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Sin embargo sigo sin entender porque no planifiqué mejor esta visita. Si hubiera
sido más inteligente, podría haber venido pasadas las seis de la tarde, cuando el
Sol ya ha descendido lo suficiente para que el calor disminuya, pero no, para que
la luz que proporciona desaparezca por completo y me deje en una oscuridad, que
aunque no soy supersticioso, no creo que haga buena combinación con un
cementerio. También hubiera sido bueno venir con unos zapatos cómodos, ya
saben, unas zapatillas deportivas o unas confortables sandalias, porque los
zapatos que calzo, están hechos especialmente para convertir mis pies en masas
amorfas productoras de dolor (y creo que un poco pestilentes). Más, si agregamos
a esto, un ingrediente ya mencionado, los caminos pedregosos por los cuales uno
tiene que transitar aquí, para ir de un punto A, a un punto B. Si, creo que debí
haber planeado esta visita con más seso y menos fervor. Pero bueno, que puedo
decir, nunca he sido un hombre de mucho cerebro. Por lo tanto, me encuentro a
mitad de camino hacia la tumba de mi abuelo, con ropa incómoda, bajo el Sol de
verano, en una tarde que debía estar destinada a otra actividad. Pero, que por
culpa de la impaciencia, ya característica en mi, decidí venir aquí en busca de
respuestas, a preguntas que nadie me ha hecho. Y vengo a obtener esas
respuestas de una tumba. La de mi abuelo. Como dato curioso, cerca de la tumba
de mi abuelo, hay un nido de mapaches. A uno le puse Telésforo (de eso ya hace
5 años, pues no había venido desde entonces), en honor a mi tía, cuya tumba
jamás volví a ver. En fin.
La verdad mi abuelo fue siempre una persona a la que podríamos llamar, distinta.
Nunca habló mucho, es más, debo confesar que en mi niñez, fueron más las
veces que lo vi trabajando en su taller improvisado en el centro de la casa, o
coleccionando periódicos viejos, que platicando o diciendo algo a alguien. Era una
persona callada, e introspectiva, pero muy sabia. Me llena de orgullo decir que a
diferencia de todos en mi casa (ya que las casas de mi abuelo y mía, estaban
juntas, siempre había no menos de cuatro personas a mi alrededor) mi abuelo
platicó mucho conmigo, eso siempre me hizo sentir muy especial. Supongo que
también platicaba con mi abuela, pero eso no me haría “tan” especial por eso no le
doy mucha importancia, suena un poco egoísta pero, a fin de cuentas es mi
historia, y yo decido como contarla ¿no?… Ok me excedí, sigamos. Mi infancia fue
en gran parte espectacular, gracias a todos los libros, revistas, folletos y cartas
que mi abuelo me leía en sus ratos libres. Aprendí mucho a su lado (por desgracia
después de un tiempo y una buena dosis de televisión de los años noventa,
también, olvidé mucho). Por eso, cuando mi abuelo perdió la lucha contra el
cáncer hace más de quince años, yo fui uno a los que más golpeó su deceso.
Quiero confesar que no lloro mucho, de hecho el día en que enterraron a mi
abuelo, en este cementerio, recuerdo que no derramé una sola lágrima. No porque
no quisiera o deseara, pero simplemente, deje de llorar a los ocho años, cuando
decidí que solo volvería a llorar cuando de verdad fuera necesario. Y todo a raíz
una experiencia tonta, concerniente a una indisciplina de mi parte, y al castigo que
mi padre me impondría. La situación se arregló, pero fue a partir de ahí, cuando
decidí que el llanto no resuelve nada y en cambio el diálogo es terreno fértil para la
extinción de problemas. Lo mejor es que fue a los ocho años de edad. Pero
bueno, mi abuelo, en sus últimos años busco el mundo de lo Espiritual, para
encontrar consuelo, y como Dios nunca nos ha fallado, mi abuelo se fue tranquilo
de este mundo. Por lo tanto, nunca sentí la necesidad de llorar. Y bueno, en mis
pensamientos, pasada ya esta idea de la abstinencia del llanto, siempre empieza
una batalla interna, por encontrar una respuesta que satisfaga a los dos bandos de
mi mente. ¿Es bueno llorar de felicidad? ¿Es bueno llorar de tristeza? ¿De
confusión, espanto, locura, amor? ¿Cómo decidimos a que eventos es meritorio
derramarles algunas lágrimas y que eventos no lo son? ¿El llanto esta reservado
para los sentimentales o sensibles de espíritu? ¿Quién soy yo, para decidir a que
es bueno llorarle y que no lo merece? ¡¡Por Dios!! Más preguntas que yo mismo
me formulo, y que su respuesta no se avista ni a trescientos metros (que es más o
menos lo que me resta por caminar hasta la tumba de mi abuelo).
