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LA HISTORIA DESCONOCIDA
Nota preliminar: Este trabajo, escrito por los anarquistas rusos Voline y Pedro
Archinoff, fue publicado en castellano en la Enciclopedia Anarquista, editada en
México D.F. en 1971 por el grupo Tierra y Libertad. El original no se halla dividido en
capítulos. Nosotros nos hemos tomado esa libertad para facilitar su lectura. Por ser obra
de dos militantes anarquistas es, evidentemente, una obra parcial. Además, no es una
obra definitiva, enciclopédica y exhaustiva. Debe tomarse más bien como una colección
de apuntes sobre ciertos aspectos de la Revolución que han sido ignorados y
oscurecidos por la historia oficial de izquierda y derecha. No por ello su interés es
menor, teniendo en cuenta que ambos autores fueron protagonistas de primera mano
este colosal acontecimiento. Por otro lado, la Historia de la revolución rusa de Trosky
es considerada una gran obra de la historiografía a pesar de estar escrita por una parte
obviamente interesada y que difícilmente podía ser objetiva.
I. La situación- El movimiento decembrista.
II. El movimiento nihilista- Las reformas de Alejandro II-
Los primeros grupos socialistas.
III. El círculo Tchaykouky: testimonio de Kropotkin
IV. Narodnaia Volia y la campaña terrorista
V.1905: La Revolución toca la puerta.
VI.El nacimiento de los soviets.
VII.1917: El gran estallido
VIII. De febrero a octubre. La Revolución se desliza hacia la izquierda
IX. Bolcheviques y anarquistas (1)
CAPÍTULO I
LA SITUACIÓN- EL MOVIMIENTO DECEMBRISTA
Esta sociedad se componía así: arriba, los amos absolutos; el zar, su numerosa
parentela, su corte fastuosa, la nobleza y los magnates de la burocracia, de la casta
militar y del clero. Abajo, los esclavos; siervos campesinos y la plebe de las ciudades,
sin noción alguna de la vida cívica, sin derechos, sin la menor libertad. La clase media
la constituían mercaderes, funcionarios, empleados y artesanos.
El nivel cultural era poco elevado, pero conviene señalar un notable contraste entre la
simple población trabajadora, rural y urbana, inculta y miserable, y las clases
privilegiadas, cuya educación e instrucción era bastante avanzada.
La servidumbre campesina era la llaga purulenta del país. Hacia finales del siglo XVIII,
algunos hombres de carácter noble y elevado protestaron contra este horror, y pagaron
cara su audacia. Los campesinos se sublevaban una y otra vez contra sus amos, en
numerosas revueltas locales contra tal o cual señor demasiado despótico. En el siglo
XVII, la sublevación de S. Razin, y en el XVIII, la de Pugatchev, por su extensión,
aunque fracasaron, causaron graves transtornos al gobierno zarista, y casi quebraron
todo su sistema. Ambos movimientos espontáneos y sin un objeto, fueron dirigidos,
sobre todo, contra los enemigos inmediatos; la nobleza terrateniente, la aristocracia
urbana y la administración venal. No fue formulada ninguna idea general para suprimir
el sistema social y reemplazarlo por otro más justo y humano. Más adelante el gobierno
consiguió, empleando astucia y violencia, con ayuda del clero y otros elementos
reaccionarios, subyugar a los campesinos de manera completa, incluso
psicológicamente, de tal forma que toda rebelión más o menos vasta resultó durante
mucho tiempo casi imposible.
Este motín del mes de diciembre dio a sus realizadores el nombre de decembristas. Casi
todos pertenecían a la nobleza o a otras clases privilegiadas. La mayoría había recibido
educación e instrucción superior. Hombres de inteligencia y sensibilidad hicieron suyas
las protestas de sus precursores del siglo XVIII, las tradujeron en actos. Uno de sus
adictos, Pastel, desarrolló en su programa algunas ideas vagamente socialistas. El
célebre poeta Pushkin (nacido en 1799) también fue simpatizante.
