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La Pintura en Chile
Desde la Colonia hasta 1981
Derechos Reservados
ISBN 978-956-17-0437-4
Impresión:
Litografía Garín, Valparaíso
HECHO EN CHILE
5
Presentación
Este libro se caracteriza por la investigación de nexos causales que van vinculando el
devenir de la pintura chilena, con su contexto histórico, tanto en el plano nacional, como
estableciendo las relaciones pertinentes con todos los movimientos pictóricos interna-
cionales, permitiendo comprender el variado y rico espectro que ha caracterizado a la
pintura de Occidente en estos años y su repercusión en Chile.
La obra está dividida en dos partes: la primera, que va desde los pintores anónimos de la
Colonia hasta la obra de Juan Francisco González; y la segunda parte, que se inicia con
hechos históricos significativos, como la inauguración del actual Museo de Bellas Artes
y la Exposición del Centenario en 1910 y que concluye con el análisis de las tendencias
pictóricas imperantes en la década 1970-1980.
Creemos que dar a conocer nuestra pintura en publicaciones como ésta, permite la
apreciación y el gozo estético de sus reproducciones junto con la comprensión de las
relaciones del artista con su medio, expresado en los estudios que las acompañan. Las
obras de arte se convierten así en expresiones culturales capaces de acoger y estable-
cer a través del tiempo nuevos valores artísticos, los cuales van modificando las formas
plásticas que se manifiestan en el país. Se logra, entonces, que el lenguaje pictórico
sea capaz de expresar una realidad naciente y contribuir a su desenvolvimiento futuro.
6 LA PINTURA EN CHILE
Milan Ivelić y Gaspar Galaz
Consideramos que las obras de arte, siendo un medio de expresión y comunicación del
sentimiento y del pensar de un pueblo, son además objetos necesarios al desarrollo de
la vida de una nación.
De ahí la necesidad de colocar al alcance de todo el mundo las obras pictóricas pioneras,
que hacen entendible nuestro desarrollo artístico, cuidando, como en el diseño de este
libro, de poner al lector en una relación directa de la imagen con el texto.
Prólogo
La historia se ha encargado de demostrar que el arte jamás ha sido ajeno a los anhelos
vitales del hombre en su paso por el escenario de la vida. La obra de arte se constituye en
un testimonio visual que revela al hombre en su relación consigo mismo, con los demás
y con su mundo.
Las imágenes visuales elaboradas por el artista no son ajenas a la problemática humana
que configura la historia. Todas ellas, en su historicidad, se constituyen en una objetiva-
ción privilegiada de los intereses de una comunidad e invitan al constante desentraña-
miento de sus signos que no se agotan en su interpretación; la obra de arte no es sólo
un fenómeno plástico que se pueda considerar aisladamente, sino que lleva implícito una
multiplicidad de valores, todos los cuales concurren a mostrarla desde diversas perspec-
tivas, pero dirigidas al mismo denominador común: el hombre.
Hablamos de arte chileno. Pero cabe preguntarse: ¿qué pautas nos permiten reconocer-
lo? ¿Se trata de determinar un desarrollo artístico peculiar?
Hay quienes hablan, por ejemplo, de un arte chileno basándose en la temática que abor-
dan los artistas: si la obra contiene información visual sobre la geografía del territorio
nacional o sobre sus hombres presentados en actitudes o acciones que los tipifican, les
parece legítimo aludir a un arte chileno. Otros utilizan el expediente más simple y cómodo
de situar cronológicamente el nacimiento del arte chileno desde el momento en que el
país adquirió existencia política autónoma, o, en fin, comprobando que hubo y hay chile-
nos que han hecho de esta actividad el centro de sus preocupaciones.
Nos preguntamos: ¿la temática o la existencia autónoma del país o el nacimiento en este
territorio geográfico de artistas son factores esenciales para calificar en estricto rigor es-
tético, la presencia de un arte vivo que escapa a cualquier límite condicionante?
Más de alguien podrá decir que este es un problema inútil, que se supera fácilmente
afirmando que existe un arte chileno como existe un arte francés o un arte italiano porque
las obras tienen su origen en un determinado lugar.
Ciertamente es posible reconocer un arte francés o italiano, pero no precisamente por las
características geográficas, la fisonomía política o las condiciones económicas de esos
8 LA PINTURA EN CHILE
Milan Ivelić y Gaspar Galaz
Esto no significa que para preservar la originalidad haya que marginarse y aislarse en
una actividad solitaria sin contactos internos o externos. El arte es inconcebible sin inter-
cambios, pero entendiendo bien que no se trata de imitar servilmente la influencia que
se reciba, sino de asimilarla con conciencia crítica, conservando un modo de ser que, al
desplegarse en el quehacer artístico, no lo traicione, enmascare u oculte. Mantenerse en
un modo de vida específico no significa tampoco que haya que buscar ciertas constantes,
ya sea en predisposiciones de la raza, en determinaciones impuestas por el medio o en
esquemas sociológicos o psicológicos permanentes.
Como bien lo ha señalado el historiador francés Pierre Francastel, los artistas no han he-
cho del arte una simple reproducción más o menos fiel de elementos fijos de un universo
que esté determinado inexorablemente por el marco físico, por la estructura étnica de la
población o por una sociedad estática. En consecuencia no es posible prefijar constantes
que permitan reconocer una determinada producción artística porque la misma dinámica
de la vida se encarga de destruirlas. El arte jamás nos dará actitudes inmutables de gru-
pos humanos supuestamente estables.
