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Proponer la fe a los jóvenes hoy

Caminos de renovación para la pastoral juvenil

Toda la acción pastoral de la Iglesia está


comprometida hoy en la transmisión de la fe. La tarea es
ardua. Pero no se trata tanto de elaborar nuevas estrategias,
cuanto de precisar y ahondar nuestro compromiso en la fe
en el Dios de Cristo Jesús. Esta preocupación aparece
fuertemente sentida en los documentos oficiales y, de
manera particular, en las orientaciones y pautas que las
distintas Conferencias Episcopales han presentado en estos
últimos años para guiar la acción pastoral entre los jóvenes.
Si la transmisión de la fe constituye realmente una
preocupación eclesial de fondo, el llegar a precisar las
grandes opciones de una pastoral juvenil atenta a la verdad
del evangelio y a las exigencias de los tiempos nuevos,
señala un desafío al que necesariamente hay que responder.

Este artículo pretende presentar, de forma concisa,


las orientaciones que proponen algunos de estos documentos
En concreto, he tenido en cuenta los tres documentos
siguientes: Proposer aujourd'hui la foi aux jeunes: une forcé
pour vivre, (Asamblea de Obispos de Québec, Éditions Pides
2000); Educare i Giovanní alia Fede (Conferencia Episcopal
Italiana, Roma 1999); Proponer la fe en la sociedad actual
(Conferencia Episcopal Francesa, traducción en Ecdesia núms.. Artículo
2835-36, 5 y 12 de abril 1997). No he tenido directamente
en cuenta el breve documento de la Conferencia Episcopal
Española: Orientaciones sobre pastoral juvenil (1991), por Proponer la fe a los jóvenes hoy
haber sido analizado y comentado en esta revista. Cf. J. L.
MORAL, "Orientaciones de la Conferencia Episcopal sobre Autor
pastoral juvenil", Misión joven 180-181(1992)45-48. Puede
resultar de interés, la aplicación a la pastoral juvenil de las Eugenio Albuquerque
orientaciones publicadas en el Plan pastoral de los años
2002-2005: "Una Iglesia esperanzada" (Madrid, 2002).
Publicación

No es mi intención realizar un análisis crítico, ni un Misión joven


estudio comparativo de dichos textos, sino simplemente
exponer de forma sistemática el planteamiento, las opciones Revista de pastoral juvenil
y los caminos que ofrecen. Lo hago, no de forma
pormenorizada, presentando la exposición de cada uno de
los documentos, sino globalmente, buscando una visión de Sumario
conjunto. Para llegar a una visión más completa de su
orientación pastoral remito al lector a los citados documentos. nº 318 - 319
En su conjunto ofrecen una reflexión rica y estimulante
sobre las perspectivas y nuevos modos de intervención para Año
acompañar a los jóvenes al encuentro con Cristo. Pueden
representar un signo de la dirección que está tomando en
las Iglesias particulares la pastoral juvenil. 2003
Comentario

El director de la publicación Misión Joven, Eugenio Albuquerque, analiza a continuación las


aportaciones realizadas en tres textos recientes de varias conferencias episcopales acerca de la situación
actual de la pastoral Juvenil» descubriendo unas sugerentes pistas convergentes de actuación.

En concreto, ha tenido en cuenta los tres documentos siguientes: Proposer aujourd'hui la foi
aux jeunes: une forcé pour vivre, (Asamblea de Obispos de Québec, Éditions Pides 2000); Educare i
Giovanní alia Fede (Conferencia Episcopal Italiana, Roma 1999); Proponer la fe en la sociedad actual
(Conferencia Episcopal Francesa, traducción en Ecdesia núms.. 2835-36, 5 y 12 de abril 1997). No he
tenido directamente en cuenta el breve documento de la Conferencia Episcopal Española: Orientaciones
sobre pastoral juvenil (1991), por haber sido analizado y comentado en esta revista. Cf. J. L. MORAL,
"Orientaciones de la Conferencia Episcopal sobre pastoral juvenil", Misión joven 180-181(1992)45-48.
Puede resultar de interés, la aplicación a la pastoral juvenil de las orientaciones publicadas en el Plan
pastoral de los años 2002-2005: "Una Iglesia esperanzada" (Madrid, 2002).

