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Por eso, a vosotros, ¡oh inmortales!, quiero también daros las gracias,
Para que desde el pecho aliviado surja de nuevo la oración del poeta.
Y como cuando estaba junto a ella, erguido en la radiante altura,
Reanimándome, desde lo profundo del templo me hable un dios.
¡Entonces quiero vivir! ¡Ya verdean los campos, y desde los montes plateados
El sonido de la lira sagrada nos anuncia la llegada de Apolo!
¡Ven! ¡Todo era un sueño!, pues ya han sanado las alas sangrientas
Y rejuvenecidas reviven todas las altas esperanzas.
Mucho es encontrar lo grande, y mucho queda aún, y quien así
Ha amado, debe seguir por la ruta que lleva hacia los dioses.
Y vosotras, horas sagradas, ¡acompañadnos! ¡Vosotros, graves
Adolescentes! ¡Ah!, quedaos, presagios divinos,
Ruegos piadosos, exaltaciones, y todos vosotros, genios amables
Que complacientes protegéis a los amantes;
Quedaos con nosotros, hasta que en suelo común,
Allá donde moran las águilas y los astros, mensajeros del Padre,
Allá donde los difuntos se encuentran reunidos para descender de nuevo a
nosotros,
Allá donde están las musas, de donde provienen héroes y amantes,
O también aquí, en esta isla húmeda de rocío, nos encontremos,
Donde los nuestros están reunidos en jardines floridos,
Donde los cantos son verdaderos y son más largas las bellas primaveras,
Y donde de nuevo se inicia un año de nuestra alma.
EL ARCHIPIÉLAGO
¡Ay de los hijos de la dicha, los devotos! ¿Vagan ellos acaso ahora por la lejana
Tierra de los padres, olvidados de los días del destino,
Más allá del Leteo, y anhelo alguno puede hacerlos retornar?
¿Nunca los verán mis ojos? ¡Ay! ¿Por los mil senderos
De la tierra verdeante, nunca os encontrará el que os busca?
¡Figuras semejantes a los dioses!, y ¿acaso tan solo para eso escuché vuestro
lenguaje
Y vuestras leyendas, para que mi alma, siempre triste,
Huyera antes de tiempo hacia abajo, hacia vuestras sombras?
Mas quiero acercarme a vosotros, allá donde crecen aún vuestros bosques,
Donde entre nubes esconde su cumbre solitaria el monte sagrado;
Al Parnaso quiero ir, y cuando, resplandeciendo entre las sombras de las encinas,
En mi errante camino encuentre la fuente de Castalia,
Verteré el agua de la copa perfumada de flores y mezclada con lágrimas
Sobre el prado germinante, para que recibáis aún
Todos vosotros, ¡oh durmientes!, una ofrenda funeraria.
Allá en el valle silencioso, junto a las rocas colgantes de Tempes,
Con vosotros quiero vivir, e invocaros a menudo durante la noche,