Por eso es que el arte nunca ofrece un mismo espectáculo a través de los siglos, Por la
misma razón es imposible encasillarlo bajo rótulos absolutos; si así se hiciera, sería des-
conocer la individualidad del artista como, igualmente, el carácter proyectivo de su obra.
Sean cual sean las vicisitudes históricas o naturales por las que pasa un pueblo y que con-
figuran su devenir, por muy conservadores o progresistas que sean sus grupos sociales,
por muy débiles o desarrolladas que sean sus estructuras económicas, cuando se trata
de estudiar su actividad artística la atención debe concentrarse en la conciencia que han
tenido y tienen sus hombres con respecto a su propia originalidad.
En esta obra analizamos el desarrollo de la pintura chilena desde la época colonial hasta
1981. El libro está dividido en dos partes: la primera abarca la Colonia e incluye el siglo XIX
y es reedición de una obra anterior publicada en 1975, cuyo contenido se incluye íntegra-
mente, salvo el capítulo consagrado al Arte Colonial, que ha sido revisado y ampliado; y la
segunda comprende gran parte del siglo XX.
Estamos conscientes que al estudiar la pintura del siglo pasado, y sobre todo la más cer-
cana a nosotros, corremos un riesgo debido a la falta de distancia histórica para decantar
el fenómeno artístico de las contaminaciones subjetivas de quienes lo interpretan. No
obstante, hemos aceptado el riesgo motivados por la imperiosa urgencia de contribuir a
superar muchos prejuicios y equívocos en torno al arte de hoy.
A menudo se escucha hablar que el arte está en crisis: una verdadera crisis de creación.
Se repite con insistencia que el arte actual no es como el de antaño y muchos, incluyendo
a críticos, añoran con nostalgia “épocas de oro”.
Prólogo 9
El espectador que recorre una galería o visita un museo se siente perplejo. Desorientado,
olvida o no sabe que la coherencia del arte de una época no está –a diferencia de lo que
habitualmente se cree– en la afirmación de un estilo dominante o en el establecimiento
de un lenguaje común.
Pensamos que la constante que da coherencia a las diversas formas de expresión de una
época es la pregunta a la cual los artistas tratan de responder y que les han legado sus
predecesores. Lo que unió verdaderamente en el pasado a Alberto Valenzuela Llanos y
a Juan Francisco González fue su reacción frente al problema planteado por la tradición
académica, vale decir, la sujeción o la liberación de los cánones formales. Cada uno reac-
cionó a su manera: Alberto Valenzuela con su cromatismo luminoso; Juan Fco. González
con la audacia de su pincelada. A partir de un mismo punto inicial, los sistemas pueden
ser diferentes; pero, al hacer el balance histórico, lo que parecía antitético pasa a ser
complementario.
¿Dónde quedaba el arte clásico de pintar al irrumpir los informalistas en la década del 60,
con obras que hacían caso omiso de lo que se enseñaba en academias y escuelas de
arte? ¿Qué decir del carácter eminentemente reflexivo de muchas obras aparecidas en
el decenio del 70? ¿Cómo comprender el interés de los artistas por los nuevos medios
de comunicación y reproducción mecánica de las imágenes, tales como el video, la foto-
grafía y los demás instrumentos que permiten el registro simple y rápido de una acción?
Estos mismos documentos-testimonios han terminado por ingresar al circuito del arte,
acentuando la confusión del público.
Frente a este panorama tan complejo, es comprensible que se diga que vivimos una cri-
sis de creación. Es posible que ella sea consecuencia de la naturaleza particular del arte
de hoy. ¿Pero lo que aparentemente es una crisis de creación no será, quizás, una crisis
de la crítica y de sus categorías? Tal vez no son artistas creadores los que faltan, sino que
el marco de lectura que permita, justamente, aproximarnos a ellos.
LOS AUTORES
Índice
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO PRIMERO
Impulsos Iniciales 15
CAPÍTULO SEGUNDO
El despertar artístico 41
CAPÍTULO TERCERO
La institucionalidad artística 71
CAPÍTULO CUARTO
Hacia la búsqueda de una expresión artística 89
CAPÍTULO QUINTO
Una experiencia artística renovadora 129
Reseña biográfica de pintores 177
SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO PRIMERO
Los primitivos del siglo XX 187
CAPÍTULO SEGUNDO
Los primeros grupos artísticos 193
CAPÍTULO TERCERO
Una crisis generacional 219
CAPÍTULO CUARTO
En la senda del Surrealismo y la abstracción 241
CAPÍTULO QUINTO
Una actitud ruptural 275
CAPÍTULO SEXTO
La nueva figuración 287
CAPÍTULO SÉPTIMO
Las tendencias del realismo 329
CAPÍTULO OCTAVO
Nuevas alteraciones en la representación visual 337
BIBLIOGRAFÍA 389
ÍNDICE GENERAL 394
ÍNDICE DE NOMBRES 396
AGRADECIMIENTOS 399
12 LA PINTURA EN CHILE
Milan Ivelić y Gaspar Galaz
13
Primera Parte
14 LA PINTURA EN CHILE
Milan Ivelić y Gaspar Galaz
15
Capítulo Primero
Impulsos iniciales
Sin embargo, a pesar de todas las dificultades, hubo un resultado avalado por la experien-
cia histórica: la aparición gradual en el escenario del Nuevo Mundo de una realidad histó-
rica, geográfica, étnica y cultural que los historiadores han denominado Hispanoamérica.
