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Sumarios:
1. La existencia de varios disparos y la persecución de la víctima no autorizan a considerar
aplicable la agravante de ensañamiento; pues para ello se requiere la acreditación de un plus
subjetivo, consistente en el placer de aumentar la intensidad de la afección al ofendido.
2. En el aspecto objetivo --y para que se configure la agravante de alevosía-- el dolo exige el
conocimiento de la indefensión de la víctima; desde el punto de vista subjetivo se requiere
que el sujeto activo aproveche este estado de indefensión y saque partido para el resultado
que pretende.
3. Quien anunció previamente la muerte de su víctima y luego concurre a una entrevista con
ella, no podrá eximirse de responsabilidad alegando desborde pasional, ni un estado de
inimputabilidad que le impidió comprender la criminalidad del acto y dirigir sus acciones;
sobre todo si se tiene en cuenta que nada hizo aquélla para merecer esa descarga agresiva.
4. La culpabilidad como concepto en la medición de la pena dependerá, en primer lugar, de la
gravedad del injusto del hecho realizado y, en segundo lugar, de la gravedad de la
culpabilidad por el hecho. Además, determinado lo anterior, debe tenerse en cuenta la
personalidad del autor para la magnitud definitiva.
5. La pena accesoria impuesta por el art. 12 del Cód. Penal en orden al ejercicio de ciertos
derechos civiles, atenta contra la dignidad del ser humano, afecta a su condición de hombre,
produciendo un efecto estigmatizante, innecesariamente mortificante, violatorio de los arts.
10 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (Adla, XLVI-B, 1107; XLIV-B,
1250), 5.6 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos y 18 de la Constitución
Nacional por lo que corresponde declarar de oficio su inconstitucionalidad.
6. No resulta necesario recurrir al mecanismo de la ampliación de la acusación prevista en el
art. 381 del Cód. Procesal Penal para tratar las peticiones formuladas por la acusación
particular, pues por resultar éste una forma impura de querellante conjunto ello resulta
obligación del tribunal, siempre que no desborde aquel sujeto, con su intervención, la
plataforma fáctica delimitada en el requerimiento de elevación a juicio.
Texto Completo:
Mar del Plata, setiembre 3 de 1998.
Considerando: Que en las deliberaciones se estableció que las cuestiones a decidir por el
Tribunal se refieran a la existencia del hecho delictuoso y sus circunstancias jurídicamente
relevantes, la participación del imputado, la calificación legal de su conducta, sanción
aplicable y costas.
I. Materialidad
Se ha acreditado en el curso de la audiencia oral que el día 4 de junio de 1997, a las 8.45
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horas aproximadamente, en el interior de la oficina de Jefatura que ocupaba la intervención
en la Administración Nacional de Seguridad Social (Anses), delegación Mar del Plata,
ubicada en el primer piso del edificio sito en Avda. Luro ... de esta localidad, el acusado
Armando A. R. Andreo, mediante el uso de un arma de fuego --tipo revólver-- calibre Nº 22
largo, marca "Pehuen" serie ..., que llevaba oculta debajo de sus ropas, efectuó cinco disparos
contra el gerente de Investigaciones Especiales del Organismo Oficial, doctor Alfredo María
Pochat, de los cuales dos se perdieron en la habitación. De los tres restantes uno impactó en
el cuello de la víctima produciéndole una lesión a nivel de la cara lateral derecha, en su unión
del tercio medio con el tercio inferior, siguiendo una dirección de arriba hacia abajo, lo que
demostraría que al momento de recibir el disparo la víctima estaba sentada intentado
incorporarse; el otro ingresó en el tórax, cara anterior a nivel del segundo espacio intercostal
izquierdo, línea media clavicular, con dirección ascendente, de abajo hacia arriba, de adelante
hacia atrás, resultando demostrativo que el doctor Pochat se recostó sobre la silla en la que
estaba sentado luego de sufrir el primer impacto de bala, para entonces recibir el que se
menciona. Con respecto al tercer proyectil cabe destacar que el mismo habría impactado
sobre la víctima mientras intentaba huir de la oficina en la que se encontraba el agresor,
recibiéndolo en la región dorsal a nivel del borde externo y superior de la escápula derecha.
