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LA CABALLERIA

texto inédito de Pierre Dujols du Valois

La historia solo ha contemplado la caballería como una orden militar destinada a librar
combates, demostrando no haber comprendido más que su forma exterior, esto es, el
cuerpo físico de la institución. En realidad, la Caballería era una organización muy
completa basada en el ternario que comprendía cuerpo, alma y espíritu.

El espíritu estaba constituido por un areópago de altos iniciados, sacerdotes-filósofos


herederos de la Sabiduría y de la Ciencia egipcia de los Magos, de Pitágoras, Platón y
los Druidas celtas. Conservaban en su colegio las tradiciones mistéricas de la
antigüedad e imprimían movimiento al organismo por medio de los trovadores y
troveros. Estos, bardos, menestrales, juglares, constituían el cuerpo medio que servía de
lazo entre los dos extremos. Recibían de lo alto la doctrina y la transmitían hacía abajo,
por medio de poemas y canciones alegóricas, cuyo sentido íntimo escapaba
frecuentemente al auditorio compuesto por gente cubierta de hierro, materia ruda,
grosera, defensora del dogma, que tomaba al pié de la letra las bellas historias de los
poetas y extraía las virtudes y el heroísmo indispensable para la acción secular que
debían realizar los guerreros de la Corporación.

Bajo un único aspecto, la Caballería era, pues, triple. Los historiadores no han retenido
más que el envoltorio acorazado. Este envoltorio tenía necesariamente el color propio
del medio en que se desarrollaba, es decir, la cristiandad. Es una ley natural. Pero el
cristianismo de entonces no es el actual y en todos los casos no ejercía aun más que una
acción muy relativa sobre la sociedad civil. No se pierda de vista que en el siglo XI la
Iglesia experimentaba grandes dificultades para contener el bandidaje de los tiempos
feudales. Europa era un lugar inmenso y poco seguro. La invasión de los bárbaros había
alterado profundamente sus costumbres. La autoridad eclesiástica imponía a los
poderosos barones la "Tregua de Dios", pero debía dar la parte a estos leones
desencadenados, permitiendo que durante tres días de la semana pudieran ejercer sus
nobles rapiñas. La masa no estaba, por otra parte, penetrada por el fermento teológico
de Roma y conservaba las costumbres, usos y creencias propias del paganismo.
Jesucristo no era más que un dios entre otros, superior sin duda a los dioses del Olimpo
a los que había vencido y destronado, pero incomprendido por los adeptos de la nueva
fé.

Es pues imposible admitir la Caballería como una creación realmente ortodoxa. Era,
más bien, una prolongación de las órdenes ecuestres griegas y latinas. Todo delata, por
lo demás, orígenes extranjeros a la religión que se extendía progresivamente sobre el
país. Lo presente no está hecho más que del pasado, de la misma forma que el porvenir
se compone del pasado y del presente. No se crea un mundo sólo con una varita
mágica. Las cosas evolucionan lentamente y se suceden por filiación. Luego, con el
correr de los siglos, cambian de rostro. Las generaciones actuales ya no se parecen más
a las generaciones primitivas que las engendran.
Este trabajo de transformación que escapa, a menudo, a la historia, debe ser analizado
por la Filosofía. En este terreno una pléyade de escritores decepcionados por el artificio
de las opiniones convencionales que han prevalecido hasta nuestros días, han
consagrado su labor, estudiando el trasfondo de las historias, investigando en las ruinas,
removiendo el polvo acumulado durante siglos, han exhumado, para sorpresa de los
Pontífices, una Caballería completamente diferente de aquella de la Tradición.

Estos autores, Ugo Fuscolo, Gabriele Rosetti, E.J. Delécluze, ("Dante Alighiéri: la vie
nouvelle"), Philarète Chasles ("Galileo Galilei, su vida, su proceso"), Eugene Aroux
("La Comedie de Dante", "Dante herético", "Clave de la comedia anti-católica de
Dante Alighiéri") e incluso Antony Rhéal, a los cuales conviene asociar Grasset
d'Orcet, han arrojado las más vivas luces sobre este punto oscuro de la vida medieval, y
a su claridad nos será permitido restituir la fisonomía real de la orden caballeresca, de
sus paladines, sus trovadores, sus gestos, cantos, y relatos legendarios que constituyen
el Ciclo del Graal.

