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SUMARIO
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I. Razones para un debate
Las páginas que siguen se ocupan de la legitimidad social del juez, pues el factor
delimitador de las relaciones entre los jueces y la sociedad es precisamente el de la
justificación de su potestad y de las razones que llevan a la sociedad a aceptar su labor y
a someterse pacíficamente a sus decisiones. Ello se hace desde diferentes puntos de
vista.
En primer término, se recuerdan las fuentes de las que emana dicha legitimidad,
con especial referencia a su basamento democrático dentro del conjunto de poderes del
Estado. En segundo lugar, se analizan algunos de los condicionamientos de los que
depende la pervivencia de la confianza ciudadana en los jueces, como parte del sistema
democrático de poder, porque la legitimidad del juez no se sostiene tan sólo por el
respeto de sus fuentes originales, sino que se forja día a día, en su quehacer cotidiano.
Finalmente, se hacen algunas consideraciones sobre determinadas circunstancias que
influyen en la percepción ciudadana de los jueces y de la justicia, y que pueden incidir
en la permanencia de su legitimidad, a los ojos de la sociedad.
Hablaré, pues, de la legitimidad de origen de los jueces y del poder que ejercen,
y de su legitimidad de ejercicio; y, asimismo, de las razones por las cuales no es de
recibo poner en cuestión la primera y de los riesgos que corre la segunda cuando la idea
que la sociedad tiene de la labor de los jueces no tiene en cuenta la realidad cotidiana
del quehacer jurisdiccional, con sus dificultades, ni considera el grado de implicación de
los jueces y magistrados, desde su alta cualificación técnica y desde su profundo sentido
de la justicia, con la consecución de la convivencia pacífica de todos, y, con ello, con la
prosperidad de una sociedad cuyo grado de civilización se determina, también, por
consideración a la eficacia de su sistema de justicia y al grado de aceptación por parte
de los sujetos de los mandatos de los jueces.
Por último, me refiero también al valor del respeto institucional como forma de
legitimar la labor del juez; un elemento que juega de forma activa, pues el juez se
legitima a sí mismo cuando, dentro de su misión de control de legalidad a los otros
poderes públicos, lo hace desde el respeto a la ley y al derecho, y también de forma
1
Sobre este extremo, ver las siempre interesantes observaciones de Giovanni Sartori en su ensayo, ya
clásico, El Homo videns: la sociedad teledirigida, Madrid, Taurus, 1998.
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pasiva, en la medida en que los restantes poderes del estado –o sus agentes— cooperan
con la función de tutela del juez, ya sea de forma preventiva, desde la sumisión a la
propia ley, ya sea desde la colaboración con la administración de justicia y la aceptación
de sus decisiones. Porque el respeto y la lealtad en las relaciones entre los poderes del
estado sirve también para legitimar sus actuaciones ante la sociedad.
El interés por la legitimidad del juez no surge, sin embargo, de una urgencia por
reivindicar su posición dentro del conjunto de instituciones del Estado frente a quienes,
previa comparación con otros poderes del Estado, ponen en cuestión sus bases. La
figura del juez goza de absoluta legitimidad democrática entre nosotros, de acuerdo con
su configuración constitucional y según la ordenación del poder judicial, las cuales (por
contraste con los sistemas del common law2) son fruto de nuestra tradición jurídica y en
tantas ocasiones han sido espejo y modelo en el que reflejarse. Más adelante expondré,
con algo más de detalle, los argumentos que sirven de soporte a esta afirmación, pero
quiero dejar clara ya mi posición al respecto, una tesis que no se separa de lo mantenido
por la mayoría de los juristas: en este sentido, coincidimos con quienes entienden que la
discusión sobre si, conforme a su configuración constitucional, el juez goza o no de
legitimidad, encierra una falsa polémica3.
2
Dentro de la abundante bibliografía sobre esta cuestión, y con especial referencia a la administración de
justicia y al papel del juez desde el punto de vista del ejercicio de la jurisdicción y con referencia
comparada a los diferentes modelos de organización, nos parecen sumamente interesantes las reflexiones
de Antonie Garapon y Ioannis Papadopoulos en su estudio Juger en Amèrique et en France, Paris, Odile
Jacob, 2003, dentro de la más clara tradición iuscomparatista europea en materia jurisdiccional y procesal
a la que pertenecen autores como Mauro Cappelleti y Michelle Taruffo, entre otros destacados juristas.
3
Ignacio Díez-Picazo Giménez, Comentarios a la Constitución Española, XXV Aniversario, Coords.
Casas Baamonde y Rodríguez-Piñero Bravo Ferrer, Madrid, Fundación Wolters & Kluvert, 2009, pp.
1827 y ss.
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Son por tanto las nuevas circunstancias sociales las que justifican la oportunidad
de esta reflexión. Porque, conviene no olvidarlo, el derecho es permeable también al
paso del tiempo, como lo es la sociedad misma, y evoluciona por exigencia del propio
avance social. O, como de otro modo se ha dicho, el derecho es componente del
ambiente histórico en que el hombre vive4. En el discurso que pronuncié el pasado año
con ocasión de la ceremonia de apertura del año judicial 2009-20105 tuve la oportunidad
de señalar las dificultades del derecho oficial, otorgado por quien ostenta el poder
soberano (no en vano, la soberanía se ha identificado en ocasiones con la denominada
potestas normandi)6 para mantenerse impermeable a los efectos de la evolución social;
y también la preocupación que esa tensión genera desde el punto de vista de la
dialéctica entre seguridad jurídica y justicia; una polémica presente en diferentes
momentos históricos con otras formulaciones.
4
Así lo entendió por ejemplo, Guido Fassò (Historia de la Filosofía del Derecho, ed. Pirámide, Madrid,
vol. II, 1981, p. 198), como nota característica del pensamiento jurídico político de Montesquieu.
5
Pronunciado en el Salón de actos de plenos del Tribunal Supremo el 21 de septiembre de 2009 con el
título ―Seguridad jurídica, igualdad ante la ley y aplicación uniforme del Derecho‖, y –como es
costumbre— publicado junto con la Crónica de Jurisprudencia del Tribunal Supremo (Madrid, Tribunal
Supremo, 2009).
6
Jean Bodin, Los seis libros de la república, Madrid, Orbis, 1985, L. I, cap. VIII; Joaquín Varela Suanzes,
―Algunas refexiones sobre la soberanía popular en la Constitución española‖, en los Estudios de Derecho
Público en homenaje a Ignacio de Otto, Universidad de Oviedo, 1988; Francisco J. Bastida, Joaquín
Varela Suanzes-Carpegna y Juan Luis Requejo Pagés, Derecho Constitucional: cuestionario comentado I,
Barcelona, Ariel, 5ª impr., 2009, p. 204.
7
Esa fue la opinión de Thomas Jefferson en su Carta a James Madison, desde París, a 6 de septiembre
de 1789 (editada en su Autobiografía y otros escritos, Editorial Tecnos, 1987. Traducción de Antonio
Escohotado y Manuel Sáenz de Heredia): ―[…] puede demostrarse que ninguna sociedad puede hacer una
constitución perpetua, ni tan siquiera una ley perpetua. La tierra pertenece siempre a la generación
viviente: pueden, por tanto, administrarla, y administrar sus frutos, como les plazca, durante su usufructo.
