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religiones, todas con igual pretensión de autoridad y verdad, y todas con igual
reconocimiento público. Coexiste entonces la religión verdadera con multiplicidad de
creencias en la vida social, y en función de la paz y libertad se reconoce a todas las
personas el derecho a adherir o no a cualquiera de ellas. Así, se habla de libertad religiosa
como aquel derecho a libremente creer, adherir y practicar una religión.
Para un católico ello no debe confundirse con una supuesta permisión moral de
adherir al error, ni un supuesto derecho al error3, pues al mal, cualquiera sea su especie, no
existe derecho. Se trata, más bien, de un derecho natural de la persona humana a la libertad
civil, es decir, a la inmunidad de coacción exterior, en los justos límites, en materia
religiosa por parte del poder político4.
3
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, Nº 2108.
4
DIGNITATIS HUMANAE, Nº 1.
2
tolerancia y libertad –de expresión, artística, etc.-, y bajo tales lugares comunes se ofende
gravemente las creencias religiosas de los católicos y a los fieles de la misma. El pretexto
es siempre semejante: lo realizado no impide a los fieles católicos adherir a su religión y
practicar libremente su culto.
Sabemos que los ordenamientos jurídicos permiten accionar contra aquellos que
lesionan la honra de otros, sea que digan una verdad o que falten a ella. Con todo, cuando la
ofensa no es contra persona determinada sino más bien atenta contra una religión, parece
que, en los tiempos actuales, la protección jurídica decrece en su vigor y rigor, sobre todo
cuando el afectado es católico.
Así, el plan que seguiremos es el siguiente: en primer lugar haremos una breve
3
consideración conceptual sobre la libertad religiosa, su reconocimiento como un derecho y
su llamado contenido esencial. Luego, en segundo lugar, nos referiremos al sentimiento
religioso, como manifestación necesaria de la libertad religiosa y su protección jurídica
comparada. En seguida, desarrollaremos nuestra propuesta sobre el modo en que debe
ponderarse jurisdiccionalmente la afectación del sentimiento religioso. Finalmente
expondremos las conclusiones de este trabajo.
Todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo que se
refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla 5. Este deber se
desprende de su misma naturaleza6. Estas expresiones y afirmación solemne pone de
relieve una realidad natural, muchas veces ignorada y, en nuestro tiempo, rechazada: la
religión es una virtud natural, parte potencial de la justicia, que regula las relaciones entre
la criatura y su Creador; siendo la existencia de Dios una verdad cognoscible por la razón,
reconocer y agradecer el don de la existencia participada no se reduce a un asunto de
connotación sobrenatural, sino que es, antes de ello y en plena armonía con dicha realidad,
un deber de justicia: naturalmente el hombre busca dar a Dios lo que le es debido, aún
cuando no pueda jamás retribuir con perfecta igualdad. En palabras de SS. Juan XXIII:
“para esto nacemos, para ofrecer a Dios, que nos crea, el justo y debido homenaje; para
buscarle a Él solo, para seguirle. Este es el vínculo de piedad que a Él nos somete y nos
liga, y del cual deriva el nombre mismo de religión”7.
5
Ibid.
6
Ibid, Nº 2.
7
PACEM IN TERRIS, Nº 14; cita a Lactancio, Divinas Institutiones, 1.4, c 28 Nº 2, ML 6.535.