CAPÍTULO II
EL MOVIMIENTO NIHILISTA- LAS REFORMAS DE ALEJANDRO II-
LOS PRIMEROS GRUPOS SOCIALISTAS
En un país tan grande y prolífero como Rusia, la juventud era numerosa en todas las
capas de la población. ¿Cuál era su mentalidad en general? Aparte de la campesina, las
jóvenes generaciones más o menos instruidas profesaban ideas avanzadas. Los jóvenes
de mediados del siglo XIX admitían difícilmente la esclavitud de los campesinos. El
absolutismo zarista los soliviantaba. El estudio del mundo occidental, que ninguna
censura conseguía impedir y proporcionaba el gusto del fruto prohibido, excitó su
pensamiento.
A partir del año 1860, las reformas se sucedieron a ritmo rápido e ininterrumpido. Las
más importantes fueron la abolición de la esclavitud, en 1861, la constitución de
tribunales con jurados electos, en 1864, en lugar de los antiguos tribunales de estado,
compuestos por funcionarios.
Todas las fuerzas y, en particular, los intelectuales, se precipitaron a una actividad que
la nueva situación hacía posible. Las municipalidades se consagraron con mucho ardor a
la creación de una extensa red de escuelas primarias de tendencia laica, aunque
vigiladas por el gobierno. La enseñanza de la religión era obligatoria, y el pope, en ellas,
era importante. Con todo, se beneficiaban de cierta autonomía. El cuerpo docente era
reclutado por los consejos urbanos y rurales entre los intelectuales avanzados.
Por importantes que fueran, en relación con la situación anterior, las reformas de
Alejandro II no dejaban de ser tímidas y muy incompletas para las aspiraciones de los
avanzados y para las verdaderas necesidades del país. Para ser eficientes e infundir al
pueblo un verdadero impulso, debieran ser completadas, al menos, por el otorgamiento
de algunas libertades y derechos cívicos: libertad de prensa y de palabra, derecho de
reunión y de organización, etc., pero en este aspecto nada cambió. La censura apenas
fue menos absurda. En el fondo, la prensa y la palabra permanecieron reprimidas.
Ninguna libertad fue concedida; la clase obrera naciente no tenía ningún derecho; la
nobleza, los propietarios de la tierra y la burguesía continuaron siendo las clases
dominantes y, sobre todo, el régimen absolutista se conservó intacto. Por otra parte, fue
justamnte el miedo a un posible resquebrajamiento lo que, por una parte, incitó a
Alejandro II a arrojar al pueblo el hueso de las reformas; pero, por otra, le impidió
extenderlas más a fondo. Ellas estuvieron lejos de brindar una satisfacción al pueblo.
Es, pues, natural que, alrededor de esos años, se hayan formado grupos clandestinos
para luchar activamente contra el regimen abyecto y, ante todo, para extender la idea de
la liberación política y social entre las clases laboriosas. Estos grupos se componían de
jóvenes de ambos sexos, que se dedicaron enteramente, con gran sacrificio, a la tarea de
“despertar la conciencia de las masas trabajadoras”.
CAPÍTULO III
EL CÍRCULO TCHAYKOUSKY:
TESTIMONIO DE KROPOTKIN
"Dicha sociedad empezó por un grupo insignificante de jóvenes de ambos sexos, entre
los que se hallaba Sofía Perouskaya, quien entró en él con objeto de perfeccionar y
mejorar su educación; y en su seno se encontraba también el amigo antes mencionado.