Son también dueños de sus propias personas y, por consiguiente, pueden gobernarlas como les
plazca. Pero personas y propiedades constituyen la suma de los fines del gobierno. Por tanto, la
constitución y las leyes de sus antepasados se extinguen, por transcurso natural, con aquellos cuya
voluntad les dio el ser. Dicha voluntad pudo preservar ese ser hasta que dejó ella misma de ser, y no
más.‖ Un tiempo que el propio Jefferson cifró en treinta y cuatro años. Curiosamente, la experiencia de la
Constitución americana (probablemente la más longeva constitución escrita vigente) no concuerda con
este pensamiento, gracias a la labor interpretativa de los tribunales federales, que han procurado nuevo
oxígeno para los viejos preceptos constitucionales.
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El presente no es, por tanto, un mero ejercicio intelectual ad pompam vel
ostentationem. Toda reflexión jurídica, para que sea útil, no juega en el terreno de lo
puramente especulativo, sino que ha ser aplicada al mejor conocimiento de una
determinada institución, a la detección de problemas o disfunciones legales o, desde
planteamientos prospectivos, al diseño de nuevas respuestas a viejos o nuevos
problemas aparecidos en las relaciones entre sujetos: ese es uno de los sentidos de la
jurisprudencia, entendida como análisis jurídico con una finalidad práctica. En el campo
del derecho, la simple voluntad de clarificar ideas contiene ya un fin práctico, pues el
derecho exige claridad para ser aplicado, como ingrediente inherente a la seguridad
jurídica. La presente reflexión cuenta con esa voluntad y, en consecuencia, participa
dicho fin, en la medida en que en ella hay de acto de reafirmación y reconocimiento de
la figura del juez dentro del conjunto de las instituciones del Estado; en un Acto
solemne como éste, ante Su Majestad el Rey, en presencia de las más altas instancias
judiciales, y de una destacada representación institucional. Es algo que, como juez, hago
con satisfacción pero que, además, constituye una compromiso que asumo con agrado
como parte de mi responsabilidad pública.
Solamente por ello es interesante destacar, en este momento, la figura del juez,
su compromiso con la democracia y con los principios y valores que perfilan nuestro
sistema de convivencia; y, con ello, de recordar a los ciudadanos que, con las
deficiencias propias de toda obra humana, el poder de los jueces se asienta sobre sólidas
bases democráticas, que no son otras que las que la Constitución y las leyes (como
expresión máxima de la voluntad popular) le proporcionan, y que le legitiman ante una
sociedad a la que pertenece y a la que sirve desde la defensa del imperio del derecho.
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su modificación permanece al margen de la voluntad de los individuos y se confía a
quien ostenta el poder; en regímenes democráticos, por el contrario, el sujeto sí tiene la
capacidad, en cuanto que miembro de un conjunto ordenado y estable de personas, de
condicionar las reglas de juego, según los mecanismos formales existentes para la toma
de decisión que ordenan su participación en los asuntos públicos.
8
Tomo la referencia de la Ética a Nicómaco editada por la Biblioteca Clásica Gredos, Madrid (Ética
nicomáquea. Ética eudemia, trad. Julio Pallí, 1ª ed., 1985, p. 241). Esta idea se repetiría más adelante en
el pensamiento de Marco Tulio Cicerón: ―Por la justicia es, ante todo, por lo que llamamos bueno al
hombre‖ (De officis, I, 7); y, dentro del pensamiento cristiano, en la obra de Tomás de Aquino (Summa
theologica, 2-2, 58.3: ―En ella [en la justicia] resplandece más el fulgor de la virtud‖). Según el
pensamiento tomista, cuando más puramente expresa el hombre su verdadera esencia es cuando es justo,
siendo la justicia la virtud suprema: ―El hecho bueno es el justo‖ (Josef Pieper, Las virtudes
fundamentales, Pamplona, Rialp, 8ª, 2003, p. 114).
9
Tomas de Aquino, Summa contra Gentes, 3, 4.
10
Me refiero al apunte introductorio realizado en el discurso de apertura del año judicial 2009-2010, en
donde aludo a esta idea bien delineada en el pensamiento de Platón, a partir del relato del proceso a
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régimen jurídico básico del hombre libre frente a los demás, con su acervo de derechos
y deberes. Es una idea presente ya en el pensamiento antiguo, que ha sido recibida y
reforzada a medida que la humanidad ha avanzado por la senda del progreso, la de la
ciudad –agregación de hombres de modo que puedan satisfacer todas las necesidades de
su existencia— como símbolo del orden jurídico.
Sin embargo, no hay derecho sin jurisdicción, pues la ley no puede imperar sin
la existencia de una instancia que haga real su supremacía. Por eso, si en la ley se
aprecian matices jurídicos y políticos, lo mismo acontece, en cierto modo, en la
jurisdicción, puesto que por medio de la administración de justicia no sólo se tutela la
norma del caso a la vez que se resuelve la controversia, sino que además se reafirma, en
cada sentencia, la propia vigencia de la ley y del derecho como instrumentos para la
realización de la justicia y del ideal de convivencia humano13. La jurisdicción, entendida
como potestad pública que entronca directamente con el poder, presenta pues un matiz
político, pues forma parte de la organización política del estado y por ser la clave de
bóveda que sostiene al estado de derecho. La función de juzgar se convierte así en
fuente de legitimación del sistema político14.
Sócrates, en el Critón (Diálogos, ed. María Rico Gómez, Madrid, Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, 2007).
11
Aristóteles, Política, Libro IV (Teoría de la ciudad perfecta), cap. VII, en la traducción de Patricio de
Azcárate, (Obras de Aristóteles, vol. III, Madrid, 1873, pp. 139-140).
12
―¿Cuál es la ciudad? ¿Acaso toda reunión, aun de hombres fieros y bárbaros? ¿Acaso toda multitud,
aun de fugitivos y ladrones, congregados en un lugar? Ciertamente dirás que no. No era pues ciudad
aquella, entonces, nada valían en ella las leyes, cuando los juicios yacían por tierra, cuando las
costumbres de nuestros padres se habían perdido, cuando expulsados los magistrados por el hierro, no
había en la República nombre de Senado‖: Marco Tulio Cicerón, Sobre la República, IV, 27 (en la
edición de Tecnos, Sobre la República. Sobre las leyes, Madrid, 1986).
13
Sobre la idea de la dimensión política de la jurisdicción, son interesantes las observaciones de Antonio
Hernández Gil, ―Algunas reflexiones sobre la justicia y el poder judicial‖, publicado junto con la
Memoria sobre el Estado, funcionamiento y actividades del Tribunal Supremo (Discurso de apertura del
año judicial, pronunciado el 14 de septiembre de 1988), Madrid, Tribunal Supremo, 1988.
14
Enrique Álvarez Conde, Curso de Derecho Constitucional, vol. II, Madrid, Tecnos, 6ª, 2008, p. 294.
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Esta nueva perspectiva pone de relieve la trascendencia de la labor del juez,
sobre cuyas espaldas descansa –como titular de la potestad de juzgar— la
responsabilidad última de hacer real y efectivo el ideal de la ciudad gobernada sólo por
la ley, pues de nada sirve la existencia de normas legales sin la puesta a disposición de
los ciudadanos de mecanismos dirigidos a hacer realidad sus mandatos, o sencillamente
a aplicar las normas y permitir que desplieguen sus efectos.