Un mundo que cambia


La acción pastoral parte de la realidad. Antes de proponer el mensaje, hay que conocer el
mundo, la historia, los hombres a quienes se quiere evangelizar. Es necesario, pues, el análisis de la
realidad del mundo en que vivimos.
En estos comienzos del siglo XXI, los católicos somos conscientes de que hemos de enfrentarnos
a una situación crítica. Los síntomas son muy numerosos y en la Iglesia, con frecuencia, se perciben
con temor e inquietud. No puede menos que preocupar la pérdida de una cierta memoria cristiana,
el descenso de la práctica religiosa, las dificultades de un contexto social muy secularizado. Realmente,
en nuestra sociedad, está en juego el lugar y el porvenir de la fe. Pero esta situación crítica no nos
puede llevar a quedar anclados en el pasado, en el desaliento, en la nostalgia. Al contrario, impulsa a
ir a las fuentes de las fe, a hacernos discípulos y testigos del Resucitado, de una forma más decidida
y radical. Especialmente la acción pastoral entre los jóvenes comienza no por el rechazo sino con la
lectura y acogida crítica del cambio social. Estamos cambiando de mundo y de sociedad. Desaparece
un mundo y otro nuevo está emergiendo sin que exista ningún modelo preestablecido para su construc-
ción. Es preciso, pues, fijar la atención en los aspectos que impregnan más fuertemente la mentalidad
y la sensibilidad de los jóvenes. Así lo hacen los documentos señalados de las Conferencias Episcopales.
De manera muy b r e v e i n d i c o a l g u n o s q u e m e p a r e c e n de especial relevancia.
- Una cultura marcada por las comunicaciones
Actualmente el horizonte de los jóvenes es el mundo de las imágenes y de la información. Los medios
de comunicación desarrollan en ellos nuevos modos de pensar y nuevos caminos para acceder al
conocimiento. Esta evolución hace difícil la praxis pedagógica y el discurso religioso tradicionales. Pero
estimula también a renovar los modos de comunicar la fe.
- Un contexto de pluralismo
El pluralismo es un estado de hecho, que exige ser reconocido con todas sus implicaciones. Los
jóvenes crecen al contacto con la diversidad (étnica, religiosa, cultural, ética). No existe ya una sola
palabra, una sola lengua, una sola opción posible, existen muchas; y este pluralismo puede conducir
a la indiferencia. Pero puede abrir también a la tolerancia y a la libertad.
- Valorización de la autonomía de la persona
Ser uno mismo constituye hoy una reivindicación fundamental. El primer compromiso de crecimiento
de los jóvenes es construir la propia identidad. Buscan puntos de referencia, pero se rebelan contra
todo intento de adoctrinamiento. Sienten vivamente el derecho de expresarse y de decidir. Esto comporta
el riesgo de la incertidumbre y del error; pero también la posibilidad de que lleguen un día a decir
personalmente: "Creo".
- Una cultura democrática que valora la participación y el diálogo
Independientemente de su mayor o menor efectividad, la democracia aparece hoy como un
cauce de convivencia que constituye un bien en sí mismo. Y en el contexto democrático se manifiestan
como grandes aspiraciones humanas la igualdad y la participación. También los jóvenes las sienten
vivamente. Quieren participar y expresar su opinión; y, ciertamente, la participación y el diálogo son
un camino obligado para alcanzar la verdad y vivir la fe.
- Una cultura pragmática y crítica, marcada por la ciencia y la técnica
Ciencia y técnica conforman la sociedad moderna y configuran un tipo de hombre con una
mentalidad nueva: una mentalidad científico-técnica. Esta civilización científico-técnica busca la producción
y la eficacia. Por la eficacia se mide incluso la verdad. Este acercamiento a la realidad contrasta con la
fe. Es, pues, la ocasión de replantear con los jóvenes los caminos de acceso a la verdad, la relación
entre ciencia y fe. Y es también la ocasión de redescubrir que también la fe tiene que llegar a ser
práctica, porque "la fe sin obras está muerta" (St 2, 17).
- Un contexto de profundas desigualdades sociales
A nivel mundial no deja de crecer la distancia entre los países pobres y los países ricos; y la
globalización de los circuitos financieros y económicos tiende a agravar esta distancia. Muchos jóvenes
viven en un contexto de paro y precariedad del empleo, de pobreza, miseria y exclusión social. Hoy
no es posible proponer la fe a los jóvenes si no es haciéndonos efectivamente presentes ante las
desigualdades de quienes las sufren y testimoniando que la fe en Jesucristo constituye la razón primera
de nuestra acción y la fuente de nuestra esperanza.