Tal vez sea el Sol, tal vez sea la piedra que se metió a mi zapato-babucha y que
de alguna manera se las arregló para llegar a la punta del mismo y provocar una
insistente molestia que no me deja en paz, o tal vez sea el nudo en el estómago
que siento cada vez que me acerco al lugar donde esta la lápida que marca el sitio
exacto de la tumba de mi abuelo, pero siento que algo no esta bien. No sé, tengo
como cinco años que no vengo a este lugar para encontrar respuestas a mis
problemas y mis dudas. No, no “contacto” a mi abuelo con brujería o algo así, si es
que lo han llegado a pensar. Simplemente me gusta venir aquí y recordar las
cosas que viví en mi infancia, no siempre con mi abuelo, claro esta, pero la tumba
del padre de mi madre (para dar un ambiente solemne) representa para mí, la
infancia. Que irónico resulta que un cementerio, que debería recordar muerte,
traiga a mi cabeza memorias de vida. Y es que soy de la idea que la respuesta a
nuestras dudas, esta en nosotros mismos, y en ocasiones, cuando esto se nos va
de la mente, solo hace falta que nos recuerden, que la solución esta en nosotros.
En mi caso, recordar mi infancia, es la manera en que Dios trae a mi puntos
importantes para la solución de mis problemas. No digo que pedir ayuda este mal,
o que ir nosotros solos a resolver problemas que nos aquejan sea la manera de
solucionar nuestros conflictos, no. De hecho, pienso que en ocasiones, nosotros
debemos recurrir a alguien para encontrar guía en nuestra tormenta personal que
llamamos problema, ya que esto no contradice para nada la teoría de la
“respuesta en nosotros”. Por el contrario la reafirma, ya que la persona indicada y
correcta que busques para que te auxilie en tú vicisitud (la cual es difícil
encontrar, pero no imposible) no te dará soluciones, te proporcionará guía para
que tú y tú Espíritu encuentren la luz al final del famoso túnel de la confusión. La
persona correcta nunca te dará respuestas. Pero te mostrará el método correcto
para descubrirlas. Mi infancia es la llave que abre las puertas de la madurez y mi
desarrollo como adulto, y mi abuelo el recuerdo que me dice siempre que las
buenas decisiones, se toman con conocimiento de causa, con una mano en la
cabeza y la otra en el corazón.
Mi camino a la tumba, se vuelve cada vez mas cansado, tanto física como
emocionalmente. Siempre que vengo a este lugar, pasa lo mismo. Pero ahora es
un tanto distinto. Creo que es la ropa. No, esta vez no es nada en el ambiente ni
algo fuera de mí. Esta vez soy yo. Es mi interior. Algo me dice, que sucederán
cosas inesperadas. El sudor patético empieza a hacer su aparición, ya moje mi
camisa, y la cadena tipo militar ahora, poco a poco, corta la piel de mi cuello. La
reacción alérgica que el calor, en combinación con el acero me provocan,
discretamente esta provocando un ardor que ha terminado por obligarme a quitar
de mi cuello la cadena. Estoy harto del calor, me quito los zapatos. Mis calcetines
no me lo agradecerán, pero la piedra que estaba saltando como niño en “inflable”
ha salido y se ha unido con las demás rocas que conforman uno de los tantos
caminos, que simulan los hilos de “la telaraña”. El ruido que provocan las suelas
de mi calzado al chocar contra las piedras del camino, al momento de lanzarlos
por los aires en acto desesperado de librarme del calor insoportable, provocan un
sonido, parecido a las de las brasas de carbón encendidas.
