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Derechos humanos y ejecución penal

Desafíos para la intervención


UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA
FACULTAD DE TRABAJO SOCIAL

Jornadas: Violencia y sistema penal

Derechos humanos y ejecución penal


Desafíos para la intervención

Lic. Mariana Laurini


Lic. Anatilde Senatore
La Plata, 2.006
Derechos humanos y ejecución penal
Desafíos para la intervención
Presentación

La privación fundamental de los derechos humanos se manifiesta


por sobre todo en la privación de un lugar en el mundo, un espacio político que
torna significativas las opiniones y efectivas las acciones...” Young Bruel1

La teoría criminológica aparece en la configuración del sistema capitalista como


institucionalización del orden, legitimando un arsenal punitivo que, en aras del contrato social,
oculta su matriz clasista con el fin manifiesto de impartir justicia y garantizar la seguridad en una
sociedad de hombres libres, negando la necesaria contradicción entre lo enunciado y la
posibilidad de concreción, al negar una premisa constitutiva: la relación entre los dueños de los
medios de producción y quienes solo tienen como capital su fuerza de trabajo no se dará jamás
entre iguales. Esta seguridad no es otra cosa que el “concepto supremo de la sociedad civil… el
concepto de policía, toda la ciudad existe solo para garantizar a cada uno de sus miembros la
conservación de su persona, de sus derechos y de sus propiedades” 2 , en tanto la igualdad remite
al “hombre replegado sobre sí”, el hombre como identidad imposible, igual a sí mismo, en una
sociedad donde la identidad se configura en la alteridad, en tanto se promulga una igualdad del
objeto y no del sujeto, es decir, lo que permanece igual es la ley ante todos los hombres, como si
todos los hombres fueran iguales. El concepto de ciudadanía, central para opacar esta desigualdad
inicial de los hombres en el sistema capitalista, proporciona un pilar nodal en la construcción del
plexo normativo, que ahondando en la normatización de la vida cotidiana imprime los parámetros
del deber ser burgués.
El derecho positivo ha encontrado en la psiquiatría, la biología y la sociología el sustrato
argumental que permite congelar los procesos vitales en cuyo devenir tiene lugar la acción
punible, como en una foto instantánea, donde el eje es el hecho, que asépticamente enunciado
dará lugar a la intervención de las agencias punitivas, deshistorizando hasta lo inconcebible un
suceso que es sólo el emergente de situaciones cuya génesis es siempre social.
Podemos afirmar categóricamente que no existe hecho punible que no sea producto de relaciones
sociales determinantes. Los valores mismos con que se mensura qué es punible y qué no lo es,
son construidos en una sociedad donde el ritmo de los requerimientos de la acumulación impone
sus categorías. Los ejemplos son vastos. Sólo por mencionar alguno, citaremos la reconfiguración
de la categoría trabajo, como asignador de capacidades y virtudes, como eje de múltiples
1
Jelín Elizabeth. Ciudadanía emergente o exclusión, MIMEO CETS, 1.996
2
MARX, K. LA CUESTION JUDÍA ed. NEED, 1998
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disciplinas con un arsenal de intervenciones en función de producir, adiestrar, sostener,
reconvertir, silenciar a la masa obrera convertida en población sobrante.
El desmantelamiento del estado benefactor, desarticulando y focalizando las políticas sociales, la
destrucción sistemática del aparato productivo, la erosión de la seguridad jurídica del trabajo,
confluyen en la aparición de un fenómeno que latente en la última década, estalla hoy en toda su
magnitud. La exclusión presenta su arista más violenta y es el estado quien desplegará el
dispositivo que convierta a un acuciante problema socioeconómico en una novedosa pantalla
distractora.
Convertido en tema central de los medios masivos de comunicación, la inseguridad será leída
desde sus emergentes policíacos, secuestros, asaltos, homicidios, rostros de víctimas y
victimarios, historias de vida, reclamos de justicia y sobre todo, de control y represión. Una
sociedad que no ha salido aún del espanto de las consecuencias del terrorismo de estado de los
años 70´-80´, del terrorismo económico de los 90´, reclama fervorosamente aquello que la
desangró, sin ver que responde mansamente a los requerimientos del sistema. Las causas
primeras y fundantes del problema quedan ocultas tras las pancartas que piden justicia y los gritos
que reclaman que haya más policías, que se endurezcan las penas y se acorte la edad de
imputabilidad.
Será desde esta perspectiva que el estado penal se desarrolle.
La utilidad del aparato penal consiste, en principio en disciplinar a sectores de la clase obrera que
ingresan al nuevo sector de trabajo precario o al ancho mundo del desempleo, neutralizando y
excluyendo a sus elementos más disociadores o a los que se consideran superfluos con respecto a
las mutaciones de la oferta de empleo, reafirmando la autoridad del estado en un dominio
restringido que en lo sucesivo le corresponderá.
Sin embargo, esta función no agota sus objetivos, apenas los enmarca.
Desde la adscripción a la configuración marxiana como modo de aprehender el movimiento de lo