4
Nos anima este deber moral: aportar humildemente, con una sencilla reflexión, a
una mayor protección jurisdiccional de la religión verdadera; si bien nuestra propuesta
podría usarse para proteger otras religiones, confiamos en que la prudencia del juez sabrá
determinar en cada caso si lo que se llama religión es o no tal, y si su protección es
necesaria para el Bien Común8. Con todo, y así lo fundamentaremos, resulta imposible
reclamar protección jurídica de un sentimiento religioso que no cuente con una causa
objetiva, pues las propiedades del efecto son las de su causa. Así, sin causa objetiva, el
efecto por el cual se reclama se reduce en realidad a una pretensión subjetiva que, aunque
legítima, no merece llamarse un derecho, pues en derecho las cosas son lo que son y no lo
que se reclama que son. Es decir, los deseos, por legítimos y honestos que sean, no
constituyen per se antecedente o título objetivo de un derecho. No hay entonces, según
nuestro parecer, título real por el cual una persona no católica pueda reclamar protección
jurídica de su sentimiento religioso, porque la verdad es que tal afecto no obedece a una
verdadera religión. Expresión dura, ciertamente, pero no por ello falsa. Por lo demás, el
presente trabajo no pretende en caso alguno imponerse a la realidad contingente; más bien y
como expresión de nuestra humilde opinión, busca dar cuenta de cómo la realidad
contingente ha de ser.
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1. Consideraciones preliminares sobre la libertad religiosa
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este sea.
Luego, vemos que la libertad religiosa es, a la vez, autodeterminación para pensar y
actuar conforme al credo. Finalmente, y en razón de la misma libertad, es necesario
agregar que la capacidad para autodeterminarse en este ámbito incluye también la
posibilidad de renunciar sin coacción al credo, dejando así de pensar y actuar en
conformidad con el mismo. Como se ve, la libertad religiosa es, a nuestro juicio, una
especie dentro de la libertad de conciencia o pensamiento, “ya que es el hombre consciente
el que, libre de coacción, adhiere en su interior a la creencia que profesa y manifiesta”10.
Por supuesto, si hasta aquí nos hemos referido a las capacidades humanas de pensar y
elegir, luego es necesario afirmar que la libertad, y así también la libertad religiosa, tiene
por fundamento último la naturaleza humana y su dignidad, pues sólo un ser racional,
dotado de alma espiritual, posee dichas facultades superiores11.
10
PRECHT Pizarro, Jorge, 15 estudios sobre libertad religiosa en Chile, Santiago, Ediciones Universidad
Católica, 2005, p. 23.
11
DIGNITATIS HUMANAE, Nº 2.
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Por su parte, y en relación con la virtud sobrenatural de la fe, la libertad religiosa es
una expresión de una de las propiedades intrínsecas del acto de fe, cual es su libertad: es
que nadie puede ser obligado a tener fe en otra persona y su mensaje; sólo se cree si se
quiere, ya que “nadie cree sino de libre voluntad”12. “La fe descansa en el querer”13:
frente a alguien que nos da a conocer algo, aún cuando tanto él como su mensaje sean
convincentes, siempre tenemos la opción de desecharlos. Podemos decir, con entera
libertad, “me parece cierto, pero no lo creo y no le creo”. Y así también, con total libertad,
podemos creerle. El asentimiento es siempre libre y voluntario. Luego es necesario que
nuestra voluntad sea movida para asentir. De ordinario nuestra voluntad quiere como bueno
aquello que nuestro entendimiento ha conocido como verdadero14. Pero esto no ocurre con
la fe, ya que nuestro entendimiento no conoce directamente el objeto de la fe, por tanto no
puede juzgarlo como verdadero15. Nuestra voluntad no puede creer, no puede querer al
objeto de fe porque éste sea verdadero, ya que nuestro entendimiento no sabe si lo es o no.
Por tanto, y sin detallar aquí las cualidades del testigo y la intuición del bien en que consiste
la comunidad con él y su mensaje, es claro que la voluntad se autodetermina y elige creer.
Es posible ver entonces que la libertad religiosa, como la capacidad del creyente a
autodeterminarse respecto de la religión según su pensar, sentir y actuar, es a fin de cuentas
expresión de una de las propiedades del acto de fe: la fe es libre, luego libre es el acto de
12
SAN AGUSTÍN, de Hipona, Tratado del Evangelio según San Juan, VI, 2 (26, 2).
13
S. TH. 2-2, 6, 1 ad 3.
14
PIEPER, Josef, Las Virtudes Fundamentales, Rialp, Madrid, 1998, p 319.