Debo reconocer que me gusta exagerar las cosas, pero creo que ahora no hay
manera de hacerlo. La realidad supera por mucho, las escalas que le suelo
aumentar a un relato. La realidad por si misma se esta encargando de recordarme,
que encontrar mis respuestas, requieren más que sólo caminatas bajo el sol, con
dirección a tumbas de viejos familiares. No. La realidad me recuerda sutilmente,
que una respuesta clara y contundente necesita, reflexión y meditación. Requisitos
que se vuelven casi imposibles en el camino del cementerio. Puedo culpar al calor
y al sudor, al cansancio y a mis zapatos, pero la verdad es que no es tiempo de
delegar culpas. Es tiempo de encontrar respuestas. Las respuestas verdaderas y
fructíferas, requieren madurez y humildad. Hace mucho que necesito de ambas.
Ya puedo divisar el final del camino, solo cien metros más. Después de acabado el
camino tengo que doblar a la izquierda, librar como en carrera con obstáculos
ocho tumbas y por fin estaré frente a la lápida de mi abuelo. De repente, alguien
grita: ¡Joven!, me detengo. Vuelven a gritar, ¡Joven! ahora con más fuerza.
-Supongo que se refiere a mi- pienso, además soy el único aquí. El único vivo al
menos (ok eso fue un chiste políticamente incorrecto). Busco el origen de la voz,
bastante rasposa por cierto. Lo encuentro, como a diez metros de lado derecho
entre las tumbas. Es uno de los veladores del cementerio. Vestido con sandalias,
pantalón de gabardina, que, sin ser un conocedor de la moda, se nota que fue
cortado de manera muy rústica, para lograr el tamaño de un pantaloncillo corto, un
cinturón que alguna vez fue café, una hebilla con una “S” (o al menos, parece esa
letra) y una playera interior, cuello “V”, blanca, aunque visiblemente percudida. Un
paliacate amarrado al cuello y un sombrero de paja, completan el “outfitt”. Su cara
se ve bastante desgastada, quemada por el sol, pero la barba blanca, larga y
tupida, me hace pensar que se parece al mago Merlín, pero con más melanina,
voz ronca y sin magia (al menos eso creo). -Dígame- le contesto, mientras me
acerco a él, aunque la reciente renuncia a mi calzado me impide acercarme a no
más de tres metros, ya que el piso esta hirviendo y mis pies parecen palomitas de
maíz en microondas, y al encontrar un matorral, decido no seguir avanzando, ya
que la sensación de frescura que provoca la sombra de este arbusto, es un
pequeño oasis en medio de este día tan lleno de calor. De verdad, hace tanto
calor que ni los mapaches, ni las personas, decidieron salir de sus casas o de sus
nidos (¿Entendieron? Casas para los mapaches y nidos para los humanos, fue
bueno admítanlo). El hombre, se ve bastante sudado, ahora noto que trae un
“machete” bastante grande y oxidado enfundado en su cinturón. -¿Qué hace en “la
telaraña” a estas horas? se va a cocinar a fuego lento- su voz parece sacada de
alguna grabación en disco de acetato el cual ya fue escuchado bastantes veces.
Le contesto diciendo que vengo a ver la tumba de un familiar, ya que tengo mucho
de no hacerlo. El velador me ofrece agua en una botella reciclada por el mismo.
Sin pensarlo dos veces la acepto y le doy un profundo trago. El agua esta a
temperatura ambiente, ósea como a unos cuarenta grados, pero agua es agua y
he sudado tanto que parece que una presa se rompió en mis axilas, y me estoy
deshidratando, como pingüino en desierto. Agrego que vengo a estas horas,
porque no tengo tiempo después (mentira) y que además, el día es mucho mejor
que la noche para frecuentar un campo santo. El hombre como de unos cincuenta
años, me mira, su vista se posiciona fijamente en mis pies descalzos. –Era muy
incómodo caminar por aquí con estos zapatos- respondo rápidamente, a una
pregunta que no se me hizo. –Yo haría lo mismo- contesta el hombre, quien
reitero calza sandalias, por lo que tomo su comentario más como burla, que
solidario. Se identifica como Sócrates Pérez Hernández, y es el encargado de la
limpieza de las lápidas y tumbas de este lado del cementerio. Me presento
también, le digo que es la tumba de mi abuelo la que estoy buscando. Asiente con
la cabeza. Me dice que lleva unos momentos observándome. –Se ve como que
revuelto en sus pensamientos-. ¿Revuelto? Bueno, supongo que es la manera de
Sócrates de decir que me veo confundido o atribulado. Le contesto que, en efecto,
lo estoy. ¿Porque estoy hablando con un extraño sobre mi estado emocional? O
sea, trae un “machete”, esa puede ser la respuesta. Y bueno, si voy a terminar
hablando con una lápida, porque no hacerlo con el encargado de que la misma
este limpia. Sócrates, deduce que vengo a platicar con la tumba de mí ser querido,
y me dice no ser el único que lo hace. Comenta que hay hijos que vienen a hablar
con sus padres, sobrinos acuden a charlar con tíos o tías (como mi tía Telesfóra) y
que incluso, Sócrates ha visto casos desgarradores, de madres que vienen a “la
telaraña” a platicar con sus hijos. Me cuenta que en este lugar, lo ha visto
prácticamente todo. Vive solo, en un cuarto al final del cementerio. Nunca se casó.