Muchos argumentos se han dado para explicar este fenómeno; se afirma, por ejemplo,
que la formación de esta nueva realidad fue el producto de una cultura que tuvo medios
más poderosos para someter y dominar a la más débil. Pero, ¿este sometimiento debe
entenderse como la desintegración y el aniquilamiento de aquella fuerza autóctona, nati-
va y originaria hasta el punto de no poder manifestar su propio ser?
CENTRO Grabados de la Histórica Relación del Reino de Chile del Padre Alonso de Ovalle,
año 1646. Tabula Geographica Regni Chile del mismo libro
El resultado de esta fusión fue el mestizo y −como bien lo señala Angel Rosenblat− la his-
toria misma de América, en sus tres siglos de vida colonial, sería incomprensible sin este
elemento desequilibrador situado entre el blanco conquistador y el indio conquistado2. La
Corona, lamentablemente, no tuvo una preocupación preferente por el mestizo, a pesar
del papel preponderante que tendría en el poblamiento del continente.
Si consideramos ahora el arte que surgió durante el período colonial, podemos apreciar el
espíritu que lo animó, íntimamente vinculado con fuerzas germinadoras que harían brotar
un modo de expresión específico tan singular, que cualquier intento de establecer identi-
ficaciones o comparaciones con modelos foráneos queda invalidado. Podemos detectar,
ciertamente, influencias provenientes de diversos movimientos artísticos o de escuelas
regionales europeas. ¿Cómo negar la influencia manierista o barroca, o el impacto de
la escuela flamenca en el arte colonial? Desde comienzos de la conquista vinieron a
América pintores, escultores y arquitectos de España y Portugal, a veces de Italia, de
Francia o de Flandes, que practicaron y enseñaron sus respectivos oficios. Pero, al ingre-
sar a un mundo totalmente extraño, sin relación alguna con el legado artístico que ellos
traían, el arte sufrió mutaciones que le hicieron perder su espíritu original.
1
Picón-Salas, Mariano; De la Conquista a la Independencia, F.C.E., México 1965, 4ta. ed. pág. 9.
2
Rosenblat, Angel; La población indígena y el mestizaje en América, Nova, Buenos Aires 1954, pág. 10.
CAPÍTULO PRIMERO
Impulsos Iniciales 19
20 LA PINTURA EN CHILE
Milan Ivelić y Gaspar Galaz
El conquistador español pudo haber arrasado a sangre y fuego los territorios por donde
pasó, facilitando la supervivencia del hombre blanco y evitando que su cultura se alterara.
Pero no lo hizo, a pesar de los abusos que se cometieron en la empresa conquistadora.
Una ética cristiana orientó la acción colonizadora, afianzada por el mandato proveniente
de la autoridad indiscutida del papado: la misión evangelizadora. Ella daría un sentido
trascendente a la conquista y colonización de América. La bula del Papa Alejandro VI, del
16 de noviembre de 1501, fue explícita al respecto: los soberanos españoles se hacían
responsables de la introducción y mantenimiento de la Iglesia, de la instrucción y conver-
sión de los indios.
Fue así como las mismas necesidades y fines de la conquista española facilitaron la mu-
tación de las formas artísticas europeas: la nueva fe requería, para establecerse, canteros
y alarifes que levantaran los muros de las iglesias; imagineros y pintores que ilustraran el
mensaje cristiano. A medida que la acción evangelizadora de los misioneros se difundía,
fue preciso emplear abundante mano de obra nativa. Y así, gradualmente, los espacios
arquitectónicos, las imágenes talladas o las formas pintadas se fueron modificando, se
alteró su sentido primitivo, se transformó su apariencia externa. El indígena sometido en-
contraba por el camino del arte, el medio adecuado para volver a mostrarse y para revelar
CAPÍTULO PRIMERO
Impulsos Iniciales 21
Contra todo lo que digan los partidarios del progreso indefinido, basados en teorías evolu-
cionistas, el arte colonial no fue ni pobre, ni rudimentario, ni primitivo en el sentido peyo-
rativo de este término. En arte no hay progreso, entendiendo como tal, la superación de
una forma y una técnica por otra, que descalificaría y relegaría al olvido la anterior. El arte
no obedece a una mecánica inmotivada y deshumanizante; su comprensión y valoración
sólo se logra en la relación íntima hombre-arte. Como creación humana que es, no puede
ser despojado de ese carácter que es lo sustantivo y lo marca.
El cuadro y la imagen
El trazado urbano de la ciudad hispanoamericana concedió
un sitial de privilegio al templo, espacio arquitectónico al cual
acuden los habitantes para satisfacer sus necesidades espiri-
tuales y religiosas. Este recinto sagrado no sólo es el centro
religioso, sino que también es el custodio de las imágenes de
devoción y de los cuadros de contenido bíblico. El templo fue
un centro integrador de las manifestaciones artísticas,
Todo esto explica el privilegio concedido al templo, que encabezaba la jerarquía arquitec-
tónica. La iglesia era imprescindible, ya sea en un lugar aislado, en una aldea o en una
ciudad. En esta última estará en la plaza, dominando con sus proporciones y elevándose
con su torre o torres campanarios. Y en su interior, en sus muros y altares, mostraba
los símbolos de la fe, visualizados, gracias al trabajo artesanal de artífices, imagineros y
pintores.