real, con el objeto de aportar a una transformación de sus estructuras, entendemos que el fin de
conocer necesariamente implica pensar en el modo de incidir sobre el objeto investigado. Desde
la perspectiva de totalidad, la cuestión penal se presenta como una dimensión constitutiva de la
cuestión social3.
Entendemos que la misma se configura en múltiples determinaciones cuyas relaciones
inmanentes intentamos analizar de manera esquemática, solo a los fines de hacer comprensible
3
Tomamos esta definición de P. Netto: “... conjunto de problemas políticos, sociales y económicos que el
surgimiento de la clase obrera impuso en la constitución de la sociedad capitalista... fundamentalmente vinculada al
conflicto entre el capital y el trabajo...”
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nuestro enfoque. La elección de este modo de exponer el problema se fundamenta en asumir
nuestra múltiple implicancia: como operadoras terminales del problema por nuestra inserción
profesional en el Patronato de Liberados, por nuestra inserción académica como docentes de la
Facultad de Trabajo Social en la UNLP, por el lugar como asesora en el ministerio de justicia de
una de nosotras.
Siendo múltiples las vías de acceso para el análisis, hemos construido una matriz que reconoce,
en principio, tres esferas de análisis del complejo nudo de problemas que constituyen la temática:
académica, política y técnica. Entendiendo que no existe práctica humana exenta de saberes que
la sustenten, consideramos en una de estas esferas, que denominaremos académica, a aquellos
saberes acumulados provenientes de indagaciones sistematizadas, aportando las pistas teóricas
que permiten reconstruir el problema en un plano de abstracción que atraviesa la particularidad y
expone para su comprensión, las categorías conceptuales que permiten dar inteligibilidad a la
cuestión penal. Este nivel tiene su epicentro en instancias de carácter académico, en las cuales se
construyen las líneas argumentales que incidirán sobre los ámbitos normativos y operativos.
Del mismo modo, reconociendo que no es posible escindir la política de la actividad cotidiana,
centramos en una segunda esfera la práctica política a nivel gerencial, estableciendo aquí las
referencias vinculadas con las líneas de decisión en las áreas de incumbencia, a nivel de cargos
jerárquicos, cuyas disposiciones y resoluciones pueden establecer líneas de acción a ejecutar en
los niveles operativos. Sin ser necesariamente representantes partidarios, ocupan lugares de
definición normativa e instrumental. Identificamos esta dimensión operando en los cargos
legislativos y ejecutivos de los ámbitos gubernamentales.
Finalmente, exponemos una tercera esfera, en la cual encontramos a los operadores finales del
sistema, cuantitativamente más relevante y, probablemente, la más compleja.
Hablaremos aquí de esferas, sin que este etiquetamiento sea totalmente satisfactorio. La
circulación de saberes es propia de la condición humana y directamente condicionada por el
modo de producción capitalista, del mismo modo, la política es constitutiva de toda práctica
social. Para complejizar aún más esta escisión artificial que proponemos, las dimensiones
académica y política se hallan en interrelación, en diversos modos e intensidades, con los
operadores finales del sistema de la ejecución penal. Esta interacción reconoce particularidades y,
por cierto, limitaciones, agudizándose éstas en tanto los grupos se alejan en términos de distancia
social. El referente empírico para este análisis será la ejecución de la pena privativa de libertad en
la provincia de Buenos Aires. Asistimos a un momento en el cual las esferas académica y política
coinciden fuertemente en diversas manifestaciones que sustentan una perspectiva crítica.
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Presenciamos a un movimiento inédito por su intensidad y profusión, por el cual los espacios de
debate académico centran su mirada en las estrategias alternativas a la prisionización4, mientras
un importante sector de la esfera política implementa algunas estrategias acordes con la
perspectiva garantista: redimensionamiento del Patronato de Liberados, como institución
ejecutiva de las penas alternativas a la privación de la libertad, reformulación del Reglamento de
Régimen Interno (R.R.S.C.6) en vigencia desde 1.970, implementación de espacios de
capacitación para agentes penitenciarios a cargo de docentes ajenos a la fuerza, entre otras
medidas, ilustran esta afirmación. Sin embargo, analizando el contenido del discurso de los
operadores finales de la ejecución penal, en el ámbito específico de la detención, se verifica un
entramado axiológico de fuerte impronta etiológica, con claros rasgos lombrosianos -si se nos
permite la ironía- reconociendo, en el mejor de los casos, algunas líneas explicativas, vinculadas
con el paradigma funcionalista, cuya incidencia en la materialidad de sus acciones no alcanza
para avizorar un impacto relevante en el curso del trato que reciben los internos.
¿Qué nudos problemáticos obstaculizan la pretendida transformación de lo que la comisión
provincial por la memoria definiera como sistema de la tortura? ¿Qué posibilidades de
intervención real permite?