15
Lo cual en modo alguno permite sostener que el contenido de la fe sea incompatible con la razón, pues no
lo es. Más bien, implica que se requeriría mucho estudio para considerar previamente como razonable el
contenido al cual se adhiere, y ello es poco usual.
8
adherir o no a su contenido16.
16
Cf. DIGNITATIS HUMANAE, Nº 9 y 10.
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cambiar de religión o de creencias, así como la libertad de profesar y divulgar su religión
o sus creencias, individual o colectivamente, tanto en público como en privado.
Nadie puede ser objeto de medidas restrictivas que puedan menoscabar la libertad de
conservar su religión o sus creencias o de cambiar de religión o de creencias.
La libertad de manifestar la propia religión y las propias creencias está sujeta únicamente
a las limitaciones prescritas por la ley y que sean necesarias para proteger la seguridad, el
orden, la salud o la moral públicos o los derechos o libertades de los demás.
10
menos, las facultades de: b) Practicar en público o en privado, individual o
colectivamente, actos de oración o de culto; conmemorar sus festividades; celebrar sus
ritos; observar su día de descanso semanal; recibir a su muerte una sepultura digna, sin
discriminación por razones religiosas; no ser obligada a practicar actos de culto o a
recibir asistencia religiosa contraria a sus convicciones personales y no ser perturbada en
el ejercicio de estos derechos.
17
BASTERRA, Daniel, El derecho a la libertad religiosa y su tutela jurídica, Civitas, Madrid, 1989, p. 411.
18
Ibid, p. 413.
11
manifestaciones externas que en razón del mismo puede realizarse bien puede traducirse en
la negación del mismo derecho: pues el contenido material de una acción no permite dar
cuenta de la facultad moral que con dicha acción se ejerce, y esto porque un derecho no se
reduce a lo que su titular puede o no hacer en razón del mismo, sino que incluye
necesariamente las acciones u omisiones que terceros deben cumplir para que el mismo
derecho tenga plena vigencia en la realidad social. Se trata, necesariamente de un doble
derecho: la libertad y el derecho de profesar y practicar un culto religioso, y por
contrapartida necesaria, el derecho a ser respetado por el Estado y las demás personas en el
ejercicio de tal derecho. Así, la libertad religiosa tiene necesariamente una doble
dimensión; sin su dimensión negativa queda reducida a una mera declaración de
intenciones, toda vez que la profesión y práctica del culto religioso deja de ser libre si la
ofensa a éste queda impune. Así, lo verdaderamente libre sería el atentado al culto
religioso y no la práctica del mismo. Por ello, es obvio que lo que se ampara como
legítimo, supone al mismo tiempo un límite para quienes no profesan un determinado culto:
tolerar el ejercicio del culto y respetar las creencias que están legitimadas en el orden
jurídico vigente.
12
2. El sentimiento religioso como efecto connatural de la libertad religiosa
Conviene aclarar este punto: el sentimiento religioso puede confundirse con cierto
ánimo subjetivo, variable y relativo de persona a persona, tanto en intensidad como en
contenido. Sin embargo, creemos que eso no es el sentimiento religioso, sino lo que
podríamos llamar emoción religiosa: respecto de todo contenido al cual se adhiere
intelectual y apetitivamente es posible experimentar diversas afecciones: unas serán
permanentes o estables en razón del mismo contenido en cuanto conocido y querido; otras
serán contingentes y, en gran medida, involuntarias. Las primeras podemos llamarlas
sentimientos: son afecciones que derivan siempre del contenido al cual se adhiere y que se
quiere, y tienen como antecedente el ejercicio de la racionalidad, como el amor a la patria y
a los padres, y acompañan el cumplimiento del deber u otras obligaciones de justicia
asociadas al mérito del mismo contenido. Las segundas, en cambio, son emociones o
pasiones: el sujeto no las elige sino le sobrevienen desde fuera, generalmente ante la
presencia de un bien sensible, causando en su organismo cierta conmoción más o menos
poderosa; y concluida dicha excitación decrecen en idéntica medida hasta abandonar al
sujeto19.