La característica de la Caballería, siguiendo los clásicos, es la galantería, el amor de los


paladines por las damas. Las célebres cortes de amor de Romanin y las leyes que las
regían, los juicios y procedimientos que emanaban serían otras tantas pruebas del
espíritu erótico de la institución. Si se consultan los Pandectos [compilaciones de
decisiones de antiguos jurisconsultos romanos] de estos tribunales singulares, las
dificultades salen a la superficie. Es difícil, e incluso imposible, aceptar la virtud de
estas nobles figuras junto a los rasgos poco honorables que les golpean y envilecen. ?
Sería pues necesarios admitir que existió un tiempo en que no teníamos más costumbres
y sería justamente este tiempo que se nos propondría como modelo?

El amor no es siempre una virtud, y se ha dicho de nuestros caballeros que eran gentes
virtuosas. Que se nos expliquen las articulaciones infamantes de las que las recursos de
amor han hecho estado y que se les concilie, si ello es posible, con el honor conyugal.
Estos hombres de hierro a quienes nada se resistía, ?hacían en este punto buen mercado
de sangre de una raza de la que se mostraban tan celosos y abandonaban sus lechos a
las peores aventuras?

!El Amor? Sobre el valor de esta palabra se ha centrado la atención. El amor


caballeresco, devenido un parangón de pureza ?era la inclinación vulgar que atrae un
sexo hacia el otro?. ?No había, por en contrario, en este término, una intención mística,
ajena al dulce comercio de los corazones y los sentidos? Tal es la opinión que empieza
a prevalecer y que compartimos. Está apoyada por pruebas pragmáticas.

Rossetti, en primer lugar, ha establecido su demostración en este sentido en cinco


gruesos volúmenes de casi dos mil páginas tituladas "Il Mistero d'ell Amor platonico
del Medio Evo, derivato da Mysteri antichi". El erudito profesor de literatura
italiana, nacido en Grundise, a pesar de la contradicción entre la verdad y sus
sentimientos católicos, se inclina ante los hechos.

En esta obra monumental, de una erudición histórica y literaria inmensa, dice


Delécluze, el exilado italiano desarrolla el sistema del amor platónico o alegórico, que
hace remontar al origen de los misterios de Grecia y a la secta de los sufíes de la India.
El autor de "Dante Alighieri y la Poésie amoureuse", que escapa a toda sospecha por
su actitud de distanciamiento hacia los conflictos, reconoce también que la poesía
erótica de los trovadores deriva de la misma fuente. La encuentra en la gran sacerdotisa
de Mantinea, Diotima de Megara, que habría iniciado a Sócrates en la Religión de
Amor. Sócrates habría admitido a Platón, extendido la Academia y, pasando por
Alejandría, haría hecho su aparición en Italia y Francia con la entrada de los Isíacos y
de los Filósofos en la villa de roma.

En otros términos, la Religión de Amor sería la misma que la de las Iniciaciones


antiguas.

Pero ?alcanzo nuestras regiones solo por esta vía? ?No existía ya entre nosotros un
núcleo ardiente del mismo culto?

Grasset d'Orcet, la perspicaz esfinge que ha resuelto el enigma del Sueño de Polifilo,
nos da la explicación de un texto esteganográfico cuyo sentido había desafiado hasta
entonces la sagacidad de los mejores criptógrafos. "El druida no rinde culto más que al
verdadero y único amor. Es la clave que abre a las almas el cielo y el rey del mundo.
Es el maestro que hizo el sol al cielo y domina como verdadero único señor. El
Francmasón tiene por principio universal la Niebla de la que surge el Principio de la
Verdad reinando en solitario".

