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Capitulo 1

Definición, etimología, relación con otros saberes y prácticas

La ética como praxis frente a dilemas

Nos enfrentamos a la necesidad de distinguir el bien y el mal en forma permanente y de


algún modo debemos dar cuenta de esto. La ética sería quien pone en consideración esta
experiencia, quien busca dotarla de conceptos, de normas, de criterios para la acción y
prepara para la recepción de los efectos de esa acción.

La moral remite a las costumbres, a los usos sociales, a las cuestiones que indican qué
es lo correcto, lo esperable, lo habitual de la acción humana; en cambio ética sería eso
mismo pero visto de la necesidad de una justificación conceptual, una organización
teórica de la moral. Sería la misma relación que hay entre el territorio y la geografía: la
realidad del primero es pensada, organizada, distribuida conceptualmente a través de la
segunda.

Podríamos establecer que la ética es una praxis. Siguiendo a Aristóteles, podríamos


decir que la ética es una manera de dar forma a algo, y eso desea, aspira, a una
formalización acerca del bien y el mal.
La praxis ética se despliega en tres ámbitos: la presencia de una conceptualización de la
acción, una normativa que establezca las posibilidades prescriptitas y las proscripciones
y la dimensión práctica, efectiva de esa acción.

La ética como praxis ante dilemas atañe al hombre de manera definitoria en la medida
en que debe cuidar no sólo de su acción, sino de su pensamiento, lo cuestiona
intelectual, moral y activamente. No hay ética sin esa instancia interior que prepara la
acción, que la elabora.

Lo que siempre estará en juego en la ética es la subjetividad, no como la perspectiva


individual frente a la toma de decisiones, sino como aquello que se construye a través
de la ética y le da sentido como tal.

El concepto de libertad se asocia al de ética. Como dice Foucault: “la ética es el uso
reflexivo de la libertad”.

Si bien al ethos se lo asocia a la construcción de la subjetividad, es ineludible la


presencia del otro para su desarrollo. Las cuestiones referidas al bien y el mal, las
decisiones a tomar, no sólo afectan a quien las realiza, están ligadas a los demás.

En torno a su definición: etimología, filosofía y antropología

La ética aparece por primera vez junto a la lógica y la física en la escuela de Platón.

“Ethos anthropos daimon”. Ethos significa estancia, lugar donde se mora. La palabra
nombra el ámbito abierto donde mora el hombre. La estancia del hombre contiene y
preserva el advenimiento de aquello que le toca al hombre en su esencia. Eso es, según
la frase de Heráclito, el daimon, el dios. Así pues, la sentencia dice: el hombre, en la
medida en que es hombre, mora en la proximidad de dios.
En un uso más filosófico, cuando el término ethos era escrito con la letra eta, podría
traducirse como carácter, como la configuración del sí mismo, forjada a través de la
adquisición de lo que los griegos denominaban areté, es decir, la excelencia en la forma
de ser, la perfección de sí, o como se expresa de una manera más usual, como virtud.

Capitulo 2
La ética griega

La ética occidental se apoya principalmente en dos pilares diferentes. Uno de vertiente


griega que intentaba dar cuenta acerca de qué era una “buena vida”, y el eje de atención
rondaba en torno a la naturaleza de la felicidad. El otro, influido por la tradición judeo-
cristiana, cuya atención gira en torno al deber y a hacer lo correcto.

Desde los tiempos de Homero los griegos han centrado su atención en la formación, o
paideia, aunque restringiéndose inicialmente sólo a la nobleza, como modo para
destacarse del resto de la sociedad. A la hora de formar todo educador tenía presente un
ideal a alcanzar, el cual estaba asociado con el concepto de areté, la virtud o excelencia.

La raíz de este concepto estaba inicialmente ligada con aptitudes propias de la nobleza
griega antes que con cualidades morales o espirituales. Se aludía al hombre de calidad,
para el cual rigen determinadas normas de conductas ajenas al común de los hombres.
De esta manera, la imagen del hombre perfecto reunía tanto aptitudes para la acción
como nobleza de espíritu.

También hay que tener el cuenta el vínculo que en esa época tenía la virtud con el
honor. El hombre homérico adquiere conciencia de su valor por el reconocimiento de la
sociedad a la que pertenece. La virtud heroica incluso lograba su perfección con la
muerte física del héroe y la perpetuación de su fama.