La justicia es, pues, el complemento natural de la ley, pues si la ley fue creada
para asegurar la convivencia, la actuación del juez, al tutelarla, da vida y sentido a sus
mandatos. En el pensamiento de Cicerón se resaltaba ya ese matiz: la existencia de la
ciudad se asocia a la presencia del juez; y sin juez, sin administración de justicia, no
cabe hablar de sociedad organizada 15 . Esa circunstancia condiciona no sólo la
trascendencia que la comunidad da a la función de juzgar, sino también al especial
estatus que ha merecido en todas las sociedades el encargado de ejercerla.
De entre los frescos que decoran la Sede del Tribunal Supremo, destaca el
titulado El gran collar de la Justicia, realizado entre 1924 y 1925, tras la reconstrucción
del incendiado Convento de las Salesas, por el pintor valenciano José Garnelo y Alda.
La obra, luminosa y colorista, decora la cúpula del despacho de su presidente, y
representa en su cenit una alegoría de la justicia, en la cual un magistrado del Tribunal
Supremo vestido de toga recibe en actitud de máximo respeto, de manos de una figura
regia que simboliza a España, el collar de la justicia y, con ello, toma posesión de la
facultad de juzgar16.
Traigo al texto esta imagen por lo que en ella hay de ilustrativo y simbólico de
un importante rasgo de la potestad del juez. La administración de justicia es un poder,
como afirma la rúbrica del Título VI de la Constitución, pero un poder que no pertenece
originalmente al juez, sino que ostenta y ejerce por haberlo recibido del titular de la
soberanía. El poder de juzgar no es, por consiguiente, un poder constituyente, primario,
sino un poder constituido, como ocurre con todos los poderes, facultades y funciones
que emanan de quien encarna el poder soberano. El fresco de José Garnelo ejemplifica
15
Cicerón, loc. cit., IV, 27
16
Este fresco guarda relación con la disposición de las figuras en la cúpula de la catedral de Parma, obra
de Correggio. La escena central está flanqueada por representaciones de las principales ramas del derecho
a lo largo de su anillo exterior. La circunferencia se completa con tres blasones, el primero conteniendo la
balanza de la justicia (sostenida sobre las haces del consulado romano, expresivas de la fuerza desde la
unidad), el segundo con un libro con las palabras lex y iustitia sobre una espada, símbolo del poder, y en
medio un tercero con las iniciales del Tribunal Supremo. De este tercer blasón nace una encina (árbol que
representa, como la que ilustra el capitolio de Roma, la majestad, la solidez y la longevidad, es decir, la
permanencia del estado), de cuyas ramas surgen, como frutos, las virtudes y dignidades del juez
(asiduidad, vigilancia, prudencia, perseverancia, reflexión, amor a la justicia), así como las potencias del
alma (memoria, entendimiento y voluntad), instrumentos que el juez ha de emplear en su desempeño. En
la copa del árbol, se asienta la escena alegórica central, en la que una matrona entrega el collar de la
justicia a un magistrado del Tribunal Supremo, actuando como testigo un macero, símbolo de la propia
magistratura y de la fuerza de la justicia, como superación del mal. La obra y su iconografía son
analizadas con detalle por Miguel Carlos Clementson, ―El collar de la Justicia‖, en J. Garnelo. Revista del
Museo Garnelo, nº 1, 2005, Montilla (Córdoba), pp. 44-61, y, con anterioridad, por Luis de Cartagena, en
un artículo publicado en el diario ABC dominical, en 1925.
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perfectamente la dicotomía entre el poder constituyente y el poder constituido, en lo que
concierne al ejercicio de la potestad jurisdiccional.
La relación entre estas dos perspectivas del poder, parte de la división del
ejercicio de las facultades inherentes a la soberanía, y pone de manifiesto la racionalidad
de los sistemas políticos, que se someten a reglas, es decir, se juridifican. La referencia
a un poder original, del que emanan las facultades que ejerce una autoridad pública,
constituye por otra parte el medio más idóneo para otorgarle legitimidad ante los
destinatarios de esas facultades. En el caso de la administración de justicia, la referencia
de la actuación de jueces y magistrados a un poder original superior, del que emanan sus
facultades y que justifica sus decisiones, habilita el proceder del juez y lo concilia con la
sociedad. Por ser legítimo, el poder del juez será aceptado por la ciudadanía, con
independencia del sentido de la concreta decisión. Y la legitimidad es lo que permite
que sus decisiones sean aceptadas por la sociedad en su conjunto, sin necesidad de
acudir a la coacción ni a la violencia, pues es la legitimidad lo que hace que la sociedad
reconozca las decisiones judiciales como válidas y justas. Y asimismo lo que le
garantizará su permanencia, como la de todo el sistema de convivencia.
17
Así ha sido entendido por los clásicos de la ciencia política, para un análisis más detenido de las
diferentes teorías, ver la obra de André Hauriou, Derecho Constitucional e instituciones políticas,
Barcelona, Ariel, 1980; o Maurice Duverger, Instituciones políticas y Derecho Constitucional, trad.
Eliseo Aja, Barcelona, Ariel, 5ª ed. española, 1970.
18
Las ideas de Max Weber están extraídas de su obra Economía y sociedad, trad. García Maynez, México,
Fondo de Cultura Económica, 2000, en concreto de su capítulo III.
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corre el riesgo de deslegitimar a quien ostenta el poder de juzgar, y con ello a todo el
estado de derecho.
19
Carmen Sánchez-Abarca, ―Soberanía nacional‖, Enciclopedia jurídica, vol. 21, coord. gral. E. Arnaldo
Alcubilla, Madrid, La Ley, 2008-2009
20
Sobre la noción de soberanía, ver Manuel Aragón Reyes, La democracia como forma jurídica,
Barcelona, 1991. Y sobre el poder constituyente, Toni Negri, El poder constituyente: ensayo sobre las
alternativas de la modernidad, 1ª ed. en castellano, Madrid, ed. Libertarias/Prodhufi, 1994; Juan Luis
Requejo Pagés, Las normas preconstitucionales en el mito del poder constituyente, Madrid, Centro de
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La vinculación de la justicia con la máxima instancia de poder político ha
condicionado la localización de su fuente originaria. Si en las primeras sociedades
humanas el poder tenía un evidente componente religioso, y emanaba de la divinidad, la
justicia se vinculaba igualmente a la idea de dios. Esta tesis se veía reforzada por la
identificación del ser supremo como titular absoluto de la justicia, como el ser justo por
excelencia, que marca la senda a seguir por los hombres y mujeres en su camino hacia
la perfección ética. Son muy numerosos los ejemplos que ilustran esta afirmación. El
Código de Hammurabi (1760 a. C.), por ejemplo, que es tenido por muchos como el
primer vestigio histórico de un sistema legal establecido, es el fruto de la revelación de
la ley al rey de Mesopotamia por el dios Shamash 21 . Dentro de nuestra tradición
religiosa más cercana, la Biblia contiene numerosas referencias a la administración de
justicia o a los jueces 22 , muchas de ellas presentes en el imaginario colectivo: los
primeros actos de Yahvé tras la creación del hombre, son legislativos y jurisdiccionales
(prohibición de comer del árbol del bien y del mal, y expulsión del Paraíso); Moisés
recibe las tablas de la ley en el Sinaí, con las 618 leyes que constituyen la base del
ordenamiento jurídico para el pueblo judío, directamente de Dios; la destrucción de
Sodoma y Gomorra y huida de Lot; el liderazgo político de los jueces tras su
establecimiento definitivo en la tierra prometida, son otros ejemplos dentro de otros
muchos posibles23.