19
Por supuesto, la pasión puede volverse recurrente e incluso permanente si el sujeto se subordina por
completo a su influjo, sin someterla a la razón.
13
Así, quien adhiere a la religión debe razonablemente sentir amor y respeto hacia
ella, aunque pueda o no experimentar emociones asociadas como alegría o melancolía. No
es, entonces, el sentimiento religioso cualquier emoción pasajera que pueden o no
experimentar los creyentes; es más bien un estado afectivo permanente, determinado por la
racionalidad, que todo creyente de hecho experimenta en razón del bien que conoce y
quiere.
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contenido esencial del derecho a la libertad religiosa.
15
“La libertad de expresión se refiere no solamente a las informaciones o ideas
favorablemente acogidas o consideradas como inofensivas o indiferentes, sino
también a aquellas que hieren, molestan o inquietan al Estado o a una parte de la
población. Estas son exigencias del pluralismo, de la tolerancia y del espíritu de
apertura sin los cuales no se puede establecer una sociedad democrática” (CEDH,
sentencia de 25 de mayo de 1993, caso Kokkinakis v. Grecia, considerando 49º).
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insolente o absurdo en que el sujeto es presentado (…) Éste es un objetivo que sin
duda corresponde a aquel de la protección de los derechos de otros, dentro del
significado del párrafo segundo del artículo 10º de la Convención. Es, además,
completamente coherente con el objetivo de protección de la libertad religiosa
otorgado por el artículo 9º” (CEDH, sentencia de 25 de noviembre de 1996, caso
Wingrove v. The United Kingdom, considerando 15º).
“El ejercicio de esta libertad implica deberes y responsabilidades, entre los cuales
se encuentra legítimamente incluido el deber de evitar aquellas expresiones
gratuitamente ofensivas para los demás, atentatorias a sus derechos, y que,
además, no contribuyen de ninguna forma al debate público capaz de favorecer el
progreso en los asuntos propios del género humano” (CEDH, sentencia de 7 de
diciembre de 1976, caso Handyside v. United Kingdom, considerando 49º).
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límite a la libertad de expresión, que si bien es una facultad de la esencia de una
sociedad democrática, supone también un deber de rechazar el uso de cualquier
expresión que resulte gratuitamente ofensiva respecto de aquello que resulta ser
objeto de veneración para una creencia religiosa” (CEDH, sentencia de 25 de
noviembre de 1996, caso Wingrove v. The United Kingdom, considerando 52º).
Cuarto, las medidas que se adopten para limitar la ofensa no legitiman la acción:
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“Un Estado puede legítimamente considerar la necesidad de establecer medidas
destinadas a reprimir ciertas formas de comportamiento, entre ellas la de
comunicación de informaciones y de ideas, si estima que son incompatibles con el
respeto de la libertad de pensamiento, de conciencia o de religión de terceros
(CEDH, sentencia de 25 de mayo de 1993, caso Kokkinakis v. Grecia, considerando
47º).
“Se puede considerar que el respeto a los sentimientos religiosos de los creyentes
ha sido violado por la exhibición de imágenes profanadoras de objetos de
veneración religiosa. Tales imágenes pueden ser consideradas una violación
maliciosa del espíritu de tolerancia que debe caracterizar una sociedad
democrática” (CEDH, sentencia de 25 de mayo de 1993, caso Kokkinakis v. Grecia,
considerando 48º).