Aquel número limitado de amigos había juzgado, muy cuerdamente, que el desarrollo
moral del individuo debe ser la base de toda organización, cualquiera que sea el carácter
político que adopte después y el programa de acción que siga en el curso de los futuros
acontecimientos. A esto fue debido que el círculo de Tchaykousky, ensanchando
gradualmente su campo de operaciones, se extendiera tanto en Rusia y adquiriera tan
importantes resultados, y, más tarde, cuando las feroces persecuciones del gobierno
crearon una lucha revolucionaria, produjeron esa notable clase de hombres y mujeres
que tan gallardamente sucumbieron en la terrible contienda que empeñaron contra la
autocracia.
"En esa época, sin embargo -esto es, en el 72-, el círculo no tenía nada de
revolucionario. Si se hubiera limitado a no ser nada más que una sociedad de
mejoramiento mutuo, pronto se hubiera petrificado como un monasterio. Pero no fue
así; sus miembros se dedicaron a un trabajo útil, empezando a distribuir libros buenos.
Compraron ediciones enteras de las obras de Lasalle, Berbi (sobre el estado de la clase
obrera en Rusia), Marx, libros de historia rusa y otras publicaciones del mismo género,
repartiéndolas entre los estudiantes de las provincias. A los pocos años no había
población de importancia en "treinta y ocho provincias del imperio ruso", según el
lenguaje oficial, donde este círculo no contase con un grupo de compañeros ocupados
en la distribución de esa clase de literatura. Gradualmente, siguiendo el impulso general
de la época, y estimulado por las noticias que venían de la Europa Occidental referentes
al rápido crecimiento del movimiento obrero, él se fue haciendo cada vez más un centro
de propaganda socialista entre la juventud ilustrada, y un intermediario natural para los
miembros de los círculos provinciales, hasta que llegó un día en que se rompió el hielo
que separaba a los estudiantes de los trabajadores, estableciendo relaciones directas
entre ambos, lo mismo en San Petersburgo que en algunas provincias. Siendo entonces
cuando yo ingresé en dicha agrupación en la primavera de 1872.
"El círculo prefería permanecer siendo un grupo de amigos íntimamente unidos, y jamás
encontré en ninguna otra parte tal número de hombres y mujeres superiores como
aquellos que conocí al asistir por primera vez al Círculo de Tchayousky, sintiendo una
verdadera satisfacción al recordar que fui admitido en su seno.
"Los dos años que pasé en el Círculo de Tchaykousky, antes de que me prendieran,
influyeron poderosamente en mi posterior modo de ser y de pensar. Durante estos dos
años puede decirse que era vivir a alta presión; era experimentar esa exuberancia de
vida en que se siente a cada momento el completo latir de todas las fibras del yo interno,
y se tiene conciencia de que vale la pena vivir. Me hallaba como en familia en una
asociación de hombres y mujeres tan íntimamente unidos por una aspiración común y
tan amplia y delicadamente humanos en sus mutuas relaciones, que no puedo recordar
ahora un solo momento en que un pasajero rozamiento viniese a turbar la armonía
general. Los que conozcan por experiencia lo que es vivir en el seno de una agitación
política, apreciarán el valor de lo manifestado."
CAPÍTULO IV
NARODNAIA VOLIA Y LA CAMPAÑA TERRORISTA
Cierta actividad terrorista contra los principales servidores del régimen tomó impulso.
Entre 1860 y 1870 se cometieron algunos atentados contra altos funcionarios, incluso
los fracasados contra el zar.
Se esperaba así asestar un golpe definitivo, de una vez por todas, a la leyenda del zar.
Algunos iban más lejos y admitían que el asesinato del zar podría servir de punto de
partida para una gran revuelta que, en el desorden general, condujera a una revolución y
a la caída inmediata del zarismo.
El acto no fue comprendido por las masas. Los campesinos apenas leían revistas, ni
cosa alguna. Ignorantes, al margen de toda propaganda, estaban fascinados desde hacia
más de un siglo por la idea de que el zar quería su bien, pero que únicamente la nobleza
se oponía por todos los medios a sus buenas intenciones.