Sócrates

Periodo clásico

Entre los años 442 al 429 AC, se fortifica la democracia ateniense, Atenas domina las
polis integrantes de la liga ático-délica y se produce un gran auge de la vida cultural.
Una de las consecuencias indirectas del poder y vínculo de esta polis con otras regiones
fue que permitió que sus ciudadanos tomaran conciencia de la existencia de otros
sistemas sociales y estilos de vida. A raíz de esto empezaron a cuestionarse las
costumbres y tipos de vida tradicionales y a sostener que el fin de la vida humana
consistía pura y simplemente en la satisfacción de los placeres. A esta posición se la
denominaba hedonismo. Por otra parte surgieron posiciones relativistas respecto de la
religión tradicional, estándares éticos y otras creencias en general. El relativismo es
asociado con los Sofistas, quienes eran un conjunto de maestros y pensadores que daban
clases y asesoramiento de diversos temas.

Dentro de este contexto aparece Sócrates, quien trató de reivindicar los valores
tradicionales frente al hedonismo, relativismo y escepticismo en auge.

Platón presentaba a Sócrates como un pensador que buscaba indagar sobre diversos
temas, y no como un dogmático que ya tenía todas las respuestas.
Criticas al hedonismo

Los hombres no estamos dominados por los placeres, sino que la razón se intercala entre
la parte apetitiva del ser humano y la acción y discrimina cuáles placeres podemos
satisfacer y cuáles no.

El ser humano es una entidad que no es ni completamente buena ni mala, pero desea
perfeccionarse. Dado que deseamos lo bueno, deseamos los medios para acceder a él,
aunque supongan dolores intermedios.

Para Sócrates, el placer no es ni puede ser un buen. Su argumento apunta a mostrar que
las estructuras del placer y del bien son completamente diferentes.

Virtud y conocimiento

Sócrates centra su interés en el cuidado de las almas, porque son el origen de todos los
bienes y males del ser humano en su totalidad. Todos los bienes y virtudes carecen de
valor si el alma no los usa prudentemente. Pero la excelencia o virtud del alma son
inseparables de la verdad y el entendimiento. En su opinión, no es posible que todo
aquel que conozca en qué consiste el bien, se deje llevar por las pasiones o deseos en
lugar de ejercitarlo. Quien hace el mal, lo hace por ignorancia. A esta posición respecto
de la virtud se la denomina intelectualismo.

Para él, la virtud es algo que no se puede transmitir.


Sin embargo, vislumbró una vía con la cual ponernos en la senda de la virtud. Este
método parte del supuesto de que no nacemos como una hoja en blanco sino con el
conocimiento de todos aquellos conceptos acerca de lo que él preguntaba. El único
problema es que los hemos olvidado. Es por ello que el método utilizado constaba de
dos momentos: el primero, el de la refutación, en donde buscaba hacer tomar conciencia
al interrogado que aquellas opiniones que tenía por verdaderas, eran falsas e incapaces
de resistir a los embates de la razón. A este momento se lo denomina catarsis. Una vez
aceptada la ignorancia, comienza el momento positivo del método, denominado
mayeútica. En ella se ayuda a que el interrogado recuerde el conocimiento olvidado, o
utilizando la metáfora socrática, dé a luz el conocimiento que de alguna manera está
dentro de si, de la misma manera que una partera ayuda a una madre a dar luz a su hijo.

Platón

Al igual que Sócrates, defendía una ética eudemonista basada en las virtudes. El término
griego eudaimon se compone de dos partes: eu que significa “bueno” y daimon que es
“divinidad” o “espíritu”, que significa vivir de un modo que es favorecido por un dios.
El término con el que se lo traduce habitualmente es “felicidad”. Si asociáramos la
felicidad con el vivir bien, lo vincularíamos con gustos individuales. La concepción
platónica de felicidad es concebida como un estado de perfección. El ideal platónico de
felicidad es, por una parte, austero porque insta a que el alma permanezca distanciado
de los placeres del cuerpo, y por la otra, abnegada, en el sentido en que le da primacía a
la vida comunal por sobre la individual.
Propone la teoría de las ideas como el fundamento de todas las cosas, y ellas se
encuentran en un plano atemporal diferente del humano. Si bien ellas abarcan la
naturaleza de todas las cosas, la atención se centra en las idea éticas.
La verdadera moral debe presidir tanto la vida del individuo como la de la comunidad.
La moral es un conocimiento que nos orienta a alcanzar la felicidad, pero solo podemos
serlo dentro de una comunidad bien organizada. Por lo tanto, lo bueno y lo justo son lo
mismo para el individuo y la para la polis.

