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En un momento en el que los países del tercer mundo están eligiendo sus
propios caminos hacia el conocimiento y el desarrollo, los documentos del
gobierno traen a la memoria épocas neocoloniales más inocentes.
Pretendiendo estar al día, presentan a los Estados Unidos como su modelo,
pero olvidan que es el mejor caso en contra de la educación superior con
ánimo de lucro, y el mejor a favor de una educación de alta calidad sin ánimo
de lucro. Ninguna de las universidades privadas de calidad de los Estados
Unidos serían las instituciones de alto nivel que hoy son, si hubieran seguido
los consejos de los asesores a la penúltima moda del Banco Mundial y sus
imitadores locales.
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Y hasta de humor: anuncia que podría poner impuestos a los empresarios privados que
inviertan en el sector educativo. Con tantos incentivos, no hay ninguna duda acerca de la
magnitud de la inversión por llegar.
Al buscar ejemplos locales, optan por el modelo educativo del Brasil como el
camino a seguir para nuestros países, pero olvidan que la estrategia de
desarrollo del Brasil integró a 35 millones de personas a empleos formales,
generando ingresos y permitiéndoles participar del mercado y sus ventajas. Y
que las inversiones estatales en las universidades públicas de elite han crecido
muy por encima del crecimiento del PIB. Y olvidan, por último, que la calidad de
la educación con ánimo de lucro en Brasil es tan mala como lo puede ser en
cualquier lugar del mundo.
La estrategia
¿En qué consiste la vieja “nueva” estrategia del gobierno? Consiste en atraer la
inversión privada a la educación superior con el objetivo de elevar la cobertura
a un 50% en 2014, con 650,000 cupos nuevos, disminuir el desempleo juvenil,
bajar en cuatro o cinco puntos porcentuales la tasa de desempleo global, y
promover la innovación con calidad. El primer punto supone una inversión
privada adicional en educación que ningún país del mundo, ni siquiera en la
más desquiciada de las alucinaciones neoconservadoras, o neoliberales, ha
visto jamás. En la versión colombiana podemos sospechar de dónde vendrá
esa inversión, a qué intereses servirá, y qué efectos tendrá sobre el sistema de
educación superior.
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¿Qué es lo que lleva a estos ejemplares de la casta política colombiana a lanzarse a la
aventura educativa? Que ellos, a diferencia de los empresarios y educadores que están
interesados en la educación, no sólo buscan educar a miles de jóvenes y obtener unas
ganancias en el proceso, sino convertir a esos jóvenes, a sus familias, y asociados en parte de
sus empresas electorales.
en el proceso. Pero estos empresarios no cuentan, en su vasta mayoría, con el
capital que les permitiría asumir los altos costos financieros de poner en
marcha un centro de educación superior.
Ya Jorge Iván González y Edna Bonilla (2011) han alertado sobre el error
conceptual –cometido por este gobierno y por el anterior- de suponer que los
costos de la educación superior son decrecientes. Doblar el número de
estudiantes no permite disminuir el costo por estudiante de la misma forma que
decrece el costo de reproducir un video, un Cd, o una vacuna. Pero el error
conceptual de los asesores económicos de estos gobiernos, va más allá de no
comprender el carácter creciente de los costos educativos.
Pero esto sólo es una verdad a medias. Desde el primer gobierno de Luiz
Ignacio da Silva, Brasil está apostando a una estrategia distinta de desarrollo.
El estado brasilero está invirtiendo en alternativas educativas, de alto costo,
basadas en dar la mejor educación científica a los más pobres, integrándolos
en procesos investigativos reales del más alto nivel. Con una inversión de 25
millones de dólares, y con la dirección del científico Miguel Nicolelis, ya está en
pleno proceso de desarrollo en la ciudad nordestina de Natal. El plan para el
desarrollo de la Educación (PDE) prevé la creación de 354 institutos para dar a
niños y jóvenes de menores recursos una educación basada en la ciencia. La
versión colombiana de lo que ocurre en Brasil está hecha de muchas verdades
a medias que se convierten en una mentira muy grande.
Tal como ocurrió en Brasil, la decisión tomada en Colombia tiene que ver, por
supuesto, con apuestas más profundas. Está relacionada con el modelo de
desarrollo elegido por este gobierno y sus vínculos con la estrategia de su
predecesor. El desarrollo especulativo basado en la minería y en los servicios,
y la carga inercial de un costoso gasto militar, asociado a la lucha contra las
FARC y el narcotráfico, ha conducido al país a una senda de desarrollo inferior,
sin espacio ni para la innovación ni para igualdad. Santos habría podido elegir
una ruta distinta. Habría podido apostar a un gran salto educativo, una
inversión de largo plazo en capital humano, restringiendo el presupuesto de
guerra, y liberando a la economía de las deformaciones creadas por un
desarrollo basado en negocios inciertos y de alto costo ambiental –como lo es
la minería. Eligió continuar por la vía inercial, con una novedad en materia
educativa, que no por inocua deja de ser peligrosa en sus efectos.
Este círculo vicioso tiene un fundamento fatal en el total olvido con el que este
gobierno, y los anteriores, han tratado el futuro de la educación primaria y
secundaria. Doscientos o trescientos mil cupos nuevos en la educación
superior no resolverán el problema fundamental de un sistema que mata las
posibilidades de nuestros niños desde muy temprano. La magnitud del esfuerzo
por realizar en la educación básica es tan grande que puede resultar
intimidante. El problema, sin embargo, es que este gobierno ni siquiera ha
intentado enfrentar la situación y plantear a sus ciudadanos cuál sería el
esfuerzo a realizar si estuviéramos de acuerdo en dar un salto educativo, a
todos los niveles, transformando el conjunto del sistema educativo.
Hay, por supuesto, alternativas distintas a esta privatización torpe que propone
el gobierno. Todas pasan por la búsqueda de transformaciones globales en el
sistema de educación colombiano. Todas suponen altísimas inversiones de
parte del estado, incluyendo la creación de nuevas universidades públicas, y la
transformación de la enseñanza, de los modelos pedagógicos y de las
exigencias para los profesores de educación básica. Todas, también,
requerirían de un cambio en el modelo de desarrollo, y la adopción de una
estrategia que apostara al salto educativo, y a la inversión en capital humano,
en la perspectiva de una sociedad más igualitaria.