Situarse en una nueva perspectiva


El nuevo contexto cultural nos impulsa a una "conversión pastoral", a situarnos en una nueva
perspectiva al intentar proponer la fe cristiana a los jóvenes. Quizás, durante mucho tiempo nos hemos
acostumbrado a pensar la transmisión de la fe desde el modelo del río que va creciendo poco a poco,
aumentando su caudal y alargando su curso por medio de sus numerosos afluentes. La tradición de
la fe tenía su origen en la familia. Después, durante la infancia y la adolescencia alargaba su curso
con el afluente mayor de la escuela y de la enseñanza religiosa. Enseguida colaboraban también las
parroquias con la catequesis y formación cristiana. Así, la transmisión de la fe crecía en relación
con la edad y conservaba su vigor a lo largo de la existencia, apoyada en el funcionamiento de las
instituciones sociales y eclesiales.
Pero esta imagen del río y de sus afluentes no se corresponde ya con la situación actual.
Frecuentemente, en la familia, la fuente está muy seca; en la escuela, la aportación religiosa se ha
reducido o ha quedado eliminada, y las parroquias solo llegan a una pequeña parte de bautizados.
Es decir, los lugares institucionales que apoyaban y alimentaban la fe, han sufrido un fuerte desgaste.
Quizás, por ello, sea necesario dejar el modelo del río. En las actuales condiciones socio-culturales
parece que lo verdaderamente importante es remontarse a la fuente misma de la fe. Es decir, al centro
de la experiencia de los creyentes. La fuente se encuentra en las personas, en los momentos esenciales
de su vida, en sus experiencias fundamentales. Esta fuente constituye el punto de partida de cualquier
itinerario. Es preciso, pues, buscarla, robustecerla, canalizarla sin tregua, atentos al pozo secreto que
cada uno tiene en lo más profundo de sí mismo.
Ésta es, en realidad, la imagen y el modelo que sugiere la Biblia para los tiempos de niebla
y oscuridad. En esta perspectiva de volver a la fuente se sitúan los profetas en el tiempo del exilio
y postexilio, cuando los fundamentos habían sido destruidos, cuando habían desaparecido los
soportes religiosos tradicionales: el Templo, los sacerdotes, el ambiente religioso. En esta situación,
anuncian que la nueva alianza de Dios va a surgir del corazón de los hombres: "Os daré un corazón
nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo... Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os
conduzcáis según mis preceptos y practiquéis mis normas" (Ez 36, 26-27). Y esta imagen de la fuente
inspira también el diálogo de Jesús con la mujer Samaritana, marginada de su pueblo y alejada de
la fe. Jesús le pide agua; y en ella aviva "la fuente de agua que brota para la vida eterna" (Jn 4,14).
Es necesario volver a la fuente, olvidar y abandonar el esquema de los canales y acueductos
pastorales que ya no dan agua, y buscar las fuentes de la fe, que arraigan en la realidad de la vida.
Volver a la fuente es mucho más que proponer creencias o suscitar la adhesión a un sistema. Es, sobre
todo, suscitar la experiencia espiritual que surge de la vida, que sorprende, que hace intuir lo esen-
cial, que alienta y pone en camino, que hace vivir. Es enseñar a reconocer en las distintas edades, la
fuente que el Espíritu hace brotar en el corazón de las personas como un don fecundo. Desde esta
perspectiva, la educación en la fe no es, ante todo, cuestión de medios, métodos y estrategias; es,
principalmente, cuestión de redescubrir la fuente.
Por ello, esta nueva perspectiva en la que es necesario situarse, urge a estar más atentos a los
procesos que a los programas. El programa sugiere siempre la idea de lo fijo y establecido; el proceso
se concentra en la persona, en su autonomía y en su propio caminar. Hace pasar de una verdad
aprendida a una verdad experimentada, asimilada, convertida en convicción personal.
La fe, al proponer una visión del mundo, comporta siempre enseñanza, conocimiento, verdades.
A lo largo de los tiempos, estas verdades se han transmitido a través de múltiples canales: predicación,
testimonio de los mártires, pinturas y frescos de las catacumbas e iglesias de los primeros siglos, piedra
y vidrieras de las catedrales, música, fiestas, ritos litúrgicos, enseñanza del catecismo. Hoy, frente a
la pluralidad de los medios de comunicación y la evolución pedagógica, nos encontramos ante el reto
de encontrar los medios y lenguajes adecuados para estimular la fe y el compromiso de los jóvenes.
Pero, sobre todo, es el momento de llegar a la convicción que la fe se propone, principalmente, por
el testimonio de vida de los creyentes. La fe se aprende mediante la experiencia compartida, junto a
hermanos y hermanas que sacan del evangelio la fuerza y el sentido para vivir.
Proponer hoy la fe a los jóvenes no es tanto cuestión de programaciones, cuanto de sugerir
itinerarios de vida y de acompañarles en el propio caminar. Quizás el modelo evangélico de este proceso
sea el que llevan a cabo los discípulos de Emaús que regresan tristes y desalentados a su aldea. Mientras
caminan, encuentran al Resucitado que vuelve a encender su esperanza y los pone en camino hacia
los hermanos.