Los operadores finales del sistema

Examinando las múltiples aristas del problema, tomaremos para el análisis como uno de los ejes
relevantes del mismo lo atinente al personal subalterno perteneciente al Servicio Penitenciario
Bonaerense.
Para ello, comenzaremos por analizar los mecanismos de ingreso a la institución.
A partir de las disposiciones del poder ejecutivo, el congelamiento de vacantes para el ingreso de
personal al Estado provincial se restringe exclusivamente a las fuerzas de seguridad 5: policía,
servicio militar y servicio penitenciario. En un mercado laboral sumamente limitado,
flexibilizado y precarizado, el ingreso a un puesto en el estado aparece como oportunidad
sumamente apetecible, tanto por la estabilidad que representa como por los beneficios en
términos de seguridad social y previsional. Esto se agudiza particularmente en los sectores
poblacionales con trayectoria educativa mínima o una baja cualificación laboral. Si bien el

4
Baste a modo de ejemplo la apretada agenda de Jornadas, Encuentros y aún espacios de formación específicos
sobre la temática que se sustentan sólo en esta última mitad del año, en la provincia de Buenos Aires..
5
recién a partir de la Ley que declara la Emergencia del Patronato de Liberados, en el año 2.004, es posible el
ingreso a una repartición no militarizada.
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servicio penitenciario establece la posibilidad de que los postulantes ingresen tras una formación
de grado cuyo requisito es tener estudios medios completos y cursar por espacio de dos años en la
escuela de cadetes, este sistema rige para aspirantes al escalafón superior6. Para el denominado
escalafón general, el ingreso se establece mediante la presentación de una planilla de postulación,
la cual se ingresa en un sistema informatizado y conforma una base de posibles ingresantes, de la
cual debiera surgir la nómina de futuros agentes a incorporar.
Tenemos aquí una primera deficiencia: no se puede garantizar que los ingresantes al
sistema elijan vocacionalmente la tarea que van a desempeñar.

Los estándares internacionales establecen como óptima la relación de un agente por cada
detenido. En la provincia se verifica una proporción cercana a un agente cada dos detenidos. Sin
embargo, la ampliación de la planta de personal está sujeta a una decisión política y no técnica,
sus cupos suelen incrementarse al ritmo de la construcción de nuevas unidades, por lo cual
habitualmente hay un fuerte remanente de cargos a cubrir para el desempeño óptimo de las
funciones. Cuando esta apertura de ingresantes se produce, yendo de la mano de las nuevas
construcciones, un complejo juego de oferta demanda, en términos de operaciones político
partidarias se desenlaza: el primer punto será el tema de la inversión, ¿quién aporta los recursos?
¿La provincia o la nación? Depende de qué provincia se trate, depende de qué tan cuestionado
esté a nivel de organismos internacionales su sistema penal, depende de las apetencias
eleccionarias de sus representantes, depende...
El segundo punto será el lugar en el cual se ejecuta la construcción. Hace 5 años se realizaron
encuestas en las posibles locaciones a fin de indagar si la población estaría dispuesta a convivir
con los muros. En una estrategia que combinó proselitismo e intereses genuinos, se estableció
que las nuevas unidades serían instaladas en ámbitos casi rurales, alejados del conurbano,
geografía que provee casi al 80 % de la población prisionizada. Un factor decisorio fue la oferta
de empleo para los residentes de las localidades seleccionadas. El desfile de intendentes
reclamando una cárcel para su partido fue notorio. En la actualidad, se ha decidido que las nuevas
cárceles se edifiquen en el conurbano como estrategia para abaratar los costos de traslado de
detenidos hacia los juzgados en ocasión de comparendos. Sería de esperar que los ingresantes
fueran seleccionados o bien de la lista mencionada (en la cual hay personas inscriptas desde hace
más de 8 ó 9 años) o bien de la nómina que los intendentes recaban en sus distritos. Baste