Sorprenderá leer aquí el término "franc-masón" que parece un anacronismo en medio


de los Filósofos, los Druidas y los caballeros de la Edad Media. Grasset d'Orcet nos
transporta hasta estas épocas. Contempla las asociaciones de los Arquitectos y
Constructores de las catedrales que se relacionaban verosímilmente con los pontífices
paganos, o constructores de puentes. Nos revela la existencia de una Caballería de la
Bruma. Este título evoca la baja literatura de algunos folletones, corresponde a un
principio de alta metafísica del terreno de la Gnosis. La Bruma de que se trata es lo
incognoscible, el Pater Agnostos de los esoteristas. Es algo tan inaccesible que los
filósofos hermétistas saben bien, pero que no entra en absoluto en nuestro tema.

"Se notará en este texto -dice Grasset d'Orcet- la palabra "nephes" (que traduce por
bruma tal como lo quiere el griego). Es el nombre de dos célebres poemas, los
Niebelungen y los Nubarrones de Aristófanes. La Bruma o lo Desconocido, principio
universal, era, en efecto, el gran dios de la franc-masonería griega tanto como de la
moderna, la nube que acogía Ixion y que los griegos llamaban gryphé de brumas, con
una cabeza de buey como hieroglifo. Vamos a ver, por lo demás, que esta profesión de
fe, que los franc-masones decían tener de los druidas, era exactamente conforme a la
de Platón". Platón decía que el amor es el Dios más antiguo del mundo.

Grasset d'Orcet ?se complacía en un error necesario para su atrevida tesis? Los franc-
masones contemporáneos que se jactan de detentar las verdaderas tradiciones, pensarían
de manera diferente? Cedámosles la palabra: "Mostrémonos dignos -escribía el F.?.
Bailleul, en un discurso pronunciado en el G.?.O.?. el 19 de octubre de 1847- de ser los
continuadores de esta venerable institución a través de tantos siglos, desde la misión
mística de nuestro hermano Platón".

El americano MacKey, autor de obras considerables sobre los orígenes de la masonería,


declara haber encontrado en la sede primitiva de la Academia Platónica de Florencia,
fundada en 1480, los frescos murales originales ilustrados por símbolos pitagóricos.
Señalemos de pasada que los maestros posteriores a Dante, en las ciencia de amor,
Ludovico Ariosto, Petrarca, Torcuato Tasso, Baccacio, Miguel Angel, Gravino y
Marsilio Ficino, el sabio humanista, sacerdote y canónico de la Iglesia de roma,
formaban parte de ella. Este último nos ha dejado un testimonio escrito de la naturaleza
de sus creencias. Se lee en una de sus obras, especie de "Banquete", esta indicación
singular bajo la pluma de un eclesiástico:

"Que el Espíritu Santo, amor divino que nos ha sido soplado por Diotima -dice- nos
aclare la inteligencia".

No alude, desde luego, al Paráclito ortodoxo.

Es cierto que todas las fuentes que proceden más o menos de algunas camarillas pueden
parecer sospechosas o interesadas. ?Las rechazará la historia oficial?

M. Henri Martin, autoridad reconocida, relaciona, por su parte, masonería y caballería


con druidismo. Reconoce que el Relato del Santo Grial es la expresión auténtica. Como
veremos más adelante remite la Mesa Ronda a los misterios griegos. Véase el texto del
historiador Henri Martin:

"En el Titurel, la leyenda del Graal alcanza su última y espléndida transfiguración


bajo la influencia de ideas que Wolfram parecía haber situado en Francia y
particularmente entre los Templarios del Medio Día de Francia (los albigenses). Un
héroe, llamado Titurel, funda un templo para depositar el Vaso Sagrado y el profeta
Merlin dirige esta construcción misteriosa, iniciado por San José de Arimatea en
persona en el plano del Templo del Salomón. La caballería del Graal se convierte aquí
en Massenie, es decir en una franc-masonería ascética cuyos miembros se denominan
templistas y puede percibirse la intención de relacionar a un centro común,
representado por este templo ideal, la Orden de los Templarios y las numerosas
hermandades de constructores que renovaron la arquitectura medieval. Se perciben
aperturas sobre lo que se podría llamar historia subterránea de estos tiempos, mucho
más compleja de lo que se suele creer".