La justicia

Trasímaco defiende la tesis de que la justicia es el bien del más fuerte y del que
gobierna, en tanto es un daño para el que obedece. La injusticia, afirma, nos
proporciona grandes ventajas en los asuntos económicos y políticos. Incluso la felicidad
proviene de la injustita y no de la justicia. La justicia fue el producto de un acuerdo
entre los hombres de crear leyes y convenciones a fin de evitar seguir padeciendo
injusticias.

La justicia es el mayor de todos los bienes o fines, a punto tal que incluso los bribones
lo desean. Para este filósofo, el mayor bien o fin debe ser aquel que es deseable por sí
mismo y también por sus resultados.

Para Platón, la justicia tiene la cualidad única de ser deseable por sí misma y por sus
resultados.

Las virtudes de las polis y los individuos

Según Platón, las comunidades surgen por motivos fundamentalmente económicos, ya


que ninguno de nosotros es autosuficiente para satisfacer nuestras necesidades. Éste
también es el motivo por el que se adopta la “división del trabajo”. Platón sostiene que
la polis ideal debería conformarse por tres estamentos, y se le asignará a cada uno de sus
ciudadanos alguno de ellos dependiendo de los talentos con los que nacen. Estas castas
serían las siguientes:
- Gobernantes: quienes tienen la función de administrar, vigilar y organizar la
polis con el objeto de que ésta alcance el bien propio.
- Guardianes: son los que defienden la polis.
- Productores: sean estos campesinos o artesanos, son los que desarrollan las
actividades económicas.

A su vez, cada uno de estos estamentos se caracteriza por poseer una virtud específica.
Los gobernantes son prudentes, entendido como sabiduría para alcanzar el bien general;
los guardianes son valientes, firmes en la defensa de la polis y en el cumplimiento de las
órdenes; y los productores son moderados o templados, en el sentido en que deben
controlarse en el sometimiento voluntario a la autoridad de los gobernantes.

De manera análoga a lo que sucede en la polis ideal, el ser humano tiene tres almas:
- la racional: que es el componente inteligente y racional gracias al cual conoce.
- la irascible: asociada con nuestra decisión y corazón para llevar a cabo las
acciones.
- las pasiones: vinculada a los deseos, pasiones e instintos.
La virtud de la parte racional es la prudencia; la de la parte irascible es la valentía o
fortaleza, entendida como firmeza para seguir los mandatos de la razón; en tanto que la
virtud del apetito es la moderación o templanza.

En ambos casos la justicia se presenta como una virtud que no está asociada con
ninguna casta o alma en particular. Ella es la armonía y perfecta coordinación con que
cada estamento o alma cumple la función que le corresponde según la virtud que le es
específica. En consecuencia, la injusticia destruye el orden natural de la persona como
de la polis.

La idea del Bien

Platón considera que existe una instancia más fundamental que la de la justicia y esa es
la idea del Bien. Esta idea es presentada como el fundamento ontológico, gnoseológico,
teleológico de toso su sistema, por lo que no puede ser descrito directamente, sino solo a
través de analogías.

La analogía conduce a comparar la razón con la vista, y a sostener que así como para
ver, el ojo debe apuntar a cierta dirección, para conocer el alma debe dirigirse a ella.

Aristóteles

Fue discípulo de Platón. Ambos coinciden en la necesidad de integrar el pensamiento


moral con nuestros apetitos y emociones; la necesidad de educar el carácter desde la
infancia y el nexo entre la ética y la política.

Tipos de saberes

Aristóteles reconocía que no se podría exigir el mismo criterio de exactitud en todos los
conocimientos. Su posición era que, en la medida en que la naturaleza del objeto sobre
el que cada saber versa fuera diferente, el tipo de racionalidad requerido es diferente.

El primero de los saberes es la ciencia. Su objeto de estudio es aquello que no puede ser
de otro modo, que es necesario. La ciencia es un conocimiento teórico que se ocupa de
averiguar qué son las cosas, qué hechos ocurren en el mundo y las causas que lo
producen.

Frente a este tipo de saber encontramos aquellos otros saberes que se refieren a aquello
que puede ser de otra manera. Dentro de estos saberes menciona a los saberes técnicos y
los prácticos, vinculados con la prudencia. Los saberes técnicos buscan dar normas o
pautas acerca de qué hacer para lograr un fin determinado.