Caminar con los jóvenes


La nueva e inestable situación cultural, representa un desafío muy fuerte, estimula a los
educadores de la fe a situarse en una nueva perspectiva, obliga a renovar en profundidad el modo
de concebir y realizar la educación en la fe. Pero este desafío no ha de desalentar; ha de motivar, más
bien, para llegar a nuevos puntos de referencia para afrontar con audacia y confianza esta nueva etapa
de la evangelización. Ello requiere, especialmente, guías y acompañantes competentes, hombres y
mujeres que conozcan la condición juvenil y generosamente estén dispuestos a iniciar un camino de
fe junto a los jóvenes.
Ante todo, la acción pastoral requiere escucha y acogida, con la misma disponibilidad con la
que el Señor se hizo compañero de viaje de los dos discípulos en el camino de Emaús, para atender
sus interrogantes e interpretar sus esperanzas. Pero es necesario también asumir categorías interpretativas
apropiadas que ayuden a conocer y comprender su cultura y su lenguaje, los medios por los que se
expresan, sus necesidades más profundas. Desde la empatía, no desde el rechazo, los educadores
de la fe hemos de ser capaces de discernir lo "verdadero y noble" que estas culturas presentan bajo
el ropaje de la novedad.
La escucha y el acompañamiento nos estimulan en una doble dirección: superar los confines
habituales de la acción pastoral, para explorar los lugares en los que los jóvenes viven, se encuentran
y expresan su propia originalidad, y un esfuerzo de personalización, que, llegando a cada joven, lo
haga sentirse persona escuchada y acogida por sí misma.
Esta atención particular implica algunas exigencias pastorales, que podrían resumirse así:

- Toda la comunidad cristiana está llamada a un camino de conversión y a un testimonio


evangélico coherente, que la haga "casa de acogida" para los jóvenes.

- Hay que buscar a los jóvenes, donde ellos están, acudiendo a los lugares donde viven, trabajan
o se divierten. Muchas veces, ello va a exigir dejar nuestros esquemas habituales, nuestras programaciones
y proyectos.

- Los nuevos lugares, lenguajes y modelos de vida de los jóvenes reclaman de la comunidad
eclesial que haga una lectura puntual y apasionada del mundo juvenil, a partir de su horizonte cultural.

- Los educadores de los jóvenes hemos de acertar en ofrecer propuestas de encuentro y atención
educativa, iniciativas de animación y procesos personalizados; y, en particular, es necesario ofrecer
figuras educativas creíbles en la familia, en la escuela, en las actividades de tiempo libre, en la calle.
También los educadores de la fe, tenemos que aprender a trabajar "en red", valorando la riqueza que
proviene de la pluralidad de "agencias" educativas.
- Hemos de aprender, especialmente, a estar con los jóvenes. No es cuestión de edad, ni de
actitudes "paternalistas". Implica un corazón joven y maduro al mismo tiempo. Pero este "saber estar"
con los jóvenes, exige unas actitudes coherentes: comprensión, empatía, diálogo, impulso misionero

En el centro, la persona de Cristo los jóvenes

Afirmar que Cristo Jesús es el centro y el corazón de todo camino de fe significa fijar la atención
pastoral en su núcleo fundamental. Evangelizar es siempre anunciar la persona viva de Cristo. Es
anunciar un hecho histórico: Jesús de Nazaret, Hijo de Dios encarnado, crucificado y resucitado. Es
anunciar su presencia siempre actual en la Iglesia. Jesucristo es la respuesta de la Iglesia al hombre
que se pregunta sobre el sentido de la vida, experimentada como enigma, problema y misterio.
Especialmente, constituye la respuesta definitiva para los jóvenes, que se abren a la vida entre la
incertidumbre y la esperanza.