Grasset d'Orcet, que parece haber removido montañas de libros desde este punto de
vista, nos asegura "que el número de obras que tratan sobre la antigua masonería es
prodigioso y no solo prodigioso por la variedad de las formas, sino que incluso hasta
la orden de los jesuitas aportó su contingente, e incluso uno de sus análisis más
completos, es la obra del jesuita (Villalpando) sobre el Templo de Salomón".

Que la caballería de la Edad Media proceda de las iniciaciones griegas o druídicas, no


parece discutible. Pero en el caso de que derivara de una formación céltica, podría
llevar mucho más allá. Arturo, el Rey-Caballero y el "penteyrn" de los Bretones,
pretendía extraer su origen de Troya y su genealogía de Ascanio, hijo de Eneas el
Iniciado. Funda la orden de la Table Redonda sobre tradiciones antiguas.

El punto de partida de la institución se pierde pues en la noche de los tiempos, pero la


evidencia impone que las asociaciones caballerescas eran ajenas a la doctrina cristiana,
incluso las que se hubieron revestido por la fuerza de las cosas la librea de la Iglesia
reinante. Y aun formularíamos la más expresa reserva respecto al dogma cristiano.
No volveremos a insistir. Parece bien demostrado que la caballería es una orden
mistérica, prolongación de Menfis, Tebas y Grecia. El docto Goerres convino que
formaba una amplia sociedad secreta e identificaba todos sus ritos con los misterios
paganos. La caballería ha venido a morir en las logias masónicas de nuestros días,
donde se encuentra una profusión de títulos caballerescos que decoran a los Hermanos
cuya ignorancia vanidosa recuerda al asno de la fábula, portador de reliquias. Henri
Marin escribe: "Lo curioso, y de lo que no puede dudarse en absoluto, es que la franc-
masonería moderna no se remonta de escalón en escalón hasta la maseníe del Santo
Grial".

El Graal es la clave del misterio caballeresco. Es la máscara cristiana de la fe antigua, el


Palladium del orden que lo sitúa al abrigo de la sospecha de herejía. El Grial de las
leyendas de la Tabla Redonda es, para el profano y la iglesia celosa, el Santo Vaso en el
cual Jesús ha celebrado la última cena antes de su muerte e instituido el sacramento de
la eucaristía. En realidad, para los adeptos, era otra cosa, o más bien, el símbolo
espiritual del arcano materializado por Roma. La palabra Graal ha puesto en apuros a
los etimologistas. Diez se ha aproximado a la raíz haciendo derivar esta última del
griego crater que, dice, había podido convertirse en cratale. En efecto, la crátera
-palabra que ha entrado en nuestra lengua- designa a una gran copa.

Pero esta cosa -la Coupa Santa que cantan aun nuestros felibres albigenses y caballeros
del Graal sin saberlo, es el vaso pagano del fuego sagrado. Camile Duteil, antiguo
conservador del Louvre, sección egiptológica, sin sospechar que había encontrado el
Graal de la Tabla Redonda, nos revela en la página 143 de su inestimable "Diccionario
de Hieróglifos" que los egipcios llamaban gradal a un vaso en terracota en el cual se
conservaba el fuego en los templos. El provenzal, sobre todo el languedoquiano
montañés, menos corrompido, llama grasal un cierto vaso. A propósito de esto cabe
recordar que los caballeros continuadores de los ritos egipcios hablaban y escribían en
provenzal. Esta palabra ha pasado a la lengua de los trovadores. El gardal, en escritura
hieroglífica, añade este autor, expresa la idea del fuego (el continente por el
contenido). Serapis llevaba el gardal sobre la cabeza. Las vírgenes consagradas de
los templos de Menfis colocaban el gardal sobre el altar de Ptha, como el emblema
del fuego eterno que perpetúa la vida en el universo. El Igne Natura Renovatur Integra
de los Rosa Cruces, en nuestra opinión, es una traducción fonética de este símbolo, que
la caballería guardaba cuidadosamente bajo la vela. Todos los antiguos veneraban esta
figura. El Templo de Vesta en Roma fue una de las últimas expresiones. Pero ?podría
afirmarse que la alegoría ha desaparecido completamente? La lámpara que arde
perpetuamente ante el Santo Sacramento en los santuarios católicos es un recuerdo del
gardal egipcio y no es único. Un día demostraremos que el catolicismo es la única
religión que ha conservado en la liturgia la verdadera tradición de los mistagogos
orientales.