Por último nos encontramos con los saberes prácticos. Estos son normativos porque nos
orientan sobre cómo actuar bien o conducirnos adecuadamente en nuestra vida. A
diferencia de los otros dos saberes, la acción está influida por el placer y el dolor, que
puede influir en nuestro juicio. En la práctica cada situación es única y se debe decidir
sobre ella.
La vida como tendiendo a un bien

Aristóteles señala que toda actividad humana, cualquier que fuera su naturaleza, tiende a
un bien o a un fin. En el caso de las actividades complejas donde hay una pluralidad de
fines, sostiene que existe un solo fin último y el resto son fines subordinados
dependientes de este último.

Para justificar su posición comienza por distinguir dos tipos de fines o bienes, aquellos
que deseamos porque nos permite alcanzar otros bienes, y aquellos otros que deseamos
por ellos mismos, y a causa de los cuales los demás bienes son deseables.

A diferencia de Platón que concluye que la justicia es el mayor bien porque es deseable
por sí mismo y también por sus resultados, Aristóteles sostiene el fin de la vida sólo es
deseable por si mismo y eso lo conduce a un análisis sobre la felicidad.

El primer paso consiste en indagar la opinión general acerca de qué es la felicidad. Al


no encontrar que haya un consenso general acerca de esta definición, Aristóteles se
limita a evaluar las tres más importantes.

La primera es la que identifica la felicidad con el placer. Aristóteles rechaza esta


identidad. Dice que esta tesis tiene a identificar la vida humana con la de las bestias,
actitud a la que califica propia de los hombres vulgares. Además, si a un placer se le
agrega otro se lo acrecienta y se vuelve mucho más deseable. Pero para que pueda
acrecentarse, el placer no puede ser el bien supremo sino uno intermedio, porque el bien
supremo no se hace más deseable por agregarle otro bien.

La segunda definición asocia la felicidad con los honores. Aristóteles dice que la
felicidad es un bien porque es valioso en sí mismo, los honores, en cambio, se desean
para persuadirse de que uno tiene algún mérito. Incluso es algo que no depende de
nosotros para conseguirlo, sino de terceros. Y en esos casos lo valioso para quien es
honrado no es el honor en sí mismo, sino quienes lo conceden. La felicidad tampoco
puede ser algo que pueda ser fácilmente arrebatable, pero nada es tan efímero como el
reconocimiento de los demás.

Finalmente queda la posición que identifica la felicidad con las riquezas. Rechaza que
ellas sean lo mismo que la felicidad, porque en realidad son un medio para conseguir
otros bienes. Sin embargo, considera que la riqueza es una condición necesaria para ser
feliz.

En conclusión, ninguna de estas opiniones resulta satisfactoria. Entonces, Aristóteles


toma como vía alternativa estudiar al propio ser humano. Su planteo es que, en la
medida en que la felicidad es el fin o bien supremo del ser humano, deberíamos
determinar para qué existe el ser humano, y así determinaríamos dónde reside su
felicidad.

A la pregunta por el para qué de un ser vivo, la respuesta es el vivir y el vivir bien. Si
por otra parte nos preguntamos hacia donde tiende un ser vivo, cuál es su fin, este no es
otro que el estar vivo.
Aristóteles sostiene que el ser humano tiene múltiples almas, cada una de ellas con una
función específica. Queda como función propia del hombres las actividades ligadas a la
razón.

Virtudes y vicios

Aristóteles distingue dentro del alma una parte racional y otra irracional. A su vez, esta
última se divide en dos partes, una a cargo del crecimiento y la nutrición y la otra
apetitiva. La parte racional, además de incluir aspectos dedicados al cálculo y a la
lógica, contiene una parte desiderativa, que actúa movida por un fin. Existirían dos
tupos de virtudes, una propia de la parte del alma vinculada con la razón, que denomina
dianoéticas, y la otra que no razona, pero que sigue a su contraparte, las virtudes éticas.
Dentro de las dianoéticas encontramos las relacionadas con la razón teórica (la
inteligencia, la ciencia y la sabiduría) y la razón práctica (prudencia, arte o técnica,
discreción, perspicacia). Entre las virtudes éticas es posible distinguir aquellas propias
del autodominio (fortaleza, templanza y pudor) y la de las relaciones humanas (justicia,
generosidad, amabilidad, veracidad, buen humor). Mientras las virtudes dianoéticas se
manifiestan e incrementan a través de la enseñanza, las éticas surgen gracias a la
costumbre.

La virtud ética de Aristóteles se puede definir como un hábito adquirido bueno. Según
este filósofo hay tres tipos de fenómenos en el alma: las pasiones, las facultad y los
hábitos. De manera que la virtud sólo podrá ser uno de ellos. Define a las pasiones
como afectos acompañados de placer y dolor, como lo es el deseo, la ira o el miedo. Las
facultades nos determinan aquello por lo que sentimos determinadas pasiones, aquello
que nos produce alegría o tristeza. Los hábitos nos capacitan a comportarnos de cierta
manera respecto de nuestras pasiones. Es decir, aquello que nos retiene en ciertas
situaciones de explotar de ira y que la expulsa en otras.