Por eso, la educación en la fe conduce al encuentro con Cristo. Precisamente este encuentro vital
con la persona de Jesucristo permite superar un doble peligro en la comprensión cristiana de la fe:
una concepción abstracta que la reduce a áridas fórmulas doctrinales y una concepción puramente
emotiva. La auténtica evangelización lleva a reconquistar las razones fuertes de la fe y su dimensión
global en relación a la vida, evitando contraponer razón y corazón, y valorando también las dimensiones
más cercanas a la sensibilidad de los jóvenes, como la búsqueda de sentido, la dimensión estética, los
caminos del corazón.

Pero los procesos de este encuentro deben huir de la tentación de los senderos solitarios, para
encontrar el camino en la comunidad eclesial: una comunidad capaz de ofrecer junto a lo esencial del
anuncio, espacios de silencio y oración, la pasión por los pobres, el signo vivo del amor en la comunión.
De todo ello provienen algunas opciones concretas:

- Necesidad de proponer a los jóvenes una visión integral de la persona de Cristo, mediante
un anuncio y catequesis que han de hacerse también cultura.

- Ofrecer lugares de silencio, interiores y físicos (como monasterios, casas de retiro), que ayuden
a educar para la oración y la amistad con Cristo.

- Iniciar a los jóvenes en la vida como respuesta a una vocación, ayudándoles a ver que su
camino de seguimiento de Cristo tiene que realizarse concretamente en un estado de vida, sin temor
a las propuestas exigentes, especialmente a la llamada a un proyecto de santidad.

- En esta perspectiva vocacional puede comprenderse y valorarse mejor la experiencia del


voluntariado como servicio y disponibilidad a Cristo y a los hermanos.

- Promover una auténtica espiritualidad laical como camino de santidad, que encarna el
mandamiento del amor en las relaciones personales y en el compromiso de humanización del mundo.

- Y especialmente el encuentro con Jesús encuentra un espacio específico de realización en el


compromiso por la justicia, vivido en las situaciones lacerantes de marginación y pobreza.