Los dos últimos proyectiles produjeron en la víctima un importante cuadro hemorrágico
interno que le ocasionó la muerte.
Se ha acreditado igualmente que los disparos señalados fueron realizados a una distancia
superior a los 50 centímetros, toda vez que el estudio macroscópico de las prendas que
llevaba puesta el occiso y la pericia anátomo patológica demuestran la ausencia de complejos
desflagatorios.
Lo expuesto precedentemente resulta acreditado con los protocolos de: autopsia y examen
odontológico de la víctima obrantes a fs. 187/201; pericial balístico de fs. 363/368; de
levantamiento de rastros obrante a fs. 328/334; anátomo patológico de fs. 714, pericias cuyas
conclusiones fueron introducidas al debate por lectura, placas fotográficas obrantes a fs.
331/362 y certificado de defunción que luce agregado a fs. 705. Ello sin perjuicio de los
testimonios recibidos en el curso de la audiencia oral, y que por razones metodológicas que
hacen a la estructuración del decisorio se tratarán en el capítulo correspondiente a la autoría.
(Omissis...).
II. "Omisis"
Es por ello que en lo que respecta a este capítulo, el relato indagatorio, si bien incompleto,
de Andreo se corrobora y ratifica con los dichos de los testigos mencionados, únicamente en
lo que respecta a la utilización que hizo el imputado del arma sobre el cuerpo de la víctima,
con los resultados de que dan cuenta la autopsia y la pericia balística que fueron citados en el
considerando que precede y el testimonio prestado en la audiencia de debate por la doctora
Figueroa que fue la primera profesional en atender a la víctima que ya había fallecido
producto de las heridas mortales de bala recibidas en la ocasión, que permiten concluir que
fue Andreo quien causara la muerte de Alfredo Pochat, por lo que cabe imputarle autoría en
el suceso.
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requiere de algunas consideraciones:
A juicio del tribunal el querellante por delito de acción pública no resulta meramente
adhesivo al Ministerio Público Fiscal, sino que puede interpretarse su papel como una figura
impura del querellante conjunto, que tiene durante el juicio oral autonomía de gestión
procesal, que lo autoriza a formular conclusiones en tanto no exceda la situación de hecho
descripta en el requerimiento de elevación a juicio sobre la que corresponde afirmar la
pretensión penal estatal.
Los jueces que forman mayoría en dicha causa "Santillán" fundaron su opinión indagando
la intención del legislador, y transcriben --ver voto de la doctora Capolupo de Durañona y
Vedia en la bibliografía que se citará más adelante-- la opinión del ex Ministro de Justicia
León Arslanian, quien no especifica en el informe presentado al Honorable Senado de la
Nación, entre las facultades que le asisten al querellante, la de acusar en juicio. Para ello no
se tiene en cuenta la letra de la ley, y que del basamento mismo del informe presentado por el
ministro, surgía como circunstancia relevante la prohibición para el querellante de abrir el
juicio por su exclusiva voluntad, como sí podía hacerlo en el código derogado. Ello de por sí
ya le quitaba al querellante la posibilidad de convertir al proceso penal en un pretexto o
motivo para la diatriba, el agravio, la injuria, el descrédito, la difamación, que era lo que
realmente preocupaba al jurista. Pero de ello no se sigue que no esté habilitado a formular
acusación en el momento de la discusión final. Como acertadamente dice D'Albora (ver LA
LEY, 1997-A, 316; ¿"Es posible condenar ante el solo requerimiento del querellante?"), "si
entonces se admitió su presencia (conf. arts. 354, 374, 389 y en especial 393, íd.) se deben
registrar en el acta sus instancias y conclusiones (art. 394 inc. 5º íd.) y no se retacea
expresamente su derecho de postulación, lo que no se depara al actor civil (art. 393, párr. 2º)
es imposible admitir que el tribunal no se encuentra legítimamente requerido. Consecuencia
de ello resulta que surja para el órgano jurisdiccional, el correlativo deber u obligación de
pronunciarse sobre su petición y administrar justicia" (ver Podetti "Teoría de los actos
procesales", ps. 107/108, Buenos Aires, 1955).