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Si bien se plantean transformaciones en este sistema de escalafones, pretendiendo su unificación, esto no se ha
producido aún.
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mencionar como refutación el hecho de que durante la gestión anterior, el ministro de justicia,
proveniente del municipio de Dolores, seleccionó personalmente a más de 600 de los 1.200
ingresantes, los cuales fueron vecinos de su pueblo, es preciso señalar que finalizó su mandato
para asumir el cargo de intendente de esta ciudad. Siendo un número absolutamente excesivo
para ser incorporado a la cárcel local, los agentes fueron incluidos en lugares como Magdalena y
Varela, debiendo trasladarse varios kilómetros para cumplir con sus funciones, en razón de lo
cual debieron generarse horarios especiales para que cumplan sus tareas, en detrimento de una
organización racional del funcionamiento institucional. De igual manera, punteros políticos
prominentes, representantes del poder judicial y legislativo proponen sus candidatos.
Identificamos en este punto, otro elemento perturbador: no es posible garantizar el ingreso
en términos de aptitud.

Los elementos subrayados no se circunscriben a una cuestión de educación formal, toda vez que
se ha verificado que los profesionales no aparecen como un grupo diferenciado al interior de la
repartición. Tarrío González7 define claramente la perspectiva de los médicos en el caso de los
presos FIES y aquí tenemos nuestros modelos autóctonos. Para el año 2.003 se realizó una mesa
de trabajo en la unidad 29, entonces considerada como unidad de máxima seguridad, el tema en
cuestión era el elevado número de autoagresiones y suicidios. Los profesionales presentes,
médicos, psicólogos, trabajador social y el sacerdote (¿?) coincidían en que el problema escapaba
de su ámbito de incumbencia, evaluando que los presos se lastiman para lograr beneficios, lo cual
no era visto como indicador del nivel de dolor que se les inflingía en detención y en condiciones
inhumanas, ni el flagrante abandono al que el sistema judicial los somete, ni se cuestionaba
siquiera la calidad de imputados de casi el 90 % de los detenidos, ni aparecía un cuestionamiento
a partir de su compromiso como profesionales. Clara evidencia de modificar esta situación resulta
lo definido en los Lineamientos Mínimos para el actuar del agente penitenciario:
ARTICULO 37.- El agente penitenciario deberá controlar si los internos/as se
alimentan y, en caso contrario, tomar conocimiento de las razones y dar aviso al profesional de
la salud y demás autoridades con ingerencia sobre el interno/a
ARTICULO 38.- El agente penitenciario deberá controlar las actitudes de los
internos/as a fin de evitar las tentativas de suicidio y autoagresiones dando comunicación al
profesional de la salud para que asista al interno/a.

7
TARRIO GONZALES, Huye, hombre, huye
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Hace poco un director del área de seguridad del organismo enumeraba las unidades carcelarias a
desactivar. Al mencionarle que la cárcel de Olmos debiera ser erradicada, respondió que no era
necesario, que habían reforzado su seguridad. La descripción sobre el particular que detallara el
informe Borrino8 no se ha modificado, salvo para empeorar, pero desde su perspectiva
reduccionista los estándares mínimos de habitabilidad no resultan parámetros a considerar. El
posicionamiento de ambos actores, con poder de decisión en el ámbito institucional inmediato, da
cuenta de su propia mirada acerca del problema.
Este elemento bien puede ser resultante de la conjugación de los anteriores: no existiendo
vocación ni requisito de aptitud, las prenociones acerca del delito y la pena operan con
absoluta prescindencia de marcos normativos que no ha internalizado el personal
penitenciario en sus particulares procesos de socialización.