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del estado‖, una fórmula que para algunos es de compromiso25, pero que da fin a una
larga confrontación conceptual y concilia la idea de nación con la consideración del
pueblo como poder constituyente.
Ello interesa, a los efectos de la presente reflexión, para señalar que, en el estado
constitucional, la legitimidad de origen del juez, como titular de la potestad
jurisdiccional e integrante, según la propia expresión constitucional, del poder judicial,
deriva de la propia Constitución: ésa es la máxima garantía de su legitimidad, pues si la
Constitución es expresión máxima de la voluntad popular constituyente, el poder
judicial y el poder de los jueces nacen del pueblo, en la medida en que emanan de la
Constitución26. En lo que respecta a la justicia, la norma del art. 1.2 constitucional se
complementa con la del art. 117.1 de la Carta magna, la cual reafirma la ubicación de la
legitimidad de la justicia en el pueblo, de donde emana la potestad de juzgar. Es la
Constitución, en resumen, lo que legitima democráticamente al juez, y lo ubica
institucionalmente al mismo nivel del resto de las instituciones del estado.
25
Joaquín Varela Suanzes, ―Algunas reflexiones sobre la soberanía […], cit., p. 39 y ss.
26
Varela Suanzes, últ. ob. cit., pp. 58-59. Sobre el art. 1.2 de la Constitución, ver también Ignacio de Otto
y Pardo, Derecho Constitucional, sistema de fuentes, Ariel, Barcelona, 1987, pp. 138 y ss; Álvarez Conde,
Curso […], cit., pp. 301 y ss; Francisco Balaguer Callejón et alii, Manual de Derecho Constitucional, 4ª,
2009, Madrid, Tecnos, 554. Sobre el art. 117.1, Enrique Ruiz Vadillo, ―Art. 117‖, Comentarios a las
leyes políticas: Constitución española de 1978, dir. Óscar Alzaga, pp. 289 y ss; Luis María Díez-Picazo
Giménez, Régimen constitucional del Poder Judicial, Madrid, Civitas, 1991; Landelino Lavilla Alsina,
―Caracterización constitucional del poder judicial‖, Homenaje a Don Antonio Hernández Gil, vol. I,
dirección y coordinación Luis Martínez-Calcerrada y Gómez, Madrid, Centro de Estudios Ramón Areces,
2001, pp. 805 – 811; Ignacio Díez Picazo Giménez, Comentarios a la Constitución […], cit., pp. 1827 y
ss.; Marcelo Huertas Contreras, El poder judicial en la Constitución española, Universidad de Granada,
1985; y Perfecto Andrés Ibáñez y Claudio Movilla Álvarez, El poder judicial, Madrid, Tecnos, 1986.
27
Real Orden de 16 de diciembre de 1867.
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trataba de dar una mayor solemnidad a sus actos externos, pero asimismo de marcar el
lugar diferenciado del juzgador con respecto a los demás, puesto que la administración
de justicia ocupa igualmente, como es sabido, una posición trascendente dentro del
sistema de poder, como forma de preservar su imparcialidad y su independencia.
La legitimidad del juez no depende tan sólo pues de la habilitación original que
recibe del poder constituyente, sino que ha de ganársela día a día en su quehacer
cotidiano. Al juez no le basta, pues, con su legitimación de origen, sino que es preciso,
para que sus decisiones sean respetadas y, desde el respeto, para que todos se sientan
moralmente vinculados por ellas, que su trayectoria profesional y personal, con el
esfuerzo y sentido de la justicia como nortes, sean acordes a la responsabilidad que
asume y con la trascendencia del poder con que la sociedad le inviste.
El juez precisa, por ello, gozar del respaldo ciudadano, de la consideración social,
para que su función sea respetada, desde el saber, y sentida como propia por todos. Su
función es, por ello, eminentemente moral, pues la mejor garantía de que esa adhesión
se produce es la disposición ejemplar del juez, su proceder virtuoso en todos los órdenes
de su vida, haciendo de la justicia, de la sabiduría, de la prudencia rasgos inherentes a su
carácter, es la mejor garantía de que estarán también presentes en sus decisiones y de
que los ciudadanos aceptarán de buen grado el sentido de estas. De otro modo, las
decisiones del juez tendrán serías dificultades para que sean sentidas como propias por
los ciudadanos, de quienes emana, no se olvide, la potestad de juzgar que ejerce el juez.
28
Sobre la posición trascendente del juez como fuente de legitimidad, ver Ronald Dworkin, Los derechos
en serio, Barcelona, Ariel, 1999, p. 146; y Rosario Serra Cristóbal, La libertad ideológica del juez,
Valencia, Tirant lo Blanch, 2004, p 33.
29
Rafael Domingo, Auctoritas, Barcelona, Ariel, 1999, p. 9, con extensión y conforme también con la
definición efectuada por el romanista Álvaro D’Ors.
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La garantía de la legitimidad de ejercicio del juez se obtiene principalmente por
dos caminos. Por la senda del conocimiento del derecho y por la del respeto al
ordenamiento jurídico, al que se debe y que opera como límite a su poder. El
conocimiento de la ley y del derecho y el respeto al ordenamiento jurídico están
íntimamente relacionados pues solamente es posible hacer efectiva la exclusiva
sumisión del juez a la ley y al derecho –eso es, en pocas palabras, la independencia
judicial— desde su conocimiento.
El conocimiento del derecho es el hecho que diferencia al juez del resto de los
ciudadanos y por el que se le encomienda la tutela judicial del derecho. El iura novit
curia no es sólo un principio conformador con incidencia procesal (que tiene como
efecto, por ejemplo, que las normas legales no sean como regla objeto de la prueba),
sino que es expresión de la posición que corresponde al juez en la sociedad como
máximo conocedor del derecho. Y ese respeto depende no sólo de sus cualidades éticas,
sino fundamentalmente del conocimiento que tenga de la ley, un conocimiento que se
supone por el mero hecho de ser juez y administrar justicia.
Eso es lo que explica que el objetivo ideal, en toda sociedad, sea que la justicia
sea impartida por los mejores juristas, porque sólo con buenos juristas habrá buena
justicia; y sólo con una buena justicia el juez y el estado de derecho serán respetados.
Una mala sentencia, fruto de una mala preparación técnica del juez, sienta las bases para
la pérdida de respeto de la sociedad hacia los jueces y, por extensión, hacia todo el
sistema constitucional, pues es la jurisdicción la que sostiene y da sentido a todo el
sistema de poder. Ese mismo conocimiento del derecho permite al juez forjar su
prestigio social y favorece la confianza y seguridad de todos en la ley; y asimismo le
distingue y refuerza la confianza ciudadana. Un prestigio que muchas veces se le
reconoce a los jueces, encomendándoseles labores ajenas a su exclusiva potestad, en
atención a su especial posición trascendente. La buena administración de justicia
cumple además una función pedagógica, pues recuerda a los ciudadanos el valor
superior que ocupa el derecho para la convivencia pacífica y tácitamente le advierte de
la falta de necesidad de acudir a otras formas de tutela, menos justas o que recurran al
uso privado de la fuerza. Sin embargo, como luego señalo, no se debe olvidar que el
acierto de la justicia depende en gran medida de la cualificación del juez, pero no en
exclusiva: la dotación de medios materiales, la justicia y calidad técnica de las leyes,
aparte de otros imponderables, juegan un papel esencial en el resultado que obtienen las
partes, siendo frecuente el hecho de que el juez soporte la crítica por un perjuicio que no
es de su responsabilidad, sino consecuencia de déficit o carencias ajenas a su formación
técnica y a su dedicación profesional.