El gardal se ha convertido, por contracción, en Grâal, con un acento circunflejo, luego


el Graal se escribió sin tener en cuenta el signo de la contracción.

La leyenda cristiana de la que se recubrió este arcano, el patronazgo de José de


Arimatea [N-O de Jerusalén] que había ofrecido sepulcro al Salvador, cubrían
suficientemente los orígenes sospechosos de este rito. Es cierto que toda la iglesia
cristiana reposa sobre el mismo fundamento, pero éste, materializando el símbolo, no
expone mas que el exoterismo a los fieles mientras que la caballería revela el
esoterismo. Por lo demás no sería difícil establecer que el nombre de las personas que
evolucionan en torno al Graal no tienen nada de hebraico; José de Arimatea tiene
resonancias griegas. Arimathía se ha formado, verosímilmente, de airemahesis, ciencia
de la demostración. El radical air del verbo aireiio, demostrar, nos da el airetist,
herético. Tal era un título de maestría o un sobrenombre iniciático. Así, los
Compagnons modernos se llaman aun con ciertos vocablos: X-la clave de Corazones,
Agrícola Perdiguier era llamado "Aviñonés la Virtud"". Arimathía era una palabra
propia para encubrir el cambio a los jefes de la iglesia temporal que no veían más que el
arimathaïn de Palestina. Titurel, el fundador del Templo del Graal, es aun un nombre
extraído de titrain que significa horadar, agujerear. Corresponde a Perceval, Parsifal,
Perceforest que son una traducción manifiesta de Titurel. Estas apreciaciones añaden
peso a la opinión de los escritores que hemos mencionado.

Sería superfluo insistir en una exposición sumaria de la historia secreta de la Caballería.


Por lo demás, la prueba de los orígenes mistéricos de la Caballería ha sido hecha con
una amplitud impresionante por un hombre de gran cultura y amplio espíritu, Eugene
Aroux, amigo del historiador clerical Cesare Cantu y traductor de su "Historia
Universal". Eugene Aroux ha consagrado a esta demostración una serie de obras de
gran erudición que enumeramos por fecha de aparición: "Dante herético,
revolucionario y socialista", "La comedia de Dante traducida en verso según la
letra y comentada según el espíritu", "El Paraíso de Dante iluminado en Giorno",
"Desenlace masónnico de la comedia albigense", "Pruebas de herejía de Dante,
especialmente respecto a una fusión operada hacia 1312 entre la Massenie
albigense, el Temple y los Gibelinos para constituir la Franc-Masonería", "Clave
de la comedia anti-catárica de Dante", "La herejía de Dante demostrada por
Francesco de Rimini. Ojeada sobre los relatos del Santo Graal", "La clave de la
Lengua de los Fieles de Amor" y "Los misterios de la caballería y del amor
platónico en la Edad Media".

El autor de este trabajo propio de un benedictino sacrifica una parte de su fortuna y toda
su existencia para hacer prevalecer históricamente en la iglesia y las universidades el
hecho patente e irrefutable de que Dante fue un hierofante de la Massenie caballeresca
y el fundador de la Masonería moderna. Esta opinión es aceptable al menos en sus
grandes líneas, pues el fondo hermético de la institución caballeresca ha escapado a las
investigaciones de Eugène Aroux, insuficientemente instruido en las cosas de lo oculto.

El punto de vista de Aroux difiere sensiblemente del nuestro. Nosotros trataremos de


encontrar un medio de conciliación pues no comporta ninguna incompatibilidad
absoluta.