Su vida gira en torno a limpiar tumbas, arreglar lapidas, mantener la vegetación en
óptimas condiciones y alimentar a los mapaches. Le cuento que cerca de la
tumba de mi abuelo, hay un nido de mapaches, y que, ciertamente vengo a este
lugar tan soleado a encontrar respuestas. De pronto más ironías. Sócrates me
cuenta que su abuelo paterno, esta enterrado en este lugar. Por las indicaciones
que me da, concluyo que su tumba no está muy lejos de la de mi abuelo. Dice que
el nunca se llevó bien con el padre de su padre (volvemos a dar solemnidad).
Incluso me comenta que lo único que lo une a su abuelo, es el nombre. Ambos se
llaman Sócrates.
¿Como funciona la dinámica de la vida? Quiero decir, ¿Qué factores nos hacen
enemistarnos con nuestra propia sangre? ¿Qué nos lleva al punto de quebrantar
una relación, solo por que la contraparte difiere de ver un punto de la vida igual a
nosotros? ¿Es una opción, romper toda relación con alguien sólo porque no
hacemos sinergia en una acción? La situación de Sócrates me transporta a todas
las ocasiones en que decidí perder una amistad, por el hecho de no querer
doblegar mi orgullo. Eso es, el orgullo. Veneno de los sentimientos. El orgullo me
llevo a mi etapa de violencia y fue el mismo que no me dejaba salir de ella.
Cuando la paz me encontró, primero tuvo que destruir mi orgullo venenoso. No fue
fácil, pero la paz, después de una cruenta batalla, que dejo muchas víctimas,
ganó. –Sócrates, la vida no puede ser buena, cuando estas enemistado con
alguien, no puedes descansar plenamente por la noches, no puedes vivir sin
preocupaciones, no puedes ser tú- Le digo sin pensar (típico de mi). Creo que
pase la línea de la indiferente charla, hasta convertirla en un debate. Y todo con un
extraño. –Sabe una cosa joven. Tiene razón- Ahora el me replica a mi. El cambio
de actitud de Sócrates me parece abrupto y no pensado. Pero en fin, ni lo conozco
y no tiene la obligación de prestarme atención. Le pido me disculpe si me excedí
en algún comentario. Mi intención nunca fue la de molestarlo. Aparte, creo que
como es el que carga con el “machete” en este solitario lugar, no debe ser buena
idea hacerlo enojar. –Para nada joven, lo que pasa es que por la mañana, cuando
iba a limpiar una lápida, me topé con una mujer. Había venido a “disque” hablar
con su hijo que se murió. Estaba llorando, me acerqué para darle mi trapo para
que se limpiara las lágrimas. Cuando lo hizo, me regresó el trapo y me dijo, que
nunca me despidiera enojado con alguien. Me dijo que ella había regañado a su
hijo antes de irse a trabajar, y en la escuela su “chamaco” tuvo un accidente y
pues se mató. La “Seño” viene todos los días a dejar flores en la tumba de su hijo-.
La verdad no se si creerle a Sócrates, su historia suena más como una mala
telenovela, que a una verdadera situación. Pero verdad o mentira, Sócrates
parecía sincero al demostrar un cambio en su semblante. Le comento que estoy
de acuerdo. Me despido, le digo que tengo que correr porque al no traer zapatos el
suelo parece un asador y yo soy el corte de carne (bastante saturado de grasa)
que será carbonizado en instantes si no me movilizo con agilidad (cosa que para
mi, es bastante difícil).
