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En concreto, ha tenido en cuenta los tres documentos siguientes: Proposer aujourd'hui la foi
aux jeunes: une forcé pour vivre, (Asamblea de Obispos de Québec, Éditions Pides 2000); Educare i
Giovanní alia Fede (Conferencia Episcopal Italiana, Roma 1999); Proponer la fe en la sociedad actual
(Conferencia Episcopal Francesa, traducción en Ecdesia núms.. 2835-36, 5 y 12 de abril 1997). No he
tenido directamente en cuenta el breve documento de la Conferencia Episcopal Española: Orientaciones
sobre pastoral juvenil (1991), por haber sido analizado y comentado en esta revista. Cf. J. L. MORAL,
"Orientaciones de la Conferencia Episcopal sobre pastoral juvenil", Misión joven 180-181(1992)45-48.
Puede resultar de interés, la aplicación a la pastoral juvenil de las orientaciones publicadas en el Plan
pastoral de los años 2002-2005: "Una Iglesia esperanzada" (Madrid, 2002).
- Hay que buscar a los jóvenes, donde ellos están, acudiendo a los lugares donde viven, trabajan
o se divierten. Muchas veces, ello va a exigir dejar nuestros esquemas habituales, nuestras programaciones
y proyectos.
- Los nuevos lugares, lenguajes y modelos de vida de los jóvenes reclaman de la comunidad
eclesial que haga una lectura puntual y apasionada del mundo juvenil, a partir de su horizonte cultural.
- Los educadores de los jóvenes hemos de acertar en ofrecer propuestas de encuentro y atención
educativa, iniciativas de animación y procesos personalizados; y, en particular, es necesario ofrecer
figuras educativas creíbles en la familia, en la escuela, en las actividades de tiempo libre, en la calle.
También los educadores de la fe, tenemos que aprender a trabajar "en red", valorando la riqueza que
proviene de la pluralidad de "agencias" educativas.
- Hemos de aprender, especialmente, a estar con los jóvenes. No es cuestión de edad, ni de
actitudes "paternalistas". Implica un corazón joven y maduro al mismo tiempo. Pero este "saber estar"
con los jóvenes, exige unas actitudes coherentes: comprensión, empatía, diálogo, impulso misionero
Afirmar que Cristo Jesús es el centro y el corazón de todo camino de fe significa fijar la atención
pastoral en su núcleo fundamental. Evangelizar es siempre anunciar la persona viva de Cristo. Es
anunciar un hecho histórico: Jesús de Nazaret, Hijo de Dios encarnado, crucificado y resucitado. Es
anunciar su presencia siempre actual en la Iglesia. Jesucristo es la respuesta de la Iglesia al hombre
que se pregunta sobre el sentido de la vida, experimentada como enigma, problema y misterio.
Especialmente, constituye la respuesta definitiva para los jóvenes, que se abren a la vida entre la
incertidumbre y la esperanza.
Por eso, la educación en la fe conduce al encuentro con Cristo. Precisamente este encuentro vital
con la persona de Jesucristo permite superar un doble peligro en la comprensión cristiana de la fe:
una concepción abstracta que la reduce a áridas fórmulas doctrinales y una concepción puramente
emotiva. La auténtica evangelización lleva a reconquistar las razones fuertes de la fe y su dimensión
global en relación a la vida, evitando contraponer razón y corazón, y valorando también las dimensiones
más cercanas a la sensibilidad de los jóvenes, como la búsqueda de sentido, la dimensión estética, los
caminos del corazón.
Pero los procesos de este encuentro deben huir de la tentación de los senderos solitarios, para
encontrar el camino en la comunidad eclesial: una comunidad capaz de ofrecer junto a lo esencial del
anuncio, espacios de silencio y oración, la pasión por los pobres, el signo vivo del amor en la comunión.
De todo ello provienen algunas opciones concretas:
- Necesidad de proponer a los jóvenes una visión integral de la persona de Cristo, mediante
un anuncio y catequesis que han de hacerse también cultura.
- Ofrecer lugares de silencio, interiores y físicos (como monasterios, casas de retiro), que ayuden
a educar para la oración y la amistad con Cristo.
- Iniciar a los jóvenes en la vida como respuesta a una vocación, ayudándoles a ver que su
camino de seguimiento de Cristo tiene que realizarse concretamente en un estado de vida, sin temor
a las propuestas exigentes, especialmente a la llamada a un proyecto de santidad.
- Promover una auténtica espiritualidad laical como camino de santidad, que encarna el
mandamiento del amor en las relaciones personales y en el compromiso de humanización del mundo.
Pero, de manera particular, el encuentro con Cristo conduce al seguimiento. Si el anuncio del
evangelio ha sido y es exigente, es porque dicho anuncio ha de hacerse testimonio. Es cierto que no
se puede confundir la fe con la moral, ni presentar a los jóvenes una fe moralizante. Pero existe el
peligro de perder de vista en qué medida el encuentro con el Dios de Jesucristo puede modificar y
esclarecer de una forma nueva el significado de nuestra vida y el campo de nuestra acción concreta.
No cabe duda de que la radicalidad de las cuestiones éticas, especialmente las que se plantean los
jóvenes, nos invitan a comprender por que y cómo nuestras formas de vivir y de obrar son inseparables
de nuestra propuesta de fe. Es hoy sumamente importante que en la acción pastoral con los jóvenes
nos atrevamos a vincular la propuesta de la fe a la moral, porque, en realidad, está en juego la misma
definición del acto de fe en Jesucristo. Decir "creo" compromete un obrar que atestigüe que vivimos
realmente "en Cristo", y "según el Espíritu". El vínculo entre fe y moral es constitutivo de la experiencia
cristiana, de manera que cualquier separación haría vana la adhesión de la fe, privándola de su propia
naturaleza de respuesta al amor gratuito de Dios.
