraternidad que la dinamiza. Los hermanos compiten por la atención de los padres pero también desarrollan fuertes lazos de lealtad. La rivalidad entre hermanos es normal pero los padres deben asegurarse de que ningún hijo se sienta desfavorecido. Al valorar las diferencias individuales de cada hijo y respetar la intimidad entre los hermanos, los padres pueden fortalecer la identidad de cada uno y la relación fraterna.
La relación fraterna implica una tensión entre competencia y fraternidad que la dinamiza. Los hermanos compiten por la atención de los padres pero también desarrollan fuertes lazos de lealtad. La rivalidad entre hermanos es normal pero los padres deben asegurarse de que ningún hijo se sienta desfavorecido. Al valorar las diferencias individuales de cada hijo y respetar la intimidad entre los hermanos, los padres pueden fortalecer la identidad de cada uno y la relación fraterna.
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La relación fraterna implica una tensión entre competencia y fraternidad que la dinamiza. Los hermanos compiten por la atención de los padres pero también desarrollan fuertes lazos de lealtad. La rivalidad entre hermanos es normal pero los padres deben asegurarse de que ningún hijo se sienta desfavorecido. Al valorar las diferencias individuales de cada hijo y respetar la intimidad entre los hermanos, los padres pueden fortalecer la identidad de cada uno y la relación fraterna.
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(Artículo publicado en la Revista Creciendo en Familia, Nro, 12, 2009, Prosed, Universidad Católica Argentina)
La llegada del segundo hijo instaura el vínculo fraterno en la vida
familiar. La fratria tiene en la dinámica familiar una identidad propia ya que es un tipo de relación diferente a la paterno filial o a la de pareja. ¿En qué se caracteriza este vínculo especial? ¿Qué implica tener un hermano? Al hacer referencia a un amigo muy querido decimos: “Es como un hermano”. ¿Qué experiencias y sentimientos de la relación con nuestros hermanos utilizamos para construir esta analogía? Al nacer un hermano, comienza el largo aprendizaje de compartir la vida con un par, con un otro semejante y diferente a uno mismo. Alguien con quien se comparte la misma generación, con sus usos, costumbres, formas de pensar y sentir el mundo y con quien también se mantienen significativas diferencias en el estilo de personalidad. Comienza una relación que mantendrá una continuidad a lo largo del tiempo y también sufrirá transformaciones. Cada relación entre dos o más hermanos se verá influenciada por los aconteceres de la vida familiar y por las actitudes que los padres tengan para con el sistema de hermanos. Pensar en la relación entre los hermanos implica también pensar en las funciones parentales. Los padres con sus actitudes, palabras y decisiones pueden favorecer u obstaculizar el vínculo entre los hermanos. Recorreré algunos ejemplos a lo largo del artículo. La relación fraterna implica una fuerte ambivalencia, una tensión que la dinamiza y que incluye, por un lado, fuertes sentimientos de lealtad fraterna y, por otro, cierta cuota de rivalidad y competencia. Una relación sana entre hermanos supone ambas. Una fraternidad que acerca, une y genera compañerismo, sin ser simbiótica y una competencia, no violenta, que surge como una necesaria búsqueda de mantener las diferencias individuales. La fraternidad Un hermano puede implicar o no la misma sangre. Tanto los hermanos co sanguíneos como los adoptivos o los que se constituyen como resultado de la creación de una familia ensamblada, van construyendo y haciendo sólido el vínculo gracias a diferentes factores: una historia en común, un espacio compartido y un afecto especial que se va profundizando con el devenir de la historia familiar. Al instalarse el sentimiento de lealtad se percibe entre muchos hermanos un fuerte nivel de compromiso, de protección y cuidado ante momentos de adversidad. Un profundo sentimiento de unidad. A partir de la infancia y en la adolescencia se entretejen experiencias compartidas que van construyendo este vínculo profundo, intenso y complejo. En la infancia los juegos en común fraternizan y, yendo más particularmente a la adolescencia (etapa de fuertes cuestionamientos a los padres y a las figuras de autoridad), el vínculo fraterno está preservado de esa rebeldía. Al no vivenciarse a los hermanos como figuras de autoridad, el adolescente puede mantener con ellos mayor cercanía. Cuando es poca la diferencia de edad comparten el mismo grupo de amigos y surgen conversaciones a puertas cerradas que muestran una intimidad fraterna. Cuando la diferencia de edad es mayor, un hermano adolescente se encuentra con la posibilidad de cuidar a sus hermanos menores descubriendo en él aspectos protectores que desconocía. Durante la adolescencia también se van notando las mayores afinidades entre algunos hermanos y podemos ir evaluando el tipo de comunicación que se va estableciendo entre nuestros hijos. Cada hijo irá eligiendo con cuáles de sus hermanos conversar y con cuáles mantener acuerdos tácitos de convivencia. La adolescencia y previamente la infancia son las etapas en las que los padres pueden mostrar y enseñar la riqueza de la conversación como herramienta para lograr acercamientos y para resolver conflictos. Algunos hijos usarán este valioso recurso y otros optarán por mantener esa intimidad que va más allá de las palabras y que se da por la cotidianeidad compartida. Como en toda relación, el diálogo profundiza el vínculo; cuando surge la posibilidad de la palabra se expanden las posibilidades relacionales y los hermanos se van descubriendo mutuamente en su singularidad. La rivalidad Tanto en la infancia como en la adolescencia surge entre los hermanos la rivalidad. Se presenta en forma de peleas cotidianas que muchas veces preocupan a los padres. ¿Intervenimos o los dejamos solos?, se preguntan ante estas situaciones. En una pelea cada hermano defenderá su postura para fortalecerse y para