Pero, de manera particular, el encuentro con Cristo conduce al seguimiento. Si el anuncio del
evangelio ha sido y es exigente, es porque dicho anuncio ha de hacerse testimonio. Es cierto que no
se puede confundir la fe con la moral, ni presentar a los jóvenes una fe moralizante. Pero existe el
peligro de perder de vista en qué medida el encuentro con el Dios de Jesucristo puede modificar y
esclarecer de una forma nueva el significado de nuestra vida y el campo de nuestra acción concreta.
No cabe duda de que la radicalidad de las cuestiones éticas, especialmente las que se plantean los
jóvenes, nos invitan a comprender por que y cómo nuestras formas de vivir y de obrar son inseparables
de nuestra propuesta de fe. Es hoy sumamente importante que en la acción pastoral con los jóvenes
nos atrevamos a vincular la propuesta de la fe a la moral, porque, en realidad, está en juego la misma
definición del acto de fe en Jesucristo. Decir "creo" compromete un obrar que atestigüe que vivimos
realmente "en Cristo", y "según el Espíritu". El vínculo entre fe y moral es constitutivo de la experiencia
cristiana, de manera que cualquier separación haría vana la adhesión de la fe, privándola de su propia
naturaleza de respuesta al amor gratuito de Dios.
Esto no significa que la vida cristiana esté constituida en primer lugar por la conformidad a
unas normas éticas, sino, fundamentalmente por una disposición y una orientación de la libertad suscita-
das por la acogida de la salvación de Dios en Jesucristo. Lo verdaderamente importante no es tanto
preguntarse: ¿qué debo hacer?, sino ¿quién tengo que ser?, y ¿qué tengo que llegar a ser para que
mi vida sea realmente respuesta al don recibido? Es decir, para los creyentes, la norma moral concreta,
personal y universal es Cristo. La contemplación de la figura de Cristo, la escucha de su palabra iluminan
y forjan la libertad humana, haciéndola entrar en una visión de la existencia conforme a la voluntad
de Dios.
Caminos que hay que recorrer
Los caminos de iniciación y educación en la fe son muchos. Está, ante todo, el camino de la vida,
con sus satisfacciones y frustraciones; el del servicio, el de la Palabra compartida con los creyentes, el de la
oración interior, el del pan partido en memoria del Resucitado. Y es importante proponer a los jóvenes este
conjunto de caminos como proceso de iniciación y de acceso a la experiencia cristiana.
- El camino de la vida
Dios se hace cercano, ante todo, en el centro de la vida, de la existencia y de la historia personal
de cada uno. La vida es siempre maravillosa y, al mismo tiempo, frágil. Maravillosa, como esplendor de
la creación; frágil, como la salud. Es, al mismo tiempo, dulce y amarga. Junto a la felicidad de vivir, coexisten
las dificultades de la vida cotidiana.
Los jóvenes no escapan a esta experiencia vital bajo ambos aspectos. Junto a la alegría de vivir, de
crecer, de descubrir, de servir, de lograr, está también la experiencia del dolor, de la soledad, de la violencia,
del fracaso, de las familias rotas, de la pobreza, de un porvenir incierto. A través de las alegrías y de las
desventuras, los jóvenes tienen necesidad de probar y de conservar el gusto de vivir. Deben descubrir que
la vida, aún cuando pueda ser dura, es buena; que, a pesar de todo, es verdaderamente mejor que la
muerte.
La "crisis del creer" supera el ámbito religioso. Muchos jóvenes no llegan a creer en la vida, en el
amor, en el futuro. ¿Cómo podrán llegar a creer en Dios? Es, pues, sumamente importante acompañarles
en el camino de la vida, para ayudarles a acoger la belleza y la dureza de la existencia. En un tiempo en el
que muchos jóvenes encuentran difícil vivir y sienten incluso un hondo malestar por la vida, la fe en el Dios
de la vida es inseparable de la fe en la vida.
- El camino del servicio
Es el camino que abre al sentido social, al compromiso por la justicia y la solidaridad. Esta experiencia
de servicio, de cualquier tipo que sea (social, comunitario, deportivo, humanitario, eclesial) expresa, con
frecuencia, un estímulo en el camino moral, espiritual y religioso de los jóvenes.
En un tiempo de inflación de discursos y palabras, los jóvenes se muestran especialmente sensibles
a los hechos. A través del servicio concreto aprenden a superarse y descubren la trascendencia, el "sacramento
del hermano".
- El camino de la palabra compartida
La experiencia de la palabra -con los compañeros, con los padres- es fundamental para el crecimiento
humano, para la identidad personal y la comunión. No puede sorprender, por tanto, que también en la
experiencia cristiana alcance un lugar privilegiado. Acogida en la propia vida, compartida en fraternidad,
sentida en el testimonio de los primeros creyentes, proclamada y meditada en los encuentros de oración,
la Palabra incesantemente convoca, interpela, ilumina, reconforta y compromete.
Es importante que los jóvenes puedan hacer esta experiencia de la palabra que los hace volver
sobre sí mismos, mientras descubren la Palabra de Dios. El aprendizaje de este diálogo entre la palabra
humana y la palabra de Dios supone un contacto frecuente y significativo con la Biblia.
- El camino de la oración interior
Es el camino del corazón, de la interioridad. Comenzar a orar es fruto de una enseñanza. Se puede
hablar de iniciación a la oración. En sus comienzos, el niño reza balbuceando invocaciones y palabras que
escucha a los adultos. Poco a poco, la oración se convierte en un camino para hacerse responsables de la
propia vida, en ocasión para acoger la vida, con sus sombras y sus silencios, para contar la propia vida a
Dios.
- El camino del pan partido
Es el camino que conduce a Emaús, el camino del encuentro con el Resucitado. Es la experiencia
de la vida leída y contada a la luz de su palabra y de sus gestos, de la vida iluminada y celebrada en
la certeza de su presencia y cercanía. Es la experiencia del Señor que nos alcanza y nos acompaña
en nuestros caminos humanos: nacimiento, crecimiento, amor, perdón, enfermedad, muerte. De
manera especial, es la experiencia de la Eucaristía, signo y memoria de Cristo que ofrece su vida para
la salvación del mundo.
En la iniciación cristiana, siempre ha tenido una importancia muy grande la reunión comunitaria
para compartir la Palabra y el Pan en memoria del Señor. Hoy sigue siendo un reto abrir a los jóvenes
a este misterio del Pan partido y entregado para que lleguen a experimentar, en la mesa
compartida, el amor, la fraternidad y el servicio.