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servir también al cumplimiento de dicho objetivo, haciendo que junto con la vocación,
el incentivo económico evitase que algunos de los mejores opten por otras profesiones
jurídicas. El sistema de carrera, por su parte, proporciona estabilidad en el ejercicio de
una labor esencialmente incompatible con otras actividades profesionales y garantiza la
sujeción de los jueces a un régimen de promoción profesional y de control disciplinario
en los que se evite a ultranza la arbitrariedad, se garantice en la medida de lo posible
que lleguen los mejores a los destinos de mayor responsabilidad y no se produzcan
injerencias externas que afecten a la independencia ni a la inamovilidad judicial.
30
Expone de forma extensa argumentos favorables a esta tesis Sebastián Linares en La (i)legitimidad
democrática del control judicial de las leyes, Madrid, Marcial Pons, 2008.
31
Según afirma Thierry Cathalà, ―La magistrature dans le systeme judiciaire français‖, Poder Judicial, n.º
especial, 1986, pp. 13-31; ver también, Rosario Serra Cristóbal, La libertad ideológica del juez, cit., p. 45.
32
Para recordar alguno de ellos, me remito por ejemplo a los que enumera Luis María Díez-Picazo en su
trabajos ―Consideraciones críticas sobre los conflictos entre órganos judiciales y asambleas legislativas‖,
Estudios sobre la Constitución Española: homenaje al Profesor Jordi Solé Tura, Madrid, Cortes
Generales, 2009, vol. I, ppo. 465-474; y ―El Poder Judicial: Breves reflexiones sobre veinticinco años de
experiencia‖, Revista española de Derecho constitucional, nº 71, mayo-ag. 2004, pp. 35-45.
33
Sobre el particular y con extensión, ver el libro de Sotirios A. Barber, The constitution of judicial power,
The Johns Hopkins university press, Baltimore and London, 1993.
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No es ese el caso del juez español, a quien no corresponde ese poder político de
creación de normas, ni tampoco el control negativo de constitucionalidad de las leyes
del poder legislativo. No comparto pues esta crítica al juez español, cuya legitimidad
democrática es máxima por emanar su poder directamente de la Constitución. Como se
ha dicho, además, La falta de representatividad no sólo no es causa de falta de
legitimidad, sino que, en cuanto que significa desvinculación de los otros poderes y de
los partidos que están en su base, es garantía de independencia para el juez 34.
Quiero hacer una última reflexión en este epígrafe, referente al papel que
corresponde al Tribunal Supremo como instrumento para reforzar la legitimidad de los
jueces, y de la justicia, ante los ciudadanos.
34
Es el pensamiento, que comparto, del desaparecido Francisco Tomás y Valiente, ―Independencia
judicial y garantía de los derechos fundamentales‖, Constitución, escritos de introducción histórica,
Madrid, Marcial Pons, 1996, p. 161.
- 17 -
cumple con las garantías materiales que certifican su condición de órgano constitucional
y democrático, por mucho que sus miembros no sean elegidos democráticamente, sino
con respeto a los principios de mérito y capacidad, y de interdicción de la arbitrariedad,
que rigen el procedimiento de acceso a los cargos públicos.
35
Se trata de la Sentencia resolutoria del recurso de inconstitucionalidad planteado por noventa y nueve
diputados contra el Estatuto de Autonomía de Cataluña, fundamento jurídico 44.
36
STC 31/2009, fundamento jurídico 47.
- 18 -
III. Cambio social y consideración ciudadana del juez
La visión del juez por la sociedad puede alterarse, pues la relación que existe
entre los poderes públicos y los ciudadanos evoluciona al mismo ritmo en que avanzan
los tiempos.
A este estado de cosas no son inmunes la justicia ni los jueces. El pueblo español
acepta hoy con naturalidad la convivencia democrática con todas sus implicaciones. Las
modernas generaciones de españoles no han conocido otro sistema político que la
democracia, viviendo siempre en un régimen de libertades y en una situación favorable
de prosperidad, desconocida con anterioridad, lo que en sí implica un cambio sustancial
con respecto a aquella generación que aprobó en referéndum el texto constitucional y
que, desde la exigencia, construyó las bases de legitimidad del Estado. La mera
experiencia de vida en democracia de forma ininterrumpida por más de tres décadas
hace que el español de hoy sea más consciente de sus derechos, y que los ejerza y
defienda sin tutelas previas, cada vez con más confianza ante las instancias jurídicas;
todo ello incide en la actividad de los jueces y en las relaciones del poder judicial con el
resto de la sociedad.
- 19 -
puniendi estatal trascienda en muchos casos del simple interés jurídico presente en los
procesos –que es el interés de las partes en litigio o de quienes demandan la respuesta
judicial frente a unos determinados hechos supuestamente antijurídicos—; este nuevo
panorama plantea nuevas variables cualitativamente relevantes en la relación entre el
juez y la sociedad.
Los cambios que experimenta la sociedad deben ser observados, pues, no como
un elemento de inquietud, que haya de alterar el carácter con que el juez afronta la tutela
del derecho en el caso concreto, sino como un factor beneficioso, que ayuda a acercar la
labor judicial a la sociedad, pero que, del mismo modo, exige de los jueces y
magistrados una nueva actitud frente a una sociedad más pendiente de cómo actúan los
jueces y de su real contribución a la consecución del estado de derecho. De suerte que
se ayude a comprender mejor, a aceptar el alcance, contenido y la dificultad de la
responsabilidad que asumimos los jueces y magistrados con respecto a la sociedad,
evitando esa equívoca visión del juez como un sujeto despegado de la realidad en la que
convive con los demás ciudadanos (una imagen que los jueces sabemos errónea),
estrechando la débil brecha que entre los dos existe y superando esa desconfianza que
en ocasiones, impremeditadamente, y muy vinculada al recelo que se suele tener hacia
el poder y hacia lo público, acompaña con alguna frecuencia al ejercicio de la labor
judicial.
37
Ver, por ejemplo, Francisco Tomás y Valiente, A orillas del Estado, Madrid, Taurus, 1996, p 143.
38
Sobre el particular, Claudio Movilla Álvarez, El compromiso cívico del juez demócrata: la labor
periodística, Barcelona, Ronsel, 1999.
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Estado, las funciones de control y garantía atribuidas a la jurisdicción, más ajustada con
la realidad será la percepción pública de la actividad del juez, pero también la realidad
sociológica de la justicia, cuanto antes sean conocidas las reglas inquebrantables dentro
de un Estado de derecho, más fácil será por la sociedad comprender el alcance real de la
función judicial –así como su dificultad, en virtud de la diversidad de intereses jurídicos
relevantes en juego en la decisión del juez—, y más cómodamente se obtendrá la
adhesión de los ciudadanos con nuestra parcela de responsabilidad; un ámbito de lo
público que emana del pueblo y que los jueces ejercemos con lealtad, sujeción a la ley y
compromiso con el valor de la justicia.