"Había realmente -dice- en la civilización del mediodía como en la del norte, menos
avanzada, y no podía haber más que una sola caballería. Era puramente feudal y en
absoluto amorosa. La de los Tristán, los Lancelot du Lac, Amadis, Galaor, no ha
existido más que en las novelas y en las asambleas secretas de la Massenie albigense".

Esta tradición de buenos caballeros errantes y amorosos dispuestos a romper una lanza
para el triunfo del honor y del buen derecho no reposaría más que sobre una ficción
mistagógica y no habría tenido vigor más que en reducidos subterráneos, numerosos en
verdad, pero muy distante de las altas mansiones y fieros castillos colgados sobre las
cimas muy elevadas? Eugene Aroux cae aquí en un lamentable error. Confunde nobleza
y caballería. Las dos cosas pueden combinarse, pero no son de la misma naturaleza.
Cuando nos habla de una caballería feudal y de un caballería amorosa muestra una
inconsecuencia singular en un hombre tan advertido.

Aroux se equivoca. No hay más que una caballería; la de los misterios. Todos los
nobles, incluso los más grandes feudatarios no eran admitidos. El título de caballero era
buscado como el mayor honor que haya podido obtener un hombre sobre la tierra y se
le consideraba la coronación de la nobleza. Esta dignidad era incluso negada a los
reyes. Algunos monarcas la adquirieron, ciertamente, en una época de decadencia
donde la caballería no era más que una palabra hueca, cuyo sentido se había perdido.
Fue a este título profano como Napoleón o Luis XVIII pudieron ser recibidos como
masones.

El título de caballero no se concedía en absoluto a la ligera. Era preciso superar ciertas


pruebas. Apenas podemos imaginar que estas pruebas se limitaran a rudas estocadas o
proezas de bravura. Se trataba de otra cosa. Para ser armado caballero era preciso ser
hombre de bien en toda la aceptación del término, renunciar a la vida de rapiña de los
barones errantes y proteger a la viuda y al huérfano, en una palabra estar regenerado y
nacido para una vida nueva. La Iglesia, en el siglo XI no podía más que oponer una
débil barrera a las depredaciones de los grandes señores y no pudo en absoluto ejercer
suficiente influencia para que se pudiera cambiar las costumbres feudales.

Era preciso para una obra tan considerable una leva más poderosa que la fuerza del
clero sobre los elementos temporales. No negamos absolutamente a la Iglesia romana
una acción moral que sería injusto negar. Pero la caballería, aunque se haya
desarrollado bajo su patronazgo, era algo más que un hábil maquillaje, un señuelo de la
potencia de los papas.

Para comprender lo que la Iglesia oficial era, basta leer la horrible pintura que traza
Pierre Damien. Jamás se vio semejante estructura de podredumbre. ?Es posible
considerar a un clero envilecido hasta ese punto como instigador del movimiento
caballeresco?

Una objeción se plantea: en sus buenos tiempos la caballería no era hereditaria mientras
que la nobleza de raza si lo era. Este rasgo distintivo muestra que la caballería
consagraba una evolución moral completamente personalizada. Aroux estaba en este
punto equivocado y lo que ha creado este malentendido en su espíritu deriva de la
consideración de un hecho puramente administrativo: había en la nobleza una
organización militar ecuestre, ya que se combatía entonces a caballo. Pero estos
caballeros eran gentes de a caballo que llevaban la espada de la fuerza y no la de la
lealtad. Nunca la historia probará que los caballeros hayan sido armados caballeros por
una investidura regular. El título de caballero, causa de este error, es una pura
homofonía sin consecuencias extraída de la palabra caballo. La caballería legendaria
exigía un período de prueba muy fuerte.