Algunas opciones concretas


A la luz del contexto social descrito y de la necesidad de situarnos, como pastores y
educadores de la fe, en una nueva perspectiva, podemos entrever también algunas grandes
opciones y decisiones de fondo, que deben orientar la acción pastoral entre los jóvenes. Señalo, de
forma sintética y como conclusión, algunas de las señaladas con mayor insistencia en los documentos
que han servido de base a esta reflexión.
1. Sin duda, la preocupación fundamental de la pastoral juvenil se concentra en retomar su
verdadero carácter misionero. Su centro es y ha de ser siempre la educación en la fe, la comunicación a
los jóvenes del misterio del Dios vivo y verdadero, fuente de alegría y esperanza. Como recordaba Pablo
VI, la evangelización es la gracia y la vocación propia de la Iglesia; constituye su identidad más profunda
(cf. EN 14). A ello tiende toda la pastoral eclesial, teniendo en cuenta que la misión se realiza, ante
todo, por lo que se es, antes que por lo que se dice o se hace. Por ello, si queremos imprimir un
dinamismo misionero a la acción pastoral con los jóvenes, si queremos ser creíbles en la tarea
evangelizadora, es necesario nuestro propio testimonio de evangelizadores evangelizados. Hay
que ser testigos, antes de convertirse en maestros. Especialmente los jóvenes poseen un vivo
sentido de la autenticidad y lo que necesitan es ver encarnados los valores del Reino en quienes
los anuncian.
2. La educación de la fe pretende llevar a los jóvenes a un gradual y continuo descubrimiento
y a una generosa adhesión a Cristo. Por ello, tiene, necesariamente, un sentido progresivo. Madura
lentamente, conduciendo a la transformación del hombre a imagen de Cristo. Lo verdaderamente
importante es acompañar a los jóvenes para guiarlos a una auténtica mentalidad de fe, lo que
significa la capacidad de ver la vida como Él, amar y abrirse a los hombres como Él.
3. La adhesión a Cristo y la transformación del hombre a su imagen supone una relación intensa
entre fe y vida. Supone lo que justamente entendemos con la expresión "integración fe-vida". La fe debe
integrar la vida de los jóvenes. Pastoralmente, esto significa trabajar educativamente para formar una
personalidad cuyos criterios de acción y de discernimiento se refieran a Jesucristo y a su mensaje, como
la respuesta que proviene de la vida misma; es decir, para que Jesucristo llegue a ser realmente el
centro unificador de toda la existencia.
4. Este camino lento de madurez en la fe exige también un proceso educativo adecuado a la
evolución y desarrollo del propio caminar cristiano. Y en la perspectiva de los procesos, los
educadores de la fe han de acertar en la propuesta de itinerarios de iniciación y de catecumenado.
Los itinerarios de educación en la fe son múltiples; pero hay que intentar también que sean sencillos,
concretos y, sobre todo, que partan y lleven directamente a la fuente, a lo esencial. Tendrían
que iniciarse ya en el ámbito de la misma familia, porque corresponde a los padres la primera
iniciación cristiana de los hijos. Después, se prolongaría esta tarea en la escuela, en la parroquia,
en los movimientos, asociaciones y grupos juveniles. Por una parte, la vida misma sugiere los
itinerarios apropiados de acuerdo con el proceso de desarrollo, evolución y crecimiento. Por
otra, la Iglesia propone itinerarios litúrgicos (tiempos del año litúrgico, iniciación sacramental,
celebración dominical) que pueden acompañar el crecimiento cristiano. Todos ellos han de ofrecer
a los jóvenes, la posibilidad de compartir la fe junto a otros creyentes, un ambiente de valores
vivos, un campo de acción suficientemente amplio, expresión y creatividad en la celebración de la
fe, compromisos concretos.
5. Es necesario subrayar, explícitamente, la dimensión educativa de la pastoral juvenil, que
supone una estrecha relación entre educación y educación de la fe. Si se define como "educación
de la fe", necesariamente le es esencial dicha dimensión, que conlleva la preocupación no solo por
la propuesta de fe, sino también por la condición existencial de la comunicación y del nivel de
madurez de los destinatarios. Todo ello implica la exigencia de un especial cuidado a las distintas
etapas del crecimiento, a las disposiciones del sujeto, a sus ritmos de maduración, a la pedagogía
del proceso evangelizador y a las metodologías empleadas
6. La acción evangelizadora parte de la comunidad y conduce a la comunidad. No sería