CAPÍTULO V
1905: LA REVOLUCIÓN TOCA LA PUERTA
A pesar de todos los obstáculos, las ideas socialistas y sus primeros resultados concretos
fueron conocidos, estudiados y practicados clandestinamente en Rusia. La literatura
legal, por su parte, se ocupaba del socialismo empleando un lenguaje desfigurado. En
aquella época reaparecieron las famosas revistas donde colaboraban los mejores
periodistas y escritores y en las que regularmente se trataban los problemas sociales, las
doctrinas socialistas y los medios de realizarlas.
La importancia de estas publicaciones en la vida cultural del país fue excepcional.
Ninguna familia de intelectuales podía prescindir de ellas. En las bibliotecas era preciso
inscribirse por anticipado para obtener lo antes posible el número recién aparecido. Más
de una generación rusa recibió su educación de aquellas revistas y la completaba con la
lectura de toda clase de publicaciones clandestinas. Así fue como la ideología socialista,
apoyándose únicamente sobre la acción organizada del proletariado, vino a reemplazar
las aspiraciones frustradas de los círculos conspiradores de años anteriores.
A fin de siglo, dos fuerzas claramente caracterizadas se lanzaban la una contra la otra,
irreconciliables: la de la vieja reacción, que reunía en torno al trono las altas clases
privilegiadas: nobleza, burocracia, terratenientes, militares, clero, burguesía naciente; la
otra era la de la joven revolución, representada, en los años 1890-1900 sobre todo por
los estudiantes, pero que comenzaba a extenderse entre la juventud obrera de ciudades y
regiones industriales.
Simultáneamente existía una agitación anarquista bastante débil, casi desconocida por la
mayoría de la población; estaba representada por algunos grupos de intelectuales y
obreros (y por campesinos del sur) sin un contacto permanente. Había asimismo
agrupaciones anarquistas en San Petersburgo y en Moscú; algunas en el mediodía y en
el oeste. Su actividad se limitaba a una débil propaganda, por otra parte muy difícil:
atentados contra los servidores demasiado adictos al régimen y actos de expropiación
individual. La literatura libertaria llegaba clandestinamente desde el extranjero. Se
distribuían, sobre todo, los folletos de Kropotkin, quien, obligado a emigrar después de
la derrota de Narodnaia Volia, se había establecido en Inglaterra.
CAPÍTULO VI
EL NACIMIENTO DE LOS SOVIETS
Los socialdemócratas pretenden, a veces, haber sido los verdaderos promotores del
primer soviet. Y los bolcheviques se esfuerzan por arrebatarles tal primicia.
Ningún partido, ni organización ni conductor inspiró la idea del primer soviet. Éste
surgió espontáneamente como consecuencia de un acuerdo colectivo, en el seno de un
pequeño grupo, fortuito y de carácter absolutamente privado. Lenin, en sus obras, y
Bujarin en su ABC del Comunismo anotan que los soviets fueron creados
espontáneamente por los obreros, dejando suponer que eran bolcheviques o, por lo
menos, simpatizantes.
Pasaron unos días y la huelga continuaba casi general en San Petersburgo. Movimiento
espontáneo, no fue desencadenado por ningún partido político, ni organismo sindical
(no los había entonces en Rusia), ni siquiera por un comité de huelga. Por propia
iniciativa las masas obreras abandonaron fábricas y talleres. Los partidos políticos no
supieron siquiera aprovechar la ocasión para apoderarse del movimiento, como solían,
permaneciendo totalmente al margen.
En mi casa se reunían diariamente una cuarentena de obreros del barrio. La policía nos
dejaba momentáneamente tranquilos, guardando, después de los recientes
acontecimientos, una misteriosa neutralidad, que nosotros aprovechamos. Tratábamos
de hallar medios de obrar. Mis alumnos decidieron, de acuerdo conmigo, liquidar
nuestra organización de estudios, adherirse individualmente a los partidos
revolucionarios y pasar así a la acción, pues todos considerábamos esos acontecimientos
como prolegómenos de una revolución inminente. Una tarde -ocho días después del 9
de enero- llamaron a mi puerta. Estaba solo. Entró un joven alto, de aspecto franco y
simpático.