Aristóteles propone un estilo de vida que tienda al perfeccionamiento. Piensa que uno
no nace virtuoso.

Entonces, tenemos a la virtud como una capacidad para dominar nuestras pasiones
según un canon de comportamiento que surge de la razón pero que se ejercita y
perfecciona en la acción. Lo que se denomina carácter consiste en la capacidad de
enfrentarnos a nuestras pasiones.

Hay algunos hábitos que son moralmente significativos por ser malos. A ellos se los
denomina vicios. Las virtudes éticas, en cambio, son aquellas que nos hacen buenos al
ejecutarlas.

El acto virtuoso se ubicaría en el punto medio entre dos extremos viciosos.

Para Aristóteles, lo que hace que el justo medio sea bueno está ligado con la valoración
que la sociedad le da a este acto por sobre los extremos. Las virtudes surgen de saber
aplicarlas en el momento correcto.

La prudencia y las virtudes intelectuales


Cada una de las virtudes éticas nos permite actuar correctamente en un ámbito muy
acotado. La pregunta es si existe alguna virtud que permita articular a todas las áreas,
logrando el ideal de una buena persona. Aristóteles considera que existe, pero no es una
virtud ética sino dianoética: la prudencia. La prudencia tiene por objeto deliberar bien
sobre lo humano, sopesa entre los distintos bienes parciales y establece una armonía
entre ellos.

La prudencia juzga acerca de cuál es el verdadero bien. Una vez que ella establece los
fines que debemos perseguir en cada acción, la deliberación determinará cuáles son los
mejores medio para conseguirlos.

La debilidad de voluntad

En las acciones de acuerdo con la virtud, no basta con hacer algo de cierto modo, sino
que también requiere el cumplimiento de otras tres condiciones: que se las haga con
conocimiento, que se las elija por ellas mismas, y que se las haga con una actitud
inconmovible. Este último punto alude a la fortaleza de voluntad del virtuoso que lleva
a que cuando la razón decide algo no se enfrente a presiones de las partes del alma. La
fortaleza de voluntad consiste en la capacidad de subordinar los placeres y emociones a
los deseos de la voluntad racional.

Nos todos somos virtuosos. Los incontinentes no son capaces de manejar las presiones
de las partes no racionales del alma. Dentro de este grupo es posible distinguir los
débiles y los impetuosos. El primero delibera, pero en lugar de actuar según razón se
dejan llevar por las pasiones, fundamentalmente enojo y placer. El impetuoso no
delibera, sino que se deja llevar directamente por sus impulsos. Si bien en el momento
de la acción no siente ningún conflicto, luego se arrepiente del curso de su acción.
Aristóteles hereda la visión del individuo que propone Platón: sostiene la existencia de
tres almas relacionadas jerárquicamente,
- una racional
- el espíritu, asociado con la pasión
- el apetito, ligado al deseo.
Cada una de estas partes tiene su virtud propia, la racional con la prudencia, la pasional
con el valor, y la apetitiva con la moderación. El individuo justo será aquel que integre
sus almas armónicamente, de manera que la razón con ayuda de la pasión dominen al
deseo.

La política educativa sirve para que los ciudadanos obren bien porque son virtuosos y
no por miedo al castigo. Las leyes se dirigen al resto de la población no virtuosa.

Período helenístico

Los primeros años fueron un período de grandes logros intelectuales y de un proceso de


delimitación entre las diferentes áreas del saber.

Epicuro

Sostenía que la filosofía carecía de valor si no ayudaba a los hombres a alcanzar la


felicidad. En su opinión, la causa de la infelicidad radicaba en creencias sociales
erróneas.
El epicureísmo se presenta como lo opuesto a Platón. Defiende la existencia de un único
mundo sensible y material, la materialidad y mortalidad del cuerpo y el alma, el
considerar que el bien no es trascendente sino que está asociado al placer.

Atomismo

Para el epicureísmo el universo estaba constituido de materia y vacío. Sostenían que


para explicar el mundo físico basta un número infinito de cuerpos indivisibles, o
átomos, y un espacio infinito en el cual moverse. Consideraba que los átomos estaban
en constante movimiento y que se debía a un proceso de caída debido al peso de los
propios átomos.

