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SAN AGUSTÍN:

Aurelio Agustín, ése fue su verdadero nombre, nació en Tagaste de


Numidia (hoy Seuk-Akras, al norte de Africa) en el año 354. Su padre
Patricio, fue pagano y sólo antes de morir se convirtió al cristianismo. Su
madre fue aquella piadosa Mónica-santa de la Iglesia- que, por su amor
maternal, jamás extinto, es venerada como ideal de la madre cristiana. Los
padres de Agustín no eran de ascendencia puramente romana. En el se
unieron la pasión africana, el espíritu griego y el carácter romano. En las
poco más de 90 obras que nos ha legado, brillan un espíritu inquieto y
polifacético, un buscador incesante de la verdad. San Agustín es, en efecto,
a la vez filósofo, teólogo, literato, poeta, jurista y músico; además, de
elocuente orador y excelente dialéctico; pero sobre todo, era un hombre de
corazón ardiente: “ ¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé¡ Y he aquí que estabas dentro y yo fuera, y fuera te buscaba
yo, y sobre esas cosas hermosas que tú has hecho, me precipitaba carente
de hermosura. Estabas tú conmigo y no estaba yo contigo. Lejos de ti me
retenían esas cosas, que si no existiesen en ti, no existirían. Has llamado,
has gritado, has roto mi sordera. Has relampagueado, has resplandecido,
has disipado mi ceguera. Has exhalado perfume, lo respiré y anhelo por ti.
He gustado y tengo hambre y tengo sed. Me has tocado y me inflamé en
deseos de tu paz” (Confesiones, Libro X, CAP. XXVII).
Recibió el joven Agustín su formación intelectual y académica en Madauro
y Cartago. En esta última ciudad, seducido por algunos falsos amigos y por
la vida fácil, cayó en aquellos desordenes y vicios que, con tan profundo
dolor, narraría posteriormente en sus “Confesiones”. Acabado sus estudios
fue profesor de retórica, primero en Cartago y, a partir de 383, en Roma y
Milán. Las fuentes intelectuales que lo nutren son, en su mayoría, de
procedencia helénica; la antigüedad, por tanto determina su pensamiento.
Esta influencia es aún más profunda por cuanto Agustín no es cristiano
desde el principio, el cristianismo, en verdad, tardo en conquistar a
Agustín.
A sus 19 años tropezó Agustín con el “Hortensius”, diálogo de Cicerón,
que lo despertó espiritualmente y lo inflamó de amor a la verdad, en la
búsqueda de la sabiduría. Durante nueve años adhirió, luego, al
maniqueísmo (el pensamiento del profeta iranio Mane, filosofía dualista
originaria de Persia) y las sectas esotéricas, en esa época tiene un hijo
ilegítimo, Adeodato; practica la magia, la astrología, recibiendo la
influencia del escepticismo académico de Platón y el neoplatonismo.
Se va acercando al cristianismo, a través de las Epístolas de San Pablo, en
circunstancias de una tenaz lucha interior, donde los sermones de San
Ambrosio en Milán y las súplicas de Mónica, serán decisivos, hasta que
llegó el año 387: Agustín ya tiene 33 años. Una noche, hallándose en Milán
trabajando en su escritorio, oye una voz cantarina y cercana que repite sin
cesar: “Tole, lege” (coge y lee); toma así de su mesa de trabajo el primer
texto que encuentra y lee, maravillado, la frase de San Pablo en su Epístola
a los romanos: “Cristo es todo y está en todo”. En ese instante fue como si
una daga de fuego le atravesara el corazón y percibió, con absoluta
claridad, que era ése el camino que había estado buscando desde el
principio. En las verdades cristianas halló, por fin, el inquieto buscador su
seguridad y en ellas depositó toda su confianza. San Agustín, comprende en
su plenitud la maravilla del mundo antiguo, pero desde el cristianismo, le
parece que todo él (el mundo antiguo) sin Dios es una pura nada, sin valía
alguna. Comprende que el mundo-y con él la cultura clásica en que vivió-
posee un inmenso valor, pero es menester entenderlo y vivirlo desde Dios.
Ese mismo año, del 387, recibe el bautismo junto con su hijo, en Milán, de
manos de San Ambrosio. Retorna al África al año siguiente y hace vida
monástica en Tagaste con unos pocos amigos; en 391 se traslada a Hipona
y es ordenado presbítero y en el 395 nombrado obispo de dicha ciudad. Es
en Hipona donde muere el año 430, mientras era sitiada por los vándalos

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