Acepté al punto. Había entre mis amigos un obrero que podía disponer de la camioneta
de su patrono para visitar a los huelguistas y distribuir los socorros.
A la tarde siguiente reuní a mis amigos. Nossar se hallaba presente. Traía ya algunos
millares de rublos. Nuestra acción comenzó en seguida. Durante algún tiempo esta tarea
absorbía mi jornada. Por la tarde recibía de manos de Nossar, contra recibo, los fondos,
y trazaba mi plan de visitas. Al día siguiente, ayudado por mis amigos, distribuía el
dinero a los huelguistas. Nossar contrajo así amistad con los obreros que me visitaban.
Mientras, la huelga tocaba a su fin. Todos los días mayores grupos de trabajadores
volvían a la labor. Y, al par, los fondos se agotaban. Y la grave interrogante apareció de
nuevo: ¿Qué hacer? ¿Cómo proseguir la acción? ¿Y cuál ahora?
Nossar solía participar en nuestras discusiones. Es así como una tarde, en mi casa,
donde se hallaba Nossar y, como siempre, muchos obreros, surgió entre nosotros la idea
de crear un organismo obrero permanente, especie de comité, o más bien consejo, que
vigilara el desarrollo de los acontecimientos, sirviera de vínculo entre los obreros todos,
les informara sobre la situación y, llegado el caso, pudiera reunir en torno a él a las
fuerzas obreras revolucionarias.
No recuerdo exactamente cómo se nos ocurrió esa idea pero creo recordar que fueron
los obreros mismos quienes la adelantaron.
La palabra soviet, que en ruso significa precisamente consejo, fue pronunciada por vez
primera en tal sentido específico. Se trataba, en este primer esbozo, de una suerte de
permanente actuación obrera social.
La idea fue aceptada, y en esa reunión misma se trató de establecer las bases de
organización y funcionamiento. El proyecto adquirió prontamente cuerpo. Se resolvió
llevarlo a conocimiento de los obreros de las grandes fábricas de la capital y proceder a
la elección, siempre en la intimidad, de los miembros de este organismo que se llamó,
por primera vez, Consejo (soviet) de delegados obreros.
El soviet de San Petersburgo fue integrado, tiempo después, por otros delegados de
fábricas, cuyo número llegó a ser imponente.
Algo más tarde, perseguido por el gobierno, este primer soviet debió cesar casi
completamente sus reuniones.
CAPÍTULO VII
1917: EL GRAN ESTALLIDO
Los doce años que separan la verdadera Revolución de su bosquejo, o la explosión del
sacudimiento, no aportaron nada destacado desde el punto de vista revolucionario. Por
lo contrario, fue la reacción la que triunfó bien pronto en toda la línea. Hubo, no
obstante, algunas huelgas ruidosas y una tentativa de revuelta en la flota del Báltico, en
Cronstadt, salvajemente reprimida.
La lucha fue encarnizada durante todo el 26 de febrero. En muchas partes la policía fue
desalojada, sus agentes muertos y sus ametralladoras silenciadas. Pero, a pesar de todo,
ella resistía con tenacidad.
Algunas tropas, traídas del frente de batalla, por orden del zar, a la capital rebelde, no
pudieron llegar. En las proximidades de la ciudad los ferroviarios se rehusaron a
transportarlas y los soldados se indisciplinaron y se pasaron resueltamente a la
revolución. Algunos volvieron al frente, otros se dispersaron tranquilamente por el país.
