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REM KOOLHAAS
Los profesionales de la ciudad son como jugadores de ajedrez que pierden contra
los ordenadores. Un perverso piloto automático burla constantemente intentos de
aprehender la ciudad, agota todas las ambiciones de definirla, ridiculiza las más
apasionadas aseveraciones sobre su presente fracaso y su imposibilidad futura, y
la empuja implacablemente en su huida hacia adelante. Cada desastre anunciado
queda absorbido de algún modo por la extensión infinita de lo urbano.
Sous le pavé, la plage (bajo los adoquines, la playa): inicialmente, el Mayo del 68
lanzó la idea de un nuevo comienzo para la ciudad. Desde entonces, hemos estado
entregados a dos operaciones paralelas: documentar nuestro abrumador respeto y
temor frente a la ciudad existente y desarrollar filosofías, proyectos y prototipos de
cara a una ciudad preservada y reconstituida. Simultáneamente, hemos estado
riéndonos del ámbito del urbanismo hasta hacerlo desaparecer, desmantelándolo
en nuestro desprecio hacia quienes planificaron (cometiendo enormes errores al
hacerlo) aeropuertos, New Towns, ciudades satélites, autopistas, edificios en
altura, infraestructuras y todos los demás productos de la modernización. Después
de sabotear el urbanismo, lo hemos ridiculizado- hasta el punto de que
departamentos universitarios enteros han tenido que cerrar, muchos estudios se
han arruinado y las correspondientes burocracias se han quedado sin trabajo o han
sido privatizadas. Nuestra «sofisticación» oculta signos importantes de cobardía
motivada en la simple necesidad de tomar posiciones, tal vez la acción básica en
la construcción de la ciudad. Resulta fácil caricaturizar nuestra sabiduría
amalgamada: según Darrida no podemos ser el Todo, según Baudrillard no
podemos ser Reales, según Virilio no podemos estar Allí «Exiliados al mundo
virtual»: guión para una película de terror. Nuestra presente relación con la «crisis»
de la ciudad es profundamente ambigua: seguimos culpando a otros de una
situación de la cual son responsables tanto nuestro incurable utopismo como
nuestro desprecio. A través de nuestra hipócrita relación con el poder -despectiva
pero codiciosa de él- hemos desmantelado una disciplina entera, nos hemos
desconectado de lo operativo y hemos condenado a poblaciones enteras a la
imposibilidad de proyectar códigos civilizadores sobre su territorio: el tema central
del urbanismo. Ahora nos hemos quedado en un mundo sin urbanismo, sólo con
arquitectura, cada vez más arquitectura. La seducción de la arquitectura reside en
su limpieza y su claridad; define, excluye, limita, separa el «resto», pero también
consume. Explota y agota los potenciales que en último extremo sólo puede
generar el urbanismo, y que tan sólo la imaginación específica del urbanismo
puede inventar y renovar. La muerte del urbanismo
-nuestro refugio en la parasitaria seguridad de la arquitectura- crea un desastre
inmanente: cada vez es más la sustancia que se injerta sobre raíces famélicas.
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11/04/2011 ¿Qué fue del urbanismo
En nuestros momentos más permisivos nos hemos rendido a la estética del caos,
«nuestro» caos. Pero en un sentido técnico, el caos es lo que ocurre cuando no
ocurre nada, nada que pueda ser técnicamente abordado o aprehendido; es algo
que se infíltra; no puede ser fabricado. La única relación legítima que los
arquitectos pueden mantener con el tema del caos es ocupar el lugar que les
corresponde en el ejército de quienes están dedicados a combatirlo, y fracasar.
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