Con la vida y la muerte no se juega. No son elementos que podamos controlar. Sin
embargo no se porque nos empeñamos en decir, que nosotros tenemos el control
de nuestra vida. Si no tenemos el control de nuestra mente, que nos hace pensar
que el Arquitecto de la creación, nos daría el control de nuestro tiempo en esta
tierra. Nos dio libre albedrio para decidir todo dentro de nuestra existencia, pero el
tiempo en esta Tierra, eso es decisión de Él. Tendemos a ver el presente como un
paso necesario para el futuro que ya hemos planeado, y nunca lo concebimos
como una etapa trascendental. El presente es, el campo de cultivo de donde
nacerá el árbol que representa nuestro futuro del cual nacerán los frutos de
nuestras acciones y las consecuencias de nuestras decisiones. El presente es vital
porque es el ahora. La vida y la muerte no son juego. Son los contrincantes que
luchan por nuestro presente. Nosotros sólo somos una pequeña parte en este
engranaje de la vida. Pero el presente es vital para nuestro desenlace, como las
pequeñas tuercas lo son para un reloj. El Diseñador maestro, tiene todo bajo
control, somos nosotros los que no sabemos lidiar con sus designios. El
cementerio de “La telaraña” se volvió un lugar bastante vivo, en tan solo un
momento.
¿Qué esta pasando? ¿Por qué un cuidador de cementerio me habla con tanta
verdad?
Seguí avanzando. Llegue al final del camino, di vuelta a la izquierda, esquivé las
ocho tumbas, y aquí estoy, frente al epitafio grabado en la lápida de mi abuelo. No
dice la gran cosa “Aquí yace ________. Amado esposo, padre y abuelo”. Al ver
detenidamente la lápida, ya no me parece tan solemne, el nudo en el estómago se
ha ido. La pregunta que tenia formulada se me olvido.
Abuelo, tu no tienes la respuesta ¿Verdad? Nunca después de muerto la tuviste. Y
aunque en el fondo, lo sabía, seguía viniendo a recordar tu rostro y tus
enseñanzas. Nunca vine para limpiar tu tumba o traer flores para que se viera
hermosa. Sólo venia por conveniencia. El egoísmo alimentaba mis visitas. Ahora
está más claro que nunca, y seria un imbécil, si no lo reconociera. La respuesta
siempre estuvo afuera, y tú siempre me lo quisiste decir, cuando estabas vivo.
“Deja que los muertos entierren a sus muertos” me dirías ahora. La lápida ahora
toma un significado distinto. Ni siquiera me siento en la tumba de enfrente, como
normalmente lo hago para contemplar el sepulcro de mi abuelo (o al menos como
acostumbraba, hasta hace cinco años). Ahora sonrío como cuando tenía ocho
años. Buscaba repuestas en el plano equivocado. La respuesta esta en mi, pero
es el Creador quien la revela, no un recuerdo de mi infancia.
Abuelo, creo que es todo. Hoy entendí que lo que me tenías que decir, lo dijiste
hace ya más de quince años. Mis recuerdos de la infancia, no están dibujados en
una lápida, ni me los refresca un epitafio. Están en mí, y Dios es quien los trae a
mi mente, cuando tengo un problema. Y no lo hace aquí, en un cementerio. Lo
hace allá afuera, con la gente que quiero y con la gente a la que apoyo. “La
telaraña” no es más que una Necrópolis, un recinto de osamentas, un muy bonito
lugar de descanso, con mapaches que amenizan el ambiente, no un diván de
psiquiatra. La verdad está en la vida y no en la muerte. Aunque eso no le quita lo
tranquilo y apacible a este lugar.
Llego al final del camino, hace ya ochocientos metros que deje la tumba de mi
abuelo atrás. Son las seis de la tarde y el sol ya no es tan incandescente, como
hace dos horas. A la salida del cementerio, veo a una pareja de mapaches que se
alimenta de los restos de comida que encuentra en un contenedor de basura.
Quiero creer que uno de esos animales es Telesforo (al menos para dejar mi
conciencia tranquila)
Por cierto, ¿Saben quién invento la “mayéutica”?... ¿NO? …El filósofo griego
Sócrates… Sin duda que misteriosos son los caminos del Creador... Mi abuelo
estaría muy contento si me viera.
FIN
Abril 2011