Esto no significa que la vida cristiana esté constituida en primer lugar por la conformidad a
unas normas éticas, sino, fundamentalmente por una disposición y una orientación de la libertad suscita-
das por la acogida de la salvación de Dios en Jesucristo. Lo verdaderamente importante no es tanto
preguntarse: ¿qué debo hacer?, sino ¿quién tengo que ser?, y ¿qué tengo que llegar a ser para que
mi vida sea realmente respuesta al don recibido? Es decir, para los creyentes, la norma moral concreta,
personal y universal es Cristo. La contemplación de la figura de Cristo, la escucha de su palabra iluminan
y forjan la libertad humana, haciéndola entrar en una visión de la existencia conforme a la voluntad
de Dios.
Caminos que hay que recorrer
Los caminos de iniciación y educación en la fe son muchos. Está, ante todo, el camino de la vida,
con sus satisfacciones y frustraciones; el del servicio, el de la Palabra compartida con los creyentes, el de la
oración interior, el del pan partido en memoria del Resucitado. Y es importante proponer a los jóvenes este
conjunto de caminos como proceso de iniciación y de acceso a la experiencia cristiana.
- El camino de la vida
Dios se hace cercano, ante todo, en el centro de la vida, de la existencia y de la historia personal
de cada uno. La vida es siempre maravillosa y, al mismo tiempo, frágil. Maravillosa, como esplendor de
la creación; frágil, como la salud. Es, al mismo tiempo, dulce y amarga. Junto a la felicidad de vivir, coexisten
las dificultades de la vida cotidiana.
Los jóvenes no escapan a esta experiencia vital bajo ambos aspectos. Junto a la alegría de vivir, de
crecer, de descubrir, de servir, de lograr, está también la experiencia del dolor, de la soledad, de la violencia,
del fracaso, de las familias rotas, de la pobreza, de un porvenir incierto. A través de las alegrías y de las
desventuras, los jóvenes tienen necesidad de probar y de conservar el gusto de vivir. Deben descubrir que
la vida, aún cuando pueda ser dura, es buena; que, a pesar de todo, es verdaderamente mejor que la
muerte.
La "crisis del creer" supera el ámbito religioso. Muchos jóvenes no llegan a creer en la vida, en el
amor, en el futuro. ¿Cómo podrán llegar a creer en Dios? Es, pues, sumamente importante acompañarles
en el camino de la vida, para ayudarles a acoger la belleza y la dureza de la existencia. En un tiempo en el
que muchos jóvenes encuentran difícil vivir y sienten incluso un hondo malestar por la vida, la fe en el Dios
de la vida es inseparable de la fe en la vida.
- El camino del servicio
Es el camino que abre al sentido social, al compromiso por la justicia y la solidaridad. Esta experiencia
de servicio, de cualquier tipo que sea (social, comunitario, deportivo, humanitario, eclesial) expresa, con
frecuencia, un estímulo en el camino moral, espiritual y religioso de los jóvenes.
En un tiempo de inflación de discursos y palabras, los jóvenes se muestran especialmente sensibles
a los hechos. A través del servicio concreto aprenden a superarse y descubren la trascendencia, el "sacramento
del hermano".
- El camino de la palabra compartida
La experiencia de la palabra -con los compañeros, con los padres- es fundamental para el crecimiento
humano, para la identidad personal y la comunión. No puede sorprender, por tanto, que también en la
experiencia cristiana alcance un lugar privilegiado. Acogida en la propia vida, compartida en fraternidad,
sentida en el testimonio de los primeros creyentes, proclamada y meditada en los encuentros de oración,
la Palabra incesantemente convoca, interpela, ilumina, reconforta y compromete.
Es importante que los jóvenes puedan hacer esta experiencia de la palabra que los hace volver
sobre sí mismos, mientras descubren la Palabra de Dios. El aprendizaje de este diálogo entre la palabra
humana y la palabra de Dios supone un contacto frecuente y significativo con la Biblia.
- El camino de la oración interior
Es el camino del corazón, de la interioridad. Comenzar a orar es fruto de una enseñanza. Se puede
hablar de iniciación a la oración. En sus comienzos, el niño reza balbuceando invocaciones y palabras que
escucha a los adultos. Poco a poco, la oración se convierte en un camino para hacerse responsables de la
propia vida, en ocasión para acoger la vida, con sus sombras y sus silencios, para contar la propia vida a
Dios.
- El camino del pan partido
Es el camino que conduce a Emaús, el camino del encuentro con el Resucitado. Es la experiencia
de la vida leída y contada a la luz de su palabra y de sus gestos, de la vida iluminada y celebrada en
la certeza de su presencia y cercanía. Es la experiencia del Señor que nos alcanza y nos acompaña
en nuestros caminos humanos: nacimiento, crecimiento, amor, perdón, enfermedad, muerte. De
manera especial, es la experiencia de la Eucaristía, signo y memoria de Cristo que ofrece su vida para
la salvación del mundo.
En la iniciación cristiana, siempre ha tenido una importancia muy grande la reunión comunitaria
para compartir la Palabra y el Pan en memoria del Señor. Hoy sigue siendo un reto abrir a los jóvenes
a este misterio del Pan partido y entregado para que lleguen a experimentar, en la mesa
compartida, el amor, la fraternidad y el servicio.