¡Qué distinta debe haber sido la invitación al templo en aquellos siglos coloniales! Cada
objeto artístico ocupaba el lugar que le correspondía dentro del contexto litúrgico y, todo
ello, en una atmósfera espacial que confería un carácter espiritual a esos objetos. Hoy,
convertidos en piezas de museo, extraídos de su marco original, se nos presentan des-
articulados y desprovistos de aquel carácter solemne y sagrado, estimulador de devocio-
nes religiosas.
3
Guarda, Gabriel; Navidad colonial en Las Condes (catálogo), Ed. Universitaria, Santiago 1974.
4
Al comenzar la colonización española, prácticamente la totalidad de los materiales empleados en la pintura
venían de Europa; gradualmente, se comenzó a trabajar con elementos autóctonos, tanto en lo referente a tierras
naturales como al soporte utilizado, empleándose telas de lana y yute, en reemplazo de las telas de hilo euro-
peas.
CAPÍTULO PRIMERO
Impulsos Iniciales 23
En la época en que se inicia la conquista del Nuevo Mundo, el arte español estaba en
íntima relación con un sentido trascendente de la vida que prolongaba el Medioevo;
mientras que en el resto de Europa, los valores encarnados por ese período histórico
se desintegraban en forma acelerada. España, por otra parte, comenzaba a adquirir un
papel protagónico en la Europa del siglo XVI, bajo los reinados de Carlos V y Felipe II. Su
abrupto ingreso al escenario del viejo mundo, trajo consigo el problema de resolver el
conflicto que significaba armonizar la tradición española, imbuida de un profundo sentido
medieval, con la renovación que se apreciaba en los demás países, a través de los valores
elaborados por el Renacimiento.
De ahí que el arte español del siglo XVI debe ser comprendido y valorado a partir de una
visión del mundo, que se generó, primordialmente, de la actitud que el pueblo español
adoptó respecto a sus propias tradiciones y a su capacidad de mantenerlas vigentes,
frente a formas de vida que invitaban a superarlas.
Desde el punto de vista artístico, esta aspiración ecuménica, anunciada ya por los Reyes
Católicos, quienes invitan al reino a arquitectos y decoradores alemanes y flamencos, se
intensifica durante el gobierno del Emperador con la llegada de escultores del norte de
Francia y de Borgoña, con la venida de escultores y pintores de Italia.
Pero España no sólo tenía que resolver la actitud que adoptaría frente a los nuevos valo-
res, sino que tenía que dar pronta respuesta a los problemas inmediatos que le deparaba
la historia; entre ellos, a la profunda crisis del cristianismo que culminaría con el gran
cisma provocado por la Reforma. Sus consecuencias no sólo afectaron la vida política,
económica y social, sino que también la vida artística y por cierto, el comportamiento
religioso.
Las escuelas coloniales enseñaron a sus alumnos las técnicas básicas en la preparación del color a partir de sus
elementos fundamentales: los pigmentos, el aglutinante y el diluyente. Como aglutinante se utilizó la clara de
huevo y como diluyente el vino añejo. En el siglo XVIII, el aglutinante a base de clara de huevo fue reemplazado
por aceites.
La tela se preparaba embadurnándola con agua mezclada con cola animal y, sobre esta base, se colocaba una capa
de tiza o creta mezclada con cola (más tarde será cal y cola), quedando en condiciones para la aplicación de la capa
pictórica propiamente tal.
24 LA PINTURA EN CHILE
Milan Ivelić y Gaspar Galaz
Durante el siglo XVI y gran parte del siglo XVII, la pintura española mostrará una clara
temática religiosa; los asuntos mundanos o paganos, ya sean retratos o escenas mitoló-
gicas sólo se encontrarán en las casas nobles o en los palacios reales, pero con notable
parquedad.
Entre los pintores españoles de esa época, destaca Juan de Juanes (+1579), uno de
los maestros más representativos de la imagen de devoción, de la lámina para orar, con
reminiscencia de los íconos bizantinos y cuya obra se exportará en abundancia hacia
América, ejerciendo particular influencia entre los pintores coloniales. Fiel al espíritu que
anima al pueblo español, pinta con dignidad y decoro a sus personajes religiosos, evi-
tando cualquier efecto que mundanice la escena. No obstante, la influencia renacentista
5
Gimpel, Jean; Contra el arte y los artistas, Granica, Buenos Aires, 1972, pág. 57.
6
Francastel, Pierre; La realidad figurativa.
CAPÍTULO PRIMERO
Impulsos Iniciales 25
Pero las raíces del arte colonial son mucho más complejas. Si bien es cierto que el
Manierismo ejerció una significativa influencia, no hay que olvidar que éste se entrecruzó
con el Barroco, cuyo ímpetu expresivo también se dejó sentir en América colonial. Por
otra parte, la supervivencia de formas medievales en la España imperial se neutralizó, en
parte, con los aportes renacentistas; a la vez hay que recordar la proyección de la escuela
flamenca con su visión pormenorizada del mundo sensible e, igualmente, ciertas temáti-
cas procedentes de la iconografía oriental. Todas estas influencias convergieron al Nuevo
Mundo y contribuyeron en la formación y desarrollo del arte colonial.
Un ejemplo relevante lo ofrece el conjunto de telas sobre la vida de San Francisco, que
se encuentran en el convento de la Orden franciscana, en la capital.