Podría agregarse que "el derecho a la jurisdicción como enseña Bidart Campos o a la
tutela judicial efectiva como señala Gimeno Sendra obliga al órgano jurisdiccional a dictar
una resolución motivada, fundada en derecho, congruente con la pretensión penal, y a ser
posible, de fondo, en la que bien se disponga el archivo del procedimiento por haberse
evidenciado la ausencia de algunos de sus presupuestos que condicionan su apertura, o bien
se actúe el ius puniendi como consecuencia de haberse probado un hecho punible y la
participación en él de acusado, o se declare la inocencia y se restablezca el derecho a la
libertad" (ver Falcone, Roberto Atilio, "El particular damnificado en el nuevo Código de
Procedimiento Penal de la Provincia de Buenos Aires", especialmente con referencia al
querellante particular, JA del 27 de mayo de 1998, p. 37/48, número especial coordinado por
Pedro J. Bertolino).
Privilegiando la actitud interna Sebastián Soler exige para tener por configurada la
agravante que "el delincuente haya prolongado deliberadamente los padecimientos de la
víctima, satisfaciendo con ello una tendencia sádica" (ver Soler, "Derecho penal argentino", t.
III, p. 27). Agregando en cuanto aquí interesa "que no basta la comprobación exterior de la
existencia de una gran cantidad de heridas", exigiendo una finalidad en el agente orientada a
la producción de sufrimientos, "aumentar deliberadamente el mal causado, causando otros
innecesarios para la ejecución" (ob. cit., p. 28).
Bustos Ramírez exige lo que en doctrina clásica se llamaba "lujo de males", esto es el
placer en aumentar la intensidad de la afección al ofendido, no contando los males
posteriores al hecho --por ejemplo, cortar en pedazos el cadáver para encubrir el hecho-- (ver
"Derecho penal, parte general", p. 577, Ed. P.P.U., Barcelona, 1994).
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Es menester advertir, dada la repercusión y difusión que ha merecido este juicio, que la
cita de doctrina y legislación extranjera que apuntala este decisorio, por otra parte
correctamente incitada por el doctor W. J., obedece a una serie de razones entre las que cabe
destacar dos principales.
La primera consiste en advertir que los jueces técnicos de nuestro sistema procesal no
perciben los hechos que refleja el debate con ojos profanos, sino que lo hacen a través de las
perspectivas que brinda la ciencia del derecho que no sólo describe, sistematiza y facilita la
interpretación de las normas, sino que además emite prescripciones valorativas útiles a los
órganos aplicadores para evitar discordancias posibles en el sistema normativo en su conjunto
(cfs. Alchourrón y Bulygin, "Introducción a la metodología de las ciencias jurídicas y
sociales", Ed. Astrea, Buenos Aires, 1974 y Nino, Carlos S., "Algunos modelos
metodológicos de la ciencia jurídica", Ed. Fontamara, Bogotá, México, 1993).
Y además, en segundo término, ello conlleva y trae seguridad a las partes en orden a la
previsibilidad de las decisiones de cada tribunal, ya que el conocimiento del marco teórico
aludido precedentemente obliga a respetar la integridad horizontal o coherencia entre las
soluciones ofrecidas en cada caso por dicho órgano (Dworkin, R., "El imperio de la justicia",
Ed. Gedisa, Barcelona, 1988). Por otra parte desde que nuestra ciencia penal se independizó
de concepciones positivistas en la década del cuarenta, bajo las notables influencias de Soler
y de Jiménez de Asúa, la dogmática penal alemana ha sido permanente fuente de inspiración
para nuestra ciencia vernácula dada la similitud legislativa y tradición académica común.
Con todo acierto ubica Zaffaroni a la agravante analizada dentro de los "Tendenzdelikte",
destacando que en el aspecto objetivo el dolo exige en cuanto al conocimiento la indefensión
de la víctima, pero ello no alcanza, hasta allí sólo hay un dolo de homicidio simple. Se
requiere además que "el sujeto activo aproveche este estado de indefensión, saque partido de
él para el resultado que pretende" (ver Zaffaroni, "Tratado de derecho penal", t. III, p. 375 y
sigtes.). Por esta razón no será alevosa la muerte de un niño, ni es alevosa la muerte del
enfermo postrado y totalmente impedido de resistirse (ob. cit.).
