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Facultad de Teología San Dámaso

FAMILIA Y VIDA - Curso 2008/09 - FORMACIÓN PERMANENTE PARA SACERDOTES

Clonación humana. Métodos e implicaciones


3 de noviembre de 2008
Nicolás Jouve de la Barreda

Resumen
El término clon fue acuñado en 1963 por el biólogo británico John B.S. Haldane (1892-1964) En un sentido
restrictivo, la clonación se refiere a la producción de un niño con los genes de otra persona. Sin embargo, si
nos fijamos en el concepto de identidad genética, como característica común al clon, esta definición es más
amplia y debe incluir también la producción de células, tejidos o incluso órganos, a través de la
proliferación de células en cultivo que proviniesen de una célula inicial, sea el cigoto o una célula de un
embrión o de un adulto, vayan a usarse o no con fines reproductivos.
Un punto crucial para entender la trascendencia de la manipulación de la vida humana es el del
conocimiento de las bases genéticas de su singularidad. Hoy hay sobradas evidencias genéticas, citológicas,
embriológicas y genómicas de que la vida humana comienza en el momento de la fecundación, cuando se
constituye una combinación genética nueva, distinta a la de los padres e invariable a lo largo de la vida de
cada persona.
La clonación surge como una consecuencia de la producción de vida en el laboratorio, es por tanto un
derivado de la tecnología que hace posible la producción artificial de embriones in vitro (FIVET). La
irrupción de estas técnicas ha supuesto la pérdida de la viabilidad natural de los embriones al dejar en manos
de quienes intervienen en la reproducción in vitro la decisión sobre la implantación o no del embrión en el
útero de la madre. En contra de las interpretaciones interesadas, la anidación en el útero materno no añade ni
quita nada a la nueva vida humana en sí misma; lo que hace es suministrarle, o en su caso negarle
artificialmente, las condiciones ambientales óptimas para su desarrollo, pero la vida tuvo su comienzo en el
momento de la concepción, ya que el cigoto es la primera realidad corpórea. Tras la formación del cigoto,
según avance el tiempo se va modificando y organizando el embrión, del que, de no mediar intervención en
contra de su implantación y continuidad de su desarrollo ontológico, surgirá un niño. La decisión que lo
altera todo es precisamente la decisión antinatural sobre la anidación.
La clonación aumenta la tasa de manipulación e intervención sobre la vida humana, pues supone no solo
la producción dirigida de embriones humanos sino la de su "fabricación" con una finalidad determinada.
Esto implica la imposición de un perfil genético a una persona agravado por el hecho de que no se busca el
beneficio de dicha persona, sino el de satisfacer el deseo de terceros. Un deseo que se puede quedar en el
mero capricho de tener una réplica de otro ser humano (clonación reproductiva) ó que puede obedecer a un
pretendido fin terapéutico (clonación no reproductiva con el fin de utilizar las células madre embrionarias).
Naturalmente ambas modalidades son reprobables, pero más aun si cabe la segunda por cuanto supone la
producción intencionada de un embrión destinado a su sacrificio. Máxime cuando sabemos hoy de su
ineficacia y la existencia de alternativas con células no embrionarias.
En cualquier caso, los embriones producidos in vitro son seres humanos y en el mismo contexto cabe
incluir cualquier producción de una célula equivalente a un cigoto, que contenga una dotación genética y
cromosómica equivalente a la del genoma de un ser humano y que posea una capacidad probada equivalente
de desarrollo ontológico. En este sentido, no cabe distinguir modalidades de clonación, ni autorizar unas y
prohibir otras. No cabe distinguir entre la clonación reproductiva ó la producida por «trasplante de núcleos».
Es una contradicción permitir cualquier técnica de obtención de células troncales humanas, y prohibir la
clonación reproductiva, si para obtenerlas hay que crear embriones.
Un decálogo a favor de la vida humana naciente
1. La vida comienza en el momento de la concepción.
2. El embrión tiene una identidad genética propia y distinta a la de la madre, del mismo modo que todas las
células de la madre gestante comparten una identidad genética propia y distinta a la del embrión.

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3. El embrión en el claustro materno no forma parte de la sustantividad ni de ningún órgano de la madre,
pero sí depende de ésta para completar su propio desarrollo. Sin embargo, el embrión, no es
indispensable para la vida de la madre, que era y sigue siendo la misma antes, durante y después de la
concepción y de la gestación.
4. El desarrollo está previsto en el genoma individual que ya existe en el cigoto y no variará a lo largo de la
vida.
5. El desarrollo morfogenético obedece a un programa de actividades genéticas secuenciales, en espacio y
tiempo, que quedó establecido en el momento de la fecundación.
6. No hay saltos cualitativos no en la constitución genética ni por tanto en la condición humana desde la
fecundación hasta la muerte.
7. El embrión merece la calificación de ser humano y el ser humano es inmutable en su identidad genética
a lo largo de su vida, y por tanto en su condición de persona.
8. No hay argumentos para discutir la condición de la vida humana con la misma intensidad en todas y
cada una de sus etapas.
9. No se puede esgrimir el gemelismo monocigótico como argumento para retrasar el inicio de la vida al
momento de la unicidad (implantación del blastocisto). La individualidad no es incompatible con la
divisibilidad. El gemelismo no demuestra que lo que había antes no fuese una vida humana, sino que a
partir de dicho instante hay más de una vida humana.
10. La utilización del término preembrión se restringe a los textos legales. Es absurdo desde el punto de
vista biológico y una manipulación del lenguaje. Sí de un embrión puede surgir más de un ser humano la
trascendencia moral de su destrucción no solo no es menor sino que se agrava.
Bibliografía recomendada (sobre temas de Bioética)
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2007.
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Jouve, N. Explorando los Genes. Desde el big-bang a la Nueva Biología. Ediciones Encuentro, Madrid
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