A partir de los profundos cuestionamientos al sistema, resulta inobjetable la necesidad de


implementar modificaciones que posibiliten la continuidad del mismo. Durante el año 2.005, en
el marco del curso de perfeccionamiento para sargentos, se implementaron asignaturas vinculadas
con la formación humanística, tendientes a producir instancias de ruptura en el desempeño
laboral de los agentes, para fortalecer esta apuesta se convocó a docentes no penitenciarios.
Durante esta experiencia, intentando abordar el problema de los actores institucionales, los
estudiantes objetivaron su lugar en simetría con el interno. Una expresión que comparten
fundamenta esta aseveración: al terminar su carrera institucional, es decir, al momento de su
retiro de la actividad laboral –afirman- habrán cumplido una pena de 10 años de detención.
¿Qué perversos mecanismos institucionales imprimen esta conciencia de ser ellos también
prisionizados?
Varios elementos aportan pistas sobre cómo se construye este proceso:
Si bien todo agente subalterno sabe que en algún momento de su trayectoria laboral deberá
realizar el curso para ascender a sargento, la implementación del mismo les fue comunicada con
24 horas de anticipación en casi todos los casos. Siendo obligatoria y dictándose en la ciudad de
La Plata, cada asistente debió dejar su lugar de residencia, en algunos casos distante varios
cientos de kilómetros. Por los magros sueldos que perciben (vergonzosamente distantes de los
que perciben sus superiores), la mayoría de ellos cuenta con otro trabajo adicional, el cual debió
dejar de manera intempestiva. Por no hallarse prestando servicios en la cárcel se les quitó el

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Para el año 2.000 el Dr. Borrino realizó una exhaustivo informe acerca de las condiciones degradantes en que se
hallaba la unidad, de todo punto de vista ofensiva para la dignidad humana.
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beneficio de las horas extras, parte importante del ingreso mensual. En caso de tratarse de
familias monoparentales, no se les permitió excusarse, salvo en situaciones excepcionales,
vinculadas con la capacidad de gestión personal. Muchos de ellos no terminaron la escolaridad
primaria y debían incorporar conceptos que a los estudiantes universitarios se les imparte a lo
largo de un cuatrimestre. Al hablar de los grupos que conforman la institución, los polos eran
asumidos como ellos y nosotros, donde ellos eran los superiores y nosotros eran los agentes. Una
cita: “hago 400 metros bajo la lluvia para llevar al preso a que estudie y si yo pido horario para
ir a la escuela me hacen devolver las horas”9.
Habiéndose terminado el gas en las instalaciones, los agentes debieron recurrir al empleo de toda
su ropa de calle para mal soportar el frío de las noches. Una muestra más de la perversión: ante la
nueva reglamentación que elimina las diferencias entre los escalafones, el ascenso a la categoría
de sargento no debía otorgarse por este medio, el cual se consideraba perimido, al punto que tras
este curso, la escuela de sub oficiales se desmanteló. Si bien la última resolución ministerial al
respecto intenta abordar este punto, es apenas un primer paso, en tanto por las razones que se
viene exponiendo, muchos de estos artículos son, por ahora, expresiones de buena voluntad sin
elementos que permitan garantizar su concreción:
ARTICULO 18.- El personal penitenciario tiene derecho a su desarrollo personal
y profesional atendiendo a sus potencialidades, debiendo la autoridad penitenciaria procurar
una capacitación constante.
ARTICULO 21.- El personal penitenciario tiene derecho a continuar sus estudios
terciarios y/o universitarios, debiendo la Institución establecer mecanismos que permitan la
continuidad de los mismos sin desmedro de la labor que realice.
Este es otro elemento central para este análisis: no se puede pensar en la implementación de
un trato digno hacia el detenido cuando quien está a su cuidado es tratado con indignidad.

De la práctica cotidiana en cualquier institución es posible advertir, recopilar y analizar un marco


