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Encomendero:
Las sociedades andinas tenían sólidos motivos para aliarse con la conquista
europea.
Las comunidades y grupos étnicos esperaban que la alianza con los europeos
les sirviera para triunfar en sus propias rivalidades autóctonas. El modo local
de producción tendía a dividir a los pueblos autóctonos en grupos
económicamente autónomos que competían con los ayullus, las comunidades y
los grupos étnicos rivales, por los recursos más preciados. Las sociedades
autóctonas, sin el freno del control inca, trataban de utilizar sus relaciones con
los poderosos europeos para proteger o promocionar intereses étnicos. La
colaboración con los europeos, pese a su carga de guerra, tributos y mano de
obra, también tenía sus ventajas.
Los vecinos principales querían tierras y pastos para obtener beneficios de las
oportunidades comerciales. Los tributos de la encomienda aportaban comida,
paños, productos de artesanía y metales preciosos a las ciudades. La
agricultura comercial brindaba posibilidades lucrativas: la capital de Lima, la
antigua capital inca de Cuzco y las prosperas minas de plata de Potosí creaban
mercados de productos alimenticios, paños, vino, azúcar, coca, cebo, pieles y
productos artesanales. Huamanga actuaba como un polo económico que atraía
productos del campo.
El capital comercial estructuró la empresa y el desarrollo económico. En una
sociedad donde la mayor parte de los indios podía producir para satisfacer sus
propias necesidades en las tierras del ayllu, la producción capitalista era
imposible. La producción capitalista se basa en la venta de la fuerza de trabajo
a cambio de un salario, no inducida por coacciones políticas, sociales ni
culturales, sino por la necesidad económica. Los trabajadores separados de las
tierras y recursos necesarios para producir su subsistencia, o las mercancías
necesarias para intercambiarlas por productos de subsistencia, venden
libremente su fuerza de trabajo para ganar un salario vital. La producción
capitalista basada en relaciones laborales asalariadas era algo que
sencillamente se hallaba más allá de los horizontes sociales y económicos de
los conquistadores. Sin embrago, las empresas coloniales de España y Portugal
crearon un auténtico mercado mundial y un sistema comercial que
desencadenaron el impulso clave que motiva la producción capitalista. Los
colonizadores del Perú podían aspirar a realizar esas ambiciones mediante la
minería y el comercio, pese a la escasez de mano de obra libre asalariada. El
capital comercial, entendido en el sentido de comprar y producir barato para
vender caro, se convirtió en la sangre d ela economía colonial.
Los kurakas eran los que mejor dotados estaban para aprovechar las nuevas
oportunidades. Los europeos necesitaban su cooperación para estabilizar la
colonia inicial y para extraer tributo y fuerza de trabajo de la sociedad del
ayllu. Además la elite autóctona gozaba de privilegios especiales porque sus
parientes lo reconocían como tutores del bienestar colectivo de sus ayllus y
comunidades. El intercambio recíproco de larga date entre los hogares
campesinos y los kurakas daba a las elites, como dirigentes privilegiados, los
medios de iniciar actividades remuneradoras en la economía colonial.
A fin de obtener sus tributos, los primeros encomenderos tenían que respetar
algunas de las normas tradicionales que regían el trabajo e impuestos andinos.
Los hogares siguieron conservando su derecho exclusivo a cosechas
producidas en tierras del ayllu para consumo local, a fin de pagar el tributo los
hogares y ayllus aportaron tiempo de trabajo en otras tierras designadas para
satisfacer a los dominadores llegados de fuera. Esas prácticas habían protegido
a los ayllus y hogares contra el pago de tributo en especie con cargo a cultivos
de subsistencia o alimentos almacenados para los años de malas cosechas.
A fin de extraer trabajo para las obras públicas, los transportes y la agricultura,
los colonizadores tenían que aplicar una política donde, por ej. con el objeto de
reconstruir puentes colgantes de cuerdas, gastados el cabildo ordenó que se
junten los kurakas e indios quienes están obligados a hacer los puentes. Los
kurakas en su papel de tutores y jefes, se convirtieron en los mediadores
indispensables de las relaciones laborales. Para alquilar indios que
transportasen mercaderías o trabajasen los campos, los europeos muchas
veces tenían que llegar a un acuerdo con los kurakas, en lugar de contratar a
los trabajadores directamente.
Contradicción y crisis
A fin de comprender por qué llegó la desilusión, hemos de recordar que las
alianzas entre indígenas y blancos siempre habían sido difíciles y
contradictorias. Los encomenderos cultivaban relaciones de cooperación con
los jefes y las sociedades locales a fin de gobernar en los Andes y de extraer el
máximo posible de riqueza. Los autóctonos andinos aceptaban una alianza con
los extranjeros victoriosos como forma de fomentar los intereses locales y
limitar las exigencias y abusos coloniales. Las contradicciones de alianzas
portincaicas portaban en su seno las semillas de una grave desilusión. La
violencia y arrogancia endémicas en las relaciones iniciales de los europeos
son los indios advertían las limitaciones para ambos bandos de esas alianzas.
Las minas ponían de relieve para ambas partes las limitaciones de las
relaciones anteriores. Para los europeos, impulsados por la expansión
internacional del capital comercial, las alianzas con las sociedades autóctonas
tenían poco sentido si no podían aportar una fuerza de trabajo fiable a una
economía minera en crecimiento. Para los indios, la colaboración con los
colonizadores brindaba pocas ventas si los europeos insistían en absorber los
recursos del ayllu en una campaña encaminada a establecer una enorme
economía minera que la sociedad local no podía controlar.
Las exigencias de mano de obra para las minas en una nueva escala, la
vulnerabilidad política de los encomenderos y la probable disposición de los
neoincas a encabezar una revuelta crearon una coyuntura que obligó a
replantearse las alianzas postincaicas. Los pueblos autóctonos de Huamanga
se enfrentaban con tendencias que con el tiempo podían socavar la autonomía,
relaciones sociales y producción local. Tanto la decadencia demográfica como
la inestabilidad, humillación y dependencia, crecientes exigencias de mano de
obra, eran factores que tendían a revelar las consecuencias erosionantes de
una alianza entre socios cuyos intereses fundamentales eran opuestos. El
descubrimiento de grandes minas de oro, plata y mercurio hizo que estallaran
contradicciones y reforzó el temor de que la enfermedad y muerte prematura
se debieran a unas relaciones sociales mal construidas, que podrían anunciar
una gran catástrofe.