bueno entender la responsabilidad de la evangelización como una tarea de "especialistas". Es una
tarea de toda la comunidad cristiana. Ella alcanza su verdadero rostro cuando vive la comunión y
se lanza a la misión de los más alejados. Por el anuncio y testimonio de la fe, la comunidad cristiana
llega a ser el ambiente más propicio para la iniciación, la acogida de la Palabra y el compromiso.
Resulta, pues, una tarea primordial construir la comunidad cristiana, educar para vivir en ella
y participar en su vida. Es el horizonte imprescindible de la pastoral juvenil, conscientes, al
mismo tiempo, de que para que las comunidades puedan llegar a ser evangelizadoras y para
que los jóvenes puedan insertarse en ellas, es necesario la elección del "grupo", como método
para conducir a la comunidad.
7. Especialmente la situación actual estimula a caminar juntos hacia lo esencial. Se trata
de ir decididamente al corazón de la fe. Es un llamamiento que lo ha escuchado la Iglesia muchas
veces en el curso de la historia, pero que, además, constituye una ley constante del crecimiento
de la fe. Sobre todo en los periodos críticos, los movimientos de renovación cristiana y apostólica
han surgido siempre de una profundización en la fe. En cada época, los creyentes hemos de
apropiarnos de una manera particular del sentido de la Palabra y hemos de recrear y rescribir
el evangelio. Solo desde esta exigencia de ir a lo esencial del don de Dios en Jesucristo, es posible
comprender la verdadera propuesta de la fe en la sociedad actual y en los jóvenes. No se trata de
presentar algo nuevo, sino de reconocer las nuevas condiciones en las que debemos vivir y anunciar
el evangelio.
8. La propuesta de la fe a los jóvenes tiene que insertarse en su historia concreta, intentando
captar y comprender los interrogantes que les preocupan. Se evangeliza no al margen ni después
de la experiencia humana, sino desde el interior mismo de ella. De manera especial, los jóvenes exi-
gen un nuevo lenguaje. Sometidos a un continuo bombardeo de ideas, de afirmaciones, de
acontecimientos, viven con intensidad el surgir de su personalidad, el descubrimiento de los valores
fundamentales y el desarrollo de la sociedad. Su vocabulario evoluciona continuamente, de una ci-
vilización lineal, basada en la escritura, al mundo audiovisual. Todo su sistema de comunicación tiene
un estilo característico, en el que se debe pensar y expresar el evangelio, para que llegue a ser para
ellos anuncio de alegría y buena nueva.
9. Es importante llegar a una mayor-convergencia y unidad entre la pastoral de niños, de
preadolescentes y la pastoral juvenil y familiar. La pastoral juvenil ha de estar precedida de una seria
iniciación cristiana de los niños y adolescentes. Y después, el itinerario de educación en la fe de los
jóvenes continúa en la perspectiva de la pastoral del matrimonio y la familia. Tiene que existir una
conexión entre pastoral juvenil y pastoral familiar para que el camino de los jóvenes hacia el
sacramento del matrimonio resulte también una ocasión propicia para el robustecimiento de la opción
de fe, de la pertenencia a la Iglesia, del descubrimiento de la vocación al matrimonio y de su vivencia
cristiana. Instrumento privilegiado para llegar a tal conexión es la elaboración del proyecto pastoral
por parte de la comunidad local.
10. Todo ello subraya la importancia de la parroquia, como ámbito apropiado para la propuesta
de la fe a los jóvenes. Hoy se encuentran frente a fuertes desafíos como: el retroceso de la práctica
dominical, la ausencia casi total de jóvenes y de jóvenes adultos, la escasez creciente de vocaciones
sacerdotales. Es importante que los jóvenes encuentren en la parroquia el espacio donde resuena
el evangelio, como un lugar de acogida para vivir y compartir la fe. De manera particular, en la
parroquia se ha de valorar la iniciación cristiana de los jóvenes cuando piden el sacramento del
perdón, de la eucaristía, de la confirmación, del matrimonio, ofreciéndoles no solo una preparación
litúrgica, sino un verdadero itinerario evangélico. Del mismo modo, ha de desarrollar la dimensión
catecumenal y participativa, y ha de ofrecer iniciativas de formación bíblica y teológica, ocasiones para
entrar en contacto con personas significativas de la comunidad (voluntarios, agentes de pastoral,
catequistas, sacerdotes, creyentes comprometidos en la acción social), abriendo nuevos caminos
de expresión y de compromiso.

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