El mismo zar, que se dirigía a la capital por ferrocarril, vio detenerse su tren en la
estación de Dno y dar marcha atrás hasta Pskov. Allí fue entrevistado por una
delegación de la Duma y por personajes militares plegados a la revolución. Era
necesario rendirse ante la evidencia. Después de algunas cuestiones de detalle, Nicolás
II firmó su abdicación, por sí y por su hijo Alexis, el 2 de marzo.
Por un momento, el gobierno provisorio pensó en hacer subir al trono al hermano del ex
emperador, el gran duque Miguel, pero éste declinó el ofrecimiento y declaró que la
suerte del país y de la dinastía debía ser puesta en manos de una Asamblea
Constituyente regularmente convocada.
El punto capital a destacar en tales hechos es que la acción de las masas fue
espontánea, victoriosa lógica y fatalmente, tras un largo período de experiencias
vividas y de preparación moral. No fue organizada ni guiada por ningún partido
político. Apoyada por el pueblo en armas (el ejército) triunfó. El elemento de
organización debía intervenir, e intervino, inmediatamente después.
Otro punto importante es que, una vez más, el impulso inmediato y concreto fue dado a
la revolución por la imposibilidad absoluta para el país de continuar la guerra,
imposibilidad que chocaba con la obstinación del gobierno. Esta imposibilidad resultó
de la desorganización total, del caos inextricable en que la guerra hundió al país.
A partir del 17 de octubre, el desenlace se aproxima. Las masas están prestas para una
nueva revolución, como lo prueban los levantamientos espontáneos desde julio, el ya
citado de Petrogrado y los de Kaluga y Kazán y otros de pueblo y de tropa, en diversos
puntos.
El partido bolchevique se ve, entonces, ante la posibilidad de apoyarse sobre dos fuerzas
efectivas: la confianza de gran parte del pueblo y una fuerte mayoría en el ejército. Así
pasa a la acción y prepara febrilmente su batalla decisiva. Su agitación produce
efervescencia. Ultima los detalles de la formación de cuadros obreros y militares.
Organiza, también, definitivamente, sus propios equipos, y redacta la lista eventual del
nuevo gobierno bolchevique con Lenin a la cabeza, quien vigila los acontecimientos de
cerca y transmite sus últimas instrucciones. Trotsky, el activo brazo derecho de Lenin,
llegado hacia varios meses de Norteamérica, donde residió desde su evasión de Siberia,
participa en puesto destacado.
Los socialistas revolucionarios de izquierda actúan de acuerdo con los bolcheviques.
Los anarcosindicalistas y los anarquistas, poco numerosos y mal organizados, pero muy
activos también, hacen todo lo que pueden para sostener y alentar la lucha contra
Kerensky, no por la conquista del poder, sino por la organización y la colaboración
libres.
Los miembros del comité central estaban convencidos de que este congreso de mayoría
bolchevique y obediente a las directivas del partido, debía proclamar y apoyar la
revolución y reunir todas las fuerzas para hacer frente a la resistencia de Kerensky. La
insurrección se produjo el día señalado por la tarde. Y simultáneamente el congreso de
soviets se reunió en Petrogrado. No hubo combates en las calles ni se levantaron
barricadas.
CAPÍTULO IX
BOLCHEVIQUES Y ANARQUISTAS(1)
Así, la lucha entre las dos concepciones de la revolución social y, al mismo tiempo,
entre el poder bolchevique y ciertos movimientos defensivos de las masas trabajadoras,
fue de gran trascendencia en los acontecimientos de 1919-1921.
Desde octubre de 1917, el conflicto se hizo más agudo y, durante cuatro años, el mismo
preocupará al poder bolchevique en las peripecias de la revolución hasta el
aplastamiento definitivo, por el ejército rojo, de la corriente libertaria, a fines de 1921.
Por otra parte, ya se verá, la derrota no es imputable a la idea anarquista como tal ni a la
actuación de los libertarios: fue la consecuencia casi ineluctable de un conjunto de
hechos independientes de su voluntad o de la bondad de sus ideas.