El juez es el titular de un poder del estado pero, de acuerdo con esta nueva
perspectiva, el ciudadano concibe su actividad como la consecuencia de un servicio
público más, dentro del entramado de servicios públicos que el estado ejerce con
carácter prestacional. Esta nueva percepción tiene su justificación: la jurisdicción es, de
acuerdo con la concepción tradicional, manifestación de soberanía, pero presenta
carácter típico de servicio público, en la medida en que ha sido creada para dar
satisfacción de forma permanente a cierta categoría de necesidades de interés general,
hecho difícil de cuestionar cuando hablamos de algo angular en un estado de derecho
como es la función del juez, que contribuye a la paz social a través de la aplicación de
las normas del ordenamiento para la resolución de controversias entre partes, en los
casos en que éstas no son capaces de hacerlo privadamente o cuando la ley otorga
directamente al juez la potestad de actuar determinados derechos.
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es ciertamente complejo, porque la noción clásica de servicio público se refiere a
actividades en las que está presente un interés general pero que no entrañan el ejercicio
de autoridad o supremacía.
jurista francés Leon Duguit, una vez superada la concepción negativa del Estado, como mero poder
encargado de ejercer funciones de control y de policía, y aceptado el matiz positivo o prestacional
presente también en la actividad administrativa. Sobre la noción de servicio público, Sabino Álvarez
Gendín, El servicio público: su teoría jurídico-administrativa, Madrid, Instituto de Estudios Políticos,
1944; Gaspar Ariño Ortiz, Juan Miguel de la Cuétara, José Luis Martínez López Muñiz, El nuevo
servicio público, Madrid, Marcial Pons, Universidad Autónoma, 1997; Germán Fernández Farreres, ―El
concepto de servicio público y su funcionalidad en el Derecho Administrativo de la nueva economía‖,
Justicia administrativa: revista de derecho administrativo, nº 18 en.-2003, pp. 7-21; Santiago Muñoz
Machado, Servicio público y mercado, Madrid, Civitas, 1998; Luciano Parejo Alfonso, ―El Estado social
administrativo: algunas reflexiones sobre la crisis de las prestaciones y los servicios públicos‖, Revista de
administración pública, nº 153, septiembre-diciembre-2000, pp. 217-249.
40
Guido Zanobini, Corso di diritto administrativo, Milán, Giuffrè, 1954-1957; Ver también Tomás
Ramón Fernández, ―Del servicio público a la liberalización. De 1950 hasta hoy‖, Revista de
Administración Pública, nº 150, septiembre-diciembre de 1999, que resume la evolución de la doctrina y
una polémica en la que han intervenido autores como José Luis Villar Palasí, Manuel Garrido Falla o
Eduardo García de Enterría.
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se establece entre el ciudadano y la justicia o, si se prefiere, esa percepción que el
ciudadano tiene de la administración de justicia no difiere mucho, mutatis mutandis, de
la que mantiene con respecto a los servicios públicos que recibe por parte de las
diferentes administraciones públicas, en cualquiera de los niveles territoriales. Y eso
conduce a que el ciudadano, ajeno a las notas características que definen esa relación de
especial sujeción que le liga con la administración de justicia, como parte o como
tercero en el procedimiento (relación diferente, por su propia peculiaridad, de la que
vincula a los sujetos con las instituciones oficiales que asumen la prestación de los
servicios públicos administrativos), tienda a exigir de la justicia, de sus órganos y de sus
responsables (órganos jurisdiccionales –encabezados por sus titulares, los jueces y
magistrados—, Ministerio de Justicia y Comunidades Autónomas con competencias
transferidas en materia de administración de la Administración de justicia), un nivel de
prestación de servicios equivalente al que recibe de los servicios públicos que, conforme
con la dogmática tradicional administrativista, merecen ese calificativo.
Ello conduce, como consecuencia, a que, al igual de lo que acontece con los
servicios públicos proprie dicta, los ciudadanos reclamen, con mayor reiteración y
grado de exigencia, un mejor y más eficaz funcionamiento del servicio público de la
justicia. Esa demanda, sin embargo, no se reduce tan sólo al ámbito de los sujetos
implicados en el proceso ni a los titulares de los derechos e intereses que se integran en
la esfera de soberanía de los individuos, pues se socializa y extiende al conjunto de la
ciudadanía, a través de los representantes de la opinión pública, los cuales actúan como
mandatario y portavoz del común de la sociedad en petición de una mejor justicia.
Administrar justicia no es ya, en otras palabras, un asunto entre las partes y el tribunal,
pues la sociedad, desde la opinión pública, alimenta el interés por una buena
administración de justicia en su consideración global y a veces poco matizada.
Cualquier actuación o decisión discutible relacionada con la actividad de los jueces y
magistrados, en sentido lato, determina una crítica a la justicia en su conjunto.
Continuando con este último argumento, aunque es cierto que, como pasa en
cualquier organización compleja como es la jurisdicción ordinaria, el cumplimiento de
los objetivos depende del buen y armónico funcionamiento de todos y cada uno de las
piezas que lo integran como ocurre, en otros ámbitos, con las cadenas de montaje o con
los complejos mecanismos de los instrumentos tecnológicos, la falta de detalle en la
crítica conduce a que, por una parte, cada actuación particular fallida reste credibilidad
al conjunto del sistema público de justicia, muchas veces por las dificultades de hallar,
sin un conocimiento mínimo de las piezas que componen el engranaje de la justicia y de
su misión particular dentro de los fines del conjunto, a quién atribuir la responsabilidad
de ese acto.
- 23 -
responsabilidad; o que, por ejemplo, ante la emisión de un fallo o decisión judicial no
compartida por algún sector de la opinión pública se exijan responsabilidades del
Consejo General del Poder Judicial, que sí es el órgano constitucional de gobierno de
los jueces y magistrados, pero que carece de atribuciones jurisdiccionales que le
habiliten para revisar decisiones judiciales, y de competencias gubernativas que le
permitan entrar en el modo de decidir causas o procesos (algo contrario a la
independencia judicial, proclamada en el apartado tercero del art. 117 constitucional) o
imponer sanciones disciplinarias por el contenido de sus resoluciones.
Estas observaciones se basan en una realidad cada vez más cercana a la cotidiana
capacidad de percepción de los jueces y magistrados, y definen una situación en la que
la valoración ciudadana con alguna frecuencia yerra en la identificación de las causas de
un supuesto error y en la determinación de sus responsables. Todo esto afecta, sin lugar
a dudas, en la firmeza de los consensos morales de donde deriva la confianza de los
ciudadanos en las instituciones de la justicia y en los titulares de la jurisdicción, factores
esenciales para construir y fortalecer los fundamentos de su legitimidad social, de
manera conjunta. Habida cuenta de que, por un lado, las disfunciones ajenas al concreto
campo de responsabilidad del juez (que es, de forma exclusiva y excluyente, la tutela y
realización del derecho objetivo a través de la resolución de controversias jurídicas en
sus sentencias) terminan por afectar a la consideración social de éste y, en cierta medida,
perturban la legitimidad que ostenta con respecto a la sociedad; y, por otro, de que toda
deslegitimación del juez, por errores suyos o ajenos, conduce al descrédito general de la
administración de justicia en su conjunto, con el riesgo grave, de prescindirse de
matices, de deslegitimación del estado de derecho, del cual el poder judicial es pieza
angular.