Esta serie de cuadros que describe, en sucesión cronológica, la vida del santo, fueron
ejecutados entre los años 1668 y 1684. Según Alfredo Benavides y Luis Alvarez habrían
sido pintados en Chile por varios autores. Eugenio Pereira, en cambio, considera que el
conjunto fue pintado en el Cuzco y, luego, enviado a Chile7. El autor principal sería el fraile
Basilio Santa Cruz, mestizo, al parecer, en compañía con algunos discípulos, entre ellos,
Juan Zapaca Inga.
En esta serie, la concepción clásica del espacio, tal como el Renacimiento la concibió8,
desaparece en gran medida. Se ha renunciado al ordenamiento, en sucesión armoniosa,
de los seres y objetos hacia un punto de fuga único. Esta lógica del ordenamiento es-
pacial nunca arraigó en el pintor colonial, quizás, porque su relación, con el mundo fue
siempre más simbólica que conceptual.
En los pintores que intervinieron en la elaboración del conjunto, hay una espontaneidad
7
Pereira, Eugenio; Historia del Arte en el Reino de Chile, Universidad de Chile, Santiago, 1965.
8
La perspectiva tradicional, que se inició a partir del Renacimiento, y que ha tenido larguísima vigencia en
Occidente, tiene por finalidad sugerir la tercera dimensión en el soporte plano en el cual trabaja el pintor. Con este
fin, el espacio se organiza haciendo converger hacia un punto de fuga único ubicado frontal o angularmente, todas
las paralelas de un objeto que son perpendiculares a un punto de la línea del horizonte visual. Cabe señalar que
éste no ha sido el único procedimiento para sugerir la tercera dimensión. Conviene indicar, además, que el arte
actual ha renunciado a la perspectiva tradicional trabajando en el espacio en lo que se ha denominado “topológico”
y no ya proyectivo o euclidiano. Esto demuestra, una vez más, que toda representación del espacio obedece a una
interpretación facultativa del artista, que responde a situaciones históricas y culturales específicas.
26 LA PINTURA EN CHILE
Milan Ivelić y Gaspar Galaz
de visión, que no privilegia un espacio ideal, a la manera de una síntesis ordenadora. En JUAN ZAPACA
INGA
ellos es primordial el objeto o el personaje al que dedican toda su atención; los ubican en San Francisco y el
distintas secciones de la superficie de la tela, variando bruscamente las proporciones y milagro del niño
escaldado y las
las conexiones entre las escenas. manzanas
Museo Colonial
Hay, indudablemente, una narrativa que se impone; una descripción paciente y minucio- de San Francisco
sa, muy de acuerdo con el modo de sentir las vivencias que despierta el acontecimiento
religioso que ahora se pinta. Este carácter narrativo es enfatizado con la palabra escrita
en medallones primorosamente ejecutados.
A su vez, el empleo de la línea y del color afianza esa característica. Mediante la línea
se delimitan y configuran las formas con extrema detención. Todo lo que pertenece al
mundo de las cosas (utensilios, muebles, ropajes, alimentos, etc.) se representa con una
visión muy cercana a la concepción naturalista, que revela el intenso interés que suscita,
en el artista, las cualidades sensibles de los objetos; en cierto modo, esta visión recuerda
a la de los pintores flamencos en su relación con el mundo visible.
Por su parte, el color modela los volúmenes y contribuye a poner en evidencia la identidad
de cada forma. En la particular concepción plástica de estos pintores, el color no es un
CAPÍTULO PRIMERO
Impulsos Iniciales 27
elemento válido por sí mismo. En muchos casos, como en esta serie, asume una fun-
ción emblemática: ciertos colores −siguiendo una tradición medieval− tienen un sentido
preciso, ya sea para identificar determinados personajes, objetos sagrados o símbolos
litúrgicos.
Por último, el pintor, que ya ha asimilado una concepción jerárquica del mundo, ordena
la escena mediante una rigurosa escala de valores. Considera la ubicación de los seres,
de acuerdo a su naturaleza propia y al lugar que les corresponde como creaturas de Dios.
A partir de la Divinidad y, siguiendo con la corte celestial, se ubican los demás seres, sin
omitir, por cierto, aunque en una ubicación periférica, la presencia del Mal personificado
por el demonio o por escenas infernales, que trae a la memoria la simbología demono-
lógica de Jerome Bosch. El imperativo de la narración al que aludíamos, hizo necesario
adecuar una distribución espacial que reforzara el carácter descriptivo que se muestra en
cada tela: espacios diferentes para tiempos distintos.
Cuando el artista colonial pinta una sola escena, con un personaje sagrado como prota-
gonista, la ordenación del espacio queda determinada por una rigurosa simetría9, crean-
do un espacio ideal que se aproxima a la tradición bizantina, la que se hizo presente en
América a través de las láminas para orar procedentes de España.
9
La simetría se entiende, corrientemente, como la concordancia entre las partes que concurren a integrar un
todo. En el caso al cual se alude, su sentido es más bien restringido y debe entenderse como una simetría bila-
teral; es decir, formas iguales a igual distancia a ambos lados de un eje central. Esta relación fue concebida en la
mentalidad intuitiva del artista como una permanente ley de regularidad.