Ausencia de turbación

La felicidad era el resultado de que el cuerpo esté sin dolor y el alma sin perturbación.
Con respecto al alma, se señalan tres fuentes de la turbación: el temor a los dioses, a la
muerte y al futuro. Su primer paso es mostrar que no hay motivos por los cuales tener
estas preocupaciones.

Epicuro rechaza que los dioses sean responsables de los sucesos naturales. Esta falsa
creencia, asociada con el temor de un juicio divino y el castigo eterno eran consideradas
las causantes de muchas angustias.

Con respecto al futuro, rechazaba la idea de un destino predeterminado. El futuro


depende en parte de nuestras decisiones, pero esta dependencia no es total, pues hay
algunas cosas que nos vienen por azar. Nosotros sólo podemos preocuparnos de lo que
depende de nosotros. En síntesis, para Epicuro no hay que esperar al futuro como si
hubiera de venir infaliblemente ni tampoco desesperarse porque no vaya a ocurrir.

Finalmente, el miedo a la muerte. Uno de los motivos de temor son los mitos acerca de
los castigos divinos. Su concepto de los dioses quita sustento a estos mitos. Pero existe
otra causa de temor, que es el fin de toda sensación. Epicuro sostiene la existencia de un
alma que le proporciona vida al cuerpo. Una vez rota esta unión la vida, incluso la del
alma, cesa; de modo que la existencia humana está acotada por el nacimiento y la
muerte. Como no nos turban los hechos que sucedieron antes que naciéramos porque no
los sentimos, tampoco nos pueden turbar los hechos que han de sucedes luego de
nuestra muerte.

El placer como bien supremo y su cálculo

Para el epicureísmo, la vida no puede tener un fin trascendente, sino que se debe
encontrar en la vida misma. Todos los seres vivos buscan el placer y evitan el dolor, y el
hombre también lo hace.

La virtud no es algo necesario para la felicidad, sino sólo un medio para su logro. La
totalidad de los placeres, en cambio, son concebidos como un buen, ya que todo bien es
definido como aquello que es o causa placer.

Su planteo conduce a un tipo de vida sencilla, a la defensiva, donde se satisfagan los


deseos naturales y necesarios.
Epicuro propone el desarrollo e una ética razonable donde la sabiduría práctica pondera
los placeres y los dolores y se decide por cierto curso de acción. Si el filosofo rechaza
los placeres viciosos no es a raíz de una condena de un observador virtuoso, sino desde
el cálculo utilitario que le lleva a concluir que tarde o temprano serán dañinos y no
aportarán nada a la felicidad.

Capitulo 3
Éticas de la intención y consecuencialistas

El utilitarismo

El utilitarismo tiene a la economía como punto de apoyo. La terminología utilitarista


tiene en la economía un punto central de referencia; palabras centrales como interés o
utilidad, provienen para esta doctrina moral de las consideraciones económicas.

Para el utilitarismo el interés propio es el centro del cual parte la acción humana, la
premisa antropológica de su ética. El individuo se transforma en el centro de todo
interés; nada tiene sentido si no conlleva un beneficio propio. Esta es, justamente, la
idea del egoísmo ético.

Algunos filósofos, como Hume, han intentado conciliar la idea de egoísmo con la idea
de comunidad. Para él, el egoísmo se concilia con el altruismo porque el sentimiento de
benevolencia conforma al egoísmo; uno puede dirigir sui propio interés hacia
determinadas acciones pero siempre en la base de esas acciones debe estar ese
sentimiento de humanidad que limita al interés propio.

Otra corriente que intentó conciliar el egoísmo con la vida en comunidad fue el
utilitarismo, pero su punto de apoyo no fue el hecho de concebir la vida en comunidad
por priorizar al otro a través de los propios actos, sino una consecuencia de las
necesidades propias.

Las acciones humanas no se valoran en sí mismas, sino en vistas a un fin determinado


que viene dado por el interés o el provecho para un individuo o comunidad cuando se
ejerce la acción.

El utilitarismo ha considerado a la ética como una ciencia positiva de la conducta


humana. La idea era tratar de no apelar a los conceptos de autoridad, de intuición, de
divinidad, de sentimiento y de emoción, conceptos que o bien llevan a una ética
subjetivista o bien llevan a una ética de la trascendencia.
Se intentará convertir a la ética en una disciplina positiva, en la medida en que puede
dar cuenta de la conducta humana ajustándose al bien, a la justicia y a la felicidad.