Originariamente duraba veintiún años. Era conferido por medio de un ceremonial


simbólico que sorprendía al menos avisado. Los padrinos o jurados eran indispensables
y no comparsas de mera forma. El candidato pasaba primeramente por baños
frecuentes, luego permanecía varias noches en una capilla oscura sin luz. Era la "noche
de la tumba" en la cual el hombre viejo iba a ser inhumado y luego entrar en
putrefacción para resucitar a una vida nueva (la Vita Nuova de Dante). Luego
reaparecía con el día, vestido de blanco para testimoniar la resurrección moral.
Entonces realizaba los ritos de la religión oficial. Tras este deber recibía la espada, la
del buen combate, y se procedía a vestirlo. Un discurso iniciático acompañaba cada
pieza de la armadura que morada en alguna parte del recipiendarios en los deberes de su
cargo. M. Roy, en un pequeño libro, impreso por Marne, ha recogido algunas de las
locuciones pronunciadas para la circunstancia. La intención esotérica es manifiesta: la
armadura no es más que una alegoría. Todos los saberes profanos ignoraban el sentido
filosófico de estos ritos.

Fauriet, en su "Curso de Literatura Provenzal", reconocía con la mayor perplejidad,


que la caballería reclutaba en la pequeña nobleza, viviendo al abrigo de los desvíos
criminales de la nobleza de pro: "Estos hombres que asumían el amor de forma tan
exaltada no eran ni grandes barones ni poderosos feudatarios. Eran, en su mayor
parte, pobres caballeros sin feudos (el autor habla aquí la lengua de la nobleza actual
para la cual el título de caballero es el más bajo en la jerarquía). El mayor número
pertenecía a las filas inferiores de la feudalidad y varios son citados expresamente por
su gran pobreza",

?Cómo es que la iglesia no se alertase ante la superchería? En realidad, "muchos


conventos, tanto de hombres como de mujeres, había sido invadidos por la herejía"
dice Aroux. Aidre Tieberg en su excelente obra sobre la Ruta Social señala algunos
monasterios de Champagne que, en la Edad Media, celebraban ritos simbólicos de la
Masonería. Terminaron por desaparecer a continuación y con razón.

No, la caballería, de la que Europa se honra y glorifica, ha tenido mucho espacio en la


vida real para que se le pueda reducir a algo puramente alegórico. La caballería se
inspiraba en principios muy elevados para no ser más que una institución guerrera, pues
incluso lo que Aroux considera como heráldica, testimonia las más nobles aspiraciones.

En nuestra opinión la emanación de las altas personalidades de aquel tiempo,


profesaban el cristianismo filosófico. Si era de otra forma y si era necesarios confundir
caballería con los albigenses, el catarismo y los valdenses, convendría ir más allá hasta
el final de la lógica y decir que todos los miembros de estas sectas eran caballeros.

Por nuestra parte rechazamos reconocer vínculos de familia con la caballería; ésta
ocupaba el piso superior a la herejía asumida por el pueblo y dirigida por un sacerdocio
de la misma condición. En lugar de los trovadores portadores de buenas palabras, los
mandantes tenían buhoneros, mercaderes, peregrinos y saltimbanquis. Esto se
desprende necesariamente de la influencia regeneradora de la casta superior, pero
aunque profesaran íntimamente la misma doctrina, lo hacían de manera diferente.

Hacemos las mismas reservas en lo que respecta al cristianismo de los caballeros.


Pensamos que cuando la iglesia practica con el poder temporal y da a los fieles la carne
material de Cristo como único alimento, los hierofantes del cristianismo filosófico, para
preservar de la ruina que amenazaba la Religión de la sabiduría, suscitaron el
movimiento caballeresco para reaccionar sobre las altas clases y seguir el dogma de los
antiguos misterios que es el alimento del alma por la ciencia.
Tras haber superado en una sola y única obra la caballería que Aroux había cortado en
dos, creemos útil reproducir algunas páginas muy instructivas de los Misterios de la
caballería de este autor, la Massenie del Santo Graal y las cortes de amor.

Göerres hace un estudio comparativo de las iniciaciones en los misterios y de la antigua


caballería. Un extracto de este trabajo debería tener lugar. ¿Podría usted procurármelo?
Este documento viene en apoyo de mi tesis contra la de Aroux. Sería interesante y
documentaría más seriamente este trabajo.

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