28 LA PINTURA EN CHILE
Milan Ivelić y Gaspar Galaz
GASPAR
obras destinadas a las procesiones, donde la comunidad religiosa exteriorizaba su fe. MIGUEL DE
En este aspecto, los famosos pasos de Salcillo, en España, se prolongaban en América. BERRÍOS
Patronato de
Numerosas cofradías competían en estas ceremonias, demostrando su ingenio y expre- San José
sando su fervor. Museo Nacional
de Bellas Artes
La talla policromada no fue el fruto de un trabajo exclusivamente individual, sino que en
ella, además del tallador, intervenía el encarnador, a quien le correspondía pintar la ima-
gen tallada, y el broslador, quien completaba la obra, vistiéndola con telas apropiadas a la
dignidad y santidad del personaje que representaba.
Son numerosos los ejemplos en que se observa −salvo algunas variaciones formales−
CAPÍTULO PRIMERO
Impulsos Iniciales 29
Escuela Colonial
Americana
Virgen con el niño
a devoción de D.
Manuel Salzes y
Doña Francisca
Infante, 1767
Museo Nacional
de Bellas Artes
una constante común en la concepción del volumen, que emana de la visión compartida,
que se tiene del personaje religioso. En muchas crucifixiones, Cristo es representado en
una actitud de profundo dolor, sugerida no sólo por el volumen y su postura en la cruz,
sino que, el sufrimiento y la agonía se intensifican mediante una particular coloración
del cuerpo y el empleo del rojo para sugerir la sangre que brota de su costado o que se
escurre por su rostro. El color asume una función referencial, a semejanza de lo que se
vio en la pintura.
en el Nuevo Mundo. Es el caso de Juan de Juni (+ 1577) con sus obras policromadas
y doradas. Al parecer, fue Gaspar Becerra −ya mencionado− quien inauguró la escuela
que pronto se haría famosa: la estatuaria policromada española, que tanto arraigo tendría
en el pueblo español −en Sevilla especialmente− aficionado a las grandes ceremonias
del culto y a las procesiones al aire libre. Otros escultores importantes son: Gregorio
Hernández (1566-1636), Juan Martínez Montañez (1546-1649), Alonso Cano (1601-1677)
y su discípulo Pedro de Mena (1628-1693).
En la estatuaria española se advierte la renovación religiosa que surgió con la nueva mís-
tica de la Contrarreforma y su vivencia renovada de lo sobrenatural.
Chile, comunidad esencialmente rural durante los dos primeros siglos coloniales, comien-
za a acrecentar su desarrollo urbano, gracias a la influencia de la Ilustración, con su énfa-
sis en la importancia de la ciudad, centro civilizador por excelencia.
La monarquía española, representada, a partir del siglo XVIII, por la dinastía de los
Borbones, se adhiere a ese ideal. Propicia una política fundacional que, en Chile, tendrá
incalculable importancia. La orden real de 1703 dispuso que “los españoles en Chile, que
habitaban en ranchos, haciendas y chacras, se agruparan en ciudades administrativas y
eclesiásticas”. Se deseaba acelerar “el proceso civilizador de los pobladores, infundir en
ellos prácticas de convivencia social, posibilitar el desarrollo de la instrucción y la mejor
administración de la justicia”11.
Los nombres de algunos gobernadores, como José Antonio Manso de Velasco, Antonio
Guill y Gonzaga y Ambrosio O’Higgins se destacan, justamente, por su labor como fun-
dadores de centros urbanos. El primero, que gobernó el Reino de Chile entre los años
1737 y 1745, renovó la era legendaria de las fundaciones, mereciendo el título cívico de
Marqués de Poblaciones; su esfuerzo hizo posible la fundación de Copiapó, San Felipe,
10
Guarda Gabriel, op. cit. Véase también: Estellé Patricio, Imaginería Colonial. Gabriela Mistral. Santiago 1974.
11
Eyzaguirre Jaime, Historia de Chile, Zig-Zag, Santiago.
CAPÍTULO PRIMERO
Impulsos Iniciales 31
Por otra parte, se produjo un vuelco en la concepción del trabajo, ya que, en general, el
12
Eyzaguirre, Jaime; op. cit.
32 LA PINTURA EN CHILE
Milan Ivelić y Gaspar Galaz
Esta medida afectó, entre otras, a la actividad artística que, con tanto celo, desplegaba
la Compañía. Chile se vio privado de insustituibles talleres artesanales dirigidos por esta
Orden, que provocaron una verdadera detención del desarrollo artístico. El extrañamiento
de los jesuitas sería un vacío difícil de llenar, igualmente, en relación con la mantención y
renovación de la fe. El arte se resintió en sus motivaciones religiosas al faltarle el maestro
orientador, lo que contribuiría a su progresiva desacralización en un terreno abonado por
el espíritu del nuevo siglo.
No debe haber sido tarea fácil para el pintor colonial, este tránsito de una temática religio-
sa a otra retratística. Su visión, largamente acomodada al despliegue de recursos imagi-
narios, a la elaboración de formas plásticas más libres y espontáneas, tuvo que modificar-
se al pasar al retrato, que lo obligaba a adecuarse al modelo concreto, imponiéndole una
búsqueda de mayor fidelidad. Esta orientación se advierte también en algunas pinturas
CAPÍTULO PRIMERO
Impulsos Iniciales 33
Los signos externos que asumía el nuevo siglo, a través de la moda y del
gusto, también son asimilados por la sociedad colonial, que se compe-
netra de las nuevas convenciones sociales y modifica comportamientos,
vestuario, ceremonias, hábitos, etc. El retrato es, en este sentido, un ex-
celente testimonio, con graves y solemnes personajes lujosamente ata-
viados y damas de la alta sociedad, que lucen elegantes trajes. Ni siquiera
la escena religiosa, más ascética, depurada de contingencias mundanas,
escapó a estos imperativos: la elegante actitud del personaje religioso y el
vestuario, a la última moda, demuestran la pérdida paulatina de los intere-
ses comunes, que la religión se había encargado de guiar hacia un mismo
fin: la vida extra-terrena.