En definitiva se dará la agravante de alevosía cuando el agente actúe sobre seguro y sin
riesgo, aprovechando la indefensión de la víctima (ver Tribunal Supremo español, sentencia
del 24 de enero de 1992, cit. por Juan González Rus, "Curso de derecho penal español",
"Parte especial", t. I, p. 66 y sigtes., Ed. Marcial Pons, Madrid, 1996).
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las agravantes requeridas por la querella. Ello sin perjuicio de enfatizar el importante aporte
que hicieron al esclarecimiento del suceso, si bien en algún momento el dolor por la pérdida
del ser querido, justificado por cierto, impidió que el análisis resultara neutral. Es que
lógicamente no puede haber neutralidad frente al injusto dolor.
Atento a como han quedado fijado los hechos, y más allá de la culpabilidad agravada con
que ha actuado el imputado, circunstancia que deberá ser considerada en el capítulo
correspondiente, no puede apreciarse la agravante de alevosía solicitada por la querella.
(Omissis...).
Como se dijo, la muerte del doctor Pochat era la segunda alternativa que había evaluado
previamente el acusado, no obstante ello no convierte en alevoso su reprochable actuar.
Si bien la mayoría de los testigos que declararon en el juicio, vieron al imputado tranquilo
luego del hecho, no exteriorizando encontrarse excitado o alterado, la defensa con
fundamento en la propia declaración de su pupilo, el testimonio del policía Artieda que
procedió a su detención y la pericia psicológica que se le hiciera ni bien consumado el hecho,
entiende que al momento del suceso se encontraba fuertemente emocionado. Ello nos lleva a
incursionar acerca del conocimiento exigible para poder atribuir al agente un obrar doloso, a
fin de dar respuesta a su pedido. No obstante, que como se dijera, la prueba producida en la
audiencia, resulte harto ilustrativa en el sentido que al no conseguir el imputado enervar el
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despido de su esposa, la decisión de matar a Pochat, la tenía tomada.
En tal sentido debe destacarse la utilidad de la prueba producida por el fiscal doctor
García Berro ante el tribunal, en cuanto los testimonios de quienes no prestaron declaración
en sede instructoria, Piccini, Crespo y Russo de Balesta, resultaron decisivos para reconstruir
el "factum" que hoy se juzga.
En orden al conocimiento que reclama el dolo, deben valorarse las circunstancias por las
cuales se arribó al hecho, resultando importante además de todas las consignadas, el hecho de
concurrir a un ámbito muy conflictivo para el causante munido de un arma de fuego.
Aun cuando Pochat hubiese vertido la manifestación que le endilga Andreo, lo que no
resulta probable en cuanto a los testigos lo describieron como un "auténtico caballero",
difícilmente se hubiese emocionado; menos aún con el alcance exigido por la normativa
penal para excusar su conducta.
Andreo estaba allí, sentado frente a su futura víctima, pero armado, sabiéndose portador
de una personalidad agresiva y que Pochat en parte personificaba los males por los que
atravesaba su esposa. Además, ya había hecho anuncios de que en caso de que se la
despidiera mataría a su interlocutor. En ese momento el dolo se conforma con la aprehensión
de las circunstancias de "un vistazo" como enseña Roxín. No es necesario una
experimentación atenta, reflexiva. Ello resulta particularmente claro en el sujeto que actúa
por impulsos pasionales "el mismo ve a la víctima, ve su arma, y quiere y ve lo que hace con
ella; sino no tendría éxito el homicidio" (Roxín, op. cit., p. 477). Con la misma claridad
pueden leerse Welzel, "uno solo ve turbias las cosas", "¡pero ve!" ("Grunhut-
Erinnerungsgabe", p. 188, 1965, cit. por Roxín, ob. cit., p. 476) y Jakobs, "Basta que el autor
tenga una imagen de con qué consecuencias actúa" (ob. cit., p. 319).