El utilitarismo, sus premisas y alcances

El planteo inicial del utilitarismo puede presentarse así: “la máxima felicidad para el
mayor número de personas posible”. Conciben a la felicidad en relación al placer.

Descansa en dos principales cuestiones:


a) La buena vida de un hombre es una vida de placer.
b) En tanto los hombres son agentes morales ellos deberían actuar de acuerdo al
máximo placer para la mayor cantidad de personas posibles.

Lo que le importa al utilitarismo en el efecto e la acción en los demás. Dos factores son
fundamentales en la concepción de utilidad: uno es la intensidad y el otro es la
extensividad; el primero remite ala condición que máxima satisfacción de una
necesidad, el segundo ala cantidad de individuos afectados por ese acto u objeto útil.
Para Bentham o Mill (utilitaristas), la felicidad estaría en la satisfacción de necesidades.

El utilitarismo intercala la noción de útil, en donde el útil es aquello que provoca una
situación placentera, por tanto hace a la felicidad y es ponderado como bueno, lo útil, en
consecuencia será bueno. En este entramado, el utilitarismo pondrá en consideración la
inclusión del otro, en la medida que una de mis necesidades, uno de los puntos que debo
resolver en función de mi felicidad, es ser amado. En este sentido, la propuesta
utilitarista concibe que debo ser bueno con otros, en la medida que esa bondad supone
hacer cosas útiles para ellos, en función del retorno que puede tener para mí esa acción
útil. El interés de mi bondad para con la comunidad, radica en que voy a ser amado por
los demás a partir de mi acto bueno.
Nuestra acción pensada en función de la felicidad ajena, no es más que una forma
interesada a la espera de ser reconocidos por los demás y así cubrir nuestro déficit
afectivo, nuestra necesidad de ser amados por otros.

Cuando se sistematiza el aporte del utilitarismo se suelen presentar dos variedades: un


utilitarismo de acciones y otro de reglas. Del primero se desprende la concepción en
cada situación, hacer lo que consideremos que tenga las mejores consecuencias. Del
segundo parte la consideración de concebir en la sociedad la adopción de ciertas reglas
de acción que, aplicadas constantemente por todos, producirán a la larga los mejores
resultados para cada uno.

La ética de Kant

La razón práctica dentro de la Crítica de la razón pura

Kant se plantea tres preguntas:


1) ¿Qué puedo saber?
2) ¿Qué debo hacer?
3) ¿Qué me es permitido esperar?
A estas preguntas las responden la epistemología, la moral y la religión. Mientras que la
primera se remite a un orden teorético, la segunda y tercera se remiten a un orden
práctico, o sea que hay una diferencia de contenido entre “saber” y “hacer”. Según
Kant, “práctico” es todo lo que es posible mediante libertad, es decir en el uso y
ejercicio de la voluntad.

Nuestras acciones no son meramente libres, sino que se encuentran limitadas por el
conocimiento. Según Kant, los seres humanos tenemos la capacidad de determinarnos,
obrando según leyes que son dadas por su propia razón. Si la libertad equivale a la
autonomía de la voluntad, entonces esta voluntad debe estar restringida por principios
prácticos que tienen que ver con el orden de lo que conocemos.
A diferencia de los principios teóricos, que son juicios descriptivos de la realidad, los
principios prácticos son juicios, leyes o reglas que describen la conducta a la que se
debe someter un ser racional.
Los postulados de la razón práctica responden a la existencia de la libertad, la
inmortalidad del alma, y la existencia de Dios.

El deber se define como la necesidad de una acción por respeto a la ley.

El deber ser de la decisión quiere indicar que nuestras acciones no están provocadas por
nuestros deseos o nuestras inclinaciones sino por principios generales impuestos por la
razón. Así, el desafío de la ética kantiana es intentar hallar un equilibrio entre la
tendencia a la conservación, la tendencia al placer y los principios generales. Kant
señala que los conceptos éticos del bien y del mal no deben ser determinados
previamente por la ley moral sino solo después de ella y a través de ella. Esto quiere
decir que el bien no se define por su realidad o su perfección sino solo como objeto de
la voluntad humana y de las reglas que la dirigen. Lo importante son las reglas en sí
mismas a las que obedece la voluntad.

Kant define a la libertad como una idea trascendental, cuyo sentido práctico es la
independencia de la voluntad respecto de la imposición de los impulsos de la
sensibilidad.