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Habiendo demostrado ya que la libertad religiosa tiene una doble dimensión y que
su protección incluye la del sentimiento religioso, a la luz de la jurisprudencia comparada
estamos en condiciones de concluir que si bien quienes profesan un credo religioso no están
al margen de la crítica ello no debe llevar a confundir la crítica con el abuso ofensivo; que
la ofensa al sentimiento religioso no es parte de la libertad de expresión; que las medidas
adoptadas para limitar la ofensa no legitiman la acción ofensiva; que la protección del
sentimiento religioso es necesaria para la vida democrática, la tolerancia y la paz social. Es
decir, el sentimiento religioso requiere y merece protección; sin ésta, la protección jurídica
de la libertad religiosa, según ya dijimos, es una simple declaración de intenciones.
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4. La ponderación jurisdiccional sobre la afectación del sentimiento religioso:
¿Cómo es posible determinar cuando una opinión, declaración o acción, del tipo
que sea, amparada por la libertad de expresión, se convierte en una ofensa vulneradora de
la libertad religiosa, erosionando de manera ilegítima los sentimientos religiosos de los
creyentes? Aquí radica nuestra propuesta: entregar ciertos criterios que permitan al juez
evaluar el caso concreto sometido a su conocimiento según reglas de valoración objetiva
que le permitan hacer justicia, principalmente en materias relacionadas con el uso o abuso
de la libertad de expresión, por ser estos los casos más frecuentes y el argumento más
recurrente para justificar y explicar la ofensa a la religión católica.
El juez debe ponderar diversas alternativas. Pues bien, este concepto -ponderar-
requiere ciertas aclaraciones previas:
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colectiva o comunitaria, de la Iglesia Católica (art. 16.1 CE), en relación con el deber de
neutralidad religiosa del Estado (art. 16.3 CE) y, de otra parte, los derechos
fundamentales del recurrente en amparo a la libertad ideológica y religiosa (art. 16.1 CE),
en relación con la libertad de expresión [art. 20.1 a) CE]» (STC 128/2007, de 4 de junio,
FJ 12) 20
Quizá ha sido Robert Alexy quien con mayor claridad y precisión haya expuesto la
estructura de la ponderación. De acuerdo con Alexy, para establecer la relación de
precedencia condicionada entre los principios en colisión, es necesario tener en cuenta tres
elementos que forman la estructura de la ponderación: la ley de ponderación, la fórmula del
peso y las cargas de argumentación. No desarrollaremos dichos elementos en este trabajo.
Y ello por dos razones: no forman parte de nuestra propuesta ni como medios ni como
fines, y ello pues a nuestro juicio adolecen de un serio e insuperable defecto en tanto se
trata, en su conjunto, de aproximaciones metodológicas que pretenden limitar la
subjetividad del juez con ataduras formales pero ignoran o niegan la realidad del ser a la
cual el juez debe subordinarse, y asumen como real un conflicto de derechos que, en la
realidad, no es más que un abuso del lenguaje, pues entre verdaderos bienes no cabe
oposición sino distinción de jerarquía.
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tanto, y pasando entonces a exponer nuestra propuesta de ponderación, sostenemos que en
el caso de análisis caben cuatro alternativas:
La segunda consiste en que el criterio subjetivo del juez que conoce de la causa sea
constitutivo y así determinante de aquello que en efecto es o no una ofensa a los
sentimientos religiosos: pero si el simple criterio subjetivo del juez determina a modo de
causa si algo es o no ofensivo para un credo determinado, en la práctica ocurre que la
creencia del juez (religiosa o no) se impondría a los fieles de ese credo, y ello es contrario a
la libertad religiosa.
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La tercera es que la subjetividad de los afectados sea aquello que determina qué es
y qué no es una ofensa: pero resulta peligroso que la pasión de los afectados haga las veces
de prueba de un acto ilegal y/o arbitrario. Así, la víctima sería a la vez juez de la causa.
La cuarta consiste en un juicio declarativo del juez que conoce del asunto, no en
función de su mera subjetividad, sino en razón del contenido objetivo del credo religioso
aludido, según como sus fieles lo comprenden: esta es la única posibilidad justa, según se
demuestra a continuación: la facultad de adherir o no a un credo determinado se funda en la
premisa mencionada en este mismo aserto: se trata de un credo determinado. Es decir, está
compuesto por un contenido objetivo, y corresponde a sus depositarios o fieles juzgar si
opiniones, manifestaciones o acciones de terceros constituyen o no una ofensa contra ese
depósito objetivo de creencias.