13
En los últimos años del período colonial es posible identificar a algunos artistas que cierran
la imaginería en Chile: José Santos Niño de Figueroa, conocido como el tallador de Petorca;
Ambrosio de Santelices e Ignacio de Andía y Varela.
34 LA PINTURA EN CHILE
Milan Ivelić y Gaspar Galaz
En las postrimerías del siglo XVIII, la pintura y la imaginería van perdiendo su razón de ser,
porque ya no responden a los anhelos e inquietudes de la época; su vigencia será cada
vez menor y su confinamiento en los recintos conventuales será definitivo.
El arte que surge de los cambios analizados presentará, al iniciarse el siglo XIX, un pano-
rama completamente diferente. El nuevo arte tendrá una apertura limitada, tanto por el
hecho de que quedará a disposición de un grupo social restringido, como por el hecho de
no tener exhibición pública; normalmente adornará el salón señorial y sólo los que tenían
la posibilidad de frecuentarlo estaban en condiciones de conocerlo. El arte pierde el ca-
rácter de patrimonio común, para transformarse en patrimonio personal o familiar.
Conjuntamente con todas estas transformaciones, el siglo XIX irrumpe con un aconteci-
miento histórico que no se puede soslayar: la emancipación política. La separación res-
pecto a la Metrópolis marca un nuevo hito en la historia de Chile. El país comienza a
buscar su propio destino y el arte no podía estar ajeno a esa búsqueda.
Tradición y renovación
La lenta evolución histórica que había caracterizado al país sufre, a partir de 1810, un
vuelco inesperado que trastorna el devenir inmediato. Los sucesos se desarrollan con ra-
pidez vertiginosa y es preciso repensar y modificar las tradicionales estructuras jurídicas,
políticas, económicas y culturales que había tenido el mundo colonial,
La emancipación se plantea como una revolución política que obliga a los nuevos dirigen-
tes a adecuar los ideales que encarna la independencia, a formas concretas de acción.
Sin embargo, el tránsito del país, desde una estructura colonial rígida y conservadora,
arraigada en una tradición de siglos, hacia una nueva estructura provocada por la ruptura
definitiva de los vínculos jurídicos y políticos con la Madre Patria significó un período de
titubeos, de ensayos, de controversias entre los propios dirigentes del nuevo Estado
que nacía a la vida independiente. Algunos pretendían avanzar, sin miramientos con la
tradición y el pasado, y otros consideraban el pasado como un patrimonio que era preciso
respetar y adecuar a los nuevos ideales que habían surgido.
Las primeras décadas del siglo XIX constituyen, de hecho, un período de gestación de
la nueva institucionalidad para la naciente república. Es, en estricto rigor, un período de
transición entre la larga tradición colonial, marcada con el sello imborrable de España, y
un futuro que era preciso construir con el aporte directo de quienes iniciaban la formación
de una nacionalidad autónoma.
Los hechos inherentes a la independencia del país obligaron a concentrar todos los es-
fuerzos en torno a la finalidad última que se perseguía: la ruptura definitiva con España.
Por esta razón, los hechos bélicos, primero; y la búsqueda de una institucionalidad, más
tarde, fueron relevantes en los primeros decenios del siglo XIX. Obviamente, las demás
actividades propias del quehacer humano quedaron subordinadas o pospuestas, a la es-
pera de tiempos mejores para desarrollarse de manera positiva y sistemática. Esta es
la razón fundamental que explica el escaso desenvolvimiento artístico del país en sus
primeros años de independencia.
CAPÍTULO PRIMERO
Impulsos Iniciales 35
Pero, si bien este hecho es esencial para comprender la exigua producción artística, se
produjo, además, un fenómeno concomitante: sus antecedentes se encuentran en los
cambios que presagiaba el siglo XVIII y que en Chile aún no se habían manifestado en
toda su intensidad. Esos cambios irrumpen con los acontecimientos de la emancipación
y se revelan profundamente en el arte: la temática y la técnica que habían caracterizado
la pintura colonial, adecuadas a su concepción del mundo y de la vida, dejan de tener
vigencia para expresar los nuevos ideales y anhelos de una sociedad que se ha ido apar-
tando de una valoración basada en ideales sobrenaturales. Por eso la pintura que seguirán
realizando algunos artistas, solidarios con la tradición, no tendrá el mismo peso que había
tenido durante la historia de Chile colonial.
Las primeras décadas del siglo XIX significaron la búsqueda de una nueva orientación y
de una nueva misión para la pintura, basada en dos requerimientos: los intereses indivi-
duales del artista dirigidos hacia una expresión intensamente personal y las exigencias
derivadas de un público que entiende ahora el arte como una satisfacción de necesidades
puramente individuales. En estas circunstancias era imposible pretender que el artis-
ta nacional afrontara súbitamente las exigencias de las nuevas temáticas: el retrato, el
cuadro histórico, el tema mitológico. Es en este marco donde la influencia de la pintura
europea y particularmente de la francesa tendrán un papel prioritario.