normativo no escrito, cuya materialidad opera con palmaria eficacia. Procedente de una época en
que la estructura social no había sido aplastada ferozmente por el empobrecimiento determinado
por la implementación ortodoxa de las políticas neoliberales, una regla vital entre el personal es
la de no confraternizar con los internos. Desplazado artificialmente de su función social, el agente
es inducido a una auto imagen que presenta, al menos dos desviaciones de sentido. Por un lado, el
discurso institucional lo posiciona como miembro de la gran familia penitenciaria. A modo de
9
José, agente participante del curso.
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ilustración: “Etimológicamente, autoridad proviene del vocablo latín "auctor" y este, a su vez,
del verbo "augere", que significa hacer aumentar, hacer crecer. En su origen el término se
asocia con dar vida, engendrar, y no con mandar, que es la versión que más usualmente le
asignamos. De allí que autoridad y paternidad comparten el sentido: ambos significan ´ser
fuente de vida y servir a la vida que de uno brotó´¨"10.
Por otro, el mismo discurso lo remite a una condición profesional de la que, por lo expuesto,
afirmamos que adolece. Esta calidad profesional será utilizada para denominar “distancia
operativa” a esta prohibición de interactuar con el interno más allá de los límites de lo permitido.
La ilusión de conformarse como entidad extra laboral, basada en un accionar que alude a un
compromiso con la función social institucional cuya existencia no puede ser demostrada -por las
razones esgrimidas acerca de los mecanismos de ingreso- tanto como la lógica militarizada que la
vertebra, resultan en una vocación corporativa donde toda acción de reconocimiento del interno
como un igual es tachada de inapropiada, denostando con el epíteto de presero a quien mantenga
tales actitudes. Del mismo modo, cualquier denuncia ante delitos cometidos por sus pares y/o
superiores es vista como la delación, el beso de judas de un traidor que mansilla las glorias de la
institución. Hoy, cuando los hombres y mujeres prisionizados proviene de los mismos sectores
que muchos de los guardia cárceles, que comparten historias barriales y cada vez con mayor
frecuencia se registran relaciones familiares entre detenidos y carceleros, el esfuerzo por acallar
la identidad de clase genera un plus de angustia en ambos grupos, cada vez es más frecuente
encontrar detenidos que son hijos y/o hermanos de miembros de la policía y el propio servicio
penitenciario. Para los primeros, el silencio es garantía de sobrevida, ante el ataque de sus
congéneres, quienes pueden reaccionar con afán de revancha si reconocen en la visita del
compañero el rostro de alguien que alguna vez participó en su proceso de detención. Para su
protección, estos detenidos son alojados en unidades distantes a sus hogares como una estrategia
de protección. Para los segundos, la vergüenza ante el estigma de tener un familiar detenido y la
sospecha omnipresente: si el delito es patológico, el delincuente es un enfermo, si está enfermo,
sus gérmenes pueden diseminarse y contagiar.
Por otra parte, para la institución, el hecho de tener una dependencia del poder político y de
percibir la creciente injerencia de organismos de derechos humanos no hace sino acentuar su
adhesión al paradigma militar, diferenciándose así de los civiles.

10
LAUMAN, E. “De la autoridad y sus efectos”, publicado en la revista A voces, ed. De abril de 2.004. el Dr.
Lauman escribió este artículo en su condición de Jefe del Servicio Penitenciario.
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Este resulta ser otro elemento de relevancia: no puede pensarse en un proceso de
profesionalización de la institución sin desmilitarizar la estructura que la contiene y
reconocer explícitamente la condición de trabajador asalariado que revisten.

Las acciones desarrolladas por la institución durante la dictadura constituyen un tema que se
reedita de modo confuso y persistente. En sus percepciones, cuando la sociedad les reclama por
hechos de tortura, definen los mismos en el acotado marco del terrorismo de estado, como si estas
prácticas hubieran sucedido exclusivamente en épocas dictatoriales. En este sentido, cuando se
expone públicamente que se sustancia una causa por torturas, en la cual hay pruebas de la
aplicación de picana eléctrica en la unidad 9 de La Plata, uno de los imputados estaba realizando
el curso mencionado, debiendo abandonar el mismo –al igual que su puesto, mientras se
desarrollaban las actuaciones judiciales- en tanto sus compañeros se esfuerzan por explicar cómo
los presos se producen este tipo de heridas para denunciar al servicio y obtener traslados y/o
beneficios. No admitieron la posibilidad de que algo así fuera verdad. Para ellos es muy fuerte el
peso de sentir que los resabios de la dictadura permanecen y que la sociedad los acusa de torturas,
no por lo que actualmente se produce intramuros, sino por el recuerdo de hace treinta años. En
otra ocasión, un sub oficial presentó evidencias de tratos denigrantes hacia los detenidos,
puntualmente se mostraba la imagen de dos detenidos engrillados con el mismo juego de esposas.
Sus compañeros justificaron este accionar en razón de la escasez de esposas que había en el
penal, a ninguno se le ocurrió que podía negarse a obedecer la orden de traslado porque
significaba un trato inhumano para los internos. Otro elemento vinculado con este punto y
sumamente sensible es el tema del uniforme. Las propuestas referidas a la conveniencia de trocar
el mismo por el guardapolvo son rechazadas con dos argumentos: se les abona un plus de $25 u/s
en concepto de uniforme y resulta un componente que impone autoridad frente al detenido,
apelando a un elemento externo frente a la deslegitimidad de la propia tarea. Asumen la dificultad
que les genera persistir en su empleo frente al rechazo social que genera. No es casual que la
mencionada resolución 56/06 disponga:
ARTICULO 1°.- El agente penitenciario debe aplicar toda normativa nacional e
internacional referida a la protección de los derechos humanos, prohibición de la tortura y el
maltrato, como así también las de tratamiento de las personas privadas de libertad.
ARTICULO 2°.- El agente penitenciario debe dirigir su accionar teniendo como
premisa que todos los seres humanos son iguales en dignidad y derechos, debiendo desarrollar
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su trabajo observando el derecho a la vida y seguridad de los internos/as, como así también su
bienestar.
ARTICULO 3°.- El agente penitenciario no puede someter a tortura, castigo y/o
trato cruel, inhumano o degradante a persona alguna. Debe oponerse y evitar la realización de
cualquier acto o acción que signifique maltrato, tortura, vejaciones y/o humillaciones contra el
interno/a y/o cualquier menoscabo a su integridad física y/o moral.
No puede pensarse en una transformación sin abordar en profundidad una clara
conceptualización sobre el marco normativo que coloca el paradigma de los derechos
humanos como principio rector de la acción estatal.