De otro modo, al permitir que la libre opinión, intención o acción de terceros –sea el
autor de la obra o el juez de la causa- sea la regla y medida según la cual es posible juzgar
si existe o no un acto blasfemo respecto de un credo, importa negar la existencia de ese
mismo credo: dado que su determinación ya no es propia o privativa de sus fieles, sino de
los terceros que ignoran o incluso rechazan esa creencia, se niega entonces que tal credo
tenga una esencia propia, esto es, se niega su contenido objetivo.
Y la razón muestra de modo innegable que cuando se niega que una cosa sea
aquello que es –se niega su esencia- luego se niega su existencia de ese modo: si no es
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aquello que es, luego es otra cosa. Y si es otra cosa, luego ya no existe como se la
consideraba previamente. Ha sido sustituida. Así, en el mismo acto se sobrepone –se
impone- en su lugar un sucedáneo cualquiera.
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Tratándose de la religión católica, corresponde según lo desarrollado atender al
contenido objetivo del credo representado, según la comprensión que del mismo tienen sus
fieles, para luego contrastar ese antecedente con las representaciones o acciones realizadas
por terceros en contra de este credo. Así, es del caso recurrir al Catecismo de la Iglesia
Católica, documento oficial de enseñanza de la Iglesia, para entender el contenido objetivo
del credo católico en relación a la materia que se trate, según como lo comprenden
oficialmente sus mismos fieles, para entonces juzgar con objetividad si la representación o
acción de que se conoce atenta o no contra el sentimiento religioso.
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que, siendo cognocible la realidad objetiva del contenido del credo católico según como sus
fieles lo comprenden, así como la realidad objetiva de la representación que sobre el mismo
o una de sus partes se ha realizado, puede el juez comparar esas realidades y juzgar,
también objetivamente, si entre ambas existe mera diferencia o verdadera contrariedad. En
este último caso, aún cuando se esté frente a un ejercicio fáctico de la expresión artística, no
será ello el ejercicio de un derecho, pues lo factible no implica de suyo un derecho
subjetivo.
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5. Conclusiones
A partir del estudio de diversos textos sobre la libertad religiosa y su tutela, así
como del modo en que la jurisprudencia comparada ha conocido los casos sobre la materia,
este trabajo constituye una breve y simple reflexión que pretende proponer criterios para
que el juez proteja efectiva y realmente la libertad religiosa, incluyendo en dicha protección
el sentimiento religioso, pues no se trata de una simple emoción pasajera de tal o cual
creyente, sino de la manifestación connatural del acto libre de creer que, junto a las demás
manifestaciones exteriores de la religión, constituye parte inherente a su contenido esencial.
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medio de la virtud de la justicia uno objetivo, es posible buscar los medios para que ese ius
sea reconocido y restituido a su lugar y titular mediante el ejercicio de la jurisdicción, con
independencia de los condicionamientos políticos y sociales imperantes.
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Bibliografía
1. ALEXY, Robert, (1993), Teoría de los derechos fundamentales, CEC, Madrid, 1993.
30
7. CATECISMO de la Iglesia Católica. www.vatican.va/archive/catechism.
31
Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid, núm. 5, 2001.
15. PIEPER, Josef, Las Virtudes Fundamentales, Rialp, Madrid, 1998, p 319.
16. PRECHT Pizarro, Jorge, 15 estudios sobre libertad religiosa en Chile, Santiago,
Ediciones Universidad Católica, 2005, p. 23.
17. PRIETO SANCHÍS, Luis, Estudios sobre derechos fundamentales, Debate, Madrid,
1990.
18. SAN AGUSTÍN, de Hipona. Tratado del Evangelio según San Juan. Christian
Classics Ethereal Library. www.ccel.org
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