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Fredy Ríos construyó un imperio comercial al cambiar ventas de bromas

para calmar deseos de cientos.


Fredy Ríos lo pensó detenidamente. Era una decisión difícil por allá en 1990.
Luego de un par de años de fabricar y vender todo tipo de bromas en Medellín,
arriesgarse a invertir un pequeño capital en vibradores y juguetes sexuales, era
como pararse en el filo de una navaja.
"¿Dónde esta mierda no se venda qué hago?", pensó. Hoy, luego de 20 años de
haber dicho sí, Ríos, un comerciante empírico de 44 años, que trabaja desde los
13, se convirtió en el rey de la venta de juguetes sexuales en Medellín, y uno de
los más importantes del país con su sex shop Sexo Sentido.
"Esa época era muy violenta y la gente necesitaba felicidad", dice mientras sonríe
como Tío Rico, con la satisfacción del negociante exitoso.
Y remata: "Sacamos esos vibradores y los exhibimos ahí junto a las bromitas en el
local del centro. En menos de una semana se habían vendido todos y ya
estábamos llamando al distribuidor para que nos enviara más".

La buena marcha de los negocios en el país aún depende de lo que haga o


deje de hacer el Gobierno.
El escenario es paradójico. El informe de Semana sobre las 100 empresas más
grandes del país presenta un año de ganancias extraordinarias y una gestión
empresarial pujante e innovadora. Pero la realidad es otra. ¿Qué pasaría con
Ecopetrol si se ajustaran los precios de la gasolina en función de los 90 centavos
de dólar que cuesta producir un galón en el país? ¿Cuáles serían los beneficios de
los bancos si el Gobierno elimina las ventajas concedidas y ajusta los márgenes
de intermediación a la realidad del mercado? ¿Y qué sucedería con las empresas
de telefonía celular y con las empresas de muchos otros sectores si se deja que
los precios sean fijados libremente por la oferta y la demanda?
Pese a los extraordinarios -pero excepcionales- casos de innovación y buena
gestión empresarial, la realidad es que la iniciativa privada en Colombia es más
una carga que una fuerza que esté empujando el desarrollo en una dirección
definida. Lo que se observa es que, lejos de asumir una actitud emprendedora, la
buena marcha de los negocios en el país sigue dependiendo de lo que haga o
deje de hacer el Gobierno. O más precisamente, el éxito depende del sistema de
favores que mantenga el Gobierno, pero sin que eso se traduzca en una mayor
competitividad de nuestros empresarios.
El sector de la infraestructura es donde más claramente se observa esa
situación. El estado de las concesiones (uno de los campos en los que mejor se
aprecia el emprendimiento empresarial en el sector) ejemplifica las paradojas. La
prensa informa que el 60% de las concesiones está en problemas. Los expertos
van más allá y lo muestran como un factor de crisis de la infraestructura del país.
Como se sabe, las concesiones han sido establecidas como un mecanismo para
garantizar que la iniciativa privada asuma la construcción y desarrollo de grandes
proyectos, a cambio de explotar por un tiempo determinado el uso de la obra.
Pero en Colombia el modelo se ha distorsionado. A diferencia de los demás
países en donde se construye la obra y luego se cobra el peaje, aquí se entrega la
concesión, se monta el peaje, se cobra y luego se construye la obra. No importan
los atrasos que se produzcan en la adquisición de los predios y la construcción de
las obras, el pago de los peajes es lo único que no se detiene. Aun en los casos
en que comienzan a tiempo, los empresarios son muy eficientes cobrando, pero
no lo son a la hora de cumplir con los estándares mínimos en la programación, la
señalización, las condiciones de seguridad o la calidad de las obras.

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