6. Recapitulación
Por lo expuesto, tal vez haya llegado ya la hora de que, cada uno, desde la
posición que nos corresponde en la estructura institucional del estado, contribuyamos a
evitar que ese efecto no deseado se produzca. Hora es, pues, de que entre todos
cooperemos con ese fin pedagógico, ayudando, desde el compromiso con nuestra
vocación y con el cumplimiento de las competencias que nos atribuye la ley, a facilitar
la visión de la administración de justicia no como un todo complejo, sino que seamos
capaces de poner de relieve a los ciudadanos que la realidad de la justicia está
condicionada por la de los diferentes elementos que la componen, piezas heterogéneas y
con autonomía organizativa y funcional –aun colaboradoras y tributarias de un mismo
fin—, cuyo funcionamiento no siempre responde al ideal , pero en el que, con sus
limitaciones, siempre se cuenta con la profesionalidad y máximo compromiso de sus
protagonistas. A la par, es preciso también que seamos capaces, desde el máximo
respeto a las notas de independencia e imparcialidad que definen nuestra potestad
constitucional, de que el ejercicio de nuestras funciones de tutela jurisdiccional se
cohoneste con la percepción ciudadana de la justicia como servicio público.
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quienes ejercen de intermediarios entre los ciudadanos y la realidad, sabedores de que
sólo desde una posición de conocimiento cierto de la justicia se podrá valorar con
adecuación, en cada caso, los actos emanados de los tribunales y atribuir la
responsabilidad por posibles disfunciones al auténtico responsable. Por otro, algunas de
las concretas iniciativas desarrolladas desde los poderes públicos, y también desde el
órgano de gobierno del poder judicial, conducen al reforzamiento de los cauces de
comunicación entre los tribunales y los ciudadanos (pienso, por ejemplo, en las oficinas
de atención al ciudadano, pero también en la sección de quejas, o en la política de
protección de víctimas de delitos), con el sano objetivo de ofrecer al ciudadano una
justicia de calidad, de conformidad con la percepción que éste tiene de la justicia como
servicio público.
IV. Los medios como instrumento para obtener la adhesión social del juez
Hay otros factores que afectan a la tradicional percepción de la justicia por los
ciudadanos, y que, de forma más o menos directa, pueden tener incidencia en la
confianza de la sociedad hacia los jueces y hacia el modo en que ejercen su función.
Uno de esos factores es, desde luego, el mayor protagonismo mediático del poder
judicial, el cual, ubicado tradicionalmente en lugares poco llamativos dentro de los
medios de comunicación, salta hoy con relativa frecuencia a las cabeceras de los medios.
A este hecho contribuye, a mi entender, la nueva realidad social anteriormente descrita.
Ello es sin duda positivo, así como un síntoma de madurez democrática, que nos
homologa con otras naciones desarrolladas, puesto que los poderes nacen del pueblo y
el pueblo exige que su funcionamiento se adecue a los objetivos para los que fueron
establecidos. Los medios de comunicación se erigen hoy, en gran medida, en portavoces
del sentir social, desde su privilegiada posición de intermediarios entre la sociedad y la
actualidad, cumpliendo una misión esencial e insustituible dentro del conjunto del
sistema democrático.
- 25 -
Si lo resaltamos ahora no es para significar que los jueces deban estar
preocupados por cuestiones de imagen a la hora de decidir controversias; sino, al
contrario, y desde otra posición, para advertir de las consecuencias de construir la
imagen de la justicia sobre casos polémicos, aunque cierto es que, en esos casos
también, la respuesta adecuada de la justicia puede servir de catalizador de la confianza
ciudadana en las instituciones y en el estado de derecho, pues la fuerza moral de las
instituciones públicas se mide por su respuesta a la sociedad en casos difíciles.
La cuestión es, en los casos señalados, qué hacer. Es evidente que el juez no
debe verse condicionado, a la hora de decidir, por la opinión pública, puesto que al
administrar justicia sólo depende de la Constitución y del resto de las leyes que integran
el ordenamiento, de acuerdo con la interpretación uniforme emanada del Tribunal
Supremo y, en materia de garantías constitucionales, del Tribunal Constitucional.
- 26 -
ciudadanos introduce un elemento perturbador a la hora de cumplir con su misión
constitucional –que no es más que la resolución de controversias jurídicas desde la
tutela o desde la aplicación del derecho objetivo—, de forma soberana y con el único
límite que supone la ley. Lo contrario supone la quiebra de la esencial neutralidad que
corresponde y que distingue a la jurisdicción del resto de los poderes públicos. Es, pues,
el respeto a las leyes el lugar donde los jueces hemos de hallar la consideración social,
la adhesión de los ciudadanos, y donde se encuentra la auténtica fuente de nuestra
legitimidad con respecto al conjunto de la sociedad y respecto de los demás poderes
públicos.
Aceptando este hecho, quizá se entienda mejor la lúcida manera con la que
Emilio Gómez Orbaneja resumió, en el pasado siglo, la posición del juez frente a la
sociedad, cuando se refirió a la soledad del juez, el precio del respeto a la independencia
y de su neutralidad social. Pero así debe ser, eso es lo que corresponde al juez y lo que
del juez se espera. Lo contrario no es más que la búsqueda de una legitimidad ficticia e
impostada, que aleja al juez de los fundamentos de su compromiso con la sociedad y
que, a la larga, genera desconfianza a partir de un modo de ejercer la jurisdicción inicuo
y viciado de raíz. Juzgar con fidelidad a la ley y al derecho no es lo mismo que
comodidad, y el compromiso que el juez asume, desde su juramento de cumplimiento
de la ley, le puede llevar en algunas ocasiones a adoptar decisiones impopulares o
difíciles de comprender.
41
Fiat iustitia, pereat mundus (o fiat iustitia et ruat coelum) fue el lema del reinado de Fernando I de
Habsburgo, emperador del Sacro imperio romano-germánico. Aparentemente su origen no debe
localizarse en el derecho romano, pues la expresión data del siglo XVI. La frase fue utilizada por Kant en
1791 en su Ensayo sobre la paz perpetua (obra conocida, a otros efectos, por anticipar la necesidad de
crear una Comunidad de Naciones como forma de evitación de la guerra). En Kant la frase resume parte
de su legado filosófico moral, y trata de justificarse a través de ella la necesidad de que la justicia impere
siempre, con independencia de las consecuencias que ello depare. No obstante, a quien se atribuye el uso
por primera vez de la expresión es al teólogo luterano Felipe de Melanchton en sus Lugares Comunes
(Loci theologici ad fidem), obra de gran influencia redactada en 1521, en donde se utiliza con idéntica
pretensión de destacar la posición de la justicia entre las virtudes morales y de la necesidad de darle
primacía a cualquier precio. Aunque es cierto que en los últimos tiempos se ha vulgarizado su significado,
y que se le puede atribuir también un sentido irónico, de ella cabe asimismo deducirse que la labor de la
justicia exige la confianza de los ciudadanos.
42
Aristóteles, Ética nicomáquea […], cit. passim.
- 27 -
justicia debe, atendiendo a esa preeminencia prevalecer por encima de otras
consideraciones.
En la medida en que sea así los jueces deben asumir con responsabilidad ese
papel añadido a nuestra compleja misión, pero al mismo tiempo deben evitar sucumbir a
los riesgos que la popularidad puede generar en la personalidad de un profesional al que
normalmente se le exige discreción en el ejercicio de su actividad técnica. Los ejemplos
de esa búsqueda de referencias éticas en la justicia los tenemos recientes en nuestra
memoria. Basta simplemente con volver nuestra mirada al fenómeno social y mediático
que supuso en la vecina Italia de finales del pasado siglo, el movimiento mani pulite, de
lucha contra la corrupción política43.