Simultáneamente, las demandas por mayores y efectivas medidas de seguridad suelen leerse
como ampliación de la tarea punitiva directamente vinculada con el encierro. Esto coloca su labor
en el centro de la escena pública, haciendo expresa la insuficiencia e inoperancia del mito
resocializador que sustenta su trabajo. Reconocer que los procesos de reeducación que enuncian
carecen de los efectos esperados, sin tener elementos para comprender los motivos profundos de
esta ineficacia genera un creciente sentimiento de insatisfacción laboral. El sentimiento
omnipresente de ser subestimados y maltratados por sus superiores, destinados a tareas rutinarias
y repetitivas, con salarios que se distancian geométricamente de los que perciben los oficiales, se
perpetúa en mecanismos de diferenciación social que cristalizan una situación de claro corte
discriminatorio: el servicio penitenciario cuenta con dos guarderías: La Palomitas y Las
Campanitas, la primera está destinada a los hijos de las internas alojadas en la Unidad 33 y a los
hijos del personal subalterno, en una aparente muestra de vocación democrática y espíritu de
integración, pero, claro, si todos somos iguales, algunos son más iguales que otros: a Las
campanitas van los hijos de los oficiales. Misma segmentación que se reproduce en los círculos
que los congregan y en la calidad de servicios que ofrecen. La segregación de clase se evidencia
en formas de segregación espacial: en las unidades, los suboficiales comen y descansan de las
guardias prolongadas en el casino de suboficiales. Los oficiales hacen lo propio en el casino de
oficiales. Pese a que los alimentos que ingieren son adquiridos con el erario provincial, cada
empleado debe pagar por lo que consume, $30 los oficiales y $20 los suboficiales. En el caso de
éstos últimos, si no pagan la cuota mensual son conminados a abandonar el salón comedor, frente
a la mirada de todos sus compañeros. Quien toma esta decisión suele ser quien lleva la
contabilidad del casino, quien, por lógica, resulta ser un oficial. Los colchones en los cuales
descansan son los mismos que emplean los internos y, en ocasiones, obtiene sus mantas
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expropiándoselas a los presos. Así, se verifican eventuales epidemias de sarna en los empleados
de menor rango. La citada normativa toma esta preocupación:
ARTICULO 16.- El personal penitenciario deberá darse un trato igualitario, de
tal manera que no sufran discriminación de ningún tipo por razones de raza, religión,
nacionalidad, región geográfica, ideología y/o circunstancia de cualquier naturaleza.
ARTICULO 17.- El personal penitenciario deberá referirse cordialmente y con
respeto, sin discriminar jerarquías evitando comentarios agresivos o que puedan provocar
malestar en las personas aludidas
La ausencia de derechos laborales mínimos, la prohibición de colectivizar sus demandas, agudiza
el sentimiento de estar entre dos bloques de presión: la exigencia de cumplir sin queja su labor y
la sensación de ser vulnerables a las demandas de los detenidos. En esta institución, como en casi
todas, los costos finales de los errores y las desidias las pagan, casi siempre, los estratos más
frágiles. Manifiesta prueba de lo afirmado resulta el hecho de que la masacre de Magdalena no
resultara en una remoción inmediata de los mandos superiores sino en el enjuiciamiento de los
responsables inmediatos e inferiores (22 oficiales y 19 sub oficiales). Para agravar esta situación,
las tareas que les son asignadas no solo son las más denigradas, sino también las más riesgosas.
Una ex jefa de un penal femenino afirmaba: “el problema acá no es el conflicto, el problema es
la amenaza diaria del conflicto, lo que te pasa mientras esperás que se desate...”
En ocasión de producirse un violento motín en esta unidad, las empleadas fueron agredidas y,
algunas golpeadas. No hubo para ellas relevo ni asistencia psicológica. Cumplida su guardia de
24 horas, debieron regresar 48 horas más tarde. Se garantiza de este modo un sentimiento de
aversión hacia la población a la que deben acompañar en su proceso de ejecución penal11. Un
dato más: para quienes realizan guardias de 24 horas, la institución provee los alimentos,
alimentos que se adquieren con el presupuesto que el estado provincial adjudica para el
funcionamiento de la institución.
Toda revisión que pretenda aportar a una democratización real de la repartición deberá
tener en cuenta las condiciones concretas de trabajo del agente penitenciario.