diferenciarse del otro. Las situaciones de rivalidad son oportunidades que podremos aprovechar como experiencias de aprendizaje. Podemos mostrar lo valioso del diálogo para expresar la postura personal y como vía para llegar a algunos acuerdos. Es importante que el sistema fraterno intente solucionar el conflicto por sus propios medios, y que los padres sólo muestren vías posibles de solución. Sólo cuando surja la violencia, el sentido común nos indicará intervenir muy activamente para poner límites al acto violento, que a diferencia de la sana rivalidad, busca anular y descalificar al otro. La rivalidad fraterna cotidiana se da frente a la mirada de los padres y muchas veces son los hijos los que los buscan como jueces para que den un veredicto. Se compite así sanamente entre los hermanos por el amor o la aprobación de los padres. Pero cuando se tiende a responsabilizar o culpabilizar siempre al mismo hijo por el conflicto, se generará en él una vivencia de injusticia y de celos que puede perpetuar la rivalidad entre hermanos; ese hijo probablemente apostará más fuerte en la competencia para intentar conseguir la aprobación buscada. En las familias en las que los hermanos sienten que uno de los hijos está claramente puesto en el lugar del ideal, del hijo deseado y “perfecto”, se recrudecen los conflictos por competencia entre los hermanos. Atacarán o tomarán exagerada distancia del hijo ejemplar para defender la propia singularidad. Al notar esta situación los padres podrán intervenir acercándose al hijo que se siente disminuido para valorizarlo explícitamente en su forma de ser. Cuando los padres valoran y reconocen las diferencias, cuando los hijos se sienten reconocidos como personas individuales, y los roles están claramente diferenciados, nadie compite en extremo por ocupar ningún lugar. Los hijos se sienten valorados como únicos e irrepetibles, como personas con identidad propia que en nada tienen que emular a otro para ser aceptado. Cuando los hijos se sienten descubiertos por sus padres en su subjetividad, probablemente mantendrán entre sí la competencia en niveles esperables. Así en la familia se respeta la identidad personal de cada hijo, dándole a cada uno un espacio propio y, al mismo tiempo, se favorece el espacio entre los hermanos como un grupo con identidad. Enrique Arranz Freijo, (psicólogo español, investigador de las relaciones fraternas), sostiene que este “status fraterno diferenciador” fortalece la autoestima y una sana autonomía (1989). Ayudará entonces al fortalecimiento de la fratria y a cada hijo en particular que los padres respeten a los hermanos como un sistema con identidad, o sea que ambos padres puedan tolerar y favorecer que entre los hermanos circulen sentimientos, deseos, ideas y acciones que les pertenezcan. Los padres deberíamos tolerar y respetar esa fuerte intimidad fraterna. Sembrar el terreno fértil para que crezca la posibilidad del intercambio emocional. Todas estas experiencias infantiles y adolescentes de la fratria servirán de mayor o menor sustento para que el vínculo tome diferentes formas en la adultez. La historia familiar dará su veredicto final y mostrará diferentes niveles de profundidad que la relación fraterna tomará cuando los hijos se independicen de la casa de los padres. Gracias a la historia en común y a padres que favorezcan los vínculos, el afecto entre los hermanos se profundiza con el tiempo. Será así como los hermanos pueden convertirse en buenos compañeros de ruta. Serán los hermanos una fuerte red de sostén tanto para enfrentar las complejidades de la vida cotidiana como para disfrutar de los acontecimientos felices que el futuro les entregue. Recuadro aparte: ¿Un hermano educa?
Si bien es complejo responder esta pregunta me interesa detenerme en la
realidad de aquellas familias en las que los padres están en pleno ejercicio de sus funciones parentales y se observa que los hijos mayores desempeñan roles de educación sobre sus hermanos menores. Ponen límites, se hacen responsables de horarios de sus hermanos o de su rendimiento escolar, los educan en los afectos, etc. Son hermanos padres. Los padres les asignan de forma tácita o explícita el rol de educadores. ¿Ocupan estos hijos una función o un lugar que alguien deja vacio? ¿Qué rol paterno o materno está debilitado para que un hijo ocupe ese lugar? Sin duda la pareja parental puede revertir esta situación volviendo a ocupar sus lugares y roles. Al liberar a los hermanos mayores de las tareas de educación, serán para los hermanos menores una posible figura de identificación, alguien para imitar, un soporte afectivo, posible consejero y un buen compañero de momentos de disfrute y alegría. Podrán también ser buenos cuidadores y protectores en algunas situaciones, pero no tendrán a su cargo la difícil tarea de educar. Recuadro aparte: ¿Cómo podemos favorecer las relaciones fraternas de nuestros hijos?
Fomentando en la infancia los momentos de juego en común y
experiencias de solidaridad mutua. Que puedan aprender a pedirse ayuda en situaciones de la vida diaria. Favoreciendo la expresión de las emociones entre los hermanos. Educando en la empatía, ayudando a que puedan ponerse en lugar del otro para intentar comprender sus emociones, estados de ánimo y formas de pensar. Interviniendo en algunas peleas para ayudarlos a dialogar. Mostrándoles la riqueza de la conversación como forma de llegar a acuerdos respetando las diferencias. Evitando responsabilizar siempre al mismo hijo como causante de los conflictos. Reconociendo explícitamente las distintas fortalezas de todos los hermanos y evitando las comparaciones. Relatando experiencias personales con los propios hermanos en los que se transmita la fraternidad como un valor y como una red de sostén. Conversando con el hijo mayor en caso en que intuyamos haberlo involucrado en las tareas de educación de sus hermanos menores para constatar si fue esto un peso para él.
Lic. Matías Muñoz
Psicólogo clínico Profesor universitario (Uca) matiasmunozQhotmail.com