Como decía Binding el derecho penal tiene una psicología esotérica, lo que no quiere
decir que el mismo pueda tomar como hecho psíquico, lo que según conocimientos
psicológicos reconocidos, no constituye un hecho, pero sí escoge los hechos psíquicos a
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partir de sus principios y los valora según ellos, lo cual puede a veces ser poco compatible
con los desarrollos de la psicología individual (ver Jakobs, ob. cit., p. 375/376). Por ello debe
remarcarse que el orden punitivo penal no está obligado a atender a toda la realidad
psicológica, sino que de ella extrae, con arreglo a sus principios, elementos singulares que a
la psicología pueden parecerle meros fragmentos. Al derecho penal le interesa el "output" del
sujeto; por ello lo que desde el punto de vista psicológico puede ser un desmor onamiento de
los mecanismos psíquicos de defensa, puede resultar para el ordenamiento punitivo, un
homicidio con determinado ánimo o tendencia. Y aun cuando se discuta desde el punto de
vista psiquiátrico y psicológico el sistema conceptual jurídico con el que se pretende captar la
realidad psicológica como lo hacen Rasch y Shewe, lo cierto es que de ese comportamiento
previo ambivalente, el derecho debe rescatar lo jurídicamente relevante (Jakobs, p. 319,
también Zaffaroni con explicaciones dignas de tener en cuenta en "Tratado de derecho
penal", t. IV, p. 147, Ed. Ediar).
Es menester a este respecto señalar que si bien la fórmula de nuestro Código Penal no
requiere de motivos éticos para habilitar tal disculpa tal como se viene señalando desde las
enseñanzas de Soler (op. cit., t. III, Ed. Tea, Buenos Aires, 1970), todo aquello que requiere
de una justificación necesita el recurso a un orden normativo diverso en el que se produce el
hecho base. Justificar no es lo mismo que explicar, actividad ésta que no precisa más que de
una elucidación del suceso descripto bajo la ocurrencia de una circunstancia más general,
mientras que aquélla es una actividad del espíritu que no puede darse sin la recurrencia a
principios superiores a los del ordenamiento jurídico.
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Es que no debe resultar ocioso reiterar que por medio del derecho penal el Estado pretende
asegurar el respeto de elementales valores éticos sociales de acción, asegurar la convivencia
en la sociedad, enviando mensajes claros a la ciudadanía. Por lo demás, el estado de Derecho
democrático sólo puede recurrir a la pena como reacción frente a un delito cuando está frente
a un sujeto responsable, que puede prever lo que sus hechos valen. Y en este orden apuntó
Jakobs en un artículo publicado en Alemania en 1993 "Das Schuldprinzip", traducido por
Manuel Cancio Meliá (ver "Estudios de derecho penal", ps. 365/393, Ed. Civitas, 1997), que
el "hecho de encontrarse en un estado de excitación en forma de ira u odio en principio no
contribuye a la exculpación. Cada uno tiene que asumir este tipo de emociones, que pueden
presentarse en cualquier momento, si se quiere que los contactos sociales sean planificados.
El derecho positivo conoce, sin embargo, una atenuación muy considerable --parág. 213,
StGB-- para el homicidio doloso cometido bajo influjo de la ira, que presenta la limitación
que sea precisamente la víctima del homicidio quien haya provocado al autor sin que éste
haya dado razón alguna para ello. Esta limitación no puede explicarse desde una perspectiva
psicologizante, ya que la ira impulsa a la realización del hecho con independencia de su
origen. Pero si se abandona este tipo de naturalismos y se toma en consideración la situación
social como factor decisivo, esto es, si se configura el concepto de culpabilidad no de manera
ontologizante, sino funcional, la limitación parece casi evidente: quien ha definido sin tener
razón para ello, la situación de manera agresiva, y sólo quien así procede, pierde parte de su
protección" (ps. 390/391).
Si bien desde lo estrictamente psicológico es cierto que toda emoción libera los procesos
inhibitorios debido a una paralización del control, también lo es que las emociones como
cualquier otro fenómeno del funcionamiento mental superior, son a su vez controladas por los
elementos adquiridos en las relaciones de convivencia y socialización (Wolff, W.,
"Introducción a la psicopatología", cap. IX, Ed. del F.C.E., México, 1960 y Norman, Donald,
"El aprendizaje y la memoria", Ed. Alianza, Madrid, 1995).
