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Atrás han quedado los tiempos cuando los críticos del sistema de
perfeccionamiento empresarial que desarrollo Raúl Castro en las empresas
militares, y que más tarde se extendió al 32% de las empresas civiles, han
reiterado que el mismo no brindó los resultados que de él se esperaban. Y no les
falta cierta razón en ello, solo que ningún proyecto reformador podía ser
aplicado parcialmente y sufriendo las incongruencias de estar insertado en un
sistema económico ajeno y contradictorio a sus propósitos. Por demás, estos
analistas nunca tuvieron la posibilidad de participar en esos procesos, con lo cual
sus reflexiones carecieron de la necesaria fundamentación concreta.
Se cuenta que en una época los críticos problemas de salud social de cierta
nación estuvieron asociados a una enorme proliferación de agentes transmisores
como las ratas, dado los pésimos hábitos de higiene personal y comunal y la
inexistencia de adecuados sistemas de drenaje y tratamiento de aguas residuales.
Y es que el poder tiene que ser aceptado por la mayoría, porque de lo contrario
sucumbe, no importando si el consentimiento adopta formas activas o pasivas,
dado que en el caso de Cuba el consentimiento negativo es minoritario y ha sido
en la mayoría de las oportunidades fácilmente controlado.
Y no solo formalmente han tenido éxito, sino que el nuevo contrato social donde
el decrépito y ruinoso Papá-Estado va siendo sustituido progresivamente por un
papá igualmente autoritario e implacable, pero que centra su atención en el
control y la fiscalización, va ganando masivamente adeptos entre aquellos que
han perdido sus esperanzas sociales y anhelan intentarlo por ellos mismos.
Cierto que con un gran retraso respecto a otras experiencias, pero en Cuba
estamos presenciando el conocido repliegue estatal, sustentado en la concepción,
no validada suficientemente, de que un estado mínimo es requisito indispensable
para alcanzar la prosperidad. Este enfoque que está siendo cuestionado en la
actualidad, concibe al Estado no como hacedor global sino como articulador
social, lo que se corresponde plenamente con la propuesta de separación entre
las funciones estatales y empresariales.
Uno de los “sesudos” de las reformas económicas cubanas ha sido el Dr. Joaquín
Infante, quien ante la pregunta orientada de ¿Cuál es la diferencia entre una
empresa socialista y una capitalista?, respondió sin titubear que “Las dos deben
producir con rentabilidad y ser costeables, autofinanciarse”, donde descontando
los galimatías conceptuales, lo sustancial es el reconocimiento del mercado
como mecanismo regulador de la planificación orientada.
Pero escenarios de competencia perfecta rara vez se verifican, por lo que los
partidarios del neoclasicismo, y ahora sus insospechados seguidores criollos,
siguen el criterio del “second best” o “sub-optimo”, que considera que a partir
de sinergias de economía de escala se reducen tendencialmente los costos
medios por el crecimiento de la realización de mayores volúmenes de productos
y servicios.
(continuará)