Resumiendo, reclutados de manera acrítica, sin evaluaciones previas ni instancias sistemáticas de


formación, los operadores finales del sistema penitenciario cuentan con escasas herramientas para
revisar seriamente los movimientos pendulares que evidencian las políticas públicas específicas,
cuya implementación instrumentan –cuando lo hacen- casi intuitivamente. Este panorama de
11
Dicha ejecución penal, como es notorio, resulta, en esta provincia, una anticipación de la pena.
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insensatez e inoperancia ofrece pocas alternativas de superación, en tanto no resulta un tema
relevante en la agenda pública, más allá de ambiciosos enunciados, baste como ejemplo de esta
afirmación un solo dato de las muchas certezas de esta realidad: la cárcel de Lomas de Zamora
carece de agua potable.

A modo de cierre
Siguiendo a Netto, la cuestión social aparece recortada, escindida en múltiples problemas que
sesgan e individualizan sus refracciones, permitiendo obturar el reconocimiento de una matriz
fundante: la contradicción originaria elevada a su máxima expresión. La cuestión penal no se
halla por fuera de esta fetichización que nos conduce a lecturas fragmentarias y tendenciosas y es
ésta la condición de posibilidad para que los discursos criminológicos encarnen y se materialicen
en mecanismos de intervención que devastan a los sujetos que el sistema construye para legitimar
su accionar punitivo e imponer las marcas de la norma.
Entendemos, por tanto que no es azarosa esta particular concepción del problema que en estos
días se ha definido como un problema de seguridad, acotando la misma a una lectura tendenciosa
de los niveles de violencia urbana y sesgando artificialmente su cariz eminentemente político.
Creemos que toda respuesta, por tanto, será provisoria e insuficiente. Sin embargo, creemos con
igual énfasis que no se puede permanecer impávido ante el flagelo que presenciamos.
Participar en estos ámbitos que, en líneas generales son ajenos a nuestro quehacer cotidiano, nos
proporcionaron las coordenadas necesarias para interpelarnos y definir qué queríamos compartir
en este espacio.
Como trabajadoras sociales nos encontramos a diario con historias de hombres y mujeres que han
atravesado instancias de detención que, sin ningún tipo de dudas podemos definir como procesos
de des integración social. No existen mecanismos que reparen las heridas que les fueron
infligidas. Aún en los pocos casos en los que el vínculo familiar resistió al mecanismo devastador
del encierro, el hombre y la mujer que egresa de un penal no es en modo alguno la misma
persona que ingresó a él, asimismo, la familia a la que vuelve ya no es la misma, hubo
redefinición de roles y funciones, duelos que se atravesaron de ambas partes, una suma de
circunstancias que evidencian que nada será lo mismo. El profundo quiebre y la compleja trama
vivencial exigen un fuerte proceso de reacomodamiento que interpela tenazmente a cada
miembro del grupo familiar.
Atesoramos sus rostros, sus dolores, sus desazones y las nuestras, por la sensación de impotencia
que cotidianamente transitamos. Leemos en sus ojos de hombres viejos de 20 años mal vividos, la
Derechos humanos y ejecución penal
Desafíos para la intervención
coexistencia contradictoria de la resignación y la esperanza. Recuperamos sus historias que
encarnan la historia de la exclusión y el desamparo, alentamos sus proyectos, contenemos sus
soledades, vemos crecer a sus niños y, con suerte, aportamos a construir con ellos una apuesta de
vida que contenga y exprese la dignidad inherente a su condición humana.

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