43
Sobre el movimiento mani pulite, ver con más extensión Luciano Violante, Magistrati, Turín, Einaudi,
2009; Francesco Saverio Borrelli, Corruzione e giustizia, Mani pulite nelle parole del procuratore
Borrelli, 1999, Kaos Edizioni; Antonio di Prieto, Memoria. Gli intrighi e i veleni contro "Mani pulite",
1999, Kaos Edizioni.
44
Resumida en la frase Es gibt noch Richtern in Berlin (Todavía quedan jueces en Berlín), perteneciente
a la conocida anécdota atribuida al emperador alemán Federico el Grande y al molinero de Postdam, a
causa de la controversia surgida por la voluntad imperial de destruir un molino para mejorar las vistas del
palacio Sans Souci.
- 28 -
función, y, desde su particular percepción del mundo, saber respetar la supremacía de la
ley.
Es algo contra lo que el juez se debe resistir, pues incide de forma directa en su
posición con respecto a la sociedad, toda vez que la mayor libertad interpretativa de la
norma es inversamente proporcional a su legitimidad democrática45. La firmeza del juez
frente a la crítica y el halago, la relativización, a la hora de ejercer su función, de las
opiniones favorables hacia su trabajo concreto, será un signo de madurez de un
profesional que sólo debe verse guiado por el respeto a la ley, la búsqueda de la verdad
y el sentido de la justicia. Al ejercicio de la justicia debe aplicarse el principio de
autocontrol (el self-restraint, del derecho anglosajón) buscando que el ejercicio de la
justicia de forma independiente no se confunda con el activismo judicial46.
5. Recapitulación
45
Es una opinión extendida, que en este caso tomo de la interesante reflexión de José María Ruiz Soroa
en su artículo de prensa titulado ―La legitimidad democrática de los jueces‖, publicado en El Correo
Digital, el 26 de enero de 2008.
46
Álvarez Conde, Curso [...], cit., p. 295.
47
Norberto Bobbio, Michelangelo Bovero, Sociedad y estado en la filosofía moderna, México, Fondo de
Cultura Económica, 1986, p. 98
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organización jurisdiccional. Sin quebrantar las exigencias de la imparcialidad, de la
independencia y del desinterés objetivo48 propios de la jurisdicción, los jueces podemos
coadyuvar, desde nuestras propias resoluciones judiciales, a allanar el terreno de los
destinatarios de las resoluciones, contribuyendo así a la mejor transmisión al profano
del sentido del fallo y de los argumentos que le sirven de fundamento.
Pasando, por supuesto, por los propios sujetos, por quienes son destinatarios de
las resoluciones judiciales, porque a ellos corresponde, en cada caso, con su actitud de
colaboración, transmitir al resto de la sociedad la imagen de respeto, incluso desde la
discrepancia, que merece la justicia para ser realmente considerada. Para terminar este
discurso, paso revista brevemente a algunos de esos factores exógenos al juez, pero de
los que también depende su legitimidad.
1. La modernización de la justicia
No todas las iniciativas que se pueden llevar a cabo tienen que ver con la
potenciación de la imagen de la justicia y de los jueces. La legitimidad de los jueces no
depende sólo de aspectos externos, sino también del esfuerzo que entre todos se
48
Expresión con la cual el procesalista español Andrés de la Oliva Santos ha traducido al castellano el
término alienità, utilizado por José Chiovenda para definir la jurisdicción..
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acometa para hacerla creíble ante los ciudadanos, esto es, eficaz desde una dotación de
medios adecuada lo más posible a la realidad social.
49
Nos referimos al Plan de Modernización de la Justicia, aprobado por el Pleno del Consejo General del
Poder Judicial en octubre de 2008, recién iniciado su mandato, y el Plan estratégico de modernización de
la Justicia, presentado por el Ministerio de Justicia el pasado 2009.
- 31 -
desconocido, pero siempre cercano, que además es el poder del estado –por su grado de
descentralización— más próximo a sus necesidades e inquietudes.
Otra iniciativa que facilita la adhesión a la labor del juez tiene que ver con la
formación de los ciudadanos. El conocimiento de la jurisdicción, de su ubicación dentro
del sistema de convivencia, de sus órganos e instrumentos, favorece la puesta a
disposición de la opinión pública una imagen de la justicia lo más cercana a su realidad,
y puede dar noticia cierta de la calidad jurídica y humana real de los jueces y
magistrados españoles, así como de las dificultades que asumen a diario y su
compromiso con la consecución de la justicia y la realización del derecho.
Hace unos pocos años se puso de manifiesto, a través de uno de los diversos
informes demoscópicos encargados sobre la percepción ciudadana sobre la justicia
española, un hecho ciertamente significativo. Dentro del sentir manifestado por los
encuestados acerca del poder judicial en España, se pudo observar cómo esa opinión,
que situaba a nuestra justicia entre las instituciones públicas peor valoradas por los
ciudadanos, dicha opinión mejoraba sensiblemente entre aquellos que habían tenido una
experiencia directa con los tribunales, bien como parte, bien como terceros del proceso,
hasta el punto de alcanzarse en esos casos un elevado porcentaje de opiniones
favorables.
Es decir, la justicia española merece una opinión más favorable por quienes la
conocen de primera mano, sin intermediarios, que de aquellos que la conocen como
meros testigos de referencia o de forma indirecta. Ello no debe conducir a un exceso de
triunfalismo acerca de nuestra administración de justicia, en la que son identificables
problemas de organización y de eficacia como en casi todas las instituciones públicas
que prestan servicios al ciudadano. Pero si debe alertarnos, utilizando categorías
procesales, de que el testigo más fiable tiene una opinión más favorable que el que
conoce de modo indirecto la jurisdicción y sus protagonistas. Es evidente que esa
discordancia de opinión alumbra una interferencia en la transmisión de la justicia real a
los ciudadanos y ello produce cierta preocupación, en la medida en que, como hemos
afirmado en estas páginas, de ese conocimiento deriva la confianza que los ciudadanos
tienen con las instituciones de la justicia, y el grado de confianza entronca directamente
con la propia legitimidad de las instituciones frente a la sociedad, de la que emana su
poder y a la que debe prestar sus funciones y rendir sus frutos.
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responsables. Estas iniciativas de comunicación forman parte de una apuesta estratégica
encaminada a construir canales fiables entre los órganos de justicia y los ciudadanos,
cuyo propósito último es reforzar la posición institucional del poder judicial ante la
sociedad, en un sentido amplio, haciendo real el compromiso asumido en el plan de
modernización de la justicia, aprobado plenariamente en 2008, por la transparencia de la
justicia.
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políticos. Esta realidad, que en ocasiones se ha vinculado con la denominada
judicialización de la política, o politización de la justicia (especialmente cuando la
justicia es utilizada ab extra como arma de estrategia política), ha conducido, con
demasiada frecuencia, a introducir al juez en el debate político y, desde ahí, no es
extraño toparse con casos de deslegitimación pública de su labor.
También el juez, los jueces debemos hacer honor a ese mismo compromiso
institucional: desde el máximo respeto a los demás poderes públicos, que son
coadyuvantes ejemplares de su labor. Al fin y a la postre, los poderes públicos no somos
ajenos a ese compromiso social del que emana nuestra propia existencia y la del estado
y del que somos, como instancia final de solución de controversias jurídicas, su último
garante.
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