En el fondo de la dualidad que representan la libertad y el deber, se abre lo que Kant


denomina mundo moral. Se trata de un mundo meramente inteligible que, prescindiendo
de todas las condiciones (fines), es conforme a las leyes éticas; en él operan el poder
gracias a la libertad y el deber gracias a las leyes morales. Kant califica a este mundo
como una idea práctica, que puede tener su influencia real sobre el mundo de los
sentidos. El mundo moral en la idea rectora del mundo natural, habitar en este mundo es
lo que nos hace específicamente humanos. Gracias al mundo moral podemos
transformar el contenido de nuestra sensibilidad conforme a un modelo ideal.

Kant y la fundamentación de la metafísica de las costumbres

La voluntad juega un papel fundamental en la filosofía de Kant, ya que ella determina


que algo sea un bien o un mal.

Según Kant, cuando mas se ocupa una razón cultivada por alcanzar la felicidad, tanto
más se aleja de la verdadera satisfacción.

El verdadero cometido de la razón ha de ser producir una voluntad buena. Esta voluntad
es el bien sumo y no un medio para satisfacer nuestras inclinaciones: es la condición
para todo lo restante (incluso la felicidad), sin ningún propósito ulterior.

Con el fin de explicar lo que significa ser una voluntad buena, Kant recurre al concepto
de deber. Para él, el deber abarca a la buena voluntad, pues el primero puede ser incluso
contrario a nuestras inclinaciones.

Como síntesis tenemos 3 proposiciones:


1) el valor moral consiste en hacer el bien por deber y no por inclinación
2) el valor moral de una acción reside en si máxima, no en su propósito
3) el deber es la necesidad de una acción por respeto a la ley

Una máxima se halla en primera persona mientras que una ley universal está precedida
por el cuantificador en cuestión. La primera implica un apremio subjetivo de la acción,
la segunda uno objetivo.

Los principios del comportamiento humano implican ciertas restricciones y ciertos


hábitos. Daos estos hábitos y las posibilidades naturales de actuar sobre si se puede
enunciar máximas de comportamiento. Las máximas conforman propiamente las leyes
prácticas o principios prácticos objetivos que nos indican cómo nos tenemos que
comportar. Las leyes prácticas son constrictivas para la voluntad y tienen la forma de
imperativo.

Kant distingue entre dos tipos de imperativos: el hipotético y el categórico. El hipotético


tiene la forma general de “no debes hacer esto porque si no…”. Es decir, está orientado
a las posibles consecuencias de la acción. En cambio el imperativo categórico tiene la
forma general de “debes hacer x” o “no debes hacer x”, simplemente porque así lo
manda el deber. Para saber si es uno u otro caso, es preciso referirse a lo que ha movido
nuestra voluntad. Si no hemos robado, nuestra conducta es conforme al deber, pero si no
hemos robado por miedo a la policía, el imperativo que hemos seguido es hipotético.
Mientras que en el imperativo categórico el deber es fin en sí mismo, en el imperativo
hipotético el deber está orientado a la consecuencia de la acción.

Kant consideró que nunca se puede estar absolutamente seguro de que nuestra conducta
no haya estado motivada por un interés o por algún temor, y por ello concluyó que
cuando nos parece seguir un imperativo categórico siempre cabe la posibilidad de que el
imperativo por el que nos regimos sea hipotético. Es decir, siempre puede darse el caso
de ser movidos por interés propio o por el egoísmo o por las consecuencias de las
acciones en vez de por el deber.

Kant distingue 4 fórmulas del imperativo categórico:


1. Fórmula de la ley universal: obra según una máxima tal que puedas querer al
mismo tiempo que torne ley universal.
2. Fórmula de la ley de la naturaleza: obra como si la máxima de tu acción
debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza.
3. Fórmula del fin en sí mismo: obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en
tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo
tiempo y nunca solamente como un medio.
4. Fórmula de la autonomía: obra como si por medio de tus máximas fueras
siempre un miembro legislador en un reino universal de fines.

La idea central es que un hombre no puede ser dominado por otro hombre.

La fórmula de la autonomía señala la autoafirmación de la racionalidad humana: el


hombre es hombre en tanto elige racionalmente conforme al deber moral.

En síntesis: de los principios prácticos unos son objetivos (leyes prácticas) y otros
subjetivos (máximas). Dentro de los objetivos encontramos los que no poseen un
carácter constrictivo (como por ejemplo Dios) y los que poseen carácter constrictivo
(imperativos). Dentro de los imperativos encontramos los que son hipotéticos, en tanto
particulares y contingentes, y los que son categóricos, es decir aquellos que son
universales y necesarios, pues vienen dados por el deber en sí mismo (el deber por el
deber) bajo las 4 fórmulas anteriores.

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