Su vida y su pintura transcurren entre dos épocas: sin romper con el pasado, asimila y
adapta las nuevas motivaciones de un futuro que comienza a perfilarse. Este artista en-
contró en el retrato un camino expedito que le permitió conciliar ambas actitudes.
14
Alvarez, Luis; El Artista Pintor José Gil de Castro, El Imparcial, Santiago 1934. Eyzaguirre, Jaime; José Gil de
Castro, Pintor de la Independencia Americana, Sociedad de Bibliófilos de Chile, Santiago 1950. Romera, Antonio;
Historia de la Pintura Chilena, Zig-Zag, Santiago 1968.
15
La biografía de este artista presenta lagunas importantes que han impedido un conocimiento exhaustivo de su
vida y de su formación artística. Aún hoy, hay discrepancias en cuanto a la fecha de su muerte como, igualmente,
respecto a la fecha de su llegada a Chile. Según E. Pereira, Gil de Castro habría muerto en 1843 y según A. Romera,
su muerte se produjo en 1841 (La Pintura Chilena, Rev. Atenea Nº 428, Santiago 1974). Este último considera que
las fechas de nacimiento y muerte del pintor ya no ofrecen dudas y que se ha establecido documentalmente hace
pocos años, en la publicación de Francisco Stasny, Breve Historia del Arte en el Perú. 1967 (Romera, Antonio; José
Gil de Castro, El Mercurio, Santiago 1.9.1974). En cuanto a la llegada a Chile del mulato Gil, E. Pereira afirma que
llegó alrededor de 1807 y regresó al Perú en 1820; por su parte, A. Romera sostiene que la permanencia en Chile
es entre los años 1808 y 1822; J. Eyzaguirre coincide con A. Romera en la fecha de llegada (Historia de Chile, op,
cit).
36 LA PINTURA EN CHILE
Milan Ivelić y Gaspar Galaz
permite la identificación del objeto por el color que les corresponde en la naturaleza16.
Empero, la fidelidad al color local no significa la imitación servil, sino que hay una bús-
queda por lograr una atmósfera pictórica que, de alguna manera, cree su propio mundo,
organizando formas plásticas que comienzan a independizarse del mundo real concreto.
La línea es la gran armazón del cuadro. Delimita y configura las partes e imprime al cuadro
su sello más personal. En este sentido, Gil de Castro se revela como un gran dibujante17.
Lo notable es que no sólo dibuja el primer acercamiento al modelo mediante el boceto,
el que normalmente desaparece al colocar el color, sino que reitera la línea con el mismo
color: es línea-color. Ella se encarga de poner de manifiesto los detalles tan minuciosa-
mente, que se transforma en miniaturista. Es imposible desconocer la ejecución artesa-
nal, rigurosa y paciente de Gil de Castro y que lo relaciona directamente con la tradición
colonial, con aquellos artesanos-pintores que se aproximaban con interés inusitado al
mundo de las cosas (encajes, bordados, utensilios domésticos, alimentos, etc.), como
queriendo redescubrir sus cualidades para perpetuarlas en el cuadro.
16
El color local debe entenderse como el color propio del objeto representado, exceptuando las variaciones de
la luminosidad. Para la psicología de la percepción, el color local es la sensación que provoca el estímulo (color)
en un campo o contexto normal, vale decir, el color aislado colocado sobre un fondo blanco o gris medio, con una
iluminación de intensidad normal de luz blanca. Una completa terminología técnica puede encontrarse en: Crespi
I. Ferrario J., Léxico técnico de las Artes Plásticas, Buenos Aires, Eudeba 1971.
17
El dibujo está ejecutado técnicamente con un tipo de grafito duro y acabado, con el cual traza las líneas sobre
la tela ya preparada. Según Jorge Basaure, restaurador y conservador de arte, el mulato Gil usa en la capa de pre-
paración bol de Armenia en lugar de tiza o creta; se trata de una tierra bastante dura que no sólo le sirve para fijar
y preservar el color, sino que, además la utiliza con fines pictóricos. El aglutinante que emplea en la preparación de
los colores es aceite de linaza y el diluyente es aguarrás.
Sobre
técnicas pictóricas puede consultarse: Bazzi María, Enciclopedia de la Técnicas Pictóricas, Barcelona, Noguer
1965; Doener Max, Los Materiales de Pintura y su empleo en el Arte, Reverté, Zaragoza 1965.
CAPÍTULO PRIMERO
Impulsos Iniciales 39
sentido de las demás figuras del cuadro. De ahí que el ojo goza y se deleita en el análisis
pormenorizado del objeto, en cada uno de sus detalles, como si estuviera frente a la pre-
sencia del objeto real que ahora se ha hecho pintura.
José Gil de Castro es, legítimamente, el nexo entre dos épocas; su pintura representa
la transición entre un mundo que termina y otro que se inicia. En una situación histórica
como ésta se corre el peligro de radicalizar las actitudes: refugiarse en el pasado sin
asimilar las nuevas perspectivas, o bien, volcarse hacia horizontes futuros y condenar la
tradición, que implica un compromiso con valores caducos.
Este artista entendió que entre ambas épocas no había ruptura sino encuentro; y que
era perfectamente posible conciliar una técnica cuyo aprendizaje había realizado en los
marcos del espíritu colonial, con una temática que reflejaba los deseos e inquietudes
de un público que, de manera incipiente, comenzaba a orientar sus preferencias hacia
corrientes estéticas que lo alejaban de la concepción antigua. El logró mantenerse dentro
del espíritu americano.