Si en este terreno siguiéramos las enseñanzas de Popper y Eccles podríamos afirmar que
las emociones pertenecen al mundo 2, pero que las construcciones sociales y visión general
de la realidad, propias del mundo 3, interactúan entre sí de suerte tal que sólo puede
producirse una ruptura en su relación como consecuencia de un trauma muy importante. Y
justamente son estos traumas los que impiden el desarrollo de las sinapsis que producen la
memoria a largo plazo (auts. cits., "El yo y su cerebro", Ed. Labor Universitaria, Barcelona,
1982).
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bien y exclusivamente para no dejar sin respuesta a este intento, pese a lo expresado
anteriormente acerca de la falta de justificación al alegado estado emocional, se deben
mencionar dos circunstancias relevantes.
Pero desde lo jurídico resulta relevante que nada había hecho el doctor Pochat para
merecer la descarga agresiva de que fue víctima. Sólo puede achacársele que cumplió con su
deber hasta el final, por ello no aceptó de Andreo el certificado médico que pretendía
entregarle en forma irregular y es también por ello, que los argumentos expuestos por la
defensa, enjundiosa por cierto, no pueden prosperar ya que no existe exculpación posible.
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incisos del art. 41 del Cód. Penal determinan las pautas a seguir, debiendo interpretarse,
como unánimemente sostiene la doctrina nacional, que los criterios decisivos son tanto el
ilícito culpable como la personalidad del autor (Ziffer, "El sistema argentino de medición de
la pena", p. 23, Universidad Externado de Colombia, 1996). Sólo resta destacar que en este
artículo sólo se hace una enumeración no taxativa de las circunstancias de la medición de la
pena sin determinar la dirección de la valoración --al igual que en el parág. 46, StGB--, es
decir, sin preestablecer si se trata de circunstancias que agravan o atenúan.
En función de todos los principios reseñados, bien jurídico lesionado, vida de un joven
abogado y padre de familia; motivos que llevaron al acusado al delito, coaccionar al doctor
Pochat a recibir en forma irregular un certificado médico a fin de enervar el despido de su
esposa que había sido decidido con anterioridad; culpabilidad agravada por el anuncio de que
concretaría sus amenazas en caso del despido de su cónyuge; ausencia de capacidad de
inhibición luego de que se enterara por Russo de Balesta del despido de su esposa, y la
modalidad en que ocurrió el suceso, sin valorar circunstancias atenuantes; todo ello, amerita
que corresponda.
El art. 12 del Cód. Penal dispone que "la reclusión y la prisión por más de 3 años llevan
como inherente la inhabilitación absoluta, por el tiempo de la condena, la que podrá durar
hasta 3 años más, si así lo resuelve el tribunal, de acuerdo con la índole del delito. Importan
además la privación, mientras dure la pena, de la patria potestad, de la administración de los
bienes y del derecho de disponer de ellos por actos entre vivos. El penado quedará sujeto a la
curatela establecida por el Código Civil para los incapaces".
"Entiende Zaffaroni en opinión que suscribo que la incapacidad civil del penado tiene el
carácter de una pena accesoria (ver "Tratado de derecho penal", vol. V, p. 251). La prueba
más clara señala el autor citado, "es que el penado, por el hecho de estar privado de su
libertad, no está fácticamente imposibilitado para realizar los actos para los que el art. 12 le
incapacita. La ley misma admite esta realidad cuando impone esta pena únicamente a quien
está penado por más de 3 años: si la incapacidad fuese una consecuencia máxima del
encierro, y no tuviese otro fin que el tutelar, no tendría ningún sentido ese requisito, puesto
que en la misma situación de incapacidad se hallarían todos los que están privados de
libertad, sea cual fuere el tiempo de su privación".
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"toda persona privada de su libertad será tratada humanamente y con el respeto debido a la
dignidad inherente al ser humano". Por su parte, la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, edicta en su art. 5º, apart. 6º que "Las penas privativas de libertad tendrán como
finalidad esencial la reforma y la readaptación social de los condenados".
La reforma penal producida por el gobierno democrático español, llevó en 1983 a derogar
la interdicción civil prevista en el art. 43 de su Cód. Penal como accesoria de la pena de
reclusión mayor. El fundamento políticocriminal expuesto por F. Morales puede sintetizarse
así:
2. "La pena de interdicción como sanción operativa con carácter general suponía revestir a
la reacción penal de tintes moralistas, y en última instancia, a través de la misma se pretendía
establecer un ficticio reproche moral de la colectividad en la órbita familiar y patrimonial del
condenado".
3. "El derecho penal renuncia a imponer sanciones con carácter indiscriminado en orden al
ejercicio de deberes-función familiares, mediante la pena de interdicción civil. Como
excepción a este postulado de partida, subsisten en el Código Penal medidas de
aseguramiento en interés de terceros pertenecientes a la formación social familiar, en
atención del significado de los delitos perpetrados...".
4. "En las restantes hipótesis delictivas de la parte especial, la condena penal tan sólo
podrá constituir el presupuesto de aplicación de las medidas de naturaleza estrictamente civil,
que implican la imposibilidad de ejercicio de determinados deberes-función familiares..."
(ver Gonzalo Quintero Olivares, "Derecho penal", p. 666 y sigtes., Ed. Marcial Pons, 1989).
De todo lo expuesto, surge claramente que la pena accesoria impuesta por el art. 12 del
Cód. Penal en orden al ejercicio de ciertos derechos civiles, atenta contra la dignidad del ser
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humano, afecta a su condición de hombre, que no la pierde por estar privado de su libertad,
produciendo un efecto estigmatizante, innecesariamente mortificante, violatorio de los arts.
10 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, 5º, apart. 6º de la Convención
Americana de Derechos Humanos, y del art. 18 de la Constitución Nacional por lo que
corresponde declarar de oficio su inconstitucionalidad.
Por todo ello el tribunal, resuelve: por unanimidad, 1. Condenar a Armando A. R. Andreo
a la pena de 17 años de prisión por el delito de homicidio simple en la persona del doctor
Alfredo María Pochat (arts. 5º, 12, 29, inc. 3º, 40, 41, 45 y 79, Cód. Penal; arts. 393, 398,
399, 400, 401, 403 y sigtes., Cód. Procesal Penal). 2. Declarar la inconstitucionalidad de la
incapacidad civil accesoria dispuesta en el art. 12 del Cód. Penal por los motivos expuestos
oportunamente. 3. No habiendo surgido del debate elementos de prueba que permiten variar
la situación procesal que tuviera en cuenta la propia agente fiscal doctora Bustos durante la
etapa instructoria en cuanto no advirtió méritos para pedir la declaración indagatoria de Silvia
Albanessi de Andreo por su presunta participación en el homicidio juzgado, a lo solicitado
por la fiscal, no ha lugar por improcedente. Igualmente corresponde señalar que la citada
funcionaria ha requerido la remisión al juez federal de primera instancia de diversas
declaraciones testimoniales obrantes en la causa, lo que no se corresponde con su pedido de
rechazo del recurso de reposición interpuesto por la querella contra el decreto que clausuraba
la instrucción (ver incidente respectivo. Además la prueba producida en el debate, sólo si se
aprecia en forma absurda, arbitraria o capciosa permitiría continuar la persecución penal
contra otras personas; ello obviamente no habrá de impedir la prosecución de la investigación
en tanto la acción penal no prescriba si aparecen elementos probatorios de sesgo
incriminatorio, lo que no ha acontecido en este debate, ya que la acción penal pública es
indivisible. Esta negativa se extiende a lo solicitado por la querella en el mismo sentido. 4.
Ordénese la formación de causa penal por el delito de falso testimonio agravado, respecto del
Gerente de la Anses Juan Tealdi, a cuyo fin remítanse las actuaciones pertinentes al juez
federal en turno. 5. La querella ha solicitado se investiguen las circunstancias en que fuera
extendido por el doctor Montes, el certificado médico, que el imputado pretendía entregar en
la Anses el día del hecho. Todo vez que dicho certificado constituye un instrumento privado,
deberá orientarse la pesquisa en orden a la posible comisión del delito de defraudación a una
Administración Pública, en el que pudo incurrir además Silvia Albanessi de Andreo. --
Roberto A. Falcone. -- Néstor R. Parra. -- Mario A. Portela.
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